
La Gran Apostasía
por James E. Talmage
Capítulo 5
Las Causas de La Apostasía
Las Causas Externas – Continuación
- Como ya se indicó, es conveniente estudiar las causas que se condujeron a la gran apostasía como de dos clases, externas e internas, o (1) las causas debidas a las condiciones que operaban contra la Iglesia desde afuera; (2) las causas que surgieron de la disensión y la herejía dentro de la Iglesia misma. Hemos sumado las causas externas bajo el término general de persecución; y hemos señalado una distinción entre la persecución Judía y la pagana emprendida contra la Iglesia. Habiendo tratado de la persecución que los primeros Cristianos sufrieron en manos de los Judíos o por la instigación Judía, hemos ahora de considerar la persecución acarreada sobre los creyentes en Cristo por las naciones paganas.
LA PERSECUCIÓN PAGANA
- El vocablo “pagano” como se usa aquí se puede tomar como sinónimo de “idólatra”, se debe entender como la que concierta a personas o pueblos quienes no creían en la existencia del Dios viviente, y cuyo culto esencialmente era idólatra. Los motivos que impelían a los Judíos no creyentes a oponerse al establecimiento y la extensión del Cristianismo desde luego se pueden comprender, en vista del hecho de que la religión que enseñó Cristo apareció como rival al Judaísmo, y que el desarrollo y extensión de la una significaba la declinación, más la extinción del otro. El motivo inmediato que conducía a la persecución amarga y que se extendía a lo lejos, la persecución de los Cristianos por los pueblos paganos, no es tan fácil de percibir, desde que no había un sistema uniforme de adoración Idólatra en una nación cualquiera, pero una diversidad vasta de deidades y cultos de idolatría, a uno de los cuales no se oponía la Cristiandad más que a todos. Todavía, encontramos a los adoradores de ídolos olvidándose de sus propias diferencias y uniéndose en oposición al evangelio de paz, – en persecución emprendida con ferocidad increíble y con crueldad indescriptible. [21]
- Desafortunadamente, los historiadores se difieren mucho en sus registros de la persecución de los Cristianos, de acuerdo con el punto de vista desde el cual escribía cada escritor. Por lo tanto, en una manera general, los autores Cristianos han dado relatos extremos de los padecimientos a los cuales la Iglesia y sus adherentes individualmente fueron sujetos; mientras los historiadores no Cristianos han solicitado disminuir y reducir la amplitud y la severidad de las crueldades practicadas contra los Cristianos. Hay hechos, sin embargo, los cuales no niega ni una parte ni la otra, y a los cuales ambas dan lugar en sus registros separados. Para hacer una interpretación justa de estos hechos, el derivar de estos hechos inferencias justas y verdaderas, debe ser el propósito nuestro.
- Entre los perseguidores paganos de la Iglesia, el imperio Romano es el agresor principal. Esto puede parecerse extraño en vista de la tolerancia general ejercida por Roma para con sus pueblos tributarios; en verdad, la causa real de la oposición a la Cristiandad ha dado surgimiento a muchas conjeturas. Es probable que el celo intolerable por parte de los Cristianos mismos tenía mucho que ver con su impopularidad entre las naciones idólatras. Este tema se suma conservadoramente por Mosheim de la siguiente manera:
- Una curiosidad muy natural nos llama a preguntar, ¿Cómo ocurrió que los Romanos, quienes no fueron molestosos a ninguna nación por causa de su religión, y quienes dejaron aun a los Judíos a que vivieran bajo su propia ley, y a que siguieran sus propios métodos de adoración, trataron sólo a los Cristianos con tanta severidad? Esta importante pregunta parece aún más difícil de resolver, cuando consideramos, que la excelente naturaleza de la relación Cristiana, y su admirable tendencia a promover tanto el bienestar público del estado, como también la felicidad privada del individuo, le dio derecho, en una manera singular, al favor y protección de las potestades reinantes. Una de las razones principales de la severidad con la cual los Romanos perseguían a los Cristianos, no obstante estas consideraciones, parece haber sido el aborrecimiento y desdén con los cuales esos (los Cristianos) estimaban la religión del imperio, la cual estaba tan íntimamente relacionada con la forma, y en verdad, con la esencia misma de su constitución política. Porque, aunque los Romanos dieron una tolerancia ilimitada a toda religión que no tenía nada de peligroso en sus dogmas a la república, todavía ellos no permitirían que aquella de sus antecesores, la cual fue establecida por las leyes del estado, fuese tornada en escarnio, ni que la gente se dejase llevar de su apego a ella. Estos, sin embargo eran las dos cosas con las cuales fueron acusados los Cristianos, y eso justamente, aunque a su honor. Ellos osaban ridiculizar las absurdidades de la superstición pagana, eran vehementes y asiduos en ganar prosélitos a la verdad. No sólo atacaban a la religión de Roma, sino también a todas las figuras y formas bajo las cuales se apareció la superstición en los varios países donde ejercían su ministerio. De esto los Romanos concluyeron, que la secta Cristiana no era solamente insoportable, osada y arrogante, sino, además, enemiga de la tranquilidad pública, y, de todas maneras, propia de excitar guerras civiles y conmociones en el imperio. Es, probablemente, sobre este relato que Tácito les reprocha con el carácter odioso de los aborrecedores del género humano, y llama la religión como una superstición destructiva; y porque Suetonio habla de los Cristianos y de su doctrina en términos de la misma naturaleza.
