EL LIBRO DE MOISÉS
Poco después de la organización de la Iglesia, el 6 de abril de 1830, el Señor mandó al profeta José Smith emprender una traducción inspirada de la Biblia en su versión del rey Santiago. Esta obra sagrada, conocida hoy como la Traducción de José Smith, no fue simplemente una corrección lingüística, sino una restauración revelada de verdades eternas que se habían perdido o alterado con el paso del tiempo. Mediante este proceso, el Profeta devolvió a la Biblia “muchas partes que son claras y sumamente preciosas, y también muchos de los convenios del Señor” que habían sido quitados de los registros antiguos.
Entre junio de 1830 y febrero de 1831, José Smith completó la traducción inspirada desde Génesis 1:1 hasta Génesis 6:13. Ese material restaurado forma hoy parte de la Perla de Gran Precio bajo el nombre de Libro de Moisés, que comprende los capítulos Moisés 1–8. Estos escritos proporcionan una revelación ampliada y profunda de los acontecimientos más tempranos de la historia sagrada, ofreciendo una perspectiva doctrinal que no se encuentra en el texto bíblico tradicional.
El Libro de Moisés puede dividirse en dos secciones principales. Moisés 1 presenta experiencias y visiones del profeta Moisés que no aparecen en el libro de Génesis, incluyendo revelaciones fundamentales sobre la naturaleza de Dios, la identidad divina del hombre y el propósito eterno de la creación. Moisés 2–8 contiene relatos inspirados y restaurados de acontecimientos conocidos, tales como la creación de la tierra, la caída de Adán y Eva, la historia de Caín y Abel, el ministerio y las visiones de Enoc, y la historia de Noé hasta el momento en que el Señor decretó la destrucción de toda carne mediante el Diluvio. A partir de ese punto, el registro histórico continúa nuevamente en Génesis 6:14.
El propio profeta José Smith explicó que estas revelaciones fueron dadas conforme a las necesidades espirituales de la Iglesia en sus primeros días. El Señor, conociendo la condición “principiante y delicada” de los santos, impartió conocimiento “línea sobre línea, un poco aquí y un poco allá”, otorgando así una porción preciosa de verdad revelada. El Libro de Moisés es, por tanto, un testimonio del patrón divino de la revelación continua y una fuente fundamental para comprender el plan de salvación, la obra de Dios entre Sus hijos y el destino eterno del género humano.
Moises 1
Introducción
“Ya en junio de 1830, la oposición contra la Iglesia recién organizada se había convertido en una fuerza con la que había que contar. Vecinos intolerantes y forasteros hostigaban a los miembros. En ocasiones, el fanatismo estallaba en el gobierno de las turbas.
“No de manera inesperada, gran parte de esta fuerza malévola se dirigió contra el profeta José Smith. Ese mes de junio, un alguacil de espíritu mezquino arrestó al Profeta y lo maltrató verbalmente durante la mayor parte del día. El alguacil se negó a permitir que José comiera. No fue sino hasta esa noche, después de haber recorrido quince millas, cuando el agente de la ley se detuvo en una taberna para refrescarse. Incluso durante la comida, continuó atormentando al Profeta. Según el relato de José Smith, el alguacil reunió a varios hombres ‘que usaron todos los medios para abusar de mí, ridiculizarme e insultarme. Me escupían, me señalaban con el dedo, diciendo: “¡Profetiza, profetiza!”, y así imitaban a los que crucificaron al Salvador de la humanidad, sin saber lo que hacían’.
“Sin embargo, el Señor continuó sosteniendo a Su pueblo y a Su profeta, y las revelaciones se derramaron desde el cielo. José informó que ‘en medio de todas las pruebas y tribulaciones que tuvimos que atravesar, el Señor, que bien conocía nuestra situación infantil y delicada, nos concedió una provisión de fortaleza y nos otorgó “línea por línea de conocimiento; aquí un poco y allí un poco”, de lo cual lo siguiente fue un precioso bocado’. El Profeta registró entonces la revelación que ahora es el capítulo 1 del libro de Moisés, pero que al principio se llamó “la visión de Moisés”.
“Fue bajo estas circunstancias que el Señor comenzó el proceso que condujo a la creación del libro de Moisés: un libro sumamente notable, una de las joyas reveladoras de la Restauración y un componente principal de La Perla de Gran Precio…
“Cuando el profeta José Smith dio a conocer por primera vez toda la serie de revelaciones de Moisés a la Iglesia en diciembre de 1830, las agrupó en dos documentos distintos. Al primero lo tituló ‘Una revelación dada a los élderes de la Iglesia de Cristo sobre el primer libro de Moisés/Capítulo primero’, que ahora comprende Moisés, capítulos 2 al 4. Al segundo lo tituló ‘Capítulo segundo: una revelación concerniente a Adán después de haber sido expulsado del jardín del Edén’. Este comenzaba con nuestro actual capítulo 7 y llevaba la historia mucho más allá de Adán hasta Noé, concluyendo en lo que ahora es Moisés 8:12.
“El Profeta continuó meditando y trabajando en las revelaciones de Moisés conforme el tiempo se lo permitía durante los años siguientes, y su trabajo fue publicado en varios periódicos de la Iglesia. Sin embargo, los extractos publicados eran solo segmentos de lo que más tarde llegaría a ser el libro de Moisés. El libro publicado como tal fue el resultado del trabajo realizado por el élder Orson Pratt, del Cuórum de los Doce Apóstoles, en 1878. La Primera Presidencia le pidió que editara la edición de 1851 de La Perla de Gran Precio, la cual había sido publicada en Inglaterra bajo la dirección del élder Franklin D. Richards, también del Cuórum de los Doce Apóstoles. La obra del presidente Richards contenía solo una parte de lo que ahora se encuentra en el libro de Moisés. El élder Pratt, habiendo ayudado a José Smith en parte de su labor con las secciones impresas décadas antes, reunió todas las revelaciones y llamó al conjunto ‘el Libro de Moisés’. Esta obra se publicó por primera vez en su totalidad como parte de la edición de 1878 de La Perla de Gran Precio.
“Durante la conferencia general de octubre de 1880, los santos aceptaron este notable libro junto con el resto de La Perla de Gran Precio como una de las obras canónicas de la Iglesia. Cabe señalar que las poderosas doctrinas contenidas en el libro de Moisés y en los demás libros de La Perla de Gran Precio no fueron canonizadas sino hasta que el Señor hubo probado a Sus santos. Cuando demostraron tener hambre de estos preciosos bocados de Su palabra, Él inspiró a Sus profetas para hacer que La Perla de Gran Precio fuese vinculante como Escritura”. (Richard D. Draper, “The Remarkable Book of Moses”, Ensign, febrero de 1997, p. 15)
Moisés 1:1 “Las palabras de Dios, las cuales habló a Moisés en una ocasión en que Moisés fue arrebatado a una montaña extremadamente alta”
Moisés 1:1 establece, desde la primera línea, el origen divino de la revelación: son las palabras de Dios. No se trata de reflexiones humanas ni de tradición religiosa, sino de comunicación directa del cielo. Esta afirmación fija la autoridad doctrinal de todo el capítulo y enseña que el conocimiento verdadero acerca de Dios, del hombre y de la creación proviene únicamente por revelación.
El texto indica que Moisés fue “arrebatado”, lo que implica una acción divina mediante la cual el profeta es elevado por el poder de Dios. Doctrinalmente, esto enseña que el hombre, en su estado natural, no puede ascender por sí mismo a la presencia y al conocimiento pleno de Dios; es Dios quien eleva, prepara y capacita al siervo cuando lo considera oportuno. La revelación no se fuerza: se recibe por gracia, conforme a la voluntad del Señor.
La montaña extremadamente alta tiene un profundo significado simbólico y doctrinal. En las Escrituras, las montañas representan lugares de revelación, convenios y comunión divina. Subir a la montaña simboliza separarse del mundo, elevarse espiritual y moralmente, y entrar en un espacio sagrado donde Dios instruye a Sus profetas. Así, Moisés 1:1 presenta este episodio como una experiencia temple-like, anticipando que lo que seguirá es conocimiento sagrado reservado para quienes han sido preparados espiritualmente.
Doctrinalmente, este versículo también enseña que Dios se revela a profetas específicos para bendecir finalmente a toda la humanidad. Moisés no recibe esta visión solo para su edificación personal, sino para cumplir una misión mayor: instruir, liberar y guiar al pueblo de Dios. La revelación personal está inseparablemente unida a la responsabilidad de servir y testificar.
Finalmente, Moisés 1:1 introduce uno de los temas centrales del capítulo: la verdadera identidad del hombre solo puede entenderse cuando se recibe revelación desde la perspectiva de Dios. Antes de mostrarle la vastedad de la creación y la pequeñez relativa del hombre, el Señor primero eleva a Moisés a Su presencia. El orden es doctrinalmente significativo: solo al ver a Dios primero, el hombre puede comprender correctamente quién es él mismo.
En conjunto, Moisés 1:1 enseña que la revelación auténtica es divina en origen, sagrada en su contexto, transformadora en su efecto y orientada al propósito eterno de Dios para Sus hijos.
¿Cuándo recibió Moisés esta revelación, antes o después del Éxodo?
Esta revelación llegó a Moisés después de que habló con Jehová en la zarza ardiente (Éxodo 3:1–6). Moisés hizo referencia a la revelación de la zarza ardiente en su presente confrontación con Satanás, declarando que anteriormente se le había mandado orar a Dios y que no adoraría a ningún otro (v. 17). Sin embargo, esta revelación aparentemente ocurrió antes de que Moisés regresara a Egipto para liberar a los hijos de Israel, pues en ella se le promete el poder de Dios mediante el cual los libraría (vv. 25–26).
Moisés salió de Egipto y se estableció en Madián con Jetro. Durante ese tiempo, se casó con una de las hijas de Jetro; también fue llamado como profeta (Éxodo 2–4). Habría sido durante este período —antes de regresar a Egipto para liberar a Israel— cuando ocurrió Moisés 1.
Moisés 1:1 — Moisés fue arrebatado a una montaña extremadamente alta
Las montañas del Señor simbolizan los lugares donde Dios se comunica con Sus hijos y donde el hombre se eleva espiritualmente. Desde tiempos antiguos, el Señor ha escogido las alturas —literal o espiritualmente— para revelar Su voluntad, como ocurrió con Enoc, el hermano de Jared y Moisés. Con el tiempo, esta imagen se convirtió en un símbolo profético de revelación, santidad y salvación.
El monte del Señor representa hoy el templo, un lugar sagrado donde las personas se apartan del mundo, hacen convenios y se preparan para la presencia de Dios. Subir a ese monte significa vivir con rectitud y avanzar hacia la exaltación. En última instancia, las montañas del Señor apuntan al destino eterno de los justos: morar con Dios y recibir la plenitud de Su gozo.
Bruce R. McConkie
¡Las montañas del Señor! ¡Las montañas del Gran Jehová! ¡Los lugares santos donde han hollado las plantas de Sus pies! ¡Cuán majestuosas son! Son los picos elevados y las cumbres coronadas de nubes donde, en los últimos días, se edificarán todos los templos del Señor.
