Hombre Eterno

Hombre Eterno
por Truman G. Madsen

Capítulo 6

LIBERTAD Y REALIZACIÓN


“Todo es voluntario… Dios no ejercerá ningún     medio coercitivo y el Diablo no puede.”
—José Smith


Cualquier enfoque sobre la naturaleza del hombre lleva inevitablemente a la cuestión de la libertad. ¿En qué sentido, si acaso, es libre el hombre?

Paradójicamente, esta es una pregunta que no somos libres de ignorar. La agonizamos a diario. El impacto de la vida sobre nosotros, o, si lo preferimos, nuestro impacto en la vida, nos obliga a preguntarnos: ¿Qué está “dentro de mi poder” y qué no? ¿Tuve que existir? ¿Tiene que suceder algo, o todo? Dadas las mismas condiciones, ¿podría haber sido o haber actuado de otra manera?

El tema central, formulado de manera simple, es si el hombre puede o no romper la cadena causal. El determinista responde: “No.” El indeterminista responde: “Sí.” En nuestra época, hay una cierta frescura en este estancamiento, ya que tres desarrollos han dado lugar a nuevas búsquedas y investigaciones.

  1. Del lado del determinismo.

Algunas formas de psicología y psicoanálisis señalan la inmensa dominación del subconsciente del hombre, que, a su vez, es alimentado por estímulos rastreables. Estos, aparentemente, no son de ninguna manera separables de la causalidad previa. Por ejemplo, bajo hipnosis, se le puede decir a una persona que al despertar se quitará la camisa y se parará de cabeza, pero que olvidará la instrucción. Lo hace, luego inventa las razones más ingeniosas pero claramente falsas para su comportamiento. Pregunta: ¿No está todo nuestro comportamiento controlado de esta manera y no es la “libertad” simplemente un nombre para nuestra ignorancia de las causas ocultas?

  1. Del lado del indeterminismo.

El llamado principio de Heisenberg en la física cuántica afirma que las partículas inanimadas a nivel subatómico se comportan de manera impredecible. Ni su posición ni su velocidad pueden ser trazadas con precisión. Por lo tanto, la explicación debe ser estadística. Por analogía, podemos predecir el número aproximado, pero no la identidad exacta, de las personas que serán asesinadas o heridas en un fin de semana de Labor Day. La lógica del punto, al menos para Eddington y Born, es que, siendo indeterminadas, las partículas son por lo tanto indeterminadas, por lo tanto, “libres.” Pregunta: Si la materia inanimada se comporta “libremente,” ¿por qué rechazar la creencia de que el hombre lo hace?

  1. Luego está el análisis existencial.

Escritores sobre la conciencia profunda del hombre, desde Nietzsche hasta Sartre, desde Berdyaev hasta Heidegger, encuentran la libertad como un dato invencible en nuestra conciencia interna. Descubren un infierno de culpa hacia el pasado—lo que podría haber hecho; otro infierno de ansiedad (no solo suspenso) hacia el futuro—lo que aún podría ser. De manera dramática, muestran que nadie, ni siquiera el determinista más obstinado, es capaz de liberarse de la sensación de libertad personal, y admitidamente aterradora. Si realmente pudiéramos creer de manera absoluta que lo que somos y hacemos es inevitable, no podríamos sentir sinceramente culpa porque no podríamos sentirnos verdaderamente responsables. Pregunta: ¿Por qué no reconocer en la superficie lo que todos encontramos profundamente en nuestro interior?

EN EL PRINCIPIO

En el debate clásico y contemporáneo, se da por sentado un supuesto: tanto deterministas como indeterministas suponen que el hombre tuvo un comienzo sobre el cual no tuvo control. Hay diferentes versiones, por ejemplo, “Primera Causa,” “Naturaleza,” “Azar,” y “Dios.” Pero, en cualquier caso, la visión sostiene que la autoconciencia y la libertad, cualquiera que sean, llegaron con o después de esta creación.

