Enseñad Diligentemente

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Diferencias individuales


El presidente David O. McKay dijo en una ocasión:

“Desde el momento en que nacen hasta que mueren, todos los seres humanos son diferentes. Difieren entre sí como las flores en un jardín. Son diferentes en capacidad intelectual, en temperamento, en energía y en preparación. Hay quienes alcanzan un determinado nivel y otros otro. Puede considerarse triunfador aquel maestro que mediante el espíritu de discernimiento puede detectar, aunque sea en parte, la madurez mental y la capacidad de los miembros de su clase. Tal maestro debe ser capaz de captar expresiones faciales y debe estar en condiciones de responder a las actitudes mentales y espirituales de aquellos a quienes enseña. Está escrito que aquel que gobierna bien guía a los ciegos, mas aquel que enseña les proporciona ojos.”

En la parábola del sembrador se deja bien de manifiesto que el Señor reunía esa clase de atributos como maestro y que podía reconocer las diferencias individuales de aquellos a quienes instruía.

“Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: He aquí, el sembrador salió a sembrar.

“Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron.

“Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó.

“Y parte cayó entre espinos; y los espinos creciéron, y la ahogaron.

“Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno” (Mateo 13:3-8).

La interpretación de la misma parábola reconoce las diferencias cuando uno procura enseñar:

“Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino.

“Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza.

“El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.

“Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a cienlo. a sesenta, y a treinta por uno” (Maleo 13: 19-23).”

No conozco ningún otro principio en el campo qe la educación que haya recibido mayor atención de parte de educadores profesionales que el de las diferencias individuales. Ningún maestro tendrá éxito a menos que conozca algo en cuanto a este principio. Nadie pasa tiempo ante un grupo de personas sin advertir que cada una de ellas tiene ciertas particularidades que la hacen diferente de las demás, ya sea que se trate de una familia, de una clase o de una congregación.

La diferencia entre los Apóstoles

Los Doce Apóstoles escogidos por el Señor durante Su ministerio terrenal constituyen un interesante ejemplo de un grupo humano en el que sus componentes difirieron enormemente entre sí. A pesar de que los Doce eran discípulos y tenían la responsabilidad de llevar adelante Su obra después de que El partiera, había entre ellos una gran variedad.

En la figura de Pedro observamos al hombre impulsivo e impetuoso y hasta, si se quiere, un poco paradójico. Existen evidencias de que hubo casos en los que observó una actitud un tanto profana. En Tomás estaba ejemplificado el incrédulo. «Ver para creer» era sin duda el dicho que le caracterizaba. Juan y Jacobo, hijos de Zebedeo. eran también conocidos como «los hijos del trueno». Parece que eran poseedores de un temperamento explosivo al punto tal de querer que el Señor ordenara fuego de los cielos para destruir un pueblo a causa de que sus habitantes le habían rechazado. Mateo, por su parte, era un publicano, casi de seguro despreciado por su ocupación.

Hubo veces en que el Salvador enseñó a sus discípulos en grupos pequeños. Durante la Transfiguración, por ejemplo (véase Mateo 17:1,8), tres de ellos estaban con El. Lo mismo sucedió cuando sanó a la hija de Jairo, pues «…no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo» (Marcos 5:37).

También conocemos el relato de Nicodemo, uno de los miembros del Sanedrín, quien se allegó a Jesús por la noche para recibir instrucciones particulares. El hecho de que tal instrucción surtió su efecto queda de manifiesto en que Nicodemo más adelante defendió a Jesús ante el Sanedrín (vea Juan 7:50), y tras Su muerte, Nicodemo proveyó especias aromáticas, las que fueron ulilizadas para embalsamar Su cuerpo (vea Juan 19:39).

Pedro tuvo también una entrevista personal con Jesús después de la resurrección (vea Lucas 24:34).

La parábola de los talentos (Mateo 25: 14-30) encierra una gran lección en cuanto a diferencias individuales. Adviértase una declaración sumamente significativa:

«Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes.

“A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos.» (Mateo 14-15. Cursiva agregada.)

Todos somos distintos

Aquellos de nosotros que enseñamos, ya sea como padres o en la Iglesia, debemos recordar las revelaciones que nos hablan de nuestra existencia premortal. Por medio de ellas sabemos que las inteligencias eran diferentes entre sí.

Uno de los grandes milagros de esta vida es que no hay dos personas que sean exactamente iguales. Ese hecho puede ser fácilmente comprobado por las varias peculiaridades que se pueden tomar del cuerpo humano -las huellas digitales, por ejemplo,   no   pudiendo   encontrarse   dos   que   sean   totalmente   iguales-   y   también   en   la forma de medir la inteligencia y las reacciones emocionales. Resulta de gran ayuda para un maestro el entender que muchas de las personas a quienes enseña, sus propios hijos o personas en la Iglesia, simplemente no ven las cosas de la misma manera en que él las ve.

“¿Sin citar a nadie?

Recuerdo que cuando cursaba mi último año en la Universidad Brigham Young nos enseñó una profesora visitante. El curso trataba sobre la instrucción. La profesora se mostraba un tanto preocupada en cuanto a diferencias individuales y dedicó la mayor parte de su tiempo a recalcar la importancia de este principio, tras lo cual, asignó que preparáramos un trabajo de investigación. Entonces pensé: «Ya que esta profesora ha hecho tanto hincapié en las diferencias individuales, he aquí mi oportunidad de escribir la clase de informe que más me ayude. Seré en verdad diferente. Redactaré un informe que me ayude a descubrir lo que sé, y por consiguiente lo que todavía necesito llegar a saber en cuanto a esta materia.»

