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La ciencia de aconsejar
Desde hace ya algunos años el aconsejar ha dejado de ser exclusivamente una cuestión informal para transformarse en toda una profesión. Pese a ello, tanto maestros como líderes y padres deben a menudo asumir el papel de aconsejar. El dar consejo es, por supuesto, una manera de enseñar, generalmente en forma individual. En el capítulo «Cómo enseñar las normas morales» encontrará algunos comentarios relacionados con el dar consejos, por lo cual no tomaré el tiempo de mencionarlos en este capítulo, aunque le sugiero que los agregue a los conceptos expuestos en él. Particularmente llamo la atención a la advertencia de los peligros de meterse demasiado profundo en la vida de otras personas. Aun cuando las sugerencias de este capítulo están mayormente dirigidas al maestro en el salón de clase, los principios se aplican, de la misma forma, a los padres en el hogar y a los líderes en la Iglesia.
Si usted es maestro, tome como buen consejo el tratar los problemas delicados de los alumnos en la forma debida; recuerde que el que usted sea el maestro no le hace ni el padre ni el obispo del alumno. Simplemente porque existe la necesidad de aconsejar -y tal vez en forma urgente- no quiere decir que sea precisamente usted la persona indicada para hacerla.
Los canales debidos
El Señor ha establecido canales bien definidos en la Iglesia, e invariablemente provee inspiración por medio de ellos. Sin embargo, somos a menudo culpables de procurar la ayuda de alguien con más autocidad en vez de la de aquellos que tenemos a nuestra disposición inmediata. Aun cuando no siempre seguimos los canales de autoridad debidos y a pesar de que a veces asumimos una responsabilidad que le cabe a un padre o a un obispo, el Señor constantemente permanece en el debido canal; jamás nos proveerá revelación ni inspiración si estamos fuera de esos canales.
Todo maestro debe ser sabio en la forma en que administra y distribuye su amor entre sus alumnos, siendo, en tal caso, esencial el actuar con sentido común. En casi toda clase de Escuela Dominical, de Primaria o de seminarios, podemos encontrar a alguien tan hambriento de amor que el más mínimo gesto le pone a los pies del maestro. Conozco casos de alumnos que vivían pegados al maestro, como si fueran cachorritos hambrientos, a la espera de cualquier muestra de atención o afecto. Hay veces que se requiere mucho control personal para evitar que una relación se salga de lo estrictamente formal y así llegue a dañar a un joven. El maestro sensato empleará esa devoción y mostrará amor en forma tal que guiará al alumno hacia los debidos canales y hacia la debida relación a fin de que la dependencia no resulte dañina.
Aun cuando es importante que el maestro tenga esos canales presentes en todo momento, no resulta siempre fácil establecerlos debidamente. A veces nos encontramos con padres que no saben cómo hacerse cargo de una situación adecuadamente. Un buen maestro, claro está, contará con la confianza y el amor de sus alumnos, por lo que éstos estarán siempre dispuestos a confiar en él. Esa es la razón por la que los padres deben ser buenos maestros.
No resulta poco común que haya quienes se acerquen a un maestro de seminarios o de Escuela Dominical notoriamente molestos, queriendo que se les ayude a resolver un problema delicado. Es posible que un joven en una de tales situaciones le diga al maestro: «Tengo algo de lo que necesito hablarle. Hace una semana estaba con una chica amiga en una esquina obscura esperando el autobús después de un baile y …» En ese preciso momento el maestro sabio dirá: «Tengo el presentimiento de que se trata de un problema delicado que seguramente otras personas te pueden ayudar a resolver mucho mejor de lo que podría hacerla yo. ¿Qué clase de relación tienes con tus padres? ¿Crees que puedes hablar de este problema con ellos?»
Sé que muchas veces efectivamente se abre ese canal con los padres, aunque la tendencia, lamentablemente, es que el maestro se interese o sea curioso y piense: «Bueno, tengo que averiguar un poquito más en cuanto a este asunto antes de poder ayudar», o «Creo que yo le puedo ayudar mucho mejor que nadie», u «EI confía en mí» y así se mete demasiado en algo que no le corresponde.
La forma de orientar al alumno hacia el debido canal
En muchas ocasiones he visto solucionar problemas tales como éste apenas el joven es puesto en los debidos canales que le permiten recibir consejo directamente de sus padres. Hay veces en que si esto no es lo más prudente o si resulta imposible por alguna otra razón, se le puede dirigir a su obispo. Con frecuencia el joven dirá: «No puedo ir a hablar con el obispo, me da mucha vergüenza», o «No creo que él entienda», o toda una variada gama de tales pretextos. Ese es el momento en que el maestro debe decir: «Yo conozco muy bien al obispo. ¿Has hablado con él alguna vez? Permíteme decirte cómo hacerlo.» Habrá casos en los que el maestro debe decir: «¿Quieres que yo arregle con él para que te atienda y que te acompañe después?»
