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Cómo enseñar las normas morales
Tal vez no haya valor moral que resulte más difícil de enseñar que el de la castidad. Es sumamente fácil enseñarlo erróneamente o enseñarlo con demasiado detalle. Hay más peligro de «aniquilar» al enseñar esta materia que al enseñar cualquier otra.
En el capítulo uno declaramos que la enseñanza es la más bella de las artes y sin duda la más difícil, puesto que los alumnos, incluyendo a nuestros propios hijos, no pueden ser tratados como se trata una pintura o una composición musical a las que se puede dejar pendientes hasta la próxima lección. A los jóvenes se les enseña -o tal vez una mejor descripción sería se les bombardea- en cuanto a la castidad en forma constante. La mayor parte de esa enseñanza es negativa y destructiva y en gran medida se le imparte de una manera visual.
Tenemos la responsabilidad de enseñar este asunto en forma tal que los principios de la verdad sirvan para superar todas las malas interpretaciones y falsedades que comúnmente se inculcan. Nuestra enseñanza debe ser tan poderosa y tan continua que la tentación hacia lo inmoral, por más atractiva que sea, jamás pueda derrocar la verdad.
En el año 1958 se reunieron en la Universidad Brigham Young para una serie de sesiones de verano maestros de seminarios e institutos. Yo fui asignado por el presidente William E. Berrett para hablar sobre el tema «Problemas en la enseñanza de las normas morales». Al prepararme para tal asignación, oré y ayuné mucho más de lo que comúnmente lo hacía y también investigué e inquirí bastante más de Io normal, e incluso entrevisté a algunas de las Autoridades Generales de la época.
En el proceso de esa preparación, llegué a algunas conclusiones que, desde entonces, han pasado a formar parte de mi filosofía personal; de hecho, se han visto corroboradas por todo lo que desde ese momento he aprendido en cuanto al tema. Considero dos de los errores más grandes son enseñar demasiado en cuanto a esto y hacerla en el momento menos propicio. Estoy firmemente convencido en cuanto a los siguientes principios.
El concepto de que nuestros jóvenes necesitan que se les enseñe con lujo de detalles en cuanto a todos los hechos concretos relacionados con los procesos físicos que forman parte de la reproducción, y el hacerla a temprana edad, no tiene sentido alguno. El enseñar demasiado no supone para nada una protección. Aquellas cosas que ellos deben saber en cuanto a este asunto deben enseñarse dentro de un marco de reverencia y modestia.
Los padres tienen la responsabilidad
La responsabilidad y el derecho de enseñar este proceso tan sagrado descansa sobre los hombros de los padres en el hogar. No creo que sean las escuelas públicas ni las organizaciones de la Iglesia las que tengan este deber. La contribución que la Iglesia hace en este sentido es enseñar a los padres las normas de moralidad que el Señor ha revelado y ayudarles en su responsabilidad de inculcarlas a sus hijos.
Siendo que hay muchos padres que no aceptan esta responsabilidad, la Iglesia le da cierta consideración. Cuando esta iniciativa en verdad se puede justificar, el tema debe siempre ser tratado dentro de la más absoluta reverencia.
Al tratarlo, no veo la necesidad de emplear terminología técnica. Tampoco veo la necesidad de usar los nombres explícitos de los órganos del cuerpo, ni de los procesos mediante los cuales se conciben cuerpos para que sirvan de tabernáculos de los espíritus. El único procedimiento eclesiástico que justificaría cierto análisis franco en este sentido podría ser el de una entrevista para ser avanzado en el sacerdocio, para ser llamado a un cargo de cierta responsabilidad, para recibir la recomendación para el templo, o durante una situación en la que el miembro confiese una transgresión.
Hay veces en que tratar el asunto a fondo puede resultar necesario. Este medio de enseñanza, y eso es lo que las entrevistas deben ser, también tiene que llevarse a cabo en medio de la modestia, debiendo tratarse el asunto con reverencia, sabiduría y moderación.
Sé de unos cuantos casos; en que jóvenes de ambos sexos se han visto inclinados a experimentar con prácticas promiscuas a causa de la forma en que se desarrolló Ia conversación en una entrevista con el obispo.
