La Oraciónpor 18 Autoridades Generales

GRANDES ALMAS
QUE HAN CREÍDO EN
EL PODER DE LA ORACIÓN

Elder John H. Vandenberg.


“La oración ha sido siempre una fuerza vital para mí.” Estas palabras fueron pronunciadas por uno de los más grandes héroes militares de los Estados Unidos, James Doolittle. Su vida, siempre guiada por la oración, es un ejemplo de valor.

Cuando una persona busca la ayuda del Señor diariamente está dando muestras de madurez. Muchos han aprendido que sus esfuerzos son vanos, a menos que sea el Señor quien los dirige.

Al hablar a los delegados en la Convención Constitucional, Benjamín Franklin dijo lo siguiente, refiriéndose a la necesidad de la oración:

“He vivido un largo tiempo; y cuanto más vivo, más me convenzo de que Dios dirige los asuntos de los hombres. Si un gorrión no cae al suelo sin ser notado por Él, ¿cómo podría levantarse una nación sin Su ayuda? En las Sagradas Escrituras se nos ha asegurado que, a menos que el Señor edifique la casa, los que la edifican, en vano trabajarán. Creo esto firmemente, y también creo que sin Su ayuda no lograremos más éxito en esta edificación política que el que lograron los constructores de la Torre de Babel; nuestros mezquinos y locales intereses nos dividirán, nuestros proyectos se perderán en la confusión, y no seremos más que un oprobio y un escarnio para las futuras generaciones. Y, lo que es peor aún, nuestro pueblo puede, después de una desafortunada experiencia, desilusionarse de la sabiduría humana en el gobierno y entregarlo a los azares de la casualidad, la guerra y la conquista.

“Por lo tanto, deseo presentar aquí una moción para que de ahora en adelante esta asamblea se abra cada mañana con una oración, implorando la ayuda de los cielos y su bendición sobre nuestras deliberaciones…” (Jared Sparks, The works of Benjamin Franklin, 1837, p. 155-156).

Otro de los delegados a aquella gran convención, Charles Pinckney, dijo:

“Cuando la gran obra quedó terminada y fue publicada, me sentí… asombrado. Nada menos que la mano directora de la Providencia, que tan milagrosamente nos había conducido durante la guerra… podía haber sacado a luz algo tan completo.” (LL Ford, ed., Essays on the Constitution, 1892, p. 412).

James Madison, que fue el cuarto Presidente de los Estados Unidos y a quien muchas veces se le llamó “el Padre de la Constitución,” escribió:

“Es imposible para el hombre de tendencia piadosa no percibir el dedo de aquella mano Todopoderosa, que tan clara y frecuentemente se ha extendido en nuestro beneficio durante las críticas etapas de nuestra revolución.” (Federalist, no. 37).

George Washington, caudillo de las tropas coloniales en la Guerra Revolucionaria y primer Presidente de los Estados Unidos, reconoció la mano de Dios en diversas ocasiones durante las primeras luchas por establecer la independencia de la nueva nación. En una carta que escribió en noviembre de 1789, decía:

“El éxito, que hasta ahora ha acompañado nuestros esfuerzos unidos, se lo debemos a la intervención de los cielos; y a esa intervención atribuyamos con gratitud la victoria y las bendiciones de la paz.”

Mason L. Weems, uno de los biógrafos de Washington, escribió:

“En el invierno de 1777, mientras Washington se encontraba acampado con el ejército en Valley Forge, un cuáquero… de apellido Potts tuvo ocasión de atravesar el bosque cerca del cual se hallaban los cuarteles. Mientras se abría camino por entre el vetusto bosque, oyó el sonido de una voz humana que se hacía clara a medida que avanzaba, hasta que comprendió por el tono que el dueño de la voz hablaba con gran fervor. Al acercarse con cautela al lugar de donde aquella provenía, cuál no sería su sorpresa al ver en el claro, rodeado de antiguos robles, ¡nada menos que al Comandante en Jefe del Ejército Revolucionario postrado de rodillas en oración! Inmovilizado por el asombro, Potts continuó en su lugar de observación hasta que el General, habiendo finalizado sus plegarias, se levantó y con una serena expresión en el rostro se dirigió de regreso a los cuarteles. Potts se encaminó a su casa donde, al entrar en la sala, llamó a grandes voces a su esposa: ‘¡Sara, Sara! ¡Todo está bien! Jorge Washington ha de triunfar!’ ‘¿Qué te pasa, Isaac?’ respondió ella. ‘Pareces conmovido.’ ‘Si parezco conmovido es porque lo estoy. Hoy he visto lo que jamás esperé ver. Tú sabes que siempre afirmé que la espada y el evangelio eran incompatibles, y que ningún hombre podría ser soldado y cristiano al mismo tiempo; pero hoy, Jorge Washington me ha convencido de lo contrario.’ Y a continuación le relató lo que había presenciado.” (The Life of Washington, p. 181-182).