En todos los días de Su bondad, las alturas de las montañas han sido los lugares escogidos por el Señor para comunicarse con Su pueblo. Las experiencias de Enoc, de Moriancumr y de Moisés muestran cómo el Señor se dignó tratar con Sus siervos cuando estos se elevaron temporal y espiritualmente hacia las alturas del cielo…
¿Es de extrañar, entonces, que en la imaginería profética el término “las montañas del Señor” haya llegado a ser un símbolo para identificar los lugares donde se reciben bendiciones espirituales? El evangelio restaurado es “estandarte sobre un monte alto” (Isaías 13:2); cuando predicamos el evangelio, lo “publicamos sobre los montes” (Doctrina y Convenios 19:29); y la promesa del Señor a Sion es que ella “florecerá sobre los collados y se regocijará sobre los montes” (Doctrina y Convenios 49:25). El mayor elogio otorgado a un predicador de justicia es la dulce expresión: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz; del que trae buenas nuevas del bien, del que anuncia la salvación; del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!” (Isaías 52:7).
Al distinguir a los justos entre los hombres, la palabra del salmista pregunta: “¿Quién subirá al monte de Jehová?” ¿No es el monte del Señor el lugar donde se halla la salvación? “¿Y quién estará en su lugar santo?” (Salmos 24:3). ¿No es Su lugar santo Su templo en la tierra y Su reino eterno en la vida venidera? En verdad, se dice que quienes alcanzan la exaltación en el cielo más alto “vendrán al monte de Sion” (Doctrina y Convenios 76:66). Verdaderamente, las montañas del Señor son los lugares de mayor refrigerio espiritual en esta vida y los lugares de la plenitud del gozo espiritual en la vida venidera.
Todo esto no es sino un preludio para afirmar que todos los santos templos de nuestro Dios en los últimos días serán edificados en las montañas del Señor, porque Sus montañas —ya sea que la tierra misma sea colina, valle o llanura— son los lugares donde Él viene, personal y por el poder de Su Espíritu, a comunicarse con Su pueblo. Si no tiene una casa en la tierra, viene a la cima de una montaña u a otros lugares de Su propia elección; pero cuando Su pueblo le ha edificado un lugar “donde recostar la cabeza” (Mateo 8:20), por así decirlo, entonces Él viene a esa casa santa. (The Millennial Messiah: The Second Coming of the Son of Man, Salt Lake City: Deseret Book, 1982, págs. 275–276).
Moisés 1:2 — “vio a Dios cara a cara y habló con Él”
Moisés no llegó a la presencia de Dios por su propia fuerza. Fue Dios quien se acercó a él y lo envolvió con Su gloria. En ese momento sagrado, Moisés no solo vio a Dios, habló con Él, como un hijo con su Padre. No fue una visión distante ni simbólica; fue un encuentro real, personal y consciente.
Sin embargo, Moisés comprendió algo esencial: ningún hombre puede soportar la presencia de Dios por sí mismo. Fue la gloria de Dios la que lo cubrió, la que lo sostuvo y lo transformó, permitiéndole permanecer allí sin ser consumido. La misma gloria que revela a Dios es la que protege al hombre.
En esa experiencia, Moisés aprendió que estar con Dios no destruye al hombre cuando Dios mismo lo fortalece. Más aún, esa escena revela el anhelo del cielo: Dios desea que Sus hijos puedan estar con Él, revestidos de gloria, capaces de soportar Su presencia y disfrutarla. Lo que Moisés vivió por un momento anticipa lo que Dios ofrece eternamente a todos los que, por medio de Cristo, son preparados para morar con Él.
Marion G. Romney
Este conocimiento claro y seguro de Dios el Padre Eterno y de Su Hijo Unigénito, así como de la semejanza del hombre y su relación con Ellos, fue dado a Moisés para el tiempo en que condujo a Israel fuera de Egipto. La revelación era entonces necesaria, porque durante su cautiverio el conocimiento que Israel tenía de Dios se había corrompido. (Conference Report, abril de 1970, segundo día—reunión matutina, p. 68).
Moisés 1:5 — “Por consiguiente, ningún hombre puede contemplar todas mis obras sin ver toda mi gloria”
Este versículo establece un límite misericordioso entre la condición mortal del hombre y la plenitud de la realidad divina. El Señor declara que Sus obras y Su gloria están inseparablemente unidas. Ver todas las obras de Dios implicaría, necesariamente, ver toda Su gloria, algo que ningún hombre en su estado mortal puede soportar.
Doctrinalmente, esto enseña que el conocimiento divino no es simplemente acumulativo ni intelectual. No basta con “ver más” para comprender a Dios; comprenderlo plenamente requiere una transformación del ser. La gloria de Dios no solo ilumina, sino que también transfigura, y esa transfiguración es indispensable para soportar Su plenitud.
Este pasaje también corrige una suposición humana común: que el universo puede ser comprendido completamente mediante observación, razón o poder mortal. El Señor enseña que hay un punto más allá del cual el conocimiento humano, sin santificación, no puede avanzar. No por falta de curiosidad o capacidad, sino porque la gloria de Dios excede lo que la mortalidad puede contener.
Al mismo tiempo, el versículo revela la paciencia y misericordia de Dios. Él muestra a Moisés una porción de Sus obras —lo suficiente para instruirlo y fortalecerlo—, pero retiene la plenitud para protegerlo. Dios no oculta por desinterés, sino por amor, y revela “línea por línea” conforme el hombre es preparado.
Finalmente, Moisés 1:5 apunta al propósito eterno del plan de salvación. Lo que hoy el hombre no puede soportar, podrá soportarlo en la eternidad. La promesa implícita es que, mediante Jesucristo, los hijos de Dios llegarán a ser transformados y glorificados, y entonces sí podrán contemplar todas las obras de Dios y participar plenamente de Su gloria.
Orson Pratt
“Ningún hombre puede contemplar toda mi gloria y después permanecer en la carne”; es decir, lo consumiría; la visión sería tan abrumadora que el tabernáculo mortal se desintegraría. Si a un hombre mortal se le permitiera contemplar todas las obras de Dios, las cuales incluyen toda Su gloria, la mortalidad no podría soportarlo. (Journal of Discourses, 26 tomos [Londres: Latter-day Saints’ Book Depot, 1854–1886], 2:245).
Hugh Nibley
Así que aquí tenemos una escena grandiosa. Solo se nos mostrará una pequeña parte de ella, pero es una parte real. Él dice: “Mira, y te lo mostraré, pero no te lo mostraré todo, porque no tiene fin, y ahora no puedes verlo”. (Ancient Documents and the Pearl of Great Price, ed. Robert Smith y Robert Smythe, p. 1).
Delbert L. Stapley
Para mí, este versículo es tan significativo que justifica una segunda lectura, y les pediría que, al repetir el versículo, tengan en mente la improbabilidad de que el hombre conquiste el espacio y descubra el secreto de la vasta creación, las obras y las glorias de Dios.
(10 de enero de 1962, BYU Speeches of the Year, 1962, p. 9).
Moisés 1:6 — “tú estás a semejanza de mi Unigénito”
Este versículo une de manera magistral identidad, misión y doctrina central del Evangelio. Dios no comienza asignando una tarea; primero declara quién es Moisés: “hijo mío”. La obra divina siempre se edifica sobre la identidad divina. Antes de llamar a servir, Dios revela filiación.
La frase “tú eres a semejanza de mi Unigénito” eleva la comprensión del hombre más allá de lo físico. No solo enseña que el hombre fue creado a imagen de Dios, sino que fue creado con potencial divino, conforme al modelo del Hijo. En Moisés, esta verdad tiene un énfasis adicional: su vida y ministerio reflejarían, en tipo y sombra, el ministerio del Salvador. Doctrinalmente, esto enseña que el servicio profético es cristocéntrico: toda obra verdadera apunta y se alinea con Cristo.
Luego, el Señor declara quién es el Unigénito: el Salvador, lleno de gracia y de verdad. Aquí se establece el fundamento de toda esperanza humana. La obra que Moisés recibirá no es independiente ni autónoma; está inseparablemente ligada a la misión redentora de Jesucristo. Moisés actuará con autoridad divina, pero siempre subordinado al Salvador, quien es la fuente de gracia, verdad y salvación.
La afirmación “aparte de mí no hay Dios” reafirma el monoteísmo del pacto y establece el marco correcto de adoración y autoridad. En un mundo de ídolos —y ante la inminente confrontación con Faraón y con Satanás— Moisés necesita saber que solo Dios es digno de obediencia absoluta. Esta verdad será su ancla frente al engaño, el poder político y la falsa adoración.
Finalmente, el Señor declara: “para mí todas las cosas están presentes, porque todas las conozco”. Esto enseña la omnisciencia y eternidad de Dios. Moisés está a punto de enfrentar incertidumbre, oposición y sufrimiento, pero Dios ya ve el final desde el principio. Doctrinalmente, este principio infunde confianza: la obra de Dios no se desarrolla al azar, sino bajo conocimiento perfecto y propósito eterno.
En conjunto, Moisés 1:6 enseña que:
- La obra divina comienza con identidad divina.
- El hombre fue creado a semejanza de Cristo y para servir conforme a ese modelo.
- Toda misión verdadera se fundamenta en el Salvador.
- Dios es el único objeto legítimo de adoración.
- El Señor gobierna Su obra con conocimiento perfecto de todas las cosas.
Este versículo transforma el llamamiento de Moisés en algo más que una asignación: lo convierte en una participación consciente en la obra eterna de Dios, centrada en Jesucristo.
Moisés 1:6. — “Aparte de mí no hay Dios”.
La frase “aparte de mí no hay Dios” no debe interpretarse como que el género humano no tiene el potencial eterno de llegar a ser como Dios. En un discurso que la Primera Presidencia dio en 1912 acerca de Moisés 1:6, ofreció un contexto histórico con el fin de ayudarnos a comprender
esa frase:
“Moisés se crió en un ambiente idólatra, ya que entre los egipcios había gran número de dioses. Al comenzar la obra que el Señor dijo a Moisés que tenía para él, era necesario que éste concentrara sus pensamientos y su fe en Dios el Padre Eterno como el único Ser al cual adorar…
“…El solo objeto de adoración, Dios el Padre Eterno, ocupa un lugar supremo y único, y es sólo en el nombre del Unigénito que, para ese propósito, nos acercamos a Él, como Cristo siempre enseñó” (“Only One God to Worship”, Improvement Era, abril de 1912, págs. 484–485).
El élder Boyd K. Packer, miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó: “El Padre sí es el único Dios verdadero. Por cierto que nadie le superará, ni nadie ocupará Su lugar. Tampoco nada cambiará la relación que nosotros, Su progenie literal, tenemos con Él. Él es Elohim, el Padre. Él es Dios. Sólo hay Uno como Él. Reverenciamos y adoramos a nuestro Padre y nuestro Dios” (véase “El modelo de nuestro Progenitor”, Liahona, enero de 1985, pág. 56).
Moisés 1:8 — “Moisés contempló el mundo y sus extremos, y… se maravilló y quedó asombrado”
Este versículo describe el impacto espiritual de una visión divina en la mente y el corazón de un profeta. Moisés no solo ve el mundo; contempla su extensión total, su orden, su vastedad y su propósito. El resultado inmediato no es orgullo ni sensación de dominio, sino asombro reverente. La reacción de Moisés enseña que la verdadera revelación produce humildad, no autosuficiencia.
