Introducción
La Sinergia Espiritual
En la introducción a mi libro Nuestra búsqueda de la felicidad, pedí al lector que analizara por un momento el sig- nificado de la palabra comprensión. “Es, en realidad,” escribí, “una palabra simple- una palabra que utilizamos casi todos los días. Pero significa algo verdaderamente extraordinario. Mediante la comprensión podemos fortalecer nuestras relaciones, revitalizar vecindarios, unificar naciones y aun traer la paz a este mundo perturbado en el cual vivimos. Sin la comprensión, la consecuencia es, a menudo, el caos, la intolerancia, el odio y la contienda.
“Esto es, en otras palabras, la incomprensión” (Ballard, Nuestra búsqueda de la felicidad, 1).
Al igual que con esa obra previa, mi principal objetivo al escribir este libro es facilitar la comprensión. En este caso, me dirijo, primordialmente, a los miembros de la Iglesia que han sido llamados a desempeñar responsabilidades en uno de los muchos consejos eclesiásticos, tales como presidencias de estaca, obispados, consejos de barrio y de estaca, y presidencias de organizaciones auxiliares. También incluyo a quienes, como adultos responsables, presiden consejos familiares. Es mi sincero deseo que aquellos que lean estas páginas lleguen a entender más cabalmente lo que es un consejo de la Iglesia, cómo debe funcionar y cómo quienes los integran pueden magnificar su contribución al proceso de orientar a través de tales consejos.
En otras palabras, que lleguen a comprender.
Hace varios años se me asignó asistir a una conferencia de estaca en Europa. Cuando llegué al lugar donde se llevaría a cabo la reunión, me presentaron a la presidenta de la Sociedad de Socorro de la estaca, quien estaba muy atareada preparando un refrigerio para la presidencia de estaca y para mí. Aproveché la oportunidad para conversar con ella en forma privada y le agradecí por su fiel servicio.
En el curso de la conversación, le pregunté cómo se sentía en cuanto a su llamamiento en la Iglesia.
“Élder Ballard,” me dijo en un tono de cierta exasperación, “¿llegarán los hermanos en la Iglesia a entender algún día que las hermanas queremos contribuir con opiniones en los asuntos que conciernen a la Iglesia y a sus miembros?” Como se imaginarán, me sorprendió bastante su comentario y la evidente frustración que lo motivaba; así que le pedí que fuera un tanto más específica. “Hay veces que siento que no tengo voz ni voto en el con- sejo,” añadió. “Estoy aquí para servir pero no para contribuir. Cuando hablan de diferentes maneras de llevar a cabo la misión de la Iglesia, jamás piden mi opinión, y cuando toman decisiones como líderes de estaca, nunca me reconocen como una líder capaz de hacer una contribución al desarrollo espiritual de los miembros de la estaca. Algunas veces hasta se refieren a diferentes formas de satisfacer las necesidades de las hermanas en la estaca y ni siquiera me invitan a participar de la discusión. Se me dan asignaciones, y yo hago lo que me piden, pero no siento que se me pida que aconseje. ¿Es así como todo esto debe funcionar?”
Lo primero que me vino a la mente fue: “¿Cómo es posible que suceda esto? esta hermana forma parte del consejo de estaca en su condición de presidenta de la Sociedad de Socorro. ¿Cómo es posible que no sienta tener parte en el asunto?” Le aseguré que no estaba dentro del programa del Señor hacer a un lado las magníficas aptitudes espirituales de quienes han sido llamados por inspiración para presidir organizaciones de estaca y de barrio tales como la Sociedad de Socorro, las Mujeres Jóvenes y la Primaria. Fue Dios, sin duda, quien inspiró la creación de un sistema de consejos que tiene como finalidad emplear la visión y la experiencia de todos cuantos sean llamados a servir en importantes responsabilidades de liderazgo en el barrio y en la estaca. Pero mi conversación con aquella buena hermana me dio mucho en que pensar: ¿Cuántas de nuestras presidentas de la Sociedad de Socorro se sentirán de la misma manera? ¿Cuántas de las presidentas de la Primaria o de las Mujeres Jóvenes? ¿Cuántos de nuestros presidentes de quórum de élderes, líderes de grupo de sumos sacerdotes, miembros de sumos consejos y otros líderes de organizaciones sentirán que no se les tiene en cuenta en el consejo o dentro del barrio o la estaca en la que sirven?
