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Cómo tratar preguntas difíciles
Todo maestro debe estar prevenido ante la posibilidad de tener que enfrentarse a menudo a preguntas difíciles. Frecuentemente se trata de preguntas para las que no hay una respuesta del todo satisfactoria. Un maestro no puede saberlo todo, hasta el momento, el Señor tampoco lo ha revelado todo. No obstante, cuando el maestro deba enfrentarse a preguntas de ese tipo, y sobre una variedad de temas, es imperioso que siempre tenga la sencillez de carácter para, si tal fuera el caso, reconocer y decir: «No sé.» No pocas veces será ésa l,a única respuesta genuina que pueda dar. Si se tratara de algo que se supone que él tendría que saber, sería prudente que comentara: «Tendría que saber cómo responder esa pregunta y estoy seguro que puedo averiguar. No bien esté infonnado, se lo comunicaré.»
Como maestros en la Iglesia, a menudo no tendremos más remedio que admitir: «No sé la respuesta a esa pregunta ni conozco a nadie que la sepa.» Jamás debemos tener miedo ni avergonzarnos de así reconocerlo, puesto que no afectará a los alumnos el saber que no somos unos sabelotodos.
Hay algunas cosas que el maestro puede tener presentes y a la mano cuando surgen preguntas difíciles -y por cierto que hay muchas que lo son. A menudo son formuladas por personas que en realidad no tienen interés en saber, sino que simplemente desean discutir. Hay ocasiones, no obstante, en que quienes preguntan en verdad no saben ni entienden y sencillamente procuran averiguar la respuesta. En tales casos, como maestros tenemos la obligación de ayudar.
Una de tales preguntas es: ¿Por qué razón no puede la mujer poseer el sacerdocio? Teniendo en cuenta que tal vez ésta sea una pregunta a la que todo maestro deba enfrentarse a menudo, quisiera utilizarla como ejemplo para explicar la forma de tratar preguntas difíciles. Ni siquiera intentaré responder a esa pregunta en particular, sino que simplemente la emplearé para ilustrar algunos principios que se aplican a la manera de responder a otras preguntas de ésta índole. Tal vez podría contestar en términos muy breves y sencillos diciendo simplemente: Porque el Señor lo ha dispuesto de esa forma. Eso, a su vez, generaría otra pregunta: ¿Por qué? También en este caso podría responder: En lo que me es particular, no sé, simplemente puedo decir que El lo dispuso de esa forma.
Una respuesta de esa naturaleza no resulta satisfactoria ni para el antagonista ni para el que desea ganar conocimiento, por lo qué debemos reconocer que no se puede contestar de esa forma, sino que hay que proporcionar más elementos de juicio.
Primeramente debemos determinar qué clase de pregunta es y qué clase no es. Serviría de ayuda si por ejemplo, pudiéramos explicar al alumno que el hecho de que la mujer no puede poseer el sacerdocio no tiene ninguna pertinencia política. Por consiguiente, no sacaríamos provecho alguno al tratar esa pregunta sobre tales bases. Tampoco es una pregunta filosófica,o y no llegaremos muy lejos si la consideramos como tal. ¿Se trata acaso de una pregunta de contornos éticos? Tal vez en parte sí, pero no totalmente. Entonces, ¿qué tipo de pregunta es? Es una pregunta doctrinal, una pregunta teológica, ya menos que podamos tratarla dentro de tales perímetros, tal vez sería mejor que ni siquiera la consideráramos.
No sólo se trata de una pregunta teológica, sino que está dentro de lo que podría denominarse como teología avanzada. No se llegará a nada productivo si se le analiza a la ligera sin considerar un cúmulo de aspectos importantes. Si no se entra a analizar elementos tales como la revelación y la autoridad, por cierto que estaremos frente a una pregunta sumamente difícil de responder.
El principio de los prerrequisitos
En la pedagogía existe un principio que podríamos titular «El principio de los prerrequisitos». Permítame ilustrar.
