Enseñad Diligentemente

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Los maestros, tesoreros del tiempo


El tiempo es la materia prima de la vida, es el medio por el cual se crean todas sus actividades. El tiempo es inexorable en su progreso; el «hace unos minutos» se desvanece y se une a la larga fila de ayeres que siguen al año anterior en su transitar hacia la tierra del pasado. Nadie jamás ha tenido éxito alguno en la tarea de acumular tiempo. Por más que no se quiera, debe, en forma absoluta, ser consumido de una manera u otra apenas se le tiene por delante.

La existencia del tiempo es algo que damos tan por sentado que a menudo se le desperdicia. A nuestro alrededor vemos a quienes echan a perder grandes cantidades de tiempo como si quisieran dar a entender que tienen un enorme abastecimiento y que pueden darse el lujo de gastarlo de la forma que deseen. Casi nunca en la vida puede uno ver un balance en el cual se indique un saldo de tiempo. Si lo supiéramos, de seguro nos motivaría a emplear el tiempo de una forma más productiva y prudente.

A menudo nos despertamos a la realidad de que hemos sido engañados -estafados en lo que supone nuestro preciado legado, por parte de una de las muchas agencias que claman por la atención de la humanidad. No hay ninguna agencia que pueda librar al tiempo; no puede ser asegurado; jamás será recobrado ni devuelto. No hay ni un solo estatuto público que exija el sabio uso del tiempo, tal vez si lo hubiera, muchos serían los oradores y los maestros que tendrían que ser penados por su falta de juicio en tal sentido.

Los maestros son los tesoreros del tiempo. Cumplen una función de agentes administradores entre numerosos grupos de estudiantes, asegurándose de que el tiempo es empleado sabiamente. Tienen la responsabilidad de proporcionar a cada alumno dividendos dignos de su inversión.

Al actuar usted como administrador del tiempo ajeno, considere lo siguiente:

Siempre resulta apropiado llevar a cabo una auditoría del modo en que emplea el tiempo. Determine cuidadosamente lo que espera lograr con el tiempo que invierte. En otras palabras, disponga de un objetivo.

Juzgue detenidamente qué ideas o conceptos recibirán sus alumnos como ganancia neta del tiempo invertido. Los estudiantes generalmente retienen conceptos y principios, mas casi nunca hechos concretos.

De los muchos elementos comprobados de que usted dispone, seleccione los suficientes para iluminar sus ideas. Escoja únicamente los que sean esenciales para transmitirlas, pero no demasiados como para taparlas.

Tenga especial cuidado de la forma en que comienza las clases en la !glesia. Un breve y al mismo tiempo significativo período espiritual supone tiempo sabiamente empleado con el fin de predisponer :a espiritualidad de los alumnos. Ese período debe ir seguido inmediatamente por una acción productiva.

Determine lo que ganará si decide monopolizar el tiempo disponible. Sin duda, sabio es el maestro que brinda a sus alumnos una considerable cantidad de tiempo y les ayuda a utilizarlo adecuadamente.

Sea consciente del tiempo durante sus presentaciones. Asegúrese de progresar regular y sistemáticamente en la lección, en la unidad y en el curso en general. La historia de la tortuga y la liebre nos ofrece una gran enseánza.

Los mejores dividendos van siempre para quien está alerta, para quien administra sabiamente la acción que tiene lugar en el salón de clase. Tales gratificaciones están ejemplificadas en alumnos más y mejor disciplinados. Tenga presente que éstos, como cualquier otra persona, no están dispuestos a seguir a alguien desorganizado que desperdicia el tiempo.

La puntualidad es un rasgo esencial en el maestro. Se trata del cimiento y no de un simple detalle en la estructura.

Una de las técnicas más eficaces que se pueden emplear para ejercer un buen control de la clase es el transmilir al alumno la impresión de que valoramos enonnemente su tiempo. Cinco minutos que se empleen por clase para pasar la lista de asistencia pueden sumar catorce horas, más o menos, en el año escolar. Un buen maestro podrá reducir considerablemente ese tiempo a tan sólo una hora y media si asigna a un alumno para que le asista en tal función. El pasar lista, el repartir materiales de trabajo, el comenzar tarde, el detenerse en menudencias, todo ello contribuye a robar un promedio en el orden del veinte por ciento del tiempo de su clase, por cierto que más tiempo del que disponen muchos de los programas universitarios. Un maestro de la Escuela Dominical puede llegar a emplear hasta más de cuatro horas por año en la tarea de pasar lista.

Por lo tanto, se debe llevar un buen control de la forma en que transcurre el tiempo. El maestro que es sereno pero también directo, entretenido y al mismo tiempo persistente, contará siempre con un buen dominio del tiempo y dispondrá del suficiente para responder la pregunta atinada, para la actividad extra y para la valiosa entrevista. El buen maestro se ciñe siempre al programa, mientras que el maestro insensato, aquel que priva a sus alumnos del veinte por ciento de su tiempo de capacitación, bien puede ser que también robe a un sinnúmero de personas ese momento complementario tan especial de aprendizaje que podría haber resultado en un testimonio perdurable.

La forma de programar una reunión o actividad

Determine el límite de tiempo disponible. Recuerde que una congregación o grupo jamás le dará un cheque en blanco, y pocos serán quienes toleren que usted aumente la suma del cheque, aun cuando apenas se trate de tiempo. Si éste se emplea sabiamente, no será necesario el extenderse más allá de lo establecido.

