
La Gran Apostasía
por James E. Talmage
Capítulo 4
Las Causas de la Apostasía
- Hemos de considerar ahora algunas de las causas principales que contribuyeron a la apostasía de (desde) la iglesia primitiva y que luego condujo a la apostasía de la iglesia como una institución terrenal; y hemos de estudiar la manera en que esas causas han operado.
- En las escrituras anteriormente citadas como prueba del temprano conocimiento de la apostasía, se indican muchas de las causas contribuyentes, tales como el surgimiento de maestros falsos, el desarrollo de las doctrinas heréticas, y el aumento del poder de Satanás en general. Estas se pueden clasificar como las causas internas, originándose dentro de la Iglesia misma. En contraste con éstas hubo otras condiciones que operaban contra la Iglesia desde afuera; y éstas pueden clasificarse como las causas externas. Por conveniencia consideraremos el tema en el siguiente orden de tratamiento: (1) Las causas externas; (2) Las causas internas.
LAS CAUSAS EXTERNAS DE LA GRAN APOSTASIA
- Las condiciones externas que operaban contra la Iglesia, las que tendían a restringir su desarrollo y contribuían a su decadencia se pueden designar por el término general, PERSECUCION. Es un asunto de la historia, incontestable e indiscutible, que desde el tiempo de su principio hasta el de su cesación verdadera, la Iglesia establecida por Jesucristo fue el objeto de amarga persecución y víctima de violencia. La pregunta en cuanto a si la persecución se debe considerar un elemento que tendía a producir la apostasía es digna de la consideración actual. La oposición no siempre es destructora; al contrario, puede contribuir al progreso. La persecución puede impeler hacia mayor celo y así comprobarse un factor potente del adelantamiento. Un proverbio aún a su favor declara que «la sangre de los mártires es el germen de la Iglesia». Pero los proverbios y los adagios, los aforismos y las parábolas, aunque verdaderos, no siempre son aplicables a las condiciones especiales.
- Indudablemente la persecución persistente a la cual la primera Iglesia fue sujeta, causó que muchos de sus adherentes renunciaran a la fe que ellos habían profesado y que volvieran a sus lealtades anteriores, ora judaicas o paganas. El número de miembros de la Iglesia así se disminuyó; pero tales casos de apostasía de la Iglesia pueden considerarse abandonos individuales y comparativamente de poca importancia en su efecto sobre la Iglesia como conjunto. Los peligros que espantaron a algunos despertarían la determinación de otros; las filas desiertas por los alfeñiques desaficionados se llenarían por los conversos celosos. Repítase que la apostasía de la Iglesia es insignificante cuando se compara con la apostasía de la Iglesia como institución. La persecución como causa de la apostasía ha operado indirectamente, pero efectivamente sobre la Iglesia de Cristo.[17] [18]
- Hemos considerado brevemente el testimonio de los primeros historiadores de la iglesia mostrando que el cisma, la contención y la perversión de la doctrina invadieron la Iglesia inmediatamente después del paso de los apóstoles; hemos visto cómo lobos rapaces habían esperado la partida de los pastores para que pudieran mejor inquietar al rebaño. No se puede negar que las tempranas persecuciones fueron dirigidas más particularmente contra los líderes del pueblo; las saetas más cortantes apuntaron contra los oficiales de la Iglesia. En la batalla feroz entre la Cristiandad y sus enemigos aliados – el judaísmo y el paganismo – los hombres fuertes que representaron a Cristo fueron los primeros en caer. Y con su caída, los traidores dentro de la Iglesia, los impíos y los rebeldes, aquellos que habían entrado encubiertamente y cuyo propósito siniestro era el de pervertir el evangelio de Cristo, fueron relevados de restricción, y se hallaron libres de propagar sus herejías y de socavar los fundamentos desde afuera. La persecución operando desde afuera, y por lo tanto esencialmente una causa externa, sirvió para poner en movimiento la maquinaria de la fractura dentro de la Iglesia, y por ende debe tratarse como un elemento efectivo que contribuía a la gran apostasía.
- Un propósito ulterior en introducir aquí un sumario breve de las persecuciones de las cuales la primera Iglesia era la víctima, es el de suministrar una base de comparación dispuesta entre tales y las persecuciones emprendidas por la Iglesia apóstata misma en siglos posteriores. Hallaremos que los padecimientos de la Iglesia en los días de su integridad, son superados por las crueles imposiciones perpetradas en el nombre de Cristo. Además, un estudio de las primeras persecuciones nos habilitará a contrastar las condiciones de la oposición y la pobreza con las de comodidad e influencia en efectuar la integridad de la Iglesia y la devoción de sus adherentes.