La mayoría de los programas educacionales requieren que se tomen cursos básicos a modo de prerrequisito antes de que uno pueda matricularse en programas avanzados. Por ejemplo, en gran parte de los programas académicos, uno no puede matricular!;e para tomar cursos avanzados de química sin antes completar los más básicos. No es más que aplicar sentido común. Sin los aspectos más elementales de la química, los cursos avam:ados serían, si no otra cosa, un gran error. Para poder lograr un entendimiento total de las cosas, aun cuando se tratara de una mente brillante, se requeriría saber en cuanto a los elementos más fundamentales, en cuanto a átomos, moléculas, electronés, protones, en cuanto a componentes, propiedades, fórmulas, ecuaciones, densidades, soluciones y mezclas. La química constituye un campo vertical; se deben levantar cimientos antes de poder continuar hacia arriba.
Es posible que haya genios que se inscriban en un curso avanzado de química y que, sin tomar antes los fundamentos, sobrevivan y alcancen el grado más elevado. Es factible que si uno busca, pueda encontrar uno que otro caso de un alumno así de brillante, pero por lo general, no se da de ese modo. Si uno intenta lograr primero la maestría en un curso avanzado, no obtendrá otra cosa que confusión y terminará por detestar la materia y tal vez también a quien la enseñe, y hasta es posible que se sienta disgustado hacia la institución educativa que le sujeta a tan miserable realidad.
Este principio tan elemental de los prerrequisitos se aplica a todas las disciplinas y está relacionado con todos los asuntos que se puedan concebir.
Todo alumno debe aprender el valor de dominar los fundamentos. Eso es algo que todo maestro debe saber y que es muy obvio en el proceso del aprendizaje.
Si aplicamos este principio de los prerrequisitos a la muy difícil pregunta de por qué la mujer no puede recibir el sacerdocio, la enfocaremos de una manera completamente diferente. En realidad no tiene mayor sentido que procuremos responder a esa pregunla cuando proviene de alguien que no haya tomado los prerrequisitos de la fe, el arrepentimiento, bautismo por inmersión para la remisión de sus pecados y que no haya recibido el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos. A menos que esa persona sepa algo en cuanto a la revelación y en cuanto a la autoridad, no importa qué respuesta se le dé, para nada habrá de satisfacerle.
En lo que me es particular, no me preocupa que se me haga esa pregunta en cualquier momento, pues inmediatamente me brinda la oportunidad de considerar principios fundamentales del evangelio. Nuestros misioneros tratan encomiablemente de hacer que la gente preste atención a principios y doctrinas de la Iglesia, pero muchos no tienen interés en saber en cuanto a ellos. Están dispuestos a pasar horas hablando de asuntos diferentes, siempre que no se trate de temas doctrinales.
Sin embargo, cuando alguien pregunta algo así como «¿Por qué razón no puede la mujer poseer el sacerdocio?», inmediatamente se abre la puerta para comenzar a hablar de doctrinas básicas. Consideremos un enfoque como el siguiente: «Si realmente está interesado en la respuesta a esa pregunta, hay algunas cosas que le debo explicar antes, pues de otro modo jamás podrá entender la respuesta que pueda darle. Primeramente debe saber sin dudas que Dios vive. Yo sé que El vive. (De ese modo le está dando su testimonio.) Tiene que aceptar que El revela Su voluntad a Sus profetas.»
Cuando, como maestros, nos enfrentamos con preguntas difíciles, debemos tener presente el principio de los prerrequisitos, y si el que pregunta no ha pasado por el curso básico, tendremos que comenzar a enseñarle en ese mismo momento, a fin de que pueda captar las cosas fundamentales. No hay otra forma en que pueda entender la respuesta.
Cuando se nos acomete con una pregunta difícil, ya sea que se trate de la mujer y el sacerdocio, de la poligamia, o de la razón porqué no puede cualquier persona entrar a los templos o muchas otras, debemos tratar la pregunta de frente con determinación y sin dar la más mínima muestra de una posición defensiva o de que estamos tratando de escabullirnos. Jamás debemos «disculpar» la posición de la Iglesia, ni tampoco «entrar en batalla» por ella. No debemos «convertir» a la persona que, pregunte a nuestra posición, sino que debemos explicar la razón, recordando siempre las bases de los prerrequisitos. Resultará una verdadera pérdida de tiempo el intentar analizar la pregunta desde el punto de vista político, filosófico, sociológico o ético; debemos llegar a la raíz del asunto y discutir el tema desde una perspectiva teológica. Si quien formula la pregunta no quiere aceptar los prerrequisitos, no podrá obtener la respuesta. Si, por el contrario, se ajusta a ellos, la conseguirá sin problemas.
