Doctrina y Convenios Sección 83

Doctrina y Convenios
Sección 83


Contexto Histórico

En la tranquila comunidad de Independence, Misuri, en abril de 1832, José Smith se reunió con otros líderes de la Iglesia en un concilio para abordar las necesidades de la creciente comunidad de santos. Este era un tiempo de grandes desafíos y decisiones importantes. Independence había sido designado como el centro de Sion, un lugar donde los santos esperaban establecer una comunidad justa y unida, basada en los principios del evangelio y la ley de consagración. Sin embargo, con esta visión celestial venían cuestiones prácticas que requerían dirección divina.

En ese momento, muchas familias enfrentaban dificultades económicas y sociales. Viudas, huérfanos y miembros pobres dependían del apoyo de la comunidad y de la Iglesia. Además, surgían preguntas sobre los derechos y responsabilidades de las mujeres y los niños dentro de la Iglesia, especialmente en situaciones de pérdida o abandono. Fue en este contexto que el profeta José Smith buscó la guía del Señor.

El 30 de abril de 1832, durante su reunión, José recibió una revelación que abordó estas preocupaciones fundamentales. El Señor habló directamente sobre los derechos de las mujeres, los niños y los más vulnerables, estableciendo principios claros para protegerlos y guiando a la comunidad hacia una mayor equidad y cuidado mutuo.

El Señor declaró que las mujeres tienen derecho a recibir el sostén de sus maridos mientras estos vivan. Si una mujer quedaba viuda, su herencia sería protegida según las leyes del país, siempre que permaneciera fiel a los principios del evangelio. De igual manera, los niños tienen derecho a ser sostenidos por sus padres hasta alcanzar la mayoría de edad. Sin embargo, si los padres no podían proporcionar lo necesario, los hijos podían recurrir al almacén del Señor para satisfacer sus necesidades.

El almacén del Señor, administrado mediante las consagraciones de los miembros de la Iglesia, se convertiría en un refugio para las viudas, los huérfanos y los pobres. Este sistema aseguraría que ningún miembro quedara desamparado, reflejando el espíritu de unidad y caridad que caracteriza a Sion.

Esta revelación reafirmó la importancia de la ley de consagración como una herramienta divina para cuidar de los necesitados y fortalecer la comunidad. También dejó claro que el bienestar de cada miembro no era solo una responsabilidad individual, sino una obligación colectiva que reflejaba el amor y la compasión de Cristo.

La revelación fue un recordatorio poderoso para los santos de que, al trabajar juntos, podían construir una Sion donde todos fueran cuidados y donde los principios del evangelio se manifestaran en acciones concretas. En una época de desafíos, esta guía divina ofreció esperanza y dirección, fortaleciendo a la comunidad para avanzar en su propósito eterno.

La Sección 83 de Doctrina y Convenios reafirma principios fundamentales del evangelio relacionados con la responsabilidad familiar, el cuidado de los necesitados y la equidad. Al establecer derechos claros para las mujeres, los niños y los pobres, esta revelación refuerza la importancia de la solidaridad y el servicio en la comunidad de los santos.

El élder Dieter F. Uchtdorf resumió este espíritu de unidad: “El evangelio de Jesucristo es un evangelio de amor y servicio. Cada principio está diseñado para bendecir a todos, especialmente a los más vulnerables entre nosotros.” (“Levantaos y servid”, Conferencia General, octubre de 2010).

Este enfoque nos invita a vivir en armonía con los principios del evangelio al cuidar de los demás y al fortalecer nuestra fe a través del servicio y la consagración.


Versículo 2. “Las mujeres tienen el derecho de recibir sostén de sus maridos hasta que estos mueran; y si ellas no han transgredido, tendrán confraternidad en la iglesia.”
Este versículo establece el derecho de las mujeres a recibir el apoyo material y espiritual de sus esposos. También subraya la importancia de permanecer fieles a los convenios del evangelio para mantener la confraternidad y el respaldo de la comunidad de la Iglesia.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El matrimonio es un convenio sagrado basado en el amor, la responsabilidad y el apoyo mutuo. Los esposos tienen la responsabilidad de sostener a sus esposas, no solo materialmente, sino también emocional y espiritualmente.” (“Como compañeros en el evangelio”, Conferencia General, octubre de 2007).

“Las mujeres tienen el derecho de recibir sostén de sus maridos hasta que estos mueran…”
Esta frase subraya la responsabilidad del esposo de proveer para su esposa en los aspectos físicos, emocionales y espirituales mientras viva. Este principio se basa en el modelo divino del matrimonio, donde el esposo y la esposa tienen roles complementarios que reflejan un compromiso mutuo.
El derecho al sostén no solo implica provisión material, sino también cuidado y apoyo en el marco de un convenio sagrado. Este principio refuerza la importancia del matrimonio como una sociedad basada en el amor y la responsabilidad mutua.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Un esposo fiel es responsable de cuidar a su esposa y de proveer para ella, no solo económicamente, sino también con amor, apoyo y respeto.” (“Lo que Dios ha unido”, Conferencia General, abril de 1991).

