El Divino Sistema De Consejos

Capítulo 5

Los Consejos
De Barrio Y De Rama


Hace algunos años, Fawn y su madre se mudaron a un nuevo barrio. Fawn era una mujer encantadora y fiel que había hecho un trabajo magnífico al criar sola a sus hijos en rectitud. Pero ahora batallaba contra un enemigo al que, tal vez, no lograría vencer: el cáncer. Cuando se mudó al nuevo barrio, era poco lo que podía hacer por sí misma. Su madre trataba de atenderla, pero su avanzada edad y una salud debilitada no le permitían hacer todo cuanto era menester. Necesitaban ayuda, pero sus recursos económicos eran limitados. A medida que la condición de Fawn iba deteriorándose, la situación de la familia se hacía cada vez más difícil.

En los días en que Fawn y su madre se mudaron, los miembros del consejo del nuevo barrio se encontraban en el proceso de reevaluar su eficacia como consejo. “Comprendimos que habíamos estado dedicando la mayoría de nuestro tiempo a correlacionar actividades, programar calendarios y recibir los informes de los maestros orientadores y las maestras visitantes”, dijo el obispo. “Nos dimos cuenta de que teníamos que pasar más tiempo analizando la manera de llevar las bendiciones del Evangelio a la vida de nuestros miembros”. Cuando el consejo del barrio se enteró de la situación por la que atravesaban Fawn y su madre, el Espíritu les inspiró colectiva e individualmente. “Ésta parecía ser una oportunidad ideal de poner en práctica las cosas que habíamos estado aprendiendo sobre la manera de ayudar mediante la función de los consejos”, comentó el obispo. “En lugar de mencionarlas al pasar, las circunstancias de Fawn se transformaron en el punto de mayor interés en las reuniones del consejo. Consideramos que podríamos ofrecer la ayuda que esa buena hermana necesitaba al enfrentar los desafíos diarios impuestos por el cáncer”,

Durante sus reuniones, los miembros del consejo a menudo se remitieron a las enseñanzas del Señor en el capítulo veinticinco de Mateo:

Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en  su trono de gloria,
y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.
Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visi- tasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
Entonces los justos le responderán diciendo: Señor,
¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?
¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?
¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?
Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mateo 25: 31-40).

Como resultado de consultarse mutuamente, los miembros del consejo decidieron que el barrio extendería su mano de ayuda a Fawn y a su madre en maneras significativas. La Sociedad de Socorro les llevaba la comida regularmente. Las Mujeres Jóvenes les escribían tarjetas y notas de aliento, y de vez en cuando iban a limpiar la casa y les llevaban flores frescas. Los Hombres Jóvenes se encargaban de los trabajos de jardinería. Los quórumes del sacerdocio, en combinación con los maestros orientadores de Fawn, se ofrecieron para levantar cosas pesadas en los alrededores de la casa, para llevarles la Santa Cena y para darles bendiciones.

“Todo esto se llevó a cabo por varios meses y durante ese tiempo muchos miembros de nuestro barrio vinieron a expresarme su agradecimiento por la gran bendición de poder ayudar a esas dos buenas hermanas”, dijo el obispo. “Gracias a esa oportunidad, todos sentimos el gozo que resulta de dar servicio compasivo en el reino del Señor”.

Cuando Fawn falleció, su madre habló con marcada emoción de su agradecimiento hacia el servicio generoso de los líderes y los miembros del barrio. Una de las últimas cosas que Fawn había mencionado al obispo, fue que nunca había vivido en un barrio donde se había sentido querida de una manera tan especial -a la manera del Señor.

El obispo comentó: “Como miembros del consejo, todos nos sentimos conmovidos por la manera maravillosa en que se manifiesta el plan del Señor de ministrar en favor de Sus hijos. Bajo la dirección del Espíritu, el consejo hizo recomendaciones de medidas que se debían tomar para brindar un servicio amoroso a Fawn. Tras experimentar la enorme satisfacción que deriva de obrar juntos de una manera tan relevante, no creo que ninguno de quienes formamos parte de ese consejo de barrio podríamos jamás volver al antiguo formato de reuniones en las que simplemente programábamos y correlacionábamos”.

En el correr de los últimos años, se me han hecho conocer casos similares de obispos y miembros de consejos de barrio que finalmente captaron la función divina de sus consejos. No existe ningún problema en una familia, un barrio o una estaca, que no se pueda comprender y solucionar por parte de los líderes de la Iglesia que procuran obrar a la manera del Señor. Cuando se hace un uso sabio de los comités y los consejos, se llega a bendecir la vida de muchos. Éste es el caso particular a nivel de barrio o rama, donde los líderes están en condiciones de influir positivamente y a diario en el bienestar de las familias y de las personas en forma individual. Las organizaciones auxiliares son gigantes dormidos en la gran tarea de perfeccionar a los santos, especialmente en lo que atañe  al  fortalecimiento  de  la  institución  familiar.  Aun cuando los padres tienen la responsabilidad primordial del liderazgo en el hogar, algo en lo cual nada ni nadie podrá reemplazarlos, es mucho lo que las organizaciones y los programas de la Iglesia pueden hacer para apoyar y for- talecer las familias.

