MEJOREMOS NUESTRA
COMUNICACIÓN CON NUESTRO
PADRE CELESTIAL
Presidente Ezra Taft Benson
Durante toda mi vida he considerado el consejo de depender de la oración como el más preciado de todos los que he recibido. Esto se ha convertido en parte integral de mí mismo, en una ancla, una constante fuente de fortaleza y en la base de mi conocimiento de todo lo divino.
El consejo de mi padre a toda su familia era: “Recordad que cualquier cosa que hagáis o dondequiera que estéis, nunca estáis solos; nuestro Padre Celestial siempre está cerca, y si os esforzáis por llegar hasta Él, recibiréis su ayuda por medio de la oración”. He descubierto que esas palabras son verdaderas. Gracias sean dadas a Dios porque podemos llegar hasta Él y obtener ese poder invisible, sin el cual nadie puede lograr lo mejor de sí mismo.
Las Santas Escrituras están repletas de convincentes admoniciones con respecto a la importancia de la oración, impresionantes ejemplos de ésta, y consejos para aprender a orar más eficazmente.
Durante su ministerio terrenal, Jesús habló “sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1). “Velad y orad”, les dijo, “para que no entréis en tentación…” (Mateo 26:41). Y en esta dispensación dijo: “…orad a todo tiempo, no sea que aquel inicuo tenga poder en vosotros y os quite de vuestra posición” (D. y C. 93:49).
Por medio de José Smith recibimos también la advertencia siguiente:
“Y en nada ofende el hombre a Dios, o contra ninguno está encendido su enojo, sino aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas, y no obedecen sus mandamientos” (D. y C. 59:21).
Tenemos las siguientes palabras de instrucción del Señor resucitado a los nefitas, cuando ministró entre ellos en el Hemisferio Occidental: “…debéis velar y orar siempre, no sea que os tiente el diablo, y os lleve cautivos.
“Es necesario que veléis y oréis siempre, no sea que entréis en tentación; porque Satanás desea poseeros para zarneiros como a trigo.
“Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre;
“Y cuanto le pidáis al Padre en mi nombre, creyendo que recibiréis, si es justo, he aquí, os será concedido” (3 Nefi 18:15, 18-20).
A continuación, quisiera sugerir algunas maneras en que podemos mejorar nuestra comunicación con nuestro Padre Celestial.
- Debemos orar frecuentemente. Deberíamos tratar de estar a solas con nuestro Padre Celestial por lo menos dos o tres veces al día, “en la mañana, al mediodía y en la tarde”, como lo sugiere la escritura (Alma 34:21). También se nos dice que debemos orar siempre (2 Nefi 32:9; D. y C. 88:126). Esto significa que nuestro corazón debe estar rebosante y elevado en oración a nuestro Padre continuamente (Alma 34:27).
- Debemos encontrar un lugar apropiado para meditar y orar. Se nos amonesta a que lo hagamos “en vuestros aposentos, en vuestros sitios secretos y en vuestros yermos” (Alma 34:26). O sea, que debemos estar libres de toda distracción, y en secreto (3 Nefi 13:5-6).
- Debemos prepararnos para la oración. Si no sentimos el deseo de orar, entonces es cuando debemos hacerlo hasta que nos sintamos dispuestos. Debemos ser humildes (D. y C. 112:10), suplicar perdón y clemencia (Alma 34:17-18), y perdonar a todo el que nos haya ofendido (Marcos 11:25). Aun así, las Escrituras nos advierten que nuestras oraciones serán vanas si “despreciáis al indigente y al desnudo, y no visitáis al enfermo y afligido, si no dais de vuestros bienes…” (Alma 34:28).
- Nuestras oraciones deben tener significado y ser apropiadas. No debemos usar una y otra vez las mismas frases. Cualquiera de nosotros se molestaría si un amigo le repitiera todos los días las mismas palabras, demostrando que la conversación le resulta un fastidio y que está deseando terminarla para encender el televisor y olvidarle.
En todas nuestras oraciones debemos usar un lenguaje refinado, similar al que se usa en las Escrituras, hablándole de “tú” a Dios y evitando las expresiones vulgares. En esa forma demostramos mayor respeto por la Deidad.