En una situación así, cuando se hacen los arreglos para que el obispo entreviste al joven, el maestro llega a la oficina del obispo, actúa como intermediario en las galanterías del caso y después, no bien se presenta la primera oportunidad, se disculpa y les deja a los dos a solas. En el momento en que el obispo le dice aljoven «Siéntate, por favor», el maestro sabio de pronto recordará que dejó la canilla del baño de su casa abierta, o que su casa se está incendiando, o cualquier otro asunto urgente que demande su inmediata atención a fin de que el joven se quede a solas con el obispo.
Si tuviéramos más tiempo en este capítulo, podría relatarles muchas experiencias en las que maestros capaces y bien intencionados se han visto envueltos en situaciones de aconsejar en las que poco o nada de derecho tenían de recibir inspiración, encontrándose después en situaciones comprometedoras o sumamente delicadas, El simple deseo de ayudar a una persona no es suficiente justificativo para que un maestro quiera encargarse de rendir este tipo de servicio hasta que logre solucionar la situación. Un maestro en la Iglesia será sumamente sabio si tiene presentes los tipos de problemas que deben ser resueltos fuera de su canal de relación con el alumno. Aun corriendo el riesgo de ser considerado un insensible o un tonto que no se da cuenta de algo obvio, debe establecerse la regla de dirigir los problemas hacia las personas que tienen el derecho de recibir la inspiración para resolverlos.
El aconsejar es como. . . el programa de bienestar de la Iglesia
En el capítulo que tratamos sobre el ego, utilizamos el principio didáctico conocido como transferencia. Quisiera utilizarlo una vez más al referirme a un conocido programa de la Iglesia -el programa de bienestar- para después transferir los principios fundamentales del mismo al maestro y a las oportunidades que él tiene de aconsejar. El programa de bienestar de la Iglesia no es, sin embargo, el tema de este análisis, sino que lo empleo únicamente como una forma de ilustración.
La Iglesia tenía apenas dos años de vida cuando el Señor reveló que «No habrá lugar en la iglesia para el ocioso, a no ser ,que se arrepienta y enmiende sus costumbres.» (D. y C. 75:29.) El presidente Marion G. Romney explicó este principio con su característica sencillez: «La obligación de mantenerse a uno mismo le fue impuesta a la raza humana desde sus comienzos. ‘Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra.’ (Génesis 3: 19.)»
En el Manual de Servicios de Bienestar, página 1, se especifica que «Nuestro propósito principal fue establecer, hasta donde fuera posible, un sistema bajo el cual la maldición del ocio fuera suprimida, se abolieran las limosnas y se establecieran nuevamente entre nuestro pueblo la industria, el ahorro y el autorrespeto. El propósito de la Iglesia es ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. El trabajo debe ser nuevamente el principio imperante en la vida de los miembros de nuestra Iglesia.»
Hemos tenido bastante éxito en implantar en la mente de los Santos de los Ultimos Días la idea de que tienen la responsabilidad de velar por sus propias necesidades materiales y al mismo tiempo contribuir a satisfacer el bienestar de aquellos que no están en condiciones de hacerlo por sí mismos. Si un miembro no puede mantenerse, debe primero procurar la ayuda de su familia y después la de la Iglesia, en ese orden, y jamás buscar la ayuda del gobierno.
Hemos aconsejado a nuestros obispos y presidentes de estaca que tengan sumo cuidado en evitar abusos en el programa de bienestar. Cuando la gente esté en condiciones pero no esté dispuesta a mantenerse a sí misma, tenemos la responsabilidad de aplicar la voluntad del Señor, de que el ocioso no comerá del pan del trabajador. Siempre ha pesado sobre nosotros la nonna de que, hasta donde sea posible, cada uno vele por sí mismo.
No se puede acusar de despiadado o insensible al obispo que requiere que un miembro de la Iglesia se esfuerce hasta lo máximo para compensar por lo que recibe del programa de bienestar de la Iglesia. No se trata de un simple sistema de dádiva a la ligera que se pone en funcionamiento con tan sólo pedir. Requiere un cuidadoso estudio de las fuentes de recursos personales, todas las cuales deben ser agotadas antes de recibir u otorgar ayuda de afuera. No debe existir de parte de ningún miembro de la Iglesia la más mínima vergüenza de procurar la ayuda del programa de bienestar de la Iglesia, siempre que primeramente haya contribuido con todo lo que esté a su alcance, ya que ante todo debe tratar de abastecerse mediante sus propios recursos.
Hagamos hincapié una vez más en esa declaración hecha por la Primera Presidencia cuando se estableció el programa de bienestar en 1936:
«El propósito de la Iglesia es ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas.»
El presidente Romney recalcó que «El velar por la gente de cualquier otra manera es hacerles más un daño que un favor. El propósito del programa de bienestar de la Iglesia no es el de quitarles a sus miembros la responsabilidad que tienen de velar por sí mismos.» (Reunión de los Servicios de Bienestar, 5 de octubre de 1974.)
El principio de la autosuficiencia
Los principios básicos del programa de bienestar son inspirados. Los maestros deben entenderlo de esa forma, así como el hecho de que el principio de la autosuficiencia es fundamental para vivir una vida feliz. Ese mismo principio también tiene aplicación en lo emocional y lo espiritual.
