Enseñad Diligentemente

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Los destructores


Tengo en mi oficina una réplica de la estatua de la Victoria de Samotracia cuya escultura original se encuentra en el Museo del Louvre, en París. La tengo en mi oficina como recuerdo de una lección que aprendí en una ocasión.

Hace unos cuantos años fui asignado para trabajar como supervisor en el programa de seminarios de la Iglesia. Me sentía bastante intimidado al tener que trabajar entre hermanos tan excelentes, la mayoría de los cuales me superaban en edad, servicio, logros académicos, y, según mi manera de ver las cosas, en casi todo lo demás. Mi responsabilidad era supervisar la enseñanza. Como alguien dijo, la supervisión comprende el contar con una visión superior, y ésa era mi responsabilidad, lo cual me hacía sentir aún más inadecuado.

Durante los primeros meses de mi asignación, asistí a una reunión de hermanos del programa de seminarios e institutos quienes estaban llevando a cabo sesiones de capacitación para personal en funciones. Me sentí sumamente complacido ante la oportunidad de sentarme junto a los maestros al ser éstos capacitados por uno de sus mismos colegas.

Uno de los docentes, al hacer su presentación, consideró que era necesario hacer la parte de un desprestigiador y procedió a criticar enérgicamente la historia de la Iglesia y algunas de las tradiciones que se habían establecido. Hizo un recuento de un número de cosas que, según alegó y conforme a los estudios que había realizado, no eran como se contaban. Con sus palabras agravió el carácter de muchos de los primeros líderes de la Iglesia, y tal vez el de algunos de los más contemporáneos. Dijo que estaba presentando ese material para que sus colegas pensaran. «Tenemos que esforzamos por ser más críticos y selectivos.»

Poco fue lo que contribuyó su presentación a generar fe. Tras escucharle, uno no sabía en qué creer. Entonces anunciaron que yo pronunciaría algunas palabras para terminar. Me sentí como un nuevo recluta entre héroes de guerra y oré fervientemente en procura de inspiración que me permitiera saber qué decir a fin de que la reunión terminara debidamente.

La inspiración del escultor

Por alguna razón asaltó a mi mente la imagen de la estatua de la Victoria. Recuerdo que en mis años de escuela primaria la había visto en figura; o tal vez en algún libro de historia y recuerdo haberla observado y quedado maravillado ante su belleza. En los años siguientes de mi adolescencia, no creo haber prestado mucha atención a la escultura, pese a que por su fama estoy seguro de que la debo haber visto en láminas muchas veces.

En ese momento me invadió la inspiración. Les comenté a los maestros en cuanto a la estatua; se la describí y les dije que recordaba haber visto alguna que otra figura de ella cuando era niño.

«La estatua ha sufrido muchas pruebas», les dije. «Ya no tiene cabeza; carece de brazos; las alas están picadas; está llena de rajaduras; le falta un pie; mas pese a todo ello, está considerada tal vez como la pieza de arte más valiosa en la actualidad. ¿Por qué?

«Bueno, entre otras cosas, es una evidencia concreta, una prueba irrefutable e innegable de que en cierta oportunidad, alguien con un talento artístico de genio tomó un trozo de piedra y con algunas herramientas esculpió la estatua. Más allá de sus rajaduras y de su deterioro, la verdad permanece inamovible; cuenta con suficientes elementos que sirven como testimonio de la inspiración del escultor.

«En lo que concierne a la Iglesia», agregué, «supongo que si nos empeñamos en buscar, hallaremos rajaduras, y picaduras aquí y allí. Es probable que nos encontremos con alguna aberración en la actitud de algún líder del pasado o aun del presente. Pese a ello, existen pruebas innegables, irrefutables e inamovibles de la veracidad de la Iglesia, y a causa de ello, existió ese alguien que en su debido momento, bajo suprema inspiración y gran sabiduría, obró con obediencia y procedió a organizarla. Es preferible que nos ocupemos de apreciar su belleza y su magnitud en vez de tratar de derrocar y buscar sus rajaduras.

«Se cuenta el caso de dos frívolas jóvenes que entraron en un renombrado museo para luego declarar indiferentemente en el momento de salir que nada les había impresionado demasiado. Uno de los porteros del museo, al escuchar su comentario, les dijo: ‘Jovencitas, el museo no está a prueba. Su calidad no puede ser puesta en duda. Son ustedes las que están a prueba.’

«Mis colegas maestros, no es la Iglesia ni tampoco el evangelio lo que está a prueba, sino nosotros.»