- “Otra circunstancia que irritó a los Romanos contra los Cristianos fue la simplicidad de su culto, lo cual no se asemejaba en nada a los ritos sagrados de cualquiera otra gente. Los Cristianos no tenían ni sacrificios, ni templos, ni oráculos, ni órdenes sacerdotales; y esto fue suficiente para atraer sobre sí sismos los reproches de una multitud ignorante, quien suponía que no podía haber religión sin ellos.” (Mosheim, op. Cit., Siglo I Parte 1, cap 5: 6, 7)
- La persecución de la Iglesia por la autoridad Romana podía decirse de haber comenzado durante el reinado de Nerón (Nerón: (54 – 68 d.C.) quinto emperador de Roma, hijo de Mesalina y su antecesor padre político Claudio. Último de los de la dinastía Julio Claudiana. Incendió Roma y martirizó a los Apóstoles Pedro y Pablo (según la tradición). Asesinó a su (padre) madre y maestro Séneca (Anno Lucio) (64 D. C.) y de haber continuado hasta el fin del reinado de Diocletiano (305 D. C.) Dentro de esta expansión de tiempo hubo muchos períodos de severidad disminuida, sino de tranquilidad comparativa; no obstante, la Iglesia fue el objeto de la opresión pagana por alrededor de dos siglos y medio. Se han hecho intentos por los escritores Cristianos de segregar las persecuciones en diez arremetidas distintas y separadas, y algunos profesan encontrar una relación mística entre las diez persecuciones así clasificadas, y las diez plagas de Egipto, como también una analogía con los diez cuernos mencionados por Juan el Revelador. (Véase Apocalipsis 17: 14) Como asunto de hecho atestiguado por la historia, el número de las persecuciones de severidad extraordinaria era menos de diez; mientras el total de todas, incluso los asaltos locales y prohibidos, sería mucho mayor. [22]
- LA PERSECUCIÓN BAJO NERÓN. La primera persecución extendida y notable de los cristianos bajo el edicto oficial del emperador Romano era la que se instigó por Nerón en el año 64 D. C. Como lo saben los estudiantes de la historia, se le recuerda, mayormente a este monarca, por sus crímenes. Durante la última parte de su reinado infame, una sección grande de la ciudad de Roma fue destruida por fuego. Se le sospechaba a él, de ser responsable por el desastre, y, temiendo el resentimiento de la gente furiosa, él buscó implicar a los Cristianos impopulares y muy malignos como los incendiarios, y mediante la tortura trató de forzar una confesión de ellos. Tocante a lo que siguió a la acusación sucia, considere las palabras de un escritor no Cristiano, Tácito, cuya integridad como historiador es estimada.
