La Gran Apostasía

La Gran Apostasía
por James E. Talmage

Capítulo 6

Las Causas de La Apostasía
Causas Internas


  1. La cruel persecución, a la cual fueron sujetos los adherentes del Cristianismo y la Iglesia como un cuerpo organizado durante los primeros tres siglos filos de nuestra era ha sido tratado como las causas externas, contribuyendo por lo menos indirectamente a la apostasía general. Los detalles de la oposición Judaica y pagana se han dado con la plenitud suficiente como para mostrar que la Iglesia impopular tuvo una existencia turbada, y que cuantos de sus miembros quienes permanecieron fieles a los credos y principios del evangelio eran mártires en espíritu sino en hecho.
  2. Como se esperaría naturalmente, el efecto inmediato de la persecución porfiada contra los que profesaron una creencia en la divinidad del Señor Jesucristo fue diverso y variado; en verdad variando de entusiasmo desenfrenado expresado en clamores frenéticos por martirio, a lista y abyecta apostasía con la exhibición ostentosa devoción en servicio idólatra.
  3. Muchos de los devotos Cristianos desarrollaron un celo que aumentaba a una manía, y, descuidando toda prudencia y discreción, gloriaran en el prospecto de ganar la corona del mártir. Algunos que habían sido dejados inatacados se sintieran afligidos, y se hicieran sus propios acusadores; mientras que otros abiertamente cometieron actos de agresión con el intento de traer resentimiento sobre sí mismos. [25] Estas extravagancias fueron reforzadas sin duda par la veneración excesiva, concertaron los recuerdos y los restos mortales aquellos que habían caído víctimas en la causa. El respeto reverencial así rendido se desarrolló luego en la practica impía de la adoración de mártires.
  4. Comentando sobre el entusiasmo imprudente de los primeros Cristianos, Gibbon dice: “Los Cristianos a veces suplieron por su declaración voluntaria el deseo de un acusador, ofensivamente perturbaron el servicio de paganismo, y, corriendo en multitudes alrededor del tribunal de los magistrados, los llamaron a pronunciar a infligir la sentencia de la ley. El comportamiento de dos Cristianos fue demasiado notable para escapar la observación de los antiguos filósofos; pero parecen haberlo recibida con mucho menos admiración que asombro. Incapaz de concebir los motivos que a menudo transportaban la fortaleza de los creyentes más allá de los límites de la prudencia y la razón, ellos trataron a tal vehemencia de morir corno el extraño resultado de desesperación obstinada, de insensibilidad estúpida o de Frenesí supersticioso.” (Gibbon, “Decline and Fall of the Roman Empire”, Cap. XVI)
  5. Pero hay otra parte de la película. A la vez que fanáticos imprudentes invitaron a peligros a los cuales ellos podrían haber permanecido exentos, otros, espantados a la posibilidad de ser incluidos de entre las víctimas, voluntariamente desertaron de la Iglesia y volvieron a lealtades idólatras. Milner, hablando de las condiciones existentes en el tercer siglo, incorporando las palabras de Cipriano, el obispo de Cartago, quien vivió al tiempo del acontecimiento descrito, dice: “Vastos números recayeran inmediatamente en la idolatría. Aun antes de ser acusados los hombres como Cristianos, muchos corrieron al foro y sacrificaron a los dioses como se les ordenó; y las multitudes de apóstatas eran tan grandes, que los magistrados deseaban postergar a números de ellos hasta el próximo día, pero fueron importunados por los suplicantes pobres a que fueran permitidos a comprobarse paganas esa misma noche” (Milner, “Church History”, Sig1o III, Cap.8)
  6. En conexión con esta apostaría individual de los miembros de la Iglesia bajo la presión de persecución, se levanto entre los gobernadores provincias una práctica de vender certificarlos a “libelos” como se llamaban estos documentos, que “atestiguaron que las personas mencionadas ahí habían cumplido con las leyes y sacrificado a las deidades romanas. Al producir estas declaraciones falsas, los opulentos y tímidos Cristiano fueron habilitados para silenciar la malicia de un soplón, y para reconciliar, en alguna medida, su seguridad con su religión”. (Gibbon, op. cit. Cap. XVI) Una modificación de esta práctica de quasi – apostasía consistía en procurar testimonios de personas de reputación certificando que los poseedores habían abjurado el evangelio; estos documentas fueron presentados a los magistrados idólatras, y ellos, al recibir un precio especificarlo, concernieron exención del requerimiento de sacrificar a loe dioses paganos. (Véase Milner, op. cit., Sig1o III, Cap.9) Como resultado da estas prácticas, por las cuales bajo circunstancias favorables los ricos podían comprar inmunidad a la persecución, y al mismo tiempo mantener una apariencia de reputación en la Iglesia, se levantó mucha disensión, la pregunta siendo en cuanto a si los que así habían mostrado su debilidad jamás podrían ser recibidos en comunión nuevamente con la Iglesia.