Si proveemos demasiado consejo sin recalcar simultáneamente el principio de la autosuficiencia, tal como se le entiende en el programa de bienestar, podemos hacer que la gente llegue a depender tanto de otras personas, desde el punto de vista emocional y espiritual, que es como si estuvieran subsistiendo merced a una suerte de bienestar emocional. Pueden hasta llegar a perder toda voluntad de mantenerse por sí mismos y depender al punto tal de no poder verse privados de estímulo o aliento, y llegar a la conclusión de que no tienen ninguna obligación de contribuir con nada propio. Un maestro no debe permitir de ninguna manera que persona alguna llegue a ese punto; si lo hace, no estará ejerciendo una enseñanza responsable.
Es hasta posible que nos hagamos a nosotros mismos emocionalmente (y por consiguiente espiritualmente) lo que por generaciones hemos tratado, gracias a duros esfuerzos, de evitar materialmente. Si perdemos nuestra autosuficiencia emocional y espiritual, nos debilitaremos tanto, y hasta es posible que más aún, que cuando contraemos algún tipo de dependencia material. Por un lado, aconsejamos a los obispos a evitar abusos en el programa de bienestar de la Iglesia, mientras que por otro derrochamos consejos y asesoramiento sin siquiera tener en cuenta que el miembro debe solucionar el problema por sí mismo o procurar la ayuda de su familia, y que únicamente cuando tales recursos son inadecuados debe procurar la ayuda de la Iglesia.
Debemos tener sumo cuidado, por lo tanto, de no repartir indiscriminadamente el consejo que podamos dar a otra persona, o de no tratar de satisfacer todas y cada una de las necesidades emocionales de nuestros miembros. Si no tenemos cuidado, podremos perder el poder de la revelación personal. El Señor le dijo a Oliverio Cowdery (y esto se aplica a todos nosotros también):
“He aquí, no has entendido; has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme.
“Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien: y si así fuere, haré que tu pecho arda dentro de ti: por tanto, sentirás que está bien.
“Mas si no estuviere bien, no sentirás tal cosa, sino que te sobrevendrá un estupor de pensamiento que te hará olvidar la cosa que está mal; por lo tanto, no puedes escribir lo que es sagrado a no ser que lo recibas de mí”. (D. y C. 9:7-9.)
En una oportunidad fue a mi oficina un alumno con un problema serio. Estaba tratando de decidir si debía casarse o no. Le pregunté:
- ¿Quieres que te dé mi consejo?
- Claro -me contestó.
– ¿Vas a seguirlo una vez que te lo dé? -le pregunté, lo cual le causó cierta
sorpresa; pero finalmente me dijo que sí.
Yo conocía al padre del joven, un líder en la Iglesia y un hombre maravilloso. Así que le dije: «Mi consejo es el siguiente: Ve a tu casa este fin de semana y habla con tu padre. Hazlo en un lugar en el que puedan estar a solas, cuéntale tu dilema, pídele que te oriente, y después haz lo que él te diga. Ese es mi consejo.»
Considero que un sistema de limosna espiritual puede ser tan peligroso como un sistema de limosna material, y podemos llegar a ser tan dependientes que hasta nos crucemos de brazos esperando que la Iglesia haga todo por nosotros.
No estaba dispuesto a actuar por sí mismo
Hace algunos años recibí una llamada telefónica de un obispo cuyo hijo había sido reclutado para el servicio militar y se encontraba en una base de entrenamiento del ejército. El padre me dijo: «Ya hace tres semanas que está allí y no ha ido a la Iglesia todavía.» Entonces pasó a describir a su hijo como un joven Santo de los Ultimas Días activo y siempre fiel en sus deberes. «Jamás ha faltado a ninguna reunión de la Iglesia», me comentó el hombre. «¿Hay algo que usted pueda hacer para ayudar?» El joven había llamado por teléfono y había dicho que nadie le había invitado todavía para asistir a las reuniones de la Iglesia.
Entonces procedí a investigar las circunstancias que rodeaban el caso. Hágase una imagen visual de lo siguiente: En las barracas, a apenas unos metros de donde dormía el soldado, había una pizarra de anuncios. En ella había una fotografía del Templo de Salt Lake junto a una lista con las reuniones de la Iglesia y sus horarios. La capilla estaba ubicada en la base misma. El joven había asistido a una reunión de orientación para todos los nuevos reclutas, la que había sido dirigida por uno de los capellanes de la base. A pesar de que en ese caso no se trataba del capellán mormón, sí había uno en la base, lo cual se había dejado en claro en la orientación. También se le había informado que si deseaba detalles en cuanto a los servicios religiosos, podía hablar con el sargento de guardia o podía ponerse en contacto con la oficina del capellán y de seguro que recibiría la información que necesitaba.
Al joven también se le había dicho, antes de partir de su casa, que la Iglesia disponía de un maravilloso programa para ayudar a los jóvenes que estuvieran en el servicio militar mediante el cual se les localizaría, encargándose la Iglesia de velar por ellos y de proporcionarles todos sus programas. Así es que se había echado cómodamente hacia atrás en su cama, cruzado de piernas, a la espera de que la Iglesia hiciera todo por él. Aguardó por tres semanas hasta que se llenó de desilusión al punto tal de llamar a su padre, el obispo, para informarle de que la Iglesia le había fallado.
