LAS ORACIONES PERSONALES
Élder Marvin J. Ashton
Frecuentemente, al ser conmovido por las oraciones de los niños pequeños, la verdad de las palabras, “…de cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3), cobra un profundo significado para mí. Por lo tanto, pienso que quizás nuestras oraciones no puedan entrar en el reino de Dios a menos que sean como las de los niños, en fe, humildad y propósito.
Parece ser que los niños tienen una forma muy personal de conversar con Dios. Ellos hablan con Él sin temor, tal como amigos; sí, parecen hablarle como si estuvieran junto a Él. Sus palabras son magníficas en cuanto a lo directas y simples.
Hace poco, oí a mi nieto comenzar su oración de esta manera:
“Padre Celestial, te doy gracias por mi Padre Celestial.” He ahí a un niño de cuatro años enseñando una simple pero poderosa lección de gratitud por tener a Dios. Quizás las oraciones de los niños lleguen a su destino directamente porque sus pensamientos no están llenos de rodeos o reservas. Quisiera contaros uno de mis relatos favoritos de oraciones infantiles, tal como fue compartido hace algunos años por el desaparecido presidente George Albert Smith.
“Sobre la mesa de operaciones se encontraba un pequeño huérfano para someterse a una operación de apendicitis… Había varios cirujanos presentes en esa ocasión; él los miró y, dirigiéndose al que se encontraba a cargo de su caso, le dijo: ‘Doctor, antes de comenzar con la operación, ¿no oraría por mí?’ Asombrado, el cirujano miró al niño y le dijo: ‘Pero… yo no puedo orar por ti.’ Entonces, el pequeñuelo volvió sus ojos de uno a otro de los que allí se encontraban, preguntándoles a cada uno si oraban por él; mas todos se negaron a hacerlo. El niño les dijo: ‘Si ustedes no quieren orar por mí, ¿podrían, por favor, esperar un momento mientras yo mismo lo hago?’ Luego bajó de la mesa de operaciones, se arrodilló entrelazando las manos y ofreció una oración, diciéndole a Dios: ‘Padre Celestial, sólo soy un pequeño huérfano, estoy muy enfermo y estos doctores van a operarme. ¿Puedes, por favor, ayudarles para que lo hagan bien? Y ahora, Padre Celestial, si tú me ayudas a mejorarme, te prometo que seré un buen muchacho. Gracias por ayudarme a recuperarme.’ Terminada su oración, volvió a acostarse en la camilla y miró a los doctores y enfermeras que se encontraban alrededor de él; pero era el único en el quirófano que podía ver, porque los demás tenían los ojos llenos de lágrimas. Entonces les dijo: ‘Ahora estoy listo.’
“Unos días más tarde, un hombre se dirigió a la oficina del jefe de cirujanos y le pidió que le relatara la historia del pequeño que había sido operado unos días antes. Él le respondió: ‘Esa fue una de las experiencias más extraordinarias de toda mi vida. He operado a cientos de hombres, mujeres y niños, y sé que algunos de ellos han orado; pero jamás, hasta que me encontré en la presencia de ese pequeño, había oído a alguien hablar con su Padre Celestial cara a cara.’” (George Albert Smith, Sharing the Gospel with Others, Deseret Book, 1948, págs. 144-145).
Otro importante elemento en la forma adecuada de orar personalmente lo aprendemos del pequeño héroe de un libro de Mark Twain:
“Me estremecí. Decidí orar para ver si podía dejar de ser el tipo de muchacho que era y mejorar; por lo tanto, me arrodillé; pero no podía encontrar las palabras. ¿Por qué no podía hacerlo? No había razón para tratar de ocultarlo… Yo sabía muy bien por qué no podía encontrar las palabras: era porque mi corazón no estaba dispuesto; era porque… yo me aferraba a algo que no era bueno, porque trataba de que mi boca dijera que haría lo bueno y limpio… pero muy dentro de mí sabía que era una mentira, y Él también lo sabía. Entonces descubrí que no se puede orar una mentira.” (Las aventuras de Huckleberry Finn, New York y Scarborough, Ontario: New American Library, 1959, págs. 208-209). (Traducción libre).