Aquellos que enseñan. y me refiero a los Iíderes, maestros y padres. deben tener presente este mensaje. Imagínense un matrimonio que tiene que salir de la casa por cierto período de tiempo. En el momento de hacerlo hablan con sus hijos, quienes van a quedar solos y les dicen: «Niños, pórtense bien. Hagan lo que quieran mientras no estamos pero no lleven un taburete a la despensa para subirse en el cuarto estante y después mover la caja de galletas para tomar el recipiente de granos de maíz, y tomar uno y ponérselo en la nariz. ¿Entendido?»
Hay personas que actúan con idéntica insensatez. Lo chistoso de la ilustración se vuelve patético cuando pensamos en lo primero que sucede cuando los padres salen de la casa. Confío en que todos nosotros podamos aplicar un poco más de sabiduría. Los jóvenes deben saber desde temprana edad que la castidad es algo sagrado.
Durante las sesiones de verano que mencioné antes, compilé algunas ideas en cuanto a cómo quisiera que otras personas ajenas a nuestro hogar enseñaran a mis hijos este tema. Después, por un período de casi quince años, elaboré en cuanto a este asunto hasta que me sentí con la debida confianza de dar un sermón en una conferencia general bajo el título de: «Por qué conservarnos moralmente limpios».
Tal vez no se den cuenta cuando lo lean por primera vez de que no se encontrarán con cierta palabra de cuatro letras que generalmenle se incluye en el título de este tipo de educación.
La reacción positiva de parte de jóvenes ha sido considerable y por ello estoy continuamente agradecido. Sus reacciones por lo general expresan agradecimiento por la declaración de que el poder de crear es sagrado y es bueno. También parecen apreciar la indicación tan positiva de cuándo y cómo y con qué propósito deben ellos emplear ese poder en esta vida mortal.
Para mí la evidencia segura de que se prefiere este tipo de enfoque se manifiesta en la ya mencionada reacción de jóvenes de casi todas las partes del mundo, puesto que el folleto que lleva por título «Por qué conservarnos moralmente limpios» ha sido traducido a muchos idiomas.
Si usted es maestro y si es padre, le insto a que enfoque la enseñénza de este tema con reverencia, con humildad, con modestia y con moderación. Que el Señor Ie bendiga al así hacerlo.
Por qué conservarnos moralmente limpios
Indudablemcnte todos nosotros hemos estado conscientes del hecho de que esta mañana nos ha acompañado un espíritu muy potente en esta sesión. Pocas han sido las veces, supongo, que he deseado tanto tener el poder sostenedor del Espíritu al hablar de un tema tan delicado y difícil.
Hay muchos jóvenes en nuestra congregación este día. Es a ellos, particularmente a los adolescentes, a quienes voy a dirigirme. El tema debería ser de profundo interés para vosotros: ¿Por qué conservarnos moralmente limpios?
Emprendo el tema con la más profunda reverencia. Esto podrá causar sorpresa a algunos, porque es un tema del cual más se habla, más se canta y más bromas y chistes se improvisan. Casi siempre se habla inmodestamente al respecto.
Es mi propósito apoyar la modestia, no ofenderla, al aventurarme a tratar este tema tan delicado.
Jóvenes, mi mensaje es de una importancia sumamente profunda para vosotros. Se relaciona con vuestra felicidad futura. Algunas de las cosas que yo diga quizás sean nuevas para vosotros que no habéis leído las Escrituras.
En el principio, antes de vuestro nacimiento en la carne, vivisteis con vuestro Padre Celestial. El es real y efectivamente vive. Hay quienes viven sobre la tierra que dan testimonio de su existencia. Hemos escuchado a sus siervos testificarlo en esta sesión. El vive. Y yo doy testimonio de ello.
A Ia escuela
El os conoció allá. A causa. de su amor por vosotros, sentía anhelo por vuestra felicidad y crecimiento eternos. El quería que pudieseis escoger libremente y crecer mediante el poder de una elección correcta, a fin de que pudieseis llegar a ser lo más semejantes a El. Para realizar esto fue necesario que nos alejáramos de Su presencia; algo así como salir de casa para ir a estudiar en algún colegio. Fue presentado un plan, y cada uno convino en alejarse de la presencia de nuestro Padre Celestial para probar la vida en el estado terrenal.