La revelación moderna no solo socava esta suposición, sino que, de manera sumamente importante, la revierte. Decir que “El hombre también estaba en el principio con Dios,” y que “Toda inteligencia es independiente en esa esfera en la que Dios la ha colocado para actuar por sí misma,” es decir que el hombre nunca ha sido totalmente un producto. Su inteligencia no creada es activa y autoprogramada. El proceso de generación y combinación de elementos que desarrolló cuerpos espirituales y físicos siguió, en lugar de preceder, a su existencia independiente. En este sentido, el hombre es una causa eterna a través de todas las etapas y secuencias de la existencia.

EL DESTINO DEL HOMBRE

Pero con esta doctrina de la libertad viene una doctrina del destino. La naturaleza del hombre incluye no solo las posibilidades innatas de la inteligencia primaria, sino también la naturaleza embrionaria de su Padre Eterno. En el proceso de desarrollo, ya ha tomado decisiones que son irrevocables y eternas en su alcance. Estas, junto con un entorno eterno, lo condicionan. Y de estas condiciones no hay retroceso.

Es imposible delinear aquí todas las implicaciones filosóficas de esta visión y su relación con una serie de acertijos. En su lugar, me enfoco en una mirada cercana a algunas de nuestras reflexiones cotidianas sobre la libertad. Porque cuando estas visiones se aceptan como verdaderas, algunas de nuestras nociones más comunes y queridas se revisan inmediatamente.

¿QUÉ ES LA LIBERTAD?

Normalmente definimos y defendemos la libertad como el anhelo de respirar libremente, libre de padres autoritarios, policías agresivos, las trabas de la burocracia, etc. Somos tan defensivos que a menudo nos negamos a hacer lo que habíamos decidido hacer cuando alguien nos dice que “debemos” hacerlo. (Puede que nos asalte la sospecha de que realmente no estamos defendiendo nuestra libertad sino exhibiendo nuestra esclavitud al orgullo.) Muchos han muerto por las “cuatro libertades,” por derechos de “libertad de.” Pero más valiosa aún es la “libertad para,” la libertad para convertir las presiones externas en ganancias internas, la libertad para convertirse en lo que tenemos en nosotros para llegar a ser, la emergencia de nuestros verdaderos yo. Tal libertad puede florecer o fracasar independientemente de los “derechos inalienables.” Es el tipo de libertad que a José Smith no se le podía negar, ni siquiera en la sórdida oscuridad de la Cárcel de Liberty.

LIBERTAD Y LEY

Hablamos como si la libertad estuviera en oposición a la ley cuando decimos, “Debería haber una ley contra eso”; o cuando hablamos con lamentación tímida sobre “el largo brazo de la ley.”

Pero, cualquiera que sea lo que se pueda decir sobre las leyes de los hombres, en el esquema eterno, la ley es la garante de la libertad. Las continuidades de nuestra existencia, las condiciones inmutables de la vida, dan a la libertad su poder duradero. Si, cuando lanzamos una moneda, puede ser tanto (o ninguna) cara o cruz, si realmente cualquier cosa puede suceder después de cualquier acción, entonces la libertad tanto de las monedas como de los hombres no tiene sentido. El poder del albedrío del hombre, debido al mayor poder de Dios, puede convertir los “límites y condiciones” de la acción en bien. Y cuando buscamos convertirnos en “una ley para nosotros mismos,” no somos amos de la ley, sino víctimas de ella, obligados a permanecer no realizados. No nos regocijamos por “salirnos con la nuestra” cuando reconocemos que lo que estamos matando es nuestro propio potencial.