Una vez terminada la reunión, algunos de los hermanos mayores se acercaron a mí y manifestaron haberse sentido un tanto incómodos en la primera parte de la reunión, y que estaban en completo acuerdo con lo que yo había dicho. «Algunos de nosotros», expresaron, «deseamos centrar la atención a nuestro alrededor criticando esto o aquello como muestra de lo mucho que sabemos.»

Me sentí reconfortado por la reacción de esos hombres, y creo que a partir de ese momento fui mucho mejor aceptado en mi función administrativa.

A menudo observo la réplica de la estatua y recapacito que en los momentos críticos podemos recibir inspiración en forma de impulso, y que una experiencia sumamente simple que hayamos tenido en el pasado puede venirnos de nuevo a la mente y proporcionarnos una valiosa lección.

Pocos años después leí la siguiente declaración hecha por el presidente Stephen L. Richards, con la cual estoy en completo acuerdo:

El destronar

Quisiera decir algo en cuanto a la acción y efecto de destronar. Estoy seguro que sabréis lo que este término quiere decir. Literalmente se refiere a la acción de derrocar del trono a un monarca, por ejemplo, aunque en este caso, en una aplicación más general, expresa el quitar a alguien de una determinada posición ocupada hasta ese momento. Si un hombre, con el paso de los años, ha consolidado un alto lugar en la estima de sus conciudadanos, parece ser una práctica común el que haya quienes procuren  investigar  el  pasado  de  tal  persona   para   encontrar,   si   pueden,  alguna  falla, para después publicarla y de ese modo dar a entender que se les había pretendido ocultar. Tal maniobra termina por menoscabar el carácter histórico de la idealizada estima y veneración en la que se había tenido a ese hombre a lo largo de los años.

«Tal vez, con propiedad, podríamos echar una mirada a la vida de estos destronadores para poner de manifiesto ante la sociedad sus propósitos de destruir el idealismo que observamos hacia nuestros héroes y grandes hombres de la historia. Quizás estos destronadores nos dirían, si les preguntáramos, que sus investigaciones y declaraciones están respaldadas por el deseo de demostrar que los hombres pueden ser humanos, con imperfecciones, y aun así ser grandes. Si quisieran hacernos creer que tal es su propósito, me inclinaría a dudar y estaría tanto más convencido de que sus declaraciones estuvieron inspiradas por el deseo de hacer dinero a expensas del sensacionalismo.

«Estoy seguro que no les costará darse cuenta de que me opongo a los destronadores como grupo o clase, y con todo el corazón confío en que no logren sus malsanos propósitos de resquebrajar el idealismo que sentimos hacia nuestros hombres de historia.» (Where Is Wisdom?, Deseret Book, 1955, págs. 155-56.)

Los maestros y los líderes deben ser escrupulosos en su afán de granjearse la confianza de aquellos a quienes enseñan. Nunca he visto con buenos ojos el hacerle jugarretas a una clase, ni el engañarle de alguna forma, ni tampoco el ponerle a prueba en ninguna manera que pueda resultar negativa.

Cuando cursaba la secundaria, tenía un amigo que trabajaba para una compañía, limpiando las oficinas por las tardes. Es una ocasión encontró en el suelo, entre el polvo, detrás de un calentador de agua, un billete de cinco dólares, viejo y sucio. Lo levantó y lo miró, y tras luchar con su conciencia durante la noche, lo devolvió al día siguiente a su jefe. Este le dijo: «Muchas gracias. Yo mismo lo puse allí ayer. Simplemente quería ponerte a prueba,» Recuerdo que mi amigo se sintió sumamente resentido por la acción de su jefe y le dijo: «Yo pensaba que era únicamente Satanás quien tenía la misión de tentar.”

De cuando en cuando parecen emerger de entre el ejército de maestros algunos que tienen gran influencia y enorme destreza para descarrilar a los miembros de la Iglesia. A menudo son poseedores de los talentos de un buen maestro y de las condiciones de un gran líder, pero carecen de la debida espiritualidad. Parecen rodearse de personas que les amparan, dispuestas a formar con ellos una formidable fortaleza.

En la Iglesia contamos con ciertos miembros que no aprueban las restricciones de la disciplina rígida. Su enfoque del evangelio es más bien filosófico. Se trata de personas que no han aprendido a hacer uso de la inteligencia que viene por medio de la espiritualiílad.