Antes de comenzar con nuestro proyecto, tuvimos una entrevista con la profesora, oportunidad en la cual le hice saber el tema que había seleccionado y mi intención de ser diferente en la manera de presentarlo. Le propuse investigar los escritos que existieran sobre el asunto y luego escribir el informe en mis propias palabras, sin hacer referencia a ninguno de esos autores y sin citar a nadie. Le indiqué que no me ofrecería ningún reparo la manera en que lo corrigiera ni cuán severa fuera en su juicio, pues cuanto más estricta resultara, más me iba a beneficiar. Entonces le dije que estaba dispuesto a leer referencias y a citar cualquier cantidad de ellas a modo de bibliografía, pero que no habría de citar a nadie en el texto del informe.

Quisiera aprovechar la oportunidad para manifestar que personalmente pongo en tela de juicio la práctica a que a menudo se somete a los estudiantes de recluirlos en la biblioteca comiéndose los libros, tratando de encontrar algo que alguien haya dicho sobre el tema al cual ellos quieren referirse, extrayendo citas, anexándolas con unas cuantes frases que tenga algo de sentido, para luego presentar lo que hayan escrito como trabajo de investigación. Esa fue la clase de propuesta que le hice a la profesora.

La distinguida dama la consideró detenidamente y luego me preguntó:

-¿Sin citar a nadie?
-Exacto:
-¿Así no más? ¿partiendo de la nada?
-Así es.

Entonces meditó por un momento y con marcada convicción dijo:

-De ninguna manera. No podría permitirle hacer tal cosa.

Antes de retirarme de su oficina se me había asignado un libro y varios artículos de los que podía citar.

«¡Qué ridículo!» pensé. «Una profesora de universidad se pasa todo un verano haciendo hincapié en diferencias Individuales y por otro lado se resiste a permitir a un estudiante, que desea  ser individualmente  diferente,  presentar un  proyecto distinto  en su naturaleza.» La profesora insistió en que me basara en la opinión de los entendidos en la materia.

Constantemente buscamos la así llamada «opinión autorizada», pero, sin pretender ser negativo en cuanto a tal respaldo, considero que a menudo se le emplea equivocadamente. El concepto de procurar encontrar citas de otras personas que se aproximen en su contenido a aquello sobre lo cual deseamos expresarnos, compaginando esas ideas con frases nuestras, para luego entregar el trabajo como un proyecto propio es, según yo lo entiendo, una pérdida de tiempo. Opino así porque el alumno termina en el mismo lugar donde empezó, sin saber en realidad lo que él mismo piensa ni cómo siente sobre el asunto.

Mientras nos preocupamos por investigar lo que otras personas han hecho, lo que han pensado y cómo han sentido al respecto, nos privamos de aprender lo que nosotros pensamos y sentimos sobre ese mismo asunto. Nos privamos de descubrir lo que albergamos en nuestro interior, y al así hacerlo, nos quedamos sin llevar a cabo el más importante de todos los hallazgos: ¿De qué manera me siento yo con respecto a tal punto? ¿Qué pienso? Tal tipo de exploración interna es, tal vez, el estudio más importante que uno puede llevar a la práctica.

Esta teoría de compaginar conceptos merced a la opinión de segundas y terceras personas bien puede considerarse peligrosa, pues priva aI estudiante de pensar por sí mismo.

Estudiemos, investiguemos

Es importante, por ejemplo, conocer el evangelio de acuerdo con lo que opinan los líderes de la Iglesia, pero resulta aún de mucho más valor conocer el evangelio de acuerdo con nosotros mismos; o sea, tomando como punto de partida un tema en particular, como bien puede ser la Palabra de Sabiduría, e investigando interiormente para determinar cómo nos sentimos al respecto. Es importante complementar nuestra investigación con la lectura de las Escrituras y después escribir lo que sentimos para luego hacer una comparación de tales sentimientos con aquello que los líderes han declarado sobre el particular.

Si somos sinceros, veremos que las conclusiones a las que lleguemos se verán comprobadas por las conclusiones de las autoridades. Si procuramos conocimiento en nuestro interior en la forma debida, y hacemos que la oración forme parte integral de esa investigación, estaremos activando la misma fuente de inteligencia que los líderes de la Iglesia utilizan para llegar a sus conclusiones.

Como resultado de ese proceso, podremos afirmar ser testigos independientes de ese principio, gracias a nuestra propia investigación, y nuestra obediencia ya no será ciega. Nuestra libertad de elección estará a salvo y transitaremos el debido camino, y todo lo que hagamos, lo haremos por saber qué es lo correcto y lo verdadero. Todo esto llegaremos a saber gracias a nuestro propio esfuerzo y no simplemente porque alguien nos ha dicho que es así.

Al igual que la profesora que pregonaba en cuanto a las diferencias individuales pero no estaba dispuesta a aceptarlas, hay padres que cometen serias equivocaciones al tratar de criar a sus hijos siguiendo un mismo molde, como si todos ellos fueran idénticos.   Tales   padres suponen que cada uno de sus hijos es un   calco de  ellos mismos y  esperan  que  reaccionen  precisamente  de  la misma  forma que  ellos reaccionarían.

Es imperioso que cada uno de nosotros, en todas nuestras experiencias educativas, ya sea en el hogar o en el salón de clase, tengamos presentes las diferencias individuales de aquellos a quienes estamos enseñando.