Doctrinalmente, “contempló el mundo y sus extremos” indica que Dios puede conceder al hombre una perspectiva que trasciende las limitaciones naturales. Moisés ve más de lo que cualquier observación mortal permitiría, no para satisfacer curiosidad, sino para preparar su mente para comprender el lugar del hombre dentro del plan eterno de Dios. La visión amplía su comprensión, pero también revela cuán pequeño es el hombre frente a la grandeza de la creación.
El hecho de que Moisés “se maravilló y quedó asombrado” es profundamente instructivo. El asombro es una respuesta espiritual correcta ante lo divino. Enseña que el conocimiento revelado no elimina el misterio, sino que lo profundiza. Cuanto más ve Moisés, más consciente se vuelve de la grandeza de Dios y de la complejidad de Sus obras.
Este versículo también establece un contraste importante que se desarrollará en el capítulo: Moisés verá primero la inmensidad de la creación, luego su propia pequeñez (“el hombre no es nada”), y finalmente su valor eterno (“esta es mi obra y mi gloria”). Doctrinalmente, esto enseña que la verdadera comprensión del valor humano solo puede surgir después de reconocer la grandeza de Dios.
En síntesis, Moisés 1:8 enseña que la revelación expande la visión, produce asombro reverente y prepara el corazón para recibir verdades más profundas acerca de Dios, del universo y del propósito eterno del hombre.
Neal A. Maxwell
Algunos caen fácilmente en la trampa que describió Pablo, cuando están “siempre aprendiendo” pero “nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3:7). Uno puede aprender, por ejemplo, mucho acerca de las características físicas del planeta Tierra y, sin embargo, ignorar por qué fue creado en primer lugar (véanse Isaías 45:18; 1 Nefi 17:36; Moisés 1:33, 39).
Para los mortales, por tanto, el Evangelio es inagotable, porque “el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10). Las palabras de Jacob son sorprendentemente similares a las de Pablo: “Porque el Espíritu habla la verdad… de las cosas como realmente son, y… como realmente serán” (Jacob 4:13). No es de extrañar que la definición escritural de la verdad coincida: “La verdad es el conocimiento de las cosas como son, y como fueron, y como han de venir” (Doctrina y Convenios 93:24). ¡Qué vastedad!
De hecho, el lugar último en el que esperamos estar es “en la presencia de Dios… donde todas las cosas… son manifiestas, pasadas, presentes y futuras, y están continuamente ante el Señor” (Doctrina y Convenios 130:7). ¡Qué Dios tan maravilloso adoramos! El profeta José Smith dijo: “El pasado, el presente y el futuro fueron y son, con [Jehová], un eterno ‘ahora’” (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 220). ¡Cuán diferente es el “ahora” del Señor del nuestro! Al encontrarnos y explorar tal vastedad, a veces sabemos más de lo que nuestra lengua puede expresar. El conocimiento que es “discernido espiritualmente” no siempre se comunica con facilidad.
Al explorar esta plenitud y eternidad, habrá algunas sorpresas. Nuestra comprensión de ciertas cosas será reestructurada y ampliada, especialmente en el mundo venidero, porque “cosa que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9). En la eternidad, cuando los fieles reciban “todo lo que [el] Padre tiene”, ello incluirá un enorme ensanchamiento intelectual (Doctrina y Convenios 84:38). (“The Inexhaustible Gospel”, Ensign, abril de 1993, p. 70).
Moisés 1:8–12 — “la presencia de Dios se retiró de Moisés… y Moisés se dijo a sí mismo.”
Este pasaje marca uno de los momentos más instructivos de toda la experiencia de Moisés. Después de haber estado en la presencia directa de Dios, la gloria se retira y Moisés queda solo consigo mismo. Doctrinalmente, este contraste enseña que la revelación no elimina la mortalidad; más bien, la revela con mayor claridad. Al cesar la influencia directa de la gloria divina, Moisés experimenta de inmediato la fragilidad humana.
La frase “la presencia de Dios se retiró” no indica abandono, sino un retiro deliberado con propósito divino. Dios permite que Moisés experimente la diferencia entre depender del poder celestial y depender de la fuerza mortal. Este retiro prepara el escenario para una prueba inmediata: Moisés debe ahora actuar conforme a lo que sabe y no conforme a lo que siente.
Cuando el texto dice que “Moisés se dijo a sí mismo”, se introduce un momento de reflexión interior profunda. Moisés compara su estado actual con la gloria que acababa de experimentar y llega a una conclusión doctrinal clave: “el hombre no es nada”. Esta no es una declaración de inutilidad, sino de dependencia absoluta de Dios. Moisés reconoce que sin la presencia divina, el hombre carece de poder, protección y conocimiento.
Este pasaje enseña que la verdadera revelación deja una huella duradera aun cuando la presencia manifiesta de Dios se retira. Moisés no olvida lo que ha visto; esa experiencia se convierte en el fundamento que le permitirá discernir entre Dios y Satanás en los versículos siguientes. Doctrinalmente, esto establece que la memoria espiritual de la revelación es una fuente de fortaleza durante los momentos de soledad y prueba.
Finalmente, Moisés 1:8–12 muestra que la fe madura se forma en la ausencia temporal de la gloria, no solo en su presencia. Dios revela, luego se retira, y permite que el siervo actúe con entendimiento, humildad y confianza. Así, el retiro de la presencia divina no debilita a Moisés; lo prepara para ejercer discernimiento, autoridad espiritual y obediencia consciente.
En resumen, este pasaje enseña que el retiro momentáneo de la presencia de Dios es parte del proceso divino para enseñar dependencia, humildad y fe verdadera.
Hugh Nibley
Moisés está ahora de nuevo en la tierra. Está tendido; ha perdido el conocimiento. Se encuentra en un estado lamentable, pero todavía arrastra consigo nubes de gloria.
(Ancient Documents and the Pearl of Great Price, ed. Robert Smith y Robert Smythe, s. p., s. f., p. 2).
Orson Pratt
Moisés comenzó a comprender que no le correspondía, como ser mortal, extender la vista y contemplar todas las creaciones infinitas del Todopoderoso, dispersas por el espacio sin límites; pero el Señor estaba dispuesto a que conociera una parte. Y Moisés, cuando vio la gloria de Dios y las cosas que lo rodeaban, relacionadas con los sistemas planetarios, comenzó a maravillarse y a asombrarse, tal como usted y yo lo haríamos si tuviéramos el privilegio de contemplar en visión las obras de Dios. Y mientras se maravillaba por lo que había visto, el Señor, por alguna razón, se retiró de él, probablemente para probarlo, para ver si le sería fiel. Y cuando el Espíritu del Señor fue quitado de él, y la gloria de Dios se retiró y el Señor mismo se apartó de su presencia, Moisés quedó a sí mismo. ¡Oh, cuán débil quedó! Cayó a la tierra, y por el espacio de muchas horas no recobró su fuerza natural. Y cuando, en esa condición débil y postrada, exclamó: “Ahora sé que el hombre no es nada”, comenzó a invocar al Señor para que le restaurara la fuerza. Y Satanás, aprendemos, se aprovechó de Moisés en esa ocasión, cuando así quedó a sí mismo, y vino y se presentó ante él, y dijo: “Moisés, hijo de hombre, yo soy el Unigénito; adórame”. Moisés miró a Satanás y percibió de inmediato la diferencia entre el glorioso personaje que se le había aparecido poco antes y el personaje de Satanás. Y al mirar a este extraño visitante, Moisés dijo: “¿Dónde está tu gloria, para que yo te adore?”. (Journal of Discourses, 26 tomos [Londres: Latter-day Saints’ Book Depot, 1854–1886], 20:72–73).
Moisés 1:10 — “el hombre no es nada”
Cuando Moisés declara: “el hombre no es nada”, no está negando el valor del ser humano, sino reconociendo su absoluta dependencia de Dios. Esta afirmación surge inmediatamente después de que la presencia divina se retira, cuando Moisés siente el contraste entre la gloria de Dios y la fragilidad mortal. Doctrinalmente, la frase no expresa desprecio por el hombre, sino humildad nacida de la revelación.
El contexto es esencial. Moisés acaba de contemplar la vastedad de la creación y luego experimenta su propia debilidad. Frente a la grandeza de Dios, el hombre es “nada” en poder, conocimiento y autosuficiencia. Sin embargo, esta “nada” no significa insignificancia eterna, sino insuficiencia sin Dios. Separado de la presencia divina, el hombre no puede sostenerse, salvarse ni comprender plenamente la realidad.
Este versículo corrige dos extremos doctrinales: el orgullo humano que se exalta a sí mismo y la desesperanza que niega el valor personal. Moisés no se desespera; se humilla. Su declaración prepara el terreno para la siguiente verdad del capítulo: que aunque el hombre es nada por sí mismo, lo es todo para Dios, pues Su obra y Su gloria consisten precisamente en exaltarlo.
Así, “el hombre no es nada” se convierte en el punto de partida de la fe verdadera. Solo quien reconoce su pequeñez ante Dios puede recibir poder espiritual, discernimiento y autoridad divina. En Moisés, esta humildad no lo debilita; lo fortalece para resistir a Satanás y cumplir la obra que Dios le ha confiado.
En síntesis, Moisés 1:10 enseña que el hombre, separado de Dios, carece de poder; pero unido a Él, participa de Su obra eterna.
Richard E. Turley Sr.
Abundan las filosofías que menosprecian la posición del hombre en esta tierra. En el relato de Moisés, aun él pensó, después de ver las creaciones de Dios, que el hombre no es nada; pero Dios le dejó claro que el hombre lo es todo. (Ensign, mayo de 1998, p. 84).
Aileen H. Clyde
¡Qué maravilla, para Moisés y para nosotros, que nosotros, quienes podemos sentirnos como nada cuando nos comparamos con el vasto universo, seamos en realidad la razón de su creación y de la creación de la tierra!
Creo que es importante estirar nuestra mente y tratar de comprender, como se le mostró a Moisés, la paradoja de ser pequeños y grandes al mismo tiempo. Las Escrituras nos ayudan a mantener presente nuestra identidad única y eterna. Existíamos como individuos mucho antes de esta vida. Teníamos albedrío entonces, y escogimos venir a la tierra, aun sabiendo que habría peligros y cosas difíciles aquí. Tuvimos suficiente confianza entonces como para escoger seguir el plan de Jesucristo. Sabíamos que Su ayuda vendría para mostrarnos maneras de vivir rectamente, maneras de amarnos y servirnos unos a otros, y maneras de rechazar lo malo y buscar lo bueno.
Luego ocurre una transición y nos encontramos aquí —uno de los que Moisés vio—, parte de un gran panorama y, sin embargo, luchando como individuos por hallar la identidad que una vez conocimos. (“Confidence through Conversion”, Ensign, noviembre de 1992, p. 88).
Neal A. Maxwell
Comparar lo que somos con lo que tenemos el poder de llegar a ser debería darnos una gran esperanza espiritual. Piénsese de esta manera: hay algunos lagos muy serenos y azules en este planeta situados en cavidades que una vez fueron volcanes rojos y eruptivos. Asimismo, hay hermosas montañas verdes y tropicales formadas a partir de antiguas y ardientes erupciones. ¡La transformación paralela del ser humano es mucho más notable que todo eso, mucho más hermosa y mucho más eterna!