Un integrante típico de tal grupo es activo en la Iglesia; acepta llamamientos, concuerda con la doctrina «en la mayoría de los casos», pero se siente molesto por una o dos cosas. Cuando es llamado a ocupar un cargo de maestro, da muestras de tremenda dificultad en ocultar sus dudas. Si bien es cierto que básicamente acepta las doctrinas y procura mantenerse dentro de las normas, frecuentemente cuestiona «la forma en que se administra la Iglesia».

Más liberal que su padre

Quisiera relatarles una experiencia que tuve con una de tales personas. Se trataba de un hombre que enseñaba en una de las más renombradas universidades del este de los Estados Unidos y servía como miembro del sumo consejo de su estaca, pero por una o dos conversaciones que había tenido con él, me había dado cuenta de que se enfrascaba en situaciones que no estaba en él resolver. «¿Por qué la Iglesia no hace tal cosa?» cuestionaba, o «¿Por qué no hace esto otro?»

En una de nuestras conversaciones pasé bastante tiempo con él y le previne:

-Usted tiene una hermosa familia. Espero que la pueda guiar en la fe.

-Sin duda -me respondió-, pero por cierto que no les voy a enseñar a obedecer a ciegas como mi padre nos crió a nosotros.

-Yo conocí a su padre. Era un hombre maravilloso -le dije. Entonces hablamos un poco sobre su padre, hombre de poca instrucción académica pero que había sido de gran y positiva influencia espiritual en su comunidad. Su padre había deseado que sus hijos recibieran una buena educación y de sus reducidos ingresos había logrado enviarlos a todos a la universidad.

Entonces este hermano dijo: -Mi padre estuvo preocupado por mí desde el momento que me vine al este para cursar estudios avanzados, aunque en realidad no necesitaba preocuparse tanto. Me he mantenido activo en la Iglesia; tengo la recomendación para el templo; pago mis diezmos y he sido siempre fiel, aunque me siento bastante liberado con respecto a los puntos de vista restrictivos que tienen muchos miembros mayores de la Iglesia. Mi padre -agregó-, era sumamente conservador.

-¿Cómo se clasificaría a usted mismo? -le pregunté, a lo que me respondió:

-Bueno, como un miembro fiel, pero bastante más liberal que mi padre. Lo que sucede es que he recibido mucha más educación que la que él jamás recibió.

-¿Así que usted es más liberal que su padre? le pregunté. -Así es. Mucho más -respondió.

-¿Se ha puesto a pensar alguna vez -le pregunté-, que si sus hijos llegan a ser más liberales que usted, aún más liberales de lo que usted ha sido en comparación con su propio padre, podrán llegar a apartarse de la Iglesia? Se apartarán de la salvaguardia de la Palabra de Sabiduría y de las normas morales y terminarán por perder su herencia espiritual.

El hombre meditó por unos momentos y luego empalideció. Jamás se había puesto a pensar que la influencia que él estaba teniendo en la vida de sus hijos por su constante batallar contra «la Iglesia» podría llegar a ser nefasta. Su enfoque era académico, intelectual y apenas espiritual. Si estaba dispuesto a compensar por las carencias espirituales de su vida, generaría un cierto cambio y llegaría a ser un poco más como su padre.

Nadie vive exclusivamente para sí mismo ya que hay quienes siguen nuestras huellas, observándonos detenidamente y amparándose en las cosas que decimos y en las que hacemos. Cuando tenemos dudas, es únicamente sensato que nos las guardemos para nosotros mismos y que meditemos en cuanto a ellas y oremos para superarlas.

Así, una a una, las iremos resolviendo. Cuandoo nos sobrevengan dudas que no tengamos la capacidad resolver, es sabio dejarlas al amparo de la fe. De otro modo, puede que lleguemos a gozar de los frutos del evangelio sin apartarnos «demasiado», y que por ello, quienes nos siguen y dependen de nosotros en gran medida pueden verse privados de su legado espiritual. Es posible que hasta abandonen la práctica de las normas y no se hagan ya acreedores de aquellas ordenanzas redentoras que hacen que la vida sea una experiencia eternamente feliz.

«Los dientes de los hijos tienen la dentera»

Conozco a un hombre «nacido de buenos padres» que cuenta con amplio reconocimiento en el mundo académico. Básicamente ha sido activo en la Iglesia, y jamás ha puesto en tela de juicio sus doctrinas. al menos abiertamente. Ha enviado a sus hijos a servir en misiones, por lo menos a algunos de ellos. Pero ha habido cosas relacionadas con las doctrinas de la Iglesia que él ha considerado por debajo de su estatura personal.