¿Cuán bien entendemos el sistema de consejos?
¿Lograremos apreciar el poder, la vitalidad y el empuje que dicho sistema puede aportar a nuestros respectivos ministerios entre los hijos de Dios en estos últimos días?
Esta experiencia y otras similares me han impulsado a tratar el tema en discursos de conferencias generales. De hecho, en dos conferencias consecutivas, desde el púlpito del Tabernáculo de la Manzana del Templo de Salt Lake City, me referí a la importancia del sistema de consejos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Intenté enseñar sobre el gran poder espiritual y la dirección inspirada que resulta de los consejos familiares, de barrio y de estaca, debidamente dirigidos. Prometí a los padres que sus hogares serán enormemente bendecidos si encaran todos los asuntos como familia. También prometí a los líderes de barrio y de estaca que su servicio será más eficaz si aprenden a integrar la sabiduría, la experiencia, la fe y el testimonio de cada miembro de los consejos de la Iglesia.
Después de mi primer discurso sobre el tema, estaba ansioso por determinar si mis palabras habían sido comprendidas, particularmente por nuestros buenos obispos. Tal vez se deba a mis antecedentes empresariales, pero estoy siempre interesado en ver resultados. Así que en las sesiones de capacitación que dirijo en varios lugares del mundo, dedico gran parte de la atención a la importancia del consejo de barrio. Como parte de la capacitación formo, con quienes asisten a la reunión, un consejo de barrio simulado. A uno de los obispos presentes se le asigna dirigir el consejo y se le da el caso hipotético de una familia menos activa. Entonces le pido al obispo que use el consejo de barrio para formular un plan con el fin de activar a la familia en cuestión.
Sin excepción, el “obispo” toma la iniciativa en la situación y dice: “Éste es el problema, y esto es lo que pienso que debemos hacer para solucionarlo,” y después hace asignaciones a los diferentes miembros del consejo de barrio. Supongo que es un buen ejercicio en el arte de delegar, pero no alcanza siquiera a emplear la experiencia y la sabiduría de los miembros del consejo para solucionar el problema. Entonces sugiero al obispo que trate de nuevo, pero que esta vez pida algunas ideas y recomendaciones de los demás miembros de su consejo antes de tomar una decisión. Particularmente lo insto a que procure las ideas de las hermanas. Con esto trato de enseñar el concepto de que, aun cuando el hombre y la mujer tienen diferentes responsabilidades, ambos incorporan a su servicio en la Iglesia antecedentes, talentos, experiencias y puntos de vista de diversa índole. No es ningún secreto que el hombre y la mujer tienden a ver las cosas desde sus respectivos puntos de referencia- los cuales son igualmente válidos e igualmente útiles y necesarios en la función que cumplen nuestros consejos. No es extraño que cuando el obispo invita a los miembros del consejo a aportar ideas durante la sesión de capacitación, es como abrir las compuertas de los cielos y que, de pronto, una impresionante corriente de inspiración empiece a fluir entre los miembros del consejo al planear la manera de hermanar a una familia menos activa.
Al ser testigo de esta misma escena en reiteradas ocasiones, decidí que no estaría de más escribir detalladamente sobre la importancia de los consejos, ya que existe una gran necesidad en la Iglesia de que los líderes, particularmente los presidentes de estaca, obispos y padres, entiendan y cultiven el poder espiritual que ofrece el sistema de consejos. No hay problema familiar, de barrio o de estaca que no se pueda superar si procuramos la solución a la manera del Señor, o sea, consultando juntamente.