Así es: en medio de la vastedad de Sus creaciones, la influencia formadora y personal de Dios se siente en los detalles de nuestra vida, no solo en los detalles de las galaxias y las moléculas, sino, mucho más importante aún, en los detalles de nuestra propia vida. De algún modo, Dios nos brinda estas tutorías individuales mientras, al mismo tiempo, supervisa funerales y nacimientos cósmicos, pues cuando una tierra pasa, otra nace (véase Moisés 1:38). Es maravilloso que Él nos atienda de manera tan personal en medio de esas responsabilidades cósmicas. (“Becoming a Disciple”, Ensign, junio de 1996, p. 17).
Moisés 1:11 — “mis ojos naturales no hubieran podido ver; porque habría desfallecido y me habría muerto en su presencia;”
Este versículo enseña con claridad la distinción entre lo natural y lo espiritual en la experiencia reveladora. Moisés reconoce que, en su condición mortal, el hombre no puede soportar la plenitud de la presencia divina. No es que Dios sea inaccesible, sino que la naturaleza caída del hombre no está preparada para recibir Su gloria sin ser transformada.
La expresión “mis ojos naturales no hubieran podido ver” afirma que la revelación más elevada no se percibe por medios físicos, sino por medios espirituales. Ver a Dios requiere una capacidad que trasciende los sentidos mortales. Por eso, Moisés fue sostenido y transfigurado por la gloria de Dios; no fue su fortaleza personal, sino el poder divino el que le permitió ver y vivir.
La frase “habría desfallecido y me habría muerto en Su presencia” subraya una verdad doctrinal profunda: la gloria de Dios no es meramente luminosa, sino vivificante y consumidora. Sin preparación espiritual, esa gloria no eleva, sino que sobrepasa. Este principio aparece repetidamente en las Escrituras: para estar con Dios, el hombre debe ser cambiado, santificado y revestido de poder celestial.
Este versículo también enseña la misericordia de Dios. El Señor no expone a Sus siervos a lo que no pueden soportar. Cuando Él se revela, provee el medio para que el hombre viva esa revelación. La gloria que permite ver es la misma que protege y sostiene.
Finalmente, Moisés 1:11 apunta al propósito final del plan de salvación. Lo que hoy el hombre no puede soportar con “ojos naturales”, podrá hacerlo en un estado glorificado. La experiencia de Moisés es una anticipación de la promesa eterna: que los fieles serán transformados para vivir en la presencia de Dios, no momentáneamente, sino para siempre.
En resumen, este versículo enseña que ver a Dios requiere transformación, que la revelación es espiritual en su naturaleza y que la gloria divina, lejos de destruir, prepara al hombre para una comunión más alta cuando Dios así lo dispone.
Orson F. Whitney
Eso es lo que quiso decir Juan cuando afirmó: “A Dios nadie le vio jamás”. Y eso es lo que quiso decir Pablo al declarar: “Cosa que ojo no vio, ni oído oyó”. Significa que ningún hombre, con sus ojos naturales, puede ver a Dios en Su gloria. Debe usar sus ojos espirituales, los ojos con los que “anduvo por vista” cuando era un espíritu en el mundo de los espíritus, los ojos con los que veía antes de venir a la tierra y recibir ojos naturales. En este segundo estado, en el que “andamos por fe”, no se nos permite usar en todo momento nuestra vista espiritual. Pero de vez en cuando el Señor escoge a uno de entre los hombres y le concede ese raro privilegio. El poder de Dios desciende sobre tal persona, la transfigura, abre sus ojos espirituales y la constituye en un vidente en el más alto sentido del término. Tal hombre fue Moisés. Tal hombre fue el hermano de Jared, tal hombre fue Nefi y tal hombre fue José Smith. Ha habido muchos hombres así. Ellos han visto a Dios real y literalmente, pero lo hicieron con ojos espirituales y no con ojos naturales. “El hombre natural es enemigo de Dios”; el ojo natural no puede contemplarlo, el oído natural no puede oírlo. Pero el ojo espiritual puede verlo, y el oído espiritual puede oírlo. Con el Espíritu del Señor sobre nosotros, podemos ver y comprender a Dios hasta donde Él elija darse a conocer. Esta es la gran característica diferenciadora entre los Santos de los Últimos Días y aquellos que no han recibido el don del Espíritu Santo.
(Conference Report, octubre de 1924, primer día—sesión matutina, p. 23).
Spencer W. Kimball
Debe resultar evidente, entonces, que para soportar la gloria del Padre o del Cristo glorificado, un ser mortal debe ser traducido o fortalecido de alguna otra manera. Moisés, profeta de Dios, poseía el Santo Sacerdocio protector: “…y la gloria de Dios reposó sobre Moisés; por lo tanto, Moisés pudo soportar Su presencia” (Moisés 1:2). La grasa en el cuerpo de un nadador o un pesado traje de goma para bucear puede proteger del frío y la humedad; un traje de asbesto puede proteger a un bombero de las llamas; un chaleco antibalas puede salvar al policía de las balas de un asesino; una casa con calefacción puede proteger de los vientos helados del invierno; una sombra profunda o un vidrio ahumado pueden mitigar el calor abrasador y los rayos ardientes del sol del mediodía. Existe una fuerza protectora que Dios pone en acción cuando expone a Sus siervos humanos a las glorias de Su persona y de Sus obras. (Conference Report, abril de 1964, sesión de la tarde, pp. 94–95).
Howard W. Hunter
Un vidente es aquel que ve. Esto no significa que vea con sus ojos naturales, sino con ojos espirituales. El don de vidente es una investidura sobrenatural. José fue semejante a Moisés, el antiguo vidente, quien vio a Dios cara a cara; pero él explica cómo lo vio con estas palabras: “Pero ahora mis propios ojos han contemplado a Dios; pero no mis ojos naturales, sino mis ojos espirituales; porque mis ojos naturales no habrían podido contemplarlo; porque me habría marchitado y muerto en Su presencia; pero Su gloria reposó sobre mí, y contemplé Su rostro, porque fui transfigurado delante de Él” (Moisés 1:11).
No debemos suponer que ver espiritualmente no sea ver literalmente. Tal visión no es fantasía ni imaginación. El objeto se contempla realmente, pero no con los ojos naturales. (The Teachings of Howard W. Hunter, ed. Clyde J. Williams [Salt Lake City: Bookcraft, 1997], p. 225).
Moisés 1:12–13 — “Moisés, hijo del hombre, adórame”
“Moisés pareció sentirse perturbado cuando Satanás se dirigió a él como ‘hijo del hombre’. Replicó: ‘Yo soy hijo de Dios, a semejanza de Su Unigénito’ (Moisés 1:12–13). Saber que había sido creado a imagen de Dios fortaleció a Moisés para vencer las tentaciones de Lucifer. Los hijos de los hombres son hijos del mundo, y prestan atención a las cosas mundanas. Al no darse cuenta de su herencia divina, renuncian a su derecho de primogenitura para adorar las imágenes del mundo. Los hijos de Dios, en cambio, saben que son herederos de un futuro celestial y, por tanto, pueden visualizar riquezas celestiales. Esa visión los ayuda a adorar únicamente a Dios y a seguir Su senda”.
(Dennis Largey, “Refusing to Worship Today’s Graven Images”, Ensign, febrero de 1994, p. 13)
Moisés 1:15 — “puedo juzgar entre ti y Dios”
La declaración “Y puedo discernir entre tú y Dios” refleja el efecto transformador de haber estado en la presencia divina. Moisés no compara palabras ni apariencias; discierne por contraste espiritual. Al haber experimentado la gloria de Dios, reconoce que Satanás carece de ese poder vivificante y de esa autoridad divina.
Este pasaje enseña que el discernimiento espiritual nace de una relación real con Dios. La revelación previa se convierte en protección contra el engaño, permitiendo distinguir la verdad de la imitación. Conocer a Dios da claridad espiritual y la fortaleza necesaria para rechazar aquello que no proviene de Él.
“Satanás se agitó y se volvió insistente, y redobló sus esfuerzos, tentando nuevamente a Moisés. Satanás le dijo: ‘Yo soy el Unigénito; adórame’ (Moisés 1:19).
“Moisés sabía que esto no era verdad, pero las diatribas de Satanás tuvieron un efecto aterrador sobre él. Sin embargo, no permitió que el temor lo dominara. Volvió a orar, recibió fortaleza de Dios y nuevamente mandó a Satanás que se apartara. Entonces, con fuerte llanto, gemidos y crujir de dientes, Satanás finalmente se retiró (véanse Moisés 1:20–22).
“Moisés reconoció el error, oró continuamente en busca de ayuda y venció el temor. Así pudo desafiar los intentos de Satanás de intimidarlo.
“Queremos capacitar a nuestros hijos para que reconozcan el error y actúen, como lo hizo Moisés. Esto es mucho más que simplemente decirles qué pensar y qué hacer. Es ayudarles a buscar y amar la verdad y a escoger actuar de manera independiente, a actuar conforme a ella”. (Michaelene P. Grassli, “Helping Children Know Truth from Error”, Ensign, noviembre de 1994, p. 13)
James E. Talmage
Entonces vino Satanás, el audaz, el padre de las mentiras, y se presentó a sí mismo como el Hijo de Dios en un sentido distintivo. Moisés pudo discernir y percibirlo (cita Moisés 1:13–14).
¡Ojalá todos tuviéramos tal poder de discernimiento! Ese es un don del Espíritu, al cual tenemos derecho, y lo tendremos conforme vivamos dignos de él. Con ese don seremos libres, en gran medida, del engaño que de otro modo podría desviarnos.
Así como el Señor da revelaciones, también Satanás las da, cada uno a su manera. Así como el Señor tiene reveladores en la tierra, también los tiene Satanás, y él está actuando sobre esos hombres mediante su poder, y ellos están recibiendo revelaciones y manifestaciones que son tan verdaderamente del diablo como lo fue su manifestación a Moisés. (Conference Report, abril de 1931, sesión de la tarde, p. 27)
Moisés 1:20 — “vio la amargura del infierno”
La expresión “vio la amargura del infierno” describe una experiencia espiritual intensa en la que Moisés percibe no solo la realidad del mal, sino también sus consecuencias eternas. Esta “amargura” no se presenta como un castigo arbitrario, sino como el estado de separación, esclavitud y miseria que resulta de apartarse de Dios. El infierno es descrito doctrinalmente como una condición espiritual caracterizada por la ausencia de luz, gozo y verdad, en marcado contraste con la gloria divina que Moisés había experimentado anteriormente.
Este pasaje enseña que el pecado y la rebelión contra Dios producen un estado de profunda desolación espiritual. Al permitir que Moisés “viera” esa amargura, el Señor le otorga entendimiento para discernir con claridad la naturaleza destructiva del mal. Doctrinalmente, esto afirma que el conocimiento del plan de salvación incluye comprender tanto la luz de Dios como la oscuridad que resulta de rechazarla. La visión de la amargura del infierno prepara a Moisés para su ministerio, capacitándolo para advertir, enseñar y llamar al arrepentimiento con compasión y autoridad espiritual.
Los contrastes aquí son extremos. Habiendo conversado recién con Dios, y habiendo contemplado la tierra y todos sus habitantes, Moisés ve “la amargura del infierno”. Del cielo al infierno; Moisés vio ambos y todo lo que hay entre ellos. Pero no lo vio por mucho tiempo:
“Yo, el Señor, lo muestro por visión a muchos, pero luego lo cierro de inmediato; por tanto, el fin, la anchura, la altura, la profundidad y la miseria de ello no las entienden, ni hombre alguno, excepto aquellos que están ordenados para esta condenación” (Doctrina y Convenios 76:47–48).
