La Fe Precede al Milagro

La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball

Capítulo veinticinco

La observancia del Día de Reposo
Honrad el Día de Reposo


Moisés descendió del retumbante y humeante Monte Sinaí trayendo consigo para los errantes hijos de Israel los Diez Mandamientos, que eran las reglas fundamentales de conducta. Estos mandamientos no eran nuevos, sin embargo; se le habían dado a conocer a Adán y su posteridad para observarlos desde el principio, por lo que el Señor meramente se los reiteró a Moisés. Los mandamientos datan desde antes de la vida terrenal y fueron parte de la prueba dada a los mortales en el concilio celestial.

El primero de los Diez Mandamientos requiere que los hombres adoren al Señor; el cuarto designa un día de reposo especial para tal adoración:

No tendrás dioses ajenos delante de mí.
Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
Seis días trabajarás, y harás toda tu obra;
mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas.
Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó. (Éxodo 20:3, 8-11.)

Para muchos, quebrantar el día de reposo es un asunto de poca importancia, pero para nuestro Padre Celestial significa la desobediencia a uno de los mandamientos principales. Es la evidencia del fracaso del hombre en pasar la prueba individual que se fijó para cada uno de nosotros antes de la creación de este mundo, “para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”. (Abraham 3:25.)

Mientras asistía a una conferencia de estaca celebrada en el otoño en una comunidad predominantemente de Santos de los Últimos Días, me hospedé en un hotel. El domingo, muy de madrugada, me despertó un escandaloso ruido que, según descubrí, provenía de varios hombres vestidos como para ir de cacería y equipados con sus rifles que se dirigían hacia las montañas y desfiladeros para cazar venados. Al concluir el día de conferencia y encontrarnos al atardecer en nuestro camino de regreso al hotel, pasamos muchísimos autos que volvían de la cacería con un venado sobre el guardafangos o en la parte superior de los mismos.

Otro día de reposo pasaba yo por una zona de cultivos agrícolas, cuando divisé un buen número de segadoras mecánicas y enfardadoras en funcionamiento, al igual que hombres sudorosos en el campo ocupados en recoger la cosecha del heno. La mayoría de aquellos hombres debieron ser miembros de la Iglesia.

Igualmente, en otro día de reposo, noté largas filas de personas de pie en espera de su turno para entrar a ver las películas cinematográficas [que estaban en exhibición.] Otros, obviamente se dirigían a la playa o a una cañada con sus canastas de día de campo y su equipo de atletismo.

El mandamiento solemne traído desde el estruendoso Monte Sinaí fue: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo”. Este mandamiento nunca ha sido rescindido o modificado. Al contrario, ha sido reiterado en tiempos modernos:
pero recuerda que en éste, el día del Señor, ofrecerás tus ofrendas y tus sacramentos al Altísimo, confesando tus pecados a tus hermanos, y ante el Señor.
Y en este día no harás ninguna otra cosa sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón, a fin de que tus ayunos sean perfectos, o en otras palabras, que tu gozo sea cabal. (DyC 59:12-13.)

No se santifica el día del Señor yendo de caza o de pesca.

Tampoco se santifica este día sagrado sembrando, cultivando o recogiendo cosechas, yendo a las montañas a pasar el día ni asistiendo a juegos deportivos, rodeos, competencias, espectáculos u otras diversiones.

Por extraño que parezca, hay algunos Santos de los Últimos Días que, siendo fieles en muchos otros aspectos, justifican algunas veces su ausencia a las reuniones dominicales por razones de recreación, creyendo que si dejan pasar ese día ya no podrán pescar los mejores peces o que sus vacaciones no serán lo suficientemente largas si no se ponen en camino desde el domingo, o que se perderán cierta película que les interesa si no la van a ver ese día. Y en su violación del día del Señor, estos miembros se llevan también a sus familias.

El Salvador dijo: De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos. . . . (Mateo 5:19.)

No hay nada que criticar en cuanto a las diversiones sanas —deportes, días de campo, juegos, películas; todas ellas tienen el potencial de hacer más interesante la vida; y la Iglesia misma, como organización, patrocina entusiastamente tales activi­dades; mas hay un tiempo y lugar apropiados para todas las cosas de valor: tiempo para trabajar, tiempo para jugar y tiempo para adorar a Dios.