Claro está que no hubo malicia de su parte; lo que sucedió fue simplemente que había sido criado con la idea de que la Iglesia tenía el más absoluto deber de velar por él; sin saber que en realidad la responsabilidad primordial de la Iglesia es darle a uno la oportunidad de sevir a los demás. Seguramente, debido a que se encontraba lejos de su hogar, en un lugar extraño y necesitando atención más que nunca antes en su vida, estaba seguro de que toda esa ayuda le sería brindada inmediatamente sin el más mínimo esfuerzo de su parte. Había sido debilitado por un sistema de limosna y se encontraba así en un serio riesgo espiritual por no estar dispuesto a hacer nada por sí mismo.
Primero la persona, después la familia, y luego la Iglesia
Esa experiencia surtió en mí un gran efecto, y cuando reorganizamos el programa de relaciones militares, modificamos ciertas características imperantes hasta ese momento. Por ejemplo, el antiguo programa instaba al barrio o al quórum a suscribirse a la revista general de la Iglesia por cada hombre que se integrara al servicio militar, y era responsabilidad del obispo asegurarse de que esa suscripción se renovara mientras durara el servicio militar del beneficiario.
Procedimos a cambiar todas esas disposiciones. Ahora se aconseja al joven que se suscriba a la revista por sí mismo y que también pague dicha suscripción de su propio dinero. Por lo general dispone del suficiente para gastar en cosas de mucho menos utilidad, por lo que debe aprender a valérselas por sí mismo desde el comienzo. Si por alguna razón no puede hacerlo, es entonces responsabilidad de su familia hacerse cargo de la suscripción. Si la familia tampoco puede, o si no quiere hacerlo, entonces, y únicamente entonces, sería responsabilidad del barrio o del quórum asegurarse de que el joven reciba esta importante publicación de la Iglesia.
Notamos que muchos de nuestros miembros varones, cuando la suscripción se les había regalado, ni siquiera se molestaban en informar su cambio de dirección para que les llegaran las revistas. No hacían nada para hacerse acreedores de la publicación y ni siquiera la apreciaban. Es interesante observar lo que ha sucedido en el programa de relaciones militares. Hemos cambiado el peso de la responsabilidad y ahora nuestros hombres son más autosuficientes.
«Aconsejitis»
Si usted tiene un llamamiento o una asignación que requiere que aconseje a otras personas, debe tener siempre presentes algunos aspectos. En casi todo barrio o rama y hasta en algunas clases nos encontramos con casos crónicos de personas que se pasan procurando consejos pero que nunca los siguen. Eso, pueden suponer algunas personas, no es nada serio.’¡Yo, personalmente, creo que se trata de algo sumamente delicado! Al igual que el resfrío común, debilita más a la humanidad que cualquier otra enfermedad. Podemos llegar a propagar una epidemia de «aconsejitis» la cual afectará nuestras defensas espirituales. La autosuficiencia espiritual es el nervio motor de la Iglesia. Si privamos a nuestros alumnos de esa energía, ¿cómo pueden obtener la revelación de que hay un profeta de Dios? ¿Cómo pueden recibir respuesta a sus oraciones? ¿Cómo pueden llegar a saber? Si nos apresuramos a responder todas las preguntas y proporcionamos tantas formas de solucionar problemas como puedan existir, podremos llegar a debilitar, en vez de fortalecer, a aquellos a quienes aconsejamos o enseñamos.
Algunos que han recibido capacitación en cuanto a la forma de aconsejar tienden a decir: «Mis consejos no privan a nadie de su autosuficiencia, puesto que yo utilizo el enfoque indirecto cuando aconsejo. Soy escrupulosamente cuidadoso de no adoptar ninguna posición. Me limito a hacer algunos comentarios y a repetir sentimientos de la persona a fin de que sea ella quien tome la decisión por sí misma. Aconsejo indirectamente y jamás abro juicio.»
Aun cuando siento respeto por este procedimiento de aconsejar, como método, considero que si lo único que uno hace es proporcionar consejos indirectos, eso es precisamente lo que extraemos de los consejos, ni la más mínima dirección. Cuando un consejero programa una sesión sumamente larga para decir lo menos posible, y deja que el alumno luche consigo mismo tratando de decidir si algo está bien o está mal, lo cual el consejero ya sabe, es una pérdida de tiempo. También lo es el andar con rodeos tratando de determinar lo que está bien o lo que está mal para el alumno dadas las circunstancias. Cuando alguien con el más mínimo sentido de moral sabe que un determinado curso de acción no es correcto, sabrá que no lo es para nadie.
Consejos directos
En la Iglesia, el método de aconsejar directamente es por lo menos tan respetable, decente, deseable y necesario como lo es el método indirecto. Lamentablemente, sin embargo, poco es lo que vemos de él en estos tiempos. Cuán reconfortante es para un maestro poder declarar a un alumno: «Este curso de acción es el correcto y éste es el incorrecto. Ahora ve y toma tú la decisión que más te convenga.» El alumno debe saber qué es lo que está bien y qué es lo que está mal en la forma más rápida y directa posible. Existe gran demanda de consejeros que dirán en forma clara y concisa: «Esto es malo, es equivocado, no es aconsejable. Te hará infeliz. Esto otro es bueno, es correcto. Es lo más aconsejable y te hará feliz.» Entonces entra a tallar el libre albedrío al determinar la persona por sí misma qué curso de acción habrá de seguir.
