Conferencia General Octubre 1968
La espiritualidad
en el liderazgo y la
enseñanza del evangelio
por el Presidente David O. McKay
(Leído por su hijo, Robert R. McKay)
Mis queridos hermanos y hermanas, solo unas palabras de despedida. Esta ha sido una conferencia gloriosa y memorable. Que nuestro Padre Celestial santifique las instrucciones, amonestaciones y testimonios que hemos escuchado durante estas sesiones. Que llene nuestros corazones de amor los unos por los otros en la verdadera hermandad de Cristo.
Unidad entre los Hermanos
En este momento, quisiera expresar mi gratitud por el apoyo, las bendiciones y la asistencia de mis consejeros y de los miembros del Consejo de los Doce. También, agradezco al Patriarca de la Iglesia, a los Asistentes de los Doce, a los miembros del Primer Consejo de los Setenta y al Obispado Presidente. Estos hermanos demuestran a diario ese espíritu de unidad por el cual oró Cristo en su gran oración intercesora:
“Y ya no estoy en el mundo; mas estos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:11).
Este espíritu de unidad fue particularmente evidente en la reunión sagrada de todas las Autoridades Generales celebrada en el Templo de Salt Lake el 26 de septiembre de 1968. Estamos unidos en oración para que ustedes —presidencias de estacas, obispados de barrios, presidencias de templos, presidencias de quórumes y presidencias de organizaciones auxiliares— también puedan decir: “Nos esforzamos por ser uno, como el Padre y el Hijo son uno.” Que Dios los bendiga para que esto sea una realidad.
Gratitud por los Trabajadores
También quiero expresar mi sincero agradecimiento a aquellos trabajadores dedicados que, detrás de escena, entregan su tiempo y servicio más allá de lo requerido, ayudando a preparar los detalles necesarios para que estas conferencias se lleven a cabo de manera eficiente y sin contratiempos.
Esto me recuerda a un escocés al que mencioné antes, quien había perdido a su esposa. Un vecino lo consoló, hablándole de lo buena que había sido su esposa y lo bien que lo cuidó. Con nostalgia, Jock respondió: “Aye, Tammas, Janet era una buena mujer, una buena vecina, y una buena esposa para mí. Estuve a punto de decírselo una o dos veces.”
A todos aquellos que trabajan en silencio y con humildad en la obra del Señor —enseñando, sirviendo y sacrificando su tiempo y medios— quiero expresarles mi gratitud. Algunos de ellos sacrifican incluso sus carreras y sus recursos para ayudar en el avance de la obra del Señor. ¡Que Dios bendiga a todos ustedes!
El Carácter Divino de Jesús
A los oficiales y líderes de estacas, barrios, misiones y templos, les dirijo esta reflexión: fue el carácter divino de Jesús lo que atrajo a las personas hacia él. Su personalidad divina era como un imán para los hombres, las mujeres y los niños, y al mismo tiempo, su presencia antagonizaba a aquellos cuya vida estaba llena de maldad.
En el reino de la personalidad y el carácter, Cristo fue supremo. La personalidad es un don de Dios, una verdadera “perla de gran valor” (Mateo 13:46). Como líderes y maestros, nuestra influencia puede ser como un pequeño rayo de sol en comparación con el sol mismo. Aunque no podamos igualar la personalidad de Cristo, debemos esforzarnos en irradiar una luz que inspire y atraiga a aquellos a quienes guiamos y enseñamos.
Enseñar Amor por la Verdad
Por atractiva que sea la personalidad de un líder o maestro, su éxito radica en dirigir a los miembros hacia el amor por la verdad, no en dirigirlos hacia su propia personalidad. El ejemplo de Cristo es claro: él siempre se perdía a sí mismo en la voluntad de su Padre; de igual manera, nosotros debemos dejarnos guiar por la verdad que el Señor desea que enseñemos.
Cuando la gente acudía a Jesús en busca de verdad, él nunca los rechazaba. No solo entendía la verdad, sino que sabía cómo utilizar ejemplos de la vida cotidiana para ilustrarla. Al enseñar, recordemos que muchas veces no es lo que decimos, sino lo que somos, lo que deja una impresión duradera.
Características del Líder Exitoso
Permítanme mencionar cinco características esenciales de un líder o maestro exitoso en la Iglesia:
- Fe en el Evangelio de Jesucristo y deseo sincero de servir: Esta disposición permite la guía del Espíritu Santo.
- Amor genuino por los miembros: Como lo expresó el Profeta José Smith, debemos amar con “amor no fingido” (D. y C. 121:41). Actuar con justicia e imparcialidad inspirará a los miembros a respetarnos y a honrar nuestras enseñanzas.
- Preparación completa: Un líder eficaz conoce sus responsabilidades, sus miembros y sus deberes. Un maestro, igualmente, conoce a sus estudiantes y su lección.
- Alegría natural: Esta alegría brota de un alma optimista y refleja una disposición genuina hacia el bien.
