Enseñad Diligentemente

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Las lecciones por medio de objetos


Entre los muchos tipos de ayudas visuales que se pueden utilizar para enseñar una lección, están los objetos. Algo tangible que sea lo suficientemente pequeño como para poder llevar a clase puede resultar de gran ayuda para impartir la enseñanza. A menudo, cuando uno se encuentra con un tema que resulta difícil de enseñar, podrá salir del paso empleando esta técnica.

Cuando serví como Presidente de la Misión de Nueva Inglaterra, pasamos por un período en el que no estábamos teniendo muchos bautismos. Los misioneros se ponían en contacto con muchas personas que estaban dispuestas a recibir la primera y la segunda charlas, pero casi todas ellas perdían de pronto el interés. Resultaba razonable suponer que si podíamos retenerlos por un par de charlas y si les enseñábamos lo suficientemente bien, tendrían el deseo de continuar.

Llegamos a la conclusión de que debíamos hacer algo para mejorar la calidad de la enseñanza de los misioneros. En aquella época empleábamos el sistema de seis charlas, valiéndonos de las pequeñas figuras que se pegaban contra el franelógrafo, así que analizamos cada una de las charlas y las técnicas de enseñanza que se aplicaban en cada una de ellas y comenzamos a reunimos con los misioneros a fin de ayudarles a mejorar sus presentaciones.

El proyecto no despertó demasiado entusiasmo. Requirió horas en reuniones de distrito, y los líderes de zona y de distrito pasaron horas evaluando las presentaciones de cada pareja de misioneros. Lo que hacía falta era la motivación.

Recuerdo que unos cuantos años antes, en una conferencia general, el élder A. Theodore Tuttle había hecho una presentación en una reunión especial para líderes del sacerdocio. El curso de estudio para el sacerdocio ese año estaba basado en la apostasía. Se trataba de un trabajo altamente académico, aplicable más a un simposio de intelectuales y eruditos que a los quórumes del sacerdocio quienes, al igual que sus instructores, estaban teniendo bastante dificultad con las lecciones. En esa oportunidad, los instructores que asistieron a la conferencia general fueron invitados a participar en una reunión especial. El hermano Tuttle y yo, con una o dos personas más, fuimos invitados para compartir algunos métodos de lograr que esas lecciones resultaran más interesantes y para ayudarles a prepararlas mejor.

De mi parte, yo presenté una lección sobre la apostasía en el franelógrafo, lo cual no se había empleado mucho en la Iglesia hasta ese momento. Después de mi presentación, el élder Adam S. Bennion (ex Autoridad General) abrió la reunión a preguntas que pudieran tener los presentes y permaneció de pie junto a mí a medida que éstas comenzaron a formularse. Tras una o dos de ellas, un hermano ya entrado en años se puso de pie y en forma totalmente negativa, refiriéndose al franelógrafo, dijo: «¿No cree que es un tanto infantil utilizar algo así en una reunión de quórum del sacerdocio?» Yo de por sí estaba nervioso y, encima, la pregunta me tomó un poco de sorpresa. Miré al élder Bennion y él simplemente me dijo: «Continúe.»

Hasta el día de hoy no me cabe la más mínima duda que fui inspirado para responder: «Sí, estoy de acuerdo. Creo que tal vez sea un poco infantil o aniñado, pero, después de todo, debemos tener presente que a menos que seamos como niños pequeños, jamás podremos   entrar en el reino de los cielos.» Entre los presentes se escuchó un murmullo de aprobación y de ahí en adelante ya no hubo más comentarios negativos.

El élder Tuttle dio su presentación en cuanto a la importancia de contar con lecciones bien preparadas y terminó con una demostración de cómo emplear objetos para dar una lección. Esa fue precisamente la que me vino tan bien en el campo misional. Explicaré ahora cómo la pusimos en práctica con los misioneros.

