Conferencia General Abril 1965
La Obra de Elías
por el Élder Theodore M. Burton
Asistente del Consejo de los Doce Apóstoles
Una profecía dada en Malaquías, capítulo 4, versículos 5 y 6, ha intrigado durante mucho tiempo a los estudiantes de la Biblia. Ya que el Antiguo Testamento concluye con estas palabras, sería prudente entender su significado. Cito:
«He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.
«Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición» (Malaquías 4:5-6).
Debido a un malentendido de Lucas 1:17, que afirma que el niño que luego sería llamado Juan el Bautista vendría con el espíritu y el poder de Elías para volver los corazones de los padres hacia los hijos (Lucas 1:17), muchas personas han pensado que Juan el Bautista, quien tenía el oficio de un Elías, o mensajero, era el Elías que debía regresar. Este versículo explica que la obra de Juan era una obra preparatoria para «preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor» y no la obra de sellamiento o conclusión, la cual era responsabilidad de Elías. Cuando a Juan se le preguntó directamente, respondió:
«…No soy el Cristo.
«Y le preguntaron: ¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? Y dijo: No lo soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No» (Juan 1:20-21).
Esto, por supuesto, debía ser cierto, ya que la profecía establecía que el profeta Elías regresaría antes de la segunda venida del Señor, cuando Jesús vendría con gran poder, majestad y gloria como juez de toda la tierra. La misión de Elías, sostenida por Juan el Bautista, viene primero, y así como Juan precedió a Elías en los días de Jesucristo, de igual manera Juan precedió a Elías en estos últimos días para restaurar el Sacerdocio Aarónico preparatorio antes de que se otorgara el mayor poder en el sacerdocio.
Entre los judíos, Elías sigue siendo el invitado esperado en cada pascua, para quien se reserva un asiento vacío en la mesa. Así, la tradición del regreso de Elías antes de la venida del Redentor en poder y gloria se ha mantenido viva. Debe haber, por lo tanto, una obra importante que este gran profeta tenía que realizar, algún poder que poseía y que debía ser restaurado nuevamente a los hijos de los hombres para que pudieran ser reunidos como los «hijos de Dios» (Juan 11:52). Al final de su ministerio, leemos que mientras Elías hablaba con su sucesor Eliseo:
«…he aquí, un carro de fuego con caballos de fuego los apartó, y Elías subió al cielo en un torbellino» (2 Reyes 2:11).
Así, Elías disfrutó del mismo privilegio glorioso que Enoc de no probar la muerte sino de ser trasladado. Según la profecía, ambos profetas tenían una obra especial que hacer, lo cual requería este cambio en sus cuerpos mortales.
Es difícil creer que el profeta José Smith pudiera haber recordado todos estos detalles al restaurarse la plenitud del evangelio. Solo hay una explicación que puede cumplir con todos los requisitos de las Escrituras, y es que los eventos sucedieron tal como él afirmó. Tras su gran visión del Padre y del Hijo, un ángel vino a ministrarle a José y enseñarle lo que debía hacerse para restaurar el evangelio en la tierra antes de la venida del gran y terrible día para los impíos, pero para los justos, el glorioso día del Señor.
En la segunda gran visión que recibió José Smith, el ángel Moroni citó las palabras de Malaquías tal como fueron originalmente escritas y como debieron ser traducidas:
«He aquí, yo os revelaré el Sacerdocio por medio de Elías, el profeta, antes de la venida del día grande y terrible del Señor.
«Y él plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres.
«Si no fuera así, toda la tierra sería enteramente destruida a su venida» (D. y C. 2:1-3).
Después de recibir el sacerdocio y su poder, a José Smith se le explicó que la palabra «volver» podría entenderse mejor si se usara la palabra «sellar». Así, se aclara el significado completo de la obra del sacerdocio: que después de que Elías plantara en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, los hijos debían ser sellados a los padres; de otro modo, se entendería mal el propósito de la vida y todo el propósito de la vida en esta tierra sería totalmente desperdiciado cuando Cristo regrese para reclamar a sus hijos.