Thomas Jefferson, en su segundo discurso inaugural, dijo:

“Necesitaré la merced del Ser en cuyas manos nos encontramos, el que dirigió a nuestros antepasados como al Israel antiguo, sacándolos de su tierra natal y llevándolos a una tierra de la que fluían todas las cosas necesarias para su vida y comodidad; el mismo que derramó Su sabiduría y poder en nuestra infante nación. Os ruego que os unáis a mí al suplicar por Su bondad, a fin de que Él ilumine la mente de vuestros sirvientes cívicos, guíe sus consejos y amplíe su visión, de manera que cualquier cosa que hagan dé un buen resultado, y os asegure la paz, amistad y aprobación de todas las naciones.”

El presidente Abraham Lincoln buscó la guía divina en muchas ocasiones. A continuación aparece un ejemplo:

“El general Sickles notó que antes de la extraordinaria batalla de Gettysburg, de la cual dependía quizás el destino de toda la nación, el presidente Lincoln parecía encontrarse libre de la preocupación que frecuentemente lo deprimía. Después que todo pasó, el general le pidió a Lincoln una explicación de aquella actitud y esto fue lo que él le dijo:”

“Le diré. En medio de su campaña allá, cuando todos parecían sobrecogidos de miedo y nadie se atrevía a decir lo que iba a pasar, apabullado por la gravedad de nuestros problemas, me dirigí a mi aposento un día, cerré la puerta con llave y caí de rodillas para orar al Todopoderoso, pidiéndole que nos diera la victoria en Gettysburg. Le dije que esta guerra era la Suya, y que nuestra causa era Su causa, pero que no podríamos soportar otra derrota. Allí mismo le hice el solemne voto de que si Él defendía nuestras fuerzas en Gettysburg, yo lo defendería a Él; Él defendió nuestro ejército y yo defenderé Su causa. Pero después de aquella oración, no sé por qué, no puedo explicarlo, un dulce consuelo llenó mi alma y sentí que Dios había tomado nuestra causa en Sus propias manos, que todo se arreglaría; y por eso no me mostraba preocupado.”
(John Wesley Hill, Abraham Lincoln, Man of God, p. 339-40)

En otra ocasión el presidente Lincoln dijo:
“Muchas veces me he visto impulsado a caer de rodillas, con la abrumadora convicción de que no había ninguna otra cosa que pudiera hacer; en esas ocasiones, mi sabiduría y la de aquellos que me rodeaban me eran totalmente insuficientes.”

Un clérigo del siglo pasado, Henry Ward Beecher, escribió:
“La oración es la llave que abre el día y el cerrojo de la noche.” Y en nuestra propia época el conocido educador y escritor, Dale Carnegie, ha dicho: “La oración nos da la sensación de compartir nuestras cargas, de no estar solos. Muy pocos somos lo suficientemente fuertes para soportar las cargas más pesadas y los problemas más agonizantes sin ayuda. A veces, nuestras preocupaciones son de naturaleza tan íntima que no nos atrevemos a examinarlas, ni siquiera con nuestros familiares o amigos más íntimos. La oración es entonces la única respuesta.”

Otros grandes hombres de los Estados Unidos han hecho eco con sus palabras a estos testimonios sobre la oración. El general Douglas MacArthur, que dirigió las operaciones militares de las Fuerzas Armadas estadounidenses en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, ha dicho:
“Dios me ha guiado a menudo a través de las sombras de la muerte y… me ha alentado en mis solitarias horas de vigilia y en mis difíciles decisiones.”

El Embajador de las Naciones Unidas, Henry Cabot Lodge, hijo, escribió a ese organismo una carta en la cual instaba a sus integrantes a comenzar las reuniones con una oración. “Y lo sugiero,” decía, “con la convicción de que no podemos hacer que las Naciones Unidas sea un instrumento de la paz de Dios, sin la ayuda de Dios; y de que con Su ayuda no podemos fracasar. Con este fin es que propongo que solicitemos esa ayuda.”

