Capítulo 3
Los Consejos
Presidentes Locales
En vista del acelerado crecimiento de la Iglesia y del rápido despedazamiento de la fibra moral de la sociedad mun- dial, resulta cada vez más imperativo facultar a los líderes de estacas, barrios y familias para que hagan lo necesario, en armonía con los principios del Evangelio, para acercar al ser humano a Cristo. Cada persona y toda circunstancia son, en cierta forma, singulares. Si bien los principios son de aplicación universal, las prácticas no lo son. Como bien lo sabe todo padre o madre que haya tratado de criar al segundo hijo exactamente igual que al primero, lo que da buenos resultados en una situación tal vez fracase en otra.
La función central del liderazgo es enseñar, primero por medio del ejemplo y segundo por el precepto. Después los líderes pasan a ser una fuente de ayuda a medida que aquellos bajo su guía asumen la responsabilidad y ejercen la iniciativa de hacer lo que fuese necesario, de acuerdo con los principios que les hayan sido enseñados, para cumplir con sus objetivos.
La más avanzada, universal y práctica de las filosofías de liderazgo que jamás haya sido concebida, está encerrada en esta sencilla declaración hecha por el profeta José Smith: “Yo les enseño principios correctos y ellos se gobiernan a sí mismos” (citado por John Taylor, en Journal of Discourses, 10:57-58). Las Presidencias de Área deben enseñar a las presidencias de estaca la visión general, la dirección, el propósito y los principios correctos de la Iglesia, y después deben permitir que dichas presidencias gobiernen o administren sus respectivas estacas. Se aplica un modelo similar a los obispos y sus barrios y a los padres y sus familias. “Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado” (D&C 107:99).
Este proceso de facultar requiere que los líderes ejerzan gran paciencia al trazar una conducta cristiana, al crear relaciones de confianza, fijar funciones y metas claras, identificar fuentes de ayuda, y requerir responsabilidad. Generalmente, los líderes de la Iglesia enseñan principios y no prácticas. Los miembros de los inspirados consejos de estaca, de barrio y familiares aprenden a convertir principios en prácticas apropiadas por medio de los susurros del Espíritu Santo. Por ejemplo, después de enseñar el principio de la oración familiar diaria, un padre tal vez pregunte: “¿Cómo y cuándo deberíamos hacer nuestras oraciones familiares?”. Quizás la familia decida hacer su oración diaria antes de que los niños vayan a la escuela por las mañanas, y es posible que esto se transforme en una práctica familiar por muchos años. Más adelante, a la familia tal vez le resultará más práctico hacer la oración familiar a la hora de la cena o antes de retirarse a dormir. Las prácticas quizás cambien, pero los principios y los propósitos fundamentales no cambian.
Al trabajar con sus consejos, los líderes deben prestar detenida atención a esta admonición del Señor: “Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todo es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno. De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia; porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes . . . “ (D&C 58:26-28; énfasis agregado). Cuando son facultados de esa manera, los miembros de un consejo llegarán a ser asombrosamente ingeniosos y estarán dispuestos a tomar la iniciativa de hacer lo que sea necesario para lograr propósitos dignos dentro de las pautas de principios bien delineados.
Además de enseñar propósitos y principios, es importante que los líderes enseñen explícitamente lo que no se debe hacer, tal como lo hizo el Señor en varios de los Diez Mandamientos. Esto mantiene abiertos los debidos caminos hacia la creatividad del consejo para que, actuando con responsabilidad, se puedan lograr buenos resultados en vez de pensar: “Bueno, hicimos lo que se nos dijo que hiciéramos y no funcionó. ¿Qué quieren que hagamos ahora?”
EL PRINCIPIO DE LA UNANIMIDAD
Uno de los importantes principios que gobiernan los con- sejos rectores en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es el de la unanimidad. En términos generales, los temas considerados por los consejos presidentes se deben discutir y evaluar hasta que se apruebe un curso de acción en forma unánime. En el Quórum de los Doce Apóstoles, por ejemplo, los asuntos en los que no se llega a una decisión unánime, siempre quedan pendientes hasta que por medio de la deliberación y de la oración se alcance la unanimidad. Pese a que tenemos a un presidente a quien respetamos superlativamente y a estar organizados dentro de una línea clara de autoridad, procuramos el consenso de opinión en todo lo que hacemos. Como resultado de ello, ha habido casos en los que un asunto continuó siendo considerado y ajustado por un cierto período hasta que finalmente llegamos a la unanimidad de criterio deseada. De ese modo, las deliberaciones resultan en una decisión mejor y más completa.