7. La persecución a la cual estaba sujeta la Iglesia primitiva era doble; esto es, judaica y pagana. Se debe recordar que los Judíos se distinguían de todas las demás naciones de la antigüedad por su creencia en un Dios viviente. El resto del mundo, antes de y al tiempo de Cristo, era idólatra y pagano, creyendo profesadamente en una hueste de deidades, sin reconocimiento alguno de un Ser Supremo como un personaje viviente. Los Judíos eran amargos en su oposición a la Cristiandad, la cual ellos estimaban una religión rival a la suya; y además ellos reconocieron que si la Cristiandad, jamás llegó a ser aceptada como la verdad, su nación estaría condenada por haber muerto al Mesías.
LA PERSECUSION JUDAICA [19]
- La oposición a la Cristiandad por parte de aquellos quienes pertenecían a la casa de Israel era más bien Judaica que Judía: Sus apóstoles eran Judíos y los discípulos quienes constituían el cuerpo de la Iglesia a su establecimiento y a través de los primeros años de su existencia eran, la mayor parte, Judíos. Las instrucciones de nuestro Señor a los doce escogidos en su primera gira misional restringían su ministerio a la casa de Israel; (Véase Mateo 10:5, 6) y cuando la hora era propicia para extender los privilegios del evangelio a los gentiles, una manifestación milagrosa fue necesaria para convencer a los apóstoles que tal extensión era debida. (Véase Hechos 10 y 11) La Iglesia al principio era exclusivamente, y por un largo tiempo, preeminentemente Judía en cantidad de miembros. El Judaísmo, el sistema religioso hablado en la ley de Moisés, era el gran enemigo de la Cristiandad. Cuando por ende leemos que los Judíos se oponían a la Iglesia, entendemos que quiere decir los Judíos Judaicos – los defensores del Judaísmo como sistema, los sostenedores de la ley y los enemigos del evangelio. Con esta explicación de la distinción entre los Judíos como pueblo y Judaísmo como sistema, podremos emplear los términos «los Judíos» y «Judío» (adjetivo), según el uso común, manteniendo presente, sin embargo, el verdadero significado de los términos.
- La oposición Judaica a la Iglesia se produjo: Mientras Jesús ministraba en la carne Él amonestó específicamente y repetidamente a los apóstoles de la persecución con que ellos tendrían que encontrarse. Al contestar ciertas preguntas Cristo le dijo a Pedro y a otros: «Pero mirad por vosotros mismos; porque os entregarán a los concilios, y en las sinagogas os azotarán; y delante de gobernadores y de reyes os llevarán por causa de mí, para testimonio a ellos.” (Marcos 13:9; compárese con Mateo 10:16-18; 24:9-13;Lucas 21:12)
- Poco antes de su traición el Señor repitió la amonestación con solemne expresión, citando las persecuciones a las cuales Él había estado sujeto, y declarando que sus discípulos no podrían escapar: «Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo Suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán.” (Juan 15:18-20)
- El extremo de la depravación a la cual los perseguidores fanáticos se hundirían se presenta en estas palabras adicionales del Salvador: «Os expulsarán de las sinagogas; y aún viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde Servicio a Dios y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí» (Juan 16:2, 3; compárese con 9:22; 12:42)
- Estas predicciones tuvieron un cumplimiento rápido y literal. Desde el momento de la crucifixión, la maldad y odio Judíos se dirigieron contra todos los que profesaban una creencia en la divinidad de Jesucristo. En las primeras etapas de su ministerio varios de los apóstoles fueron encarcelados, (Hechos 5:18) y los líderes sacerdotales buscaban quitarles la vida. (Hechos 5:33) Esteban fue apedreado hasta la muerte por causa de su testimonio; (Véase Hechos 6:8-15; 7:54-60) y la persecución contra la Iglesia se hizo general. (Hechos 8:1; Hechos 12:1, 2) Jacobo, el hijo de Zebedeo, fue muerto por orden de Herodes, y Pedro se salvó de algo similar sólo por una intervención milagrosa. (Hechos 12:3-10) El registro bíblico nos informa tocante al destino último de excepto unos pocos de los apóstoles; y la historia secular es igualmente incompleta. Que Pedro se contaría con los mártires fue hecho sabido por el Señor resucitado. (Véase Juan 21:18, 19) Pablo presenta el hecho de que los apóstoles vivían en la sombra misma de la muerte (1 Corintios 4:9) y que la persecución fue su herencia. (1 Corintios 4:11-13; véase también 2 Corintios 4:8, 9; 6:4, 5)