LA LIBERTAD Y LA RESPONSABILIDAD SON HERMANOS

Hablamos como si la libertad fuera incompatible con la previsión, como cuando decimos de un acto espontáneo que fue “solo por impulso” o “solo por el gusto de hacerlo.” Pero, ¿no es evidente que el ejercicio más pleno de la libertad requiere previsión, conocimiento de nuestras posibilidades reales, de fines alcanzables y medios efectivos? Sin ello, somos, en el mejor de los casos, topos en un laberinto en una búsqueda inútil de la supervivencia, ¿para qué? La desilusión de nuestra época es en gran parte el efecto de haber perdido nuestros puntos de apoyo y la terrible tensión de lo imprevisto. “Los corazones de los hombres desfallecen” por esto. Y de ahí surgen una docena de formas de fatalismo invocadas porque aparentemente es más soportable creer que el futuro está todo fijado, que creer que aún depende de nosotros. Así, las religiones de gracia-sola y las psicologías de ajuste-solo perpetúan la prisión. Nos animan a aceptar nuestras enfermedades del alma en la convicción de que no hay nada que podamos hacer.

A menudo recitamos sin pensar la cadena de culpabilidad, poniendo excusas de una manera que no separa las ovejas de los chivos expiatorios. Todos pueden culpar a todos los demás, quienes, felizmente, pueden culpar a otros más. Incluso el diablo recibe su parte indebida. Pero la lógica, o más bien la psicología, de la posición es que, dado que el diablo muestra signos de ser un sádico compulsivo, no debería ser considerado responsable, y ciertamente no castigado. ¡Sin duda, él también tuvo padres delincuentes!

La verdad es que cualquier rastreo de la cadena eventualmente nos llevará a nosotros mismos, y a alguna decisión soberana. Las adicciones de carácter, por ejemplo, pueden justificar el grito, “No puedo evitarlo.” Pero siempre se puede decir con verdad, “Podrías haberlo evitado.”

SOMOS LIBRES PARA CAMBIAR

Por otro lado, hablamos a veces como si la libertad fuera una constante, disponible siempre que queramos usarla. “Podría hacerlo (o dejar de hacerlo) si quisiera.” Cuando se trata de elogios, es común afirmar ser “autodidacta,” como si, por ejemplo, según nuestro propio capricho, pudiéramos vivir sin respirar y respirar sin aire.

En realidad, el poder más aterrador de la libertad es entregarse libremente a fuerzas que la detienen. Una bellota puede convertirse en un roble o en menos que un roble, pero no en otra cosa. Así con nosotros. En una bellota hay elementos indispensables de nutrición. Así con nosotros. A diferencia de la bellota, tenemos iniciativa inteligente que puede desviarse. En este ámbito, el papel de Cristo es romper las ataduras de nuestra libertad disminuida y reentronizar nuestro desarrollo. En formas cruciales, solo Él puede hacer esto. Pero, nuevamente, Él no puede si nosotros no lo permitimos. Debemos desear y buscar y aplicar Sus poderes con la medida de control que nos queda. La medida siempre es más que cero. “Nunca hay un momento en que el espíritu sea demasiado viejo para acercarse a Dios.”

LA LIBERTAD IMPLICA COMPROMISO

Hablamos como si la libertad consistiera en tener la mayor variedad de opciones y que una decisión “de una vez por todas” coacciona nuestra iniciativa. Pero, ¿se aumenta la libertad con cada nuevo sabor de helado?

En realidad, solo cuando nos elevamos por encima de las opciones triviales y nos preguntamos en lo más profundo, “¿Qué quiero ser?” es que emergemos de la esclavitud de un modo de vida voluble y sin rostro.” La maravilla más majestuosa de nuestra libertad es que podemos tomar decisiones vinculantes para siempre, pactos eternos. Una vez tomadas, una vez “renovadas y confirmadas,” nos liberan del tormento de desperdiciar la vida “volviendo a analizarlo” una y otra vez. Las decisiones, por así decirlo, reverberan a través de toda la galaxia. Y hasta los roles menores de la vida, sus distracciones y contratiempos, adquieren color y creatividad como instrumentos del “convertirse” más grande.

