El Divino Sistema De Consejos

El Poder
De Los Consejos


A lo largo de mis años de servicio en la Iglesia, he sido testigo de ejemplos extraordinarios del poder que hay en la función de los consejos. Hace unos años, cuando servía como obispo, una familia de nuestro barrio pasó por una dura crisis cuando el padre quedó sin empleo. Bastante preocupado por su situación, les visité para asesorarles y para ofrecer el apoyo y la asistencia de la Iglesia. Pese a la dificultad por la que atravesaban, se mostraron renuentes a mi ofrecimiento, así que presenté el asunto ante el comité de bienestar y el consejo del barrio. En un espíritu de amorosa confidencialidad, compartí con ellos mi preocupación por aquella buena familia y pedí sus ideas sobre cómo podríamos ayudarla. Nuestra presidenta de la Sociedad de Socorro se ofreció para hablar con la madre de la familia a fin de determinar sus necesidades inmediatas y hacer lo que estuviera a su alcance para obtener las cosas más apremiantes todo lo cual, por supuesto, correspondía a su responsabilidad, de acuerdo con el programa de la Iglesia. En menos de dos días ella logró lo que yo no había podido lograr, y la familia, con humildad y agradecimiento, aceptó la ayuda ofrecida. El presidente del quórum de élderes habló con el padre lo cual, por supuesto, tenía el derecho y el deber de hacer y juntos buscaron maneras de mejorar su situación laboral. Nuestro presidente de los Hombres Jóvenes advirtió que la casa de aquella familia necesitaba una buena mano de pintura, así que hizo los arreglos para que sus presbíteros trabajaran con el grupo de sumos sacerdotes en esa tarea.

En el curso de mis conversaciones con los padres, me enteré de que estaban seriamente endeudados y atrasados en el pago de la hipoteca. Basándome en las pautas aprobadas del sistema de bienestar, les pregunté si tenían algún familiar que estuviera dispuesto a tenderles una mano en ese momento de necesidad, pero recibí poca información al respecto. Sin embargo, la presidenta de la Sociedad de Socorro, se enteró de que la madre tenía un hermano en muy buena situación económica.

“Sería la última persona a quien le pediría nada”, dijo la madre. “Hace años que no nos hablamos. No puedo ir después de todo este tiempo y decirle: ¿Te acuerdas de mí? Soy tu hermana. ¿Podrías prestarme dinero?”’.

Entendí perfectamente el dilema en el que se encontraba pero, no obstante ello, consideré que era importante seguir el orden establecido por la Iglesia. Finalmente, tras hablar más a fondo sobre el asunto, ella me autorizó para que me pusiera en contacto con su hermano, quien vivía en una ciudad distante. Lo llamé y le expliqué las circunstancias tan difíciles en las que se encontraba su hermana menor. A los tres días el hombre llegó a Salt Lake City y ayudó a su hermana a poner en orden su situación económica. Mientras tanto, el presidente del quórum de élderes siguió ayudando al padre de la familia a buscar un empleo estable con un ingreso decente. En poco tiempo, la familia gozó de una mayor seguridad que nunca hasta ese momento.

Lo que es más importante, sin embargo, es que como familia también estaban más unidos que antes. Creo que jamás vaya yo a olvidar el momento tan emotivo en que aquella buena hermana se reencontró con su hermano después de tantos años de alejamiento. Aun cuando él se había distanciado de la Iglesia, se creó un vínculo espiritual inmediato que se puede entender únicamente dentro del contexto del Evangelio. Así que, probablemente, no le sorprenderá a nadie saber que como resultado de aquella experiencia, el hermano con el tiempo volvió a la actividad plena en la Iglesia y renovó su relación con su familia. Y todo eso sucedió debido a los inspirados esfuerzos de un fiel consejo de barrio que funcionó conforme al programa que Dios diseñó para Sus hijos por medio de Sus siervos.

A lo largo de años de experiencias tales, he llegado a la firme conclusión de que el sistema de consejos de la Iglesia ha sido divinamente estructurado para ser una bendición en la vida de los hijos de nuestro Padre Celestial. Y para ser totalmente sincero, a veces me cuesta entender cómo es que tantos de nuestros líderes no logran captar la visión de la medida en que el trabajo a través de los consejos puede ampliar su capacidad para lograr todo cuanto el Señor espera de ellos dentro de sus respectivas mayordomías.