Por supuesto que no siempre es posible dedicar esa misma cantidad de tiempo a las decisiones que deben tomar las presidencias de estaca y los obispados. Hay asuntos que requieren una acción rápida; pero a veces, aun cuando un tema se debata y se consideren ideas detenidamente, siguen existiendo puntos de vista diferentes. En tales casos, es la responsabilidad del presidente de estaca o del Obispo adoptar una decisión final fundamentada en los sentimientos y las impresiones que haya tenido mediante las llaves del sacerdocio y el manto de autoridad que descansan sobre él. Entonces pasa a ser la responsabilidad de todos los miembros del consejo presidente apoyar y sostener la decisión de su líder como si fuera la decisión unánime del consejo.
El Presidente James E. Faust, hablando hace varios años en la sesión del sacerdocio de una conferencia general, recalcó la vital importancia de este principio:
Es preciso que haya una unidad constante entre los que poseemos [la] autoridad [del sacerdocio]. Debemos ser leales a los líderes que han sido llamados a presidir sobre nosotros y a poseer las llaves del sacerdocio. Las palabras del presidente J. Reuben Clark, hijo, todavía resuenan en nuestros oídos: “Hermanos, seamos unidos.”
Él también explicó: “Un aspecto esencial de a unidad es la lealtad, la cual es una cualidad muy difícil de poseer, y requiere la habilidad de poner a un lado el egoísmo, la codicia, la ambición y todas las características mezquinas de la mente humana. No se puede ser leal a menos que se esté dispuesto a entregarse a sí mismo… Hay que dejar de lado las preferencias y los deseos personales y tener presente sólo la gran meta final” (J. Reuben Clark, hijo, Inmortalidad y vida eterna, Curso de Estudio de del Sacerdocio de Melquisedec, 1968-1969, págs. 155-63)…
En las asambleas gubernamentales de algunos países, hay grupos a los que en inglés llamamos “la oposición leal”, pero esa expresión no se aplica al Evangelio de Jesucristo. El Salvador nos hizo la siguiente advertencia: “Sed uno; y si no sois uno, no sois míos” (D&C 38:27). El Señor ha puesto bien en claro que “toda decisión que tome cualquiera de estos quórumes se hará por la voz unánime del quórum; es decir, todos los miembros de cada uno de los quórumes tiene que llegar a un acuerdo en cuanto a sus decisiones…” (D&C 107:27). Esto significa que, después de una conversación franca, el consejo toma una decisión bajo la dirección del oficial que preside, que es el que tiene la autoridad para tomar la decisión final. Después, todos apoyan la decisión, puesto que nuestra unidad proviene del concordar plenamente con principios correctos y de seguir la inspiración del Espíritu de Dios. (“Guardemos los convenios y honremos el sacerdocio”, Liahona, enero de 1994, págs. 42, 43-44.)
Poco después de haber sido llamado yo como obispo, todos los obispos de nuestra estaca se reunieron con la presidencia de estaca en lo que entonces era el consejo de obispos de estaca. En aquellos días se nos pidió a los obispos de la unidad que colaboráramos en la preparación del presupuesto anual del programa de bienestar de la estaca, proceso en el cual habíamos estado ofreciendo nuestras recomendaciones por el espacio de varias reuniones. Llegado el momento, la presidencia presentó, para nuestro voto de sostenimiento, una propuesta de presupuesto final y me sorprendió que dos obispos votaran en contra debido a un par de puntos con los que no estaban de acuerdo.
“¿Qué tal, hermanos, si vuelven a considerar el asunto y oran al respecto?”, sugirió amablemente nuestro presidente de estaca. “Volveremos a votar sobre el tema en nuestra próxima reunión”.
Cuando el consejo de obispos de estaca se reunió nuevamente, volvió a presentarse el presupuesto de bienestar a votación. Una vez más, los dos obispos se expresaron en sentido contrario, y esta vez el presidente de estaca ya no fue tan amable.
“Hermanos, éste es el presupuesto de bienestar con el cual, como presidencia de estaca, nos sentimos muy satisfechos”, dijo enérgica aunque cortésmente. “Hemos escuchado las recomendaciones de ustedes y hemos hecho todo lo posible por incorporar sus sugerencias. Pero ahora tomamos una decisión que consideramos ha sido validada por el Espíritu.
“Es mi humilde opinión”, continuó diciendo el presidente, “que Dios está actuando por medio de nosotros o que hemos caído como líderes. O sea que el asunto es muy sencillo: nos apoyan a nosotros y al presupuesto, o le escriben una carta a la Primera Presidencia pidiendo que nos releven. Muy bien, entonces, todos cuantos estén a favor del presupuesto de bienestar que hemos propuesto para la estaca, sírvanse manifestarlo de la manera usual”.