Como ya lo he mencionado, he servido como obispo en dos ocasiones. En el proceso de escribir este libro he recordado muchos incidentes de esos días. Los miembros del consejo de barrio fueron una gran fuente de ayuda para mí. Las hermanas de la Sociedad de Socorro, de las Mujeres Jóvenes y de la Primaria influyeron poderosamente en la vida de las mujeres, las jovencitas y los niños del barrio debido a su fortaleza espiritual y a su profundo amor por el Evangelio.

Sería imposible para mí hacer un recuento de tantos actos silenciosos de servicio ofrecidos por esas queridas hermanas a los miembros del barrio. Muchas veces, cuando visitábamos a miembros enfermos del barrio, nos enterábamos de que las hermanas de la Sociedad de Socorro ya habían pasado por allí para dejarles la cena para la familia. Además de las miles de comidas preparadas, no puedo ni contar el número de familias que se beneficiaron con sabios consejos o que se vieron fortalecidas espiritualmente gracias a hermanas que tenían el deseo de extender una mano de ayuda. La maravillosa labor de las mujeres de la Iglesia es vital. Miles de jovencitas vieron crecer su testimonio y recibieron ánimo como producto del servicio de dedicadas líderes. Por ejemplo, supongo que muchos de nosotros podremos recordar a aquella maestra o líder especial de la Primaria que  nos ayudó a memorizar los Artículos de Fe. Debemos agradecer y nunca pasar por alto la enorme contribución de las mujeres de la Iglesia, y asimismo siempre debemos esforzarnos por sostener el liderazgo del sacerdocio en nuestros barrios y estacas.

A modo informativo, haré un breve repaso de algunos de los comités y consejos que deben funcionar a nivel de barrio.

El comité ejecutivo del sacerdocio de barrio está integrado por el obispado, el líder del grupo de sumos sacerdotes, el presidente del quórum de élderes, el líder misional del barrio y el presidente de los Hombres Jóvenes. El obispo preside y dirige las reuniones de este comité, debiendo estar presentes también el secretario ejecutivo y el secretario del barrio. Adviértase que la presidenta de la Sociedad de Socorro y otras hermanas no figuran entre quienes deben asistir. Aun cuando muchos obispos se han sentido inclinados a invitar a la presidenta de la Sociedad de Socorro a estar presente en las reuniones de este comité en razón de que a menudo ella es la líder del barrio mejor informada en cuanto a lo que acontece en la vida de los miembros, no es apropiado que ella asista a esta reunión. El comité ejecutivo del sacerdocio es nada más que eso, un comité compuesto por líderes del sacerdocio.

Cuando se presentó el programa de correlación de la Iglesia en el año 1963, el élder Harold B. Lee explicó en una conferencia general que se debían recalcar las responsabilidades del sacerdocio en general de “velar por la Iglesia” tal como se manda en las primeras revelaciones – de interesarse en la totalidad de la familia como grupo y como personas. También anunció que se debía formar un comité de orientación familiar en cada barrio de la Iglesia, y que sus miembros constituirían el núcleo principal de quienes irían a “velar por la Iglesia”. Este comité llegó a ser, más tarde, el comité ejecutivo del sacerdocio del barrio.

Puesto que los líderes del sacerdocio tienen el mandato del Señor de velar por todos los hijos de nuestro Padre Celestial que están bajo su supervisión, es necesario que se reúnan regularmente para cumplir con sus llamamientos especiales. Los líderes del sacerdocio tienen que esforzarse por estar tan bien informados, como lo están las hermanas de la Sociedad de Socorro, en cuanto a los importantes asuntos concernientes a los miembros del barrio y de los quórumes. El comité ejecutivo del sacerdocio se reúne todas las semanas bajo la dirección del obispo para considerar las necesidades espirituales de todos cuantos residen dentro de los límites del barrio. Frecuentemente se discuten temas muy delicados que requieren suma confidencia. Como es el caso de todos los consejos, los miembros del comité ejecutivo del sacerdocio deben hacer todo cuanto esté de su parte para proteger el carácter privado de lo tratado cuando se dan informes y se hacen asignaciones.

El comité de bienestar del barrio lo integran a todos los miembros del comité ejecutivo del sacerdocio más la presidencia de la Sociedad de Socorro. Incluir a la presidenta de la Sociedad de Socorro en este comité es particularmente importante ya que sobre ella descansa la responsabilidad de visitar a los miembros, de considerar sus necesidades y de buscar la manera de resolverlas según lo asigne el obispo.

Este comité se reúne, por lo menos, una vez al mes bajo la dirección del obispo para considerar las necesidades temporales de los miembros del barrio. Aun cuando el obispo es el único responsable de la manera en que se dispone de los fondos de bienestar, el comité juega un papel muy importante en la atención ofrecida a los pobres y a los necesitados mediante la planificación y la coordinación del uso de otros recursos del barrio, incluyendo el tiempo, los talentos, las habilidades, los materiales y el servicio compasivo de los miembros. Por medio de los quórumes del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro, el comité de bienestar del barrio edifica la fe y enseña a los miembros a vivir preventivamente, a proveer para sí mismos y para sus respectivas familias y a velar por los demás. Los miembros del comité deben ayudar al obispo en la administración de la asistencia ofrecida de los recursos de bienestar, asegurándose de que las familias entiendan y sepan cómo aplicar los principios de bienestar, y de que se encuentren soluciones de largo plazo para tales necesidades.

