“La Providencia Divina en la Adversidad y la Promesa de la Redención”

“La Providencia Divina en la Adversidad y la Promesa de la Redención”

Dios Solo Otorga las Evidencias de Su Intervención Divina—Oposición al Reino de Dios—Eventos Venideros

por el élder Orson Hyde, el 25 de enero de 1863
Volumen 10, discurso 19, páginas 79-83


A pesar del clima inclemente y el estado incómodo del tiempo, las ruedas del tiempo no dejan de girar y nos traen a algunos de nosotros en la mañana del primer día de la semana, para adorar al Rey y Señor de los Ejércitos.

Estoy agradecido por esta oportunidad de dirigirme a ustedes, mis hermanos y hermanas, por un breve tiempo. No es el clima, ni el poder y la fuerza de las naciones lo que puede detener el progreso de los designios de Jehová. Estamos viviendo, como saben todos ustedes, espero, en un período trascendental en la historia del mundo.

Quisiera señalar aquí que, en el curso de algunas conversaciones que he tenido recientemente con ciertas personas, hemos tenido ocasión de indagar algo sobre los propósitos y designios del gran Creador en estos días en los que vivimos. Sería imposible señalar todos sus propósitos y designios; basta con decir que es altamente satisfactorio para los justos y los rectos el hecho de que podamos conocer algo acerca de ellos. Y el hecho de que se nos llame como colaboradores con Él, para trabajar en la realización de sus propósitos y designios, es un honor para nosotros que pocos pueden apreciar.

Se nos permite reunirnos aquí y también en otros lugares de vez en cuando, para ser instruidos en los caminos del Señor, con el propósito expreso de hacernos conscientes de sus designios concebidos en el seno de la eternidad, para ser traídos y cumplidos en esta dispensación, llamada la Plenitud de los Tiempos. Esto es para que podamos estar mejor preparados para cooperar con nuestro Señor y Maestro en el cumplimiento de estos designios, y también para estar mejor preparados para enfrentar esos eventos cuando se materialicen.

Hace un tiempo, un caballero me preguntó si realmente sabía que esta era la obra de Dios, porque, dijo él: “Si lo supiera, abrazaría de todo corazón las doctrinas enseñadas por su pueblo como emanadas del Altísimo; sí, renunciaría con gusto a todo honor mundano y a mi posición en la vida, y me sometería con humilde obediencia a los requisitos de su fe”. Observé algo como esto: no nos corresponde a nosotros juzgar la cantidad de evidencia necesaria para que la humanidad quede condenada ante Dios por rechazar la verdad. Podemos imaginar que nos gustaría ver a los muertos resucitar de sus tumbas; podemos imaginar que nos gustaría ver montañas derrumbadas, valles exaltados o inundaciones detenidas en su curso por mandato de los siervos de Dios; podemos entretenernos con ideas y deseos similares, pero, dije, si hay una cantidad de evidencia dirigida a tu entendimiento que sella la convicción en tu corazón respecto a la verdad, ¿cómo enfrentarás esa convicción en un día venidero, cuando estemos delante de Dios y de los espíritus de los hombres justos hechos perfectos?

¿Crees que en ese momento podrás abrir la boca y decir: “Te conocí como un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste: y tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”? Su Señor respondió y dijo: “Siervo malo y negligente, sabías que cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí: por tanto, debías haber entregado mi dinero a los banqueros, y al llegar yo habría recibido lo mío con intereses. Quitadle, pues, el talento y dadlo al que tiene diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y echad al siervo inútil en las tinieblas de afuera: allí será el lloro y el crujir de dientes.” —Mateo xxv, 24-30.

¿O serás como el hombre que fue hallado en la asamblea sin vestiduras de boda, y a quien se le dijo: “Amigo, ¿cómo entraste aquí?” ¿Qué argumento presentó y qué tuvo que decir por sí mismo? Estaba mudo.

Recuerda entonces, digo, que es el Juez de toda la tierra quien distribuye las evidencias de su intervención divina al hombre, no según las tradiciones del hombre, sino según la sabiduría que está en el seno del Eterno, quien conoce perfectamente la capacidad de los hombres y lo que se requiere para inclinar la balanza de la razón y penetrar el alma de cada individuo. Le corresponde al Altísimo hacerlo, y el Señor Todopoderoso no juzgará según nuestros deseos, sino según la cantidad de evidencia que Él mismo se digne dar a cada persona.

Algunas palabras sobre este tema, hermanos y hermanas, pueden no estar de más en este momento. He notado las providencias que han acompañado a este pueblo desde su origen en el año 1830, y he observado esto: aquellos que no han elegido abrazar el Evangelio han albergado un prejuicio constante contra el pueblo de los Santos. Siempre ha existido una especie de sentimiento en el mundo de que los Santos iban a hacer algo muy malo, algo terrible; pero, ¿qué han hecho hasta ahora? La respuesta es: realmente nada que podamos establecer en su contra.