Una de las mayores bendiciones que un niño puede tener es la de haber recibido instrucción para aprender a orar a muy temprana edad. Al reflexionar sobre mi juventud, recuerdo a mis padres cuando me ayudaban con mis oraciones antes de acostarme. Algunas de mis primeras palabras las aprendí en las rodillas de mi madre y mi padre, cuando ellos me enseñaban a decir expresiones simples como: “Padre Celestial, bendice a mamá y papá; ayúdame a ser bueno. En el nombre de Jesucristo. Amén.” Con este comienzo y estímulo no me fue difícil orar a mi Padre Celestial para que Él aliviara el dolor de un dedo lastimado, o rogar por su ayuda cuando el perro de la familia fue atropellado por un automóvil. Se me enseñó que Dios siempre está dispuesto a escucharnos si le hablamos y somos buenos. A muy temprana edad llegué a saber que la buena conducta es parte del precio que tenemos que pagar por la respuesta a nuestras oraciones. En muchas ocasiones en que mis oraciones juveniles no fueron contestadas de forma inmediata, como yo creía que deberían ser, jamás volví la espalda a Dios; en cambio, me reprendía por no ser digno o no saber cómo establecer comunicación con Él.
Recuerdo vividamente los “servicios fúnebres” que llevé a cabo, siendo un muchachito, para mi perro Blacki que murió envenenado. Cuando él murió, a pesar de mis oraciones cargadas de lágrimas, un par de mis amigos me ayudaron a prepararle un funeral. No creo que hayamos predicado mucho aquel día, pero sí recuerdo todo lo que oramos. Cuando pienso en mis padres, amigos de mi juventud y vecinos, lo hago con gratitud por haber vivido en un hogar y un vecindario donde nadie se burló de nosotros cuando le pedimos a Dios que cuidara de nuestro amigo, que se había ido a vivir con Él en el cielo.
A edad muy temprana, aprendí que las oraciones son algo personal y que no hay nada que no sea importante para Dios. Antes de que mi madre falleciera, recuerdo que muchas veces ella se deleitaba en contarle a mi esposa, en mi presencia, que cuando yo era todavía un niño aprendí a decir mis oraciones solo, porque quería decirlas sin ayuda para que fueran exclusivamente mías.
Con estos antecedentes, supongo que no le será muy difícil al lector entender mi actitud con respecto a la oración cuando relate esta experiencia que sucedió hace algún tiempo: Me encontraba viajando en avión desde Salt Lake City a Chicago. El vuelo transcurrió en forma rutinaria y sin dificultad, hasta que nos encontrábamos a unos ciento cincuenta kilómetros de la ciudad de Chicago; en ese momento nos topamos con una tormenta muy severa, con gran turbulencia. El piloto nos dio instrucciones para que nos ajustáramos los cinturones de seguridad y que nos mantuviéramos en nuestros asientos por el resto del vuelo. Mientras volábamos alrededor de Chicago esperando nuestro turno para aterrizar, algunos de los pozos de aire en los que caía el avión eran tan severos que nos dejaban sin respiración. El mal tiempo había causado una gran demora en nuestro turno de aterrizaje, y al sentirnos cada vez más incómodos con lo irregular del vuelo, algunos de los pasajeros se pusieron muy nerviosos. Una señora que se encontraba sentada dos asientos detrás del mío, reconociéndome y con voz temblorosa, me dijo: “Elder Ashton, ¿no le parece que tendríamos que orar?” Yo le respondí: “Yo ya oré esta mañana.” Cuando por fin nos encontramos en la seguridad del aeropuerto, me sentí satisfecho al descubrir que aquella señora, a quien yo no conocía, no se había ofendido conmigo, sino que todo lo contrario, me agradeció por haberle enseñado una lección.
Las oraciones, para ser eficaces, no deben consistir en palabras solamente. La oración sincera debe ser una mezcla apropiada de sentimiento y espíritu; es este espíritu el que no sólo le enseña al hombre a orar, sino que hace que sus deseos terrenales sean aceptables y puedan ser transmitidos. Si un corazón quebrantado y un espíritu contrito se unen con una fe inalterable, nuestras oraciones, no importa cuáles sean las palabras, tendrán gran significado.
“Y ahora, amados hermanos míos, observo que aún estáis meditando en vuestros corazones; y me duele tener que hablaros sobre esto. Porque si atendieseis al Espíritu que enseña a los hombres a orar, sabríais que os es menester orar; porque el espíritu malo no enseña al hombre a orar, sino que no debe orar.
