La Oraciónpor 18 Autoridades Generales

EL PODER DE LA ORACIÓN

Presidente N. Eldon Tanner.


Tengo gran fe en la oración, y oro constantemente para que aquellos que tienen dudas puedan llegar a comprender que Dios es nuestro Padre, que somos sus hijos espirituales, que Él existe y que ha dicho:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
“Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7-8).

Muchas veces me pregunto si realmente comprendemos el poder de una oración, si reconocemos cuán grande es la bendición de poder acercarnos a nuestro Padre que está en los cielos por medio de una oración humilde y sabiendo que Él se interesa en nosotros y que desea que triunfemos. Como lo dijo en tan hermosa forma el ya fallecido élder Richard L. Evans:
“Nuestro Padre Celestial no es un árbitro que está tratando de sacarnos del equipo; no es un competidor tratando de quitarnos el éxito; no es un fiscal que busca que nos condenen. Él es un Padre amoroso que quiere nuestra felicidad y eterno progreso y que está dispuesto a ayudarnos si le damos la oportunidad siendo obedientes y humildes, y teniendo fe y paciencia.”

Para orar eficazmente y saber que nuestras oraciones serán escuchadas y contestadas, es necesario que creamos que oramos a un Dios que puede oír y responder, que tiene interés en sus hijos y en el bienestar de éstos.

La primera información que encontramos sobre alguien que oró al Señor la registró Moisés con las siguientes palabras:
“Y Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor; y oyeron que les hablaba la voz del Señor en dirección del Jardín de Edén, mas no lo vieron…
“Y Adán y Eva, su esposa, no cesaron de invocar a Dios.” (Moisés 5:4, 16).

Los grandes e influyentes hombres siempre han orado por la guía divina. Samuel Morse, el inventor del telégrafo, dijo en una ocasión que siempre que no podía ver su camino claramente se arrodillaba y suplicaba luz y comprensión.

El astronauta Gordon Cooper, mientras estaba en órbita alrededor de la tierra, pronunció esta sencilla y sincera oración: “Padre, gracias te doy por permitirme volar en esta oportunidad; gracias por el privilegio de encontrarme aquí, en este lugar de maravilla, contemplando todas las cosas asombrosas e increíbles que Tú has creado.”

Todos los profetas, desde Adán hasta el actual Presidente de la Iglesia, han orado incesantemente pidiendo guía; el mismo Salvador oraba constantemente a Dios, el Padre eterno. Se dice de Él en la Biblia:
“En aquellos días Él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios” (Lucas 6:12).

El Señor nos exhortó a todos a orar y por intermedio del apóstol Santiago nos dio esta promesa:
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
“Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.” (Santiago 1:5-6).

Esta es una promesa para todos nosotros, para el instruido y para el ignorante, para el pobre y para el rico; es universal, y no tiene restricciones para vosotros y para mí y para nuestros prójimos. El Señor nos ha dicho que debemos creer y tener fe en Dios; y es necesario que recordemos que Él siempre está listo para ayudar a sus hijos si éstos tratan de lograr la comunicación con Él por medio de la oración y de la obediencia a sus mandamientos. También nos ha dicho:
“Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis.” (D. y C. 82:10).

Debemos estar prestos a reconocer que Dios es el Creador del mundo, y que por medio de su Hijo Jesucristo y de sus profetas nos ha dado, en un lenguaje sencillo, todo el conocimiento que necesitamos sobre la relación del hombre con Dios, nuestra existencia preterrenal, el propósito de nuestra misión aquí en esta tierra y la realidad del hecho de que hay vida después de la muerte y de que lo que hagamos aquí nos prepara para el mundo que vendrá.

No debemos dejarnos desviar por las doctrinas de los hombres. Todos los estudios de la ciencia y la filosofía jamás podrán dar respuesta a la pregunta: “¿Qué es el hombre y por qué está aquí?” En cambio, el evangelio de Jesucristo la responde clara y sencillamente y para que lo sepamos, se nos ha dicho: “…si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios…”

Preparémonos para hacerlo y para no contarnos entre aquellos a quienes se refería el Salvador cuando dijo:
“Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo:
“Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí.
“Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.” (Mateo 15:7-9).

Sí, es muy importante —y el Señor le ha dado énfasis— que nos humillemos y aceptemos las enseñanzas de Jesucristo y obedezcamos sus mandamientos si deseamos que escuche y conteste nuestras oraciones. Todos debemos estar preparados para decir con veracidad, como Pablo dijo a los romanos: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” (Romanos 1:16).

Es difícil comprender cómo puede haber quienes no crean o duden de que Dios oiga y conteste nuestras oraciones, y sin embargo, no les cuesta creer que los astronautas pueden alejarse de la órbita de la tierra y viajar en el espacio a una velocidad de miles de kilómetros por hora, siendo dirigidos en todo esto desde la base aeroespacial en la tierra; que pueden mantenerse en contacto con esa base, recibir instrucciones y ser dirigidos en todas sus actividades; y luego ser conducidos sanos y salvos de regreso a la tierra.