Esta es la perspectiva que han tenido de los Santos aquellos que no nos conocen, pero precisamente el curso que estamos siguiendo ahora ha sido el que ha frustrado a los malvados en cada uno de sus designios. La forma en que han vuelto a ajustar sus velas indica que planean algún mal, algún perjuicio, y han dicho dentro de sí mismos: “Anticipemos la dificultad que se avecina y eliminemos el peligro antes de enfrentarlo”. Este ha sido el sentimiento del mundo, hasta donde alcanza mi conocimiento en relación con el progreso de los eventos y el avance de este pueblo. Las tormentas se han reunido repetidamente a nuestro alrededor, y nos han hecho ser expulsados de las tierras donde habíamos hecho nuestros hogares; no porque hayamos hecho algo, sino porque los malvados, en su necedad, creyeron que íbamos a hacer algo peligroso y desesperado.

Ahora todo el mundo está en nuestra contra, y el conocimiento de este mundo siempre ha estado en oposición a la justicia de Dios.

Al inicio de esta obra, aquellos que fueron enviados a defender el Evangelio eran personas sin instrucción; generalmente, inexpertos en las formas del mundo. Jóvenes incultos y sin educación fueron enviados a proclamar las palabras de vida, ¿y cuál fue el simple mensaje que se les encomendó llevar? Arrepiéntanse, porque la hora de la visitación de Jehová está cerca; arrepiéntanse y abracen el Evangelio. No se requería mucha erudición para dar este anuncio; era un mensaje sencillo y claro. Por ejemplo, si su casa estuviera en llamas y la noticia llegara a las fuentes de ayuda, el más analfabeto podría declarar el hecho tan bien como el hombre más instruido del mundo. Simplemente tendría que decir: “La casa de tal persona está en llamas”, y cualquiera podría entenderlo. La proclamación simple del Evangelio era igual de fácil de entender.

Ahora bien, si se tratara de una compleja negociación diplomática, se necesitarían todos los adornos del arte para garantizar su éxito, pero el mensaje simple del Evangelio no requería tal aprendizaje; era simplemente llamar al pueblo al arrepentimiento e informarles que el brazo castigador de Jehová estaba a punto de caer sobre las naciones. Fuimos enviados, hicimos este anuncio a lo largo y ancho de los Estados Unidos, no solo una vez, sino dos, tres veces, y de hecho todo el día, hasta que creamos una tormenta tan grande a nuestro alrededor que nos llevó más allá de los confines del hombre civilizado. ¡Y qué cruel fue la experiencia! Fue igualmente cruel por parte de aquellos que infligieron el daño, aunque, por parte de Jehová, fue un acto de misericordia permitir que los impíos nos expulsaran, o que nos hicieran llegar a estos valles de las montañas. Los cielos previeron el peligro, pero nosotros no lo sabíamos; nuestro Padre lo sabía, y eso era suficiente. ¿Acaso no hubo una providencia sobre nosotros? ¿No trató Él con bondad a su pueblo? ¿Y no lo ha hecho desde el principio?

Cuando los Santos escaparon de Misuri y posteriormente de Illinois; cuando vagamos por las praderas y encontramos un lugar de descanso temporal en un territorio indígena, y cuando proporcionamos quinientos de nuestros mejores hombres, dejando a nuestras mujeres y niños desprotegidos en un territorio indígena, mientras ellos iban a luchar las batallas de su país para asegurar al país que nos había permitido ser expulsados de nuestros hogares la misma tierra en la que ahora habitamos, ¿acaso no hubo, pregunto, una Providencia bondadosa sobre ellos que fueron y también sobre los que se quedaron? Sí, la hubo.

Llegamos a estos valles bajo el cuidado protector de nuestro Padre Celestial. Llegamos con unos cuantos carros viejos y destartalados, y muchos de nosotros con equipos muy pobres, porque sepan ustedes que las personas que tomaron nuestras casas las valoraron a su propio antojo y pagaron con sus propias mercancías; y si tenían un carro viejo que pensaban que podría aguantar hasta que pasáramos los confines de la civilización, lo entregaban, considerando que sería suficiente para nosotros mientras durara.

De esta manera llegamos a estos valles y tuvimos que vivir así hasta que logramos obtener algo de un suelo no probado, sin saber si podríamos cosechar un puñado de trigo, maíz o papas de él. Pero el cielo bendijo nuestros esfuerzos, la Providencia sonrió sobre nuestro trabajo y logramos continuar hasta que la tierra fue abundantemente bendecida, y ahora nuestros graneros están llenos de abundancia.

Si la ira de Dios hubiera estado contra este pueblo en la misma medida que la ira del hombre estuvo contra nosotros, ¿dónde estaríamos hoy? ¡Aniquilados! No quedaría nada de nosotros, y nuestra historia habría sido intensamente coloreada en las páginas de la historia y transmitida a la posteridad con el aguijón del anatema sobre ella. Pero la ira del cielo no estaba sobre nosotros; solo era la ira del hombre.