“Mas he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer en el Señor, sin antes orar al Padre en el nombre de Cristo, a fin de que Él os consagre vuestra acción, y vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas.” (2 Nefi 32:8-9)
Nuestras oraciones personales no necesitan ser muy largas, pero yo creo que sería apropiado recordaros que debéis orar más frecuentemente. Necesitamos dar gracias a Dios en todas las cosas y solicitar su ayuda para que podamos guardar sus mandamientos. Se nos ha dado el mandamiento de orar bajo cualquier circunstancia o dondequiera que nos encontremos. Nuestro espíritu se acerca más al cielo, ansioso por obtener una comunicación constante con la fuente de toda fortaleza. El Salvador compartió con nosotros una hermosa forma de orar que se encuentra registrada en 3 Nefi 19:17-34:
“Y sucedió que cuando todos se hubieron puesto de rodillas en el suelo, mandó a sus discípulos que orasen.
“Y he aquí, empezaron a orar; y oraron a Jesús, llamándolo su Señor y su Dios. Y ocurrió que Jesús se apartó de entre ellos un poco y se inclinó a tierra, y dijo:
“Padre, gracias te doy porque has dado el Espíritu Santo a éstos que he escogido; y es por su fe en mí que los he escogido de entre el mundo.
“Padre, te ruego que des el Espíritu Santo a todos los que crean en sus palabras. Padre, les has dado el Espíritu Santo porque creen en mí; y ves que creen en mí, porque los oyes que oran a mí; y oran a mí porque estoy con ellos.
“Y ahora, Padre, te pido por ellos, y también por todos los que han de creer en sus palabras, para que crean en mí, para que yo sea en ellos como tú, Padre, eres en mí, para que seamos uno.
“Y aconteció que cuando Jesús hubo orado así al Padre, se acercó a sus discípulos, y he aquí, continuaban orando a Él sin cesar; y no multiplicaban palabras, porque les era manifestado lo que debían pedir, y estaban llenos de anhelo. Y ocurrió que Jesús los bendijo, mientras le dirigían sus oraciones, y su rostro resplandeció sobre ellos, y los iluminó la luz de su semblante; y he aquí, se tornaron blancos como el semblante y también los vestidos de Jesús; y he aquí, su blancura excedía toda blancura, sí, no podía haber sobre la tierra cosa tan blanca como su blancura.
“Y Jesús les dijo: Seguid orando; sin embargo, no cesaron de orar.
“Y otra vez se retiró de ellos un poco y se inclinó a tierra; y oró de nuevo al Padre, diciendo:
“Padre, gracias te doy porque has purificado a los que he escogido por motivo de su fe; y ruego por ellos, y también por los que han de creer en sus palabras, para que sean purificados en mí, mediante la fe en sus palabras, así como son purificados en mí.
“Padre, no te ruego por el mundo, sino por los que me has dado del mundo, a causa de su fe, para que sean purificados en mí, para que yo sea en ellos como tú, Padre, eres en mí, para que seamos uno, y yo sea glorificado en ellos.
“Y cuando Jesús hubo dicho estas palabras, se volvió otra vez a sus discípulos, y he aquí, oraban a Él firmemente y sin cesar; y de nuevo resplandeció su semblante sobre ellos; y he aquí, estaban blancos, así como Jesús.
“Y ocurrió que se retiró otra vez un poco de ellos, y oró al Padre;
“Y la lengua no puede pronunciar las palabras que oró, ni puede hombre alguno escribir las palabras de su oración.
“Y la multitud las oyó y da testimonio; y se abrieron sus corazones, y comprendieron en sus corazones las palabras de su oración.
“No obstante, tan grandes y maravillosas fueron las palabras de su oración, que no pueden ser escritas, ni tampoco puede el hombre proferirlas.”
El Salvador les decía a todos “seguid orando”. El depender diariamente de Dios mediante la oración nos provee fuerza, progreso y desarrollo personal. Yo he tratado de enseñar a mis hijos a orar constantemente, porque conozco el poder de la oración y el consuelo que ésta brinda al alma. Sé que Dios escucha y responde a nuestras oraciones; en muchas ocasiones Él ha oído y respondido a las mías. Mi esposa y yo hemos aprendido a orar en forma individual, en privado y en secreto, para que nuestras oraciones sean contestadas de la misma forma; hemos tratado de orar de manera simple y honesta, incluyendo siempre en nuestra petición las palabras “hágase tu voluntad”, dejando en sus manos la forma, el momento y la naturaleza de la bendición para que Él conteste en su sabiduría infinita.