Primero, entonces, podemos hacer una pregunta: ¿Cuáles fueron las promesas hechas a los padres que son tan importantes para nuestra comprensión? El primer padre fue Adán, y el Señor le dio un mandamiento de enseñar esta promesa libremente a sus hijos (Moisés 6:58), diciendo:
«Que por motivo de la transgresión viene la caída, la cual trae la muerte, y por cuanto habéis nacido en el mundo por el agua, la sangre y el espíritu que yo he hecho, y así de polvo llegasteis a ser un alma viviente, así también debéis nacer de nuevo en el reino de los cielos, del agua y del Espíritu, y ser limpiados por la sangre, aun la sangre de mi Unigénito, para que seáis santificados de todo pecado y gocéis de las palabras de vida eterna en este mundo y de vida eterna en el mundo venidero, aun de gloria inmortal;
«Porque por el agua guardáis el mandamiento; por el Espíritu sois justificados, y por la sangre sois santificados;
«Por tanto, os es dado que permanezca en vosotros el registro del cielo; el Consolador; las cosas pacíficas de la gloria inmortal; la verdad de todas las cosas; aquello que vivifica todas las cosas, que da vida a todas las cosas; aquello que conoce todas las cosas, y tiene todo poder conforme a sabiduría, misericordia, verdad, justicia y juicio.
«Y ahora, he aquí, os digo: Este es el plan de salvación para todos los hombres, mediante la sangre de mi Unigénito, que ha de venir en la plenitud de los tiempos» (Moisés 6:59-62, cursivas agregadas).
Cuando Adán, al oír y entender estas palabras, hizo este convenio y fue sellado conforme a ello para llegar a estar vivo tanto espiritual como físicamente, Dios le dijo:
«…Eres bautizado con fuego y con el Espíritu Santo. Este es el testimonio del Padre y del Hijo, desde ahora y para siempre;
«Y estás según el orden de aquel que fue sin principio de días ni fin de años, de eternidad en eternidad.
«He aquí, tú eres uno en mí, un hijo de Dios; y así pueden todos llegar a ser mis hijos. Amén» (Moisés 6:66-68).
Así, Adán fue sellado como hijo de Dios mediante el sacerdocio, y esta promesa se enseñó entre los padres desde entonces como una esperanza gloriosa para hombres y mujeres en la tierra, si escuchaban y prestaban atención a estas promesas.
Este poder de sellamiento fue dado como una llave a Elías, por la cual él pudo sellar los cielos para que no lloviera sobre el malvado rey Acab y su impía esposa Jezabel, ni sobre su reino durante tres años y seis meses (Lucas 4:25; Santiago 5:17) hasta que el poder de Dios se sintió en la tierra. Más tarde, mediante el uso de este sacerdocio, Elías soltó las lluvias, que volvieron a restaurar la vida a la tierra seca. Este mismo poder de sellamiento fue prometido por Jesucristo a Pedro, cuando dijo:
«Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos» (Mateo 16:19).
Este poder de sellamiento del sacerdocio fue dado después a los Doce Apóstoles, cuando les dijo:
«De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en los cielos; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en los cielos» (Mateo 18:18).
Así, cuando, según la profecía, el Señor restauró el poder de sellamiento del sacerdocio nuevamente en la tierra, informó a José que enviaría:
«…a Elías, a quien he encomendado las llaves del poder de volver [sellar] los corazones de los padres a los hijos, y los corazones de los hijos a los padres, para que toda la tierra no sea herida con una maldición» (D. y C. 27:9).
José Smith registró cómo sucedió esto el 3 de abril de 1836 en el templo de Kirtland, Ohio, cuando escribió:
«Después que esta visión hubo cesado, otra gran y gloriosa visión se abrió a nosotros; porque Elías, el profeta, que fue llevado al cielo sin probar la muerte, se paró ante nosotros y dijo:
«He aquí, ha llegado el tiempo que fue hablado por boca de Malaquías, testificando que él [Elías] sería enviado antes que venga el día grande y terrible del Señor,
«Para volver los corazones de los padres a los hijos, y los hijos a los padres, no sea que toda la tierra sea herida con una maldición—
«Por tanto, las llaves de esta dispensación están en vuestras manos; y por esto sabréis que el día grande y terrible del Señor está cerca, aun a las puertas» (D. y C. 110:13-16).
A veces se pregunta por qué el profeta José Smith olvidó incluir una fuente bautismal en el Templo de Kirtland para que se pudiera realizar la obra de salvación por los muertos. No lo olvidó ni pasó por alto este asunto. La doctrina aún no había sido plenamente revelada y aún no se había dado el poder de sellamiento. Es cierto que el Sacerdocio de Melquisedec había sido restaurado por Pedro, Santiago y Juan, y se habían revelado las ordenanzas del evangelio, pero aún no se había dado el poder de sellamiento. Esto llegó con la visita de Elías cuando restauró el poder de sellamiento del sacerdocio en la tierra.