Moisés 1:21 — “En el nombre del Unigénito, vete de aquí, Satanás”
Moisés 1:21 enseña un principio doctrinal fundamental: el poder para vencer a Satanás reside en el nombre de Jesucristo, el Unigénito del Padre. Moisés no confía en su propia fortaleza ni en experiencias pasadas; ejerce autoridad espiritual al invocar el nombre del Unigénito. Esto demuestra que el nombre de Cristo no es solo una expresión verbal, sino la representación de Su autoridad, Su Expiación y Su poder redentor, por medio del cual el mal puede ser resistido y expulsado.
Este versículo afirma que la victoria sobre Satanás se logra mediante la dependencia consciente de Jesucristo. Doctrinalmente, enseña que el adversario no puede prevalecer donde se honra y se invoca con fe el nombre del Salvador. Al mandar a Satanás que se vaya “en el nombre del Unigénito”, Moisés testifica que toda autoridad legítima procede de Cristo, y que Su poder está disponible para quienes actúan con fe, obediencia y confianza en Él.
Esta es la cuarta vez que Moisés manda a Satanás que se retire. Es la primera vez que Satanás se va. Las tres ocasiones anteriores carecieron de la autoridad suficiente para mandarlo; la cuarta invocó el nombre del Unigénito, y Satanás no tuvo otra opción que retirarse.
“Moisés había aprendido algo acerca de sí mismo: era un hijo de Dios. ¡Oh, cuán importante es que a nuestros hijos se les recuerde esta verdad! Moisés mandó a Satanás que se fuera, pero sin resultado. Satanás se enfureció. Moisés volvió a mandarle que se retirara, y Satanás gritó y vociferó sobre la tierra, negándose nuevamente a irse (véanse Moisés 1:18–19).
“Moisés entonces se dio cuenta de que tenía delante un gran desafío. No se trataba de una persona común. Era temible, airado y poderoso. Moisés no quiso saber nada de aquello y mandó con valentía: ‘Apártate de mí, Satanás, porque a este solo Dios adoraré, que es el Dios de gloria’. Y entonces Satanás comenzó a temblar, y la tierra se estremeció (Moisés 1:20–21).
“Aquí había un poder oscuro y amargo. ¿Cómo podría Moisés resistir algo así? En este gran momento de crisis, ‘Moisés recibió fortaleza y clamó a Dios, diciendo: En el nombre del Unigénito, vete de aquí, Satanás’ (Moisés 1:21). Ahora apeló a un poder más allá del suyo propio. Accedió a una fuente de fortaleza y autoridad por medio del Señor Jesucristo, un poder que Satanás no podía desafiar. ‘Y aconteció que Satanás clamó con gran voz, con llanto, y gemidos, y crujir de dientes; y se fue de allí, aun de la presencia de Moisés, y este no lo volvió a ver’ (Moisés 1:22).
“Hace años, uno de nuestros colegas compartió con nosotros esta tierna experiencia. Su hijita, Kim, acababa de aprender a contar. De hecho, podía contar del uno al diez. Tan emocionados estaban que llamaron a la abuela. ‘Hola, abuela. ¿Quieres oírme contar?’. Entonces comenzó: ‘Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. En el nombre de Jesucristo, amén’. Tal vez el Salvador sonrió y se complació de que Kim pudiera contar del uno al diez.
“Cuando usamos estas palabras sagradas, ‘en el nombre de Jesucristo’, son mucho más que una manera de concluir una oración, un testimonio o un discurso. Estamos en terreno santo, hermanos y hermanas. Estamos usando un nombre sumamente sublime, santo y maravilloso: el mismo nombre del Hijo de Dios. Ahora podemos acercarnos al Padre por medio de Su Hijo Amado. ¡Cuánta fuerza, seguridad y paz llegan cuando realmente oramos en Su nombre! Esta conclusión de la oración puede ser, en muchos sentidos, la parte más importante de la oración. Podemos apelar al Padre por medio de Su Hijo victorioso con la confianza de que nuestras oraciones serán oídas. Podemos pedir y recibir, buscar y hallar, y finalmente encontrar la puerta abierta”. (L. Edward Brown, “Pray unto the Father in My Name”, Ensign, mayo de 1997, p. 79)
Spencer W. Kimball
“Apártate de mí, Satanás, porque a este solo Dios adoraré. En el nombre del Unigénito, vete de aquí, Satanás” (véase Moisés 1:1–24). Y esta es una buena declaración para que la use toda alma que sea acosada por este padre de mentiras. (Ensign, marzo de 1976, p. 71)
Moisés 1:15–22 — “Satanás clamó con gran voz, con lloro, y llanto, y crujir de dientes”
Esto revela que, cuando Satanás es desenmascarado y despojado de influencia, su poder se transforma en desesperación. La descripción de su clamor, lloro y crujir de dientes no comunica fortaleza, sino derrota y tormento espiritual. Doctrinalmente, esta reacción manifiesta que el mal no posee paz ni dominio duradero; cuando se enfrenta a la autoridad divina —invocada en el nombre del Unigénito— queda expuesto como impotente y carente de gloria. El llanto y el crujir de dientes simbolizan la angustia que acompaña a la separación de Dios y la pérdida de poder.
Este pasaje enseña que la verdadera autoridad espiritual no pertenece a Satanás, sino a Jesucristo. Al resistirlo con discernimiento y fe, Moisés provoca la retirada del adversario y evidencia que el mal se sostiene solo mientras es tolerado o temido. Doctrinalmente, Moisés 1:15–22 afirma que quienes confían en el Salvador no solo pueden resistir al adversario, sino también reconocer que su aparente poder culmina en confusión y miseria. La escena confirma que el reino de Satanás es inherentemente inestable, mientras que el poder de Cristo es constante, redentor y victorioso.
Hugh Nibley
Obsérvese que el conflicto no es entre Dios y el diablo; eso nunca fue una contienda. Es Moisés mismo quien aquí proclama su ventaja sobre Satanás, cuando continúa: “¿Dónde está tu gloria? Porque es oscuridad para mí. Y puedo juzgar entre ti y Dios” (vers. 15). En los tres versículos siguientes repite que comparte la naturaleza del Unigénito y declara que Satanás es un impostor: “Satanás, no me engañes”, concluyendo con una orden tajante para que se retire (verss. 16–18). Estos son golpes punzantes, pues Satanás siempre ha reclamado la tierra como su propio dominio especial y el papel del Unigénito como su vehículo exclusivo. Las reiteradas afirmaciones de Moisés acerca de su íntima relación con el Unigénito empujan al impostor a una rabia vociferante.
Abandonando toda pretensión de su célebre sutileza y astucia, el Adversario recurre a un ataque frontal total, y la batalla se desata: el combate ritual que aparece tan a menudo en la literatura dramática y épica más antigua de la humanidad: “Satanás clamó con gran voz, y se agitó sobre la tierra, y mandó, diciendo: Yo soy el Unigénito; adórame” (vers. 19). Moisés quedó aterrorizado por la ferocidad y la pasión del ataque; de hecho, quedó profundamente abatido. Paralizado por el temor, “vio la amargura del infierno” (vers. 20). Es el conocido tema del héroe-rey reducido al extremo final, que clama con su último resto de fuerza desde “la amargura del infierno”: “No obstante, clamando a Dios, recibe fortaleza” (vers. 20), y en el último momento es librado.
Entonces las tornas se invierten: es el oponente oscuro quien cae; tiembla y la tierra se sacude mientras se retira entre alboroto y angustia. (Enoch the Prophet, ed. Stephen D. Ricks [Salt Lake City y Provo: Deseret Book; FARMS, 1986], p. 157).
Moisés 1:24. — El Espíritu Santo estuvo en la tierra en la época del Antiguo Testamento.
Moisés 1:24 enseña que el Espíritu Santo dio testimonio de Jesucristo desde los primeros tiempos, lo cual confirma que Su influencia estuvo presente y activa durante toda la época del Antiguo Testamento. Esta verdad doctrinal muestra que el evangelio no es una revelación tardía, sino un plan eterno enseñado desde el principio. Los antiguos profetas recibieron revelación, poder y testimonio por medio del mismo Espíritu que hoy guía a los santos, lo que permitió que conocieran a Cristo y enseñaran acerca de Su misión redentora aun antes de Su ministerio terrenal.
Este versículo también aclara que, aunque la administración formal del don del Espíritu Santo por la imposición de manos se organiza conforme a la autoridad del sacerdocio en distintas dispensaciones, la influencia del Espíritu nunca ha estado ausente de la tierra. Desde Adán hasta Moisés, el Espíritu Santo actuó como revelador, testigo y santificador, uniendo doctrinalmente todas las dispensaciones en un solo plan de salvación centrado en Jesucristo.
Desde la época de Adán, el Espíritu Santo ha estado en la tierra inspirando y testificando a los hijos de Dios. El presidente Joseph Fielding Smith dijo: “El hecho real es que todos los profetas tuvieron el Espíritu Santo, y fueron guiados y dirigidos por Él. Sin este poder no hubiesen sido profetas. Pedro dijo que la profecía misma no ‘fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo’ [2 Pedro 1:21]. El libro de Moisés, que es el relato original y perfecto de una parte del Génesis, menciona al Espíritu Santo; y también lo hacen los profetas nefitas, incluso los que vivieron en la época anterior a Cristo” (véase Doctrina de Salvación, tomo I, pág. 44).
Moisés 1:25 — “serás más fuerte que muchas aguas”
La promesa “serás más fuerte que muchas aguas” utiliza el simbolismo bíblico de las aguas como representación del caos, la oposición y las fuerzas que amenazan con sobrepasar al ser humano. Doctrinalmente, el Señor declara que Moisés no será dominado por esas fuerzas, sino que, al actuar conforme a Su palabra, ejercerá poder sobre aquello que normalmente somete y destruye. La fortaleza prometida no es física ni personal, sino divina, concedida mediante obediencia y autoridad delegada por Dios.
Este versículo enseña que el poder del Señor capacita a Sus siervos para prevalecer sobre obstáculos aparentemente abrumadores. Así como las aguas suelen simbolizar lo incontrolable, la promesa afirma que quien es llamado por Dios y actúa en Su nombre puede superar lo que por sí solo sería imposible. Doctrinalmente, Moisés 1:25 testifica que la verdadera fortaleza proviene de la investidura divina y anticipa que el poder de Dios se manifiesta cuando Sus propósitos requieren que Sus siervos se mantengan firmes frente a fuerzas mayores que ellos mismos.
Hugh Nibley
¿De qué “muchas aguas” fue Moisés más fuerte? Recordemos que cuando pasaron por el mar Rojo, atravesaron las aguas de la muerte. Y también las aguas de Mara. En el desierto estaban muriendo de sed. Moisés golpeó la roca con su vara, y brotaron las aguas de Mara (las aguas de la queja, de la amargura). Ellos habían estado murmurando y pecando; por eso estaban muriendo de sed. Las aguas brotaron y los salvaron. Así, Moisés es más fuerte que muchas aguas.