Debemos orar sincera y honestamente, alejándonos de las vanas repeticiones.
“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.
“No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.
“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre,
“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
“Y perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
“Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.” (Mateo 6:5-13)
Yo tuve la oportunidad de dirigir y supervisar por más de 20 años los equipos de básquetbol de los Hombres M en la Iglesia. Antes de tener esta responsabilidad, jugaba mucho al básquetbol, y siempre estaré muy agradecido por las lecciones que aprendí dentro y fuera del rectángulo de juego.
No creo haber jugado nunca en un equipo, incluyendo aquellos en los cuales participé cuando servía de misionero en Inglaterra, que no se uniera en oración antes de un partido; por mi parte, siempre consideré muy útil hacer mis propias oraciones en forma privada antes de la oración con el equipo. Usualmente, estas oraciones personales eran una reflexión en silencio mientras me vestía con el uniforme del equipo. En varias ocasiones, mientras supervisaba eventos atléticos de la AMM, alenté a los equipos y jugadores a que oraran después de los partidos, igual que lo hacían al principio. Creo que algunos de ellos lo hicieron, pero no muchos.
Recuerdo haber tratado de disciplinarme para orar después de un partido, especialmente luego de una amarga derrota; algunas veces lo hice, pero al reflexionar sobre ello veo que las ocasiones no eran muy frecuentes. Recuerdo haberme justificado luego de esas derrotas diciéndome que no sería honesto dar una oración de gracias cuando “se nos había robado la victoria, porque el árbitro no había sido honesto” o “que, siendo un equipo de menor calidad que el nuestro, solamente había tenido suerte en los últimos minutos”.
“La oración de un padre”, por el general Douglas MacArthur, siempre ha sido una de mis favoritas; jamás me canso de su profundidad y sinceridad:
“Oh Dios, dame un hijo que sea lo suficientemente fuerte para reconocer cuando es débil, y valeroso para enfrentarse a sí mismo cuando tenga miedo; que sea orgulloso de no haber cedido en la derrota, honesto; y humilde y generoso en la victoria.
“Dame un hijo que reconozca el valor de la justicia; un hijo que reconozca que el conocerse a sí mismo es la piedra angular de todo conocimiento.
“Te ruego que le guíes, no en la senda cómoda y fácil, sino en la de las pruebas, dificultades y presiones. Deja que él aprenda a hacer frente a las tormentas; deja que aprenda compasión por el derrotado.
“Dame un hijo con un corazón claro y elevadas metas; un hijo que sepa autodominarse antes de tratar de dominar a otros; que aprenda a reír, pero aún así que jamás se olvide de cómo llorar; que pueda alcanzar la profundidad del futuro, sin olvidar jamás el pasado. Que le des estos rasgos de carácter, te pido Señor; que le dotes de suficiente sentido del humor para que no esté siempre serio, y nunca se tome a sí mismo demasiado en serio. Dale humildad para que siempre pueda recordar la simplicidad de la verdadera grandeza, la imparcialidad de la verdadera sabiduría y la humildad de la verdadera fuerza. Entonces, yo, su padre, me atreveré a susurrar: ‘No he vivido en vano.’” (Robert B. Fox, Pray Without Ceasing, Deseret Book, 1961, pág. 12)
Al asesorar a jóvenes parejas que están por casarse, y con aquellas ya casadas, siempre les sugiero las oraciones diarias. Una pareja que se encuentra unida en comunicación con Dios mediante la oración recibe diariamente una fuerza y un poder muy peculiares. Sugiero que los cónyuges se turnen para ser los voceros en la oración, y puedan así elevar sus voces de gratitud y dependencia a Dios. Él ayudará a aquellas parejas que sincera y dignamente le inviten a su círculo personal y familiar. Ya sea que le imploremos en forma individual o colectiva, Dios se acercará a nosotros tanto como se lo permitamos. En forma familiar, así como en forma individual, necesitamos recordar siempre que debemos colocarnos en una actitud apropiada a fin de poder orar muy a menudo, y recibir la fuerza necesaria para calmar las tempestuosas aguas del día. La oración personal no sólo es poder, sino también preparación.