La observancia del día del Señor se considera algunas veces como un asunto de sacrificio o de privación, pero no es así. Es simplemente un asunto de buscar la hora y el tiempo apropiados. Hay tiempo suficiente, particularmente en esta era de la historia del mundo, durante los otros seis días de la semana para trabajar y jugar. Se puede muy bien organizar y promover actividades recreativas durante los días de la semana, a fin de evitar usar para ello el día del Señor.

Cierto consejo de muchachos exploradores (boy scouts) estaba acostumbrado a programar sus campamentos de verano de domingo a domingo, con lo cual se estaba privando a varios jóvenes Santos de los Últimos Días de sus actividades religiosas por dos domingos consecutivos. A raíz de una amistosa sugerencia presentada a las autoridades del consejo, se produjo un cambio que consistió en salir al campamento un día viernes y regresar al siguiente. El domingo que quedó de por medio fue programado de modo que los muchachos pudieran observarlo religiosamente.

Un grupo de seminario planificó una actividad de servicio en las montañas para un domingo. Creyeron que, en vista de que habían programado una reunión de testimonios como parte de las actividades del día, era justificable realizar tal excursión. Por supuesto que tuvieron su reunión y disfrutaron juntos de una hora espiritual; pero después de concluida, el resto del día lo ocuparon en merendar, hacer juegos, caminatas y en escalar la montaña, olvidándose por completo del día de reposo. La única hora que dedicaron a la adoración religiosa no hizo de ese domingo un día santo.

El propósito del mandamiento no es el de privar al hombre de sus gustos en manera alguna. Cada mandamiento que Dios ha dado a sus siervos es para el beneficio de los que lo acepten y lo observen. Es el hombre mismo el que se beneficia con la obediencia estricta y cuidadosa; es él mismo quien sufre al quebrantar las leyes de Dios.

El mandamiento tiene su lado negativo que dice que en el día del Señor ‘ ‘no hagas en él obra alguna», pero también tiene su aspecto positivo. En ese día “… irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos. . . y tus devociones al Altísimo. . . con corazones y semblantes alegres. …” (DyC 59:9-10, 15)

El día del Señor no es un día de indolente ocio por la casa o de pasar el tiempo haciendo insignificancias en el jardín, sino más bien es un día de asistir con constancia a las reuniones de adoración al Señor y de beber de la fuente de conocimiento e instrucción, de gozar al lado de la familia y encontrar edificación en la música y el canto.

Es un día para leer las Escrituras, visitar a los enfermos, a familiares y amigos, realizar la orientación familiar, trabajar en los registros genealógicos, tomar una corta siesta, escribir cartas a misioneros, a los que están en el servicio militar o a los parientes. También es un día para preparar lecciones de la Iglesia para la semana siguiente, jugar con los niños pequeños, ayunar con una intención específica, escribir poesía inspiradora y hacer una gran variedad de actividades constructivas.

Un hombre a quien conozco, erradamente objetaba que él podía sacar más provecho leyendo un buen libro el día domingo que asistiendo a los servicios de adoración, agregando que los discursos raramente se ajustaban a su nivel intelectual. No vamos a las reuniones del día de reposo para que se nos entretenga o simplemente para ser instruidos; asistimos a ellas para adorar al Señor. Es una responsabilidad individual y a pesar de lo que se diga desde el pulpito, si nuestros deseos son los de adorar a Dios en espíritu y en verdad, lo podemos hacer asistiendo a las reuniones, tomando la Santa Cena y estudiando todo lo bello del evangelio.

Si al final del servicio sentimos que fue un fracaso, somos nosotros los que hemos fracasado. Nadie más puede adorar por nosotros, sino que a nosotros nos corresponde ofrecer nuestra adoración al Señor.

Con respecto a este mandamiento, además de los otros, sigamos el ejemplo del profeta Josué:

Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad. . . . escogeos hoy a quién sirváis. . . . pero yo y mi casa serviremos a Jehová. (Josué 24:14-15.)

Luego podemos esperar recibir las bendiciones prometidas a los hijos de Israel:
Guardad mis días de reposo, y tened en reverencia mi santuario. Yo Jehová.
Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra,
yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto.

Vuestra trilla alcanzará a la vendimia, y la vendimia alcanzará a la sementera, y comeréis vuestro pan hasta saciaros, y habitaréis seguros en vuestra tierra.
Y yo daré paz en la tierra, y dormiréis, y no habrá quien os espante. . . . (Levítico 26:2-6.)