Enseñad Diligentemente

Enseñad Diligentemente

por Boyd K. Packer


«Enseñad Diligentemente» es más que un simple manual de instrucción: es una guía inspirada para todos aquellos que enseñan el Evangelio de Jesucristo, ya sea en el hogar, en la Iglesia o en cualquier otro entorno. Escrito por el élder Boyd K. Packer, quien sirvió por décadas como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, este libro destila la sabiduría de toda una vida dedicada a la enseñanza y al servicio en el Reino de Dios.

El élder Packer parte de un principio central: el enseñar el Evangelio no es meramente transmitir información, sino invitar al Espíritu a tocar el corazón de los oyentes. A lo largo del libro, insiste en que la verdadera conversión viene cuando se enseña por el poder del Espíritu, y no solo por la elocuencia del maestro. Así, el propósito del maestro no es brillar él mismo, sino actuar como un instrumento humilde en manos del Señor.

El texto también pone gran énfasis en la responsabilidad personal del maestro. Enseñar diligentemente no es una opción, es un mandato. El Señor espera que Sus siervos se preparen con esmero, vivan lo que enseñan y busquen constantemente el poder del Espíritu en sus palabras. El élder Packer comparte anécdotas personales, escrituras y principios que ilustran cómo un maestro inspirado puede cambiar vidas, incluso con palabras sencillas.

Uno de los aportes más notables del libro es su énfasis en la centralidad de las Escrituras como fuente de enseñanza. El élder Packer alienta a los maestros a enseñar directamente desde la palabra de Dios, a no diluir la doctrina con opiniones, y a confiar en que el Señor dará entendimiento a quienes buscan con fe.

El tono del libro es pastoral, directo y amoroso. Packer no habla como un académico, sino como un mentor espiritual. Sus enseñanzas reflejan una profunda fe en Jesucristo, una reverencia por el llamamiento de enseñar, y un amor sincero por aquellos que aprenden.

En resumen, Enseñad Diligentemente es un recurso esencial para cualquier discípulo de Cristo que desea enseñar con eficacia, poder y amor. Es una invitación a tomar en serio el deber de enseñar el Evangelio, a prepararse con fe y diligencia, y a depender del Espíritu en cada momento de la instrucción. Como sugiere el título, el llamado es claro: no basta con enseñar, debemos enseñar diligentemente.


Prefacio

  1. Siempre hay algo que enseñar
  2. No lo deje librado al azar
  3. El don de enseñar
  4. Jesucristo, el gran maestro
  5. El principio de la apercepción
  6. “Es semejante a…”
  7. Lo encontramos en las Escrituras
  8. El evangelio es como un teclado
  9. Un mundo de ejemplos
  10. Preguntas y respuestas
  11. Cómo tratar preguntas difíciles
  12. Somos hijos de Dios
  13. El maestro es un “educando”
  14. El ego
  15. Diferencias individuales
  16. En muchas cosas nos parecemos
  17. “Listos o no aquí voy”
  18. Los objetivos
  19. La disciplina
  20. El poder de una mirada
  21. Los ultimátums
  22. Los compañeros
  23. Apacienta mis corderos
  24. La gloria de Dios es la inteligencia
  25. Las parábolas
  26. Los destructores
  27. Lo que los alumnos deben saber sobre los destructores de la fe
  28. La ciencia de aconsejar
  29. El humor en el salón de clase
  30. Los maestros, tesoreros del tiempo
  31. Las ayudas visuales
  32. Las lecciones por medio de objetos
  33. Como un guante
  34. El maestro es una ayuda visual
  35. Cuéntenos una historia
  36. Cómo enseñar las normas morales
  37. La poesía en la enseñanza
  38. Enseñemos con el Espíritu
  39. Cuando el maestro está desanimado
  40. Al maestro
  41. “Habiendo primeramente obtenido mi mandato del Señor”
  42. El curso trazado por la Iglesia en la educación

Prefacio


Para llegar a apreciar este libro en su total magnitud, hay ciertos detalles que el lector debe conocer en cuanto a su autor.