Todos nuestros pensamientos deben ser orientados hacia el cielo. En una oportunidad, Víctor Hugo dijo: “Ciertos pensamientos son en sí oraciones. Hay momentos en que, sea cual sea la posición en que se encuentre el cuerpo, el alma está de rodillas.”
Ciertamente, toda alma tiene un sincero deseo de orar. La oración personal es una señal de fuerza, una señal de dependencia; es el reconocimiento de que existe alguien muy superior a nosotros de quien necesitamos poder y guía.
Mientras me encontraba predicando el evangelio en Inglaterra, durante los primeros días de mi misión, un hombre me dijo que uno de sus vecinos era miembro de la Iglesia de Jesucristo Reorganizada y que estaba esperando la oportunidad de que los misioneros llegaran a llamar a su puerta.
Me hablaron de ese vecino como una persona que odiaba a la Iglesia y que estaba ansioso por tener la primera oportunidad para humillarnos y avergonzarnos. La persona con la cual yo hablaba me invitó entonces a “hacer frente” a su vecino, y luego, cortésmente, me cerró la puerta. Al encontrarme allí parado y siendo compañero mayor, con sólo dos meses de experiencia en la misión, me pregunté si mi compañero y yo estaríamos preparados para ese tipo de confrontación.
Entonces decidí ofrecer una oración en silencio, mientras me encontraba tratando de decidir si debía evitar lo que podría transformarse en una situación no muy placentera. En el fondo de mi corazón sabía que iba a llamar a esa puerta; por lo tanto, oré a Dios pidiéndole habilidad para poder lograr un amigo.
Llamamos, se nos invitó a que pasáramos y que nos sentáramos con la pareja. De inmediato nos dimos cuenta de que aquel hombre nos había invitado a pasar para poder polemizar con nosotros en la intimidad de su hogar. Bajo aquellas circunstancias, muy difíciles para nosotros, escuchamos cortésmente; yo sentía que el Señor nos estaba ayudando a evitar una discusión. Cuando se nos dio la palabra, recuerdo que lo único que les comunicamos fue nuestro testimonio, y al final de la visita nuestro nuevo amigo terminó comprándonos un ejemplar del The Millenial Star (periódico de la Iglesia), y nos invitó para que volviéramos a visitarlo. Jamás olvidaré la satisfacción personal que sentí al alejarme de su casa, satisfacción que fue el resultado de la oración de dos élderes que, en forma combinada, no tenían más de tres meses de experiencia en el campo misional.
Las oraciones personales pueden ser contestadas de diversas maneras. Dios nos responde, ya sea que oremos con la congregación, en privado, en forma de canción o por medio de la meditación. Diga quien diga las palabras “Guiadme, enseñadme, por sus vías a marchar”, ¿no son acaso aceptables ya sea que salgan de los labios de los niños o que provengan de un humilde corazón de adulto? El Señor está dispuesto a ayudarnos de día o de noche, bajo cualquier circunstancia; de esto yo os doy mi testimonio.
“Consulta al Señor en todos tus hechos, y Él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que Él te cuide mientras duermes; y cuando te levantes en la mañana, rebose tu corazón de gratitud hacia Dios; y si haces estas cosas, serás exaltado en el postrer día” (Alma 37:37).
Debemos prepararnos constantemente para hacer la voluntad de nuestro Padre: Él nos escuchará y nos permitirá entrar en su reino de acuerdo con nuestra fidelidad. Si le adoramos y oramos a Él con nuestros labios solamente, nuestras oraciones no serán oídas. Las oraciones personales de los justos y de los sinceramente arrepentidos son de gran gozo para nuestro Padre.
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor. ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
“Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).
El profeta Brigham Young dijo: “La oración mantiene al hombre alejado del pecado, y el pecado mantiene al hombre alejado de la oración.”
Que podamos vivir de forma tal que nuestro espíritu contrito y nuestro corazón humilde hagan posible una comunicación continua con Dios. Recordemos que el pecado puede mantener a la humanidad alejada de la oración, y así lo hace. Ruego a nuestro Padre Celestial que nos ayude a que nuestras oraciones personales sean como las de los niños, y que podamos continuar siempre caminando rectamente en Sus senderos.

