Por ejemplo, uno de los más grandes desafíos a que se enfrenta la Iglesia en la actualidad es la necesidad de hermanar y retener al creciente número de nuevos conversos. En ciertas partes del mundo, donde año tras año se bautiza a una cantidad equivalente al número necesario para formar un nuevo barrio, ésta es una tarea por demás ardua. Sería muy difícil, si no imposible, para un obispo o presidente de rama tan siquiera considerar la realización de esta asignación sin los continuos esfuerzos de los abnegados consejos en los que sus miembros actúan en forma mancomunada para el beneficio de todos los hijos de Dios en su barrio o rama.

De igual manera, el consejo de barrio que en forma regular trata de determinar cómo los quórumes y las organizaciones auxiliares pueden ofrecer oportunidades de hermanamiento a todos cuantos están investigando la Iglesia, puede hacer mucho por cultivar un sentido de aceptación dentro del barrio. Por ejemplo, si las hermanas de la Primaria invitaran a los niños de las familias de investigadores a asistir a la Primaria, esos niños harían nuevos amigos y sentirían que la Iglesia realmente está interesada en ellos. Por cierto que esto ayudaría a los misioneros en el proceso de conversión. Todos los miembros del consejo deben buscar la forma de dar a los investigadores la oportunidad de entablar una relación con otras personas además de los misioneros. El líder misional del barrio puede coordinar este esfuerzo a través del comité ejecutivo del sacerdocio y directamente con los líderes de las organizaciones auxiliares. Debemos tener presente que el líder misional del barrio se reúne todas las semanas con los misioneros regulares para hablar de las familias a las que están enseñando y coordinar sus esfuerzos.

En un sentido muy real, el consejo de barrio es el “brazo receptor” de la Iglesia. Si los consejos de barrio funcionan como es debido, todo nuevo converso será hermanado, se le asignarán maestros orientadores y maestras visitantes y se le extenderá un llamamiento apropiado a los pocos días de su bautismo. Asimismo, los menos activos recibirán llamamientos que les harán saber que los miembros del barrio los necesitan y los aman.

Desde el año 1985 he servido como miembro de un consejo compuesto de doce hombres. Provenimos de diferentes orígenes y llevamos al Quórum de los Doce Apóstoles una gran diversidad de experiencias en la Iglesia y en el mundo. Tengan la seguridad de que en las reuniones no nos sentamos simplemente aguardando que el presidente de nuestro quórum nos diga lo que debemos hacer. Intercambiamos ideas y nos escuchamos mutuamente con profundo respeto hacia las diversas aptitudes que cada uno aporta al quórum. Tratamos toda una gama de temas, desde los relacionados con la administración de la Iglesia hasta aquellos ligados a acontecimientos mundiales, y lo hacemos con toda franqueza y amplitud de criterio. Hay asuntos que se discuten por semanas, por meses y hasta por años antes de que se adopte una decisión. No siempre estamos de acuerdo durante el curso inicial de nuestras deliberaciones. Sin embargo, una vez que se toma una decisión, la respaldamos sin reservas.

Claro está que en el Quórum de los Doce Apóstoles jamás olvidamos el principio rector de la revelación por medio de aquellos que poseen las llaves del sacerdocio para dirigir y ejercer autoridad. Aun cuando el sentimiento y las opiniones vertidas en los consejos son esenciales para  el éxito del gobierno en el Evangelio, quienes servimos en los consejos de la Iglesia debemos tener cuidado de  no confundir nuestro papel en ese proceso. El consejo no es un foro democrático. No existe el poder de vetar ni se aplica el concepto de mayorías. A pesar de lo importante que es el aporte de los consejos para la operación de cada unidad de la Iglesia, nunca sobrepasa la dirección del Santo Espíritu que se manifiesta a través de la revelación dada a quienes poseen las llaves de autoridad.

El presidente David O. McKay se refirió una vez a una reunión del Quórum de los Doce Apóstoles en la que surgió una pregunta sobre un tema de enorme trascendencia. É1 y los demás apóstoles eran de la firme opinión de que se debía seguir un cierto curso de acción, y estaban preparados para dar a conocer su parecer en una reunión con la Primera Presidencia más tarde ese día. Mas para su sorpresa, el presidente Joseph F. Smith, contrario a lo que era su costumbre, no pidió la opinión del quórum en cuanto a dicho asunto. En cambio, se puso de pie y dijo: “`Esto es lo que quiere el Señor’.

“Pese a no ser compatible con lo que [nosotros] pensábamos”, escribió el presidente Mckay, “el presidente Francis M. Lyman, Presidente de los Doce, fue el primero en ponerse de pie para decir: “Hermanos, hago la moción de que ésa sea la opinión y dictamen de este consejo’.