¿Cómo podemos dudar de la capacidad de Dios para escucharnos, respondernos y dirigirnos en todas nuestras cosas si hacemos un esfuerzo por mantenernos en armonía con Él? Sin embargo, no dudamos de que se puedan enviar hombres en máquinas maravillosas desde la tierra a la luna, dirigidos por el limitado poder humano aquí en la tierra.

Nosotros somos como astronautas enviados por Dios en una misión especial al planeta Tierra. Él desea que tengamos éxito en esa misión, y está listo para respondernos y conducirnos a un retorno seguro. Todo lo que tenemos que hacer es mantenernos en contacto con Él y hacer lo que nos mande.

Ahora bien, cuando oramos, ¿estamos preparados para responder al llamado del Señor y servirle? Al solicitar su perdón, ¿estamos listos para perdonarnos los unos a los otros?
Sería bueno que nos detuviéramos por un momento a analizar nuestra propia situación. ¿Esperamos hasta tener problemas para correr al Señor en busca de su ayuda? Al orar, ¿le damos órdenes diciendo “bendice a éste” o “bendice a aquél”, “danos tal o cual cosa”, o “haz esto o lo otro?” ¿O nos limitamos a pedir que se nos guíe a hacer lo que es correcto y se nos dé las bendiciones que el Señor considere de beneficio para nosotros? Debemos recordar suplicar siempre el deseo, la fortaleza y la determinación de hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial, y estar siempre prestos a hacer lo que nos pida.

Las personas oran por diferentes motivos. Muchas lo hacen cuando tienen miedo, y esas son las únicas oportunidades en que oran; otras se dirigen al Señor cuando necesitan guía inmediata para algo, cuando no haya otra solución posible. En casos de tragedia nacional, como sequías, epidemias, escasez o guerra, muchos pueblos se unen para pedir a Dios sus bendiciones, protección o dirección. Hay quienes piden ser sanados, otros que ruegan ser fortalecidos; hay muchos que piden las bendiciones del Señor para su familia, sus seres queridos y para sí mismos, en todas sus acciones justas. Estoy seguro de que todo esto es correcto ante la vista de Dios. Sin embargo, es sumamente importante que dediquemos tiempo a la expresión de nuestra gratitud al Padre por todas las bendiciones que recibimos.

Cuando expresamos agradecimiento por nuestras muchas bendiciones, nos hacemos más conscientes de todo lo que el Señor ha hecho por nosotros y llegamos a apreciar más sus bendiciones. Todos sabemos cuánto significado tiene para nosotros una expresión de gratitud que recibamos por algo que hayamos hecho. Me pregunto si a veces no somos ingratos como los leprosos que fueron sanados por el Señor, cuando al encontrarse con Él, clamaron:
“…Maestro, ten misericordia de nosotros!
“Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz,
“Y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano.
“Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?
“¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” (Lucas 17:13,15-18).

Marco Antonio, refiriéndose a César, quien había reconocido entre sus asesinos a su amigo Bruto, exclamó:
¡Ese fue el golpe más cruel de todos, pues cuando el noble César vio que él también le hería, la ingratitud, más potente que los brazos de los traidores, le anonadó completamente! (William Shakespeare, Julio César, Acto 3, esc. 2).

Estoy seguro de que el Señor espera que le expresemos nuestra gratitud por nuestras muchas bendiciones, en la misma forma en que le pedimos bendiciones, continuas y que supliquemos su perdón por nuestros fracasos y demostremos el deseo y la determinación de hacer lo correcto.
Cuando oramos es necesario que pongamos también todo el esfuerzo posible de nuestra parte para ayudar al Señor a contestar nuestra súplica. Como acostumbraba decirme mi padre cuando yo era un muchacho: “Hijo, si quieres que tus oraciones sean contestadas, debes poner manos a la obra y hacer tu parte”.

A menudo pienso que, cuando pedimos alguna bendición especial, nuestra oración sería mucho más productiva si estuviéramos viviendo correctamente, reconociéramos a Dios como nuestro Creador y estuviésemos dispuestos a obedecer sus mandamientos. Lamentablemente, hay muchas personas que no creen en Dios y otras muchas que dudan de su capacidad para responder a nuestras oraciones; también hay muchas que tienen demasiada fe y confianza en su propio conocimiento, fortaleza y poder.

El Señor ha instruido a los padres que enseñen a sus hijos a tener fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, a orar y a andar en sus caminos. No hay duda de que ellos podrán hacer esto con más facilidad si se les enseña a orar a un Dios en el cual tengan fe.

