Conferencia Genera de Abril 1958
El Sacerdocio del Pacto
por el Élder Antoine R. Ivins
Del Primer Consejo de los Setenta
Mis amados hermanos y hermanas, es casi una situación aterradora enfrentarme a ustedes y darme cuenta de la obligación que eso implica de mi parte. Busco su interés en su fe y oraciones para que todo lo que pueda decir sea dirigido por el Espíritu de Dios, nuestro Padre Celestial.
Primero, deseo decirle a la hermana Bennion, a la hermana McKay y a la hermana Kirkham que amaba profundamente a sus esposos, que extraño su presencia hoy y espero que Dios consuele a las hermanas en la ausencia de estos hombres maravillosos.
Como se les ha dicho, soy miembro del Primer Consejo de los Setenta, un grupo seleccionado para proclamar el evangelio restaurado de Jesucristo, y siempre me interesa el progreso que hace ese gran movimiento. Hay muchas formas de hacerlo, por supuesto; hay muchos campos de trabajo en los que nos embarcamos para difundir el conocimiento del evangelio restaurado de Jesucristo.
He disfrutado de los comentarios del presidente Clark. Creo que ha llegado a mi corazón, a través de la inspiración y revelación, un testimonio de que Jesucristo es el Hijo de Dios, que Él ha preparado para nosotros el medio por el cual podemos regresar a la presencia de Dios, incluso en exaltación.
Anoche tuvimos una reunión misionera muy interesante, y desde mi punto de vista, una de las características más agradables de ella fue el testimonio muy dulce y humilde de un nuevo miembro de la Iglesia sobre las alegrías y satisfacciones que han llegado a su corazón después de haber encontrado lo que él llamó la perla de gran precio (Mateo 13:46). Eso ocurre porque el sacerdocio de Dios ha sido restaurado a la tierra. Los hombres que tienen ese sacerdocio tienen la obligación, que en realidad es un privilegio, de llevar al mundo el conocimiento del plan de vida y salvación, el cual, por experiencia y observación, puedo testificar que es realmente verdadero y efectivo en las vidas de hombres y mujeres que lo aceptan y lo viven. Las personas que aceptan ese testimonio tienen el privilegio de entrar en el redil y disfrutar de las muchas bendiciones que pueden resultar a través del ministerio del sacerdocio de Dios.
Es una responsabilidad maravillosa poseer ese sacerdocio. Es una tremenda oportunidad la que tenemos en su administración, no solo para el beneficio de aquellos que no lo han entendido ni apreciado, sino también para nuestro propio bien.
Han pasado veinticuatro años desde que me presenté por primera vez en este púlpito y di mi testimonio ante ustedes. En ese tiempo he tenido el placer de ministrar entre la gente de las estacas y barrios, y he estado en el territorio de todos los campos misionales de México, Canadá y los Estados Unidos. Lo he visto efectivo en la vida de las personas, y verdaderamente es, como nos dijeron anoche, una perla de gran precio que está al alcance de todos los que se esfuerzan por obtenerla.
Ahora, la perla de gran precio no es un volumen encuadernado. Claro que tenemos uno que llamamos la Perla de Gran Precio, pero esa no es la perla de gran precio a la que me refiero. La perla de gran precio, ¿qué es? Es la oportunidad, creo, de ganar una exaltación en el reino de Dios, que se nos da como un regalo misericordioso de Cristo nuestro Señor. Ahora, hay muchos otros que tienen el privilegio de ganar ese gran regalo.
Me gusta pensar en la perla de gran precio como si estuviera en una cuenta de depósito en garantía, hermanos y hermanas, y solo podemos recibirla—y tal vez no sabremos si lo hemos hecho con éxito hasta el final de nuestros días—al obtener, ejercer y magnificar los oficios del sacerdocio. Eso es lo que significa, hermanos y hermanas, la oportunidad del sacerdocio magnificado en las vidas de los hombres y mujeres, y la exaltación que puede llegar a través de ese ejercicio.
Para mí, esa es la perla de gran precio. Nunca se recuperará de la cuenta de depósito en garantía hasta que Dios nos dé la palabra de alabanza por una vida bien vivida.
Hay muchos, muchísimos hombres en el sacerdocio de Dios; nos dijeron ayer que hay casi 203,000 hombres en el Sacerdocio de Melquisedec, y esos hombres tienen esa oportunidad y esa responsabilidad. Sin embargo, a medida que me he movido entre las estacas y revisado en los últimos años, he descubierto que hay muchas personas que han pasado por la formalidad de recibir esa bendición, pero evidentemente no la aprecian. He llegado a pensar que el Sacerdocio de Melquisedec, tal vez, en ciertas secciones, es el don menos apreciado que tenemos. En muchas secciones donde he estado, al menos el treinta por ciento de los élderes se reportan como inactivos. Claro que no sé exactamente qué significa “inactividad”, pero ciertamente es así que cuando se les reporta de esa manera no están esforzándose plenamente por magnificar su llamado.
Me gusta sugerir a esas personas la ventaja de hacerlo—mostrarles un incentivo para ello, y me gustaría leerles un poco de la Doctrina y Pactos, que establece ese privilegio:
Porque el que sea fiel para obtener estos dos sacerdocios de los que he hablado, y para magnificar su llamamiento [fíjense, la magnificación de su llamamiento], será santificado por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos.