Esa vez, todos los obispos del consejo levantamos la mano en señal de aprobación. A los pocos meses, cada uno de nosotros percibió la sabiduría y la inspiración que habían respaldado la recomendación de la presidencia de nuestra estaca.
El mismo principio se aplica a los consejos menores, o sea, los obispados y las presidencias de organizaciones auxiliares de estaca y de barrio. Siempre se debe buscar la unanimidad a través de intercambios de opinión francos y abiertos. Cuando se presenta una diferencia de criterio y no se requiere una decisión inmediata, algunas veces es atinado permitir que transcurra cierto tiempo a fin de que los miembros del consejo tengan la oportunidad de pensar sobre a su decisión y tal vez arribar a la unanimidad en forma natural. Pero cuando llega el momento de adoptar una decisión y hay posiciones divergentes, el líder del consejo tiene que confiar en el Espíritu y tomar la decisión que él o ella considere mejor. En ese momento es particularmente importante que todos los miembros del consejo apoyen y sostengan la decisión del líder- aun cuando se trate de una decisión con la que no estén personalmente de acuerdo- y que tengan fe en el espíritu de revelación que descansa sobre la persona en autoridad. Si no podemos hallar unanimidad en la decisión en sí, al menos podemos hallarla en el apoyo dado a nuestro líder y en nuestro deseo de ver que la obra del Señor avance de una manera positiva y dentro del mejor espíritu de cooperación. A pesar de que tenemos diferentes puntos de vista y opiniones, cuando salimos de una reunión de consejo somos uno, y apoyamos la decisión final de ese consejo como si fuera nuestra propia decisión individual.
“Sed de un mismo sentir,” exhortó el apóstol Pablo a los primeros líderes cristianos en Corinto (2 Corintios 13:11). Y a los santos en Filipos él escribió: “Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que . . . [estéis] firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” (Filipenses 1:27). Por medio del profeta José Smith, el Señor aconsejó a sus seguidores de los últimos días: “Sed uno; y si no sois uno, no sois míos” (DEC 38:27). Esta exhortación divina es profundamente importante en todo consejo de la Iglesia, especialmente en las estacas y los barrios. Si somos uno en propósito, espíritu, principio y fe, entonces no tiene mayor importancia si no siempre somos de una misma opinión. Las opiniones cambian y se pueden ver fácilmente alteradas por el paso del tiempo, la experiencia y las circunstancias. Pero los principios, los propósitos, la espiritualidad y la fe, son valores perseverantes que nos unirán por encima de los desacuerdos o las disputas.
LA CONFIDENCIALIDAD EN LOS CONSEJOS
Otro importante principio rector de los consejos presidentes de la Iglesia es el de la confidencialidad.
Resultaría muy difícil recalcar demasiado la importancia de mantener los asuntos tratados en los consejos dentro de la más absoluta reserva. El profeta José Smith dijo en una ocasión: “La razón por la que no se nos revelan los secretos del Señor, es porque no los guardamos sino que los divulgamos; ni siquiera guardamos nuestros propios secretos sino que ventilamos nuestros problemas ante el mundo; aun ante nuestros enemigos. ¿Cómo podríamos, entonces, guardar los secretos del Señor? Yo puedo guardar un secreto hasta el día del juicio final” (History of the Church, 4:479).
Un obispo aprendió por experiencia propia cuán destructivo puede ser que los miembros de un consejo no sean cuidadosos en salvaguardar las cosas que se tratan en las reuniones. Uno de tales miembros inadvertidamente dejó una copia del temario de la reunión del consejo en un banco de la capilla. La hoja, en la cual había hecho algunas anotaciones tocantes a una familia de cuyos problemas el consejo había estado hablando, fue encontrada por un miembro adolescente de dicha familia.
No cuesta mucho imaginar el efecto que esa acción descuidada tuvo sobre la familia en cuestión. Al enterarse de que habían sido tema de conversación entre los líderes del barrio se sintieron sumamente mortificados. A pesar de que el obispo y los demás miembros del consejo solamente estaban interesados en ayudarles, el daño causado por la falta de cuidado hizo que resultara muy difícil volver a ganarse la confianza de la familia.
Todo miembro de un consejo tiene la obligación de proteger el carácter confidencial de todos los asuntos que trata y analiza. A menudo a las presidencias y obispados se les confían asuntos de naturaleza muy reservada, y comprometen su posición de liderazgo cuando comparten irresponsablemente tal información. Un presidente de estaca fijó la norma de que los miembros del sumo consejo no debían discutir los asuntos tratados por el consejo fuera de las reuniones, ni siquiera entre ellos. Jamás existe razón alguna para que los miembros de un consejo compartan con otra persona (ni siquiera con su cónyuge) detalles de los temas tratados, particularmente aquellos relacionados con necesidades individuales o diferencias de opinión. Si nuestro objetivo es ser una bendición en la vida de la gente y no herir a nadie, debemos simplemente mantener en reserva las cosas confidenciales.