Un trozo de pastel

Programamos conferencias de zona. Para cada una de ellas, mi esposa hizo un pastel de tres pisos, hermosamente decorado, con coloridos y espesos baños de azúcar y en la parte de arriba llevaba la inscripción «El evangelio». Cuando llegaban todos los misioneros, con algo de solemnidad traíamos el pastel. ¡Era realmente impresionante!

Tras puntualizar que el pastel representaba el evangelio, pregulltaba: «¿Alguien quiere probarlo?» Siempre había algún élder hambriento que se ofrecía como voluntario. Le pedía que pasara al frente y le decía: «Le serviré a usted primero.» Entonces metía los dedos en la parte superior del pastel y desprendía un trozo grande. Con cuidado cerraba el puño después de desprender el trozo a fin de que el baño de azúcar se impregnara en los dedos, y se lo tiraba al voluntario, salpicándole el saco del traje con el baño de azúcar. Los misioneros quedaban mudos del asombro. Luego preguntaba, «¿Alguien más quiere probar?» Pero nadie se atrevía a responder.

Entonces traíamos un plato de cristal, un tenedor de plata, una servilleta de tela fina y un hermoso cuchillo para cortar el pastel. Con gran dignidad cortaba un trozo del otro costado, lo ponía con sumo cuidado en el plato de cristal y preguntaba: «¿Alguien desea un trozo de pastel?»

La lección resultaba obvia. En ambos casos se trataba del mismo pastel, el mismo sabor, el mismo alimento. La manera de servirlo lo hacía apetecible o hasta, si se quiere, repugnante. El pastel, recordábamos a los misioneros, representaba el evangelio. «¿Cómo lo estamos sirviendo?»

Tras la demostración no volvimos a tener problemas; por el contrario, la reacción fue sumamente entusiasta y grandes fueron los esfuerzos por mejorar la calidad de la enseñanza de las charlas. Pocos meses después pensé que sería oportuno refrescar la memoria de los misioneros en cuanto a la lección, así que les envié un volante con un dibujo de un pastel.

Cuando me volví a reunir con ellos, les pregunté:

-No hace mucho recibieron un volante, ¿no es así?
-Así es.
-Y ¿qué decía?

Sin excepción los misioneros respondían:

-Nos recordaba que mejoráramos nuestras presentaciones de las charlas y que estudiáramos más; que aprendiéramos nuestras lecciones con cuidado y que nos ayudáramos mutuamente en nuestro trabajo.

-¿Y todo eso lo sacaron en conclusión de un simple dibujo?
-Sí, fue una lección que no olvidaremos fácilmente.

Debo agregar que, en los casos donde era necesario, estaba más que dispuesto a pagar por los gastos de tintorería del traje del misionero.

Por otro lado, también he aprendido que las lecciones que se enseñan por medio del uso de objetos lo pueden poner a uno en un aprieto. Hace unos cuantos años serví como presidente de un comité de construcción de la capilla de uno de los barrios en la ciudad de Brigham, en el norte de Utah. Hicimos todo lo que de costumbre se hace para recaudar fondos, incluyendo la venta de comida un sábado por la noche. La mayoría de las hermanas contribuyeron con los alimentos y la actividad fue todo un éxito. El obispo del barrio me pidió que al día siguiente diera un informe en la reunión sacramental.

Fue justo en el momento que teníamos que comprar los ladrillos para el edificio. Así fue que, después de contar el dinero recaudado, lo dividí por el total de platos que se habían vendido, lo cual nos daba un promedio del dinero recaudado por cada uno de ellos. Al presentar mi informe, quise demostrar cuántos ladrillos podrían comprarse con cada comida. Llevé varios ladrillos hasta el púlpito y sin mayor reparo comencé a dar el informe, diciendo: «Hermanos, estos ladrillos representan la comida hecha por las hermanas del barrio. ¡Yo mismo me metí en un serio aprieto!

Si desea usar un objeto para enseñar una lección, tenga cuidado. Asegúrese de escoger bien el objeto y de decir lo que desea, sin que resulte inconscientemente ofensivo. El enfoque puede resultar en un efecto sumamente positivo para quienes le escuchan siempre que no le salga el tiro por la culata.