El comité de la juventud del obispo debe reunirse mensualmente. Está integrado por el obispo, uno de los ayudantes del presidente del quórum de presbíteros, los presidentes de los quórumes de diáconos y de maestros, las presidentas de clase de las Mujeres Jóvenes, el presidente y la presidenta de los Hombres y las Mujeres Jóvenes, respectivamente, y el presidente del comité de actividades del barrio. Aun cuando el propósito principal de este comité es planificar y coordinar los programas de la juventud, se debe seguir recalcando la importancia de la activación y las oportunidades que permitan a los jóvenes experimentar el servicio y el progreso espiritual.

El consejo de barrio está integrado por el comité ejecutivo del sacerdocio y los presidentes o las presidentas de la Sociedad de Socorro, de la Escuela Dominical, de los Hombres Jóvenes, de las Mujeres Jóvenes, de la Primaria y el director del comité de actividades. El obispo puede invitar a otras personas para asistir a estas reuniones, según lo considere necesario. El consejo de barrio, por lo general, se reúne mensualmente, pero puede hacerlo más seguido si existen necesidades especiales, para repasar el progreso del barrio en cuanto a asuntos varios que afecten a los miembros de la unidad y de la comunidad en general. Ninguna reunión adicional debe tomar el lugar o eliminar reuniones de obispado ni del comité ejecutivo del sacerdocio.

En mi opinión, la reunión de consejo de barrio es una de las más importantes en la Iglesia, porque es en ella donde los líderes de quórumes y de las organizaciones auxiliares pueden analizar y planificar con el obispado el trabajo que tendrá que hacerse en el transcurso del siguiente mes. Los líderes pueden, entonces, intercambiar ideas entre sí tan a menudo como lo estimen necesario para contribuir al logro de las metas y los objetivos del consejo. De todos los consejos y comités de la Iglesia, considero que el consejo de barrio es el que puede llegar a tener el efecto más positivo en la ayuda que se brinda a los hijos de nuestro Padre. Si este libro pudiera contribuir a que los obispos y los presidentes de rama captaran el poder que existe en el consejo de barrio o rama y a que usen debidamente sus consejos para llevar a cabo la obra del Señor, entonces los esfuerzos dedicados a escribirlo serán tanto más provechosos.

RESPONSABILIDADES DE LOS MIEMBROS DEL CONSEJO DE BARRIO

Nunca se podrá recalcar demasiado la función esencial del consejo de barrio en el logro de la misión de la Iglesia. Sólo basta con echar una mirada alrededor de la mesa del consejo para ver a dos líderes que poseen llaves del sacerdocio (el obispo y el presidente del quórum de élderes) y a otros a quienes se les llama con la responsabilidad de presidir sus respectivas organizaciones, y al considerar el alcance y los objetivos de esas organizaciones, comenzará a captarse el potencial que tiene el consejo de barrio de ejercer una influencia poderosa.

La presidenta de la Primaria, por ejemplo, hace un aporte sumamente específico como miembro del consejo. En lo que tiene que ver con su servicio en la Iglesia, todos sus mejores esfuerzos están centrados en los niños del barrio. La presidencia general de la Primaria de la Iglesia ha declarado: “La finalidad de la Primaria es enseñar a los niños el Evangelio de Jesucristo y ayudarles a aprenderlo y a vivirlo. Los objetivos de la Primaria son: Enseñar a los niños que son hijos de Dios y que nuestro Padre celestial y Jesucristo los aman; ayudar a los niños a aprender a amar a nuestro Padre Celestial y a Jesucristo; ayudar a los niños a prepararse para ser bautizados, así como para recibir el Espíritu Santo y guardar sus convenios bautismales; ayudar a los niños a aumentar su comprensión del plan del Evangelio y proporcionarles oportunidades de vivir los principios del Evangelio; ayudar a los varones a prepararse para recibir el sacerdocio y ser dignos de emplear  este poder para bendecir y servir a las demás personas; [y] ayudar a las niñas a prepararse para ser mujeres justas, así como a comprender las bendiciones del sacerdocio y del templo, y a servir a los semejantes” (Instrucciones para los líderes del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares sobre la Primaria, 1). Resulta fácil ver cómo esa perspectiva podría ser beneficiosa para el consejo de barrio cuando se les pide a sus miembros que consideren algún asunto que tuviera influencia sobre los niños del barrio o sobre un niño o familia de niños en particular, ya sea que fueran miembros o no.

Otros de los integrantes del consejo de barrio tienen similares funciones específicas. La presidenta de la Sociedad de Socorro está bien familiarizada con todas las mujeres del barrio mayores de dieciocho años. De acuerdo con la presidencia general de la Sociedad de Socorro, esta hermana representa una organización que tiene como finalidad central ayudar a las mujeres y sus respectivas familias a venir a Cristo y a colaborar con los quórumes del sacerdocio en el logro de la misión de la Iglesia. Por medio de la capacitación y la revelación personal, la presidenta de la Sociedad de Socorro de barrio se dedica a hacer todo lo posible para ayudar a las hermanas a ganar un testimonio personal, a nutrir y ejercer la caridad, a fortalecer sus respectivas familias, a gozar de la unión como hermanas y a participar plenamente de las bendiciones del templo al esforzarse por ser una bendición en la vida de las mujeres del barrio.