EL VALOR DE ESCUCHAR ATENTAMENTE
Los presidentes y los obispos que emplean los consejos de la Iglesia de la manera más eficaz son aquellos que dedican la mayor parte del tiempo de las reuniones a escuchar. Si usted es el oficial presidente, lo anterior no quiere decir que deba permanecer sentado sin pronunciar una palabra. Lo que significa es que tiene que escuchar atentamente lo que sus consejeros y los demás miembros del consejo dicen y sienten, y que debe hacer preguntas pertinentes y penetrantes cuando no entienda la posición de ellos. Aun cuando es cierto que la decisión y la orientación final descansa sobre la persona que ha sido llamada para presidir, no tiene objeto contar con miembros de un consejo con características, experiencias y aptitudes particulares, si no va a prestar atención a lo que tienen para decir. Haga saber a los miembros del consejo que usted valora sus sugerencias y que realmente desea que expresen sus respectivas opiniones. Puesto que el oficial presidente es quien marca la pauta en cada reunión, está en usted asegurarse de que quienes sirven bajo su dirección sientan que su participación es bien recibida. Por lo general, resulta provechoso escuchar otras opiniones antes de dar la suya. Demasiado a menudo, cuando un líder expresa su opinión primero, la discusión concluye prematuramente. “No tomen todos la palabra al mismo tiempo”, dijo el Señor, ”sino hable uno a la vez y escuchen todos lo que él dijere, para que cuando todos hayan hablado, todos sean edificados de todos y cada hombre tenga igual privilegio” (D&C 88:122).
Al mismo tiempo, aquel que es llamado a integrar un consejo de la Iglesia debe recordar que su participación constituye un privilegio. Con dicho privilegio viene aparejada la responsabilidad de desempeñarse dentro de los confines de la organización, de estar preparado, de compartir, de defender vigorosamente la posición que él o ella considere correcta. Pero igualmente importante es la responsabilidad de apoyar y sostener la decisión final del líder del consejo.
Lo que es más, cada uno de los miembros de un consejo tiene el deber de estar espiritualmente a tono al participar en las reuniones del mismo a fin de hacer una contribución positiva a los asuntos que se están tratando. Por ejemplo, el Profeta José Smith enseñó que “antes de hacer una objeción a cualquier asunto presentado para la consideración del consejo, una persona debe asegurarse de estar en condiciones de esclarecer el tema en vez de complicarlo, y de que su objeción esté fundamentada en la rectitud, lo cual se puede lograr al determinarse a estudiar la voluntad del Señor, cuyo Espíritu siempre pone de manifiesto y demuestra la verdad a todos cuantos lo posean” (History of the Church, 2:370). Al hacer esto, nuestros consejos serán conducidos dentro de un espíritu de amor y compasión y se ajustarán al ejemplo del Señor, quien “aconseja con sabiduría, con justicia y con gran misericordia” (Jacob 4:10).
Al escuchar a los miembros del consejo, los presidentes y los obispos pueden compartir con otros líderes las responsabilidades que descansan sobre ellos. Ya hemos hecho referencia al consejo que un suegro bueno y justo en Israel, llamado Jetro, dio a su yerno Moisés. Jetro observó cuando se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde.
Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que tú haces con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde?
Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios.
Cuando tiene asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes.
Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces.
Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo.
Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Estás tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios.
Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer.
Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez.
Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga sobre ti, y la llevarán ellos contigo.
Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar. (Éxodo 18:13-23)
No solamente ésta es una gran lección para todos nosotros en cuanto a la importancia de la delegación de la autoridad del sacerdocio, sino que también nos muestra la necesidad de que los presidentes y los obispos permitan a sus consejeros, a los líderes de las organizaciones auxiliares y a otros colaboradores “llevar la carga con ellos.” Tengan presente, presidentes y obispos, que los llamamientos de quienes trabajan junto a ustedes son tan divinamente inspirados como el de ustedes, y que tienen, por consiguiente, el derecho de recibir inspiración en sus responsabilidades específicas. Respáldense en ellos, aprendan de ellos, ámenles y escúchenles.