Dos cosas muy importantes nos esperaban al llegar a este mundo. La primera, íbamos a recibir un cuerpo terrenal, creado a la imagen de Dios. Por medio de este cuerpo, y mediante el dominio correcto del mismo, podríamos lograr la vida eterna y la felicidad; la segunda, seríamos probados y acrisolados de tal manera que pudiéramos crecer en fuerza y en poder espiritual.
Ahora bien, el primero de estos propósitos es maravillosamente importante, porque este cuerpo que nos ha sido dado resucitará y nos será útil por las eternidadas.
De acuerdo con el plan aceptado, Adán y Eva fueron enviados a la tierra para ser nuestros primeros padres. Iban a poder preparar cuerpos físicos para los primeros espíritus que lIegarían a esta vida.
Un poder sagrado
Se puso en nuestros cuerpos, y esto es cosa sagrada, el poder de crear. Una luz, por decir así, que tiene el poder de encender otras luces. Es un don que debe usarse únicamente dentro de los vínculos sagrados del matrimonio. Mediante el ejercicio de este poder para crear, puede ser concebido un cuerpo terrenal, entrar en él un espíritu y nacer un alma nueva en esta vida.
Este poder es bueno. Puede crear y sostener la vida familiar, y es precisamente en la vida famiIiar donde encontramos las fuentes de la felicidad. Es dado virtualmente a todo individuo que nace en el estado terrenal. Es un poder sagrado y significativo, y vuelvo a repetir, mis jóvenes amigos, que este poder es bueno.
Igual que todo otro hijo e hija de Adán y Eva, vosotros que estáis en la adolescencia tenéis este poder dentro de vosotros.
El poder de creación, o podríamos decir procreación, no es solamente. una parte accidental del plan, sino que es parte esencial del mismo. Sin él, dicho plan no podría realizarse. El uso impropio de este poder puede echarlo por tierra.
Mucha de la felicidad que vendrá a vosotros en esta vida dependerá de la manera en que utilicéis este sagrado poder de la creación. El hecho de que vosotros, varones jóvenes, podáis IIegar a ser padres y vosotras, hermanitas jóvenes, podáis llegar a ser madres, es de la mayor importancia para vosotros.
Al grado que este poder se vaya desarrollando dentro de vosotros, os impulsará a buscar un compañero y os facultará para amarlo y retenerlo.
Vuelvo a repetir, este poder para participar en la creación de la vida es sagrado. Algún día vosotros podréis tener una ramilia propia. Mediante el ejercicio de este poder podréis invitar a niños para que vivan con vosotros, vuestros propios niñitos y niñitas, en cierto respecto creados a vuestra propia imagen. Podréis establecer un hogar, un dominio de poder, influencia y oportunidad. Esto trae consigo graves responsabilidades.
Este poder creador viene acompañado de fuertes deseos e impulsos. Ya los habéis sentido en el cambio de vuestra actitud y vuestros intereses.
Al llegar a la adolescencia, casi repentinamente, un joven o señorita se convierte en algo nuevo y sumamente interesante. Notaréis el cambio en la forma y aspecto de vuestro propio cuerpo, así como en otros. Comenzaréis a oír los primeros susurros del deseo físico.
Fue necesario que este poder de creación tuviera por lo menos dos dimensiones: Uno, debe ser fuerte; y dos, debe ser más o menos constante.
Este poder debe ser fuerte, porque la mayor parte de los hombres, debido a su naturaleza, buscan la aventura. Si no fuera por la persuasión compelente de estos sentimientos, los hombres se mostrarían reacios a aceptar la responsabilidad de mantener un hogar y una familia. Este poder también debe ser constante, porque se convierte en un vínculo enlazador en la vida familiar.
Me parece que tenéis la edad suficiente para mirar lo que sucede en el reino animal que os rodea. Pronto os daréis cuenta de que donde este poder de creación es cosa pasajera, donde se expresa sólo por temporadas, no hay vida familiar.
