La Oraciónpor 18 Autoridades Generales

PRÓLOGO

Presidente S. Eldon Tanner


Siendo jovencito en edad escolar, me sentí muy impresionado por estas clásicas palabras escritas por un gran poeta norteamericano, que casi cada niño debía aprender de memoria en aquella época:

Con la oración se forja
Más de lo que el mundo cree.
Deja entonces que tu voz a los cielos,
Noche y día, su ruego por mí eleve.
Pues, ¿en qué sería el hombre
Mejor que una bestia,
Cuyo escaso cerebro oscura vida alberga,
Si conociendo a Dios sus manos no elevara
En oración, tanto por sí mismo,
Como por aquél a quien “amigo” llama?

Alfred Lord Tennyson.

La impresión que me causó esta poesía tal vez se debiera al hecho de que yo formaba parte de un hogar donde diariamente orábamos, tanto individual como colectivamente, tanto por la noche como por la mañana. Además, en diferentes momentos de mi vida había visto contestadas mis oraciones. ¡Qué maravilloso sentimiento de seguridad constituía para mí el saber que podía recurrir al Señor, que Él era en realidad mi Padre Celestial, que se interesaba en mí, y que podía oír mis oraciones! Este conocimiento ha representado siempre una gran fuente de consuelo para mí. Me ha dado confianza y fortaleza cuando más las necesitaba, y asimismo la capacidad para elegir y tomar decisiones con confianza que de otra forma no podría haber tomado. Por tener estas experiencias y sentir la necesidad de la guía divina, siempre he deseado y practicado el pedir sabiduría a mi Padre Celestial en todas mis empresas.

Durante mi niñez, creía, como es muy natural, que porque orábamos en nuestro hogar, la gente de todo el mundo tenía la misma creencia y oraba al Padre Celestial. Pero con el transcurso de los años llegué a saber que hay muchos que nunca oran por dirección, que no expresan su gratitud por las bendiciones que reciben ni por los alimentos durante las comidas. Más chocante aún para mí fue el llegar a saber que hay personas que ni siquiera creen en Dios, y que por lo tanto no tienen fe en Él y no comprenden el hecho de que Él es un Dios personal, que es literalmente nuestro Padre que está en los cielos: que nosotros somos sus hijos y que Él en verdad puede oír y contestar nuestras oraciones.

Jamás podré agradecerles lo suficiente a mis padres por haberme enseñado este importante principio. Mi padre realmente sabía hablar con el Señor y hacerlo parecer para nosotros real e íntimo. Durante las mañanas pedía en sus oraciones: “Bendícenos al cumplir con nuestras responsabilidades para que podamos hacer lo justo ante tus ojos, que podamos regresar esta noche y darte cuenta de nuestros hechos.” Muy a menudo pienso en esas palabras, y es maravilloso cuánto me ayudan. Si todos pudiéramos tener presente este pensamiento durante cada día, en el curso de todas nuestras actividades, sabiendo y comprendiendo que llegada la noche tendríamos que darle cuenta al Señor de nuestros hechos, indudablemente eso se convertiría en un poderoso elemento disuasivo para todo lo malo que pudiéramos hacer y una gran ayuda para poder llevar a cabo obras justas. Es mi deseo que en este libro podáis encontrar el mismo espíritu y que podáis aprender algunos de los valiosos principios que ayudaron a mi padre a enseñar a sus hijos la forma de comunicarse con el Señor.

El Señor ha amonestado a los padres que enseñen a sus hijos a orar y a caminar rectamente delante de Él. Este es nuestro deber más importante para con nuestros hijos: enseñarles que ellos son los hijos espirituales de su Padre Celestial, que Él es real, que los ama y desea que triunfen en esta vida; que desea que ellos le expresen mediante la oración su gratitud y pidan la guía que necesitan, comprendiendo que la fe en Él les proveerá mayor fortaleza, éxito y felicidad de los que pueden recibir por cualquier otro medio.