  7. La persecución al máximo no fue sino una causa indirecta de la declinación de la Cristiandad y de la persecución de los principios salvadores del evangelio de Cristo. La mayor y los más inmediatos peligros que amenazaban a la Iglesia se tienen que buscar dentro del cuerpo mismo. En verdad, la presión de la aposición desde afuera sirvió para contener las fuentes hervideros de disensión interna, y en realidad postergaran las erupciones más destructivas del cisma y la herejía. [26] Un repaso general de la historia da la Iglesia hasta el Pie del tercer siglo muestra que los períodos de debilidad y declinación en el encarecimiento espiritual, y que con el regreso de la persecución vino un despertamiento y una renovación en la devoción Cristiana. Los líderes devotos del pueblo no eran tardos en declarar que cada período recurrente de persecución fue un tiempo de reprensión natural y necesaria por el pecado y la corrupción que habían ganado espacio dentro de la Iglesia. [27]
  8. Tocante a la condición de la iglesia en medio del tercer siglo, Cipriano, el obispo de Cartago, habla así: “Si la causa de nuestros misterios fuera investigada, la curación de la herida se puede hallar. El Señor haría que su familia fuese probada. Y porque una larga paz había corrompido la disciplina divinamente revelada a nosotros, la reprensión celestial ha elevado nuestra fe, que había yacido casi durmiente, y cuando por nuestros pecados hubiéramos merecido sufrir aún más, el Señor misericordioso así moderó todas las cosas, que la escena entera merece más bien el nombre de una prueba que el de una persecución. Cada uno había estado resuelto en mejorar su patrimonio y había olvidado lo que los creyentes habían hecho bajo los apóstoles y lo que ellos siempre han de hacer ellos habían estado incubando sobre las artes de amasar riquezas – los pastores y los diáconos cada ano olvidó su deber las obras de merced fueron descuidadas y la disciplina estaba en su expresión más baja la lujuria y la afeminación prevalecían; las artes meretrices de vestimenta fueron cultivadas; los fraudes y la decepción se practicaron entre hermanos. Los Cristianos podían unirse en matrimonio con no creyentes; podían maldecir no sólo sin reverencia, pero aún con veracidad. Con aspereza enaltecida. Ellos despreciaron a sus superiores eclesiásticos, se injuriaban entre sí con amargura ultrajante y conducían disputas con malicia determinada – aún muchos obispos, quienes debían – ser guías y patrones de los demás, descuidando los deberes peculiares de sus puestos, se entregaron a buscas seculares; abandonaron sus lugares de residencias – – – y sus ganados, viajaron a través de las provincias – distantes en pesquisas de placer y lucro; no dieron ayuda alguna a los hermanos necesitados, pero eran insaciables en sea afán de dineros poseían estados por fraude y usura multiplicada. ¿Qué no hemos merecido, sufrir por tal conducta? Aún la palabra divina nos ha predicho lo que hemos de esperar. “Si dejaron sus hijos mi ley, y no anduvieren en mis juicios, si profanaren mis estatutos y no guardaren mis mandamientos, entonces castigaré con vara su rebelión y con azotes sus iniquidades (Salmos 89: 30 – 32). Estas cosas habían sido denunciadas y predichas pero en vano. Nuestros pecados habían traído nuestros asuntos a ese paso, eso porque habíamos despreciado las direcciones del Señor; fuimos obligados a experimentar una corrección de nuestras maldades multiplicadas y una prueba de nuestra fe por remedios severos. (como se cita por Milner, “Church History” siglo III – cap. 8)
  9. Milner, quién aprobadamente cita la severa acusación de la iglesia en el tercer siglo, como ya se dijo, no puede ser acusada por sesgo contra las instituciones Cristianas, en tanto que su propósito declarado – en presentarle al mundo una “Historia de la Iglesia de Cristo” adicional, fue dar la debida atención a ciertas frases desairadas o descuidadas por los autores anteriores del tema y notablemente poner énfasis en la piedad, no en la maldad de los seguidores profesados de Cristo. Este autor, sin rebozo hacia la iglesia y sus devotos, admite la depravación creciente de la secta Cristiana y declara que hacia el término del tercer siglo, el efecto del derramamiento Pentecostés del Espíritu Santo, se había agotado y quedaba poca prueba de una relación estrecha cualquiera entre Cristo y la Iglesia.