Hay otro importante asunto que debemos considerar. Es natural que un maestro desee que todos queden satisfechos y que estén de acuerdo con él. Lo cierto es que no siempre resultará de ese modo. Aun en los casos de los mejores maestros, se encontrarán personas insatisfechas y aun hasta molestas. Esto es particularmente cierto cuando nos encontramos con alguien que observa una actitud antagónica. Un maestro maduro sabrá desde el comienzo que cuando se termine Ia conversación, habrá alguien que quedará insatisfecho y enfadado. Por todos los medios tratemos de que no sea el maestro quien quede en ese estado. Si el alumno no ha tomado los cursos básicos ni tampoco tiene el entendimiento fundamental del que quiere extraer una respuesta, y si carece de la paciencia para que se le enseñe, de seguro que terminará insatisfecho Y enfadado. Pero el maestro jamás debe sentirse avergonzado ni insatisfecho ni molesto por el hecho deque su interlocutor se sienta perturbado.
No creo que sea desconsiderado afirmar que si un maestro se siente inquieto o irritado ante tales’preguntas, es probable que deba familiarizarse con los cursos básicos. ¿Es que acaso se le pasó algo de lo fundamental? ¿No se siente seguro ante tales preguntas? Es imperioso reconocer que de rodillas es como cualquier persona puede lograr la mayor cantidad de conocimiento y tranquilidad. Si somos sinceros y amplios, si somos humildes y estamos a tono espiritualmente, no debemos temer. Si por el contrario queremos ser populares y lograr que todos estén de acuerdo con todo lo que enseñamos, eso es aspirar a algo que jamás lograremos.
El dominio de los fundamentos
Permítame ahora otra ilustración en cuanto al tema de los prerrequisitos. Supongamos que me enfermo en un lugar donde no hay un centro de atención médica próximo, y que la primera persona que llega en mi auxilio, aunque desprovisto de su maletín con su instrumental, es mi médico. También supongamos que su diagnóstico requiere una operación urgente, pues de otro modo mi vida correría peligro.
No creo que me negara a que este buen hombre obtuviera una vieja cuchara, le sacara filo contra una piedra, la hirviera para desinfectarla en una herrumbrosa lata, y después, con cualquier otro instrumento del que pudiera valerse, comenzara a operar. Ante tales circunstancias, creo que preferiría someterme a él que ser llevado a la sala de operaciones de un moderno hospital, provisto del equipo más avanzado, dentro de una atmósfera por demás esterilizada, Y ser operado por una persona sin la más mínima experiencia médica.
Quisiera, en tal caso, estar seguro de que quien me fuera a operar tuviera por lo menos una noción de lo que tendría que hacer una vez que me cortara y me abriera. No creo que me sentiría demasiado ansioso de que me operara mi médico si me enterara de que había salteado algunos de los cursos o materias básicos y había tomado, como parte de su formación elemental, un curso avanzado de cirugía, siendo yo uno de sus primeros pacientes.
Existe una buena razón para asegurarse de que un médico comience tomando los cursos básicos en sicología y de que transcurra bastante tiempo, de hecho años, antes de que siquiera toque un bisturí para utilizarlo en el cuerpo de cualquier ser humano. Hay mucho con lo que debe familiarizarse y aprender antes de llegar a ese punto.
Creo que éste es un ejemplo por demás ilustrativo para convencemos de la necesidad de dar a las cosas la debida prioridad, de dominar lo elemental antes de procurar un logro mayor.
Cualquiera puede formular una pregunta difícil. Cualquier persona totalmente ajena a una materia determinada puede, por ejemplo, inquirir en cuanto a análisis estadísticos antes de aprender a sumar y a restar. Si intentamos satisfacerle en tan alocado deseo, no resultará en otra cosa que en crearle una confusión aún mayor.
Lo imposible de responder
Lo más importante que como maestros podemos hacer mientras nuestros alumnos pasan por esos cursos de requisitos básicos es hacerles saber que, a pesar de que hay cosas que no podemos responder, sentimos paz interior. Particularmente no tengo el más mínimo reparo ni vergüenza en reconocer que desconozco la razón por la que el Señor ha hecho ciertas cosas.
