Capítulo 8
Los Consejos Familiares
Cuando un amigo mío empezó a desempeñarse como rec- tor de una pequeña universidad, se mudó con su esposa y sus tres hijos a una residencia de propiedad de la institución. Ya que no tenían que pagar por la vivienda, decidió que podían invertir en un nuevo automóvil. Pero en vez de iniciar el proceso normal de probar diferentes vehículos, negociar con vendedores y finalmente comprar un auto, prefirió valerse del consejo familiar para llegar a una decisión.
“Presentó la idea a la familia en una noche de hogar”, recuerda uno de sus hijos. “Nos pidió a nosotros tres, que en ese entonces íbamos a la escuela primaria, así como a mamá, que diéramos nuestro parecer y presentáramos nuestras preferencias e ideas. Llegamos a la conclusión de que no teníamos suficiente en qué basarnos para tomar una decisión atinada, así que empezamos a recabar información sobre nuevos automóviles, la cual podríamos repasar juntos”.
Mi amigo llevó a su casa folletos, fotografías y hasta diapositivas de los últimos modelos de automóviles. Los niños fueron a la biblioteca pública, se fijaron en docenas de revistas y artículos y hablaron con sus amigos en cuanto a los vehículos de su preferencia. En otra noche de hogar intercambiaron la información que habían recogido y empezaron a reducir la lista de posibles automóviles a considerar. Después la familia hizo varias visitas a concesionarios para probar diferentes autos.
Finalmente, la familia decidió en cuanto a una marca y un modelo en particular, pero ése fue apenas el comienzo del proceso de tomar una decisión final. Todavía tenían que considerar colores y otras opciones. Así que a cada miembro de la familia se le concedió la oportunidad de dar a conocer sus preferencias y cada uno de los detalles fue puesto a votación.
“Después de todo eso”, continuó diciendo el hijo, “la mayoría se decidió por un automóvil color metálico con el interior en azul claro. Mamá había sugerido otro color para el tapizado pero no recibió el voto de aprobación de los demás”.
Siendo que muy pocos concesionarios disponían de unidades en color metálico con interiores en azul claro, tuvieron que hacer un pedido especial a la fábrica en Detroit (estado de Michigan). Mientras aguardaban la llegada del nuevo auto, la familia se reunió con regularidad para planear el viaje de vacaciones que emprenderían como inauguración de su nuevo vehículo familiar. Ajustándose al mismo modelo de juntar información, expresar preferencias e intercambiar ideas como consejo familiar, decidieron hacer un viaje al Parque Nacional Yellowstone.
“Resultó ser un auto extraordinario y el viaje fue magnífico”, comentó uno de los hijos. “No creo que ninguno de nosotros pueda olvidar jamás aquel auto ni aquellas vacaciones, y tampoco el proceso que seguimos para ambas realizaciones”.
El hecho de que todo esto haya sucedido en 1957 y todavía provoque tan buenos recuerdos, es prueba suficiente del poder que puede tener un consejo familiar en el fortalecimiento de los lazos y la unidad familiares, así como en la creación de maravillosos recuerdos.
El élder L. Tom Perry de los Doce Apóstoles explicó que la reunión de consejo familiar es el marco ideal donde enseñar a los hijos “a prepararse para su papel como miembros de la familia y futuros padres”. En los consejos familiares, añadió, el padre y la madre pueden ofrecer capacitación en temas tales como “preparación para el templo, para la obra misional, para la administración del hogar y de la economía familiar, para la educación, el trabajo en la comunidad, el desarrollo cultural, la adquisición y el cuidado de las posesiones personales, el planeamiento para las horas libres, las asignaciones de trabajo, etc.”. También sugirió que antes de que los miembros de la familia se reúnan para tratar asuntos como consejo, sería bueno que los padres llevaran a cabo reuniones de “`comité ejecutivo familiar’ . . . para hacer planes. Este comité, formado por marido y mujer, conversaría, planearía y se prepararía para desempeñar su papel directivo en la organización familiar” (véase Liahona, febrero de 1981, pág. 12).
