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El ego
Quisiera exponer un aspecto relacionado con la sicología y luego emplearlo para hacer una comparación, la cual, dicho sea de paso, constituye un principio sumamente respetable de la pedagogía. Aun cuando no consideremos detalladamente el principio de transferir conceptos aprendidos, resulta importante aceptarlo como parte integral del proceso del aprendizaje.
Mediante esa transferencia de conceptos, la experiencia que hayamos logrado en un campo dado de la educación puede ser transferida y ser de gran valor para otro campo. Algo que un joven haya aprendido al trabajar en una granja, por ejemplo, podría servirle en el futuro para desempeñar un puesto ejecutivo en una corporación, Ciertos conceptos que un hombre aprende trabajando como repartidor de correspondencia pueden servirle cuando enseña en la Escuela Dominical. Del mismo modo, todo lo que les enseñamos a los miembros de la Iglesia en la Escuela Dominical, en los quórumes del sacerdocio en las reuniones sacramentales, en las conferencias y en actividades sociales, pueden y deben tener aplicación en la vida diaria.
En este caso, simplemente deseo referirme al cuerpo físico, el cual es tangible y visible, para luego establecer una analogía con la parte invisible de nuestro ser, a fin de efectuar entonces una importante comparación.
En el cuerpo contamos con glándulas de las llamadas endocrinas, las que regulan e integran el cuerpo por medio de un proceso químico. El cerebro, por otra parte, regula e integra el cuerpo por medio del sistema nervioso. La secreción de las glándulas endocrinas estimulan o reprimen; sirven tanto para activar como para retardar las funciones de varias partes del organismo, según la forma en que éste reaccione ante las circunstancias que le rodean. Estas glándulas por demás vitales pueden ser tan importantes como el mismo sistema nervioso en lo relacionado con la conducta y proceder del ser humano.
Las hormonas producidas por las glándulas gobiernan el desarrollo y la acción del cuerpo en muchas maneras. Determinan el proceso de crecimiento y el desarrollo de la persona. Si se le alteran de alguna forma, los resultados pueden ser perjudiciales, a menudo permanentes. Algunos de los factores que pueden verse afectados son tan esenciales para la vida que una persona no podría vivir por mucho tiempo si careciera completamente de ellos. Las hormonas del páncreas y de la paratiroides, por ejemplo, son vitales para la preservación de la vida.
A pesar de conocer mucho en cuanto a las glándulas y a los órganos del cuerpo y sobre la forma en que partes están relacionadas, debemos admitir que todavía hay mucho que no conocemos.
En el aspecto emocional hay también controles e influencias que pueden estimular o reprimir la conducta emocional y espiritual de una persona. Estas «glándulas» invisibles, si están enfermas, pueden provocar pronunciados desniveles, tanto en la conducta como en el desarrollo. En este rincón de nuestro ser que no es físico existen cosas que son de tanta influencia como los efectos que las glándulas endocrinas tienen sobre el organismo.
En alguna parte de nuestro interior invisible existe un centro de influencia. La palabra que puede describirlo con mayor precisión es ego. Entre las descripciones que el diccionario da de la palabra ega, se encuentra autoestima.
El ego tiene un maravilloso efecto en esa parte nuestra que no es física y también un aparente efecto en nuestro bienestar físico.
Si tuviera que hacer una ilustración gráfica de lo que es el ego -saludable y normal-le dibujaría similar a un pequeño globo redondo.
El ego se puede desinflar como resultado de una acción o expresión, con simples palabras, y aun con una mirada.
Los epítetos y declaraciones que mejor efecto surten cuando se intenta herir el ego son algunos de los siguientes: «Estúpido, ¿no hay nada que puedas hacer bien?» «Está mal otra vez.» «¿Cuándo vas a tener un poco de sentido común? «Déjate de tonterías.» Y estoy seguro de que usted sabrá muchos otros que habrá experimentado de una forma u otra.
La mayoría de nosotros hemos visto nuestro ego desinflarse, y sabemos en carne propia cuán dolorosa puede llegar a ser esa experiencia. Es como el caso de aquel jovencito que no sino hasta los seis años de edad llegó a averiguar cuál era su apellido, pues hasta entonces pensaba que su nombre era ¡Carlitos No!
Si el ego de un alumno se averiara, es indudable que tendrá en él un efecto dañino y por demás notorio. Este tipo de desorden en el ego es, por lo general, fácil de corregir. Puede ser vuelto a inflar con palabras que no cuestan mucho y que son fáciles de proveer. He aquí algunos ejemplos de declaraciones que contribuyen a inflar un ego, volviéndolo a su forma original y dotándolo de una imagen saludable: «Felicitaciones.» «Su contribución es muy importante.» «No se imagina cómo apreciamos su trabajo.»
Todos sabemos cuán bien se puede sentir uno cuando alguien infla un poco su ego. Después de todo, un ego desinflado no es una catástrofe que un padre o un maestro puede fácilmente repararlo en un par de segundos. Si el ego se ha desinflado varias veces, tal vez no sea tan fácil, pero mediante la aplicación de un tratamiento de halagos sinceros, palabras bondadosas y un aliento que se extienda por un cierto lapso de tiempo, se lograrán maravillas.