La presidenta de las Mujeres Jóvenes de barrio concentra toda su atención en las jovencitas de doce a dieciocho años de edad. De acuerdo con la presidencia general de las Mujeres Jóvenes, tiene la responsabilidad de ayudar a preparar a cada jovencita para que sea digna de hacer y guardar convenios sagrados y de recibir las ordenanzas del templo. Las poderosas e inspiradoras palabras del lema de las Mujeres Jóvenes, ofrecen una excelente reseña de la contribución que la presidenta de las Mujeres Jóvenes lleva al consejo de barrio: “Somos hijas de un Padre Celestial que nos ama y nosotras lo amamos a Él. Seremos `testigos de Dios a todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar’ a medida que procuramos vivir de acuerdo con los Valores de las Mujeres Jóvenes, que son: fe, naturaleza divina, valor individual, conocimiento, elección y responsabilidad, buenas obras e integridad. Creemos que al aceptar y poner en práctica estos valores, estaremos preparadas para hacer convenios sagrados y cumplirlos, para recibir las ordenanzas del templo y para gozar de las bendiciones de la exaltación” (Manual para líderes de las Mujeres Jóvenes, 4).

También integra el consejo de barrio el presidente de los Hombres Jóvenes, cuyo servicio eclesiástico gira en torno a los jóvenes del barrio de doce a dieciocho años de edad. Él y sus consejeros ayudan a la presidencia del Sacerdocio Aarónico del barrio (o sea, el obispado) a administrar el programa de dicho sacerdocio menor en el barrio. También ofrecen liderazgo en el programa Scout. La misión del Sacerdocio Aarónico es “ayudar a todo joven a convertirse al Evangelio de Jesucristo y vivi r de acuerdo con sus enseñanzas; magnificar los llamamientos del sacerdocio; prestar verdadero servicio; prepararse para recibir el Sacerdocio de Melquisedec; comprometerse y prepararse debidamente para servir con dignidad una misión regular; [y] vivir dignamente para recibir los convenios del templo y prepararse para ser un esposo y un padre digno” (Manual para líderes del Sacerdocio Aarónico, 6).

Los líderes del Sacerdocio de Melquisedec que forman parte del consejo de barrio el líder de grupo de sumos sacerdotes y el presidente del quórum de élderes son responsables del bienestar espiritual y temporal de los hombres a quienes presiden. Gran parte de la obra entre las familias del barrio que en la actualidad llevan a cabo nuestros obispos, bien podrían efectuarla los líderes de quórum y de grupo, a quienes se les asigna “seguir el ejemplo del Salvador y ser líderes rectos . . . Cuando los líderes del sacerdocio guíen como lo hizo el Salvador, con- tribuirán a que los miembros tengan más amor hacia Dios el Padre y hacia Su Hijo; tengan más amor hacia el prójimo; prediquen el evangelio, hagan la obra del templo y la de historia familiar, sirvan sin esperar nada a cambio, auxilien al pobre y al necesitado, y socorran a quien se sienta solo y angustiado; efectúen ordenanzas y hagan convenios con el Señor que lleven a la vida eterna; obedezcan los mandamientos; sean más humildes y dados al arrepentimiento, y estén más dispuestos a perdonar; oren y estudien las Escrituras a diario; asistan a las reuniones de la Iglesia regularmente y participen de la Santa Cena digna- mente; logren autosuficiencia espiritual, emocional y temporal; [y] asistan al templo regularmente” (Manual para líderes del Sacerdocio de Melquisedec, 5, 6).

El líder misional de barrio también forma parte del consejo de barrio. Él está encargado de trabajar con personas que no sean miembros de la Iglesia, que vivan dentro de los límites del barrio. También tiene la sagrada responsabilidad de colaborar con los miembros del barrio a fin de que cumplan con sus responsabilidades misionales. Este líder coordina el trabajo con los misioneros regulares y supervisa los esfuerzos de hermanamiento en favor de los nuevos conversos. Otros dos miembros del consejo de barrio son el presidente de la Escuela Dominical, quien es responsable de toda la enseñanza del Evangelio impartida durante el período de Escuela Dominical, y el director del comité de actividades de barrio, encargado de planear actividades sociales significativas destinadas a fomentar la fe y la hermandad entre los miembros del barrio.

Conjuntamente con el obispado, estos líderes que integran el consejo de barrio constituyen un grupo inspirado de hombres y mujeres con el mandato de ser una bendición en la vida de toda persona hombre o mujer, padre o hijo, miembro o no miembro que resida dentro de los límites del barrio. Como resultado de sus llamamientos individuales, cada uno tiene derecho a recibir dirección divina dentro de sus respectivas jurisdicciones. Y como padres, vecinos y amigos, cada uno posee una perspectiva singular en lo que atañe a las necesidades del barrio y sus miembros.