Al hacer asignaciones a los participantes, tenga la precaución de entender la naturaleza humana. Cinco discursos de cinco minutos cada uno casi nunca ocuparán exactamente veinticinco minutos.

Si asigna a alumnos a tomar parte en un programa, ayúdeles haciendo un repaso de sus respectivas contribuciones a fin de que el tiempo de la audiencia sea mejor empleado y de que el participante pueda experimentar el éxito como resultado de sus esfuerzos.

Asegúrese de ofrecer a cada orador o participante una noción completa del programa, haciéndole saber cuántos otros oradores habrá, el tiempo de que dispone cada uno, y la duración total.

Ante la más mínima duda, siempre es mejor decirle a la persona que dispone de menos tiempo del que realmente tendrá. ¿Sabe de alguien que se haya sentido ofendido porque determinado programa o reunión haya terminado unos pocos minutos antes de lo previsto?

Haga asignaciones específicas. Jamás asigne «un discurso” breve» sino especifique que se trata de un discurso de cinco o de siete o de diez minutos. Colabore con el orador. Con decirle que «tome el tiempo que estime necesario» no siempre le está beneficiando; por lo menos dele una idea del tiempo que tiene que durar la reunión o la hora en que generalmente termina. Familiarice a todos los participantes con la totalidad del programa, proporcionando buenas sugerencias en cuanto al tema a tratar.

Al programar actividades de graduación, convenciones de estudiantes u otras reuniones especiales en las cuales se incluya un discurso especial o un sermón, proporcione al orador suficiente tiempo para hacer uso de la palabra a fin de justificar su presencia y preparación. Jamás cometa el error de darle el tiempo cuando restan pocos minutos para terminar la reunión. Eso es descortés.

Cuando usted es el orador

Si el tema que le ha sido asignado es demasiado amplio como para tratarlo en el tiempo de que dispone, limítese a una reseña concisa.

No pierda tiempo en disculpas por falta de preparación o de capacidad personal. Recuerde que un discurso breve requiere mayor preparación que uno largo. Causará un efecto mucho más positivo en quienes le escuchen si no malgasta sus palabras. Evite ser demasiado verboso y caer en preámbulos innecesarios. Vaya al grano y sin rodeos.

Recuerde que si se le pide que inspire y enseñe, no debe malgastar el tiempo en simplemente entretener. Preste casi tanta atención a su auditorio como la que dispensa a sus apuntes. Si se concentra demasiado en leer su discurso, puede que se le escapen las pequeñas muestras de inquietud o falta de interés, como cuando la gente mira el reloj.

Por sobre todas las cosas, la preparación más importante es la de usted mismo. Prepárese a fin de que pueda ser inspirado por el Espíritu Santo.

La preparación de la lección

Las lecciones del evangelio son más que nada lecciones de actitud y conducta. Los hechos apenas son elementos necesarios para establecer cierto significado.

El administrar el tiempo de muchas personas en un salón de clase, y hacerlo con resultados favorables, requiere mucha preparación de parte del maestro. Los elementos corroborativos de la lección constituyen el aspecto mecánico y son aprendidos por medio del estudio común.

La preparación más refinada, la más eficaz, puede ser efectuada a tiempo si se vale de valiosos lapsos como puede ser mientras se viaja, se hace algún tipo de trabajo manual o durante esos frecuentes momentos de espera. El maestro creativo no sólo prepara la lección que tiene que dar al día siguiente, sino que está continuamente haciendo preparativos para muchas futuras lecciones mediante la observación de la naturaleza y de la vida o por medio de la oración.

Recuerde, el Salvador oraba frecuentemente y se valía de la meditación y la observación, tal como queda de manifiesto en Sus parábolas y en otras enseñanzas.

Los grandes maestros emplean su tiempo en forma sabia constantemente. Uno de tales maestros confesó, al ser felicitado por el tremendo conocimiento de literatura que tanto contribuía a sus lecciones, que había memorizado la mayor parte de todos esos pasajes mientras araba la tierra. Otra persona que contaba con un enorme repertorio de ilustraciones y anécdotas admitió que había coleccionado la mayoría de ellas precisamente durante esos lapsos de los que hablaba anteriormente.

La declaración que se encuentra en Doctrina y Convenios de atesorar «constantemente en vuestras mentes las palabras de vida, y se os dará en la hora precisa la porción que le será medida a cada hombre» (D. y C. 84:85) tiene un tremendo significado para los maestros que enseñan el evangelio de Jesucristo. Permita que su mente se nutra constantemente por medio de la observación, la meditación y la oración; tenga siempre a mano un lápiz y una hoja para tomar nota de los detalles de dicha preparación antes de que se escapen y desaparezcan con la misma celeridad que el tiempo.

Cuando nuestros hermanos y hermanas nos brindan parte de su tiempo para que les demos un discurso o para que dirijamos un programa o, por sobre todas las cosas, para que les enseñemos, ponen a nuestra disposición una porción de sus vidas. Asegúrese de respetar ese don en todo momento. Utilícelo sabiamente; téngalo como un tesoro. Sepa también que, como maestro, al dar de su tiempo en el salón de clase y fuera de él, está dando parte de su vida. El que usted la dé poco a poco no disminuye el grado de merecimiento de la recompensa que reciben aquellos que con toda abnegación ofrecen sus vidas al servicio del prójimo.