- “Con esta vista, él (Nerón) infringía las torturas más exquisitas sobre aquellos hombres quienes, bajo el apelativo de Cristianos, ya se les marcaba con infamia merecida. Ellos derivaban su nombre y origen de Cristo, quien, durante el reinado de Tiberio había padecido la muerte por la sentencia del procurador Poncio Pilato. Por un tiempo esta superstición horrorosa fue contrarrestada; pero nuevamente estalló; y no sólo se esparció sobre Judea, el primer asiento de la secta maliciosa, pero aún se introdujo en Roma, el asilo común, lo cual recibe y protege todo lo que es impuro, todo lo que es atroz. Las confesiones de aquellos que fueron prendidos descubrían a muchos de sus cómplices, y todos ellos fueron condenados, no tanto por el crimen de encender la ciudad, sino por su odio del género humano. Ellos murieron en tormento, y sus tormentos se amargaron por insultos e irrisión. A algunos se les clavaron en cruces; a otros se les envolvía y cosía en cueros de bestias salvajes y fueron expuestos a la furia de los perros; a otros, untados con materiales combustibles, se les usaba como antorchas para iluminar la obscuridad de la noche. Los jardines de Nerón fueron destinados por el espectáculo lúgubre, lo cual fue acompañado, por una carrera de caballos, y honrado con la presencia del emperador, quien se mezclaba con el populacho en la vestimenta y actitud de un cochero. La culpabilidad de los Cristianos en verdad merecía los castigos mas ejemplares, pero el aborrecimiento público se cambió en conmiseración desde la opinión de que aquellos desgraciados infelices fueron sacrificados, no tanto para el bienestar público como para la crueldad de un tirano celoso.” (Tácito, “Annals”, Libro 5, cap 44) [23]
- Hay un poco de desacuerdo entre los historiadores tocante a si la persecución Neroniana ha de ser estimada como una imposición local, prácticamente confinada a la ciudad de Roma, o como general a través de la Iglesia.
- Esta, la primera persecución por edicto Romano, prácticamente terminó con la muerte del tirano Nerón en el año 68 D. C. Según la tradición traspasada de los primeros escritores Cristianos, los apóstoles Pablo y Pedro padecieron el martirio en Roma, el primero por degollamiento y el último por crucifixión, durante esta persecución y se declara además que la esposa de Pedro fue muerta poco antes de su esposo; pero la tradición ni es confirmada ni desaprobada por registro auténtico.
- LA PERSECUCIÓN BAJO (Domiciano (81 – 96 d.C.) octavo emperador de Roma. Hijo de Vespasiano y sucesor de su hermano Tito. Último de la dinastía de los “Flavios” persiguió a los Cristianos y desterró a la isla de Patmos al Apóstol Juan (“El Amado”) se hizo llamar “Dominus el Deus” (Señor y Dios)) DOMICIANO. La segunda persecución oficialmente designada bajo autoridad Romana comenzó en el año 93 o 94 D. C. durante el reinado de Domiciano. Tanto Cristianos como Judíos se hallaban bajo el disgusto de este príncipe, porque ellos rehusaban reverenciar las estatuas que él había erigido como objetos de adoración. Una causa adicional por su animosidad especial contra los Cristianos, como se afirma por los primeros escritores, es la siguiente: el emperador fue persuadido de que estaba en peligro de perder su trono, en vista de una predicción reputada de que de la familia a la cual pertenecía Jesús se levantaría uno que debilitaría y podría derrocar el poder de Roma. Con esta como su excusa ostensible, este gobernador malvado emprendió terrible destrucción contra un pueblo inocente. Alegremente, la persecución así empezada era de una duración de sólo unos pocos años. Mosheim y otros afirman que el fin da la persecución fue causado por la muerte intempestiva del emperador; aunque Eusebio, quien escribió en el cuarto siglo, cita a un escritor anterior al declarar que Domiciano hizo que los descendientes vivientes fuesen traídos delante de él, y que después de interrogarles, él se convenció de que él no estaba en ningún peligro de ellos; y por consiguiente, les despidió con contumacia y mandó que cesara la persecución. Se cree que mientras el edicto de Domiciano estaba en vigencia el Apóstol Juan sufrió el destierro a la isla de Patmos.
- LA PERSECUCIÓN BAJO TRAJANO. Lo que se conoce en la historia eclesiástica como la tercera persecución de la Iglesia Cristiana tuvo lugar durante el reinado de Trajano, quien ocupó el trono imperial del año 98 hasta el año 117 D. C. A él se le estimaba, y se le estima como uno de los mejores emperadores Romanos, pero él sancionó persecución violenta de los Cristianos debido a su “obstinación inflexible” en rehusar sacrificar a los dioses Romanos. La historia nos ha preservado una carta muy importante pidiendo instrucciones del emperador, por el menor Plini, quien era el gobernador de Ponto, y la respuesta del emperador a ésta. Esta corta correspondencia es instructiva al mostrar la amplitud a la cual la Cristiandad había llegado en ese tiempo, y la forma en la cual se trataba a los creyentes por los oficiales del estado.
