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“Listos o no aquí voy”
Cuando era apenas un niño, uno de los juegos predilectos que teníamos con mis amigos era el de «Las escondidas». Por lo general lo jugábamos en uno de los predios donde había muchos lugares para esconderse. El juego comenzaba con el que «la quedaba» tapando sus ojos con las manos, recostado a un árbol o a un muro, y contando del uno al cien, mientras los demás niños buscaban rápidamente un lugar donde esconderse. Al terminar de contar, «¡noventa y seis, noventa y siete noventa y ocho, noventa y nueve, cien!», gritaba para que todos le escucharan: «Listos o no, aquí voy». Y así comenzaba el juego.
Al observar a un maestro con dificultades ante una clase desinteresada, o al mirar a un padre tratar de dar una lección a uno de sus hijos en el momento inoportuno, siempre pienso que la enseñanza se parece al juego ya que en ella muchos anuncian con sus acciones: «Listos o no, aquí voy».
Si deseamos que la enseñanza sea eficaz, debemos considerar cuán preparados están los alumnos para aprender. Hace unos cuantos años, cuando enseñaba en el programa de seminarios, uno de mis alumnos murió en un accidente automovilístico mientras iba de camino a clase. El hecho causó gran conmoción entre los otros jóvenes y ese día fueron a la clase más serios y más dispuestos a aprender que lo que jamás les había visto antes. En esa época estaba enseñando el curso de historia de la Iglesia, más específicamente, el éxodo de los pioneros hacia el oeste de los Estados Unidos. Sin embargo, comprendí que ése no era el momento más apropiado para una lección sobre los pioneros, sino para enseñarles una lección sobre la expiación de Cristo, la Resurrección, o la vida después de la muerte.
Un buen maestro está siempre alerta y aprovecha toda oportunidad que se le presente para enseñar cuando los jóvenes están listos. Muchas lecciones que tanto yo como mi esposa estábamos ansiosos de enseñar a nuestros propios hijos tuvieron que esperar hasta que ellos estuvieran preparados.
Demasiado y muy pronto
Una de las mayores dificultades, y al mismo tiempo uno de los peligros más latentes, de los programas de educación sexual en las escuelas públicas [Adoptados como parte del programa regular de estudio en muchas de las instituciones educativas de los Estados Unidos] es que hacen a un lado este importante principio de la enseñanza. Le dejan saber todo al joven antes de que esté preparado, y al así hacerlo, a menudo afectan negativamente su estabilidad espiritual, emocional y moral. Le enfrentan a un gran peligro, pues las cosas deben ser hechas a su debido tiempo, ya que hay un momento para todo. Tanto el maestro como el padre que es sabio estará siempre alerta a este hecho.
De igual manera, al programar las actividades de la Iglesia, debemos emplear un gran caudal de sabiduría al considerar la madurez y la preparación de nuestros miembros en cuanto a lo que deben aprender sobre los principios básicos de la moralidad. Si enseñamos tales principios demasiado pronto, pueden llegar a carecer totalmente de sentido para los jóvenes. El enseñar en cuanto a la moralidad puede ser algo necesario, pero al preparamos para hacerla, debemos reconocer el grado de madurez de aquellos a quienes enseñaremos.
Por ejemplo, cuando el joven no tiene la madurez suficiente como para ser expuesto al tema de los deseos físicos, se le debe enseñar al respecto de una manera totalmente diferente a la que se emplearía si fuera mayor. Más adelante en su vida tendrá oportunidades de sobra para analizar el tema desde un punto de vista que tenga para él más sentido, aunque jamás sin dejar de lado la reverencia que merece por ser tan sagrado.
La información que se le proporcione al alumno debe ser manejada de foma tal que su capacidad de aprendizaje le permita digerirla. Lamemablemente, no disponemos de graficas ni tablas ni exámenes que le permitan al padre o al maestro obtener un perfil exacto del grado de madurez alcanzado por cada joven, y que ayudaría a adaptar estas enseñanzas de una forma acorde con la capacidad de cada individuo. Esto quiere decir que debemos tener sumo cuidado y observar detenidamente a cada joven a fin de estar en condiciones de captar ese momento en el que esté listo para aprender. Este hecho tan corroborado se aplica a muchos otros casos.
En el Nuevo Testamento nos encontramos con una referencia que puede servir para ilustrar lo que estamos tratando de decir. Nos referimos al incidente que tuvo lugar en la casa de Marta y María.
“Aconteció que yendo de camino. entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa.
“Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús. oía su palabra.
“Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.
“Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas.
“Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.” (Lucas 10:38-42.)
En Marta y María nos encontramos con dos personas distintas, dos diferentes grados de preparación, María, por supuesto, era la alumna interesada en aprender mientras que su hermana Marta mostraba interés únicamente en los quehaceres domésticos, los que servían para distraerla de toda oportunidad de aprender. Lecciones similares podemos extraer de la parábola de las Diez Vírgenes:
Cinco de ellas estaban preparadas
Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo.
“Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron.
“Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas.
“Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan.
“Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas.
“Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerro la puerta.
“Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco.
“Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.” (Mateo 25:1-13.)
Esta parábola, por supuesto, enseña también otra lección, pero en la ilustración podemos ver fácilmente la diferencia entre las cinco que eran maduras y estaban preparadas y las otras cinco que no lo estaban.
En otra parte de sus enseñanzas, el Señor indica que «No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado» (Mateo 19:11), lo cual se refiere a aquellos que están preparados para recibir. En una ocasión el Señor recordó a sus discípulos que «A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas». (Marcos 4:11.)
En otra ocasión llegó al Maestro un paralítico, y el Señor reconoció que entre quienes observaban había muchos que estaban listos para que se les enseñara, de manera que sanó al hombre, «y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados». (Mateo 9:2.)
En los escritos de Juan queda bien en claro que Jesús sabía que había entre ellos quienes no creían, «Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían…» (Juan 6:64.). Es aparente que Jesús comprendía que en algunas ocasiones El sermoneaba a la gente en vez de enseñarle. «Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros, diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis.» (Mateo 11:16-17. Cursiva agregada).
Es interesante advertir que algunos de los versículos que citamos también son empleados para ilustrar otros principios de la educación.
Adviértase la palabra compararé según se utiliza en esta referencia, y considéresele a la luz de lo que trata el capítulo sobre la apercepción.
En la parábola del Hijo Pródigo también encontramos una lección sobre la preparación personal:
Uno de ellos llegó a ser enseñable
“Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre. dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.
“No muchos días después. juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
“Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.
“Y fue y se arrimó a unos de los ciudadanos de aquella tierra. el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comlan los cerdos. pero nadie le daba.
“Y volviendo en sí, dijo: iCuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aqui perezco de hambre!.
“Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
“Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
“Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y Ilamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. EI le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.
“Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aqul, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
“Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
“El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se habla perdido, y es hallado.” (Lucas 15: 11-32.)
En las primeras instancias el hijo no había hecho caso a las enseñanzas del padre, pero demostró estar ansioso por recibirlas a la conclusión del incidente.
Expresiones tales como «Si alguno tiene oídos para oir, oiga» (Marcos 4:23) son sumamente comunes en las enseñanzas del Señor. En una ocasión, a modo de reacción ante el poder puesto de manifiesto en uno de Sus milagros, todos «…le rogaron que se fuera de sus contornos» (Mateo 8:34). Simplemente, no estaban preparados para recibir instrucciones tan firmes.
¡Este es el momento!
El principio de la preparación persopal es importante cuando enseñamos a nuestros hijos. Como padres estamos al tanto de sus reacciones y podemos observar cuándo están listos para ser instruidos. Ya sea por las preguntas que ellos formulan, por su conducta o por la experiencia que hemos adquirido en nuestra propia vida, podemos reconocer el momento preciso para enseñar. Los padres debemos saber cuándo ha llegado el momento para enseñar una lección, y eso sucede cuando los hijos están prontos para recibirla.
Como ya lo he dicho antes, mi esposa y yo nos establecimos como práctica común el nunca hacer a un lado ninguna pregunta de nuestros hijos. Más allá de cuán insignificante ésta fuera, o cuán ocupados estuviéramos, siempre estuvimos dispuestos a interrumpir cualquier actividad para responder a las preguntas que se nos formulaban. La razón por la que así lo hicimos se debió a que una pregunta es siempre una indicación de que quien la formula está preparado y quiere saber la respuesta inmediatamente.
Pero todavía hay un aspecto más difícil que debe ser contemplado y que tiene que ver con el estar preparado. Los niños pequeños tienen la tendencia a querer ayudar y querer tomar parte en lo que los mayores hacemos, lo cual a menudo parece molestar a los padres. ¡Parecería que siempre estuvieran dispuestos a ayudar en el momento menos oportuno!
Por ejemplo, cuando estaba pintando, y mi hijo de cinco años venía y me decía: «Papito, ¿puedo pintar?» Siempre le permitía ayudarme, pues sabía que el período de tiempo que dura el interés en un niño es muy breve. Colocaba algunos papeles en el piso, le daba un pincel y le dejaba trabajar por algunos minutos. Sabía que pronto perdería el interés, y que encontraría la tarea demasiado difícil y no tan divertida como lo había supuesto. Su «ayuda» no me causaba mayores problemas. Siempre me aseguraba de expresarle mi agradecimiento por su colaboración y todo resultaba en una gran experiencia para él. Entre tal «sacrificio» y postergar el interés que el niño tiene de ayudar hay una gran diferencia.