¿Qué debemos pedir en nuestras oraciones? Debemos orar sobre nuestro trabajo, contra el poder de nuestros enemigos y del diablo, pedir por nuestro bienestar y por el de todos los que nos rodean (Alma 34:20-27). Debemos pedir consejo al Señor acerca de todas nuestras decisiones y actividades (Alma 37:36-37). Debemos ser agradecidos y dar las gracias por todo lo que tenemos (D. y C. 59:21); y debemos reconocer la mano del Señor en todas las cosas. La ingratitud es uno de nuestros peores pecados. Él ha declarado en una revelación de nuestra época:
“Y el que recibe todas las cosas con gratitud, será glorificado; y le serán añadidas las cosas de esta tierra, aun cien veces, sí, y más” (D. y C. 78:19).
Debemos suplicar por aquello que necesitamos, cuidando de no pedir lo que pueda perjudicarnos (Santiago 4:3). Debemos rogar fortaleza para solucionar nuestros problemas (Alma 31:31-33). También debemos pedir inspiración y bienestar para el Presidente de la Iglesia y las Autoridades Generales, para el presidente de la estaca, el obispo, el presidente del quórum que nos corresponde, nuestros maestros orientadores, nuestros familiares y los líderes cívicos. Podría seguir haciendo sugerencias, pero con la ayuda del Espíritu Santo sabremos sobre qué cosas debemos orar (Romanos 8:26). - Después de haber hecho nuestra solicitud, tenemos la responsabilidad de hacer nuestra parte para que se cumpla lo que pedimos. Debemos escuchar, porque quizás el Señor quiera aconsejarnos mientras todavía estamos de rodillas. El presidente David O. McKay dijo: “La sinceridad en la oración implica que cuando pedimos una virtud o una bendición estamos dispuestos a esforzarnos por lograr la bendición y cultivar la virtud”.
En 1922, cuando era un joven misionero en el norte de Inglaterra, la oposición a la Iglesia se hizo muy intensa y llegó a ser tan fuerte que el presidente de la misión nos ordenó que suspendiéramos las reuniones con personas en la calle y, en algunos lugares, dejáramos también de repartir folletos.
A mi compañero y a mí se nos había invitado a hablar en una reunión sacramental, para lo cual debíamos viajar una cierta distancia. En la invitación se nos decía: “Estamos seguros de poder llenar de gente la pequeña capilla; muchas de las personas de estos lugares no creen las falsedades que se han difundido sobre nosotros. Si ustedes aceptan la invitación, estamos seguros de que tendremos una magnífica reunión.” Así que aceptamos.
Antes de ir ayunamos y oramos sinceramente. Mi compañero había preparado un discurso sobre los primeros principios del evangelio, y yo había estudiado mucho para hablar sobre la apostasía. En la reunión gozamos de un maravilloso espíritu. A mi compañero le tocó hablar en primer término y dio un inspirado mensaje; a continuación hablé yo, y lo hice con una libertad que jamás había experimentado en mi vida; cuando me senté me di cuenta de que no había mencionado siquiera la apostasía, sino que había hablado sobre el profeta José Smith, dejando mi testimonio de su divina misión y de la veracidad del Libro de Mormón. Después de la reunión, muchas personas fueron a hablarnos, entre ellas muchas que no eran miembros de la Iglesia, quienes nos dijeron: “Esta noche hemos recibido un testimonio de que el mormonismo es verdadero; estamos listos para el bautismo.” Eso fue una respuesta a nuestras oraciones, pues habíamos suplicado que se nos hiciera decir solamente aquello que pudiera conmover a los investigadores.
En 1946, el presidente George Albert Smith me asignó la misión de ir a Europa después de terminada la guerra, y desde allí establecer misiones de la Iglesia de Norte a Sur, desde Noruega hasta Sudáfrica; también debíamos comenzar un programa para la distribución de artículos de bienestar como alimentos, ropa, etc.
Establecimos nuestra base de operaciones en Londres, luego de lo cual fue necesario hacer arreglos preliminares con las Fuerzas Armadas. Una de las primeras personas que yo deseaba ver era el Comandante de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en Europa, que se encontraba estacionado en Francfort, Alemania.