Al igual que en el caso de otros, el consejo familiar puede ser una fuerza positiva y orientadora en la vida de los miembros de la Iglesia. Puede contribuir al orden en el hogar, ofrecer un medio para sanar sentimientos heridos, dar a los padres un importante elemento para combatir influencias externas y crear la oportunidad de enseñar las importantes verdades del Evangelio. Pero, así como sucede con otros consejos, éste será provechoso únicamente en la medida que esté formado y se le lleve a la práctica debidamente. Por cierto que los principios que gobiernan los consejos familiares son básicamente los mismos que gobiernan los consejos de la Iglesia. Su objetivo general es el mismo. Nosotros queremos para nuestra familia lo mismo que nuestro Padre Celestial anhela para la Suya: “inmortalidad y vida eterna” (Moisés 1:39). Queremos fomentar relaciones que se extiendan más allá de esta vida.
Hace un tiempo, me quedé sorpresivamente sin aire mientras subía por un pequeño cerro. Preocupado, hice una consulta con mi médico y poco después me hallé internado en el Hospital LDS en Salt Lake City. El médico me informó que sería necesario hacer una operación de corazón abierto. El cirujano vino a mi habitación a las 11:00 de la mañana y me explicó en qué consistiría el procedimiento. Cuando se retiraba, dijo: “Reúna a su familia antes de la operación”.
Sinceramente, no presté mucha atención a lo que había dicho. Cuando regresó a verme a las 2:00 de la tarde, me pre- guntó: “¿Ha hecho los arreglos para reunir a su familia?”.
“Pues, no,” le contesté. “No lo hice”.
Me miró de la manera que únicamente puede mirar un cirujano que sabe a lo que se enfrenta su paciente y repitió su admonición anterior: “Reúna a su familia”.
No fue sino hasta ese momento que empecé a comprender que aquella operación podría ser un poco más complicada que lo que en principio se había creído. Así que pedí a los miembros de mi familia que vinieran a mi habitación para efectuar un consejo familiar especial, ocasión en la cual ocurrió algo muy interesante. Cuando los vi a todos alrededor de mi cama, sentí un abrumador deseo de dar instrucciones a mis hijos para el caso de que algo me sucediera. Lo primero que les pedí fue que velaran por su madre y lo segundo, que velaran los unos por los otros. Nada en la vida es más importante que nuestra familia, por lo que debemos aprovechar las oportunidades de aconsejarnos mutuamente. Gracias al sabio consejo que recibí de mi amigo cirujano, mi familia y yo vivimos un momento de unión que permanecerá eternamente como un recuerdo invalorable para todos nosotros. Por encima de cuán difíciles puedan resultar algunos desafíos, debemos superarlos juntos.
En las revelaciones leemos: “He aquí, mi casa es una casa de orden, dice Dios el Señor, y no de confusión” (D&C 132:8). Asimismo, el Señor instruyó a Sus seguidores del siglo diecinueve, diciendo: “Organizaos; preparad todo lo que fuere necesario; y estableced un casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios” (D&C 88:119). Aun cuando estos versículos de las Escrituras se refieren específicamente a los santos templos de Dios, también se les puede y debe aplicar a nuestro hogar. Los consejos familiares, dirigidos por padres rectos y amorosos que se esfuerzan por enseñar a sus hijos a amarse y respetarse mutuamente, pueden, realmente, crear un marco de disciplina, orden y amorosa cooperación en el hogar.
LA PROCLAMACIÓN SOBRE LA FAMILIA
En 1995 la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce publicaron un trascendental documento llamado La Proclamación sobre la Familia. Sólo cinco veces en la historia de la Iglesia la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles han sentido la necesidad de hacer una proclamación al mundo sobre un tema en particular, razón por la cual podemos estar seguros de que esta organización eterna a la que conocemos como la familia tiene una importancia extraordinaria en el reino de nuestro Padre Celestial. Consideremos nuevamente las palabras del documento en lo que se relaciona con nuestro análisis de los consejos de la Iglesia y los consejos familiares:
Nosotros, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, solemnemente proclamamos que el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos.
Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija espiritual de padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos. El ser hombre o mujer es una característica esencial de la identidad y el propósito eternos de los seres humanos en la vida premortal, mortal y eterna.