  10. Notad su resumen de las condiciones: “La era declinación verdadera debe fecharse en la parte pacífica del reinado Diocletiano. Durante este siglo entero la obra de Dios, en pureza y poder, había estado tendiendo a decaer. La conexión con filósofos fue una de las causas principales. La paz exterior y las ventajas seculares completaron la corrupción. La disciplina eclesiástica, la cual había sido demasiado estricta, ahora estaba relajada excesivamente, los obispos y la gente se hallaban en un estado de malicia. Las discusiones sin fin se fomentaron entre las partes contendientes: la ambición y la codicia, en general, habían ganado la ascendencia en la iglesia Cristiana. La fe de Cristo misma ahora se parecía a un negocio ordinario, y aquí SE TERMINO, o casi, hasta – donde parezca, aquella primera efusión grande del Espíritu de Dios, la – cual se inició en el día de Pentecostés. La depravación humana efectuó un decaimiento general de piedad a través de la iglesia; y una generación de hombres transcurrió con pruebas muy débiles de la presencia espiritual de Cristo con Su Iglesia. (Milner, “Church History”, siglo III, cap. 17)
  11. Si se desea evidencia adicional tocante a los fuegos de desafección que ardían dentro de la iglesia y que tan fácilmente se soplaban en llamas destructivas, considérese el testimonio de Eusebius con respecto a – las condiciones que caracterizaban la segunda parte del tercer siglo. Y, él había registrado expresamente su propósito de escribir en defensa de la iglesia y al apogeo de sus instituciones. Él deplora la tranquilidad que precedía al estallido Diocletiano, a causa de su efecto injurioso tanto a los oficiales como a los miembros de la iglesia. Estas son sus palabras: . “Pero cuando por la libertad excesiva nos hundimos en la indolencia y la pereza, uno envidiando y denigrando al otro en diferentes maneras, y casi estábamos como si fuera, al punto de tomar armas los unos contra los otros, y nos asaltamos los unos a los otros con palabras, como si fuera con dardos y lanzas, los prelados contra los prelados y gente levantándose contra gente, y la hipocresía y el disimulo hablan surgido hasta las al tucas mayores de la malignidad, entonces el juicio divino el cual suele proceder con una mano clemente, mientras las multitudes entraban en tumulto a la iglesia, con benignas y suaves visitaciones comenzó a afligir a su episcopado; la persecución había comenzado con aquellos hermanos que estaban en el ejército. Pero algunos que parecían ser nuestros pastores, abandonando la le y de la piedad, se inflamaron entre sí con contenciones mutuas, solamente acumulando peleas y amenazas, rivalidad, hostilidad y odio unos contra otros, ansiosos solamente para sostener al gobierno: como un reproche soberanía para sí mismos. (Eusebio, “Ecclesiastical History”, libro VIII, cap. I) [28]
  12. Como ilustración adicional de la declinación del espíritu Cristiano hacia el fin del tercer siglo, Milner cita la siguiente observación de Eusebius, un testigo ocular de las condiciones descritas: “La mano pesada del juicio de Dios suavemente, poco a poco, empezó a visitarnos según su manera acostumbrada: … pero no fuimos movidos de nada con su mano, ni padecemos dolores algunos para volvernos a Dios. Amontonamos pecado sobre pecado, juzgando como Epicureanos descuidados, que Dios no se preocupó por nuestros pecados, ni jamás nos visitaría por causa de ellos. Y nuestros pastores pretendidos: dejando de lado el mando de la piedad, practicaban entre sí la contención y la división. Él añade que la el horrible persecución de Diocletiano fue impuesta entonces contra la iglesia como justo castigo y como la reprensión más apropiada por sus iniquidades. (Milner, “Church History” Siglo III, pág. 17)