- Plini inquirió del emperador tocante al sistema a seguir en tratar a los Cristianos dentro de su jurisdicción. ¿Habían de ser tratados los jóvenes y ancianos, tiernos y robustos, igualmente, o debía ser graduado el castigo? ¿Se debía dar oportunidad a los acusados de retractarse, o había de ser considerado el hecho de que ellos una vez habían profesado la Cristiandad, una ofensa imperdonable? ¿Habían de ser castigados los que fueron declarados culpables como Cristianos sólo por su religión, o solamente por ofensas específicas que resultaron de ser miembros de la Iglesia Cristiana? Después de proponer tales preguntas el gobernador procedió a informarle al emperador lo que él había hecho en la ausencia de instrucciones definidas. En respuesta el emperador mandó que los Cristianos no habían de ser cazados ni buscados por venganza, pero si acusados y traídos delante del asiento judicial, y si entonces rehusaron renunciar su fe, ellos habían de ser muertos.[24]
- LA PERSECUCIÓN BAJO MARCO AURELIO. Marco Aurelio reinó desde el año 151 hasta el año 180 D. C. A él se le notaba como uno quien buscaba lo mejor para su pueblo; mas, bajo su gobierno los Cristianos sufrieron crueldades adicionales. La persecución era más severa en Galia (ahora Francia). Entre aquellos que padecieron el destino del mártir en ese tiempo, fueron Policarpo, el obispo de Smirna, Justino Mártir, conocido en la historia como filósofo. Con referencia a la aparente anomalía que aún los mejores gobernantes permitían, y aún proseguían la oposición vigorosa a los devotos Cristianos, como fue ejemplificada por los actos de este emperador, un escritor moderno ha dicho: “Se debe notar que la persecución de los Cristianos bajo los emperadores paganos brotó de motivos políticos más bien que religiosos, y eso es por qué hallamos los nombres de los mejores emperadores, tal como los de los peores, en la lista de los perseguidores. Se creía que el bienestar del estado estaba ligado con la ejecución cuidadosa de los ritos del culto nacional; y por lo tanto, a la vez que los gobernantes Romanos solían ser muy tolerantes, todavía ellos requerían que los hombres de toda fe debían, por lo menos, reconocer a los dioses Romanos, y quemar incienso delante de sus estatuas. Esto los Cristianos constantemente rehusaron hacer. Su negligencia del servicio en el templo, se creía, provocaba a los dioses, y ponía en peligro la seguridad del estado, trayendo sobre sí la sequía, la pestilencia, y todo desastre. Esta fue la razón principal de su persecución por los emperadores Romanos.” (“General History” por P.V.N. Myers, Edición de 1889, pag 322)
- LAS PERSECUCIONES POSTERIORES. Con períodos ocasionales de cesación parcial, los creyentes Cristianos continuaron padeciendo en manos de antagonistas idólatras a través del segundo y tercer siglo. Una persecución violenta marcó el reinado de Severo (193 – 211 D. C.) en la primera década del tercer siglo; otra caracterizó el reinado de Maximino (235 – 238 D. C.). Un período de severidad excepcional en la persecución, y sufrimiento acaeció a los Cristianos durante el corto reinado de Decio, también conocido como Decio Trajano (249 – 251 D. C.) La persecución bajo Decio se designa en la historia eclesiástica como la séptima persecución de la Iglesia Cristiana. Otras siguieron en sucesión rápida. Algunos de esos períodos de opresión específica nosotros pasamos por alto y llegamos a la consideración de:
- LA PERCECUCIÓN DIOCLECIANA, la cual se dice fue la décima, y dichosamente la última. Diocletiano reinó desde el año 284 hasta el año 305 D. C. Al principio fue muy tolerante para con la creencia y prácticas Cristianas, siendo en verdad registrado que su esposa e hijas eran Cristianas, aunque “en algún sentido secretamente.” Luego, sin embargo, se tornó en contra de la Iglesia y emprendió llevar a cabo la supresión de la religión Cristiana. A este fin él ordenó una destrucción general de los libros Cristianos, y decretó la pena de muerte contra todo aquel que guardara tales obras en su posesión.