CÓMO USAR EL CONSEJO DE BARRIO PARA BENEFICIO DE LAS PERSONAS Y LAS FAMILIAS

Cuando los líderes de barrio emplean el inspirado sistema de consejos y concentran el esfuerzo de  los quórumes y las organizaciones auxiliares en mejorar el bienestar espiritual y temporal de los miembros del barrio, suceden milagros en la vida de las familias y de las personas. Pero esos milagros acontecen únicamente en la medida en que nosotros los hombres y las mujeres que servimos en los quórumes y en las organizaciones auxiliares de la Iglesia estemos preparados para trabajar juntos a fin de que acontezcan. Puesto que tenemos el mandato del Señor de servir a Sus hijos, quisiera ofrecer tres sugerencias específicas que, si se siguen, pueden ayudarnos a todos a desempeñarnos más eficazmente como miembros de los consejos de la Iglesia, tanto a nivel de barrio como de estaca. Primero, basémonos en los fundamentos. Asegúrense de que la doctrina sea pura. Ajústense a los cursos de estudio aprobados. Cíñanse a los manuales prescritos y estudien y mediten en cuanto a las Escrituras, tanto individualmente como en familia. En este mundo lleno de conflicto y confusión, encontraremos paz y seguridad en la verdad revelada. Una presidencia de estaca en particular llegó a ser conocida por instruir a los líderes de todas las unidades de la estaca a que usaran las Escrituras como material de enseñanza básico del Evangelio. Ellos mismos practicaban lo que predicaban, usando las Escrituras en todas las reuniones de capacitación y en las clases. Un año, al prepararse para conferencias de barrio, invitaron a los miembros mayores de cada barrio a presentar por adelantado preguntas relacionadas con el Evangelio. En la clase de Doctrina del Evangelio, llevada a cabo durante el período de Escuela Dominical de la conferencia de cada barrio, dirigieron a los miembros en un ejercicio de localización de pasajes de las Escrituras que respondían cada pregunta, demostrando así el poder de encontrar respuestas a problemas personales en la palabra revelada de Dios.

Un obispo a quien conozco estaba preocupado ante la creciente falta de reverencia en su barrio, particularmente en los momentos previos al comienzo de la reunión sacramental. Cuando un orador en una conferencia general sugirió que la reverencia podía ser un tema apropiado para llevar a la consideración de un consejo de barrio, el obispo pensó que se trataba de una excelente idea.

“No sé por qué nunca se me había ocurrido llevar este tipo de problema ante el consejo de barrio”, dijo el obispo. “Al escuchar esa sugerencia se me iluminó la mente”.

El obispo leyó en su ejemplar del Manual General de Instrucciones de la Iglesia que la reunión sacramental “se realiza para que los miembros tomen la Santa Cena, adoren al Señor y reciban instrucción” y que el obispado “planea la reunión y la dirige con dignidad y reverencia” (sección 2, 5). El manual también indica que el consejo de barrio debe “considerar el progreso” y planear juntos “todos los programas y actividades” (sección 2, 4). Al pensar en cuanto a la calidad de las reuniones sacramentales de su barrio, le resultó claro que la reverencia en el centro de reuniones era un asunto que requería algo de “progreso”, y que todo plan para mejorar tendría que incluir “todos los programas y actividades del barrio”. Así fue que en el temario de su siguiente reunión de consejo de barrio estaba incluida la “reverencia” como un importante punto de discusión.

“Descubrí rápidamente que los demás miembros del consejo compartían mi preocupación y que tenían excelentes sugerencias para mejorar”, dijo el obispo. Algunas de esas sugerencias pasaron a ser parte del esfuerzo del barrio para alcanzar un nivel más elevado de reverencia, entre ellas, la decisión de ofrecer preludios musicales interpretados por miembros del barrio (inclusive jóvenes) durante diez minutos antes del comienzo de la reunión sacramental, de que el obispado estuviera sentado en el estrado varios minutos antes de que empezara la reunión y asignar saludadores para que recordaran a los miembros la importancia de ser reverentes al entrar en la capilla.

“Me complace informar que el grado de reverencia en nuestras reuniones ha mejorado muchísimo”, comentó el obispo. “La diferencia en nuestro barrio es el resultado de haber seguido el inspirado consejo de los líderes de la Iglesia y de implantar las indicaciones del manual”.

Otro obispo pidió a los miembros de su consejo de barrio que sugirieran maneras de mejorar el grado de reverencia en las reuniones. En forma vacilante, la presidenta de la Primaria levantó la mano. “Bueno”, dijo, “hay una persona que constantemente conversa efusivamente con otros miembros en la capilla inmediatamente antes y después de las reuniones sacramentales. Eso es algo que distrae mucho”.

El obispo nunca había advertido que nadie fuera particularmente ruidoso en la capilla, pero dijo que con gusto hablaría con esa persona y le preguntó a la hermana de quién se trataba.

Ella respiró hondo y le dijo: “Esa persona es usted, obispo. Yo sé que lo hace con el interés de ser amable con todos y realmente apreciamos su deseo de saludar a los que venimos a las reuniones. Pero cuando los demás le vemos a usted ir de un lado para el otro en la capilla y hablar con diferentes personas durante el preludio musical, podemos llegar a pensar que no hay nada de malo en que también nosotros lo hagamos.”

Cuando otros miembros del consejo de barrio asintieron con lo que la hermana había dicho, el obispo les agradeció y pidió recomendaciones. El consejo entonces decidió que el obispado en pleno debía ocupar su lugar en el estrado cinco minutos antes del comienzo de la reunión sacramental para dar un ejemplo de reverencia en la capilla. Durante una reunión de seguimiento, los miembros del consejo indicaron unánimemente que esa medida tan sencilla estaba dando buen resultado y que el grado de reverencia en la capilla había mejorado considerablemente.