  13. Se recordará que el gran cambio por el cual la iglesia fue elevada un lugar de honor en el estado ocurrió en la primera parte del siglo cuarto. Es un error popular asumir que la decadencia de la iglesia comuna institución espiritual, data desde aquel tiempo. La imagen de la iglesia estaba declinando tocante al poder espiritual en proporción exacta a su aumento de influencia temporal y riquezas ha apelado a los retóricos y escritores de literatura sensacional; pero tal imagen no representa la verdad. La iglesia estaba saturada con el espíritu de apostasía mucho antes de que Constantino la tomara bajo su poderosa protección al otorgarle un puesto oficial en el estado. En apoyo de esta declaración, cito de Milner nuevamente, el amigo profesado de la iglesia: “Yo sé que es común que los autores representen la grande declinación de la Cristiandad de haber tenido lugar solamente después de su establecimiento externo bajo Constantino. Pero la evidencia de la historia me ha compelido a disentir de esta vista de las cosas. En realidad hemos visto que por una generación entera previa a la persecución (Diocletiana), pocas marcas de piedad superior aparecieron. Apenas existía una lumbrera de la divinidad y es común en cualquiera época que se exhiba una grande obra del Espíritu de Dios pero, bajo el conducto de unos notables santos, pastores y reformadores. Este período entero como también la escena entera de la persecución es muy escaso de tales características. …Las instrucciones morales, filosóficas y monásticas no efectuarán para los hombres lo que se espera de la doctrina evangélica. Y si la fe en Cristo declinó tanto (este estado ha de fecharse alrededor de 270 D.C.) no insinúa Eusebio, sin detalle accesorio cualquiera, tuvieron lugar en el mundo Cristiano. …El habla también del espíritu ambicioso de muchos, en aspirar a los oficios de la iglesia, las ordenaciones mal juzgadas ilegales, las discusiones entre los confesores mismos y las contenciones excitadas, por los demagogos jóvenes en las reliquias mismas de la iglesia perseguida y las maldades multiplicadas que sus vicios excitaron entre los Cristianos. ¿Cuán tristemente debía haber declinado el mundo Cristiano, lo cual podía conducirse así bajo la vara misma de la venganza divina? Más, no dejéis que triunfe el infiel ó el mundo profano. NO FUE LA CRISTIANDAD, SINO LA DESVIACION DE ELLA, la que ocasionó estas maldades … (Milner, “Church History”, siglo IV Z cap. 3, las letras itálicas se introducen por el autor actual) [29]
  14. Lo anterior incorpora sólo unas pocas de las muchas evidencias que podrían ser citadas en demostración del hecho de que durante el período, inmediato al ministerio apostólico – periodo cubierto por la persecución de los Cristianos por las naciones idólatras – la iglesia estaba experimentando un deterioro interno y se hallaba en un estado de perversión creciente. Entre las causas más detalladas o especificas de esta – desviación cada vez más intensa del espíritu del evangelio de Cristo es esta apostasía rápidamente creciente, y los siguientes, se pueden considerar como ejemplos importantes:a. La corrupción de las doctrinas sencillas del evangelio al mezclarlas con los sistemas filosóficos, así llamados en la apoca;
    b. (Los) aditamentos desautorizados a los ritos prescritos de la iglesia y la introducción de graves alteraciones en las ordenanzas esenciales;
    c . (Los) cambios desautorizados en la organización del gobierno de la iglesia.
  15. Consideraremos en debido orden cada una de las tres causas aquí enumeradas. Quizás parecerá que las condiciones expuestas en estas especificaciones más apropiadamente han de ser consideradas efectos ó resultados, que causan incidentes: a la apostaría general, que son de la naturaleza de las evidencias o pruebas de una desviación de la constitución original de la iglesia, más bien que las causas específicas por las cuales ha de ser explicado o dado cuanta del hecho de apostasía. Causa y efecto, sin embargo, a menudo, se asocian muy íntimamente y las condiciones resultantes pueden proporcionar la mejor demostración de las causas en operación. Cada una de las condiciones dadas más arriba como una causa especifica de la apostaría progresiva era, en su principio, una evidencia de la falsedad existente, y una causa activa de los resultados – más graves que siguieron. Cada manifestación subsiguiente del espíritu de apostaría fue una vez el resultado de desafección anterior, y la causa de desarrollas posteriores y más pronunciados.