“…y si ellas no han transgredido…”
La fidelidad a los convenios del evangelio es una condición para recibir las bendiciones completas de la confraternidad de la Iglesia. Esto incluye vivir de acuerdo con las normas y mandamientos del Señor, tanto en el matrimonio como en la vida personal.
Esta frase destaca la importancia de la responsabilidad personal y la obediencia como elementos clave para permanecer en plena comunión con la Iglesia y recibir sus bendiciones.
El élder Richard G. Scott explicó: “La fidelidad a los convenios del evangelio trae la paz y las bendiciones que Dios ha prometido. Si permanecemos fieles, Él nos sostendrá en todas las cosas.” (“Permanecer firmes en la fe”, Conferencia General, abril de 2013).

“…tendrán confraternidad en la iglesia.”
La confraternidad en la Iglesia es el privilegio de participar plenamente en sus bendiciones espirituales, actividades y comunidad. Este derecho es tanto un reconocimiento de la fidelidad como una invitación a seguir siendo parte activa del cuerpo de Cristo.
La confraternidad implica un compromiso mutuo entre los miembros y la Iglesia. Las mujeres fieles tienen derecho a la inclusión y al apoyo espiritual, lo que refleja la igualdad de todos los hijos de Dios en la comunidad del evangelio.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La confraternidad en la Iglesia no solo fortalece nuestra fe, sino que también nos conecta con una comunidad de creyentes que nos apoya en nuestras pruebas y alegrías.” (“El recogimiento de Israel: una prioridad profética”, Conferencia General, octubre de 2018).

Este versículo establece principios fundamentales relacionados con la responsabilidad en el matrimonio, la fidelidad a los convenios y el lugar de las mujeres en la comunidad de la Iglesia. Este versículo subraya que el matrimonio no es solo un vínculo temporal, sino un convenio sagrado basado en el amor, la responsabilidad y el compromiso mutuo.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “El matrimonio es un convenio eterno. Cada cónyuge tiene la responsabilidad de apoyar al otro en todas las cosas, reflejando el amor de Cristo por Su Iglesia.” (“El matrimonio: una unión eterna”, Conferencia General, octubre de 1979).

Este versículo también enfatiza que la confraternidad en la Iglesia es un privilegio basado en la fidelidad personal. Al permanecer fieles a los principios del evangelio, las mujeres no solo aseguran su lugar en la comunidad del Señor, sino que también reflejan el amor y el compromiso de Dios hacia ellas como Sus hijas.


Versículo 4. “Todos los niños tienen el derecho de recibir el sostén de sus padres hasta que sean mayores de edad.”
Este principio destaca la responsabilidad de los padres de proveer para sus hijos en todas las etapas de su desarrollo. Los niños tienen derecho a ser cuidados, alimentados y protegidos hasta que puedan sostenerse por sí mismos.
El presidente Gordon B. Hinckley afirmó: “La responsabilidad más importante que tenemos como padres es cuidar y guiar a nuestros hijos. Ellos dependen de nosotros para satisfacer sus necesidades temporales y espirituales.” (“Los hijos: una bendición y una responsabilidad”, Conferencia General, abril de 1995).

“Todos los niños tienen el derecho…”
Este principio enfatiza que los niños, como hijos de Dios, tienen un derecho inherente al cuidado y protección de sus padres. Este cuidado no es solo un deber moral, sino una obligación divina que refleja la responsabilidad sagrada de criar a los hijos con amor y provisión.
El derecho de los niños al cuidado está profundamente arraigado en los principios del evangelio. Dios, como nuestro Padre Celestial, nos cuida y espera que los padres terrenales hagan lo mismo con sus hijos.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “Cada niño tiene derecho al amor, cuidado y guía de sus padres. Esta es una responsabilidad sagrada que Dios ha puesto sobre todos los padres.” (“El gozo de criar a los hijos”, Conferencia General, abril de 1997).

“…de recibir el sostén de sus padres…”
El “sostén” incluye las necesidades físicas, emocionales y espirituales. Esto implica no solo proporcionar alimentos, ropa y refugio, sino también educar a los niños en los principios del evangelio y prepararlos para enfrentar la vida con fe y rectitud.
Los padres tienen el deber de actuar como mayordomos de los recursos que Dios les ha dado para garantizar que sus hijos sean cuidados adecuadamente y se desarrollen plenamente.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “El hogar debe ser un lugar donde los niños sientan amor y protección. Allí deben aprender los principios del evangelio y recibir el ejemplo de padres justos.” (“Los tres pilares de un hogar feliz”, Conferencia General, octubre de 2007).