Obsérvese que levanta su vara. El Señor dice: Levanta tu vara y las aguas del mar Rojo volverán. Sopla el viento; el mar se alza y anega los carros de Faraón. Y lo mismo sucede de nuevo: golpea la roca con su vara. Josué hace exactamente lo mismo cuando llegan al Jordán. Moisés no los conduce a través del Jordán, pero Josué sí. Está crecido, y no pueden cruzar. Josué hace retroceder las aguas. Se habían acumulado detrás de un dique; y cuando el dique se rompió, descendió una avalancha de agua turbia, lodo, arena, árboles y todo lo demás. Pero, nuevamente, él levantó su vara. Así que esto sigue un patrón muy definido. He publicado al menos un centenar de ejemplos de este drama real en acción.
“…porque obedecerán tu mandato como si fueras Dios”. Moisés va a actuar en el lugar de Dios sobre la tierra. Es el representante de Dios y tiene el sacerdocio para actuar por Él.
Esto es lo que llamamos la realeza divina. Aquí es donde tiene su raíz. Se actúa como si se fuera Dios.
(Ancient Documents and the Pearl of Great Price, ed. Robert Smith y Robert Smythe, s. p., s. f., pp. 4–5).
Moisés 1:27 — “Moisés fijó los ojos y vio la tierra, sí, la vio toda; y no hubo partícula de ella que no viese”
Moisés enseña que el conocimiento revelado por Dios trasciende las limitaciones naturales de la percepción humana. Al “fijar los ojos”, Moisés no realiza un acto físico ordinario, sino un acto espiritual: es investido con visión divina. Doctrinalmente, este versículo afirma que Dios puede ampliar la capacidad del ser humano para comprender Su creación conforme a Sus propósitos, permitiéndole ver la realidad no solo como es, sino como Dios la conoce y la gobierna.
Este pasaje también revela que la obra de Dios se fundamenta en conocimiento completo y perfecto. Al permitir que Moisés vea “toda” la tierra, el Señor lo prepara para comprender la magnitud de Su obra y Su plan para la humanidad. Doctrinalmente, Moisés 1:27 testifica que la revelación divina comunica totalidad y claridad, enseñando que Dios no obra en fragmentos ni con ignorancia, sino con una visión plena que Sus siervos pueden recibir según su llamamiento y obediencia.
Orson Pratt
¿Qué contempló [Moisés]? Vio aquello que el género humano nunca puede ver en este estado natural sin la ayuda del mismo principio; contempló cada partícula de la tierra, o, como dice la nueva revelación, no hubo partícula alguna que no contemplara, discerniéndola por el Espíritu de Dios. ¡Qué excelente telescopio! ¿Imprimió el Espíritu de Dios esa visión mediante rayos de luz solo sobre la retina del ojo? No; la visión fue presentada a la mente, independientemente del ojo natural. En lugar de actuar solo sobre el ojo, cada parte del espíritu humano pudo contemplar y discernir, por medio de esa sustancia todopoderosa —el Espíritu de Dios—, cada partícula de esta tierra.
¿Cuánto tiempo le habría tomado a Moisés contemplar cada partícula por separado con el ojo natural? Mientras miraba una con el ojo, no podía estar mirando directamente otra. Le habría tomado muchos millones de años contemplar directa y distintamente cada partícula de la tierra, tal como vemos las cosas de manera sucesiva. Pero, en vez de eso, lo encontramos, en un corto espacio de tiempo —quizá solo minutos u horas—, contemplando cada partícula de ella. Aquí había algo nuevo e independiente de la visión natural, que le mostraba cosas por debajo de la superficie de la tierra. Los hombres miran las cosas sobre la superficie con el ojo natural; pero aquí hay un hombre que, por el poder del cielo, puede penetrar aquello que el ojo natural nunca podría contemplar. (Journal of Discourses, 26 tomos [Londres: Latter-day Saints’ Book Depot, 1854–1886], 2:245).
Vaughn J. Featherstone
Si pudiéramos “contar las partículas de la tierra, sí, millones de tierras… no sería el comienzo del número de tus creaciones”. Tenemos que rendir nuestro limitado entendimiento ante una totalidad incomprensible de creaciones del Creador: cada brizna de hierba, cada flor, árbol, arbusto, animal, pez, insecto. Tal visión va mucho más allá de nuestra capacidad mortal de entender o comprender.
Y, sin embargo, Él toca nuestras vidas individuales. (The Incomparable Christ: Our Master and Model [Salt Lake City: Deseret Book, 1995], p. 33).
Moisés 1:33 — “he creado incontables mundos”
Moisés revela la inmensidad de la obra de Dios al declarar que Él ha creado “incontables mundos”. Doctrinalmente, esta afirmación expande la comprensión del plan de salvación más allá de la tierra, enseñando que la creación divina no es limitada ni aislada, sino vasta, ordenada y gobernada por leyes eternas. La pluralidad de mundos subraya el poder creador de Dios y la amplitud de Su propósito, sin disminuir el valor individual de cada creación.
Este versículo también enseña que, a pesar de la infinitud de los mundos creados, Dios los conoce y los gobierna plenamente. Doctrinalmente, Moisés 1:33 afirma que la grandeza de Dios no se mide solo por la magnitud de Su creación, sino por Su conocimiento perfecto y Su relación personal con Sus hijos. La existencia de incontables mundos testifica que el plan de redención es tan eterno como la creación misma, y que el amor y la obra de Dios se extienden sin límite.
Neal A. Maxwell
La vastedad de todo ello es verdaderamente abrumadora. Vivimos en un pequeño planeta que forma parte de un sistema solar muy modesto, el cual, a su vez, se encuentra en el borde exterior de la imponente galaxia de la Vía Láctea. Si estuviéramos lo suficientemente lejos de la deslumbrante Vía Láctea, se vería como un punto brillante más entre incontables otros puntos brillantes en el espacio, lo cual podría llevarnos a concluir, comparativamente, “que el hombre no es nada” (Moisés 1:10).
Sin embargo, somos rescatados por realidades tan reconfortantes como que Dios conoce y ama a cada uno de nosotros —personal y perfectamente—. Por lo tanto, hay una intimidad increíble en medio de tanta vastedad. ¿No están contados aun los cabellos de nuestra cabeza? ¿No es notada la caída de cada gorrión? (Véanse Mateo 10:29–30). ¿No ha llevado Jesús, y por lo tanto conoce, nuestros pecados, enfermedades y aflicciones? (Véase Alma 7:11–12).
Además, el propósito final de todo ello no se centra en alguna otra preocupación cósmica, sino en nosotros: “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). El presidente Brigham Young dijo que hay millones de tierras como esta, de modo que ciertos planetas, como dijo Isaías, son formados para ser habitados (véase Isaías 45:18), a medida que el plan de salvación de Dios se ejecuta y se vuelve a ejecutar. ¡Cuán glorioso es nuestro Dios! Verdaderamente, como dijo el salmista: “Nosotros somos el pueblo de Su prado y las ovejas de Su mano” (Salmos 95:7).
¿No nos ha dicho también que Su “curso es un eterno giro”? (Doctrina y Convenios 3:2). ¿No se nos dan asimismo sugerentes indicios de cómo “los planetas… se mueven en sus tiempos y estaciones” y de cómo “todos estos reinos, y los habitantes de ellos” llegarán a conocer el gozo de ver el rostro del Señor —“cada reino en su hora, y en su tiempo, y en su estación”? (Véanse Doctrina y Convenios 88:42, 43, 61).
De hecho, ¿no ha compartido con nosotros el Padre Todopoderoso, que supervisa todo, casi más de lo que podemos comprender acerca de Su obra? Pero podemos entender lo suficiente como para confiar en Dios respecto de aquello que no comprendemos. (“Thanks Be to God”, Ensign, julio de 1982, p. 51).
Moisés 1:35–39 — “todas las cosas están contadas, porque son mías y las conozco.”
Moisés afirma la omnisciencia y soberanía divina de Dios. Al declarar que todas las cosas están “contadas”, el Señor enseña que nada en la creación es accidental, desconocido u olvidado. Doctrinalmente, esto revela que Dios gobierna con conocimiento perfecto y propósito eterno; cada mundo, cada vida y cada detalle existen dentro de Su orden divino. El hecho de que “son mías” subraya Su mayordomía absoluta: la creación pertenece a Dios no solo por haberla hecho, sino porque la sostiene y la dirige continuamente.
Estos versículos también revelan que el conocimiento de Dios está unido a Su amor y a Su obra redentora. Él conoce todas las cosas porque se interesa activamente por ellas, y Su propósito declarado —“llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”— muestra que ese conocimiento no es distante ni impersonal. Doctrinalmente, Moisés 1:35–39 enseña que vivir bajo el conocimiento perfecto de Dios no disminuye el valor individual, sino que lo confirma: somos conocidos, contados y amados dentro de un plan eterno diseñado para nuestra salvación.
Glenn L. Pace
Esto debió de haber sido abrumador para Moisés, y se preguntó acerca del propósito de todo ello. Aparentemente, el Señor lo probó un poco y no le dio una respuesta directa a sus pensamientos. Dijo: “Porque para mis propios propósitos he hecho estas cosas. Aquí hay sabiduría y permanece en mí”. Luego añadió: “Y mundos sin número he creado; y también los he creado para mis propios propósitos… Los cielos, son muchos, y no pueden ser contados por el hombre; pero están contados para mí, porque son míos” (Moisés 1:31–37).
De alguna manera incomprensible, el Señor conoce íntimamente todas Sus creaciones. Conoce los cielos, la tierra y, lo que es más importante, a cada individuo en cualquiera de las innumerables tierras. Para no dejar duda alguna en la mente de Moisés de que las tierras sin número no eran suficientes, el Señor continuó: “Y así como una tierra pasará, y los cielos de ella, así vendrá otra; y no hay fin a mis obras” (Moisés 1:38).
Entonces el Señor consideró que Moisés estaba listo para recibir la respuesta a su pregunta. Mientras Moisés se maravillaba y se preguntaba —¿por qué esta tierra?, ¿por qué todas las demás tierras?, ¿y por qué siempre habrá más?— el Salvador le dio la respuesta: “Porque he aquí, esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
El Salvador es omnipotente. Es omnisciente. Con todo ese poder y conocimiento, ¿qué elige hacer con Su tiempo? Todo Su propósito de ser es servir a los demás llevando a cabo su inmortalidad y vida eterna. No tiene otro interés. Su deseo, que parece insaciable, es elevar a otros. Tiene una necesidad absoluta y justa de una expresión eterna, o un cauce, para Su amor infinito. (Spiritual Plateaus [Salt Lake City: Deseret Book, 1991], p. 107).
Moisés 1:37 — “Los cielos son muchos, y son innumerables para el hombre.”
La declaración de que “los cielos son muchos, y son innumerables para el hombre” revela la grandeza ilimitada de la creación divina y, al mismo tiempo, la limitación inherente del entendimiento humano. Dios enseña a Moisés que la realidad espiritual y cósmica trasciende por completo la capacidad humana de medir, contar o comprender plenamente. Esta verdad no pretende disminuir al hombre, sino situarlo correctamente frente a la majestad de Dios, recordándole que el conocimiento humano es finito, mientras que el poder y la obra del Señor no tienen fronteras.
Doctrinalmente, este versículo también establece que, aunque los cielos sean innumerables para el hombre, no lo son para Dios, quien declara: “todas las cosas me son contadas”. Esto enseña que cada creación está bajo Su conocimiento perfecto y cuidado divino. Así, la inmensidad del universo no es evidencia de distancia o indiferencia divina, sino de un Dios omnisciente que gobierna innumerables mundos con propósito, orden y amor, y que aun dentro de esa inmensidad infinita, conoce personalmente a Sus hijos y los incluye en Su plan eterno.
