La Necesidad del Testimonio del Espíritu

Conferencia General de Octubre 1960

La Necesidad del Testimonio del Espíritu

por el Élder A. Theodore Tuttle
Del Primer Consejo de los Setenta


Mis queridos hermanos y hermanas, he recibido más cumplidos por el discurso que no di ayer que por cualquiera que haya dado. Estoy seguro de que quienes hicieron esos comentarios pensaron en el consejo que dio el hermano Henry Taylor ayer sobre la responsabilidad de mejorar el silencio.

Anoche, en la reunión del sacerdocio, eché de menos la voz que siempre hace un elocuente llamado a la unidad, y esta mañana estoy agradecido de haber escuchado esa voz dar un testimonio tan poderoso de la divinidad de esta obra. [El presidente J. Reuben Clark Jr. no pudo asistir a la reunión del sacerdocio.]

¿Dónde más podrían encontrar en el mundo tal certeza y conocimiento de que Dios vive y que Jesucristo es su Hijo? Contrastemos lo que hemos escuchado en estos días de conferencia con esta declaración:

“Hace algunos años, en un seminario reconocido como quizá el más prestigioso de este país, un doctor en teología, con una lista de títulos honoríficos y miembro del consejo de una de las iglesias protestantes más grandes de América, dijo a un grupo numeroso de estudiantes, la mayoría ya con títulos en teología:

‘Sé que para ustedes, hombres, es difícil enseñar credos que ustedes mismos no creen, pero tienen la obligación social de hacerlo.’

Otro hombre, en la misma institución y con credenciales académicas similares, declaró: ‘¿Quién sabe si en el año 2004 u otro año, vivirá un hombre que viva más perfectamente que Jesús? Entonces lo adoraremos como el Hijo de Dios en lugar de Jesús. La razón por la que adoramos a Jesús como el Hijo de Dios es porque vivió la vida más perfecta de cualquier hombre del que tengamos conocimiento.’

¿Necesita el mundo el mensaje del mormonismo? Creo que no necesita nada más que conocer el verdadero concepto de la Trinidad, tener grabado en sus almas el testimonio que se ha dado aquí en esta conferencia—el testimonio que viene por el don y el poder del Espíritu Santo, que testifica a nuestras almas y corazones que Dios vive. Él es real. Es un Ser glorificado y resucitado, y es nuestro Padre, y nos ama.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Jesús es el Salvador. Declaramos audazmente, aunque con humildad, a todo el mundo que él es el Redentor; que expió los pecados del hombre, y que verdaderamente es el Hijo de Dios.

Estoy agradecido de que hoy tengamos otro testimonio restaurado que confirma esta verdad. Este testimonio proviene del Libro de Mormón. Nefi vio en visión que María sería la madre del Hijo de Dios según la carne (1 Nefi 11:18). El Libro de Mormón también testifica que Jesucristo vino a este continente. Ellos dieron testimonio de que él vive.

Estoy agradecido por el profeta José Smith, quien declaró haber visto a dos Personajes que se pararon sobre él en el aire, y que uno de ellos lo llamó por su nombre y dijo: “Este es mi Hijo Amado. ¡Escúchalo!” (José Smith—Historia 1:17).

Añado mi testimonio a los que se han dado en esta conferencia. Me ha llegado por el don y el poder del Espíritu Santo. Sé que Dios vive, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Estoy agradecido por este testimonio del Espíritu a mi alma.

Hago un llamado a los padres de esta Iglesia para que preparen a sus hijos para llevar este testimonio al mundo, el único poder que traerá paz, porque la paz está enraizada en la rectitud. Cuando los corazones de los hombres en esta tierra estén preparados para recibir el testimonio del Espíritu, todos los hombres serán hermanos, y entonces la paz podrá venir a nuestros corazones.

Ruego que apresuremos este día mediante nuestros esfuerzos unidos, apoyando de todo corazón a estos hermanos que dirigen los asuntos del Señor en la tierra y contribuyendo con servicio y bienes para ayudar en la obra del Señor. Humildemente ruego sus bendiciones sobre nosotros y doy este testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.

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