Antes de continuar, sin embargo, tal vez deberíamos dedicar un momento a considerar una definición del término consejo, para asegurarnos de que estamos encarando el tema desde la misma perspectiva. Después de todo, si buscamos la palabra en el diccionario, encontraremos muchas definiciones. En lo que concierne a nuestro análisis, quisiera ofrecer la siguiente definición de los consejos de la Iglesia, extraída de la publicación Encyclopedia of Mormonsm :
El concepto de consejos en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días abarca tanto una filosofía de proceder administrativo como la descripción de una unidad o un cuerpo organizativo. Existen consejos formalmente constituidos, tales como el Consejo de los Doce Apóstoles, . . . sumos consejos de estaca y consejos de barrio o de estaca integrados por oficiales de quórumes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares. A esos consejos se añaden otros especialistas (en actividades deportivas, de mayores solteros, etc.) de acuerdo con necesidades específicas. Los consejos de la Iglesia coordinan y programan actividades, recopilan información, planean programas o eventos, y toman decisiones y resuelven problemas dentro de sus respectivas unidades…
La filosofía de un consejo es lo que el sicólogo Thomas O’Dea denominó una “democracia de participación” en la cultura mormona (The Mormons [Chicago, 1964] , pág. 165). En las reuniones regulares de consejo se consideran necesidades tanto individuales como de las respectivas organizaciones. Tras reconocer las circunstancias particulares de una determinada unidad, de una zona geográfica o de un grupo de personas, el consejo determina los programas y las actividades que necesita planear y correlacionar. (El consejo no tiene el poder de adoptar ninguna decisión final; esa responsabilidad descansa sobre el líder de la unidad, tal como el presidente de estaca o el obispo.)
Los consejos son algo más que mecanismos de coor- dinación de operaciones; también sirven como conductos para la instrucción y el desarrollo de la familia, del barrio, de la estaca, de la región, del área y de la Iglesia en general. Mediante su participación en los consejos, los miembros aprenden a tratar asuntos organizativos más grandes. En los consejos se exponen al liderazgo en acción, aprenden a planificar, a analizar problemas, a tomar decisiones y a coordinar. La participación en los consejos contribuye a la preparación de los miembros para futuras responsabilidades de liderazgo. (“Priesthood Councils,” en Ludlow, Encyclopedia of Mormonism, 3:1141-42)
Considero que ha llegado el día en que no podemos tener esperanzas de edificar una Iglesia ni de traer el corazón y el alma de nuestros miembros a Cristo sin emplear cada uno de los recursos que el Señor nos ha dado para que podamos aprovechar nuestras oportunidades y hacer frente a los obstáculos que se interponen en nuestro paso. Por ejemplo, los líderes en todas partes de la Iglesia están enormemente preocupados ante la falta de madurez espiritual de muchos miembros. Nos preocupa la inactividad de tantos nuevos miembros de la Iglesia. Es mi parecer que la respuesta a estas preocupaciones está en entender y en usar debidamente nuestros consejos, especialmente el consejo de barrio. ¿Cuesta acaso demasiado creer que los obispos y los presidentes de rama de la Iglesia pueden echar mano a todas las fuentes de ayuda de que disponen para poner fin a esta pérdida innecesaria de tantos de los hijos de nuestro Padre Celestial?
Si el líder misional de barrio entendiera que las organizaciones auxiliares son recursos para ayudar en la obra misional, podría sugerir a la presidencia de la Sociedad de Socorro que visite la casa de una familia de investigadores en el momento en que los misioneros estuvieran enseñándoles las charlas, y que inviten a la madre de la familia a asistir a una actividad o reunión de la Sociedad de Socorro. No es necesario llevar a cabo una reunión adicional; todo lo que se requiere es un líder misional alerta que pida la ayuda del consejo de barrio para trabajar con los misioneros a fin de hermanar a una familia en la Iglesia. Del mismo modo se puede pedir la participación de los líderes de Hombres Jóvenes, de Mujeres Jóvenes y de la Primaria para ayudar a aquellos miembros de esa misma familia que pertenezcan a cada organización. Se dan cuenta de cuán fácil y apropiado resultaría generar un proceso de hermanamiento que contribuya a la conversión y a la retención de un hombre, una mujer o un jovencito que esté investigando la Iglesia? Si en las reuniones de consejo cada uno de sus miembros se mostrara interesado en colaborar con los misioneros, creo que muchos más de nuestros conversos serían completamente hermanados en la Iglesia.