No tengo la menor idea de por qué pesan sobre nosotros ciertas restricciones, sin embargo hay varias cosas que sí sé. Sé que jamás nos veremos librados de estas preguntas difíciles. No creo que jamás hayan dañado ni a la Iglesia ni al reino de Dios. No creo que hayamos perdido nunca a un converso honesto a causa de la posición de la Iglesia en cuanto a cualquier asunto. También sé que cuanto más arrogante, académica y egocéntrica sea una persona, tanto menos serán las probabilidades de satisfacerle con una respuesta de naturaleza espiritual.
Tuve el privilegio de servir como misionero en un área geográfica donde había muchos investigadores con avanzados títulos académicos. Muchos de ellos sentían gran admiración por la lglesia y tal vez hasta se hubieran unido a ella en razón de los beneficios sociales que en ella observaban, pero algunas de las preguntas difíciles de las que hemos hablado se transformaron en verdaderos obstáculos para ellos. Quienes procuraron las respuestas espiritualmente, quienes con humildad las enfocaron desde el punto de vista teológico, encontraron respuestas suficientes y llegaron a bautizarse. Hubo otros que no lo hicieron. La puerta estrecha y el camino angosto les repelieron y simplemente dieron pruebas de no estar preparados.
Lo demasiado sagrado
Confío en que estos comentarios le guíen, como maestro, a hacer frente a preguntas difíciles sin reparos ni temores. y hay una cosa más que quisiera agregar: Bien puede ser que se enfrente a circunstancias en que se le formulen preguntas para las cuales sepa la respuesta aunque no esté autorizado para responder, sencillamente porque quien la formula todavía no ha completado su curso básico. El profeta Alma declaró:
“A muchos les es concedido conocer los misterios de Dios: sin embargo, se les impone un mandamiento estricto de que no han de impartir sino de acuerdo con aquella porción de su palabra que él concede a los hijos de los hombres, conforme al cuidado y la diligencia que le rinden.
“Y, por tanto, el que endurece su corazón recibe la menor porción de la palabra: y al que no endurece su corazón le es dada la mayor parte de la palabra, hasta que Ie es concedido conocer los misterios de Dios al grado de conocerlos por completo.
“Y a los que endurecen sus corazones les es dada la menor porción de la palabra, hasta que nada saben concerniente a sus misterios: y entonces el diablo los IIeva cautivos y los guía según su voluntad hasta la destrucción. Esto es lo que significan las cadenas del infierno.” (Alma 12:9-11.)
Todos los maestros son, por cierto, también alumnos. Así como en nuestra función de educadores.nos encontramos con preguntas que son virtualmente imposibles de responder, como alumnos sabemos que hay otras que por prudencia no debemos formular.
Una de tales preguntas, la que frecuentemente se me hace, por lo general de parte de alguien simplemente curioso, es: «¿Ha visto al Señor alguna vez?» Esa es una pregunta que yo jamás le hc hecho a nadie, ni siquiera a mis hermanos del Consejo de los Doce, por entender que se trata de algo tan personal y sagrado que por cierto uno tendría que contar con determinada inspiración Y hasta la debida autoridad para tan siquiera preguntarla.
Aun cuando no he hecho esa pregunta a nadie, he escuchado a algunos responderla -aunque no cuando se les preguntó al respecto. Una vez escuché a una de las Autoridades Generales declarar: «Sé, por experiencias demasiado sagradas como para relatar, que Jesús es el Cristo.» A otra escuché testificar: «Sé que Dios vive, sé que el Señor vive y lo que es más aún, conozco al Señor.» Repito que han dado respuesta a esa pregunta aunque no cuando se les formuló, sino cuando se encontraron bajo la influencia del Espíritu, en ocasiones sagradas, cuando «el Espíritu da testimonio». (D. y C. 1:39.)
Hay cosas que son demasiado sagradas para comentar; no es que sean secretas, sino sagradas; que simplemente no deben ser tratadas abiertamente, sino que deben ser tratadas con la más profunda reverencia.
Existen infinidad de preguntas difíciles, inclusive algunas que no estamos en condiciones de responder, y muchas cosas deben ser aceptadas por medio de la te. Como maestro, por tanto, no pennita que ninguna pregunta conplicada llegue a crearle problemas difíciles, ni a usted ni a aquellos a quienes enseña.
























