Conferencia General Abril 1961
Extender la Mano de Compañerismo
por el Élder Mark E. Petersen
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Mis hermanos, estoy muy agradecido por el privilegio de dirigirme a ustedes brevemente esta noche. También me siento profundamente agradecido por este glorioso himno [“Sé que vive mi Señor”, interpretado por Dennis Clancy, un escocés] que acabamos de escuchar. Estoy seguro de que ha hecho que cada uno de nosotros se conmueva con el testimonio que tenemos de la divinidad del Salvador y de nuestro gran amor por Él. También estoy seguro de que han sido enriquecidos y motivados por los iluminadores discursos sobre nuestro programa misional presentados por los hermanos [Franklin D.] Richards y [Gordon B.] Hinckley.
Me gustaría hablarles por unos momentos sobre otro aspecto de este programa misional. Pienso específicamente en la responsabilidad que tenemos de extender el compañerismo a nuestros nuevos miembros. A menudo he pensado que la instrucción en el evangelio sin compañerismo en la Iglesia es tan incompleta como el bautismo sin confirmación. Es un gran error evitar o ignorar nuestra responsabilidad de integrar adecuadamente a aquellos que se incorporan a la Iglesia.
Otro aspecto que me impresiona de nuestro programa misional es que la conversión no puede limitarse únicamente a la instrucción en las doctrinas del evangelio. La conversión debe incluir la aceptación de nosotros como un pueblo, de nuestra forma de vida y de nuestro modo de adoración. ¿Cómo puede alguien convertirse completamente a nosotros y a nuestra obra solo estudiando la Biblia o las Escrituras? Las personas deben asistir a nuestras reuniones; deben convertirse en parte de nosotros; deben ver lo que hacemos. Debemos integrarlos y hacerlos sentir como parte de nuestra comunidad. Solo entonces estarán verdaderamente convertidos y contribuirán a edificar el reino.
Recuerden cómo Pablo escribió a los efesios:
“Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).
Es evidente que en aquella época tenían un programa de compañerismo. Era crucial que los nuevos conversos de Pablo y sus asociados fueran acogidos e integrados con los demás Santos. Asimismo, era vital que los Santos existentes estuvieran dispuestos a recibirlos, abrazarlos y hacerlos parte de ellos.
Lamentablemente, a veces no hemos cumplido con esto en nuestros días. En ocasiones, he escuchado historias que me hacen pensar que casi hemos establecido una “Cortina de Hierro” en algunos lugares. En esta Iglesia no puede haber barreras de exclusión. Cuando las personas se unen a la Iglesia, debemos recibirlas, y más allá de simplemente darles la mano y decir “mucho gusto”, debemos integrarlas en nuestras organizaciones, asignarles responsabilidades y ayudarles a aprender a edificar el reino desde el principio.
Ahora bien, en cuanto a este programa de compañerismo relacionado con las misiones, considero que comienza con los misioneros. Los propios misioneros, ya sean de barrio o de tiempo completo, deben iniciar el programa de compañerismo llevando a sus nuevos investigadores a nuestras reuniones de la Iglesia tan pronto como sea posible durante el proceso de enseñanza. Esto permitirá que los investigadores conozcan al obispado, se familiaricen con otros miembros del barrio, observen nuestra forma de adoración, perciban la calidad de las personas que forman nuestra membresía y experimenten el espíritu de los Santos de los Últimos Días. Esto es parte del proceso de conversión, y a medida que los misioneros implementen este enfoque, descubrirán que será más fácil enseñarles.
Además, tan pronto como sea posible durante el proceso de enseñanza, es sumamente importante que los matrimonios coordinadores, a quienes se les ha pedido que designen, sean presentados a los investigadores para que puedan convertirse en “amigos de confianza”, por así decirlo. Luego, cuando llegue el momento del bautismo, este matrimonio coordinador debe estar presente para darles la bienvenida a la Iglesia y ayudarlos en el proceso de asimilación adicional.