NOTAS

[25] El CELO DESMESURADO MANIFESTADO POR ALGUNOS DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS.“ La discreción sobria de la era actual más prontamente censurará que admirará, pero más fácilmente puede admirar que imitar el fervor de los primeros Cristianos; quienes, según la expresión vivaz de suplicio severo, desearon el martirio con más entusiasmo que cuando sus propios contemporáneos lo solicitaron a sus obispos. Las epístolas que Ignacio compuso mientras fue llevado con cadenas por las ciudades de Asia, respiran los más repugnantes sentimientos que afecta la naturaleza humana.. El suplica diligentemente a los Romanos que cuando él sea expuesto en el anfiteatro, ellos, por su intersección bondadosa pero irrazonable, no le privaran de la corona de gloria y él declara su resolución de provocar e irritar a las bestias salvajes que se emplearen como instrumentos de su muerte. Se relatan algunas historias. Del coraje de los mártires quienes, en verdad, efectuaron lo que Ignacio habla pensado: que exasperando la furia de los leones, interesan al verdugo a apresurar su oficio, alegremente saltaron a los fuegos encendidos para consumirlos, descubriendo una sensación de gozo y placer en medio de la tortura más exquisita” GIBBON, “Decline and Fall of the Roman Empire, cap. XVI)

[26] LAS DISTENSIONES INTERNAS DURANTE El TIEMPO DE PAZ. Como se declaró en el texto, la parte temprana del reinado de Diocletiano – el periodo inmediatamente precedente a la demasía de la última gran persecución a la cual los Cristianos estaban sujetos – fue un tiempo de libertad comparativa de oposición y este periodo se caracterizaba por los – disturbios y disensiones dentro de la iglesia. Ilustrativo de la tolerancia mostrada por el emperador antes de que él se pusiera hostil hacia la iglesia ‘y la declinación acompañante de la dedicación espiritual entre los Cristianos mismos, Gibbon dice: “Diocletiano y sus colegas frecuentemente conferían los oficios más importantes sobre aquellas personas quienes hablan confesado su aborrecimiento de la adoración de los dioses, pero habían desplegado las habilidades apropiadas para el servicio del estado. Los obispos mantenían un rango honorable en las provincias respectivas y se les trataba con distinción y respeto, no solamente por la plebe, más por los magistrados mismos.. En casi toda ciudad las iglesias antiguas eran insuficientes para contener las multitudes crecientes de prosélitos y en su lugar, edificios más imponentes y espaciosos se erigieron para la adoración pública de los fieles. La corrupción de los modales y principios lamentados con tanto – fuerza por Eusebius, se podría considerar no sólo como una consecuencia, pero como una prueba de la libertad de que los Cristianos disfrutaban y abusaban bajo el reinado de Diocletiano. La prosperidad había relajado los nervios de la disciplina. El fraude, la envidia y la malicia prevalecían en cada congregación. Los presbíteros aspiraban al oficio episcopal, que cada día más llegó a ser un objeto digno de su ambición. Los obispos que contendían el uno contra el otro por la preeminencia eclesiástica, parecían reclamar por su conducta un poder secular y tiránico en la iglesia; y la fe vivaz que todavía distinguía a – los Cristianos de los Gentiles, se mostraba mucho menos en sus vidas – que en sus escritos controversias” (GIBBON, “Decline and Fall of the “Roman Empire”, cap. XVI

[27] El EFECTO DE LA PAZ SOBRE LA IGLESIA PRIMITIVA. “Tan desastrosos como eran las persecuciones de los primeros siglos Cristianos, aún más dañinos a la iglesia eran esos períodos de tranquilidad que intervenían entre las demasías de rabia que las instaban. La paz tal vez tenga sus victorias no menos renombradas que las de la guerra; y así también, ella tiene sus calamidades y no fueron menos destructivas que las de la guerra. La guerra quizás destruya a las naciones, pero la comodidad y la lujuria corrompen al género humano, al cuerpo y a la mente. Especialmente es la paz peligrosa a la iglesia. La prosperidad relaja las riendas de la disciplina, la gente siente la necesidad de una providencia sostenida cada vez menos; pero en la adversidad el espíritu del hombre busca a tientas a Dios, y él correspondientemente es más devoto al servicio de la religión. No encontraremos a los primeros Cristianos como excepción de la operación de esta influencia del reposo. Cuando quiera que se les concede, o por la misericordia o la indiferencia de los emperadores, las disensiones internas, las intrigas de los prelados aspirantes y el surgimiento de las herejías, caracterizaban a esos periodos (B.H.ROBERTS, “ A new witness for God” pag. 70).