- Capacidad para actuar noblemente: Como dice el dicho:
“Si quieres ser un maestro o líder
observa tus actos y tu andar;
Si quieres ser un maestro o líder,
ten cuidado con lo que vas a hablar.”
Irradiar la Luz
Para irradiar la luz del evangelio, primero debemos llevar esa luz dentro de nosotros. En Doctrina y Convenios, el Señor dice: “Si no guardáis mis mandamientos, el amor del Padre no permanecerá con vosotros; por lo tanto, andaréis en tinieblas” (D. y C. 95:12). Esta exhortación del Salvador es tan relevante hoy como cuando fue expresada por primera vez. Al rechazar “andar en la luz” (Juan 8:12), los hombres y las naciones tropiezan en la oscuridad y no saben adónde van (Juan 11:10; Juan 12:35). La humanidad, impulsada principalmente por intereses egoístas a lo largo de los siglos, sigue peligrosamente cerca de la jungla de las pasiones primitivas, como reflejan las condiciones mundiales actuales.
Recordando a Dios
Abraham Lincoln, en su tiempo, declaró: “Hemos sido los receptores de las más selectas bendiciones del Cielo… pero hemos olvidado a Dios… En el engaño de nuestros corazones, hemos creído vanamente que todas estas bendiciones fueron fruto de nuestra propia sabiduría y virtud. Intoxicados por el éxito ininterrumpido, nos hemos vuelto demasiado autosuficientes para sentir la necesidad de la gracia preservadora de Dios; demasiado orgullosos para orar al Dios que nos hizo. Debemos, entonces, humillarnos, confesar nuestros pecados nacionales y pedir clemencia y perdón”. Y agregó: “Confío en que el Todopoderoso… nos ayudará a superar esta crisis, como lo ha hecho en todas nuestras dificultades pasadas”. Sabemos cómo Dios guió a Abraham Lincoln.
Jesucristo, nuestra Cabeza
Puedo dar testimonio de que la mano del Señor ha guiado a sus siervos en muchas ocasiones. Sé que Dios es real; lo sé tan bien como sé que estamos reunidos aquí hoy. Cuando estamos en sintonía con Él, podemos escuchar esa “voz apacible y delicada” (1 Reyes 19:12) que nos advierte y nos dirige de manera clara. Él es nuestro Padre Celestial, tan real como mis padres terrenales, a quienes espero encontrar al otro lado de esta vida.
Jesucristo, el Hijo de Dios, es la cabeza de esta Iglesia. Yo no soy la cabeza de esta Iglesia; ¡Jesucristo lo es! José Smith lo sabía; todos los presidentes de la Iglesia lo han declarado. Esta es la Iglesia de Cristo, y nosotros somos sus representantes. Nuestro deber es mantenernos en contacto con Él y saber cuáles son sus deseos. Como miembros, todos tenemos derecho a la inspiración del Espíritu Santo si nos mantenemos en sintonía con Cristo y sus enseñanzas. Él nos ama, pero no tolera el pecado. Si mantenemos nuestros corazones puros, somos dignos de su guía y compañía. Que Dios nos ayude a vivir de modo que podamos escuchar los susurros de su Espíritu y regresar un día a su presencia.
Perder la Vida en Servicio
El hombre no vive solo para sí mismo; debe superar sus deseos egoístas y dedicarse al servicio de los demás. Jesús enseñó: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:39). Esta declaración, paradójica pero cierta, se refleja en miles de personas en la Iglesia que están dispuestas a dar sus vidas en el servicio del reino de Dios.
Oración por la Ayuda de Dios
Oro para que Dios nos dé fuerzas para cumplir con nuestra misión aquí en la vida, y que nuestras acciones y palabras conduzcan a otros hacia la verdad. Que podamos mostrar que el evangelio ha sido establecido en esta dispensación para traer felicidad, gozo y salvación en esta vida y en la venidera.
Que Dios proteja a nuestros jóvenes de las influencias negativas y los inspire a defender la luz de Cristo. Que lleguen a entender que, si están dispuestos a “perder sus vidas” por la causa de Cristo, realmente las hallarán.
Defensa de lo Correcto
Seamos valientes en la defensa de lo correcto. No tengamos miedo de hablar en favor de lo bueno. Seamos veraces, defendamos a los débiles, brindemos ayuda a los enfermos y afligidos, y honremos el sacerdocio en nuestros hogares. El evangelio es el espíritu de bondad. En nuestros hogares, actuemos con cortesía y respeto, agradeciendo y siendo amables. Estas pequeñas acciones, como decir “por favor” y “gracias”, contribuyen en gran medida a la paz y felicidad familiar.
Ruego a Dios que santifique para nuestro bien las bendiciones y testimonios de esta gran conferencia. En esta despedida, dejo con ustedes mis bendiciones, como Dios me ha dado el poder y la autoridad para hacerlo, en el nombre de Jesucristo. Amén.

