El élder Packer nació el 10 de septiembre de 1924 en Brigham City, Utah, siendo el décimo en una familia de once hijos. El hecho de que por él aguardaba una considerable cantidad de hermanos en la familia de Ira y Emma Jensen Packer dotó a su vida de un significado por demás particular. Los que conocemos la familia Packer podemos atestiguar que pocas son tan unidas como ella.

De su padre heredó su prodigioso intelecto y gran sentido del humor. De su encantadora madre recibió el legado de una maravillosa espiritualidad. Ella le enseñó lecciones sumamente simples, como por ejemplo: si uno vive una vida justa y ora a menudo, tiene el derecho de ser guiado por el Espíritu. Quienes nos honramos con su amistad sabemos que él asimiló bien esa lección.

Desde muy jovencito aprendió a amar a la naturaleza, por la que sigue sintiendo un apego muy especial. Su amor por los animales es enorme, particularmente por los pájaros. A pocos pasos de un gran ventanal de su casa podemos encontrar un comedero para perdices y faisanes durante el invierno, y otro más pequeño para colibríes en la época de verano. El conoce el nombre y los hábitos de todos los pájaros que habitan la zona próxima a su casa. No es para nada inusual que señale a un halcón en pleno vuelo y comente: “Ese es un azor. Me doy cuenta por sus alas tan estilizadas y por su largo plumaje”.

En su hogar nunca han faltado las clases más comunes de animales, como perros, conejos, caballos, gallinas, patos y en una época también gatos, aunque ya no más, puesto que no se llevan muy hien que digamos con los pájaros, y prefiere a estos últimos en lugar de los gatos.

El élder Packer es también un gran pintor. Que bueno sería que el lector pudiera, aunque más no fuera, echar una mirada al interior de su hogar. Sus trabajos, evidentes en cada habitación, ponen de manifiesto su amor hacia todo lo hermoso, lo bueno y lo de buen gusto. Entre sus talentos cuenta el de tallador de madera, pintor y dibujante, moldeador y escultor, y disecador de pájaros. A modo de referencia, él es autor de la pintura en la portada de las ilustraciones de este libro.

El élder Packer tiene un inmensurable poder de concentración y capacidad para el trabajo. Termina rápido todo lo que se propone hacer. Cuenta con una prodigiosa aptitud mental y un potencial ilimitado.

Una de las razones por las que él abarca tantos intereses y procura satisfacer tantas inquietudes es que éstos y otros valores le fueron inculcados en su tierna infancia. Sus manos jamás están quietas. Afirma pensar mejor cuando está creando algo. Personalmente le he escuchado decir: «Esta noche me voy a poner a trabajar en un tallado. Pienso mejor cuando trabajo con las manos.»

Sus hijos recibieron el legado de su talento artístico. A cada paso que uno da en su hogar encuentra objetos de fabricación casera dotados tanto de belleza como de utilidad, todos ellos hechos por las manos de uno de sus hijos.

Todos sus intereses e inquietudes giran en torno al hogar. Su vida entera está basada en su familia, producto del ejemplo de su hogar paterno. El mide el valor de cada actividad a la que se entrega basado en el efecto que tendrá sobre su familia. No hay nada que tenga más importancia que su cometido hacia su hogar y los suyos, ¡absolutamente nada! El élder Packer sostiene esto como un cometido hacia el evangelio mismo.

Tiene un profundo poder de comprensión del evangelio, al estudio del cual se dedicó durante la Segunda Guerra Mundial cuando sirvió como piloto en el cuerpo aéreo del ejército. Siempre llevaba consigo un ejemplar del Libro de Mormón. Los numerosos pasajes subrayados son muestra fiel de las muchas veces que fueron leídos, habiendo tenido ese sagrado libro una importante influencia en la formación del élder Packer.

En la vida de este gran hombre podemos encontrar una notable fuente de inspiración imposible de reemplazar: su esposa Donna. De una forma silente ella ha sido su gran apoyo durante todos estos años. Desde que les conozco, jamás le he escuchado referirse a su esposa en otros términos que no sean por demás cariñosos. De ambos nacieron sus diez hijos, aunque particularmente en ella se vio volcada la responsabilidad de criarIos, debido al llamamiento del élder Packer como «testigo especial». Ella es su amada, su amiga y su silencioso apoyo. Gracias a ella, él puede afirmar con la más absoluta sinceridad y honestidad: «Conozco por lo menos una familia en donde los padres pueden vivir juntos en amor y armonía sin una sola discusión durante treinta años y aún más.»