¿No ven la diferencia entre la ira del cielo y la ira del hombre? Si nuestros enemigos hubieran estado de acuerdo con el Todopoderoso, o si Él hubiera estado de acuerdo con ellos, habríamos sido obliterados hace mucho tiempo. Pero aquí estamos, como evidencia de que el mundo y el Todopoderoso no están completamente de acuerdo. Nunca lo estuvieron, y nunca lo estarán, y por eso digo que los Santos vivirán cuando los impíos se marchiten y mueran; cuando los malvados estén en ruina y deshonra, este pueblo prosperará bajo la bendición de nuestro Padre y Dios.

Estas cosas, aunque silenciosas, están registradas en las páginas de la historia, y aún permanecen en la memoria de los hombres; pero, aunque sean silenciosas, hablan un lenguaje demasiado poderoso para que el mundo pueda concebir su fuerza y peso en las balanzas que determinarán su destino futuro.

Al igual que las otras partes de la creación de Jehová, la gran familia de planetas gira alrededor de su centro, se mueven en su majestad, aunque en silencio; puedes verlos, pero no escucharlos; no cesan de moverse; su curso, velocidad y constancia son los mismos siempre, y sin embargo, aunque se mueven en silencio, hablan un lenguaje demasiado poderoso para ser malentendido, y en tonos de trueno declaran la voz del Todopoderoso.

Bien podría decir un individuo que no considera estas obras brillantes del Creador: “¡Oh, si tuviera alguna evidencia de que estas son las obras del Todopoderoso, le adoraría para siempre!” Bendito seas, estas son mejores evidencias de que el Todopoderoso existe y reina en los cielos arriba que cualquier otra que la narración pueda presentar, mostrando a cada hora, cada día y cada noche, que están gobernadas por ley, y proclamando a todas las naciones que el Señor es Dios, que por Él fueron hechas, por Él son controladas, y que Él contempla todas las obras de sus manos con un ojo imparcial.

Quienquiera que contemple la historia de los Santos y observe las providencias del Todopoderoso que les han acompañado, debe reconocer que estas intervenciones divinas constituyen evidencias demasiado poderosas como para ser rechazadas. Confieso que estos son argumentos más contundentes de lo que soy capaz de presentar en este momento. Ahora bien, quien reflexione sobre estas cosas y las repase en su mente, verá con facilidad que son pruebas de la divinidad de nuestra religión. ¿Dónde hay otro pueblo sobre el cual los cielos hayan ejercido estas providencias particulares?

¿Por qué está el mundo en guerra con nosotros? Es porque no somos como ellos. Si nos dedicáramos a establecer unas cuarenta tabernas, el mismo número de casas de juego y de lugares de mala fama, les aseguro que podríamos entrar en la Unión sin ningún problema; el camino estaría despejado, las ruedas engrasadas, y entraríamos directamente. Pero, como no estamos inclinados a hacer tales cosas, hay mucha fricción al respecto; temen que vayamos a hacer algo terrible. Ahora bien, les puedo decir que no vamos a hacer nada muy asombroso ni muy impactante, pero si somos fieles y nos mantenemos sin mancha del mundo, nuestro Dios va a asombrar a las naciones; va a hacer algo tanto maravilloso como poderoso, y será terrible para los impíos.

Él mostrará a esta nación y a cualquier otra que levante sus manos contra sus ungidos que dejarán de ser una nación. Él ya ha comenzado su obra, pero apenas está dando el alfabeto ahora; pronto veremos las imágenes. Cuando era niño e iba a la escuela, estudiábamos el libro de ortografía de Webster, y cuando avanzábamos en las lecciones, solíamos decir: “Ya he llegado a las imágenes”. El tiempo está cercano en que veremos imágenes exhibidas por la mano del Todopoderoso como nunca antes fueron presenciadas por ojo mortal; ese será un tiempo de prueba.

El campo del aprendizaje no tiene límites, y me atrevo a decir que el hombre más erudito del mundo es mucho más estudioso cuando se adentra en ramas superiores que cuando comenzó sus estudios, porque puede descubrir campos de conocimiento que antes no podía concebir. Y así sucede con las obras de Jehová; siempre hay un campo en el cual el Todopoderoso puede desplegar su poder y su bondad, y este campo se amplía constantemente.

Hermanos y hermanas, no me siento inclinado, en esta fría mañana, a detenerlos por mucho tiempo, pero baste decir que estoy agradecido por la oportunidad de reunirme con ustedes, y siento en mi corazón el deseo de decir: Dios bendiga a los Santos—que las bendiciones del cielo estén con ellos. Este es mi deseo, es mi ferviente oración, y si podemos vivir de manera tal que estemos sin mancha y sin culpa en el día de la venida del Señor Jesús, ello compensará ampliamente todos nuestros esfuerzos, nuestras privaciones y todos nuestros trabajos de amor en el reino de Dios.

Que este sea nuestro caso es mi ferviente y sincera oración, en el nombre de Jesús. Amén.

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