La Primera Presidencia nos ha indicado que, siempre que sea factible, nuestros nuevos conversos deberían ser confirmados durante la reunión de ayuno. Si no es posible, entonces el nuevo converso que ha sido bautizado debe ser confirmado, como solemos decir, “al borde del agua”. Sin embargo, cuando se pueda organizar para la reunión de ayuno, el acto de la confirmación puede convertirse en un hermoso símbolo de integración.
A menudo he pensado que sería maravilloso si, cuando llegue el momento de la confirmación durante la reunión de ayuno, el obispo anunciara a la congregación:
“Hermanos y hermanas, esta tarde tenemos con nosotros a los misioneros. Ayer bautizaron a la familia de los hermanos Juan y María Pérez. Ahora estamos listos para darles la bienvenida a la Iglesia confirmándolos como miembros de la misma. Invitamos a los misioneros a pasar al frente y unirse al círculo”.
He pensado en lo hermoso que sería si los tres miembros del obispado y los misioneros presentes formaran juntos el círculo, y luego llamaran al hermano Juan Pérez a ocupar la silla. El obispado y los élderes, unidos, colocarían sus manos sobre su cabeza mientras uno de los misioneros pronunciara las palabras de la confirmación.
Y he pensado en lo maravilloso que sería que, después de la confirmación, el obispo extendiera su mano para dar la bienvenida al hermano Pérez y ofrecerle la mano de compañerismo. Luego, los demás miembros de la familia serían confirmados y recibidos de la misma manera.
Creo que sería magnífico que, tras la confirmación de una familia de este tipo, los misioneros entregaran al obispo, en ese momento y lugar, los certificados de bautismo y confirmación de cada miembro. Entonces, el obispo podría levantarse en la reunión de ayuno y decir:
“Todos hemos presenciado ahora la confirmación de la familia de los hermanos Juan y María Pérez. Aquí tengo sus certificados de bautismo y confirmación. Todos los que estén dispuestos a recibirlos ahora como miembros de nuestro barrio y miembros plenos de nuestra Iglesia, por favor manifiéstelo.”
Me encantaría ver que se realice una votación para aceptarlos formalmente, tal como si fueran nuevos miembros que se mudan desde otro barrio o estaca. Esto forma parte del proceso de asimilación y ayuda a que estas personas se sientan más integradas.
Luego, me gustaría que el hermano encargado del trabajo del Sacerdocio Aarónico Mayor en el barrio se acercara al hermano recién bautizado y confirmado al finalizar la reunión de ayuno y le dijera:
“Hermano Pérez, soy el hermano Rodríguez, y estoy a cargo del trabajo con los hermanos mayores en el Sacerdocio Aarónico de este barrio. Ahora que usted es miembro de la Iglesia, automáticamente es elegible para participar en este grupo. Nuestra reunión se llevará a cabo el próximo domingo por la mañana a las 9:30. Me gustaría pasar por usted el próximo domingo alrededor de las 9:15 para llevarlo a esta primera reunión e introducirlo al resto de los hermanos, para que pueda comenzar a sentirse parte de nuestro grupo.”
Creo que, tan pronto como sea factible, ese hombre debería ser ordenado diácono en el Sacerdocio Aarónico para que sienta un sentido de pertenencia y pueda sentirse parte del sacerdocio. Si es digno de ser bautizado, seguramente también es digno de ser ordenado al sacerdocio.
Todo esto forma parte del proceso de asimilación. Si me permiten retroceder unos pasos, creo que sería maravilloso que las hermanas de la Sociedad de Socorro fueran incluidas en el programa de asimilación incluso antes del bautismo. ¿Hay alguna razón por la cual la hermana Pérez, como investigadora, no podría ser invitada a asistir a la Sociedad de Socorro y acompañada por una de las líderes de clase o una oficial de la organización? Luego, cuando sea bautizada, ya estará acostumbrada a asistir a la Sociedad de Socorro y simplemente continuará haciéndolo. Esto facilita enormemente el proceso de transición. Ya estará participando en la Sociedad de Socorro, y continuará siendo parte de ella.