El mismo concepto se aplica a casi toda otra situación que concierna a un barrio, a una rama, a una estaca o a una familia. Por ejemplo, nos preocupan los miembros menos activos de la Iglesia. Pasamos muchas horas en diferentes reuniones hablando de ellos y planeando la mejor manera de influir positivamente en sus vidas. ¿Se dan cuenta del posible poder del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares trabajando en forma conjunta para llegar sistemáticamente a las familias y a las personas en forma individual? Considero que la solución al problema de la actividad al que se enfrentan nuestros barrios y nuestras estacas está en los consejos del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares. También creo que Satanás no quiere que comprendamos cómo usar eficazmente el sistema de consejos.
A las Autoridades Generales nos ha estado preocupando por años la pesada carga que llevan sobre sus hombros nuestros obispos y presidentes de rama. En lo que a mí respecta, la mejor manera de aliviar parte de esa carga es dar una mayor participación a los consejos.
Durante la gran parte de mi vida adulta, antes de ser lla- mado como Autoridad General en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y siguiendo los pasos de mi padre, trabajé como concesionario de automóviles. A lo largo de los años aprendí a apreciar el sonido y el rendimiento de un motor bien ajustado. Para mí, particularmente, es algo casi musical desde el suave ronroneo del motor de un coche parado, hasta el vibrante rugido de un acelerador a fondo. Y la fuerza que representa el sonido es todavía más electrizante. No hay casi nada que se compare a la experiencia de sentarse detrás de la dirección de un magnífico automóvil cuando todos los pistones funcionan como es debido y todas sus piezas se complementan.
Por otro lado, no hay nada que exaspere más que un coche que no funcione como debe. No importa cuán hermosamente esté pintado ni cuán cómodo sea su interior, un auto con un motor de funcionamiento limitado es apenas un estuche vacío. Aun cuando es posible que un automóvil ande con unos pocos cilindros en funcionamiento, jamás llegará tan lejos ni será su marcha tan rápida, ni será su andar tan suave y placentero, como cuando está debidamente ajustado. Y cuando unos pocos cilindros tienen que hacer el trabajo de varios, el grado de rendimiento decrece considerablemente.
Lamentablemente, hay demasiadas estacas, demasiados barrios y demasiadas familias en la Iglesia que funcionan con la fuerza de unos pocos cilindros inclusive hay algunas que están tratando de lograrlo con apenas uno. El barrio de un solo cilindro es aquel en el cual el obispo se hace cargo de todos los problemas, toma todas las decisiones, lleva a la práctica todas las asignaciones y hace frente a todos los desafíos. Entonces, al igual que sucede con cualquier otro cilindro sobrecargado, empieza a fallar y termina quemándose.
Recuerdo una conversación que tuve una vez con un joven obispo. Al referirse con afecto a su ministerio, confesó aquello que más le abrumaba. “Mi mayor frustración,” me dijo, “es no contar con todo el tiempo que necesito para hacer todo cuanto tiene que ser hecho”.
Cuán vívidamente recordé ese sentimiento de frustración al pensar en la época cuando yo había sido obispo; así que traté de mantenerme serio cuando le dije: “¡No creo que haya habido jamás otro obispo en toda la historia de la Iglesia que se haya sentido como usted!”.
Naturalmente que las demandas que pesan sobre nuestros obispos son enormes. Hay determinadas llaves del sacerdocio que únicamente ellos poseen, así como ciertas funciones en el barrio que solamente ellos pueden cumplir. Pero los obispos no son llamados para hacer todo por todos, sino que se les llama para presidir y para guiar y para extender el amor de Dios a todos Sus hijos. Pero nadie, y mucho menos nuestro Padre Celestial, espera que hagan todo por sí solos.