Jamás dejaré de expresar gratitud a mis padres por haberme enseñado a orar en secreto y a participar con ellos en la oración familiar. Mi madre me enseñó a sentir y saber que, al orar, estaba hablando al Señor, a nuestro Hacedor, nuestro Padre Celestial, y que Él conocía mis acciones, mis deseos y mis necesidades; se me enseñó también que debía expresarle sincero agradecimiento y pedirle que me perdonara y me diera fuerzas para hacer lo correcto. Estas enseñanzas han sido una fuente de fortaleza para mí a través de mi vida, y actualmente oro al Señor con más fervor aún que antes pidiéndole que me guíe y dirija en todo lo que hago y me ayude para que mis acciones sean aceptables para Él.

Al recordar la época en que toda mi familia se arrodillaba por la mañana y por la noche para orar, comprendo el gran significado que tenía para nosotros, los hijos, oír a nuestro padre dirigirse al Señor como si estuviera hablando cara a cara con Él, expresándole su gratitud y pidiéndole sus bendiciones sobre nuestras cosechas, nuestros rebaños y todas nuestras acciones. El hecho de saber que por la noche tendríamos que informar al Señor de nuestras acciones durante el día, siempre nos daba mayor fortaleza para resistir la tentación.

En cualquier hogar, la oración familiar unirá más a toda la familia y promoverá mejores sentimientos entre los cónyuges, entre los padres y los hijos y entre los hermanos.

Cuando los niños oran por sus padres, esto los hace apreciarlos más; cuando oran los hermanos unos por los otros, los ayuda a acercarse más entre sí, especialmente cuando comprenden que están hablando directamente al Padre que está en los cielos, ya sea en la oración familiar o en privado. Al hacer esto, olvidamos nuestras diferencias reconociendo las cualidades de los demás, oramos por su bienestar y suplicamos fortaleza para vencer nuestras propias debilidades. No hay duda ninguna de que nos convertimos en mejores personas al tratar de ponernos en comunicación espiritual con nuestro Padre, y expresarle nuestro sometimiento a su voluntad. El Señor nos ha aconsejado:

“Ora siempre, no sea que entres en tentación y pierdas tu galardón.

“Sé fiel hasta el fin y, he aquí, estaré contigo. Estas palabras no son de hombre ni de hombres, sino son mías, aun de Jesucristo, tu Redentor, por la voluntad del Padre.” (D. y C. 31:12-13)

Muchas veces me he preguntado sin encontrar respuesta: ¿Por qué rehúsan orar algunas personas? ¿Es porque piensan que no tienen tiempo?

Recuerdo muy bien a un padre que me visitó un día para pedirme consejo con relación a su hijo mayor; aunque básicamente éste era un buen muchacho, el padre tenía problemas con él y no lograba refrenarlo. Le pregunté si la familia oraba junta regularmente y me respondió: “De vez en cuando lo hacemos. Pero estamos todos muy ocupados, cada uno sale y regresa a horas diferentes y, por lo tanto, es muy difícil poder reunirnos para una oración familiar.”

Entonces le pregunté: “Si su hijo estuviera gravemente enfermo, ¿cree que podría reunir a su familia todas las mañanas y todas las noches durante una semana, para pedir que la salud del joven le fuera restaurada?” Él me respondió que por supuesto, lo haría. A continuación, traté de explicarle que hay otras maneras de perder a un hijo aparte de la muerte; también le dije que cuando las familias se reúnen para orar regularmente, por lo general se mantienen más unidas, sus ideales son más elevados, se sienten todos más seguros y tienen más amor los unos por los otros.

Cuando las personas no oran, ¿es porque se sienten muy seguras de sí mismas y piensan que todo lo pueden lograr a solas? ¿Es porque se avergüenzan de recurrir a Dios? ¿Piensan, quizás, que el orar demuestra debilidad de carácter? ¿Acaso no creen en Dios, o no tienen fe en Él? ¿Puede ser porque no reconocen las muchas bendiciones que reciben? ¿Por qué no se sienten dignas? Si uno no se siente digno de dirigirse a Dios, debe reconocer sus debilidades, expresar dolor y arrepentimiento por ellas, comprometerse a actuar correctamente y pedir la guía del Señor para lograrlo.

Quizás algunos no sepan orar. A esas personas les sugiero que se dirijan a su Padre Celestial en secreto, que derramen sus sentimientos en la oración; que oren regularmente a fin de establecer comunicación con Él. Solamente debemos confesarle al Señor nuestros sentimientos, pues Él nos comprende y nos invita a acercarnosle a menudo, prometiéndonos que escuchará nuestras súplicas.

Refiriéndose al contenido del Libro de Mormón, el antiguo profeta Moroni dijo lo siguiente:

“Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntaseis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo;

“Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.” (Moroni 10:4-5)

Esta promesa se aplica a todos nosotros, siempre que nos arrepintamos y busquemos al Señor en oración, sabiendo que Él nos puede oír y nos responderá. Debemos recordar que somos hijos de Dios, que siempre hemos sido y seguimos siendo importantes para Él, y que Él continúa escuchando y respondiendo a las oraciones de los justos y de aquellos que diligentemente lo buscan.