En otro barrio, preocupaba al obispado el incremento en las actividades de pandillas en la comunidad. Se sabía que ciertos pandilleros persuasivos se habían acercado a varios jóvenes del barrio con el interés de reclutarlos. Tanto padres como líderes estaban alarmados en cuanto a un tema social del que, hasta ese momento, apenas habían oído hablar en las noticias. Cuando se llevó a la consideración del consejo de barrio, el asunto despertó un intercambio saludable y dinámico. Por un período de varias semanas durante el cual los líderes de los Hombres y las Mujeres Jóvenes cumplieron con asignaciones de averiguar más sobre el tema el consejo creó un plan de acción que incluía llevar a cabo charlas fogoneras especiales para los adolescentes, sesiones de capacitación para los padres, entrevistas con los jóvenes e implantar un esfuerzo en todo el barrio con el fin de preparar mejor a la juventud para hacer frente a las presiones de las pandillas. Aun cuando no había una solución simple para el asunto, con el tiempo todos los jóvenes que habían tenido una cierta participación en las pandillas, retornaron a una plena actividad en el barrio.

Segundo, concentrémonos en la gente y no en los programas. Aun cuando debemos prestar atención a la coordinación y preparación de programas, muchos son los consejos que prestan toda su energía únicamente a eso. En vez de someterse a la consideración de planes e informes de las organizaciones, el consejo debería dedicar la mayor parte de su tiempo a tratar temas tales como la integración de nuevos miembros, la activación de los menos activos, los problemas de la juventud, los desafíos económicos de los miembros del barrio y las necesidades de las madres solteras, divorciadas o viudas. Cuando se presentan informes de las organizaciones, éstos deben reflejar los pasos dados para satisfacer las necesidades de la gente.

Un obispo me informó: “El objetivo primordial de lo que tratamos en nuestras reuniones de consejo de barrio es la gente. Nos concentramos en unas pocas familias a la vez, que podrían beneficiarse con un poco de atención adicional, gracias a la participación de todas las organizaciones en esa causa”.

Una familia que era parte de dicho esfuerzo consistía de los padres, tres adolescentes (dos jovencitas y un muchacho) y dos niños en edad de Primaria. El matrimonio era miembro de la Iglesia, pero como familia habían sido menos activos desde el momento de mudarse a ese barrio siete años antes. Como resultado de los esfuerzos del consejo de barrio en esa familia, se tomaron iniciativas específicas por parte de la Primaria, las Mujeres Jóvenes, los Hombres Jóvenes, la Sociedad de Socorro, el quórum de élderes y el obispado, incluyendo visitas, llamadas telefónicas e invitaciones especiales a determinadas actividades. Además, se organizó una actividad conjunta especial de los Hombres y las Mujeres Jóvenes, destinada a satisfacer los intereses de las dos jovencitas de la familia y de su mamá.

“Este proceso continuó por unos siete meses, hasta que la familia se mudó de nuestro barrio”, comentó el obispo. “Cuando se mudaron, el padre se mostraba mucho más intere- sado en la Iglesia y se estaba preparando para bautizar a sus hijos más pequeños. Las dos jovencitas ya eran activas y una de ellas estaba sirviendo en la presidencia de la clase de Abejitas. Toda la familia había cobrado un impulso considerable hacia la actividad en la Iglesia, y fue para mí una gran satisfacción informar a su nuevo obispo en cuanto al progreso que habían logrado”.

El obispo dijo que, como resultado de ese tipo de experiencias, “el consejo de barrio está siempre interesado en ayudar a la gente. Las reuniones del consejo han pasado a ser reuniones de ayuda en vez de reuniones administrativas. Todos los líderes del barrio ven ahora sus llamamientos y su relación entre ellos desde una perspectiva completamente diferente. Comprenden que son siervos del Señor y que su ministerio es algo que comparten y coordinan con otros miembros del consejo”.

Otro obispo relató la siguiente experiencia, la cual ilustra de una manera hermosa la importancia de que los consejos de barrio concentren su atención en la gente.

No hace mucho tiempo, nuestro presidente de estaca nos pidió que enfocáramos nuestros esfuerzos como consejo de barrio en, por lo menos, tres familias. Debíamos dedicar una atención extra a esas familias y recordarlas específicamente en nuestras oraciones. Dentro del mes siguiente a haber empezado a orar por las familias que habíamos seleccionado, la  madre de una de ellas llamó para hacer arreglos para reunirse conmigo.

Esa noche vino a mi oficina en el barrio. Se le veía muy nerviosa y empezó a explicarme que unas tres semanas antes había sentido el impulso de volver a leer el Libro de Mormón. Se había unido a la Iglesia cuando tenía diecinueve años, pero ella y su esposo se inactivaron poco tiempo después. Empezar a leer el Libro de Mormón otra vez después de tantos años representaba para ella todo un acontecimiento. No era una persona muy conversadora. Yo le pregunté si sabía por qué había venido a verme en mi oficina.

“No estoy segura”, respondió.

Le expliqué que la razón por la que estaba allí se debía a que nuestro consejo de barrio había estado orando por su familia en forma constante durante el mes anterior.

“Pude sentirlo”, dijo quedamente.