Lo mismo se puede decir de nuestros presidentes de estaca, presidentes de quórum, presidentes y presidentas de las organizaciones auxiliares y de las madres y los padres en el seno familiar. Todos tienen responsabilidades que absorben gran parte de su tiempo, sus aptitudes y su energía; pero de nadie se espera que lo hagan solos. Dios, el Gran Organizador, inspiró la creación de un sistema de comités y de consejos. Si se les entiende debidamente y si se les forma y emplea con cuidado, ese sistema hará más liviana la carga de cada líder y extenderá el alcance de su ministerio, combinando el sentido común, el talento y la prudencia de muchos líderes que tienen el derecho de recibir la guía y la inspiración del Espíritu Santo. El sistema de consejos también actúa como salvaguardia de la Iglesia, ofreciendo respaldo y fuerzas en aquellos aspectos en los que un líder, por sí solo, tal vez sea insuficiente.
Como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles yo integro un buen número de consejos y de comités generales de la Iglesia. Una de las mayores bendiciones en mi vida ha sido la oportunidad de servir junto a hombres y mujeres de gran dedicación, cuyo deseo más grande es hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial. Muchas y maravillosas han sido las experiencias que hemos tenido al deliberar y buscar soluciones en forma conjunta, muchas veces por largas horas, formulando planes, programas y normas que sirvan para bendecir y fortalecer por igual a todos los miembros de la Iglesia en estos tiempos tan difíciles y desafiantes.
Aun cuando considero que dicho servicio es una oportunidad extraordinaria, no tengo reparo en afirmar que nuestra tarea no resulta siempre tan fácil como podría parecer. Con la gran diversidad de idiomas, de culturas y de idiosincrasias que existen en la actualidad dentro de la Iglesia, todos los planes elaborados a nivel general tienen que ser tanto amplios como estrechos; lo suficientemente amplios para satisfacer las distintas necesidades de millones de miembros en docenas de países, y lo suficientemente estrechos para alcanzar a cada uno en forma individual. Con tal fin es que los líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares se arrodillan regularmente ante el Señor, para procurar Su guía. Y es así que nos hemos visto edificados por el espíritu de inspiración- y aun de revelación que hemos recibido.
En muchos aspectos, nuestros consejos generales de la Iglesia funcionan de la misma manera en que los consejos de las unidades y familiares deberían funcionar. Bajo la dirección del sacerdocio y la influencia del Espíritu Santo, estos consejos deben invitar a un intercambio libre y abierto y a una comunicación clara y fluida. Nuestros objetivos mutuos deben ser siempre claramente entendidos. Todo cuanto hacemos, todo cuanto enseñamos, todo plan que diseñamos debe tener como finalidad ayudar a los hijos de Dios a disfrutar las bendiciones plenas del Evangelio. En este esfuerzo, los consejos deben servir de apoyo a las familias, y tratar de no competir nunca con ellas.
Por lo tanto, nuestras reuniones de consejo tienen que ver con responsabilidades y deberes, y no con jurisdicciones. Ofrecen a los quórumes del sacerdocio y a las organizaciones auxiliares de la Iglesia la oportunidad de unirse en un espíritu de cooperación fraternal con la finalidad de ayudar a nuestro Padre Celestial a lograr Su obra y Su gloria de “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés I:39). Lo mismo acontece en nuestros consejos familiares, sólo que allí padres e hijos aunan fuerzas de una manera decisiva y dinámica para asegurar que no haya lugares vacíos alrededor de la mesa familiar eterna.
