La Oraciónpor 18 Autoridades Generales

LA FE Y LA ORACIÓN

Élder Joseph Anderson


Con mucho acierto se ha dicho que el atributo más grande de un hombre o una nación es la fe, que los hombres que forjaron la patria y la hicieron prosperar en sus días más difíciles fueron hombres de fe inconmovible, hombres de valentía, de visión, que siempre miraron hacia adelante en lugar de mirar hacia atrás.

Lo mismo se puede decir de quienes establecieron esta Iglesia bajo la inspiración y revelación del Señor, y de los que edificaron sobre los cimientos que ellos dejaron. Esos también fueron y son hombres de testimonio infalible e inconmovible.

Creo que jamás existió una mayor necesidad de fe que la que existe en la actualidad; especialmente fe en la guía divina. Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, por regla general, tenemos fe en la dirección divina; pero el mundo necesita fe en Dios, fe en que Él es quien rige el mundo. El mundo necesita fe, fe en el Dios de esta tierra, quien es Jesucristo.

Muchos de nosotros hemos tenido la experiencia de viajar en barco a través del océano; dondequiera que uno mire, lo único que puede ver es agua: tan lejos como el ojo puede ver, el cielo baja para reunirse con el mar; el sol sale y se pone por el horizonte. Lo mismo sucede cuando nos encontramos en tierra; el límite de nuestra visión es el horizonte. ¿No es acaso cierto el hecho de que el límite de nuestra percepción espiritual es el horizonte que vemos?

¿Qué sucede entonces con nuestro horizonte espiritual? ¿Se limita a nuestra lucha actual por los bienes de este mundo? ¿Se limita a la adquisición de las cosas de la carne? ¿Se encuentra acaso nuestro horizonte limitado a nuestra carrera contra el mundo enloquecido por el dinero, para obtener las cosas mundanas? ¿O significa el salir de nuestra esfera para alcanzar la eternidad con Dios y nuestros seres amados en la vida venidera?

En realidad, debe extenderse a un futuro sin límites, más allá de la muerte, más allá de todo lo relacionado con la naturaleza temporal. Nuestro horizonte del futuro no debe ser confundido con los horizontes cercanos de las condiciones actuales.

Nuestra filosofía de vida percibe una eternidad: vida sin comienzo antes de venir aquí, vida sin fin de ahora en adelante. Nuestra felicidad aquí y en el mundo venidero depende de nuestros hechos en la tierra, por lo cual debemos tratar de esforzarnos por lograr lo mejor que la vida nos ofrezca. El camino que nos guía a la vida eterna debería estar pavimentado con la obediencia a los mandamientos del Señor.

Una vez moramos en el espíritu en presencia de nuestro Padre y nos regocijamos ante la oportunidad de venir a la tierra a tomar sobre nosotros la condición mortal, para pasar así por experiencias que aquí habríamos de encontrar y poder determinar si somos dignos de otras aún más grandes y, por ende, de mayores bendiciones.

Encontrándonos en este planeta, no disfrutamos de la presencia de nuestro Padre, pero podemos comunicarnos con Él y podríamos escuchar Su voz si eso fuera necesario. Nos es dado el Espíritu Santo como guía, compañero y vigía, si es que somos dignos de merecer tal bendición.

Para muchos resulta difícil el tener fe en un Ser eterno y en el hecho de que Él puede comunicarse con el hombre, de que escucha y contesta nuestras oraciones, de que es nuestro Padre, el Padre de nuestros espíritus (porque somos seres de naturaleza doble, tanto espirituales como físicos); saber que Él nos ama, que nos ha dado mandamientos para que, si los aceptamos y obedecemos, nos traigan bendiciones, tanto mortales como eternas.

En tiempos pasados, las personas se habrían reído y burlado de cualquiera que hubiera asegurado que llegaría el tiempo en que seríamos capaces de sentarnos cómodamente en nuestro hogar y mirar, observar y oír mediante aparatos de televisión y radio cosas que suceden en la actualidad, tanto en Europa, como en Asia, Sudamérica o África.