EL LIDERAZGO DE LOS CONSEJOS
Ahora quisiera también ofrecer esta sugerencia a presidentes y obispos: Nunca olviden que, como líderes de los consejos, ustedes son principalmente responsables de todas las decisiones que se tomen. Es posible que esto parezca contradecir lo que hemos dicho en cuanto a la importancia de escuchar el parecer de los demás miembros del consejo, pero no hay ninguna contradicción. Más bien es una extensión natural del proceso de liderazgo de los consejos de la Iglesia. El modelo ideal es directo y sencillo: llamar a buenas personas a servir junto a ustedes, prestar atención a su consejo y después escuchar los susurros del Espíritu Santo para tomar buenas decisiones. El éxito de un consejo no requiere que se tomen decisiones como grupo, sino que el líder del consejo saque provecho de la capacidad, la experiencia y la inspiración de los miembros al adoptar buenas decisiones bajo la influencia del Espíritu. Aun cuando buscamos unanimidad, la decisión final descansa siempre sobre el líder del consejo.
Un obispo me contó que en una ocasión, poco después de haber sido llamado a ese oficio, se necesitaba una nueva presidenta en la organización de las Mujeres Jóvenes del barrio. “Tenía una idea bien clara de quién debía ser la nueva presidenta”, comentó el obispo, “pero cuando hablé con mis consejeros en cuanto al llamamiento, ellos propusieron otro nombre y lo respaldaron con un buen argumento.
“Yo era un nuevo obispo y sentía un profundo respeto por los dos buenos hombres que servían como consejeros”, continuó diciendo. “Creo que tenía más confianza en ellos que en mi propia capacidad espiritual, ya que decidí hacer a un lado lo que sentía personalmente y aceptar la recomendación de ellos como la determinación del consejo”.
Como no le fue posible al obispo extender el llamamiento antes de salir de la ciudad en un viaje de negocios, le pidió a su primer consejero que hablara con la hermana a la que habían decidido llamar. Cuando se comunicó con su consejero un par de días más tarde para preguntarle cómo marchaba todo, éste le dijo que había tenido un problema. La hermana, una mujer fiel y dedicada, sintiéndose incómoda con el llamamiento, había pedido que se le diera uno o dos días para pensar sobre el asunto.
“Hay algo que no termina de convencerme”, le explicó ella al consejero después de haber orado acerca del asunto. “Nunca rechacé ningún llamamiento en mi vida y tampoco diré que no a éste. Pero me sentiría mejor si le preguntara al obispo si está realmente seguro de que esto es lo que el Señor quiere para las jóvenes del barrio. Si es así, entonces comprenderé que el problema soy yo y con gusto aceptaré la asignación”.
“Por supuesto que tiene que sentirse incómoda”, respondió el obispo cuando su consejo le explicó la situación. “No es esto lo que el Señor quiere. Él me hizo saber quién debía ser llamada como presidenta de las Mujeres Jóvenes, y yo no le hice caso”.
El obispo dio instrucciones a su consejero de que le explicara a esa buena hermana que no había nada de malo en su percepción espiritual. También le dijo que después procediera a extender el llamamiento a la hermana en la que el obispo había pensado en primera instancia.
La respuesta de la hermana fue confirmatoria: “Desde hace dos semanas que he tenido la impresión de que sería llamada a este cargo”.
“La experiencia no me enseñó a pasar por alto a mis consejeros”, dijo el obispo. “El parecer de ellos fue importante, ya que la hermana a quien ellos habían sugerido fue llamada a servir como asesora en el programa de las Mujeres Jóvenes, cargo en el que hizo un trabajo excelente. Pero aprendí que de todas las voces que debía escuchar como obispo, la más importante era la voz del Espíritu que trataba de guiar mis pensamientos, mis palabras y mis hechos.”
Es importante que todo miembro de un consejo entienda la función tan importante y singular del líder del consejo y que aprenda a no sentirse ofendido cuando la decisión tomada no sea la misma que él habría sugerido. La adopción de decisiones no es la responsabilidad primaria de un consejero. Los consejeros son llamados precisamente para eso, para aconsejar, así como para ayudar, fortalecer y apoyar. Su función es participar, activa y sinceramente, en el proceso de tomar decisiones, así como apoyar y sostener todas las determinaciones del consejo y de ponerlas en práctica por medio de sus respectivas organizaciones.
EL USO DE LOS CONSEJOS PARA LOGRAR LA MISIÓN DE LA IGLESIA
Claro está que el principio rector fundamental de todo consejo eclesiástico es lograr la misión de la Iglesia. Todo lo analizado, todos los planes hechos, toda actividad coordinada debe tener como objetivo central traer almas a Cristo por medio de la proclamación del Evangelio, del perfeccionamiento de los santos o de la redención de los muertos; o una combinación de las tres. Si un punto del temario no se puede ligar lógica y naturalmente a una de estas tres extraordinarias metas eternas, sin tener que transformarlo totalmente para que pueda encajar, entonces es posible que no tenga cabida en ese temario.
