LA FORMA DE RECONOCER
LAS RESPUESTAS
A LAS ORACIONES
Élder L. Tom Perry
Siempre me he sentido muy agradecido por la bendición que tuve de ser criado en un hogar donde se nos enseñó a apreciar y valorar la oración. Al remontarme a mi más tierna infancia, recuerdo que me inclinaba junto a las rodillas de mi madre cada noche, antes de irnos a dormir; de esa forma, ella nos enseñaba la manera correcta de orar. Al repetir nosotros simples palabras y frases, escuchábamos de labios de mi madre quedos susurros que nos recordaban que nuestra oración debía ser de gratitud.
Mi familia consistía en nuestros padres y seis hijos; las tres mayores eran mujeres y los tres menores, varones. Yo compartía mi dormitorio con mis otros dos hermanos. Al ir creciendo, progresamos de las oraciones junto a las rodillas de mi madre a las oraciones al lado de la cama. Mamá continuó supervisando el proceso hasta estar segura de que éramos lo suficientemente maduros para arreglárnoslas solos. Al retirarnos a descansar por las noches, siempre percibíamos la presencia cercana de nuestra madre. Ella se quedaba parada del lado de afuera de la puerta, hasta que constataba que sus hijos habían estado inclinados agradeciendo al Señor por las bendiciones del día. Si por alguna razón nos olvidábamos, inmediatamente oíamos su voz que nos decía: “Muchachos, ¿han hecho la oración?” Cuando hacíamos nuestra oración sin necesitar que se nos recordara, y una vez que la terminábamos, nos metíamos en la cama y podíamos escuchar sus pasos escaleras abajo para dar punto final a sus actividades del día.
Mamá tomaba sobre sí la responsabilidad de dar vuelta las sillas todas las mañanas y poner los respaldos contra la mesa, como una forma de recordarnos que teníamos que ofrecer nuestra oración familiar antes de la primera comida del día. ¡Cuánto disfrutábamos al escuchar a nuestro padre volcar los sentimientos de su corazón al Señor, rogándole protección para su familia! Parecía que él, como poseedor del sacerdocio, extendía sobre nosotros un amparo especial que nos protegería durante las actividades en las que nos embarcaríamos a diario.
Tuvimos la bendición de tener un padre que entendía el poder de la oración.
En mi adolescencia, el programa de la noche de hogar no estaba formalmente establecido como hoy día, cuando contamos con los lunes por la noche para llevarlo a cabo; pero en nuestra familia existía la costumbre de reunirnos varias noches a la semana para jugar y también para recibir instrucción de papá. Nunca conocí a una persona que relatara historias de la forma en que él lo hacía. Disfrutábamos particularmente al escuchar relatos y anécdotas de su niñez y adolescencia. Mi padre tenía una tremenda habilidad para extraer una lección especial de cada uno de ellos.
Nuestras historias predilectas eran las que se relacionaban con la oportunidad tan singular que papá tuvo de salir adelante por sí solo durante sus años de estudiante. Al aproximarse a los quince años, comenzó a preocuparle la decisión que debía tomar en cuanto a si permanecería en la granja para ayudar a su padre o si se labraría el porvenir por medio de la educación. El ir al liceo requeriría que se fuera de su casa, ya que no lo había en la zona donde ellos vivían; la familia era pobre y no contaba con los medios para proveer ayuda a aquellos de sus hijos que tuvieran interés en continuar con su educación. Mi padre tuvo valor y la determinación de alejarse del hogar y forjarse un porvenir; mi abuelo consintió en ayudarle todo lo que pudiera, ayuda que consistió en un pasaje de ida a Salt Lake City y cinco dólares para sus comienzos. Eso era todo lo que llevaba en el bolsillo cuando partió de su hogar.
Tras llegar a Salt Lake City, se enfrentó a la necesidad inmediata de encontrar un empleo. Aun en aquella época, un billete de cinco dólares no lo llevaría muy lejos. Se enteró de que existía una vacante en la Beehive House (Casa de la Colmena) y decidió llenar una solicitud para esa posición. Para su gran asombro, fue entrevistado por la esposa del Presidente de la Iglesia, quien en aquella época era el presidente Joseph F. Smith.
La vasta experiencia que tenía mi padre en ordeñar vacas lo hacía apto para el trabajo, y así fue empleado por la familia del Profeta. Los beneficios incluían casa y comida. En su diario personal, mi padre relata cómo los Smith lo albergaron y lo trataron como a un miembro más de la familia. Siempre nos contaba cuán conmovedor era oír orar al presidente Smith, cuando todos se arrodillaban juntos para la oración familiar por la mañana y por la noche; y agregaba que no había la menor duda respecto a que el Profeta realmente hablaba con el Señor en esas oraciones.
El Profeta aconsejaba a sus hijos que no oraran pidiendo dones, sino oportunidades. Él consideraba que si el Señor abría las ventanas de los cielos y volcara dones sobre sus hijos, estos no tendrían la oportunidad de progresar ni desarrollarse; más si el Señor era lo suficientemente bondadoso para proveerles oportunidades, al sacar provecho de estas, ellos podrían desarrollarse como resultado de sus logros.
Estas lecciones tan especiales, enseñadas por el presidente Smith a su familia y repetidas por boca de mi padre a la suya, dejaron indelebles huellas en nosotros en cuanto a la virtud de una comunicación diaria con nuestro Padre Celestial. Al agregar aquellas tempranas instrucciones al estudio de las Escrituras, nos aumentó en nuestra vida la capacidad de entender el propósito y el significado de la oración. Este se estableció sobre firmes cimientos.
Provisto de esta comprensión y capacitación especiales en cuanto a lo que podía esperar como resultado de mis oraciones, ha sido fácil para mí demostrar confianza en el Señor en cuanto a que si hago el esfuerzo de estudiar un problema y luego le presento mi determinación para Su ratificación, Él habrá de responder, haciéndome sentir el ardor de la aceptación o el estupor de pensamiento del rechazo.
El relato de Oliver Cowdery y su pedido de tener la oportunidad de traducir, además de ser un escriba, cuando él y el profeta José trabajaban juntos en el Libro de Mormón, siempre me ha dado un mayor entendimiento de cómo obra el Señor con Sus hijos. Mi experiencia personal me indica que, si discurrimos mentalmente, pedimos con fe y nos preparamos para acatar las pautas que recibamos, el Señor no nos negará respuesta a nuestras oraciones.
En el Sermón del Monte, el Salvador enseñó a Sus discípulos a orar. Después de darles instrucciones sobre la manera de hacerlo, les dijo:
“No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?
“Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre Celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:31-33.)
Tengo la más absoluta fe en el poder de la oración. No me cabe duda de que podemos recibir respuesta si estamos dispuestos a efectuar nuestras peticiones con toda justicia y a aceptar totalmente la dirección que recibamos del Señor. “Los caminos de Jehová son rectos.” (Oseas 14:9).

