Un substituto no aconsejable
Existe un desorden muy serio o enfermedad que afecta el ego y que resulta mucho más difícil curar. Bien harían los maestros si pudieran detectarlo a tiempo. Esta enfermedad se declara cuando el ego se desinfla frecuentemente a través de un largo período de tiempo. Es así que se achata al punto tal que se vuelve sumamente doloroso para la persona afectada. Si no hay nadie que ayude a inftarlo con palabras de estímulo o bondad, desemboca en una condición prácticamente irreparable. La persona comienza entonces a inflar su ego por sí misma, lo cual constituye un proceso artificial que para nada sirve. Se trata de un substituto no aconsejable.
Cuando una persona pasa mucho tiempo sin escuchar palabras de encomio, tales como «Eres importante», es faclibleque procure satisfacer esa carencia por sí mismo diciendo: «Soy importante». Si esto pasa a ser un hábito, la persona se transforma en un ególatra, y no vacilaría en afirmar que todos sabemos lo patético que resulta ser testigos de un caso serio de egolatría.
El buen maestro sabe que el tratamiento para la egolatría es precisamente el mismo que se utiliza para el del ego desinflado, sólo que tiene que ser administrado con un poco más de cuidado y por algo más de tiempo. Aun cuando el ego inflado más de la cuenta jamás debe ser perforado, a veces necesita que se le deje escapar un poco de aire a fin de volverlo a su tamaño normal.
Estímulo y amor
Los maestros deben ser generosos en el reparto que hagan de su caudal de elogios y estímulo. Cuando se trata de afectar la conducta de una persona, es más lo que pueden lograr por este medio que por ningún otro. Por cierto que este método de generar un buen proceder no es nuevo en la educación.
En el año 1558, Roger Aschcam, quien había sido tutor de la reina Elizabeth cuando ésta era adolescente, y quien gozaba de ciertos privilegios en la corte real, cenaba en una ocasión con Sir William Cedric y Sir Richard Sackville. La conversación giraba en torno a la huida de varios jóvenes de Eton, en razón de las severas medidas disciplinarias imperantes en ese lugar. Sir Richard Sackville, quien había permanecido en silencio durante la cena, escuchó atentamente los puntos de vista vertidos por Aschcam en cuanto a la educación. Poco después le llamó aparte y le propuso financiar un experimento educacional para su propio hijo y otros jóvenes, el cual se basaría en el estímulo y el amor. Sackville y Aschcam cultivaron como resultado de esto una amistad perdurable, sirviendo este experimento de inspiración a Aschcam para escribir su inmortal libro The Scholemaster (El maestro de escuela).
En la obra declara:
“Deseo ahora especificar la razón por la cual, en mi opinión, el amor ejerce mejores resultados que el temor y por qué causa la condescendencia es más aconsejable que el castigo cuando se pretende enseñar a un joven.
“No habré de contender con el uso tan común de crudas medidas disciplinarias en las escuelas de Inglaterra. Mucho concuerdo con todo buen maestro en los siguientes puntos: La importancia de educar correctamente, de inculcar buenos modales, de imponer una enmienda para toda transgresión, y la seguridad de que todo vicio sea severamente corregido. Sin embargo, en lo que diferimos ciertamente es en los medios que se emplean para lograr tales fines.
“Es común que muchos maestros… son tan viles en su naturaleza que, al imponer un castigo a un alumno, prefieren subyugarlo antes que corregirlo, prefieren destruirlo en lugar de encaminarlo… Pero esto sr diré, que en esta época los peores disciplinadores caen en el error de pretender corregir procederes equrvocos castigando la naturaleza de quien los comentió.”
Un buen ejemplo de lo que los padres pueden aprender en cuanto a la forma de disciplinar se puede extraer del siguiente comentario hecho por el presidente David O. McKay en Merthyr-Tydfil, Gales, en 1963:
“Me vino a la memoria una visita que hice a mi hogar cuando cursaba estudios universitarios. Mi madre, como de costumbre. estaba sentada a mi izquierda durante la cena, y yo hice el siguiente comentario: ‘Madre, me he enterado que yo fui el único de entre todos mis hermanos que fue azotado durante la infancia.’ A lo cual mi madre contestó: ‘Asi es. David. ¡tan grande fue el fracaso que experimenté contigo que no quise emplear el mismo método con mis otros hijos!”
Un hijo de Dios
Es importante que todo maestro entienda que cada uno de sus alumnos, ya sea que fuera su propio hijo o miembro de su clase, es un hijo o hija de Dios. El Señor no ha revelado mucho con respecto a nuestro estado preexistente, pero sabemos que vivimos en tal condición y eso tiene una importancia monumental tanto para padres como para maestros. Aquellas cosas que sabemos -que éramos seres individuales, que teníamos inteligencia, que algunos eran más inteligentes que otros, y que teníamos una relación de hijos a Padre con Dios- constituyen valiosas revelaciones. Este concepto, como mínimo, significa que hay muchos ideales espirituales que de otro modo resultarían difíciles de enseñar, que pueden ser captados así como inculcados, siendo indiscutiblemente comprendidos aun por niños pequeños.
