La preocupación que ha surgido en el mundo en cuanto a la forma de aconsejar profesionalmente ha desembocado en una serie de experimentos de los cuales no estamos totalmente exentos en la Iglesia. Existen consejeros que busca!» la manera de meterse demasiado profundo en la vida de las personas con quienes tratan, aún más de lo que es necesario para la salud emocional y espiritual de sus pacientes. También están aquellos otros que quieren extraer información y después analizarla y hasta tomar parte en los desenlaces. Si bien una cierta cantidad de catarsis es saludable y hasta esencial, el abusar de ella puede resultar peligroso. Muy pocas veces resulta tan fácil el armar algo como lo fue el desarrnarlo.
El logro de la sensibilidad
Se han desarrollado varios procedimientos para ser utilizados en la terapia colectiva. Se les promueve bajo una variedad de títulos: desarrollo de sensibilidad, autoactualización, grupos de entrenamiento, o grupos E-, simulación, análisis transaccional, grupos de encuentro y sesiones maratonales de consejos. Algunas hasta funcionan bajo nombres tales como: clarificación de valores, educación de carácter, etc. Este tipo de programa, así como viene se va, y’no bien uno agota su curso y el método no está ya de moda, otro, tal vez un poco diferente del resto, entra en escena. Aun cuando difieran en algunos respectos, uno o más de los siguientes elementos son aparentes en todos ellos: No reconocen ninguna fuente absoluta de verdad. Los únicos valores existentes son aquellos establecidos por las personas o por.el grupo. No se hace referencia a Dios. Se estimula la más absoluta y libre expresión ante el grupo -a menudo algo así como una confesión- de todo sentimiento o experiencia íntimos. Hasta se puede llegar a fomentar el ser totalmente amplios y el tocarse entre los miembros del grupo como una forma de resolver problemas mediante la práctica de una interacción reconfortante. Por sobre todas las cosas, procuran evitar todo tipo de sentimiento de culpabilidad.
Existen tremendos peligros emocionales y espirituales en tales procedimientos. y los miembros de la Iglesia harían bien en tener el máximo cuidado y hasta en mantenerse totalmente alejados de él. A veces es difícil determinar si las sesiones son para el provecho de quien recibe consejo o para satisfacer la curiosidad y para la diversión del que los da.
Recuerdo haber visto hace algunos años un letrero en un estudio fotográfico en la isla de Kauai que decía: «Si hay belleza la captaremos. Si no la hay, la fabricaremos.» Temo que en lo que concierne a algunos de nosotros, al dar consejos en la Iglesia, parecemos estar diciendo: «Si hay problemas, los solucionaremos. Si no los hay, los crearemos.»
De vez en cuando se presentan problemas emocionales complejos que bien podrían superarse mediante procedimientos de los que hemos estado hablando. Tales medidas pueden ser de gran valor terapéutico. No existe, sin embargo, ninguna justificación para emplearlos cuando no hay problemas emocionales serios. No hay más justificación para hacer eso que la que hay para que un médico cirujano opere innecesariamente. Cuando alguien está simplemente experimentando o se ha quedado embelesado con una nueva teoría en la ciencia de aconsejar, yo no instaría a nadie a someterse a lal tipo de consejo, de la misma forma que no recomendaría a nadie a someterse a una operación al cerebro a manos de una enfermera o un farmacéutico.
Evite el causar lo que está tratando de prevenir
Recalco el hecho de que es sumamente fácil, cuando uno está tratando con aspectos de la mente y del espíritu, el ser causante precisamente de lo que se está procurando en forma desesperada de prevenir. Considere la ilustración sobre el grano de maíz en la nariz que aparece en el capítulo titulado «Cómo enseñar las normas morales». Cuando alguien se le allega para recibir de usted consejo, asegúrese, ante todo, de estar en condiciones de recibir la inspiración que le permita ayudar a esa persona. Esto adquiere mayor importancia cuando se trata de padres aconsejando a sus hijos, ya que pueden y deben recibir inspiración. El caso es el mismo con maestros, por lo que deben tener sumo cuidado. Si el alumno está simplemente depositando confianza en su sabiduría mortal, el maestro debe tener presente la siguiente. declaración que se encuentra en el Libro de Mormón: «¡Maldito es aquel que pone su confianza en el hombre, o hace de la carne su brazo, o escucha los preceptos de los hombres, salvo cuando sus preceptos sean dados por el poder del Espíritu Santo!» (2 Nefi 28:31.)
El Señor también nos advierte de la siguiente manera:
¡Oh las vanidades, y las flaquezas, y las necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios. y no escuchan el consejo de Dios, porque lo menosprecian. suponiendo que saben de sí mismos; por tanto, su sabiduría es locura, y de nada les sirve; y perecerán.