- Los Judíos no solamente emprendían inexorable persecución contra los de su género quienes profesaban a Cristo, sino que solicitaban concitar oposición por parte de los Romanos, y para llevar a cabo este fin acusaban que los Cristianos estaban tramando traición contra el Gobierno romano. Aun durante el ministerio personal de los primeros apóstoles, la persecución de los santos se había multiplicado desde Jerusalén, a través de Palestina y hasta las provincias adyacentes. En esta obra malvada los Judíos buscaban incitar a su propia gente que vivía en las partes alrededores, y también solicitaban levantar la oposición de los oficiales y gobernantes de los dominios Romanos. Como evidencia de esta fase de la persecución, parcialmente Judía y parcialmente pagana, incitada por los judíos y en que participaron otros, la siguiente citación de Mosheim puede bastar:
- «Los Judíos quienes vivían afuera de Palestina, en las provincias romanas, no cedían a los de Jerusalén en el punto de la crueldad para con los discípulos inocentes de Cristo. Aprendemos de la historia de los Hechos de los Apóstoles, y de otros registros de autoridad incuestionable, que ellos no se escatimaban de labor alguna, sino asían celosamente toda ocasión para animar a los magistrados contra los Cristianos, y para enfocarse en la multitud para demandar su destrucción. El principal sacerdote de la nación y los Judíos que moraban en Palestina fueron instrumentos en incitar la rabia de estos Judíos extranjeros contra la Iglesia infante, al enviar mensajeros para exhortarles, no sólo a evitar todo trato con los Cristianos, sino también en perseguirles en la manera más vehemente. Para esta orden inhumana ellos se esforzaban por averiguar los pretextos más plausibles, y por ende, ellos publicaban, que los Cristianos eran enemigos al imperio Romano, desde que reconocieron la autoridad de una cierta persona cuyo nombre era Jesús, a quien Pilato había castigado capitalmente como malhechor por una sentencia más justa, y sobre quien, no obstante, ellos confirieron la dignidad real.» (Mosheim, op cit. SIGLO I parte 1 5: 2)
- En la última parte del primer siglo, la escena de la persecución Judaica de la Iglesia se había mudado de Jerusalén a las provincias de alrededor; y la causa de esto fue el éxodo general de los Cristianos de la ciudad cuya destrucción había sido decretada.[20] Las predicciones de nuestro Señor tocantes al destino de Jerusalén y Sus amonestaciones al pueblo (Véase Lucas 21:5-9, 20–24) generalmente se les había prestado atención. Eusebio (Eusebio, op cit, capítulo 5) nos informa que el cuerpo de la Iglesia se había mudado de Jerusalén a las provincias más allá del Jordán, y así escaparon largamente las calamidades de los Judíos que quedaron.
NOTAS
[17] LA PERSECUCIÓN EN DIFERENTES DISPENSACIONES. Se podría argüir que, juzgando la historia de la Iglesia restablecida en la dispensación actual, la persecución podría tender a fortalecer en vez de debilitar a la Iglesia, y que por lo tanto la oposición violenta en tiempos anteriores no puede considerarse una causa verdadera dirigiéndose hacia la separación final. En respuesta se podrá decir que la actual es la dispensación del cumplimiento de los tiempos, – un período en cual la Iglesia triunfará, y durante la cual los poderes de la maldad están limitados y restringidos en su oposición; mientras que la era de la apostasía era una de victoria temporaria para Satanás. Nuestra creencia en el triunfo eventual del bien sobre el mal no deberá cegarnos del hecho de que frecuentemente al mal se le permite un éxito cortamente vivido, y una victoria aparente. La permanencia de la Iglesia de los Ultimas Días no ha sido menos seguramente predicha como la fue la duración temporal de la Iglesia primitiva. A Satanás se le dio el poder de vencer a los santos en los días anteriores, y las persecuciones que él emprendía contra ellos y contra los oficiales de la Iglesia contribuyeron a su éxito pasajero. Se ha decretado que él no tendrá poder para destruir la Iglesia en la última dispensación y su persecución de los santos hoy será fútil como medio de llevar a cabo una apostasía general en estos últimos tiempos.
