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Las ayudas visuales
Hace unos cuantos años escuché al presidente Oscar Kirkham (ex Autoridad General) relatar la siguiente experiencia. Había participado en un conferencia en el sur de Utah. En aquella época las Autoridades Generales pasaban la mayor parte de la semana viajando hacia y de regreso de las conferencias. Un martes por la tarde, de regreso a Salt Lake City, lIegó hasta un lugar en donde el camino había sido prácticamente borrado por severas lluvias e inundaciones, las que habían dejado un inmenso charco de agua. Los automóviles que intentaban cruzarlo quedaban atascados.
Un atinado granjero del lugar se colocó junto al camino con una yunta de caballos y, por cierta cantidad de dinero, hacía que sus caballos tiraran de los automóviles hasta sacarlos del fango. El granjero reconoció al presidente Kirkham y se presentó a sí mismo como el obispo del barrio local. «Le sacaré del charco sin cobrarle,» le dijo, «con la condición de que se quede y les hable a los jóvenes de la AMM esta noche.»
El presidente Kirkham estaba ansioso de regresar lo antes posible a su hogar, así que le dijo que sinceramente prefería pagar lo que fuera necesario. «En ese caso,» le dijo el obispo, «puede quedarse donde está.» El presidente Kirkham consideró que, dadas las circunstancias, no iba a ser mucho más el tiempo que perdería si se quedaba allí esa noche y emprendía viaje nuevamente a primera hora de la mañana siguiente, así que consintió en quedarse.
De camino a la reunión el obispo explicó que estaban teniendo problemas con un grupo de muchachos del barrio y que no podían llevar a cabo buenos programas en la AMM debido al desorden que creaban. Agregó que no se sentiría del todo mal si esos jóvenes se inactivaran, ya que siempre iban y echaban a perder cualquier programa que se realizara en la capilla.
El centro de reuniones era un pequeño edificio que contaba con unos pocos escalones que daban hacia la entrada. Se había corrido la voz de que esa noche hablaría una Autoridad General, así que los jóvenes se juntaron entusiastamente, incluyendo a los que preocupaban al obispo. Sin embargo, estos últimos no entraron al edificio, sino que, como era su costumbre, se congregaron junto a los escalones desde donde podían causar estorbo a lo que fuera que estuviera teniendo lugar en la capilla.
El presidente Kirkham sabía que contaba con tan sólo una oportunidad de corregir la situación y utilizó una experiencia que había tenido la semana anterior. No comenzó su discurso hablando de la Palabra de Sabiduría ni de la reverencia ni de la obediencia, sino que empezó por decir que en la comunidad que había visitado con motivo de la conferencia, alguien había llegado al pueblo con un gigantesco oso cazado en las montañas y que todos en la localidad se habían congregado para verlo.
«Jamás en mi vida había visto un animal tan enorme,» dijo. «Las garras de sus manos eran así de grandes,». agregó, gesticulando con sus dos manos para mostrar cuán grandes eran.
Los jóvenes que estaban fuera de la capilla podían escuchar lo que estaba diciendo, pero no podían ver lo que hacía, así que, al poco rato, comenzaron a asomarse de a uno.
«Los dientes del animal eran así de grandes,» dijo, también gesticulando. Las cabezas se asomaron nuevamente.
Entonces continuó describiendo al animal con unas pocas palabras y con muchos gestos. Para cuando terminó de contarles, nos comentó en una oportunidad, los muchachos que habían estado inicialmente afuera habían entrado a la capilla y se habían sentado en la última fila. Entonces pasó de su descripción del animal a hablarles del evangelio sin mayores rodeos.
El relato de un oso en una comunidad a muchos kilómetros de distancia había servido para atraer la atención de los jóvenes y hacerlos entrar a esa reunión, transformándose en una poderosa ayuda visual.
Empléelas con cautela
En el campo de la educación, como sucede en muchos otros, ocurre de tanto en tanto cierta innovación, descubrimientos que, según se dice, constituyen la respuesta final o la solución a todos los problemas de la enseñanza. Tales inventos conmueven al mundo, se les adopta con todo entusiasmo por parte de los maestros, tanto los profesionales como los de distintas organizaciones, para después o bien desaparecer o pasar a formar una pequeña parte de una larga lista.
Recuerdo hace algunos años cuando surgieron las maquinarias didácticas y fueron proclamadas como la respuesta a todos los problemas. Mucho era lo que ofrecían que les hacía dignas de ser recomendadas. Podían ser adaptadas a una persona que aprendiera rápido o a una que tuviera problemas. Eran excelentes para el estudio individual; cualquier materia podía ser incorporada en el sistema, además de un sinnúmero de otras virtudes. Pero sabido es que no resultaron ser la gran solución a todos los problemas.
Bien harían los maestros en no ser extremistas en nada y en ser cautelosos y sabios al adoptar nuevas técnicas o procedimientos.