En la vida premortal, los hijos y las hijas espirituales de Dios lo conocieron y lo adoraron como su Padre Eterno, y aceptaron Su plan por el cual obtendrían un cuerpo físico y ganarían experiencias terrenales para progresar hacia la perfección y finalmente cumplir su destino divino como herederos de la vida eterna. El plan divino de felicidad permite que las relaciones familiares se perpetúen más allá del sepulcro. Las ordenanzas y los convenios sagrados disponibles en los santos templos permiten que las personas regresen a la presencia de Dios y que las familias sean unidas eternamente.
El primer mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva tenía que ver con el potencial que, como esposo y esposa, tenían de ser padres. Declaramos que el manda- miento que Dios dio a sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece inalterable. También declaramos que Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación se deben utilizar sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados, como esposo y esposa.
Declaramos que la forma por medio de la cual se crea la vida mortal fue establecida por decreto divino. Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan eterno de Dios.
El esposo y la esposa tienen la solemne responsabili- dad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos. “He aquí, herencia de Jehová son los hijos” (Salmos 127:3). Los padres tienen la responsabilidad sagrada de educar a sus hijos dentro del amor y la rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, de enseñarles a amar y a servirse el uno al otro, de guardar los mandamientos de Dios y de ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan. Los esposos y las esposas, madres y padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones. La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno. Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa. Hay más posibilidades de lograr la felicidad en la vida familiar cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes. Por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida. La responsabilidad primordial de la madre es criar a los hijos. En estas responsabilidades sagradas, el padre y la madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente. Las incapacidades físicas, la muerte u otras circunstancias pueden requerir una adaptación individual. Otros familiares deben ayudar cuando sea necesario.
Advertimos a las personas que violan los convenios de castidad, que abusan de su cónyuge o de sus hijos, o que no cumplen con sus responsabilidades familiares, que un día deberán responder ante Dios. Aún más, advertimos que la desintegración de la familia traerá sobre el individuo, las comunidades y las naciones las calamidades predichas por los profetas antiguos y modernos.
Hacemos un llamado a los ciudadanos responsables y a los representantes de los gobiernos de todo el mundo a fin de que ayuden a promover medidas destinadas a fortalecer la familia y mantenerla como base fundamental de la sociedad.
¿Puede alguien leer y considerar estas palabras sin captar la inigualable magnitud del hogar y de la familia en lo que respecta al logro de la voluntad de Dios en la vida de Sus hijos? No hubo otra época en la historia en que el mundo haya tenido una necesidad mayor que en el presente de la fortaleza y la seguridad que se pone de manifiesto y se cultiva más que en ningún otro lugar, dentro del profundo y fértil terreno del seno familiar. Y tampoco hubo otra época en que la familia se haya encontrado bajo un ataque más perverso de las fuerzas antagónicas del mundo contra la poderosa fuente de luz que emana del hogar. En estos tiempos tan peligrosos, el éxito de la familia se logra con una variedad de herramientas. Una de las más útiles entre todas ellas es el consejo familiar, tanto como una reunión regularmente programada o cuando surgen necesidades especiales. Es, precisamente, en nuestros consejos familiares donde planeamos actividades para la familia, compartimos las cargas y los regocijos de cada uno de sus miembros y nos aconsejamos mutuamente a fin de permanecer todos en el debido sendero espiritual.
CÓMO COMPARTIR CARGAS Y REGOCIJOS MEDIANTE EL CONSEJO FAMILIAR
Cuando los miembros de una familia empezaron a darse cuenta de que su hogar estaba siendo invadido por la conten- ción, convocaron un consejo familiar para tratar la situación. “Empecé por explicar lo que había observado y cómo me sentía al respecto”, dijo el padre. “Mi esposa hizo lo mismo y, después, cada uno de los siete hijos que todavía quedaban en casa, del mayor al menor, tuvo la oportunidad de expresar sus sentimientos”.
Los padres comprendieron que desde que sus hijos mayores habían salido del hogar, uno de ellos por haberse casado y otro para ir a la universidad, una injusta carga de responsabilidad había recaído sobre los dos hijos mayores de los que quedaban en la casa. Las deliberaciones del consejo resultaron en una distribución más equitativa de responsabilidades entre los hijos, así como una significativa reducción en los niveles de frustración de la familia.