- El incendio estalló dos veces en el palacio real en Nicomedia, y en cada ocasión el hecho incendiario se acusó a los Cristianos con resultados terribles. Cuatro edictos separados, cada uno sobrepujando en vehemencia los decretos anteriores, se publicaron en contra de los creyentes; y por un período de diez años fueron víctimas de la rapiña desenfrenada, el despojo, y la tortura. Al término de la década de terror la Iglesia estaba en una condición esparcida y aparentemente desesperada. Los registros sagrados habían sido quemados; los lugares de adoración habían sido arrasados al suelo; miles de Cristianos habían sido muertos; y todo esfuerzo posible se había hecho para destruir la Iglesia y para abolir la Cristiandad de la tierra. Las descripciones de los extremos horribles a los cuales se llevó la brutalidad son asquerosas al alma. Un ejemplo singular tiene que bastar. Eusebio, refiriéndose a las persecuciones en Egipto, dice: “Y tal también fue la severidad de la lucha que los Egipcios soportaban, quienes lucharon gloriosamente por la fe en Tiro. Miles, tanto hombres, como mujeres y niños, despreciando la vida actual por la causa de la doctrina de nuestro Salvador, se sometieron a la muerte en varias formas. Algunos, después de ser torturados con desperdicios y la rueca, y los azotes más horribles, y otras agonías innumerables que a uno le harían estremecerse de oír, fueron arrojados finalmente a la llamas; algunos se hundieron y se ahogaron en el mar, otros voluntariamente ofrecieron su propia cabeza a los verdugos, otros, muriendo en medio de los tormentos, algunos se demacraron por hambre, y otros también clavados en la cruz. Algunos, en verdad, fueron ajusticiados como solían ser los malhechores; a otros, más cruelmente, se les clavaron con la cabeza hacia abajo, y mantenidos vivos hasta que fueran destruidos por la muerte de hambre en la cruz misma.” (Eusebio, op. Cit., Libro 8, cap 8)
- Un escritor moderno, cuya tendencia siempre fue de reducir la extensión de la persecución Cristiana, es Edward Gibbon. Su narración de las condiciones prevalecientes durante este período del ultraje Diocletiano es la siguiente: “Los magistrados fueron mandados a emplear todo método de severidad que podía reclamarles de su superstición odiosa, y obligarles a volver al culto establecido de los dioses. El orden riguroso fue extendido, por un edicto subsiguiente, al cuerpo entero de los Cristianos, quienes fueron expuestos a una persecución violenta y general. En vez de aquellas restricciones saludables las cuales habían requerido el testimonio directo y solemne de un acusador, llegó a ser tanto el deber como el interés de los oficiales imperiales de descubrir, perseguir, y atormentar a los más dañinos de entre los fieles. Penales pesados se denunciaron contra todo aquel quien presumiese salvar a un sectario proscrito de la indignación justa de los dioses y de los emperadores.” (Gibbon “Decline and Fall of the Roman Empire”, cap XVI)
- Tan general fue la persecución Diocleciana, y tan destructivo fue su efecto, que a su cesación se creía que la Iglesia Cristiana estaría extinguida por siempre jamás. Monumentos se levantaron para conmemorar el celo del emperador como perseguidor, notablemente dos pilares erigidos en España. En uno de ellos hay una inscripción ensalzando al poderoso Diocletiano “POR HABER EXTINGUIDO El NOMBRE DE LOS CRISTIANOS QUIENES TRAJERON A LA RUINA LA REPÚBLICA.” Un segundo pilar conmemora el reinado de Diocletiano, y honra al emperador “POR HABER ABOLIDO POR DOQUIER LA SUPERSTICION DE CRISTO; POR HABER EXTENDIDO LA ADORACION DE LOS DIOSES.” Una medalla acuñada en honor a Diocletiano lleva la inscripción “EL NOMBRE DE CRISTIANO SIENDO EXTINGUIDO.” (Milner, op. cit., Siglo 14 Cap 1: 38) A la falacia de estas pretensiones los acontecimientos subsiguientes testifican.