Robert D. Hales
Pensemos tan solo en lo que la ciencia y la astronomía nos dicen acerca de la extensión del sistema solar y del universo. Nuestro sistema solar gira alrededor del sol, una de un enorme grupo de estrellas —del orden de cien mil millones— que giran en torno a una vasta masa con forma de molinete llamada la galaxia de la Vía Láctea, la cual tiene unos cien mil años luz de diámetro. Los astrónomos no pueden ver el fin del universo, pero la evidencia sugiere que la inmensidad del espacio contiene miles de millones de galaxias que se extienden a distancias de entre cinco mil millones y quince mil millones de años luz del sol. Comparado con tales distancias, nuestro sistema solar ocupa una porción muy diminuta del espacio. El universo es prácticamente incomprensible para el hombre (véase Compton’s Living Encyclopedia, voz “Solar System”).
Cantamos en alabanza:
Oh Señor mi Dios, al contemplar yo en asombro
Los mundos que Tú has creado con Tu poder,
Veo las estrellas, oigo el trueno retumbar,
Tu poder en el universo desplegar;
Entonces canta mi alma, ¡oh Dios, mi Salvador!,
¡Cuán grande eres Tú! ¡Cuán grande eres Tú!
(Himnos, nro. 86) (“In Remembrance of Jesus”, Ensign, noviembre de 1997, p. 25).
Moisés 1:39. — La inmortalidad y la vida eterna.
El élder Bruce R. McConkie escribió: “La inmortalidad es vivir eternamente en un estado resucitado con un cuerpo y un espíritu inseparablemente unidos” (Mormon Doctrine, pág. 376). Todos los hijos de Dios que obtengan cuerpos mortales resucitarán algún día y recibirán cuerpos físicos inmortales (véase 1 Corintios 15:22).
El presidente Joseph Fielding Smith dijo: “Vida eterna es tener la clase de vida que Dios tiene. Todos aquellos que se convierten en siervos tendrán inmortalidad, pero los que se convierten en hijos e hijas de Dios tendrán el don adicional de la vida eterna, que es el máximo don de Dios” (Doctrina de Salvación, tomo II, pág. 8). El presidente Spencer W. Kimball enseñó que “la vida eterna… es lograr la exaltación en el cielo más alto” (“Cristo, nuestra eterna esperanza”, Liahona, febrero de 1979, pág. 109).
Moisés 1:39 — “Esta es mi obra”
Cuando el Señor declara “Esta es mi obra”, revela el centro y la razón de todo lo que hace. A pesar de haber enseñado a Moisés acerca de mundos innumerables y cielos sin número, Dios dirige la atención no a la vastedad de Su poder creador, sino a Su propósito redentor. Su obra no es la creación por sí misma, ni la demostración de omnipotencia, sino una labor intencional, continua y personal dirigida al bienestar eterno de Sus hijos.
Doctrinalmente, esta frase establece que toda la actividad divina —la creación, la revelación, los convenios y la redención— está unificada por un solo fin: la vida eterna del hombre. “Esta es mi obra” enseña que Dios actúa con amor deliberado y propósito moral, y que cada aspecto del plan de salvación existe para llevar a Sus hijos a progresar, ser transformados y finalmente regresar a Su presencia. La grandeza de Dios se manifiesta no solo en la inmensidad del universo, sino en Su compromiso constante y activo con la salvación de cada alma.
Neal A. Maxwell
Nuestro Padre Celestial ha descrito Su vasto plan para Sus hijos diciendo: “He aquí, esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39; énfasis añadido). Consideren la importancia del uso que el Señor hace de la palabra obra. Lo que Él está haciendo con tanto amor y poder redentor es, sin embargo, trabajo… ¡incluso para Él! Nosotros, de igual modo, hablamos de “ocuparnos en nuestra salvación”, de la “ley de la cosecha” y del “sudor de la frente” (véase Moisés 5:1; véase también la Versión Inspirada, Génesis 4:1). Estas no son frases vacías; más bien, subrayan la importancia del trabajo. De hecho, hermanos, el trabajo es siempre una necesidad espiritual, aun cuando para algunos no sea una necesidad económica. (Ensign, mayo de 1998, pp. 37–38).
Neal A. Maxwell
De manera significativa, cuando el Señor Dios describió Sus propósitos diciendo: “Esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39), utiliza la palabra obra, aunque la Suya sea una “obra maravillosa”. Para nosotros, llegar a ser como Su Hijo, o “así como [Jesús es]”, ciertamente es trabajo (3 Nefi 27:27). Por necesidad, este proceso requiere que tomemos la cruz del discipulado cada día, no solo de vez en cuando o por temporadas. (“Becoming a Disciple”, Ensign, junio de 1996, p. 15).
Moisés 1:39 — “Esta es mi obra y mi gloria”
La declaración “Esta es mi obra y mi gloria” define con claridad absoluta la naturaleza de Dios y el propósito eterno de todo cuanto Él hace. La “obra” de Dios se refiere a Su acción continua y deliberada en favor de Sus hijos, mientras que Su “gloria” revela el motivo y el gozo que acompañan esa obra. Dios no busca gloria en la dominación ni en la mera creación de mundos, sino en la redención, exaltación y progreso eterno de Sus hijos.
Doctrinalmente, esta frase enseña que la gloria de Dios está inseparablemente unida al bienestar del ser humano. La exaltación del hombre es la manifestación de la gloria divina, porque refleja el carácter amoroso, justo y misericordioso de Dios. Así, “mi obra y mi gloria” declara que todo el plan de salvación —la creación, la caída y la redención— existe para que los hijos de Dios lleguen a ser semejantes a Él. La grandeza de Dios se mide no por la distancia entre Él y Sus hijos, sino por Su deseo de elevarlos a compartir Su vida eterna.
Las corporaciones y organizaciones suelen tener una declaración de misión, una frase breve que describe el objetivo y el enfoque de la organización. En Moisés 1 recibimos la declaración de misión del Señor: “Esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”. Esta perspectiva lo cambia todo; verdaderamente es una perla de gran precio.
Durante siglos, el mundo ha imaginado a un Dios que apenas se interesa por el hombre; uno que mantiene distancia, que no habla, que está demasiado ocupado como para intervenir. Sin embargo, La Perla de Gran Precio nos enseña que somos Su interés principal: Su obra y Su gloria. Su enfoque está en nosotros. Le importa más el progreso de las personas que el progreso de las naciones. Le importa más el hombre que las montañas, los océanos y los ríos. No somos un pensamiento posterior de la creación; somos el propósito mismo de la creación. ¡Qué mensaje tan poderoso para todo el mundo!
Aunque sea incomprensible, siempre debemos recordar que el Dios que viste a los lirios del campo y nota la caída de cada gorrión, cuida de cada uno de Sus amados hijos. El Dr. Newell Dwight Hillis observó:
“El que cree que Dios se interesa por los hombres ha encontrado el secreto de la felicidad perpetua; ve lo mejor brillando a través de lo peor, siente los cálidos rayos del sol palpitando a través de las nubes más densas. Ningún hombre puede permanecer permanentemente miserable si cree con todo su corazón que el Todopoderoso es su defensa y que un guía divino derrama diariamente luz sobre el sendero humano”. (Improvement Era, enero de 1902, vol. V, núm. 3).
David O. McKay
La tierra, con toda su majestad y maravilla, no es el fin ni el propósito de la creación. “…mi gloria”, dice el propio Señor, “(es) llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Y el hombre, al ejercer el don divino del albedrío, debería sentirse en el deber, debería percibir la obligación de ayudar al Creador en el cumplimiento de este propósito divino.
El verdadero fin de la vida no es la mera existencia, ni el placer, ni la fama, ni la riqueza. El verdadero propósito de la vida es la perfección de la humanidad mediante el esfuerzo individual, bajo la guía de la inspiración de Dios. (Conference Report, octubre de 1963, primer día—reunión matutina, p. 7).
Alexander B. Morrison
Las perspectivas de los Santos de los Últimos Días sobre la naturaleza y el destino de los hijos de Dios se expresan con claridad en estas enseñanzas del profeta José Smith:
“Todos los que guarden Sus mandamientos crecerán de gracia en gracia y llegarán a ser herederos del reino celestial y coherederos con Jesucristo; poseyendo la misma mente, siendo transformados a la misma imagen o semejanza, aun la imagen expresa de Aquel que lo llena todo en todo”. (Lectures on Faith [1985], p. 60).
Los Santos de los Últimos Días afirman que la vida es un proceso de tres etapas, que debe verse dentro del contexto del “gran plan de felicidad” del Padre (Alma 42:8). Mucho antes de que existiera la tierra en la que ahora moramos, Dios nuestro Padre, el poderoso Elohim cuyos hijos somos, estableció un plan por el cual Sus hijos experimentarían la vida en la mortalidad, con todas sus pruebas, tentaciones y oportunidades, y luego regresarían a morar con Él en gloria eterna. El plan proporcionó el camino perfecto para que todos los hijos de Dios recibieran la inmortalidad y alcanzaran la vida eterna. De hecho, el propósito mismo de la existencia de Dios —Su obra y Su gloria— es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
Tres acontecimientos divinos, más allá de la comprensión mortal por su gloria —los grandes pilares de la eternidad— constituyen las piedras angulares sobre las cuales descansa el plan de salvación. Son la Creación, la Caída de Adán y la Expiación de Jesucristo. Sus efectos se extienden a lo largo de la existencia de la humanidad desde antes de que el mundo fuese, pasando por los días de nuestra probación mortal, hasta las infinitas perspectivas de una eternidad sin fin. Sobre estos grandes pilares descansan las respuestas a las tres preguntas primordiales de la existencia humana: ¿de dónde venimos?, ¿por qué estamos aquí? y ¿qué nos espera después de la muerte? (“Life—The Gift Each Is Given”, Ensign, diciembre de 1998, pp. 15–16).
M. Russell Ballard
¡Qué cosa tan maravillosa, cálida y tranquilizadora es saber que el objetivo principal del mismísimo Dios del cielo es “la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39), o, en otras palabras, nuestra felicidad y gozo eternos! A veces me pregunto si realmente apreciamos lo que eso significa y cómo debería afectar nuestra vida. Debemos prestar la debida atención a las doctrinas de la felicidad —la felicidad verdadera, infinita y eterna—. Ellas deberían ser el objetivo de todo lo que enseñamos en la Iglesia y de todo lo que hacemos. (“Answers to Life’s Questions”, Ensign, mayo de 1995, p. 23).
Gordon B. Hinckley
Todos estamos juntos en esta gran empresa. Estamos aquí para ayudar a nuestro Padre en Su obra y Su gloria, “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Tu obligación es tan seria en tu esfera de responsabilidad como lo es la mía en la mía. Ningún llamamiento en esta Iglesia es pequeño ni de poca consecuencia. Todos nosotros, al cumplir con nuestro deber, tocamos la vida de otros. A cada uno de nosotros, en nuestras respectivas responsabilidades, el Señor ha dicho:
“Por tanto, sed fieles; permaneced en el oficio que os he asignado; socorred a los débiles, levantad las manos caídas y fortaleced las rodillas debilitadas” (Doctrina y Convenios 81:5). (“This Is the Work of the Master”, Ensign, mayo de 1995, p. 71).