Algo similar sucedió en otra familia de siete hijos. “Como es fácil de imaginar, en una casa con siete hijos a menudo me frustraban los problemas cotidianos”, dijo la madre. “De vez en cuando me sentía abrumada y luego me desanimaba. Esos sentimientos siempre pasaban, pero me preguntaba si acaso llegaríamos a progresar hasta un día poder ser el tipo de familia que considerábamos que debíamos ser”.
Entonces los padres oyeron a una Autoridad General enseñar que el consejo básico de la Iglesia es el consejo familiar.
“Esto me impresionó muchísimo”, dijo la madre. “Después de hablarlo con mi marido, decidimos empezar a efectuar consejos familiares en nuestro hogar. Se lo explicamos a nuestros hijos y comenzamos a llevar a cabo consejos todos los domingos por la noche.
“Me sorprendieron muy favorablemente los resultados que hemos tenido”, continuó diciendo la hermana. “Uno por uno, empezamos a hacer frente a los problemas que veíamos en nuestra familia. De ninguna manera nos consideramos ahora perfectos, pero por primera vez estamos empezando a ver progresos. Y cuando se presenta algún problema nuevo, simplemente me escribo una nota, como lo hacen los demás miembros de la familia, las cuales llevamos a nuestra próxima reunión de consejo para tratarlos”.
Demasiado a menudo se efectúan consejos familiares solamente cuando los padres consideran que hay problemas y cuando piensan que tienen todas las respuestas. De la misma manera que erran algunos presidentes y obispos en otros consejos de la Iglesia al pensar que es su responsabilidad hallar todas las soluciones a los problemas que enfrentan sus respectivas organizaciones, los padres se privan de una valiosa inspiración si deciden no dar la debida consideración a las ideas que sus hijos aportan al consejo familiar. Recuerden que aun cuando los hijos nunca tienen el derecho de ser irrespetuosos con sus padres, sí lo tienen de que se les escuche. Ellos necesitan un ambiente calmo en donde se puedan tratar reglas y principios que ellos no entiendan y en donde se les preste atención. El consejo familiar crea el marco ideal para una comunicación provechosa. Las reglas y las normas familiares serán mucho mejor aceptadas y seguidas si se da a todos los miembros de la familia la oportunidad de participar y de acordar en cuanto a ellas.
Un matrimonio estaba muy preocupado porque una de sus hijas adolescentes se rodeaba de amistades cuyos valores eran muy diferentes a los enseñados por la familia y la Iglesia.
Les inquietaba particularmente la relación que se estaba desarrollando entre su hija y un joven de dudosa reputación. Trataron de combatir la situación tan adversa que acechaba a su hija imponiendo una serie de nuevas reglas familiares, amenazas y medidas disciplinarias. Pero todo eso sirvió sólo para acrecentar la tensión y la contención en el hogar.
Finalmente, los padres decidieron formar un consejo familiar especial integrado por ellos dos y su hija mayor, quien tenía un año más de edad que la que estaba pasando momentos difíciles. “Los tres lloramos al compartir sentimientos de amor mutuo y temores en cuanto a la dirección en que parecía encaminarse nuestra segunda hija”, dijo el padre. “Nuestra hija mayor sugirió respetuosamente que debíamos dejar de criticar a las amistades de su hermana porque corríamos el riesgo de alejarla de nosotros. Recomendó que creáramos un ambiente más amigable en nuestro hogar que alentara a nuestra otra hija a traer a sus amigos a la casa, en donde quizás podríamos ser una buena influencia también para ellos”.
Después de mucho pensar, ayunar y orar, el consejo familiar especial formuló un plan: tratarían de ser lo más positivos posible y se esforzarían por descubrir los aspectos buenos en las amistades de su hija. “Queríamos ser amigos de sus amigos a fin de que ellos no se mostraran tan inclinados a influir en nuestra hija para que nos resistiera”, agregó el padre. “También la animamos a que invitara a sus amigos a venir a nuestra casa a menudo. De esa manera podríamos observarlos más de cerca, permitiéndole a ella, al mismo tiempo, satisfacer sus necesidades sociales”.