- La opresión Diocleciana fue la última de las grandes persecuciones traídas por la Roma pagana contra la Cristiandad como cuerpo. Un cambio estupendo, aumentado hasta una revolución, ahora aparece en los asuntos de la Iglesia. Constantino, conocido en la historia como (Cayo Flavio Valerio Constantino “el Grande” (306 – 337 d.C.) fundó Constantinopla en el año 330 cerca de Bizancio. Promulgó el “edicto de Milán” (libertad de culto al cristianismo) en el año 313 y llamó al primer concilio ecuménico de Nicea el año 325 d.C. para debatir la doctrina ArrianaCayo Flavio Valerio Constantino “el Grande” (306 – 337 d.C.) fundó Constantinopla en el año 330 cerca de Bizancio. Promulgó el “edicto de Milán” (libertad de culto al cristianismo) en el año 313 y llamó al primer concilio ecuménico de Nicea el año 325 d.C. para debatir la doctrina Arriana) Constantino el Grande, llegó a ser el emperador de Roma en al año 306 D. C., y reinó por 31 años. Temprano en su reinado se desposó con la causa de antemano impopular de la Cristiandad, y tomó la Iglesia bajo protección oficial. Una leyenda ganó comunidad que la conversión del emperador se debía a una manifestación sobrenatural, por la cual él vio una cruz luminosa aparecerse en los cielos, con la inscripción “Conquistad por este signo.” La genuinidad de esta supuesta manifestación es dudosa, y la evidencia de la historia está en contra. El incidente se menciona aquí para mostrar los medios inventados para hacer popular al Cristianismo en ese tiempo.
- Se mantiene por muchos historiadores – juiciosos que la así – llamada conversión de Constantino fue más bien un asunto de política que una aceptación sincera de la veracidad de la Cristiandad. El emperador mismo permaneció CATECÚMENO, es decir, un creyente no bautizado, hasta poco antes de su muerte, cuando se hizo miembro por medio del bautismo. Pero, cualesquiera fuesen sus motivos, él hizo que el Cristianismo fuera la religión del estado, promulgando un decreto oficial para este efecto en el año 313. “Él hizo que la cruz fuera el estandarte real, y las legiones Romanas ahora, por primera vez, marcharon bajo el emblema de la Cristiandad.” (Mayers)
- Siguiendo inmediatamente al cambio, hubo una gran competencia para promoción en la Iglesia. El oficio de obispo llegó a ser más sumamente estimado que el rango de un general. El emperador mismo fue la cabeza verdadera de la Iglesia. Llegó a ser impopular y decididamente desventajoso en un sentido material ser conocido como no Cristiano. Los templos paganos se transformaron en iglesias, y los ídolos paganos fueron demolidos. Leemos que doce mil hombres y un número proporcionado de mujeres y niños se bautizaron en la Iglesia de Roma solamente dentro de un solo año. Constantino removió la capital del imperio de Roma a Bizancio, la cual ciudad él remembró en honor a sí mismo, Constantinopla. Ésta, la capital actual de Turquía, llegó a ser la cabecera de la Iglesia del estado.
- ¡Cuán vacía y vana parece la jactancia Diocleciana de que el Cristianismo fue extinguido para siempre! Mas, ¡cuán diferente era la Iglesia como se estableció por Cristo y como se robusteció por Sus apóstoles! La Iglesia ya se había hecho apóstata como se juzga por la norma de su constitución original.
NOTAS
[21] LA CAUSA DE LA OPOSICIÓN PAGANA A LA CRISTIANDAD. “El cuerpo entero de los Cristianos unánimemente rehusaron mantener comunión alguna con los dioses de Roma, del imperio o del género humano. Fue en vano que el creyente oprimido sustentara los derechos inalienables de conciencia y de juicio privado. Aunque su situación excitara la piedad, sus argumentos jamás podrían alcanzar el entendimiento, ni de la parte filosófica ni de la parte creyente del mundo pagano. A sus aprehensiones, no fue menos que un asunto de sorpresa que un individuo cualquiera tuviera escrúpulos contra el cumplir con el modo establecido de adoración, que si hubiera concebido un aborrecimiento repentino a sus modales, la vestimenta, o el lenguaje de su país nativo. La sorpresa de los paganos luego fue sucedida por el resentimiento, y los más piadosos de los hombres fueron expuestos a la injusta pero peligrosa imputación de la impiedad. La malicia y el prejuicio concurrieron a representar a los Cristianos como una sociedad de ateos, quienes, a causa del ataque más osado a la constitución religiosa del imperio, habían merecido la animadversión más severa del magistrado civil. Ellos se habían separado (ellos se gloriaban en la confesión) de todo modo de superstición que fue recibida en cualquier parte del globo por los varios índoles del politeísmo; pero no fue completamente tan evidente cuál deidad o cuál forma de adoración ellos habían substituido a los dioses y templos de la antigüedad. La pura y sublime idea, la cual tenían ellos del Ser Supremo escapó la concepción densa de la multitud pagana, quienes estaban perplejos de descubrir a un Dios espiritual y solitario, a quien ni se le representaba bajo una figura corporal o símbolo visible, ni fue adorado con la pompa acostumbrada de libaciones y festivos, de altares y sacrificios.”. (Gibbon, op. cit., Cap. 1, XV I).