Y nunca ha habido un momento como éste en que fueran tan necesarios esos esfuerzos conjuntos entre los miembros de la familia y entre los hombres y mujeres líderes de la Iglesia en favor de los hijos de nuestro Padre Celestial. Vivimos días peligrosos, y ellos requieren absoluta vigilancia de parte de aquellos a quienes se ha confiado la responsabilidad de velar por el reino. Nuestras responsabilidades individuales son enormes, pero igualmente importantes son las responsabilidades que compartimos con los demás en el hogar y en la Iglesia de aunar nuestros esfuerzos para ser una bendición en la vida de los miembros de nuestra familia y de todos nuestros hermanos y hermanas eternos.
LA SINERGIA ESPIRITUAL
La ciencia define la sinergía como la “acción combinada de diversas acciones tendientes a lograr un efecto único [mayor que la suma de las acciones individuales]” (véase Diccionario Pequeño Larousse, 1997). El antiguo moralista Esopo solía ilustrar este concepto sosteniendo un palo y pidiendo entre quienes lo escuchaban un voluntario que creyera poder romperlo. Por cierto que la persona rompía el palo fácilmente. Entonces Esopo juntaba dos palos de idéntico tamaño y le pedía al mismo voluntario que los rompiera al mismo tiempo. Esto era más difícil pero generalmente lo podía hacer sin mayor dificultad. El proceso se repetía agregando un palo a la vez, hasta que el voluntario ya no podía romperlos. La moraleja de la ilustración de Esopo era sencilla: individualmente somos débiles, pero juntos somos fuertes.
Dios nunca tuvo la intención de que, ante situaciones y responsabilidades importantes, Sus hijos tomaran decisiones en forma individual. Durante nuestra existencia premortal, Él mismo reunió a un gran concilio ante el cual presentó Su glorioso plan para nuestro bienestar eterno. Su iglesia está organizada con consejos a todos los niveles, empezando por el Consejo de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles en línea descendente hasta llegar a los consejos de estaca, de barrio y familiares. El A. . . El cuerpo no es un solo miembro, sino muchos . . .
Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso.
Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo.
Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros . . .
Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros.
De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan (1 Corintios 12:14,18- 21, 25-26).
El apóstol Pablo enseñó que el Señor organizó la Iglesia, con apóstoles, profetas y otros oficiales y maestros, “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe” (Efesios 4:12-13).
En su carta a los santos de Corinto, Pablo comparó a los miembros de la Iglesia y sus varias responsabilidades con el funcionamiento del cuerpo humano:
Las Escrituras dejan en claro que aun cuando nuestras funciones respectivas puedan ser diferentes y tal vez cambien de tanto en tanto, todas son igualmente importantes para el debido funcionamiento de la Iglesia. Tenemos necesidad de que los quórumes del sacerdocio se afirmen a sí mismos y cumplan con sus responsabilidades divinamente ordenadas, de la misma manera que necesitamos que la Sociedad de Socorro, la Primaria, las Mujeres Jóvenes, la Escuela Dominical y los comités de actividades realicen sus funciones vitales. Y es menester que todas esas organizaciones inspiradas trabajen juntas en consejos, ofreciéndose ayuda mutua según se la necesite, para el beneficio de las personas y de las familias.
Hace pocos años, Sherry, una mujer divorciada y madre de dos hermosas hijas, se mudó a un nuevo barrio. Había estado inactiva en la Iglesia por mucho tiempo, pero últimamente sentía anhelos espirituales. Así que se alegró mucho cuando la presidencia del quórum de élderes se ofreció para ayudar en la mudanza y hasta aceptó la invitación que le hicieron para asistir a una reunión social esa misma semana.
A la noche siguiente pasó a visitarla la presidencia de la Sociedad de Socorro, y después lo hicieron también la asesora de una de sus hijas en el programa de las Mujeres Jóvenes y la maestra de la Primaria de su otra hija. Para cuando el obispado llegó a verla esa noche, Sherry sentía como que ya conocía a todos los miembros del barrio. Cada una de las visitas había sido cálida y amigable, y cuando llegó el domingo, Sherry y sus hijas estaban ansiosas de ir a la Iglesia.