El consejo familiar especial también decidió invitar a los misioneros regulares a cenar más seguido. “A medida que nuestra hija fue conociendo mejor a los misioneros y confiando más en ellos, resultó natural y lógico que nosotros le sugiriéramos que ella invitara a sus amigos a escuchar las charlas misionales”, dijo el padre. “La felicitamos haciéndole saber que era la única misionera activa en nuestra familia ya que nadie más que ella tenía amigos que no eran miembros de la Iglesia a quienes poder presentarles el mensaje del Evangelio”.
Las experiencias misionales resultantes fueron surtidas. Cuando los misioneros le enseñaron a la mejor amiga de la joven, dijeron que fueron algunas de las lecciones más espirituales que jamás habían dado. Cuando le enseñaron al muchacho, sin embargo, las charlas no fueron muy bien recibidas. Pero aun eso tuvo un resultado positivo en lo concerniente a la familia. “A las dos o tres semanas advertimos que el joven dejó de venir y de llamar”, comentó el padre. “Más adelante nos enteramos de que estaba diciéndoles a otras personas que nuestra familia era demasiado `mormona’ para él”.
Esos buenos padres dicen que la sugerencia de su hija mayor en aquel consejo familiar especial fue lo que mantuvo unida a la familia. “Estamos muy agradecidos de que el Espíritu del Señor haya obrado a través de ella en favor de nuestra familia”.
Y muy sabios fueron esos padres en prestar más atención a las ideas y los sentimientos expresados por su hija en aquel consejo familiar especial.
DIFERENTES FAMILIAS, DIFERENTES CONSEJOS
Existen tantos tipos diferentes de consejos familiares como los hay de familias. Los consejos familiares pueden consistir en uno de los padres con un hijo, uno de los padres y varios hijos, ambos padres con un hijo o solamente los padres. Más allá del tamaño o de las características del consejo familiar, las cosas que más importancia tienen son la motivación amorosa, una atmósfera de conversación franca y abierta y el estar dispuestos a escuchar a los demás miembros del consejo, así como a los susurros del Espíritu Santo cuando confirma la verdad y la dirección que se debe seguir.
Cuando un matrimonio mayor encontró un momento de tranquilidad en su hogar, dedicaron un par de horas al estudio de las Escrituras. El hombre, quien en ese momento servía como presidente de estaca, interrumpió lo que estaban leyendo en el libro de Mateo para consultar a su esposa sobre un asunto de la estaca.
“Yo nunca hablo de situaciones de mi llamamiento con ella, pero sentí la necesidad de mencionarle algunas preocupaciones generales de la estaca en cuanto a familias que estaban fallando”, dijo él. “Me estaba preocupando nuestra aparente ineptitud de usar el poder del sacerdocio para poner fin a esa tendencia. Habíamos estado tratando de hacer que los líderes del sacerdocio visitaran a los miembros en sus respectivos hogares para obtener una idea de lo que estaba sucediendo en las familias, pero no estábamos teniendo mucho éxito. Así que le pedí a mi esposa, que era la presidenta de la Sociedad de Socorro de nuestro barrio, que me diera su opinión”.
Y qué buena opinión le dio. Como la mayoría de las presidentas de Sociedad de Socorro, esa buena mujer había dedicado una considerable cantidad de tiempo a ayudar y a visitar a las hermanas del barrio en sus respectivos hogares. Indicó que su mayor frustración era no disponer del tiempo suficiente para compartir con los líderes del sacerdocio toda la información que había recogido de los contactos personales con las hermanas, así como de los informes de las maestras visitantes y del servicio compasivo que ella recibía.
“Las reuniones mensuales de bienestar no son suficientes”, dijo ella. “Y a pesar de que hablo frecuentemente con el obispo, por lo general es sobre temas de bienestar específicos y urgentes”.
Al escuchar sus preocupaciones, el esposo empezó a darse cuenta del poder de la Sociedad de Socorro y de las hermanas de la Iglesia y ganó un agradecimiento mayor por le bendición que significaba para él su compañera eterna.
“Ese consejo familiar de marido y mujer nos dio la oportunidad de aconsejarnos mutuamente de una manera significativa”, dijo el presiente. “El Espíritu del Señor estaba con nosotros y como resultado de nuestro intercambio franco y abierto, nos acercamos más al Señor y entre nosotros y nos ayudó a estar en mejores condiciones de ministrar en nuestros respectivos llamamientos”.