Sus diez hijos le han brindado algunas de las lecciones más extraordinarias de su vida., El élder Packer afirma frecuentemente que: «Todo lo que he aprendido y de lo que mayores provechos he sacado, lo aprendí de mis hijos.»

El élder Packer ha tenido marcado éxito en el campo de la educación y formación personal. Recibió del Colegio Universitario Weber un título ménor y su diploma de bachillerato y de maestría en ciencias educativas (educación normal) de la Universidad del Estado de Utah. Más tarde logró su doctorado en educación en la Universidad Brigham Young.

Durante seis años desempeñó el cargo de maestro de seminarios. Merced a su reconocida capacidad pedagógica fue nombrado supervisor en el programa de seminarios e institutos de religión. Posteriormente sirvió también en el consejo administrativo de la Universidad Brigham Young.

De todas las actividades en las que se ha destacado, la de maestro es la que más le hace resaltar. No conozco a nadie que pueda enseñar un concepto del evangelio mejor que él. Ha sido bendecido con dones poco comunes. Tiene la capacidad de traducir un concepto verbal etéreo en un ejemplo de aplicación cotidiana. No hay duda que entiende en forma sobresaliente cada uno de los principios didácticos y su aplicación práctica, tal como los enseñó el Salvador.

Podemos consideramos afortunados ante el hecho de que pone a nuestra disposición estos principios que conforman todo un esfuerzo coronado por el más absoluto éxito en el campo de la enseñanza. Este libro fue escrito para todo aquel que es padre, al igual que para todos aquellos que de una forma u otra enseñan. Este es un aspecto muy importante, teniendo en cuenta que sobre los padres recae la más importante e influyente condición de maestros. Todos podremos encontrar y aprender en las siguientes páginas los principios que nos capacitarán para cumplir con la amonestación del Salvador cuando dijo: «…os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino. Enseñaos diligentemente, y mi grada os acompañará…» (D. y C. 88:77-78).

Las palabras de las que se vale el élder Packer son sencillas y comunes. La mayoría de nosotros las conocemos y las entendemos. Bien pudo haber utilizado la expresión típica del educador, pero, como es su costumbre, con toda intención y propósito se mantuvo dentro de una terminología que resultará extremadamente sencilla. Esa es la razón por la que le será todo un deleite leer este volumen. El lector rápidamente advertirá que los conceptos explicados y entendidos con tanta facilidad y claridad no eran para nada fáciles ni claros antes de que el autor los explicara. Tal es la mayor contribución de esta obra, la cual sin duda pasará a ser una verdadera fuente de recursos a la que habremos de acudir vez tras vez en procura de ideas que nos ayuden tanto en la tarea de enseñar como en la de vivir.

Este es un libro único en el arte de enseñar. Nadie ha logrado antes lo que él logra en estas páginas. El élder Packer no solamente ha podido hacer frente al más difícil de todos los temas -el relacionado con el arte de enseñar- sino que nos presenta una nueva dimensión en el proceso de enseñar principios y valores morales y espirituales. Su éxito está basado en su capacidad de exponer, con la más absoluta claridad, el método del cual el Maestro mismo se valió para cumplir con idéntica función.

ELDER A. THEODORE TUTTLE Primer Quórum de los Setenta


1
Siempre hay algo que enseñar


A principios de la Segunda Guerra Mundial, una empresa que se especializaba en la fabricación de lentes para equipo óptico recibió un importante pedido del Gobierno de los Estados Unidos a fin de que elaborara lentes especiales para ser usados como visores de bombardeo. Los pocos lentes que esta compañía fabricaba eran pulidos a mano por un artesano especializado quien de joven había aprendido su arte en Europa. Resultaba desde todo punto de vista imposible que este caballero por sí solo puliera ni siquiera parte de los lentes que formaban parte del pedido.

Para solucionar el problema, era obvio que necesitaba ayuda. Siendo que la compañía era considerada como parte de la industria de defensa nacional, se le concedieron determinados privilegios en lo que a mano de obra especializada se refiere. Se probó a un elevado número de trabajadores a fin de seleccionar a aquellos que dieran muestras de poseer las mejores condiciones para esmerilar lentes, quienes aprenderían los pormenores de la especialidad en un curso especial presentado por el artesano.