[28] LOS CISMAS Y HEREJIAS EN LA IGLESIA PRIMITIVA. Eusebio, cuyos escritos datan desde la parte temprana del cuarto siglo, cita los escritos de Hegisipas, quién vivió en el último cuarto del segundo siglo, como sigue: “ El mismo autor (Hegisipas) también trata del principio de – las herejías que surgieron alrededor de este tiempo, en las siguientes palabras: `Pero después que hubo sufrido Jacobo el Justo, el martirio, como nuestro Señor lo había hecho por la misma razón, Simón el hijo de Cleofás, el tío da nuestro Señor, fue nombrado el segundo obispo(de Jerusalén) a quién todos le proponían como el primo de nuestro Señor. Por tanto ellos llamaron a la iglesia como aún una virgen, porque aún no se había corrompido por discursos vanos, Thebathio hizo un principio secretamente para corromperla a cuenta de él no siendo hecho obispo. El era una de esas siete secta entre la gente judía. De estos también sabia Simón, desde donde originó la secta de los Simonianos; también Dosithes, el fundador de los Dositheanos. De ellos también provinieron los Gortheónianos, de Gortheo y también los Masbotheanos, de Mabotheo. Por tanto, también los Neandrianos y los Narcionistas, los Carpocratianos y los Valentinianos; los Bacilidianos y los Saturnilianos: cada uno introduciendo sus propias opiniones peculiares, uno distinto del otro. De esto provinieron los falsos Cristos, profetas y apóstoles, quienes dividieron la unidad de la iglesia al introducir doctrinas corruptas contra Dios y contra Su Cristo” (Ecclestiacal History libro IV, pág. 23)

[29] LA TEMPRANA DECLINACION DE LA IGLESIA. Milner, sumando las condiciones que atendían a iglesia al fin del segundo siglo, dice: “Y aquí cerrando la vista de la segunda centuria, la cual en su mayor parte exhibió pruebas de la gracia divina, tan fuerte o casi tanto, como la primera. Hemos visto la misma inmóvil y simple fe de Cristo, el mismo amor de Dios y de los hermanos y el mismo espíritu y victorias celestiales sobre el mundo. Pero una sombra oscura está envolviendo estas gracias divinas. El espíritu de Dios que es ofendido por las instrucciones ambiciosas de los refinamientos que eran justos en su propia estimación y argumentativos, y el orgullo Farisaico, y aunque sea más común representar el decaimiento más sensato de la santidad, como si hubiera comenzado un siglo después, a mí me parece que ya empezó” (Milner lo Church History, siglo II, cap. 9)
Mosheim, atendidas las condiciones de los últimos años de la tercera centuria, escribe: “EL método antiguo de gobierno eclesiástico parecía subsistir en general todavía, mientras, al mismo tiempo, por pocos imperceptible variaba del mando primitivo y degeneraba hacia la forma de una monarquía religiosa.” Este cambio en la forma de gobierno eclesiástico luego fue seguido por un tren de vicios, que deshonraba el carácter y autoridad de aquellos a quienes se sometió la administración de la iglesia. Porque, aunque varios aún continuaban exhibiendo al mundo ejemplos ilustrativos de la piedad primitiva y la virtud Cristiana, muchos se hundían en la lujuria y la voluptuosidad, henchidos con la vanidad, arrogancia y la ambición, poseían un espíritu de contención y discordia y eran aficionados a muchos otros vicios, que hicieron un reproche inmerecido sobre la santa religión de la cual ellos eran los profesores y ministros indignos. Esto es atestiguado en una manera tan amplia por las quejas repetidas de muchos escritores respetados de esta época, que la verdad no nos permitirá penetrar el velo, que de otro modo será más deseoso de tirarse sobre tales, enormidades entre un orden tan sagrado. Ellos apropiaron a su función evangélica las enseñas espléndidas de la majestad temporal. Un trono, rodeado de ministros, exaltado sobre sus semejantes el siervo del manso y humilde Jesús; y los vestidos suntuosos deslumbraban los ojos y las mentes de la multitud a una veneración ignorante de su autoridad arrogada. El ejemplo de los obispos fue imitado ambiciosamente por los presbíteros quienes, descuidando los deberes sagrados de su cargo, se abandonaron a la indolencia, dedicándose a una vida afeminada y lujuriosa. Los diáconos, observando a los presbíteros desertar así de sus funciones, osadamente usurparon sus derechos y privilegios y los efectos de una ambición corrupta se extendió en cada rango de la orden sagrada. (Mosheim, “Ecclesiastical History, siglo III, parte II, cap.22: 3 – 4)