Pero bueno es ser sabio, si hacen caso de los consejos de Dios. (2 Nefi 9:28-29.)
Los principios básicos que gobiernan el programa de bienestar de la Iglesia se aplican también a nuestra vida emocional y espiritual, específicamente en el sentido de que debemos desarrollar la independencia, la industriosidad, el ahorro, la autosuficiencia y el autorrespeto; que el trabajo debe ser considerado como un principio también rector en nuestra vida; que los males de la limosna emocional o espiritual deben ser evitados; y que el propósito de la Iglesia es ayudar a los miembros a ayudarse a sí mismos.
Mencionamos anteriormente que jamás debe ser motivo de vergüenza para ningún miembro de la Iglesia el recibir ayuda del sistema de bienestar, siempre que ante todo haya agotado sus recursos per’sonales y familiares. Del mismo modo, jamás debe nadie sentir vergüenza de pedir consejo. Habrá momentos en que resultará crucial el buscarlo y el aceptarlo.
Cuando alguien está descorazonado y cree que no puede solucionar un determinado problema por sí mismo, es posible que tenga razón, pero por lo menos debe tratar primero. Deberá agotar todo recurso personal a su alcance antes de dar el siguiente paso, y por cierto que cuenta con recursos valiosísimos. El Libro de Mormón menciona uno que a menudo se pasa por alto: «. . . porque el Espíritu es el mismo, ayer, hoy y para siempre. Y la vía está preparada desde la caída del hombre, y la salvación es gratuita. Y los hombres son suficientemente instruidos para discernir el bien del mal. . . » (2 Nefi 2:4-5. Cursiva agregada.)
Determínese a obrar bien
Es de vital importancia que una persona entienda que ya sabe la diferencia entre el bien y el mal, que por naturaleza y en forma inherente e intuitiva es una persona buena. Cuando alguien dice: «¡No puedo! ¡No hay modo de solucionar mis problemas!» me asaltan las ganas de gritarle: «¿Es que acaso no te das cuenta de quién eres? ¿Nadie te ha enseñado que eres un hijo o una hija del Dios Todopoderoso? ¿No sabes que cuentas con tremendos poderes dentro de ti que te fueron otorgados por Dios, que te pueden dotar de la fuerza y el valor que necesitas?».
Muchos de nosotros hemos estado expuestos al evangelio la mayor parte de nuestra vida, y sabemos la diferencia que existe entre el bien y el mal. ¿No es entonces tiempo de que nos decidamos a obrar bien? Al así hacerlo, estaremos efectuando una elección –no simplemente una elección, sino la elección correcta. Una vez que lo hayamos decidido, sin cruzar los dedos a nuestras espaldas, sin engaños y sin reservas ni vacilaciones, el resto encajará en su debido- lugar.
La mayoría de las personas que buscan el consejo de presidentes de estaca, de obispos, de presidentes de rama, de Autoridades Generales y de otras personas influyentes no lo hacen por estar desorientadas o imposibilitadas de ver la diferencia entre el bien y el mal, sino que lo hacen por sentir la tentación de llevar a cabo algo que, en lo más profundo de su ser, saben que está mal y simplemente desean que esa decisión sea ratificada.
Cuando una persona tiene un problema, debe, primeramente, tratar de solucionarlo interiormente. Debe meditar al respecto, analizarlo y orar en cuanto a ello. He llegado a la conclusión de que las decisiones más importantes no se pueden forzar. Debemos fijar nuestra vista en el futuro y mantener una visión amplia.
Todos los días debemos reflexionar en cuanto a las cosas que nos rodean para así evitar el tener que tomar decisiones críticas sobre la marcha. Si una persona mantiene su vista centrada en lo porvenir, podrá advertir grandes problemas en el camino, aun a la distancia.
Para el momento en que se enfrenta, estará en condiciones de controlar la situación en forma inmediata. Claro que habrá ocasiones en que las decisiones importantes le asaltarán desde el costado del camino, pero serán mínimas. Si ya ha decidido que hará lo justo por más que le cueste, ni siquiera esos duros encuentros le dañarán.
La meditación matutina
Considero que la mejor hora del día para buscar soluciones interiores a problemas serios es temprano en la mañana, ya que nuestra mente está fresca y alerta. Las pizarras de nuestro razonamiento fueron borradas por el descanso reparador de la noche, y las distracciones del día no se han presentado todavía. Nuestro cuerpo está también descansado. Ese es el momento preciso para meditar detenidamente y recibir revelación personal. Para mí, es el mejor momento para preparar lecciones para la clase que tenga que enseñar.
Escuché al presidente Harold B. Lee comenzar muchas declaraciones tocantes al tema de la revelación con una expresión más o menos así: «En las primeras horas de la mañana, cuando meditaba en cuanto a ese asunto…» Tenía como práctica constante el trabajar en las horas en que estaba más alerta y fresco, en las horas de la mañana, a fin de encontrar solución a problemas que requerían revelación.
El Señor trata de decimos algo cuando declara en Doctrina y Convenios: «…cesad de dormir más de lo necesario; acostaos temprano para que no os fatiguéis; levantaos temprano para que vuestros cuerpos y vuestras mentes sean vigorizados.» (D. y C. 88:124.)