[22] TOCANTE LA NUMERO DE LAS PERSECUCIONE5 POR LOS ROMANOS. “Se dice que los Romanos persiguieron a los Cristianos con la más extrema violencia en diez persecuciones, pero este número no es verificada por la historia antigua de la iglesia. Porque si, por estas persecuciones, las tales solamente quieren decir que fueron singularmente severas y universal a través del imperio, entonces as cierto que estas no suman al número mencionado arriba. Y, si tomamos en cuenta las persecuciones provinciales y menos considerables, ellas la excedan mucho. En el quinto siglo, ciertos Cristianos(fueron) llevados por algunos pasajes de las Santas escrituras y por uno especialmente en el Apocalipsis (Apoc.17: 14), a imaginar que la iglesia había de sufrir diez calamidades de una naturaleza más gravosa. A esta noción, por ende, ellos se esforzaban, aunque no todos de la misma manera, por acomodar El idioma, aún en contra de testimonio de estos antiguos registros, desde donde sólo la historia, puede hablar con autoridad.” (Mosheim, op. cit., Siglo I, Parte I; Cap.5: 4)
Hablando sobre el mismo tema, Gibbon dice: “Tan a menudo como cualquiera severidades ocasionales se ejercieron en las diferentes partes del imperio, los Cristianos primitivos lamentaban y quizás magnificaban sus propios sufrimientos; pero el número celebrado de diez persecuciones ha sido determinado por los escritores eclesiásticos del quinta siglo, quienes poseían una vista más distinta de las fortunas prósperas o adversas de la iglesia desde la era de Nerón a la de Diocleciano. Los paralelos ingeniosos de las diez plagas de Egipto de los diez cuernos del Apocalipsis primeramente sugirieron a sus mentes este cálculo; y en su aplicación de la fe de la profecía en la veracidad de la historia ellos eran cuidadosos en seleccionar aquellos reinados que en verdad eran los más hostiles hacia la causa Cristiana.” (Gibbon, op. cit., Cap. XVI)
[23] El ALCANCE DE LA PERSECUCIÓN NERONIANA. “Los eruditos no están enteramente de acuerdo concerniente al alcance de esta persecución bajo Nerón. Algunos la confinan a la ciudad de Roma, mientras otros la representan como haber estallado a través del imperio entero. La opinión posterior, la cual es la más antigua, ha indudablemente de ser preferida; en que es cierta que las leyes legisladas contra los Cristianos, fueron legisladas contra el cuerpo entero, y no en contra de iglesias, y consiguientemente estaban en vigencia en las provincias más remotas.” Mosheim, op. cit., Sigla I, Parte I, 5: 14.)
[24] LA CORRESPONDENCIA ENTRE PLINI Y TRAJANO. La encuesta del menor Plini, el gobernador de Poncia, dirigida a Trajano, El emperador de Roma, y la respuesta imperial a ésa, son de tanto interés como para ser digno de una reproducción plena. La versión dada aquí es la de Milner como se aparece en su “HISTORY OF THE CHURCH OF CHRIST (La Historia de la Iglesia de Cristo)”, la edición del 810, siglo II, capítulo 1.