Moisés 1:41 — “Levantaré a otro semejante a ti”
La promesa divina “Levantaré a otro semejante a ti” revela un principio fundamental del modo en que Dios lleva a cabo Su obra: Él establece continuidad profética para preservar la verdad y guiar a Su pueblo a lo largo de las generaciones. El Señor no permite que Su palabra ni Su obra dependan de una sola persona; cuando un siervo cumple su misión, Dios levanta a otro con autoridad y propósito semejantes para continuar la obra revelada.
Doctrinalmente, esta declaración afirma que la revelación es progresiva y que el liderazgo inspirado es parte del orden divino. “Otro semejante a ti” no implica igualdad absoluta en dones o circunstancias, sino semejanza en llamamiento, autoridad y comisión divina. Este versículo enseña que Dios conoce el futuro de Su obra y prepara a Sus siervos conforme a Sus designios, asegurando que Su plan avance sin interrupción. Así, el Señor manifiesta que Su obra es constante, que Su palabra no cesa, y que siempre habrá instrumentos preparados para declarar Su voluntad y bendecir a Sus hijos.
“La persona levantada para restaurar las palabras de Moisés fue, por supuesto, José Smith. El libro de Moisés en La Perla de Gran Precio y otras adiciones en la Traducción de José Smith (TJS) muestran la labor del Profeta en los libros atribuidos a Moisés. La cantidad de material restaurado en los ocho capítulos de Moisés y en la TJS a lo largo del libro de Génesis confirma la afirmación de que muchas palabras fueron quitadas de los escritos de Moisés. Si José Smith hubiera tenido más tiempo para trabajar en su traducción de la Biblia, sin duda se habrían restaurado aún más palabras.
“Probablemente fue esta labor la que llevó a José Smith a declarar: ‘Creo la Biblia tal como salió de la pluma de los escritores originales. Traductores ignorantes, copistas descuidados o sacerdotes intrigantes y corruptos han cometido muchos errores’ (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 327)”. (“Many Plain, Precious Truths Lost”, LDS Church News, 1 de enero de 1994).
Neal A. Maxwell
Sin esforzarnos en exceso por producir paralelos exactos, hay ciertos paralelos que, no obstante, vale la pena señalar entre Moisés y José Smith.
…En esta ocasión, Moisés tuvo un encuentro aterrador con Satanás y “comenzó a temer en gran manera” (Moisés 1:20). La extraordinaria experiencia espiritual de Moisés no vino sin un traumático encuentro con el adversario. En la Arboleda Sagrada, José Smith experimentó el poder del adversario; fue “una influencia asombrosa”. La oscuridad era espesa, dijo José, y por un tiempo se sintió “condenado a una destrucción repentina” (JS—Historia 1:15–16).
Tanto Moisés como José tuvieron encuentros “cara a cara” con el Señor (Moisés 1:2; JS—Historia 1:17–18). Ambos quedaron exhaustos por la experiencia (Moisés 1:9–11; JS—Historia 1:20).
El Moisés antiguo y el José moderno prepararon a sus respectivos pueblos para viajar a tierras prometidas, pero no se les permitió entrar ellos mismos (Deuteronomio 3:27; 34:6; Alma 45:19; Doctrina y Convenios 135).
Ambos fueron calumniados y difamados, incluso con acusaciones de ambición de poder, de mal uso de la autoridad y de prestar poca atención a sus “lugartenientes”, algunos de los cuales se apresuraron a acusarlos.
Los desafíos de Moisés también vinieron desde su círculo íntimo, incluyendo en una ocasión a Miriam y Aarón, quienes “hablaron contra Moisés por causa de la mujer etíope que había tomado… y dijeron: ¿Acaso Jehová ha hablado solamente por Moisés? ¿No ha hablado también por nosotros? Y Jehová lo oyó” (Números 12:1–2).
Moisés enfrentó un desafío a mayor escala cuando Datán y doscientos cincuenta líderes prominentes lo confrontaron:
“Se levantaron contra Moisés… doscientos cincuenta príncipes de la congregación, varones de renombre… y dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y Jehová está en medio de ellos; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?… ¿Es poca cosa que nos hayas hecho subir de una tierra que fluye leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros?” (Números 16:2–3, 13).
José Smith también sufrió grandes defecciones desde su círculo íntimo en Kirtland, en Misuri y, más tarde, en Nauvoo, y algunos llegaron a decir que era un profeta caído.
Ambos profetas estaban desarrollando y guiando a un pueblo conocido como Israel, antiguo y moderno. Ambos debieron liderar a un pueblo que era una “multitud mixta” (Éxodo 12:38).
Ambos fueron acusados de mala planificación, la cual supuestamente causó miseria, ya fuera en el Sinaí o en la marcha del Campamento de Sion. Los hijos de Israel se quejaron a Moisés:
“¿No es esto lo que te dijimos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos fuera servir a los egipcios que morir nosotros en el desierto” (Éxodo 14:12).
Luego murmuraron contra Moisés y Aarón:
“¡Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto… porque nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud!” (Éxodo 16:3).
Nefi explicó a sus hermanos:
“Y no obstante que eran guiados… endurecieron sus corazones y cegaron sus mentes, y hablaron mal de Moisés y del Dios verdadero y viviente” (1 Nefi 17:30).
Ambos hombres vieron cuestionadas decisiones matrimoniales: Moisés respecto de la mujer cusita o etíope (Números 12:1–2) y José en relación con las revelaciones sobre el matrimonio plural.
Aunque José Smith parece haber sido menos víctima de la pregunta de por qué se les guiaba desde situaciones de comodidad hacia comparativa miseria, ambos oyeron este reclamo por parte de algunos de sus seguidores.
Ambos recibieron —y quizá necesitaron— experiencias espirituales de reafirmación después del tiempo de su llamamiento inicial.
Ambos, en ciertos momentos de su ministerio, utilizaron portavoces: Aarón para Moisés (Éxodo 4:27, 30), y Oliver Cowdery y Sidney Rigdon en distintos momentos tempranos para José Smith; y, sin embargo, ninguno fue perfecto.
Ambos supieron lo que era ser defraudados por quienes deberían haber sido confiables: Moisés en el caso de Aarón y el becerro de oro (Éxodo 32), y José con defecciones de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce.
Ambos, en cierto sentido, fueron llamados por el Señor sin buscarlo. Moisés se sorprendió con el episodio de la zarza ardiente. José Smith solo intentaba saber a cuál iglesia debía unirse; no se le había ocurrido que todas estuvieran equivocadas (JS—Historia 1:18). Para José, todo comenzó como una simple cuestión de afiliación. ¡En cambio, inició una dispensación!
Ambos profetas nos proporcionaron libros adicionales de Escritura y revelación. El José moderno restauró algunas de las verdades que habían sido retenidas o quitadas de lo que Moisés había escrito, conforme al mandato recibido.
Ambos fueron arrojados a situaciones completamente nuevas y conocieron la fatiga y la soledad del liderazgo. De ahí estas lamentaciones de Moisés:
“Rebeldes habéis sido contra Jehová desde el día que os conocí” (Deuteronomio 9:24).
“No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, porque me es pesado” (Números 11:14).
Un José atribulado, que ya sabía más de lo que podía decir, suplicó desde la cárcel de Liberty:
“¿Por qué el hombre no aprende sabiduría por precepto y ejemplo en esta última edad del mundo y no se ve obligado a aprender todo lo que sabemos por amarga experiencia?”.
Ambos desearon compartir más las cargas del liderazgo con un pueblo espiritualmente iluminado. Moisés dijo a Josué:
“¿Tienes tú celos por mí? ¡Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera Su Espíritu sobre ellos!” (Números 11:29).
Por medio de José Smith, el Señor declaró:
“Para que todo hombre pueda hablar en el nombre de Dios el Señor, aun el Salvador del mundo” (Doctrina y Convenios 1:20).
Ambos desarrollaron mayor misericordia y empatía como resultado de la adversidad. Moisés rogó:
“¿Por qué se enciende tu furor contra tu pueblo…? ¿Por qué han de decir los egipcios…? Vuélvete del ardor de tu ira…” (Éxodo 32:11–12).
José escribió desde la cárcel de Liberty:
“Me parece que mi corazón siempre será más tierno después de esto que antes”.
Ambos fueron instruidos con especial ternura.
De estas y otras maneras hay paralelos notables, así como los hay entre el José moderno y el José antiguo. Aun así, la significación no debe verse solo en los paralelos, sino en la sustancia de la obra realizada, una obra que habría sido imposible sin su humildad de mente. La mansedumbre atrae la gracia vital de Dios, lo cual explica por qué los mansos son tan abundantemente bendecidos. (Meek and Lowly [Salt Lake City: Deseret Book, 1987], pp. 77–81).
Moisés 1:42 — “No las muestres a nadie sino a quienes creyeren.”
La instrucción divina “No las muestres a nadie sino a quienes creyeren” enseña que las verdades sagradas requieren un corazón preparado para recibirlas. Dios no restringe la revelación por favoritismo, sino por misericordia y sabiduría, ya que las cosas santas solo pueden comprenderse adecuadamente mediante la fe. Sin esa disposición espiritual, la revelación corre el riesgo de ser malentendida, trivializada o rechazada, lo cual no produce edificación sino condenación.
Doctrinalmente, este principio establece que la fe es la puerta del conocimiento espiritual. La revelación no se impone; se confía a quienes están dispuestos a creer, obedecer y vivir conforme a ella. “A quienes creyeren” indica que la comprensión divina no depende solo del intelecto, sino de la humildad, la obediencia y la sensibilidad espiritual. Así, el Señor protege Sus verdades más elevadas y, al mismo tiempo, invita a todos a llegar a ser creyentes, para que puedan recibir luz, entendimiento y mayor responsabilidad en Su plan eterno.
De todos los capítulos preciosos de La Perla de Gran Precio, el primer capítulo de Moisés es, sin duda, uno de los más valiosos. Es probable que sea objeto de burla y desprecio para quienes no tienen sensibilidad espiritual. Esta perla de perlas, por tanto, viene acompañada de una advertencia: debe guardarse de los incrédulos. En efecto, este consejo armoniza perfectamente con el del Maestro: “no echéis vuestras perlas delante de los cerdos, para que no las pisoteen” y “no deis lo santo a los perros” (Mateo 7:6).
Lorenzo Snow
El Salvador ha mandado que no se echen perlas delante de los cerdos. Lamento decir que esta instrucción no siempre es debidamente atendida por aquellos a quienes nuestro Señor ha concedido, por medio del Convenio Eterno, Sus perlas de sabiduría, conocimiento y dones preciosos. La consecuencia es que perdemos bendiciones en lugar de conservarlas: sigue una disminución del Espíritu Santo, en vez de un aumento, y nuestras mentes se oscurecen.
A lo que me refiero es a esto: con demasiada frecuencia entablamos conversaciones acerca de las cosas del reino de Dios con personas de espíritu equivocado; y, al sentirnos excesivamente ansiosos por hacerles ver, comprender y reconocer la luz presentada, insistimos y persistimos en la conversación hasta participar del espíritu de aquellos con quienes conversamos. Debemos ser particularmente cuidadosos de no caer en errores de este tipo. (The Teachings of Lorenzo Snow, p. 73).

