Es por motivo de este poder que la vida continúa. Un mundo lleno de dificultades, temores y desilusiones puede ser transformado en un reino de esperanza, gozo y felicidad. Cada vez que nace un niño, el mundo en cierta manera es renovado en inocencia.
Un don de Dios
Nuevamente deseo repetir, jóvenes, que este poder que hay en vosotros es bueno. Es un don de nuestro Padre Celestial. En el recto ejercicio del mismo podemos allegarnos a El como en ninguna otra cosa. Podemos disfrutar, en manera pequeña, de mucho de lo que nuestro Padre Celestial tiene al gobernarnos a nosotros, sus hijos. No podemos imaginar una escuela o campo de prueba más importante.
¿Causa admiración pues, que el matrimonio sea tan sagrado e importante en la Iglesia? ¿Podéis comprender por qué vuestro matrimonio, que desata estos poderes de creación para que podáis usarlos, debe ser el paso más cuidadosamente proyectado, más solemnemente contemplado en vuestra vida? ¿Hemos de considerar fuera de lo común el que el Señor haya indicado que se construyan templos para el propósito de efectuar ceremonias conyugales?
El destructor
Ahora bien, hay otras cosas que quisiera deciros por vía de advertencia. En el principio hubo entre nosotros uno que se rebeló contra el plan de nuestro Padre Celestial. Juró destruir y entorpecer este plan.
Le fue vedado tener un cuerpo terrenal y se le echó fuera, restringido para siempre de establecer su propio reino. Le sobrevino un celo maléfico. El sabe que este poder de creación no es solamente una parte incidental del plan, sino una llave del mismo.
El sabe que si puede incitaros a usar este poder prematuramente, emplearlo demasiado temprano o hacer mal uso de él en forma alguna, bien podéis perder vuestras oportunidades de progreso eterno.
Estamos hablando de un ser verdadero del mundo invisible que posee gran poder, y lo empleará para persuadiros a quebrantar las leyes que han sido establecidas para proteger los sagrados poderes de la creación.
En tiempos pasados era demasiado astuto para presentarse ante uno con una invitación franca de ser inmoral. Más bien, furtiva y calladamente tentaba a jóvenes y adultos a pensar irrespetuosamente de estos sagrados poderes de creación; a rebajar a un estado vulgar o común lo que es sagrado y bello.
En la actualidad, ha cambiado de táctica. Lo presenta sólo como un apetito que hay que satisfacer. Enseña que no hay responsabilidades consiguientes al uso de este poder. Os dirá que su único objeto es proporcionar placer.
Sus invitaciones aparecen en carteleras. Se introducen en los chistes y se incorporan en la letra de las canciones. Se presentan en la televisión y en los teatros. En la actualidad resaltan en la mayor parte de las revistas. Hay publicaciones -ya todos conocéis la palabra- pornográficas. Persuasiones descaradas e inicuas a pervertir y usar impropiamente este sagrado poder.
Estás creciendo en una sociedad donde está ante vosotros la constante invitación de jugar con estos poderes sagrados.
Deseo amonestaros y quiero que recordéis estas palabras: ¡No permitáis que persona alguna toque o palpe vuestro cuerpo, ninguna persona! Los que os dicen lo contrario os incitan a compartir su culpabilidad. Nosotros os enseñamos a guardar vuestra inocencia.
Apartaos de cualquiera que quiera persuadiros a experimentar con estos poderes que dan la vida.
¡No basta con que tal libertinaje sea ampliamente aceptado entre la sociedad en esta época!
¡No basta con que las dos partes estén dispuestas a consentir en este libertinaje!
Imaginarse que es una expresión normal de cariño no es suficiente para convertirlo en un acto correcto.
El único uso propio de este poder sagrado se encuentra dentro del convenio del matrimonio.
Jamás uséis impropiamente estos poderes sagrados.
La maldad nunca fue felicidad
Y ahora, mis jóvenes amigos, debo deciros grave y seriamente que Dios ha declarado en palabras inconfundibles que la miseria y el pesar vendrán como resultado de la violación de las leyes de castidad. «La maldad nunca fue felicidad.» (Alma 41:10.)
