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Cuando el maestro está desanimado
No siempre las cosas son color de rosa para el maestro. Hay momentos de descorazonamiento; de hecho, también los hay de desconsuelo total. Pero sus errores, su depresión, su falta de ánimo y sus problemas son, por lo general, fuentes de madurez. Tarde o temprano el maestro comprende que no solamente son tolerables, sino que además son necesarios. Pues «debe haber oposición en todas las cosas», y «tras mucha tribulación llegan las bendiciones», y «a quien el Señor ama, él castiga».
¿Qué hace usted cuando está desanimado?
Un maestro puede emplear en su trabajo todos los elementos de que dispone a su alrededor y después tener un mal día o desanimarse a causa de que uno de sus alumnos no saca provecho; pero una cosa que jamás debe hacer es darse por vencido.
Es de consuelo comprender que Jesús mismo no tuvo éxito en lograr que todos aquellos con quienes entró en contacto fueran redimidos, que no todos los que le escucharon y a quienes El enseñó reaccionaron favorablemente—aquellos que estaban allí, formando parte de la multitud y escuchando, inclusive quienes hasta quizás llegaron a tocarle. Lo importante es que el Señor deseaba redimirles a todos ellos.
«¡Jerusalén, Jerusalén, . . .¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!» (Mateo 23:37.)
Las buenas influencias son perdurables
La influencia del maestro puede que no resulte evidente en el salón de clase ni siquiera al salir de él; existe un lapso entre el momento en que se enseña y en el que se recogen los frutos, algo así como un período de espera. Si el maestro ha enseñado bien, al alumno ni siquiera se le pasará por alto una sola idea, por más insignificante que sea, Ningún principio, por más breve o pasajero que parezca, si es bueno, jamás se olvidará. Ninguna muestra de compasión ni de perdón ni tampoco el más mínimo reflejo de generosidad o valor o lástima, ninguna expresión de humildad, de agradecimiento o de reverencia jamás se pierde. La medida del maestro está dada en la frecuencia con que se pone en práctica tales ejemplos. Cuanto más constante sea, tanto mayor será su valor, o, hablando en términos espirituales, tanto mayor será su dignidad. Todo pensamiento sano pasa a ser parte de él, y cuando lo enseña, de alguna manera queda grabado y seguramente redundará en su propio beneficio y en el de aquellos a quienes enseña. Reconociendo esta verdad, anímese.
Fracasamos únicamente cuando nos damos por vencidos
A menudo, cuando el maestro dice: «¿Qué es lo que estoy haciendo equivocado?» la respuesta es: «Nada. Todo lo está haciendo bien. Simplemente tiene que hacerlo por más tiempo y más persistentemente. Habremos fracasado únicamente cuando nos demos por vencidos.» Mi consejo a todo maestro es: Consuélese y siga haciendo lo que está haciendo.
En una ocasión, Jesús comprendió que no estaba llegando a aquellos a quienes instruía, pues declaró: «Mas ¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros, diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis: os endechamos, y no lamentasteis.» (Mateo 11:16-17.)
Adviértase la apercepción en la comparación que hizo de quienes le escuchaban con muchachos sentados en las plazas. En otra ocasión hizo referencia a la dureza de sus corazones (Marcos 6:52) y les amonestó por su falta de fe (Mateo 8:14).
Hubo veces en que aquellos que más allegados estaban a El eran quienes le causaban mayores problemas, En una oportunidad preguntó a Pedro: «¿También vosotros sois aún sin entendimiento?» (Maleo 16:16.) Y en otra ocasión la gente se burlaba de El. (Mateo 9:24.)
Cuando un maestro está descorazonado y piensa en sus fracasos, debe recordar que no todos los naipes están jugados todavía. Algunos de los alumnos que él piensa que no han aprendido nada tal vez sean aquellos en los que más influencia haya tenido.
Jesús sabía perfectamente bien que algunos de aquellos a quienes trataba de enseñar no creían en El, y lo declaró abiertamente: «Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían . . .» (Juan 6:64.) Y entonces fue dicho: «Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él.» (Juan 6:66.)
En este incidente encontramos una pregunta sumamente interesante formulada a los Doce que había escogido: «¿Queréis acaso iros también vosotros?» (Juan 6:67.) Fue Pedro quien respondió de una forma que habla a las claras de su maduro juicio, declarando que en ninguna otra parte podrían encontrar las palabras de vida eterna.
Disfruto al leer la súplica de Moroni al Señor a causa de su debilidad y la respuesta que recibió. Piense en cuanto a estas palabras:
«Y le dije: Señor, los gentiles se burlarán de estas cosas, debido a nuestra debilidad en escribir; porque tú, Señor, nos has hecho fuertes en palabras por la fe, pero no nos has hecho fuertes para escribir; porque concediste que todos los de este pueblo pudiesen declarar mucho, por motivo del Espíritu Santo que tú les has dado:
«y tú has hecho que no podamos escribir sino poco, a causa de la torpeza de nuestras manos. He aquí, no nos has hecho fuertes en escribir, como al hermano de Jared; porque le concediste que las cosas que él escribiera fuesen tan potentes como tú lo eres, al grado de dominar al hombre al leerlas.
«También has hecho grandes y potentes nuestras palabras, al grado de que no las podemos escribir; así que cuando escribimos. vemos nuestra debilidad, y tropezamos al colocar nuestras palabras; y temo que los gentiles se burlen de nuestras palabras.