[18] UNA PERSECUCIÓN COMO UNA CAUSA POSIBLE DE LA APOSTASÍA. “No es un asunto de sorpresa que yo clasifique aquellas persecuciones de entre los medios por los cuales fue destruida la Iglesia. La fuerza de la rabia pagana se lanzaba a los líderes y a los hombres fuertes del cuerpo religioso; y siendo continuada rencorosamente cruel, aquellos que fueron más firmes en su adherencia a la Iglesia, invariablemente llegaron a ser sus víctimas. Estos siendo derribados, no quedaba nadie más que los débiles para contender por la fe, e hizo posibles a aquellas persecuciones subsecuentes en la religión de Jesús que demandaba un sentimiento público pagano, los cuales combinaron tan completamente tanto el espíritu como la forma de la religión Cristiana como para enteramente subvertirla. Permítaseme pedir además que no se sorprenda nadie que a la violencia se le permite operar en tal caso. La idea que lo correcto es siempre victorioso en este mundo, que la verdad es siempre triunfante y la inocencia siempre protegida divinamente, son antiguas, aficionadas fábulas con las cuales hombres de buena intención han entretenido a multitudes crédulas; pero los hechos rígidos de la historia y de experiencia real en la vida corrigen la ilusión agradable. No me entendáis mal. Yo creoen victoria última de lo bueno, el triunfo último de la verdad, la inmunidad final de la inocencia de la violencia. Estas – la inocencia, la verdad y lo bueno al final serán más que conquistadores; ellos serán exitosos en la guerra, pero eso no les prohíbe que pierdan unas batallas. Se debe recordar siempre que Dios le ha dado al hombre su albedrío; esta verdad implica que un hombre es tanto libre de actuar inicuamente como de hacer lo justo. Caín era tan libre de asesinar a hermano como aquel hermano lo era de adorar a Dios; y entonces los paganos y los Judíos eran tan libres de perseguir y asesinar a los Cristianos como los Cristianos lo eran de vivir virtuosamente y de adorar a Cristo como Dios. El albedrío del hombre no tendría el valor de su nombre si no concediera la libertad a los malvados de llenar la copa de su iniquidad, al igual que la libertad a los virtuosos de redondear la medida de su justicia. Tal libertad o albedrío perfecto que Dios le ha dado al hombre es solamente tan mínimamente modificado como para no frustrar su propósitos generales.» (B.H. Roberts, «A New Witness for God, » pag.47, 48)
[19] LAS PRIMERAS PERSECUCIONES POR LOS JUDIOS.»La inocencia y la virtud que distinguían tan eminentemente la vida de los siervos de Cristo, y la pureza de los apóstoles de la doctrina que enseñaron, no fueron suficientes para defenderles contra la virulencia y la malignidad de los Judíos. Los sacerdotes y gobernadores de aquel pueblo abandonado no sólo acusaban a los apóstoles de Jesús y a sus discípulos con injurias y reproches, sino también ellos, condenaban a la muerte a tantos como podían y ejecutaban sus decretos en una manera más irregular y bárbara. El asesinato de Esteban, de Jacobo, el hijo de Zebedeo, y de Jacobo llamado el Justo, el obispo de Jerusalén, proporcionaba terribles ejemplos de la veracidad de lo que aquí presentamos. Esta odiosa malignidad de los doctores Judíos contra los heraldos del evangelio, indudablemente se debía a una aprensión secreta que el progreso de la Cristiandad destruiría el crédito de Jerusalén, y efectuaría la ruina de sus pomposas ceremonias. «En una nota al pie del antecedente, anotemos, las siguientes referencias: El martirio de Esteban se registra en HECHOS 7: 55, el de Jacobo, hijo de Zebedeo, HECHOS 12: 1, 2, y el de Jacobo el Justo, obispo de Jerusalén, se menciona por Josefo en sus JEWIES ANTIQUITIES (Las Antigüedades Judías), Libro XX, Cap.8, y por Eusebio en su ECCLESIASTICAL HISTORY, Libro 2, Cap.23.» Mosheim, op. cit., Siglo I, Parte I, 5: 1)
[20] LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN POR LOS ROMANOS «Un alboroto sedicioso entre los Judíos dio un ligero pretexto a sus amos romanos para imponerles un castigo, que dio como resultado la destrucción de Jerusalén en el año 71 de la era Cristiana. La ciudad cayó después de un estado de sitio de seis meses, ante los ejércitos romanos acaudillados por Tito, hijo del emperador Vespasiano. Josefo, [Flavio Josefo (37 – 95) Historiador judío (no cristiano) y contemporáneo de los apóstoles; mas no de Cristo. Deportado a Roma durante la revolución judía (70 dC) autor de la obra “Antigüedades Judaicas”] el famoso historiador por medio de quien hemos llegado a saber la mayoría de los detalles de la contienda, vivía en Galilea en esa época, y fue llevado a Roma entre los cautivos. Su historia nos refiere que más de un millón de judíos murieron a causa del hambre que resultó del estado de sitio. Muchos otros fueron vendidos como esclavos e incontables multitudes sufrieron un destierro forzado. La ciudad quedó enteramente destruida, y los Romanos, en busca de tesoro, araron el sito donde se había levantado el templo. Así fue como se cumplió al pie de la letra las palabras de Cristo: ‘No será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruida.’ (Mateo 24: 1, 2; véase también Lucas 19: 44) El Autor, «Artículos de Fe, » Cap.7, pag.359)