Estas leyes fueron establecidas para guiar a todos sus hijos en cuanto al uso de este don. El no tiene que ser rencoroso o vengativo a fin de que nos sobrevenga el castigo como resultado de la violación del código moral. Las leyes son establecidas por sí mismas.
Una corona de gloria os espera si vivís dignamente. La pérdida de tal corona bien puede ser castigo suficiente. Con frecuencia, con demasiada frecuencia, somos castigados por nuestros pecados así como a causa de ellos.
Sed limpios
Estoy seguro de que entre todos aquellos que oyen mi voz hay más de un joven que ya ha caído en transgresión. Estoy seguro que algunos de vosotros jóvenes, casi inocentes de intención alguna, pero persuadidos por las incitaciones y tentaciones, ya habéis usado imprudentemente este poder.
Sabed, pues, mis jóvenes amigos. que existe un gran poder para purificar; y sabed que podéis quedar limpios.
Si no pertenecéis a la Iglesia, el convenio del bautismo representa, entre otras cosas, un lavamiento y una purificación.
Para los que sois miembros de la Iglesia, hay una manera -no enteramente sin dolor, pero ciertamente posible. Podréis presentaros limpios y sin mancha delante de Dios. Desaparecerá la culpabilidad y podréis sentir paz. Id a vuestro obispo; él posee las llaves de este poder purificador.
Entonces algún día concoceréis las expresión completa y recta de estos poderes y la felicidad y gozo consiguientes a la vida familiar recta. En el momento oportuno, dentro de los vínculos del convenio del matrimonio, podréis entregaros a estas expresiones de amor que traen como cumplimiento la generación de la vida misma.
Algún día tendréis en vuestros brazos a un pequeñito, o una pequeñita y sabréis que los dos habréis obrado en colaboración con vuestro Padre Celestial en la creación de la vida. Por motivo de que el niño os pertenece, entonces podréis llegar a amar a otro más de lo que os amáis a vosotros mismos.
Esta experiencia se puede conocer, que yo sepa, solamente teniendo hijos propios, o tal vez criando niños nacidos a otros y que, sin embargo, forman parte del convenio familiar.
Algunos de vosotros quizás no lleguéis a conocer las bendiciones del matrimonio. No obstante, proteged estos poderes sagrados de la creación, porque hay un poder grande de compensación que bien puede aplicarse a vosotros.
Mediante este amor por otro, mayor que aquel con que os amáis a vosotros mismos, llegaréis a ser verdaderamente cristianos. Entonces conoceréis, como demasiado pocos conocen, lo que la palabra «padre» significa cuando se menciona en las Escrituras. Podréis entonces sentir algo del amor e interés que el Padre Eterno tiene por nosotros. Debe ser muy significativo el hecho de que de todos los títulos de respeto y honor que pueden atribuírsele, Dios mismo, el más alto de todos, optó por ser llamado sencillamente Padre.
Proteged y guardad vuestro don. Vuestra felicidad real y verdadera está de por medio. La vida familiar eterna, no únicamente en vuestras esperanzas y en sueños, puede ser una realidad porque vuestro Padre Celestial ha conferido este don tan selecto a todos vosotros, sí, este poder de creación. Es la llave misma de la felicidad. Conservad sagrado y puro este don. Usadlo únicamente como el Señor ha indicado.
Mis jóvenes amigos, es mucha la felicidad y gozo que pueden lograrse en esta vida. Puedo testificar de ello. Os veo en mis pensamientos con un compañero o compañera al cual amáis y el cual os ama. Os veo ante el altar contrayendo matrimonio, concertando convenios que son sagrados. Os veo en un hogar donde el amor encuentra su cumplimiento. Os veo rodeados de niños y veo que vuestro amor crece con ellos.
No puedo ponerle marco a este retrato. No podría aunque quisiera, porque no tiene límites. Vuestra felicidad no tendrá límites si obedecéis las leyes del Señor.
Ruego las bendiciones de Dios para vosotros, nuestra juventud. Nuestro Padre Celestial os cuide y os sostenga para que en la expresión de este don sagrado podáis allegaros a El. El vive; es nuestro Padre. De esto doy testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén. (Discurso pronunciado en la Conferencia General, el 9 de abril de 1972.)
