Al llegar a Francfort, mi compañero y yo fuimos a pedir audiencia con el general; pero el oficial que estaba a cargo nos dijo que no tendríamos oportunidad de verlo por lo menos hasta tres días más tarde, pues estaba muy ocupado. Yo le expliqué que era muy importante para nosotros hablar con el General, pero que no podíamos esperar tres días, pues al siguiente debíamos estar en Berlín. Todo lo que respondió fue: “Lo lamento mucho.”
Salimos del edificio, nos dirigimos al auto y allí nos quitamos el sombrero y ofrecimos una oración; luego volvimos al edificio. Al entrar hallamos a otro oficial en la oficina de audiencias y en menos de quince minutos nos encontrábamos en presencia del General. Habíamos rogado poder verlo y ablandar su corazón, porque sabíamos que todas las provisiones de socorro debían entregarse en manos de los militares, para que éstos las distribuyeran.
Le explicamos al Comandante que lo que deseábamos era distribuir nosotros mismos nuestras propias provisiones a nuestra gente, por nuestros propios medios; y que, además, queríamos hacer contribuciones de alimentos para los niños necesitados en general; le detallamos el programa de bienestar y su forma de operar. Finalmente nos dijo: “Caballeros, comiencen a hacer la recolección de sus provisiones; quizás la regla haya cambiado para el momento en que ustedes tengan todo listo.” A esto respondimos: “General, todas nuestras provisiones están listas; siempre lo están. Dentro de las veinticuatro horas a partir del momento en que enviemos un cable a la Primera Presidencia de la Iglesia, estarán en viaje a Alemania grandes cantidades de provisiones. Tenemos muchos almacenes que están llenos de artículos de primera necesidad.” Él, entonces, nos dijo: “Jamás había oído hablar de gente que tuviera tal visión.” Habíamos conmovido al comandante, tal como lo habíamos pedido en nuestra oración. Al salir de su oficina llevábamos una autorización escrita para distribuir provisiones a nuestra propia gente, y de acuerdo con nuestro propio sistema.
El saber que Dios está interesado en nosotros y dispuesto a responder cuando depositamos en Él nuestra confianza y hacemos lo que es correcto es algo que satisface y contenta al alma. No hay lugar para el temor entre los hombres y mujeres que ponen su confianza en el Todopoderoso y que no vacilan en someterse a la guía divina por medio de la oración. Aunque sobrevengan las persecuciones, aunque nos acosen los reveses de la vida, siempre encontraremos seguridad en la oración, porque Dios derramará bálsamo de paz sobre nuestra alma. Y esa paz, ese sentimiento de serenidad, es la bendición más grande de esta vida.
Cuando era un muchacho con el Sacerdocio Aarónico, aprendí este breve poema que jamás he olvidado:
Por qué extraño medio, no lo sé,
Mas sé que Dios responde
A la oración de fe,
Puesto que la promesa Él nos da
De que toda oración
Ha de escuchar
Y, tarde o temprano, contestar.
Por eso cuando oro,
En paz puedo esperar.
No sé si el favor que he procurado
Vendrá en la jornada
En que lo he deseado.
Pero mi oración a Él confío
Porque es más sabio
Y su camino, más justo que el mío;
Y sé que a mi ruego accederá,
O algo mucho mejor aún
Me otorgará.
Os doy mi testimonio de que Dios vive, que no está muerto. Testifico que Dios, nuestro Padre, con su amado Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, verdaderamente aparecieron a José Smith. Sé esto con la misma seguridad con que sé que vivo.
Testifico que hay un Dios en los cielos que oye y contesta nuestras oraciones; y lo sé, porque Él ha dado respuesta a las mías. Humildemente exhorto a todas las personas —sean o no miembros de la Iglesia— a mantenerse en contacto cercano con nuestro Padre Celestial por medio de la oración. No ha habido nunca otra época de nuestra dispensación en la que existiera mayor necesidad de la oración que en la época actual. Que podamos depender constantemente de nuestro Padre Celestial y luchar a conciencia por mejorar nuestra comunicación con Él.

