La influencia de la oración para fortalecer los lazos familiares ha sido hermosamente descrita por Catherine Marshall, la viuda de Peter C. Marshall, Capellán del Senado de los Estados Unidos. En su libro A Man Called Peter, escribe:
“Aunque como todos los matrimonios, Peter y yo teníamos nuestras diferencias, nos dimos cuenta de que éstas jamás se convertían en algo serio ni amargo, mientras pudiéramos orar juntos. Hasta tal punto aprendimos esta lección, que ése era uno de los principales consejos que mi esposo daba a las parejas cuyo matrimonio estaba en peligro. ‘Si os arrodilláis juntos a orar’, les decía, ‘vuestras dificultades se resolverán pronto. No podéis orar juntos y todavía permanecer enojados el uno con el otro.’

“Después que nuestra familia comenzó a aumentar en número, también descubrimos que la oración familiar no podía ocupar el lugar de las oraciones íntimas de esposo y esposa: más aún, necesitábamos de esas oraciones en nuestra rutina diaria, y no sólo cuando teníamos dificultades o desacuerdos. Peter siempre las llamaba ‘lubricantes para la maquinaria de la vida.’ Y esa descripción era por demás apropiada.

“Por ese motivo, tratábamos de disponer de unos minutos de tranquilidad, juntos en nuestro dormitorio, antes del desayuno. Cada vez que, por la mañana, poníamos nuestro día en manos de Dios y le pedíamos Su bendición, notábamos que para cada uno de nosotros el día entero había sido más provechoso y fácil, y que sentíamos una serena sensación al final del día de haber cumplido. Cuando omitíamos aquella breve oración juntos, todo parecía complicarse y nos daba la impresión de ir trabajosamente cuesta arriba, contra tremendos obstáculos y sin poder lograr nada.”

Cecil B. DeMille, el director y productor cinematográfico, afamado por la película Los Diez Mandamientos, dijo:
“No podría sobrevivir un solo día sin la oración; es el poder más grandioso que existe en el mundo.”

Con nuestro bienestar, los avances de la ciencia médica y todas las comodidades de que disfrutamos, hay quienes pasan por alto la continua necesidad de orar a nuestro Padre en los cielos. Muchas personas parecen hacerse eco de las palabras de algunos contemporáneos de Job: “¿…de qué nos aprovechará que oremos a Él?” (Job 21:15).

Cada persona tiene la gran necesidad de comprender la importancia de la oración al edificar su vida, porque es cierto que “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmos 127:1).

La oración puede llegar a ser una fuerza vital, pero debemos aprender a hacer que nuestras oraciones sean más eficaces en propósito. Cuando éramos niños quizás fueran simples repeticiones de lo que oíamos. Pero es necesario que al crecer toda persona vea la oración como algo más profundo y de mayor significado. El presidente David O. McKay lo expresó con gran belleza:

“Espero (y al expresar esta esperanza sólo tengo en cuenta vuestro bienestar) que algún día sintáis un anhelo tal que parezca atormentaros el alma, que os encontréis frente a una barrera enorme e insuperable; pero si más allá de ella tenéis que cumplir con vuestro deber, no deis un paso atrás y digáis ‘No puedo.’ Quizás queráis hacerlo, pero eso no será suficiente. Haced entonces lo que aconseja Santiago: Pedid a Dios el poder, pero a vuestra fe en Él agregad el reconocimiento de lo que vosotros mismos podéis hacer para lograr lo que queréis.

“Podéis recorrer la distancia que os separa de la barrera; y cuando estéis allí y no podáis avanzar más por vuestros propios medios, encontraréis la respuesta a vuestra oración descubriendo una escalera que estaba escondida y que os ayudará a escalarla, o una puerta que no habíais visto y que os permitiría atravesarla. Así se muestra la mano de Dios. En ese momento seréis sensibles al Infinito y comprenderéis el significado de ser digno de recibir la guía del Espíritu Santo. Él os conducirá siempre en todas estas cosas.

“Podemos obtener sabiduría por medio del esfuerzo; y también de éste provienen todas las cosas buenas. Cualquier cosa que valga la pena tener nos costará parte de nuestro ser físico y de nuestro poder intelectual. ‘Pedid, y se os dará: buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.’ Pero tenéis que pedir, que buscar, y que llamar.” (Treasures of Life, p. 303-4).