En esta época hemos visto a hombres caminando sobre la superficie de la luna; hemos escuchado los mensajes que enviaron a través del gran abismo del espacio; hemos visto las fotografías que ellos transmitieron.

Todos estos logros son producto de la fe, del trabajo y de la inteligencia. ¿Podemos nosotros hablar con Dios? ¿Pueden nuestras oraciones, tanto en pensamiento como en palabras, ascender a nuestro Padre Celestial? ¿Posee Él el poder para contestarlas?

En el mundo espiritual en que vivimos antes de venir a esta tierra, teníamos conocimiento de las cosas, pues las podíamos ver con nuestros propios ojos; ahora, en esta existencia mortal, vivimos por la fe. El Espíritu de Dios da testimonio al espíritu del hombre del hecho de que es un hijo de Dios; de que Él nos ama; de que existe un propósito específico para esta vida sobre la tierra, un grandioso y poderoso propósito, un propósito glorioso; de que mediante la obediencia a los mandamientos que se nos han dado podremos lograr conocimiento y comprensión; de que podemos lograr experiencia venciendo la oposición que se nos presente; de que hemos de resucitar de la tumba en el debido tiempo del Señor, y que llegará el momento de regresar a Su presencia si es que vivimos dignamente y lo merecemos. Este es el lejano horizonte que jamás debemos perder de vista.

El profeta Alma, del Libro de Mormón, relata una experiencia de su época acerca de cierta gente que fue echada de las sinagogas como consecuencia de su apariencia, gente pobre en cuanto a las cosas del mundo y también pobre de corazón. Estas personas se presentaron ante Alma y, explicándole su situación, le preguntaron qué debían hacer; él les contestó enseñándoles el principio de la fe y la palabra de Dios. Con respecto a la fe les dijo:

“Fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas; de modo que si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven y que son verdaderas” (Alma 32:21).

Alma continúa entonces comparando sus palabras, que son en realidad las palabras de Dios y el evangelio de salvación, con una semilla que un hombre planta en la tierra; y sugiere que si permitimos que se plante una semilla en nuestro corazón y no la desechamos ni resistimos al Espíritu del Señor, si es una buena semilla, crecerá en el pecho; y cuando sintamos ese crecimiento, el hombre no podrá menos que admitir que se trata de una buena semilla, porque engrandece el alma, comienza a alumbrar la comprensión y se convierte en algo delicioso para el individuo. Más adelante, cuando la semilla o palabra, o sea, el evangelio, crezca en el alma, la persona sabrá que es una buena semilla y su conocimiento será, por lo tanto, perfecto; entonces esa persona no tendrá más fe, sino conocimiento.

A veces se encuentra gente que dice que no se puede saber con seguridad si el evangelio es verdadero. Tal como lo indica Alma, si cuando escuchamos la palabra de Dios no la desechamos ni resistimos al Espíritu del Señor, el proceso de crecimiento dentro del pecho, el desarrollo del alma y la iluminación del entendimiento son de una naturaleza tal que hacen que la persona sepa que es verdad. Sin embargo, esto es solo el principio. La semilla debe ser nutrida; es decir, la persona debe nutrir el testimonio que tiene de que es verdadera viviendo las enseñanzas del evangelio.

Si una persona hace esto, nos dice el antiguo profeta, la semilla se desarrollará hasta alcanzar la estatura de un árbol que brinde fruto. Pero si el árbol no es cuidado, si no arraiga adecuadamente, cuando se haga sentir el calor del sol, le afectará de tal manera que se marchitará y morirá. Esto sucede, no por causa de que la semilla de la palabra de Dios no sea verdadera, ni porque el fruto de ésta no sea deseable, sino porque la tierra en que fue plantada era estéril y la planta o árbol no fueron nutridos, motivo por el cual no se puede lograr el fruto que de otro modo podría haberse logrado.