Como padres, debemos enseñar mediante el ejemplo y permitir que la eficacia de la oración en nuestra propia vida les manifieste a nuestros hijos el valor de la fe en Dios. ¡Qué triste es privarles de la gran bendición de aprender a conocer a Dios y de saber depender de Él para el consuelo, fuerza y guía que necesitan para poder enfrentar con éxito los problemas diarios y triunfar en esta vida! Es igualmente triste cuando a los hijos no se les enseña que todo lo que poseen proviene de Dios y que deberían expresarle su gratitud y esforzarse por ser dignos de las bendiciones que reciben.

Vosotros recordáis la historia de los diez leprosos que fueron sanados por Jesús. Cuando uno de ellos volvió para agradecerle, el Salvador dijo: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” (Lucas 17:17-18). ¡Grave es el pecado de la ingratitud!

A medida que damos gracias por nuestras bendiciones y oramos por nuestras propias necesidades, debemos ser conscientes de otras personas que necesitan nuestra fe y oraciones. Cuando rogamos que el Padre Celestial bendiga a los pobres, los enfermos y los desamparados, y que consuele a los que padecen dolor, debemos acompañar nuestras palabras con hechos y dedicarnos activamente al servicio de nuestro prójimo, tratando en lo posible de ayudarle en sus necesidades. Es mediante nosotros que el Señor logra sus propósitos, y cuando somos bendecidos, deberíamos, por nuestra parte, bendecir a otras personas.

Tuvimos en nuestra familia una experiencia muy especial. Una noche, al finalizar nuestra oración familiar, una de mis hijas me dijo: “Papá, nosotros recibimos tantas bendiciones, tenemos tanto por lo que agradecer que me pregunto si deberíamos pedirle al Señor más bendiciones, o si deberíamos agradecerle por las que tenemos y pedirle que nos ayude a ser dignos de ellas.” Quiero dar énfasis a la importancia de hacernos dignos de aceptar todo lo que nuestro Padre Celestial constantemente nos otorga.

Es muy fácil orar y agradecer a Dios cuando todo marcha bien y nos sentimos favorecidos y prósperos. La verdadera medida de nuestra gratitud y amor por el Señor reside en nuestra capacidad de emular a Job en sus aflicciones y tribulaciones, casi imposibles de sobrellevar. Aun así, agradeció al Señor y dijo con toda humildad y sinceridad: “Yo sé que mi Redentor vive” (véase Job 19:25).

Nuestro Padre Celestial conoce mejor que nosotros nuestras propias necesidades. Él sabe lo que nos beneficiará y lo que necesitamos superar para nutrir nuestro desarrollo y progreso. Debemos aprender a aceptar su voluntad en todas las cosas, con la fe y la seguridad de que al fin todo lo que Él hace por nosotros resultará en nuestro propio bien.

Es sumamente importante que los padres junten a sus hijos por la noche y por la mañana, cada día, y que le den a cada miembro de la familia, uno a uno, el privilegio de dirigirse al Señor en nombre de toda la familia, expresando la gratitud por todas las bendiciones que haya recibido la familia, al igual que solicitud por los problemas, tanto personales como familiares. Es también importante que cada persona pida dirección por la mañana, sabiendo que tendrá que dar cuentas por la noche. Una de las primeras cosas que los niños deben aprender es que pueden comunicarse con el Padre Celestial.

Deberíamos estar siempre dispuestos a recurrir a nuestro Padre Celestial. En este volumen, hombres elegidos por nuestro Padre Celestial para servirle en este mundo dan consejos a aquellos que procuran saber más acerca de la oración. Ellos comparten un mensaje de gran importancia, el mensaje de que esta experiencia conocida como oración es la más importante y vital de todas las vías de comunicación.

Que todos descubramos, si es que todavía no lo hemos hecho, que la oración es un vínculo vibrante y vital con nuestro Padre Celestial que brinda significado y propósito a nuestra vida, y que la felicidad y el progreso eternos los pueden recibir sólo aquellos cuyo Dios es el Señor.