Se convertirán en los hijos de Moisés y Aarón y la simiente de Abraham, y la iglesia y el reino, y los elegidos de Dios.
Ahora, eso significa que para convertirse en los elegidos de Dios, uno debe magnificar su llamamiento en el sacerdocio.
Y también todos los que reciban este sacerdocio me reciben a mí, dice el Señor;
Porque el que recibe a mis siervos, me recibe a mí;
Y el que me recibe a mí, recibe a mi Padre;
Y el que recibe a mi Padre, recibe el reino de mi Padre; por lo tanto, todo lo que mi Padre tiene se le dará a él.
Y esto es según el juramento y pacto que pertenece al sacerdocio.
Por lo tanto, todos los que reciban el sacerdocio, reciben este juramento y pacto de mi Padre, el cual no puede quebrarse, ni puede moverse. (D&C 84:33-40)
Ahora eso, hermanos y hermanas, es la bendición que se puede obtener al magnificar el llamamiento que tenemos en el sacerdocio. Doscientos tres mil hombres tienen esa oportunidad. Doscientos tres mil hombres, si viven para aprovechar todos los privilegios del Sacerdocio de Melquisedec, podrán tomar de la cuenta de depósito en garantía esa perla de gran precio que, en mi opinión, es la exaltación en el reino de Dios, nuestro Padre Celestial.
El privilegio culminante en el testimonio de ese buen hermano anoche fue el hecho de que había podido llevar a su esposa y a sus hijos al templo de Los Ángeles, para ser sellado a su esposa y sellar a sus hijos a él. En muchas, muchas reuniones a las que he asistido, reuniones de élderes y sus esposas y de miembros recuperados de la Iglesia, si me permiten esa expresión, la bendición culminante a la que estos hermanos han testificado es el privilegio de ser sellados a sus esposas y tener a sus hijos sellados a ellos en el templo de Dios; y aún así, menos del cincuenta por ciento de nuestra gente que se casa aprovecha ese privilegio. Todo lo que nuestro Padre tiene será dado al que magnifique ese llamamiento, y eso significa que él llevará a su esposa al templo, porque también se nos dice que los hombres que logren vivir plenamente todos los privilegios y responsabilidades del Sacerdocio de Melquisedec se convertirán en dioses con el poder de aumento eterno. Esa es la perla de gran precio, hermanos y hermanas.
Entonces, ¿por qué no debemos esforzarnos, una vez que se nos haya ofrecido ese privilegio, para magnificarlo?
Ahora es nuestro deber, el deber de aquellos de nosotros que nos esforzamos por hacerlo, ayudar a otros a darse cuenta de la importancia de esto y luego brindarles ayuda y apoyo donde sea necesario para fortalecer en su determinación a esas personas que aún no han considerado calificar para todas estas bendiciones. Tenemos muchos de ellos, sí, muchos de ellos, ¿y quiénes son? Son nuestros hermanos, nuestros primos, nuestros tíos y, en algunos casos, nuestros padres. Tuve un élder en mi silla, al separarlo un día, y le pregunté a su padre si podía ayudarme, ya que era una función del Sacerdocio de Melquisedec, y él dijo, “No”. Yo le dije, “Bueno, hermano, debe tener cuidado, porque tan pronto como este hijo suyo llegue al campo misional comenzará a trabajar sobre usted para convencerlo de estas cosas”. Él dijo, “Hermano Ivins, él no está esperando para llegar al campo misional; está comenzando ahora”.
Bueno, ahí estamos, hermanos y hermanas. Ese es solo un ejemplo típico de muchos hombres que están dispuestos a que sus hijos salgan a servir en esta causa y tienen la esperanza de que sus hijos puedan vivir vidas mejores que las que ellos han vivido.
En otra ocasión, cuando uno de esos padres salió de mi oficina, le dije: “Ahora, la próxima vez que traigas a un hijo, y digas que será pronto, asegúrate de poder ayudarme”. Él dijo, “Lo haré”.
Ahora, hermanos y hermanas, todos sabemos que estas cosas son importantes en nuestras vidas, pero ¿por qué no podemos desarrollar el valor necesario para calificar para el Espíritu de Dios a través del ejercicio del sacerdocio que se nos ha dado, al máximo de nuestra capacidad? ¿Por qué no podemos? Ese es el gran y importante problema, me parece, hermanos y hermanas.
Les testifico que el sacerdocio es viril en la vida de los hombres, que es real, que ha sido restaurado. Bendito sea su alma, en una dirección, solo hay dos pasos entre mi ordenación como élder y el profeta José Smith. Está aquí, hermanos y hermanas, en su vigor, en su fuerza y en su pureza en una línea ininterrumpida. Ahora, ¿por qué no podemos vivir dignos de él y magnificarlo?
Que Dios nos ayude a hacerlo, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
Palabras clave: Sacerdocio, Magnificar, Exaltación
El tema central: El sacerdocio debe ser magnificado para alcanzar la exaltación en el reino de Dios.

