Permítales colaborar
Creo que uno de los errores más grandes que se cometen al enseñar a los hijos es la tendencia de algunos padres a sentirse molestos cuando los niños quieren participar y desean aprender algo. Si les permitimos ayudar, resultará sorprendente observar con cuanta rapidez pueden aprender cosas, sobre todo cuando están listos.
En nuestra casa a menudo hacíamos uno que otro trabajo de carpintería, y casi siempre nuestros hijos deseaban tomar parte. No sólo se lo permitíamos, sino que además les alentábamos a hacerla. Cuando trabajaba en algún proyecto y uno de mis hijos quería hacer su aporte, siempre le permitía que lo hiciera.
En las contadas ocasiones en que se me presentaba la oportunidad de pintar con acuarelas, uno de nuestros hijos pequeños se me acercaba y me preguntaba: “Papi. ¿puedo pintar?» Así que se lo permitía. Generalmente le señalaba una de las esquinas inferiores eje la pintura y le pedía que me ayudara en ese lugar en particular. Claro está que cuando los niños son pequeños, su coordinación no es muy buena que digamos y no era extraño que sin intención se les fuera una pincelada hacia el centro de la tela, En tales casos, razonándolo filosóficamente, me decía a mí mismo: “¿Y qué?» Cuando se pinta con acuarela es fácil reparar; además, mi misión más importante era criar hijos y no pintar obras maestras.
Cuando nuestros hijos eran pequeños, les permitíamos ayudar en las tareas de la casa: cuando fueron un poco más creciditos, les instábamos a que ayudaran; y más adelante, cuando llegaron a ser adolescentes, les exigíamos que lo hicieran. Es así que aprendieron a hacer muchas cosas por sí mismos, y no sólo a hacerlas, sino a hacerIas muy bien.
Cuando vivíamos en Cambridge, en el estado de Massachuselts, uno de nuestros hijos hizo una tarea especial para su clase de la escuela. Se trataba de un tallado en madera de un barco vikingo al que le pegó en su popa una cabeza de dragón. Luego cortó secciones de un lápiz grande que tenía y las pegó en los costados de la nave como si fueran escudos. Después de presentar su trabajo, llegó a casa tremendamente desilusionado, pues la maestra no se lo había aceptado pensando que no lo había hecho él porque suponía que un muchachito de su edad no podía ser capaz de hacer un trabajo tan detallado. El incidente requirió que yo, su padre, fuera a hablar con la maestra y le explicara que estaba equivocada al suponer tal cosa.
Aliméntelos cuando estén hambrientos
Creo que algo hemos aprendido en cuanto a la forma de nutrir ese apetito sutil que el ser humano lleva adentro al compararlo con el hambre físico. En el período de crianza de nuestros hijos, nos establecimos la norma de alimentarles siempre que tuvieran apetito. Es posible que muchas personas piensen que ésa no es una práctica del todo sabia, pero, al menos para nosotros, ha resultado algo sumamente positivo.
Al poco rato de nuestros hijos llegar de sus estudios, en nuestro hogar se servía la cena. Habían estado todo el día en la escuela; su nivel de azúcar en la sangre estaba bajo, lo cual les ponía inquietos y fastidiosos. Llegaban a casa con muchíimo apetito.
Ante el hecho, había dos posibilidades: La madre podía servirles una merienda para «engañar el estómago» hasta la hora de la cena, aunque para entonces ya se habían saturado con pan, mantequilla, jalea, y todo lo demás que se les ponía sobre la mesa, y consecuentemente no comían como debían lo que sí constituía un buen alimento. La otra opción era servirles la cena completa cuando estaban más hambrientos, la cual comían con ganas. Más tarde, si tenían un poco de apetito, se les servía algo muy liviano y después a la cama.
Siempre me resultó interesante observarles, después de haber cenado debidamente, dedicarse a sus tareas o simplemente entregarse a juegos moderados.
Es posible que surja la pregunta: ¿Quiere decir que el padre no se sentaba a la mesa a cenar con sus hijos? Yo cenaba cuando llegaba del trabajo. Los niños, generalmente. se sentaban a la mesa conmigo a conversar. Teniendo en cuenta la merienda nocturna, nos asegurábamos una noche de hogar todos los días de entre semana.
En nuestro caso este sistema ha contribuido a la paz. y a la tranquilidad de nuestro hogar puesto que los niños eran alimentados cuando tenían hambre.
En esto encontramos una comparación válida con el arte de enseñar. A menudo damos a nuestros alumnos respuestas para apenas «engañar su apetito»; les damos bocadillos que echan a perder su hambre de aprender. y terminan por no recibir la nutrición espiritual e intelectual que necesitan.
La advertencia del juego de «las escondidas» de «lislos o no, aquí voy» supone un consejo por demás pobre, tanto para el maestro como para el padre o la madre.
