¿Por qué es, podríamos preguntarnos, que el Padre y el Hijo “no pueden” romper sus pactos eternos? ¿Porque tienen una actitud “no libre”? Justo lo contrario. Porque han hecho un pacto eterno de que expresarán la libertad de la manera más plena, para la bendición resonante de toda la familia humana. Para nosotros, tal decisión requiere un uso incalculablemente más inteligente del talento individual que la postergación de decisiones. Hecha a imitación de lo Divino, el libre albedrío del hombre es el compromiso más audaz, más poderoso, más amplio y más emocionante posible.

Libremente debemos afrontarlo. De las eternidades escogimos y fuimos escogidos para la luz y la filiación divina. Solo si nos determinamos en contra de un destino tan glorioso evitaremos las decisiones que sobrepasan todo y que traen total libertad. Porque si lo deseamos, nuestro destino es convertirnos más y más libres en los círculos en expansión de la realización llamados Vida Eterna.

Resumen:

El capítulo aborda la cuestión de la libertad humana, comenzando con la clásica oposición entre determinismo e indeterminismo. Por un lado, el determinismo sugiere que nuestras acciones están predestinadas por factores como el subconsciente, dejando la libertad como una ilusión. Por otro lado, el indeterminismo, apoyado en principios de la física cuántica, propone que al menos a nivel subatómico, la libertad existe, lo que abre la posibilidad de que el hombre también sea libre.

A esto se añade la perspectiva existencialista, que reconoce la libertad como una realidad inherente a la conciencia humana, aunque a menudo viene acompañada de ansiedad y culpa. La reflexión avanza cuestionando la suposición tradicional de que el hombre tuvo un comienzo sobre el cual no tenía control, presentando en cambio la doctrina de la revelación moderna, según la cual el hombre ha existido desde siempre junto a Dios, siendo su inteligencia eterna y autónoma.

El capítulo profundiza en cómo esta visión redefine la noción de libertad. La libertad no es solo “libertad de” restricciones externas, sino más profundamente “libertad para” alcanzar nuestro potencial inherente, a pesar de las limitaciones de la ley y las condiciones de la existencia. Se argumenta que la verdadera libertad está intrínsecamente ligada a la responsabilidad y al compromiso. Esta libertad no se trata de tener infinitas opciones, sino de tomar decisiones significativas que trascienden el tiempo y que, una vez hechas, nos liberan del tormento de la indecisión constante.

El capítulo ofrece una perspectiva que va más allá del debate simplista entre determinismo e indeterminismo, ofreciendo una visión teológica que refuerza la idea de que el ser humano es libre en un sentido profundo y eterno. Esta libertad es tanto un regalo como una responsabilidad, ya que implica la capacidad de tomar decisiones que afectan nuestro destino eterno. El autor enfatiza que la libertad verdadera no se encuentra en la ausencia de restricciones, sino en el compromiso con decisiones que nos acercan a nuestro potencial divino.

Además, se recalca que la ley divina no es un obstáculo para la libertad, sino su garante. La estructura del universo, con sus leyes inmutables, proporciona el contexto dentro del cual nuestra libertad puede florecer. Sin estas leyes, la libertad sería caótica y carecería de sentido.

El capítulo concluye que la libertad auténtica es aquella que nos permite cumplir con nuestro destino divino, que es llegar a ser más como Dios, desarrollando nuestras capacidades y potenciales eternos. Esta libertad, lejos de ser simplemente la ausencia de restricciones, es un compromiso profundo con decisiones que tienen un impacto eterno. Al final, la verdadera realización y la vida eterna se encuentran al ejercer nuestra libertad en conformidad con la voluntad divina, lo que nos lleva a una expansión constante de nuestra libertad en los círculos de la Vida Eterna.

Este capítulo nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de nuestras decisiones y cómo estas pueden acercarnos o alejarnos de nuestra realización espiritual más profunda. La libertad, en este sentido, no es simplemente un derecho, sino una responsabilidad y una oportunidad divina para crecer y alcanzar nuestro destino eterno.