“`Apoyo esa moción’, dijo otro de los miembros, y así fue adoptada en forma unánime. No habían transcurrido seis meses cuando la sabiduría de aquel líder quedó demostrada” (Gospel Ideals, pág. 264).

Estamos agradecidos por el principio de la revelación en la Iglesia. Pero no debemos subestimar el valor de la opinión de los miembros de un consejo en el proceso deliberativo. Éste es uno de los componentes del milagro de los consejos de la Iglesia. A1 escucharnos mutuamente y al prestar atención al Espíritu, los miembros de los consejos podemos hacer avanzar la obra del Señor de maneras muy significativas. Y al apoyarnos los unos a los otros y mediante nuestra participación en los consejos de la Iglesia, empezamos a entender cómo es que Dios toma a hombres y mujeres comunes y corrientes y los transforma en líderes extraordinarios. Pues dos mejores líderes no  son aquellos que trabajan hasta quedar exhaustos p o r tratar de hacerlo todo por sí mismos; los mejores líderes son quienes siguen el plan de Dios de procurar el consejo de sus consejos.

Cuando los líderes de la Iglesia permiten a quienes el Señor haya llamado para servir con ellos ser parte de un equipo interesado en encontrar soluciones, los resultados pueden llegar a ser maravillosos. Tanto la experiencia como el grado de comprensión personal se verán estimulados, lo cual nos ayudará a encontrar soluciones más atinadas. Al permitir que todos se expresen y den a conocer sus opiniones, les edificaremos. A1 darles la oportunidad de participar y de aprender, estaremos preparando a futuros líderes. Y cuantas más personas sientan responsabilidad hacia un determinado problema, tanto más desearán ser parte de la solución, lo cual incrementa enormemente las posibilidades de éxito.

Una vez que los debidos consejos estén formados y en operación, los líderes podrán empezar a ver más allá de las necesidades inmediatas de los miembros de cada unidad y estarán en condiciones de hacer una contribución mayor a la comunidad y a la sociedad en general. No existe razón alguna para pensar que no se pueden incluir en el temario de una reunión de consejo de barrio asuntos tales como la delincuencia, el desempleo o abusos de cualquier tipo. Los obispos podrían preguntar a los consejos de barrio: “Cómo podemos nosotros influir positivamente, tanto en la comunidad como en nuestras familias, en lo que tiene que ver con estos importantes asuntos?”. Y no tomaríamos cartas en la problemática de la comunidad sólo por sentirnos satisfechos, sino que lo haríamos porque está dentro de nuestra responsabilidad como Santos de los Últimos Días y como cristianos.

En otras palabras, uno de los aspectos más favorables del sistema de consejos es la flexibilidad que ofrece a la creación y a la aplicación de soluciones locales a problemas locales. Y a medida que las necesidades de las personas, de las familias y de las comunidades vayan cambiando de tanto en tanto, los consejos de barrio y de estaca al operar bajo la dirección del sacerdocio y seguir las pautas aprobadas por la Iglesia podrán concentrar su sabiduría colectiva y la inspiración divina en tales necesidades; bendiciendo y edificando, de ese modo, a todos aquellos a quienes llegue su influencia. El Señor nos exhorta, diciendo: “ . . . razonemos juntos para que entendáis” (D&C 50:10). El propósito de este libro es rese- ñar en forma más o menos detallada el plan del Señor de que “razonemos juntos” por medio de consejos de familia, de barrio y de estaca. Exploraremos las bases doctrinales del sistema de consejos, nos referiremos a las funciones y a los propósitos de una gran variedad de consejos y ofreceremos sugerencias prácticas para sus líderes y para sus integrantes. Este mundo en que vivimos requiere, tanto de los miembros como de los líderes de la Iglesia, las mejores ideas y el uso más sabio de todos y cada uno de los recursos que nuestro Padre Celestial nos ha dado para el beneficio y la protección de Sus hijos y de Su Iglesia.

Todos los ejemplos y las experiencias que mencionaré son reales, pero he decidido no emplear nombres de personas ni de lugares a fin de proteger el carácter privado de aquellos que me han hecho partícipe de tales casos. Muchas de esas experiencias reales las compartieron conmigo por escrito algunos presidentes de estaca, oficiales de organizaciones auxiliares de estaca y de barrio, obispos y otras personas que han sido testigos del maravilloso poder que emana de la función de nuestros consejos.

Pero antes de referirnos a esas experiencias, echemos una mirada a la historia espiritual de los consejos, empezando por el más importante de todos el cual ninguno de nosotros realmente recuerda el gran Concilio de los Cielos.

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