Algunos de los miembros de su familia alcanzaron posiciones prominentes en sus respectivas especialidades, mas ahora, ninguno de ellos es activo en la Iglesia. En la vida de sus hijos y en la de los hijos de ellos vemos el cumplimiento de la profecía de que «…los dientes de los hijos tienen la dentera». (Jeremías 31:29.) Han sido prácticamente conducidos a ese, su destino, por la insensatez de su padre.

La misma responsabilidad descansa sobre los maestros que bien podrían haber fortalecido a sus alumnos con fe, pero que en cambio hicieron lo opuesto.

En una ocasión, en una reunión de consejo, cuando se discutía un punto relacionado con esto, el presidente Harold B. Lee dijo: «Si llegamos al extremo en que no haya otra alternativa que tomar medidas contra la condición de miembro de esta persona, ya verán, hermanos, que su influencia se disipa inmediatamente; será abandonado aun por aquellos que fueron sus aliados durante su error.»

Yo he podido comprobar que esto es cierto. Aquellos que están inspirados por tales motivos se desplazan por los senderos del egoísmo o la apostasía, y cuando se toman las debidas medidas, rápidamente desaparecen en el anonimato y jamás se vuelve a saber de ellos.

Por otro lado, he conocido a otras personas que han sido engañadas y guiadas por el camino equivocado, pero que al corregírseles, se han mantenido tenazmente sujetas al principio de la obediencia, se han vuelto humildes y se han arrepentido. Su experiencia les sirve para avanzar con mucha más fuerza y sabiduría.

Puede darse por sentado que aquellos que extienden su mano para estorbar o frustrar la obra del Señor, o destruir la fe, -aquellos que desafían o ridiculizan o critican a Sus siervos escogidos, ya sea en los barrios, en las estacas o en los niveles más altos de la Iglesia-, se desvanecen en el anonimato y terminan por perder lo que bien podrían haber ganado en buena ley.

Cuando la gente recibe nuevas responsabilidades, entonces o crece y desarrolla nuevas aptitudes que le servirán para cumplir con sus nuevos deberes, o simplemente se hincha para llenar su nuevo talle. Hay maestros que tienen la tendencia a «enorgullecerse» egoístamente de su conocimiento. Deberían poner sumo cuidado en no caer en ese error, puesto que los alumnos pueden fácilmente  detectar   el   más mínimo  síntoma de  fingimiento  o hipocresía.    Ha  habido hombres  sabios que  se refirieron a este asunto en las Escrituras.

“Y contenderán una contra otra; y sus sacerdotes disputarán entre sí, y enseñarán con su conocimiento, y negarán al Espíritu Santo, el cual inspira a hablar.

“A causa del orgullo, y a causa de falsos maestros y falsa doctrina, sus iglesias se han corrompido y se ensalzan; se han enfatuado a causa de su orgullo. (2 Nefi 28:4, 12.)

“¡Oh ese sutil plan del maligno! ¡Oh las vanidades, y las flaquezas, y las necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no escuchan el consejo de Dios, porque lo menosprecian, suponiendo que saben de sí mismos; por tanto, su sabiduría es locura, y de nada les sirve; y perecerán.

“Pero bueno es ser sabio, si hacen caso de los consejos de Dios. (2 Neti 9:28-29.)

“Pero aconteció que en el año veintinueve empezaron a surgir algunas disputas entre los del pueblo; y algunos se envanecieron hasta el orgullo y la jactanda, por razón de sus sumamente grandes riquezas, sí al grado de causar grandes persecuciones; porque había muchos comerciantes en la tierra, y también muchos abogados y muchos oficiales.

“Y empezó el pueblo a distinguirse por clases, según sus riquezas y sus oportunidades para instruirse; si, algunos eran ignorantes a causa de su indigencia, y otros recibían abundante instrucción por motivo de sus riquezas. (3 Nefi: 10-12.)

“Y éste había andado entre el pueblo, predicándole lo que él decía ser la palabra de Dios. importunando a la iglesia, declarando que todo sacerdote y maestro debería ser popular; y que no debían trabajar con sus manos, sino que el pueblo debía sostenerlos.” (Alma 1:3.)

Al ser llamados para enseñar, y en nuestro trato con nuestras respectivas familias, evitemos por todos los medios de orientar o guiar por el sendero equivocado a aquellos por quienes somos responsables.