De cuando en cuando, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce pondrán especial énfasis en los principios fundamentales del Evangelio para ayudar a los líderes a lograr la misión de la Iglesia. Todos los consejos de la Iglesia tienen que estar al corriente de todos los nuevos puntos de énfasis de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce y estar preparados para apoyarlos. Tengo la impresión de que muchos líderes y miembros de consejos se sorprenderán al descubrir cuánto más productivo resultará su trabajo cuando lo vean desde el punto de vista de salvar almas por medio de la misión de la Iglesia.
Un joven obispo a quien conozco aprendió este importante concepto de un buen presidente de estaca. “Había servido como obispo más o menos por un año”, me dijo. “Tenía excelentes consejeros con quienes estábamos trabajando con mucho empeño y dedicando bastante tiempo y energía a nuestros respectivos llamamientos. Efectuábamos excelentes actividades y nuestras reuniones estaban siempre bien planeadas y puestas en práctica. Estábamos haciendo todo cuanto pensábamos que teníamos que hacer, pero no parecíamos estar logrando nada de mayor significado en la vida de los miembros del barrio. Estábamos tan embebidos en nuestros deberes que nunca nos quedaba tiempo para atender las cosas que eran realmente importantes. Muy pocas vidas de miembros menos activos estaban siendo influenciadas, ningún candidato a élder estaba siendo ordenado al Sacerdocio de Melquisedec, nuestros jóvenes no estaban saliendo como misioneros y hasta habíamos perdido la cuenta de cuándo bautizamos al último converso en nuestro barrio”.
¿Suena familiar? Muchos de nosotros hemos tenido esa misma experiencia. Los llamamientos de la Iglesia requieren mucho tiempo, particularmente si estamos sirviendo en una presidencia o en un obispado. Hay tanto para hacer y tantos detalles que coordinar. Hay veces que nos concentramos tanto en el esfuerzo de traer personas al centro de reuniones que nos olvidamos de traerlas a Cristo. Demasiado a menudo, esa falta de enfoque se refleja en nuestras reuniones de consejo. En el transcurso de esas reuniones dedicamos todo el tiempo a coordinar eventos y correlacionar programas. En vez de encargarnos de los asuntos del Señor- los cuales casi siempre tienen que ver con influir en la vida de personas y de familias- nos enmarañamos con asuntos administrativos. Se presentan informes, se hacen asignaciones y la reunión es considerada un éxito, aun cuando no haya habido una discusión seria de cómo emplear los recursos de la organización en la proclamación del Evangelio, el perfeccionamiento de los santos y la redención de los muertos, todo lo cual requiere llegar al corazón de la gente.
No debe llamarnos la atención, entonces, que muchos presidentes y obispos se sientan tan abrumados y decepcionados como se sentía mi joven amigo. Si su llamamiento se ha transformado simplemente en una larga lista de cosas que se deben hacer— actividades que planear, lecciones que se deben preparar, asignaciones que se deben llevar a cabo, reuniones que se tienen que realizar— puede resultar realmente desalentador. Es únicamente cuando trasponemos los detalles administrativos de nuestros llamamientos y concentramos nuestra atención en los principios de ministrar a los hijos de Dios y de ofrecerles las bendiciones del Evangelio, que los oficios de la Iglesia alcanzan su verdadera magnitud y nosotros experimentamos la dicha y la satisfacción plenas que se obtienen al servir en el reino.
Por ejemplo, una reunión sacramental cuidadosamente planeada debe ser un banquete espiritual en el cual adoramos y aprendemos acerca de nuestro Padre Celestial y de Su Amado Hijo, nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Una vez por semana, nuestros miembros deberían sentir el poder del Espíritu. La reunión sacramental debe ofrecer tal oportunidad. Los obispos que están demasiado absorbidos por los detalles frecuentemente dedican más tiempo a asuntos insignificantes y menos a asegurarse de que las reuniones sacramentales sean en verdad un banquete de alimento espiritual. En tales ocasiones sería oportuno pedir sugerencias a los consejeros y a los miembros del consejo de barrio sobre maneras de hacer que cada reunión sacramental resulte ser una experiencia espiritual donde haya más reverencia. También debe permitirse que los consejos ayu- den en la tarea de enseñar a los miembros que la capilla es un lugar especial en nuestros edificios, al cual vamos con un espíritu de respeto hacia Dios y manifestamos nuestra reverencia hacia Su Santo Hijo. No me cabe duda de que si se lo pide el obispo, los presidentes de las organizaciones auxiliares enseñarán en sus reuniones la necesidad de incrementar el grado de reverencia en las reuniones sacramentales. Las hermanas pueden enseñarse mutuamente y enseñar a sus familias que la capilla es un lugar especial, el único lugar donde podemos adorar y honrar a nuestro Señor Jesucristo al participar de la Santa Cena y al renovar nuestros convenios con Él. Todos los líderes pueden contribuir para que los susurros apacibles del Espíritu Santo se puedan percibir en nuestros servicios de adoración, colmando de luz y alimento espirituales. Al prestar atención a esos asuntos que derivan directamente de nuestros esfuerzos por lograr la misión de la Iglesia, los consejos presidentes cambian su visión de administrar por la de ministrar, y los miembros del consejo sienten la dicha que proviene de hacer un aporte positivo a la vida de la gente.