“Plini a Trajano, emperador:
“Salud. -Es mi costumbre usual, Señor, de referir todas las cosas de las cuales abrigo cualquier duda, a Ud. Porque, ¿quién puede dirigir mejor mi juicio en su vacilación, o en instruir mi entendimiento en su ignorancia? Jamás he tenido la fortuna de estar presente en cualquier exterminación de Cristianos, antes de venir yo a esta provincia. Estoy, por lo tanto en pérdida de determinar cuál es el objeto usual ora de interrogación o de castigo, y a qué amplitud una u otra se debe llevar. También ha sido para mí una pregunta muy problemática-, de si se debe hacer una distinción entre el viejo y el joven, el tierno y el robusto; -de si se debe conceder espacio alguno para arrepentimiento, o si la culpabilidad de la Cristiandad una vez incurrido es de ser expiado por la retracción más inequívoca; -de si el nombre mismo, abstraído de perversidad alguna de conducta, o si los crímenes relacionados can el nombre, con el objeto de castigo. Por mientras, éste ha sido mi método, con respecto a los que me fueron traídos como Cristianos. Les pregunté si eran Cristianos: si pleitearon culpables, les interrogué dos veces, de nuevo con una amenaza de castigo capital. En el caso de perseverancia obstinada ordené que fueran muertos. Porque de esto no tuve duda, lo que fuera la naturaleza de su religión, que una inflexibilidad repentina y obstinada demandó une venganza del magistrado. Algunos se infectaron con la misma locura, a quienes, por causa de su privilegio de la ciudadanía, yo les reservé para mandarles a Roma, para ser referidos a su tribunal. En el curso de este negocio, diluviándose informaciones, como suele pasar cuando se les anima, ocurrieron más casos. Un libelo anónimo fue exhibido, con un catálogo de nombres de personas, quienes aún declararon que entonces no eran Cristianos, ni jamás lo habían sido; y ellos me repitieron una innovación de los dioses y de su imagen, lo cual, para este propósito, yo había mandado ser traído junto con las imágenes de les deidades. Ellos efectuaron ritos sagrados con vino e incienso, y execraron a Cristo, -ninguna de las cuales cosas, me dicen, se puede compeler a un Cristiano a hacer. Sobre este asunto los despedí. Otros nombrados par un soplón, primeramente afirmaron y entonces negaron la acusación de cristiandad; declarando que ellos habían sido Cristianos, pero habían dejado de serlo unos tres años atrás, otros aun más tiempo atrás, algunos aun veinte años atrás. Cada uno de ellos adoró a su imagen, y a las estatuas de los dioses, y también execraron a Cristo. Y este fue la cuenta que dieron de la naturaleza de la religión quo una vez ellos habían profesado, si merece el nombre de crimen o error, -a saber -que ellos estaban acostumbradas en dicho día a juntarse antes del alba, y a repetir entre si un himno a Cristo como a un dios, y a comprometerse con un juramento, con una obligación de no cometer maldad alguna; -pero al contrario, de abstenerse de hurtos, robos, y adulterios; -también de no violar su promesa o negar una prenda; después del cual fue su costumbre de separarse, y reunirse nuevamente a una comida promiscua inofensiva, de la última práctica, la cual sin embargo desistieron, después de la publicación de mi edicto, en lo cual, de acuerdo con sus órdenes – prohibí a cualquiera sociedad de ese tipo. Sobre lo cual asunto juzgué ser más necesario preguntar, por la tortura, a dos mujeres, a quienes se les decía ser diaconisas, cual es la verdad real, pero nada pude sacar excepto una depravada y excesiva superstición. Defiriendo, por lo tanto, cualquiera investigación además, determiné consultarle a Ud. Muchas personas están informados contra toda edad y de ambos sexos; y más todavía estarán en la misma situación. El contagio de la superstición no solamente se ha desparramado por ciudades, pero aún en villas y el campo. No que considere yo imposible chequearlo y corregirlo. El éxito de mis esfuerzos hasta aquí no permite tales pensamientos desanimados; porque los templos, una vez casi desolados, empezaron a ser frecuentados, y las sagradas solemnidades, las cuales antes escasamente podían hallar a un comprador. Por consiguiente concluyó que se podría reclamar a muchos si la esperanza de impunidad, en condición del arrepentimiento fuese absolutamente confirmada.”
La respuesta del emperador dice:
“TRAJANO A PLINI:
“Has hecho perfectamente lo correcto, mi querido Plini, en la interrogación que has hecho concerniente a los Cristianos. Porque a la verdad ninguna regla general sola puede establecerse, la cual aplicaría a todo caso. A esta gente no se debe buscar. Si te son traídos y condenados, deja que sean castigados capitalmente, mas con esta restricción de que si alguno renunciare el Cristianismo, y evidenciare su sinceridad al suplicar a nuestros dioses, no obstante cuán sospechoso sea para el pasado, él obtendrá perdón para el futuro, en condición de su arrepentimiento. Pero los libelos anónimos en ningún caso han de ser atendidos: porque el precedente seria de la peor suerte, y perfectamente incongruente a los Máximos de mi gobierno.”
