“…hasta que sean mayores de edad.”
El concepto de “mayoría de edad” implica un momento en el que los hijos son capaces de sostenerse por sí mismos, tanto material como espiritualmente. Sin embargo, los principios del evangelio animan a los padres a seguir apoyando a sus hijos con guía y consejo amoroso, incluso después de que alcanzan la madurez.
El deber de los padres no termina cuando los hijos son adultos; el apoyo espiritual y emocional sigue siendo esencial a lo largo de la vida. Sin embargo, el objetivo final es ayudar a los hijos a desarrollar independencia y una relación personal con Dios.
El presidente Boyd K. Packer explicó: “Nuestro deber como padres es preparar a nuestros hijos para que sean autosuficientes, responsables y fieles. Este es el mayor regalo que podemos darles.” (“Las responsabilidades de los padres”, Conferencia General, abril de 1994).

Este versículo establece el derecho divino de los niños a ser cuidados por sus padres y la sagrada responsabilidad de los padres de proporcionar ese cuidado. Este principio refleja la naturaleza amorosa de nuestro Padre Celestial, quien cuida de Sus hijos con paciencia y generosidad.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El hogar es el centro del plan de Dios para Sus hijos. Es allí donde los niños deben ser amados, enseñados y cuidados con dedicación y fe.” (“Fortalecer el hogar”, Conferencia General, octubre de 2018).

Este versículo nos recuerda que el cuidado de los hijos no solo es una obligación temporal, sino una parte esencial del plan eterno de Dios. Al cumplir con esta responsabilidad, los padres reflejan el amor de Dios y preparan a la próxima generación para seguirlo con fidelidad.


Versículo 6. “Y se mantendrá el almacén por medio de las consagraciones de la iglesia; y se proveerá lo necesario a las viudas y a los huérfanos, como también a los pobres.”
Este versículo establece el principio de la ley de consagración como un medio para garantizar el bienestar de los más vulnerables dentro de la Iglesia. El almacén del Señor se convierte en una herramienta divina para cuidar de las viudas, huérfanos y pobres, mostrando la naturaleza solidaria y compasiva del evangelio.
El presidente Marion G. Romney explicó: “El almacén del Señor no solo satisface las necesidades físicas, sino que también enseña a los santos a desarrollar el espíritu de consagración y servicio desinteresado.” (“La ley de consagración”, Conferencia General, abril de 1977).

“Y se mantendrá el almacén por medio de las consagraciones de la iglesia…”
El principio de consagración implica que los miembros de la Iglesia ofrezcan voluntariamente sus recursos, tiempo y talentos al Señor para bendecir a los necesitados y avanzar Su obra. El almacén del Señor es una manifestación tangible de este principio, un lugar donde las contribuciones de los santos se utilizan para cumplir con las necesidades temporales y espirituales de la comunidad.
El almacén del Señor no solo es una herramienta administrativa, sino una expresión de la unidad y el amor cristiano que deben caracterizar a la Iglesia. La consagración no es solo un acto de dar, sino un testimonio de fe y confianza en que todo lo que poseemos pertenece al Señor.
El presidente Marion G. Romney enseñó: “La ley de consagración es una ley celestial que nos enseña a compartir y administrar los recursos que Dios nos ha confiado para el beneficio de todos Sus hijos.” (“Viviendo la ley de consagración”, Conferencia General, abril de 1977).

“…y se proveerá lo necesario a las viudas y a los huérfanos…”
Este principio refleja el carácter misericordioso y compasivo del evangelio de Jesucristo. Las viudas y los huérfanos, quienes a menudo son los más vulnerables en cualquier sociedad, tienen un lugar especial en el plan de Dios. Proveer para ellos es un mandato divino que asegura que ningún hijo de Dios quede desamparado.
El cuidado de las viudas y los huérfanos no es solo una responsabilidad social, sino un deber espiritual. Este principio enseña que la Iglesia debe actuar como una familia extendida para aquellos que han perdido su apoyo natural.
El presidente Gordon B. Hinckley afirmó: “Ninguna Iglesia que se llame a sí misma cristiana puede ignorar el mandato de cuidar a las viudas, los huérfanos y los necesitados. Este es el corazón del evangelio.” (“El servicio a los necesitados”, Conferencia General, abril de 1996).

“…como también a los pobres.”
El evangelio de Jesucristo incluye una preocupación constante por los pobres y necesitados. Este mandato universal es una expresión del amor de Dios y un recordatorio de nuestra responsabilidad de compartir nuestras bendiciones con aquellos que tienen menos.
Proveer para los pobres no solo alivia el sufrimiento temporal, sino que también refleja el espíritu de caridad y la naturaleza divina del evangelio. Es un llamado a actuar como las manos del Salvador en la tierra.
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “Cuando cuidamos de los pobres y los necesitados, estamos cuidando del Salvador mismo. Este es un principio central del evangelio.” (“¿Estáis todos vosotros?”, Conferencia General, octubre de 2014).