Afortunadamente, el bien intencionado pero abrumado obispo al que nos referimos antes, tenía un presidente de estaca muy perspicaz que entendía ese principio.
“¿Tiene una copia del temario de una de sus reuniones de obispado?”, le preguntó el presidente durante una de sus entrevistas personales del sacerdocio. Cuando vio el temario, el presidente lo estudió por un momento y lo puso sobre su escritorio. “¿Cuándo se refieren a las necesidades espirituales de los miembros?”, preguntó.
Sorprendido por la pregunta, mi amigo respondió: “Bueno, hablamos de eso en todo momento”.
El presidente de la estaca volvió a mirar el temario. “No veo ese asunto aquí para nada”, observó.
“Tal vez no esté incluido como uno de los puntos del temario, pero hablamos de eso”, comentó el obispo.
“Déme un ejemplo”, pidió el presidente.
Entonces fue mi amigo quien estudió el temario por un momento. “Aquí está”, dijo finalmente, señalando un punto de la agenda titulado Nuevos llamamientos . “Nos referimos a la necesidad de llamar a nuevos maestros en la Primaria y en la Sociedad de Socorro”. El obispo hizo una pausa denotando cierta incomodidad y después añadió: “Recuerdo que hablamos de cuán importante es llamar a buenos maestros”.
“Eso está muy bien”, dijo el presidente. “Pero todavía tengo la curiosidad de saber por qué razón ustedes no tratan específicamente lo tocante a las necesidades espirituales de sus miembros. Recuerde, obispo, que proclamar el Evangelio, perfeccionar a los santos y redimir a los muertos son pautas que nos ayudan a aumentar la espiritualidad de nuestra gente y, por consiguiente, a fortalecer la Iglesia”.
“Lo sé, presidente”, dijo el obispo. “Y nos referimos a esas cosas, sólo que no las hacemos constar como puntos del temario”.
“Ya veo”, comentó el presidente, “y sigo preguntándome por qué no. Lo que hay en este temario son unas cuantas tareas de mantenimiento: nuevos llamamientos, anuncios de estaca, listas de entrevistas, informes de actividades y preparación de calendarios. Con todo lo que tienen para tratar, cualquier alusión a la forma de satisfacer necesidades espirituales sería puramente incidental o se dejaría para lo último, cuando ya no queda tiempo para tratar esos asuntos con la dedicación que merecen”.
El obispo observó nuevamente su temario y advirtió el último punto de consideración Activación y recordó cuán a menudo no habían tenido tiempo para referirse a él. “Creo que comprendo lo que me quiere decir, presidente”, dijo. “Pero no estoy completamente seguro de lo que debemos hacer. O sea, esos temas de mantenimiento se tienen que considerar”.
“Por cierto que sí”, contestó el presidente. “Pero no deben ser los temas a los que se les dé mayor atención en la reunión de obispado”. Hizo una breve pausa y tomó un formulario de uno de los cajones de su escritorio. “Mire”, agregó, “éste es el temario de nuestra última reunión de presidencia de estaca”. El obispo vio que después de la primera oración y el pensamiento espiritual, la lectura de las minutas y los informes de asignaciones, el temario de la reunión estaba dividido en tres secciones: Proclamar el Evangelio, perfeccionar a los santos y redimir a los muertos, con puntos específicos para tratar bajo cada encabezamiento. Tras un repaso más detenido, advirtió que había unos cuantos nombres de personas en el temario y muy pocos asuntos administrativos.
“¿Cómo les es posible hacer esto?” preguntó. “La estaca parece marchar eficientemente. ¿Cómo hacen que todo siga su curso sin dedicar suficiente tiempo a los detalles y planes?”.