“Ninguna de esas personas me conocía”, dijo Sherry más tarde, “y pese a ello, me hicieron sentir como que había regresado al lugar donde había vivido toda la vida”.
Y en cierta manera, así era. Las demostraciones de afecto e interés genuino le dieron el valor que necesitaba para hacer cambios importantes en su vida. En menos de una semana recibió un llamamiento en el barrio y sus hijas estaban totalmente envueltas en las actividades de sus respectivos grupos.
A medida que Sherry se sintió acogida y aceptada por los miembros e integrada al nuevo barrio, también empezó a sentir la influencia del Espíritu del Señor. Su testimonio se vio revitalizado y su fe restaurada. Tras poco más,de un año de haberse mudado al barrio, muchos de sus nuevos amigos y vecinos la acompañaron al entrar al templo, donde hizo sagrados convenios que hasta el día de hoy guarda fielmente.
No hace mucho tiempo tuve la oportunidad de hablar sobre tal experiencia con el obispo de Sherry. “Realmente quisiera poder decir que las cosas siempre suceden de ese modo”, me comentó. “Hay veces que las cosas resultan bien y otras que no, pero cuando la totalidad del programa de la Iglesia se combina en la acción de un consejo, como al concentrarse en las necesidades de una familia o de una persona, pueden llegar a producirse verdaderos milagros”.
Doy testimonio de que esos milagros pueden producirse siempre que estemos preparados para trabajar juntos — los hombres y las mujeres que servimos en los quórumes y en las organizaciones auxiliares de la Iglesia — a fin de que se produzcan. No estamos embarcados en una obra de hombres o de mujeres; ésta es la obra de Dios y nosotros estamos a Su servicio.
El presidente Ezra Taft Benson dijo en una ocasión:
Hay un principio que se cita en Doctrina y Convenios el cual, a pesar de estar dirigido específicamente a los quórumes más altos de la Iglesia, se aplica a todos los consejos en el gobierno de la misma. Esto es lo que leemos en la sección 107: . . .”Las decisiones de estos quórumes [o consejos] . . . se deben tomar con toda rectitud, con santidad y humildad de corazón, mansedumbre y longanimidad, y con fe, y virtud, y conocimiento, templanza, paciencia, piedad, cariño fraternal y caridad” [D&C 107:30] . . . A mí me da la impresión de que éste es el modelo que el Señor desea que sigamos al operar por medio de los consejos del sacerdocio en todos los niveles del gobierno de la Iglesia. Debemos ser uno en todos los aspectos de esta obra . . . pues todas las cosas son espirituales para aquel a quien reconocemos como el Maestro. (“Church Government through Councils”, Ensign, mayo de 1979, 88- 89.)
Siempre he observado que cuando los líderes hacen el debido uso de comités y consejos, muchas vidas son bendecidas. Al igual que un automóvil cuidadosamente fabricado que opera al máximo grado de eficacia, tales organizaciones de la Iglesia hacen avanzar la obra del Señor más rápidamente y en forma más extensa. Están unidas, y juntas disfrutan mucho más del viaje por la carretera del servicio en la Iglesia.
Una manera importante de hacer crecer la unidad y la eficacia de nuestros consejos de barrio y de estaca es tener presente que todos los miembros de dichos consejos tienen una doble responsabilidad: no sólo representan las necesidades y los puntos de referencia de las respectivas organizaciones que han sido llamados a dirigir, sino que además cada uno de ellos sirve como miembro del consejo, compartiendo de una manera equitativa una mayordomía para con el éxito de la obra del Señor en esa parte del reino. Por lo tanto, cuando se trata un asunto que afecta de una manera u otra a todos los miembros del barrio o de la estaca, se debe dar suma consideración a los puntos de vista y a las recomendaciones de todos y cada uno de los miembros del consejo, tanto de los hermanos como de las hermanas. Tal proceder generará decisiones más prudentes así como un cometido mayor al llevar a la práctica aquello que se decida hacer.
