Aun cuando el anciano artesano era muy competente en su nueva responsabilidad, no lograba enseñar a sus alumnos a pulir lentes. A diario les explicaba cómo hacerlo y los obreros se esforzaban por aprender, pero simplemente no podían producir lentes perfectos. La situación comenzó entonces a ponerse seria.

Así fue que un industrioso alumno joven llegó a la conclusión de que debía haber una solución para tan grave problema, y un día decidió prestar más atención de la que había prestado hasta entonces. Al fin de la jornada llevó a su casa algunos de los vidrios moldeados y una porción del producto con el que pulían.

A la mañana siguiente presentó al maestro un lente perfecto, el primero que se lograba producir tras tanta instrucción. Sus compañeros, quienes casi no podían creer lo que el joven había logrado, quedaron aun más perplejos cuando le escucharon afirmar que podría mostrarles a todos cómo hacerlo, y así lo hizo.

«He advertido», dijo, «que hemos estado sosteniendo la moldura de vidrio contra el rodillo de pulir tal como se nos mostró que lo hiciéramos. Sin embargo, hay algo que se nos ha pasado por alto: el maestro mantiene su muñeca firme, haciendo rotar el brazo a la altura del codo. Nosotros hemos trabajado con la muñeca demasiado floja, lo que evidentemente no nos permite tener todo el control que deberíamos. Si conservamos la muñeca firme al sostener el lente junto al rodillo, no me cabe duda de que nosotros también podremos producir lentes perfectos». 

El secreto del arte

En el arte había un secreto y él lo había advertido -algo tan simple que hasta el último de sus compañeros pudo llevar a la práctica una vez que se les mostró cómo hacerlo.

Lo mismo sucede con cualquier otra fonna de enseñanza. Entre la infinidad de cosas que pueden inculcarse con gran éxito se encuentra el arte de enseñar. Existen ciertos principios que se aplican a la enseñanza o al aprendizaje de casi cualquier materia. Al enseñar nos encontramos con lo que bien podría darse en llamar el secreto del arte. Algunas de tales técnicas son pequeños elementos que cualquier persona puede llevar a la práctica, aunque también hay otros que requieren ser estudiados y puestos a prueba. Sin embargo, en la mayoría de los casos nos es suficiente con que se nos indiquen tales técnicas. Debemos estar atentos a las prácticas implantadas por los maestros de mayor experiencia, pues es más que probable que en ella advirtamos la diferencia entre el éxito y el fracaso. No me cabe duda de que el conocimiento y la aplicación de tales principios nos transformarán en mejores maestros.

Todos somos maestros

La mayoría de las cosas que hacemos están de una forma u otra relacionadas con la función de enseñar. Mostrar a un niño cómo atar la correa de su calzado, enseñarle a andar en bicicleta. mostrar a una jovencita cómo preparar cierta comida, presentar un discurso en la Iglesia, compartir nuestro testimonio, dirigir una reunión de líderes y, por supuesto, dar una lección, todo ello constituye enseñar, y por cierto que lo hacemos constantemente.

Todo miembro de la Iglesia enseña durante casi toda su vida. Enseñamos cuando predicamos, hablamos o contestamos preguntas en reuniones. Quienes predican enseñan, al menos en la generalidad de los casos, aunque no debería haber excepciones. Las funciones de predicar, de enseñar y de hablar están íntimamente relacionadas entre sí. Cuando hablamos y predicamos, por cierto enseñamos.

Cuando observamos la lista de verbos que sirven como sinónimos de «enseñar», comprendemos que de una forma u otra todos cumplimos tal función casi a diario. Entre la variada gama de tales verbos están incluidos: instruir, educar, edificar, dirigir, orientar, profesar, inculcar, informar, guiar, mostrar, demostrar, infundir, implantar, disertar, exponer, explicar, predicar, y muchos otros más que bien pueden ser definidos como «enseñar».