Tengo un amigo que compró un negocio. Poco tiempo después sufrió catastróficos reveses que le hicieron llegar a la conclusión de que no había salida viable para él. Finalmente la situación llegó al punto en que no podía siquiera dormir, así que por un tiempo se ajustó a la práctica de levantarse a eso de las tres de la madrugada para ir a su oficina. Allí, con lápiz y papel en mano, meditaba y oraba y después escribía cada idea que le venía a la mente como una posible solución o contribución a la solución de su problema.
No transcurrió mucho tiempo sin que contara con varias opciones y poco después escogió la que más le convenía. Pero la solución a su problema no fue lo único positivo que extrajo de la experiencia. Al repasar sus notas se dio cuenta de que poseía innumerables recursos escondidos que jamás había notado antes. El resultado fue que ganó más independencia y éxito del que jamás hubiera ganado de no haber sido por las complicaciones que tuvo que padecer.
En esta experiencia hay una lección. Uno o dos años más tarde fue llamado para presidir una misión. Su negocio era tan solvente y estaba tan bien establecido que cuando regresó de su misión no volvió a él. Ahora cuenta con otra persona que se lo administra, lo cual le permite dar casi todo su tiempo al servicio de su prójimo.
Siempre aconsejo a nuestros hijos a que estudien lo más difícil en las primeras horas de la mañana cuando todavía están alertos y frescos, en vez de luchar por la noche contra el cansancio físico y mental. En lo personal, he aprendido el valor del consejo: «A quien madruga Dios le ayuda.» Cuando estoy bajo presión jamás me verán agotando mis reservas a la medianoche. Prefiero irme a descansar y levantarme bien temprano cuando puedo estar más cerca de nuestro PadreCelestial quien es el que guía esta obra.
La revelación
Sabemos que todos tenemos acceso a la revelación personal. La pregunta que más frecuentemente se me hace en tomo al tema de la revelación es: «¿Cómo sé cuando estoy recibiéndola? He orado y ayunado para encontrar una solución a mi problema, pero aún sigo sin saber qué hacer. ¿Cómo puedo saber cuándo estoy recibiendo revelación a fin de no cometer un error?»
Ante todo, ¿vamos al Señor con un problema y le pedimos que El lo solucione por nosotros? ¿o nos esforzamos y medilamos y oramos para después tomar la decisión por nosotros mismos? Debemos medir el problema contra lo que sabemos que es correcto y lo que no lo es, tomar la decisión y después preguntarle a El si lo que hemos decidido está bien o está mal. Debemos tener presente lo que el Señor le dijo a Oliverio Cowdery en cuanto a meditar interiormente antes de pedirle a El. (Véase D. y C. 9.)
Si insensatamente le pedimos a nuestro obispo o a nuestro presidente de rama o al Señor mismo que tome decisiones por nosotros, estaremos dudando de nuestras propias habilidades. Piense en lo que cuesta cada vez que le pedimos a alguien que tome una decisión por nosotros.
Quisiera mencionar una cosa más, y confío en que eslo no sea mal interpretado. A menudo nos encontramos con jóvenes y adultos que oran intensamente en cuanto a asuntos sobre los que ellos mismos tienen la más absoluta libertad y capacidad de decidir. Supongamos que una pareja tiene el dinero suficiente como para edificar una casa y han orado devotamente para saber si el diseño arquitectónico de la casa debe ser colonial, tipo hacienda, moderno o lal vez europeo. Es posible que no hayan siquiera pensado en el hecho de que esas cosas al Señor sencillamente no le interesan. Está en ellos mismos determinar lo que quieren edificar y el estilo que elegirán. Muchas son las cosas en las que realmente podemos hacer lo que nos plazca.
Por otro lado sí hay cosas en las que el Señor se inleresa mucho. Si esa pareja va a edificar esa casa, debe estar dispuesla a actuar con ¡urna honestidad cuando llegue el momento de pagar por el trabajo hecho. Una vez que se mudan a la nueva casa, deberán asegurarse de vivir una vida justa. Entre otras, ésas son las cosas que en realidad importan.
Ha habido ocasiones en que he aconsejado a personas a quienes el Señor, sin el más mínimo reparo, les hubiera aprobado las cosas que deseaban hacer. Es extraño que casi se sintieran culpables por hacer algo simplemente porque querían hacerla, aun cuanto fuera algo correcto. El Señor es sumamente generoso con la libertad que nos brinda. Cuanto más aprendemos a seguir el camino correcto de las cosas, más autosuficiencia espiritual cobramos y tanto más se afirma nuestra independencia. «Si vosotros permaneciereis en mi palabra», dijo Jesús, «seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará,libres.» (Juan 8:31-32.)
Las siguientes palabras de Carol Lynn Pearson, tituladas «The Lesson* (La lección), encierran un gran significado:
Sí, mi niño
tembloroso y confundido,
a donde tú estás
tan fácilmente
podría yo ir.
Pero yo ya
he aprendido a caminar,
y por eso te pido
que vengas tú a mí.
Anda, entonces, da un paso solo. Así, ¿ves?