Hablamos sobre su esposo, quien no era muy receptivo a la Iglesia, y consideramos algunas cosas que podríamos hacer para ayudarles. El Espíritu nos dio testimonio a los dos de que el Señor intervendría.

Después de la entrevista, empezaron a suceder ciertas cosas. Ellos tenían dos hijos, una niña de once años y un varón de catorce y ninguno de los dos había sido bautizado. Nos reunimos como consejo de barrio e hicimos un plan de lo que podrían hacer los quórumes del sacerdocio y cada organización auxiliar para ayudar a la familia a regresar a la actividad. El líder misional del barrio visitó a la familia y les invitó a recibir las charlas misionales, lo cual aceptaron. La presidencia de la Primaria visitó a la niña y la invitaron a asistir a la Primaria, mientras que la presidencia de los Hombres Jóvenes invitó al muchacho a participar en las actividades y las clases de los Hombres Jóvenes. Las presidencias de la Sociedad de Socorro y del quórum de élderes, así como el obispado, visitaron a la familia y la invitaron a participar; lo mismo hicieron sus nuevos maestros orientadores y las maestras visitantes. El matrimonio también se reunió con la presidencia de estaca. Gracias a todos estos esfuerzos correlacionados, la familia vivió una serie de experiencias espirituales que la llevaron nuevamente a la actividad plena en la Iglesia.

El punto culminante de nuestros esfuerzos con esa familia tuvo lugar en el Templo de Arizona, en donde fueron sellados como familia eterna. Muchos de los miembros de nuestro consejo de barrio estaban presentes en esa sagrada ocasión, y muchas fueron las lágrimas de  agradecimiento  derramadas por los miembros del consejo que vieron con sus propios ojos lo que se puede lograr en la vida de los hijos de Dios al seguir el programa del Señor.

El obispo concluyó: “Al concentrarnos en las necesidades de esa familia, en mi opinión, se lograron dos cosas: se abrió nuevamente el corazón de cada uno de los miembros de la familia al Evangelio, y también se abrió el nuestro para recibirlos. Cuando empezaron a regresar a la Iglesia, los miembros del consejo hicieron esfuerzos especiales de hermanamiento porque sintieron que sus oraciones estaban siendo, al menos en parte, responsables por el retorno de esa familia a la actividad.”

Tercero, los consejos son para que sus miembros intercambien ideas y no solamente informes y disertaciones. Las conversaciones francas y directas son esenciales si es que vamos a aprovechar la experiencia, la percepción y la inspiración de cada uno de los miembros del consejo. Los líderes deben esforzarse por establecer un ambiente que fomente ese tipo de franqueza, en el que cada persona y cada grupo son importantes y donde cada opinión es valorada. Y no olviden: en nuestras reuniones de consejo, los oficiales presidentes deben dedicar tanto tiempo a escuchar, como a hablar, y algunas veces aún más.

Cuando una mujer que estaba criando sola a su familia fue a hablar con su obispo en cuanto a la posibilidad de conseguir que alguien la ayudara con su hijo de siete años de edad, el obispo llevó el asunto al consejo de barrio.

“El niño es muy inquieto”, explicó el obispo en la reunión del consejo. “Es todo un problema para su maestra de la Primaria y también en la escuela. Su madre piensa que tal vez ayudaría mucho si el niño tuviera un varón adulto en su vida que le dedicara tiempo en actividades típicas de muchachitos de su edad y que al mismo tiempo fuera una buena influencia”.

Después que el obispo presentó el asunto para ser tratado en el consejo de barrio, consideró en silencio las cosas que se estaban discutiendo. Se expresaron algunas buenas ideas, pero la reunión cambió de rumbo cuando uno de los consejeros en la presidencia del quórum de élderes, quien había asistido a la reunión en substitución de su presidente, levantó la mano para pedir la palabra.

“Yo me encontré una vez en la misma posición en que está ese niño ahora”, dijo. “Mi madre me estaba criando sola y también necesitaba la ayuda de una figura masculina”. Después explicó que sus mejores experiencias habían sido aquellas ocasiones cuando esa persona mayor había llevado con él a un hijo o a otro muchachito de su misma edad, e instó al consejo que se encontrara en el barrio a alguien que no sólo pudiera ayudar al niño sino que incluyera a otro jovencito de su misma edad.

“Qué gran bendición fue para nuestro consejo de barrio oír la sugerencia de ese buen hermano”, dijo el obispo. “Dimos por finalizada esa parte de la reunión con algunas asignaciones que incluían las recomendaciones del consejero del quórum de élderes. Se encontró la debida combinación de una persona mayor con un niño. Cuán agradecido me sentí de que nuestro consejo de barrio funcionara de la manera que se nos había pedido que funcionáramos, de que todos los presentes trataran abierta y francamente cada asunto relevante”.

En la conferencia general de octubre de 1996, el presidente Gordon B. Hinckley leyó una carta que había recibido de una madre que criaba por sí sola a sus hijos, carta que reflejaba los resultados positivos de los líderes de un barrio que velaron juntos por las necesidades de familias y de personas en forma individual:

A pesar de haber estado criando a mis cuatro hijos sin el apoyo de un marido . . . no estoy sola, ya que cuento con la ayuda y el sostén de la maravillosa familia del barrio. . . .