“Por cierto que dedicamos tiempo a esas cosas”, respondió el presidente. “Pero lo hacemos rápidamente en el momento de dar informes al principio de la reunión y atendemos los aspectos de mantenimiento fuera de la reunión de la presidencia. Nuestro objetivo es dedicar el mayor tiempo posible en nuestras reuniones a las cosas que más importancia tienen. Y lo que importa más, casi siempre, se refiere a la gente: sus necesidades, sus intereses, su fe y cómo todo eso está relacionado con la fortaleza espiritual de la Iglesia”.
Mi joven amigo captó la esencia del sabio consejo de su presidente de estaca y empezó a reestructurar el temario de sus reuniones de obispado de acuerdo con las necesidades espirituales y personales de los miembros del barrio. “Al principio”, comentó más adelante, “nos resultaba un poco extraño dedicar tanto tiempo a hablar de las necesidades de la gente y de otros temas profundos, y no estábamos tan organizados como solíamos estar antes. Pero ahora, ya hemos aprendido a dirigir los asuntos del barrio sin pasar todo el tiempo en nuestras reuniones de obispado hablando de ellos. Y notamos que estamos mucho más íntimamente envueltos en la vida de los miembros y más capacitados para ayudarles a elevarse espiritualmente mediante la aplicación de los principios fundamentales del Evangelio”.
Lo que él aprendió a través de esa experiencia se aplica a todo obispado, a toda presidencia y a todo consejo de la Iglesia. El mantener ese enfoque fundamental en las reuniones y en la atención de las necesidades de la gente, es una de las cosas más importantes que un presidente o un obispo puede hacer. La persona que presida un consejo es quien marca el paso que los demás deben seguir dentro de la organización. Una reunión de presidencia o de obispado es el lugar ideal para fijar un punto de enfoque claro hacia aquello que más importancia debería tener en todos los consejos de la Iglesia: traer almas a Cristo y afirmarlas con un testimonio espiritual sólido.
Todo consejo tiene que escoger entre las cosas que realmente importan y las que no. Es la responsabilidad de los consejeros y otros miembros del consejo ayudar al presidente, al obispo o al líder de la organización auxiliar a concentrarse en lo más relevante de todo: el progreso espiritual de cada persona que viva dentro de los límites de esa unidad de la Iglesia. Si dedicamos todo nuestro tiempo a hablar sobre trivialidades, entonces nuestro trabajo será trivial. Pero ésta es la obra de Dios, y de trivial no tiene absolutamente nada. Si concentramos nuestros esfuerzos y mantenemos claros nuestros objetivos, podemos dar buen uso a nuestros consejos a fin de que se cumpla con la misión de la Iglesia en nuestras estacas, nuestros barrios, quórumes y organizaciones auxiliares.
EL ÉNFASIS EN LA CAPACITACIÓN DE LOS MIEMBROS
Con el objeto de ayudar a los líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares a concentrar sus esfuerzos en el logro de la misión de la Iglesia, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles emitieron un documento titulado “Puntos que los líderes deben poner de relieve al capacitar a los miembros,” el cual contiene las siguientes pautas:
La familia: Enseñen la importancia suprema que tienen el hogar y la familia como la unidad de organización básica de la Iglesia. Insten a todos los miembros de la familia, a padres e hijos, a estudiar las Escrituras, a orar con regularidad y a seguir el ejemplo de nuestro Salvador en todas las cosas.
Los adultos: Insten a todos los adultos a ser dignos de recibir las ordenanzas del templo. Enséñenles a buscar los nombres y los datos de sus antepasados y a efectuar por ellos las sagradas ordenanzas del templo.
Los jóvenes: Ayuden a todos y a cada uno de los hombres jóvenes a prepararse para recibir el Sacerdocio de Melquisedec, así como para recibir las ordenanzas del templo y ser dignos de cumplir una misión regular. Ayuden a todas las mujeres jóvenes a prepararse para ser dignas de hacer y guardar convenios sagrados y recibir las ordenanzas del templo.
Todos los miembros: Los líderes, los miembros y los misioneros regulares y de estaca deben trabajar en cola- boración en el esfuerzo mancomunado por convertir, retener y activar en la Iglesia a los hijos de nuestro Padre Celestial. Enseñen a los miembros a proporcionarse lo necesario para mantenerse tanto ellos mismos como a sus familiares y a los pobres y los necesitados según la manera del Señor.
Éstas son las cosas que importan. Éstas son las cosas que marcarán una diferencia positiva en la vida de la gente. Y éstas son las cosas que deben constituir el objetivo primordial de todo consejo presidente en la Iglesia al unirnos al Señor en Su obra y Su gloria de “Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
