Los consejos familiares pueden ser una bendición en la vida de las familias y de cada uno de sus miembros, aquí y en la eternidad. Por medio de ellos podemos acercarnos a nuestras familias y a Dios. También ofrecen una oportunidad singular a padres y madres de extender su amorosa influencia en maneras muy importantes. Otro padre comparte el siguiente ejemplo poderoso sobre ese concepto:
Hace poco mi madre sufrió una embolia que le paralizó el lado izquierdo, lo cual no le permitía tragar. Todo hacía pensar que fallecería esa misma noche. Aun cuando ya nos había dado instrucciones de que no quería que se le mantuviera con vida por ningún medio artificial, el médico aconsejó a mi padre y decidieron tratar que pasara sus últimas horas lo más tranquila posible con la ayuda de oxígeno y de inyecciones intravenosas.
En un determinado momento, durante la larga noche, mamá recobró brevemente el conocimiento y levantó tres dedos, como indicando que sabía que su cuarto hijo todavía no estaba a su lado. Entonces fijó la vista en el aire sobre su cama, extendió sus brazos y sonrió. Tuvimos la impresión de que había visto algo que nosotros no podíamos ver.
Al amanecer todavía estaba con vida pero en estado de coma. Siguió en esa condición por el resto del día y, por la tarde, mi cuñado sugirió que celebráramos un consejo familiar. Tras reconocer la autoridad de mi padre como cabeza de la familia, él sugirió que tuviéramos una oración alrededor de la cama. Así lo hicimos y enseguida mamá despertó. Miró detenidamente a cada uno de los miembros de la familia, a todos, incluyendo a su cuarto hijo, para entonces reunidos en su habitación. Uno por uno los llevó junto a ella y con la mano que podía aún usar, los abrazó reverentemente. Cuando hubo terminado de hacerlo, volvió a recostarse y entró nuevamente en coma. Le dimos una bendición del sacerdocio, pidiendo que ella no se preocupara por nosotros y regresara tranquila a la presencia de nuestro Padre Celestial.
A la mañana siguiente todavía se encontraba de este lado del velo. Durante los dos días próximos, los médicos le hicieron exámenes para determinar si había alguna posibilidad de que se recuperara de la embolia. Finalmente se nos informó que su condición era irreversible y que lo único que la estaba manteniendo con vida era el tratamiento intravenoso. La decisión era nuestra, dijo el médico, en cuanto al momento apropiado para descontinuar el tratamiento.
Mi padre pidió que volviéramos a reunirnos como consejo familiar. Todos los hijos, sus cónyuges y mi tío y mi tía estábamos allí. Una vez sentados, mi padre de ochentiséis años de edad se puso de pie y, después de una oración, pidió el parecer de cada uno de los presentes. Vi a mi padre tomar la iniciativa y dirigir el consejo de la misma manera que lo había visto tantas otras veces. Parecía ganar fuerzas a medida que dirigía los asuntos del consejo con dignidad, respeto y el gran poder del sacerdocio. Finalmente decidimos que aguardaríamos un par de días más antes de pedirle al médico que interrumpiera el tratamiento intravenoso. Tras expresar su amor por mamá y por cada uno de nosotros, dio por terminado el consejo con una oración y la influencia del Consolador siguió junto a nosotros por el resto de ese día.
Mamá falleció en calma varios días después, ganando algo de conocimiento una vez para reconocer la presencia de su hermana y en otra ocasión cuando mi padre le dio una bendición. Todo parecía indicar que estaba aguardando a que, como familia, estuviéramos tranquilos y unidos en la dirección que debíamos seguir. Esa unidad y esa paz fueron el resultado del consejo del sacerdocio, un proceso ordenado por Dios.
Al compartir nuestras familias momentos como éstos, aconsejándonos mutuamente desde el punto de vista del Evangelio y comprendiendo que somos la familia de Dios, llegamos a saber que nos ama, que somos de gran valor para Él, que está interesado en nosotros, que quiere ayudarnos y darnos el apoyo que necesitamos en momentos de crisis. Gran parte de ese apoyo y fortaleza nos llega al aconsejarnos mutuamente.
