«Y cuando hube dicho esto, el Señor me habló, diciendo: Los insensatos hacen burla, mas se lamentarán; y mi gracia es suficiente para los mansos, para que no saquen provecho de vuestra debilidad;
«y si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí.y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos.
«He aquí, mostraré a los gentiles su debilidad, y les mostraré que la fe, la esperanza y la caridad conducen a mí, la fuente de toda justicia.
«Y yo, Moroni, habiendo oído estas palabras, me consolé, y dije: ¡Oh Señor, hágase tu justa voluntad!, porque sé que obras con los hijos de los hombres según su fe.» (Eter 12:23-29.)
Se cuenta que en una oportunidad alguien detuvo al élder J. Goldeu Kimball en la calle. Se había registrado en la familia del élder Kimball cierto incidente lamentable que había llegado a oído de muchas personas, y quienquiera que fuera el que lo detuvo, sin duda con el único afán de perturbarlo, le dijo: «Hermano Kimball, entiendo que está experimentando algunos problemas con uno de sus hijos.» Su respuesta fue la siguiente: «Así es, y el Señor está teniendo algunos problemas con algunos de los suyos, también.»
¿Qué pensaría Pedro?
A veces transcurre mucho tiempo antes de que el maestro llegue a saber a ciencia cierta si lo que enseñó fue asimilado por el alumno o no, Conocí a un maestro que enseñaba en el programa de seminarios en el este de Utah. En una de sus clases tenía a un jovencito indio. El maestro perseveró lo más que pudo con el muchacho durante todo el año escolar, pero suponía que en poco le había ayudado. De vez en cuando se molestaba, pues el joven parecía ser irrespetuoso y le llamaba simplemente «Pedro». Mas el maestro procuró mantenerse dentro de sus límites de conducta y se acomodó a la situación lo mejor que pudo.
Varios años después, aquel mismo alumno fue a verle. Estaba por unos días en la ciudad, gozando de licencia del servicio militar, y había decidido visitar a su ex maestro de seminarios antes de hablar con nadie más, y le relató la siguiente experiencia.
Mientras estaba en el servicio militar, se había hecho de ciertas amistades que no eran miembros de la Iglesia y que además tampoco tenían normas morales muy elevadas que digamos, Un fin de semana, habiendo recibido permiso para tomárselo libre fuera del cuartel, sus compañeros decidieron llevar a cabo ciertas actividades que desde el punto de vista moral eran desastrosas. Este joven les acompañó, careciendo de la fuerza necesaria para resistir la influencia de sus compañeros. Entonces le comentó a su maestro de seminarios que cuando estaba a punto de cometer un acto inmoral, surgió a su mente el pensamiento: «¿Qué pensaría Pedro?» Entonces dejó a sus compañeros y se fue solo.
De esa visita el maestro aprendió una gran lección. No tenía la más mínima idea de que lo que él había dicho en clase jamás hubiera penetrado y permanecido en la mente de aquel joven indio, pero algunos años más tarde, a miles de kilómetros de distancia, su influencia probó haber dejado su huella y salvó al joven de un trágico error. Hace ya muchos años tuve la oportunidad de servir como miembro del sumo consejo de una estaca en la Ciudad de Brigham, Utah, En una ocasión la presidencia de la estaca y los miembros del sumo consejo con nuestras respectivas esposas asistimos a una sesión vespertina en el Templo de Logan, Utah. Uno de los obreros del templo estaba tomando parte en la instrucción por primera vez y cometió bastantes errores. Tenía dificultad para recordar lo que tenía que decir y se mostraba evidentemente nervioso y hasta frustrado. De tal manera se entreveró en su alocución que si se hubiera tratado de otro tipo de presentación, en otro lugar, hubiera resultado por demás humorístico. No obstante, se esforzó y fue gentilmente dirigido por los otros obreros que le acompañaban. Considerando los problemas, reinó en la sesión la mayor dignidad y reverencia posibles.
Después de la sesión, mientras estábamos todos juntos esperando a nuestras esposas, uno de los de nuestro grupo comentó en forma un tanto jocosa que por nada del mundo hubiera querido estar en los zapatos de aquel pobre obrero aquella noche. «La verdad que debe haberle resultado una pesadilla», comentó. «Fue como si hubiera sitio puesto a juicio frente a toda la congregación.»
El presidente de nuestra estaca, un hombre por naturaleza calmo, dijo con toda firmeza, «Un momento, hermanos, ante todo dejemos algo bien en claro: No era ese hermano quien estaba siendo juzgado aquí esta noche, sino que éramos nosotros.»
Nunca olvidaré ese comentario, pues realmente me ha servido para cambiar mi enfoque cada vez que asisto a una reunión o actuación ele algún tipo y ocurre que quienes toman parte no llegan a satisfacer lo que seguramente son sus intenciones mínimas.
Es bueno que el maestro sepa, y que sus alumnos aprendan, que muchas veces cuando suponemos que ocupamos la posición de jurado en un juicio, en realidad somos nosotros quienes estamos siendo juzgados.
Tengamos cuidado en no considerarnos a nosotros ni en considerar a otros un fracaso. Cuando se abran los libros de cuentas, comprenderemos que ningún esfuerzo que se haga para enseñar en justicia será tiempo perdido, ni nada que uno haga en procura de compartir el evangelio de Jesucristo será jamás en vano.
