Recuerda siempre,
hijo,
esta lección,
y cuando
en el futuro
ruegues
con puños en alto
y lágrimas en los ojos,
«Ayúdame,
Dios mío, por favor.»
Escucha en silencio
y oirás
la voz tenue que replica:
«Te ayudaría,
hijo mío, te ayudaría,
mas eres tú,
y no yo,
quien debe aprender
a ser un dios.»
* Beginnings (Provo, Utah: Trilogy Arts, 1969), pág. 18. Usado con permiso de la autora y de Doubleday, Inc., actual casa publicadora. (Traducción libre.)
Lamán Y Lemuel se quejaron a Nefi diciendo: «He aquí, no podemos comprender las palabras que nuestro padre ha hablado.» «Habéis preguntado al Señor?» Nefi les preguntó. Analice esta respuesta de Lamán y Lemuel a Nefi: «No, porque el Señor no nos da a conocer tales cosas a nosotros.»
«¿Cómo es», les preguntó Nefi, «que no guardáis los mandamientos del Señor? ¿Cómo es que queréis perecer a causa de la dureza de vuestros corazones? ¿No recordáis las cosas que el Señor ha dicho: Si no endurecéis vuestros corazones, y me pedís con fe, creyendo que recibiréis, guardando diligentemente mis mandamientos, de seguro os serán manifestadas estas cosas?» (1 Nefi 15:7-11.)
Si perdemos el espíritu y el poder de la revelación personal, habremos perdido mucho en esta Iglesia. Contamos con tremendos recursos. Mediante la oración podemos solucionar nuestros problemas sin tener que recurrir a quienes con tanto ahínco procuran ayudar a otras personas.
Si nos transformamos en seres tan independientes e inseguros que no confiamos en las oraciones y las respuestas que recibimos a ellas es porque entonces somos débiles. Si seguimos un curso en el cual por un lado somos por demás cautelosos en otorgar una orden de pedido de productos del plan de bienestar y, por otro lado, damos sin reparo consejo y asesoramiento sin tomamos la molestia de enviar a la persona a su propio almacén de conocimiento e inspiración, podremos estar seguros de que le habremos rendido un servicio sumamente pobre.
Esta Iglesia está basada en el testimonio personal, el cual cada persona debe ganar por sí misma. Es así que cada uno de nosotros puede ponerse de pie y afirmar: «Yo sé que Dios vive y que tenemos una relación de hijos a Padre con El. Sé que El está cerca de nosotros, que podemos allegamos a El y pedir, y entonces, si somos obedientes y escuchamos y empleamos todo recurso a nuestra disposición, recibiremos respuesta a nuestras oraciones.»
Un consejo a los consejeros
Los padres son los consejeros más importantes a quienes debemos recurrir. El obispo les sigue en importancia. El es el juez común en Israel. El líder del quórum tiene el deber de «enseñar a sus miembros conforme a los convenios».
Los maestros están para enseñar, y una de las cosas más importantes que pueden enseñar es a dónde deben ir los miembros de la Iglesia en procura de consejo. Debe ser consciente del hecho de que tiene el privilegio de ayudarles a solucionar sus problemas por sí mismos. orientándolos hacia los canales en los que se dispone de revelación e inspiración tanto para aquellos que aconsejan como para quienes desean solucionar sus problemas
Me sorprendió en una ocasión escuchar a una encantadora hermana a quien conocía muy bien relatar el siguiente incidente acaecido en su niñez. Se describió a sí misma como una niña caprichosa y egoísta. Según recuerdo, fue criada en una familia de hermanos varones, y había sido, según su propia afirmación, bastante consentida.
En una oportunidad, en el día de los enamorados, llegó a su casa de la escuela, con apenas seis años de edad, y se echó a llorar sobre la falda de su madre, pues nadie en su clase le había dado una de las tarjetas tradicionales del día (costumbre muy común entre los niños de escuela en los Estados Unidos). A cambio de su llanto recibió de su madre una sabia respuesta: «Ruth, mi amor,» le dijo, «un regalo en este día es una expresión de amor. Si es que deseas recibir el amor de aquellos que te rodean en el mundo, debes primeramente ser la clase de persona que merezca y se gane ese amor.» Con dulzura esa sabia madre le dio a entender que no había recibido muestras de amor de sus compañeros porque simplemente no las merecía. También le dijo algunas otras cosas y después le hizo un obsequio especial.
Decía que me llamó la atención escuchar el relato de este incidente de su infancia, puesto que uno jamás podría imaginarse a esta persona a quien me refiero como una niña caprichosa y egoísta en ninguna forma. Llegó a ser maestra, una líder entre las mujeres de su propio barrio y de su estaca, esposa de un obispo y líder de estaca, quien más tarde, y teniéndola a ella como valiosa compañera, sirvió como presidente de misión en un país lejano. Nadie que la conoce puede dejar de amarla.
No puedo pensar en esa sabia madre dando consejo y expresando su amor hacia su pequeña hija, sin consentirla, y no aconsejarle a usted como maestro: Vaya y actúe de la misma forma.
