En todas y cada una de las organizaciones de la Iglesia contamos con maestros. En nuestros quórumes del sacerdocio se imparte una gran cantidad de enseñanza; por cierto que todo poseedor del sacerdocio está capacitado para ser llamado como maestro orientador. El título de «maestro» fue otorgado a uno de los oficios en el Sacerdocio Aarónico. Las organizaciones auxiliares están colmadas de maestros y oficiales, todos los cuales capacitan o enseñan.

El profeta es un maestro; sus consejeros también lo son; las Autoridades Generales somos maestros. Los presidentes de estaca y misión son maestros; los miembros de sumos consejos son maestros. al igual que los presidentes de quórum. Demás está decir que los obispos también son maestros, y así podríamos seguir enumerando la gran variedad de oficiales dentro de las organizaciones de la Iglesia.

Lá Iglesia avanza apoyada en el poder de las enseñanzas que se imparten, y me atrevo a afirmar que la obra del reino se ve limitada cuando la calidad de la ensenanza no está a la altura de lo que debería ser. El crecimiento de la Iglesia depende de esa calidad, puesto que. por sobre todas las cosas, los misioneros son maestros. Su función primordial es la de enseñar el evangelio de Jesucristo, y al compartir su testimonio automáticamente enseñan. Me atrevería a declarar que el sinónimo más íntimo al verbo enseñar dentro del contexto de la Iglesia es testificar.

La enseñanza de valores morales y espirituales

Este libro fue escrito con el fin de ayudarle a ser un mejor maestro. El eje de lo que en este volumen se expone es la enseñanza de valores morales y espirituales, algo que frecuentemente es por demás dejado de lado. Poco o nada encontraremos en cuanto a este tema en materiales y textos relacionados con la educación.

Por otra parte, si usted desea enseñar cualquiera de las otras miles de materias tales como gramática o aritmética, historia o geografía, no le costará mucho trabajo encontrar suficientes referencias en cualquier comercio de librería o en bibliotecas públicas. La tarea de enseñar tales materias descansa prácticamente en forma exclusiva sobre las escuelas. Los padres, por citar un caso, tienen una participación indirecta en la responsabilidad de inculcar a sus hijos las aptitudes más elementales en el campo de las matemáticas. Reducido es el esfuerzo que se requiere de ellos en cuanto a enseñar a sus hijos los principIos de la lengua. Si al menos logran inculcar con éxito buenos hábitos de estudio, sus hijos aprenderán el resto en el colegio.

Cuando se desea enseñar a ser honesto, casto, obediente, reverente, humilde, bondadoso o a cumplir con las responsabilidades cívicas, se debe buscar ayuda, puesto que muy poco es lo que se ha escrito en cuanto a la enseñanza de tales virtudes.

Mucho ha sido lo que he meditado en el transcurso de los años en cuanto a la forma de enseñar valores morales y espirituales. Tuve oportunidad tanto de enseñar como de supervisar a otros que lo hacían, ya fuera por llamamiento o profesión, y deseo compartir con ustedes algunas de las lecciones que aprendí.

Les aseguro que en los siguientes capítulos no encontrarán demasiada jerga educacional. Se presentarán algunos términos profesionales con el único fin de que se familiaricen con ellos, y serán acompañados de algunas definiciones simples, tal como se les utiliza en libros de texto. Estoy seguro de que, si lo desea, podrá obtener información más amplia de esas otras fuentes.

Este volumen compone, más bien, una compilación de ideas, sugerencias, experiencias e ilustraciones que podrán servirle de ayuda a cualquier persona que tenga la responsabilidad de educar, una compilación fundamentalmente orientada hacia la enseñanza de valores morales y espirituales.

Algunos de los ejemplos constituyen ilustraciones de la enseñanza en el hogar, otros fueron extraídos de experiencias pedagógicas prácticas, mientras que otros están relacionados con el campo de la capacitación profesional y la administración. No obstante, todos ellos tienen que ver con la enseñanza y los principios se adaptan a todos nosotros, más allá del ámbito en el que nos desenvolvamos.

Si aplicamos estos elementos básicos, estaremos en condiciones de llevar a la práctica la amonestación del Señor cuando dijo: «Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino. Enseñaos diligentemente, y mi gracia os acompañará, para que seáis más perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os es conveniente aprender» (D. y C. 88:77-78).