Las ayudas audiovisuales en un salón de clase pueden llegar a ser una verdadera bendición o también una maldición, según la forma en que se usen. Se les puede comparar a condimentos que se emplean para cocinar, debiendo utilizárseles con cuidado para agregar interés a una lección, aunque la instrucción básica, a fin de cuentas, será impartida básicamente por medio de la disertación, las preguntas y respuestas, y de la lectura de citas.
Muchas son las ilustraciones que encontramos en el Nuevo Testamento que indican que el Señor empleó ayudas visuales para recalcar una determinada lección. Cuando dijo: «Considerad los lirios del campo. . . no trabajan ni hilan» (Mateo 6:28), es posible, y hasta muy probable, que los lirios estuvieran a la vista en esos momentos.
Cuando pidió una moneda y preguntó de quién era la inscripción que había en ella, sostuvo la moneda en su mano para que todos la pudieran ver.
También está el caso de la higuera, además de las muchas ocasiones en que tomó como referencia a leprosos, a paralíticos, a ciegos, a sordos -todos ellos ayudas visuales.
En el capítulo que habla de la apercepción, hicimos referencia a la habilidad que tiene el hombre, por medio del abecedario, de reproducir en forma simbólica el mundo en el que vive. En generaciones recientes hemos adquirido la capacidad de reproducir, casi a la perfección, imágenes del mundo que nos rodea. Con el invento de la imprenta y de la fotografía, valiéndonos tanto de imágenes quietas como de móviles, tenemos al mundo entero a nuestra disposición como una gran ayuda visual.
Si usted visitara Jerusalén y yo no hubiera estado allí nunca, podría mostrarme fotografías que hubiera tomado. Si ninguno de los dos hubiéramos estado allí jamás, podríamos ir a la biblioteca y obtener fotografías o películas. Por medio de películas y diapositivas se pueden reproducir incidentes de la vida del Salvador y de la de los profetas para que nosotros podamos revivirlos.
Debe tenerse cuidado de la forma en que se usen las ayudas visuales. Las mejores son las más simples, las cuales, dicho sea de paso, tenemos al alcance de la mano. En resumen, no creo que haya ninguna ayuda didáctica que supere, y pocas que igualen en eficacia, al uso de la pizarra; primero, por ser tan simple de usar, y segundo, porque casi en cualquier parte del mundo se puede obtener una. El maestro puede utilizar la pizarra para centrar la atención visual de los alumnos mientras verbaliza el aspecto principal de la lección. A medida que habla, puede ir escribiendo la suficiente información en la pizarra para que tengan una idea ilustrada de los elementos que les está enseñando, pero nunca demasiado como para que la ayuda visual les distraiga y Ilegue a ser más interesante que la lección en sí.
Tal vez el error más frecuente en el uso de palabras escritas como ayuda visual está en no sincronizar lo que se muestra con lo que se dice. Tan a menudo se comete el error que es casi una coincidencia ver cuando alguien lo hace correctamente. Si el maestro tiene algo que escribir en la pizarra o si está escrito en un cartel o si se le pega en un franelógrafo o si se le proyecta en una pantalla, es imperativo que los alumnos vean con sus ojos y escuchen con sus oídos la misma cosa al mismo tiempo.
Supongamos que usted proyecta en una pantalla una lista de cinco objetivos y luego los describe en palabras distintas a las que los alumnos están viendo; lo único que se logrará es que el ojo y el oído estén fuera de sincronización. Parte de los alumnos se concentrarán en lo que leen, almacenando en su mente esas palabras escritas. Otros solamente le escucharán a usted, pero la mayoría tratará de hacer ambas cosas y al fin de cuentas no lograrán ninguna. Cuando usted proyecta una lista en una pantalla, debe leerla en forma textual a fin de que el ojo y el oído se concentren en lo mismo. De otro modo, las posibilidades de que se verifique un aprendizaje permanente son sumamente escasas.
Lamentablemente esto se hace muy pocas veces, y el no hacerla equivale a utilizar de una manera sumamente pobre la poderosísima herramienta que son las ayudas visuales. Muchas de ellas están frente a nosotros en forma constante y ni siquiera las vemos.
Siempre he considerado que las películas, las filminas y las cintas grabadas que no están completas, es decir, las que dejan el final labrado a la imaginación de quien las ve o las escucha, pueden resultar de tremenda ayuda para promover un análisis profundo y un intercambio saludable. Demasiado a menudo preferimos contar la historia completa.
Al utilizar ayudas visuales, asegúrese de que tienen un propósito. No las emplee simplemente como un objeto decorativo. Uselas cuando esté listo para referirse a ellas a fin de que no distraigan la atención de los miembros de la clase y les aparte del espíritu de la lección.
Si bien es cierto que una figura vale más que toda una descripción verbal, conservará ese valor siempre que se le utilice juiciosamente para resaltar la lección e ilustrar un concepto.
