Este versículo establece un principio fundamental del evangelio: el cuidado de los necesitados mediante la consagración y el servicio. Este versículo subraya la responsabilidad de los santos de mantener el almacén del Señor y garantizar que las viudas, los huérfanos y los pobres sean atendidos.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Ningún esfuerzo por ayudar a los necesitados es insignificante. Cada acto de servicio es una manifestación de nuestra disposición a vivir el evangelio.” (“Que el corazón se incline al servicio”, Conferencia General, octubre de 2009).

Este versículo nos invita a vivir con un espíritu de caridad y a ser instrumentos en las manos de Dios para bendecir a los demás. Al hacerlo, no solo construimos Sion, sino que también reflejamos el amor del Salvador en nuestras vidas y en nuestras comunidades.


Versículo 3. “Y si no son fieles, no tendrán confraternidad en la iglesia; no obstante, podrán permanecer en sus heredades según las leyes del país.”
Este versículo garantiza que las viudas conserven sus derechos legales sobre sus propiedades, incluso si no permanecen activas en la Iglesia. Esto demuestra el compromiso de la Iglesia con la justicia y el respeto por las leyes civiles.
El presidente Dallin H. Oaks expresó: “Las leyes del evangelio no se contraponen a las leyes del país. Como santos, buscamos proteger los derechos y la dignidad de cada individuo dentro y fuera de la Iglesia.”
(“Amor y leyes de Dios”, Conferencia General, octubre de 2009).

“Y si no son fieles, no tendrán confraternidad en la iglesia…”
La fidelidad a los convenios del evangelio es un requisito esencial para disfrutar de la confraternidad plena en la Iglesia. La confraternidad incluye acceso a las bendiciones espirituales, el apoyo de la comunidad de los santos y la participación activa en la obra del Señor.
Este principio subraya la responsabilidad personal de vivir conforme a los mandamientos y los compromisos asumidos. Aunque Dios y la Iglesia siempre extienden amor y misericordia, el gozo pleno de la confraternidad depende de nuestra fidelidad.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “La obediencia a los mandamientos es la clave para acceder a las bendiciones del cielo. La fidelidad a los convenios nos permite disfrutar del compañerismo del Espíritu Santo y de la comunión con los santos.” (“El convenio del recogimiento de Israel”, Conferencia General, octubre de 2018).

“…no obstante, podrán permanecer en sus heredades según las leyes del país.”
Este principio refleja el respeto de la Iglesia por las leyes civiles y el derecho individual de las personas a mantener sus propiedades y derechos legales, independientemente de su fidelidad al evangelio. Aunque alguien pueda perder la confraternidad en la Iglesia debido a su infidelidad, sus derechos terrenales no se ven afectados por ello.
El evangelio de Jesucristo enseña el respeto por las leyes de la tierra (Artículos de Fe 1:12). Este enfoque promueve la justicia y garantiza que las personas no sean privadas de sus derechos básicos, incluso si han fallado en sus responsabilidades espirituales.
El presidente Dallin H. Oaks dijo: “El respeto por las leyes del país es un principio fundamental del evangelio. Como santos, honramos y apoyamos las leyes que protegen los derechos de las personas, incluso cuando esas personas no vivan según los principios del evangelio.” (“La libertad religiosa y las leyes civiles”, Conferencia General, abril de 2015).

Este versículo destaca dos principios fundamentales: la importancia de la fidelidad a los convenios del evangelio para disfrutar plenamente de las bendiciones de la Iglesia y el respeto por los derechos legales de cada persona según las leyes del país.

Este versículo establece un equilibrio entre las leyes divinas y las leyes civiles, mostrando que la Iglesia no busca imponer consecuencias temporales por faltas espirituales fuera de su jurisdicción. En cambio, anima a los miembros a ser responsables de sus decisiones y a valorar tanto sus derechos espirituales como sus derechos legales.
El élder Jeffrey R. Holland resumió este equilibrio al decir: “El Señor siempre extiende misericordia y gracia a quienes regresan a Él. Sin embargo, nuestras decisiones tienen consecuencias tanto espirituales como temporales, y cada una debe ser tratada con justicia y amor.” (“La paciencia y la justicia del Señor”, Conferencia General, octubre de 2013).

Este versículo nos recuerda que la fidelidad es el camino para disfrutar plenamente del evangelio y que, aunque podamos fallar, siempre hay espacio para el arrepentimiento y el regreso a la comunión con el Señor y Su Iglesia.

Deja un comentario