Mi presidenta de la Sociedad de Socorro me ha brin- dado todo su apoyo en los momentos más difíciles, animándome a crecer espiritualmente, a orar y a ir al templo en forma regular.

Nuestro obispo ha sido generoso al ayudarnos con alimentos y ropa, y ha brindado ayuda para que dos de mis hijos fueran de campamento con los demás jovencitos. Nos ha entrevistado a todos . . . , y nos ha dado, a cada uno de nosotros, bendiciones y ánimo. Me ayudó a administrar el dinero y a hacer todo lo que estuviera a mi alcance por ayudar a mi familia.

Nuestros maestros orientadores nos visitan regular- mente y hasta les dieron bendiciones a los chicos al empezar el nuevo año escolar.

Nuestro presidente de estaca y sus consejeros en forma regular se mantienen en contacto con nosotros, tomando el tiempo para [hablarnos] . . . en la Iglesia, para llamarnos por teléfono o para visitarnos en nuestro hogar. Esta Iglesia es verdadera, y mis hijos y yo somos prueba viviente del amor que Dios nos tiene y de que los miembros  de  un barrio pueden efectuar un cambio para bien en la vida de otras personas.

Nuestros líderes del sacerdocio han sido vitales en mantener a mis hijos activos en la Iglesia y en el programa Scout. [Uno] de ellos ha alcanzado el rango de Scout Águila [el rango más alto en el programa Scout de los Estados Unidos] y recibirá su cuarto reconocimiento adicional esta semana; [otro] es Scout Águila con tres reconocimientos adicionales. [El tercero] acaba de pre- sentar esta semana los papeles para ser avanzado a  ese rango y al más pequeño le encantan las actividades de los Lobatos.

Siempre se nos recibe con afecto y calidez. La actitud cristiana de nuestra estaca y de nuestro barrio nos ha ayudado a hacer frente a pruebas difíciles de imaginar.

La vida ha sido dura . . . pero nos hemos vestido de toda la armadura de Dios al arrodillarnos en oración familiar todos los días, para pedir ayuda y guía y para dar gracias por las bendiciones que hemos recibido. Ruego a diario por la compañía del Espíritu Santo para que me guíe mientras tengo bajo mi cuidado a mis hijos, a fin de influir en ellos para que un día sean misioneros y para que se mantengan fieles al Evangelio y al sacerdocio que poseen.

Me enorgullece decir que soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Sé que es verdadera y apoyo a mis líderes. Las cosas nos van bien, y agradecemos a todos su amor, sus oraciones y su interés.

El Presidente Hinckley dijo después: “¡Qué hermosa carta! Ella dice mucho de la forma en que funciona y debe funcionar esta Iglesia en todo el mundo. Espero que toda mujer que se encuentre en circunstancias similares a las que vive la hermana que escribió esta carta esté igualmente bendecida con un obispo comprensivo y servicial, con una presidenta de la Sociedad de Socorro que sepa cómo ayudarla, con maestros orientadores que conozcan sus deberes y cumplan con ellos, y con miembros del barrio que sepan cómo dar una mano sin entrometerse” (Liahona, enero de 1998, pág. 77).

Claro está que la función de los consejos no tiene porqué estar limitada en tiempo y lugar. Hay veces que la ministración más poderosa ocurre afuera de la oficina y en momentos en que no se está llevando a cabo ninguna reunión regular. En un determinado barrio, el comité de bienestar de la unidad sintió la necesidad de enseñar sobre la preparación personal y familiar a los miembros del barrio. Fue así que el consejo planeó y efectuó una “feria de la preparación” muy informativa, con varias presentaciones y cursillos, la cual fue seguida por sesiones mensuales de capacitación. Otro comité de bienestar de barrio combinó la experiencia individual de sus miembros para ayudar a una familia que estaba pasando por una crisis económica. Juntaron información, estudiaron detalles de la situación de la familia, enseñaron principios de autosuficiencia y ofrecieron una variedad de sugerencias y opciones que con el tiempo libraron a la familia de las circunstancias que le agobiaban. En cada uno de estos casos, los miembros del consejo cumplieron con algo más que la responsabilidad de reunirse: fueron una bendición en la vida de varias personas.

Como se mencionó anteriormente, las hermanas líderes pueden aportar a los consejos de barrio valiosas ideas que contribuirán a la solución de muchos de los desafíos a los que se enfrentan el obispo y los miembros del barrio. Las reuniones y los programas de la Sociedad de Socorro, las Mujeres Jóvenes y la Primaria, a menudo serán el lugar más eficaz para dar comienzo al proceso de hermanamiento con los miembros del barrio.

La mayoría de los líderes de estaca y de barrio estarían dispuestos a hacer los esfuerzos necesarios en sus respectivos llamamientos como miembros de consejo, si tan sólo supieran y comprendieran estos importantes conceptos. Ésa es la razón por la que se deben enseñar de una manera ininterrumpida. La implementación de estos principios se tiene que recalcar regu- larmente, se debe modelar continuamente y observar detenidamente. Pero una vez que sean captados y absorbidos por los miembros de nuestros consejos y comités de la Iglesia, estaremos en condiciones de usufructuar el poder que el Señor ha prometido a aquellos que sirven juntos y a Su manera con el fin de lograr el propósito de Su obra en estos últimos días.

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