Quiero enfatizar a los miembros de la Iglesia de Jesucristo que la gran llave del sacerdocio dada por Elías a José fue la autoridad para sellar en la tierra y que ese sellamiento se hiciera efectivo en los cielos. No fue la obra por los muertos lo que él restauró, sino el poder para sellar a los vivos, lo que hizo posible la obra por los muertos. Debe entenderse que el poder de Elías se da a los vivos, no a los muertos. Son los vivos quienes deben ser sellados entre sí según las líneas familiares, padre a madre y padres a hijos, e hijos a padres. Solo mediante el ejercicio de este gran poder de sellamiento del sacerdocio para los vivos, el bautismo por los muertos y la salvación por los muertos se vuelven significativos y posibles.
Cuando los vivos son sellados, pueden actuar como representantes de aquellos que han muerto, pues como enseñó Pedro:
«Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios» (1 Pedro 4:6).
Fue para este propósito que Jesucristo predicó a los espíritus en prisión, para que pudieran ser convertidos y estuvieran dispuestos a aceptar los sellamientos realizados en su nombre por sus descendientes vivos. A menos que la familia de los justos sea así sellada de padre a hijo y de madre a hija hasta Adán y de Adán a Cristo, y de Jesucristo a Dios el Padre Eterno, se habrá perdido el propósito de la vida en la tierra y la vida misma habrá sido un desperdicio.
Por el poder de este sacerdocio restaurado por el profeta Elías, ahora es posible para un hombre demostrar su amor por su esposa y familia viviendo con suficiente rectitud como para ser digno de llevarlos consigo a un templo del Señor y tenerlos sellados a él, no solo para esta vida, sino mediante este gran poder de sellamiento para tener esa unión sellada en los cielos para toda la eternidad. Cuando el poeta cantaba sobre un amor que duraría hasta que «las estrellas envejezcan y el sol se enfríe,» no cantaba sobre un amor que solo duraría «hasta que la muerte los separe,» sino sobre un matrimonio que perduraría a lo largo de la eternidad, sin marchitarse, sin morir, sin envejecer ni volverse monótono.
Del mismo modo, al volverse nuestro corazón a las promesas hechas a los padres, también se vuelve hacia los mismos padres. ¿Deben languidecer en una prisión espiritual o verse limitados en su crecimiento espiritual porque nacieron en un tiempo en que este poder de sellamiento no estaba en la tierra? Como Dios es un Dios justo y uno que ama a sus hijos, se ha preparado un camino mediante el cual aquellos que han muerto pueden ser identificados y luego sellados juntos en una relación familiar en los templos del Señor por sus descendientes que los aman lo suficiente como para hacer esta obra por ellos.
Hemos supuesto que esta obra debía hacerse meramente como un gesto de gracia por parte de los vivos para aquellos de nuestros antepasados que han muerto. Esta es una concepción errónea que surge de no entender el significado completo del evangelio. El plan de salvación es el plan para salvar a los hijos de Dios en una relación familiar. De hecho, podemos llamar a esto una salvación universal porque se aplica a todos los hombres y mujeres que se califiquen mediante el arrepentimiento y el deseo de llegar a ser hijos de Dios. No podemos ser salvos sin nuestros progenitores. A pesar de la fe de todos los profetas, como cita Pablo en el capítulo once de Hebreos, concluye diciendo:
«Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido;
«Dios habiendo provisto algo mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros» (Hebreos 11:39-40).
Debemos estar unidos a ellos, y ellos a sus padres y madres hasta el Padre Adán y la Madre Eva, y ellos a Jesucristo, y él a Dios como su Hijo Unigénito en la carne. Así, para salvarnos a nosotros mismos y completar nuestra propia salvación, debemos volver nuestros corazones hacia nuestros padres, buscar sus identidades y realizar la obra de salvación por ellos. Seremos responsables de su sangre si no lo hacemos.
Entonces, la obra de Elías no se limitó a los vivos ni a los muertos. Fue una misión universal tanto para los vivos como para los muertos mediante la cual se abrió el camino para todos los que quieran escuchar y obedecer, y así recibir la gloria reservada para aquellos que aman al Señor. Como Jesús le dijo a Juan el Amado:
«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20).
Así que el llamado está en la puerta. Cualquier hombre que realmente ame a su esposa y a su familia no descansará hasta que pueda calificarse mediante la aceptación del Señor Jesucristo y mediante una vida recta para llevar a su esposa y familia con él al templo del Señor y allí tenerlos sellados para siempre bajo el poder de sellamiento del sacerdocio, el cual fue devuelto a la tierra por la mano del profeta Elías para que nuestros corazones se llenen con estas grandes promesas hechas a los padres y para que seamos sellados en la familia de Jesucristo y, a través de él, llevados a la presencia de Dios el Padre Eterno.
Testifico de la verdad de estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.

