Lo mismo aplica para la Escuela Dominical y la reunión sacramental. Los misioneros y el matrimonio coordinador pueden introducir a estas personas a estas reuniones incluso antes del bautismo. Esto les ayudará a desarrollar el hábito de asistir. La transición será más fácil porque simplemente continuarán haciendo lo que ya estaban acostumbrados a hacer. De manera similar, esto se aplica a la Primaria y a la Asociación de Mejoramiento Mutuo (MIA). Estas son algunas de las organizaciones misionales más efectivas de toda la Iglesia y han llevado a miles de personas a unirse. Los contactos pueden comenzar incluso antes del bautismo.
Si trabajamos juntos, no solo en el proceso de conversión, sino también en el de compañerismo, lograremos retener a nuestros conversos. ¿No sería una terrible tragedia que trajéramos a miles de personas a la Iglesia y luego perdiéramos a muchas de ellas simplemente porque no cumplimos con nuestro deber de acompañarlas adecuadamente cuando ingresaron?
Hermanos del sacerdocio, les hago un llamado: Acojan a estas nuevas personas. Háganlas sentir parte de nosotros. Permítanles integrarse en nuestras organizaciones. A medida que crezcan en fe, querrán crecer también en obras. Todos debemos recordar que la fe sin obras está muerta. Esto es especialmente cierto en nuestro programa de asimilación o compañerismo. Estas personas pueden llegar a la Iglesia llenas de fe, pero si se les deja sin obras ni actividades, ¿no morirá su fe?
Recuerdo haber hablado una vez con una pareja que se quejaba porque el obispo les había dicho que no podrían recibir ninguna asignación de trabajo hasta pasados seis meses después de su bautismo. Pensé en lo trágico que era. La fe sin obras está muerta, y la fe sin actividad puede morir en los nuevos conversos. Por lo tanto, debemos darles trabajo. Debemos involucrarlos en actividades.
Ahora, si me permiten unos momentos más, quiero hablar de otra fase de este programa de compañerismo. Este programa ha sido maravillosamente exitoso con respecto a los nuevos conversos a través del esfuerzo misional. Hermanos, puede ser igualmente exitoso en el programa de reactivación. A medida que las personas se reactivan en la Iglesia, debemos aprender a acompañarlas, tal como lo hacemos con los nuevos conversos. Los reactivados necesitan sentirse parte de la comunidad tanto como los nuevos conversos. De hecho, muchos reactivados pueden sentirse tan extraños en el entorno de la Iglesia como los nuevos conversos, e incluso más incómodos debido a antecedentes que les hagan sentirse fuera de lugar al regresar a las reuniones.
¿Vamos a dejar fríos y apartados a los reactivados? Si levantamos una “Cortina de Hierro” contra alguien solo porque huele a cigarrillos, ¿cómo vamos a convertirlo al evangelio? Debemos extender el compañerismo a los reactivados tanto como lo hacemos con los nuevos conversos.
Por ello, les invito, hermanos, a implementar un programa de compañerismo con dos enfoques en la Iglesia: primero, un esfuerzo sincero por brindar compañerismo a todos los nuevos conversos que llegan; y segundo, un esfuerzo igualmente sincero por acompañar a los reactivados cuando regresan. El compañerismo significa salvación. Sin él, podemos perder tanto a los reactivados como a nuestros nuevos conversos.
Entonces, hermanos, organicémonos en un gran movimiento de compañerismo. Extengamos la mano de compañerismo a cada uno de estos reactivados y a los nuevos conversos. Hagamos que se sientan parte de nosotros a través de las organizaciones y démosles la bienvenida, porque así lo manda el Señor. Ellos han de ser “conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).
Que podamos lograrlo es mi humilde y sincero deseo, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

