Si, por otra parte, la persona dispone de la paciencia y la fe para nutrir el árbol, es decir, la palabra de Dios, a medida que pasa el tiempo podrá llegar a arrancar el fruto, que es el más precioso y delicioso al paladar.

Os testifico que si hacéis esas cosas, si en verdad tratáis este experimento con respecto a la palabra de Dios tal como se encuentra en el evangelio de Jesucristo, y vivís de acuerdo con los mandamientos allí establecidos, nutriendo las verdades del evangelio, tendréis el privilegio de saborear ese fruto; vuestra fe será totalmente recompensada y llegará a desarrollarse hasta alcanzar el conocimiento seguro de la verdad del evangelio de Jesucristo.

Nosotros testificamos que cuando la situación lo requiere, la voz de Dios puede ser escuchada por los profetas de los Santos de los Últimos Días; que ellos pueden comunicarse con el Señor sin interferencia, mediante el instrumento de la fe; y aún más, que todos podemos ver a través del velo si lo hacemos de acuerdo con la voluntad del Señor y si nos esforzamos por establecer comunicación con el infinito.

Los Santos de los Últimos Días creen y enseñan que, sin la experiencia de la vida mortal con sus problemas y logros y sin un cuerpo resucitado, el espíritu del hombre no puede lograr la plenitud de gozo. Nuestra filosofía de vida proyecta una existencia eterna: vida sin comienzo en el mundo preexistente y vida sin fin de ahora en adelante, a través de la eternidad.

Nuestra felicidad en esta vida y en la venidera depende de nuestros hechos sobre esta tierra. Si es que habremos de lograr la meta de la salvación eterna y la exaltación en el reino de nuestro Padre Celestial, debemos sostenernos fuertemente de la barra de hierro, la cual es la palabra de Dios, y obedecer los mandamientos del Señor.

Se cuenta que en una oportunidad, Isaac Newton, cuando se encontraba pensando seriamente con respecto a la naturaleza de la luz, hizo una abertura en una cortina y permitió así que un rayo de luz entrara en su cuarto: interpuso a la luz un pedazo triangular de vidrio, lo cual reprodujo con gran belleza todos los colores del arco iris. Fue así que por primera vez en la historia el hombre tuvo conocimiento de que todos los gloriosos colores del universo se encuentran encerrados en un rayo de luz blanca.

Es sumamente importante que vivamos todos los principios del evangelio y que obedezcamos todos los mandamientos que el Señor nos ha dado, si es que deseamos desarrollarnos y acercarnos más a nuestro Padre y a su amado Hijo Jesucristo. No podemos decir: “Sí, creo en la obra misional, creo que es importante, estoy totalmente convertido al plan de bienestar o al maravilloso programa social de la Iglesia para los jóvenes; pero no creo que José Smith fuera un profeta ni que nuestros profetas actuales sean guiados por revelaciones del Señor”.

Algunos pueden decir: “Creo en el Libro de Mormón, pero no puedo creer que haya sido recibido de un ángel como José Smith lo afirma”.

Con una fe fluctuante de ese tipo, ¿cómo puede esperar tener la verdadera luz de Cristo, el verdadero entendimiento y la luz del evangelio? ¿Cómo podemos esperar recibir las bendiciones que el Señor ha prometido a los fieles? Cualquiera que haga a un lado uno de estos principios no habrá de lograr la luz pura y blanca. Si fracasa en su esfuerzo de la fe en todos los principios del evangelio y no tiene la fe necesaria para vivir de acuerdo con ellos, no podrá esperar lograr la luz pura del evangelio en su corazón.

Si disponéis de suficiente fe en Dios como para impeliros a guardar sus mandamientos, os acercaréis más a Él y Él se acercará a vosotros. Vuestra fe llegará a convertirse en conocimiento, y el límite de vuestro horizonte se extenderá hasta el mundo eterno.

Ruego que podamos desarrollarnos en la fe a través del amor y las bendiciones de nuestro Señor y Salvador, y que podamos guardar los mandamientos que Él nos ha dado, para que lleguemos a encontrar la salvación y la exaltación en su reino celestial.