La Restauración de Todas las Cosas

La Restauración de Todas las Cosas

por José Fielding Smith
Presidente del Consejo de los Doce


La vital importancia del mensaje del libro a todo hombre se hace destacar en las palabras que el hermano Mark E.Petersen ha escrito por vía de introducción: “De generación en generación, Dios, que ama a sus hijos, ha tratado de persuadirlos a que caminen por el verdadero sendero de la felicidad, a fin de que puedan librarse de muchos de los perjuicios que los hombres traen sobre sí mismos, y así disfruten de paz, seguridad, prosperidad, salud y fuerza, por aceptar su plan.”

Es la restauración de este plan en toda su plenitud lo que el presidente Smith expone en el libro de referencia. Con el estudio de estas lecciones, aumentara nuestro entendimiento y serán fortalecidos nuestros testimonios. Comprenderemos que por medio de las palabras de sus siervos escogidos, el Señor una vez más está invitando al género humano a aceptar su plan, seguir su camino y participar de las bendiciones prometidas.

Contenido

1 — La predicación del Evangelio en todo el mundo
2 — La Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos
3 — La preparación para la venida del Señor
4 — Un nuevo testigo de Dios
5 — El sello del Martirio
6 — El significado de la visión del Profeta
7 — El hombre creado a imagen de Dios
8 — ¿Está completo el canon de las Escrituras?
9 — El restablecimiento de la Iglesia
10 — Una voz de los muertos
11 — Una Obra grande y Maravillosa
12 — Los testigos del Libro de Mormón
13 — Un testimonio contra el mundo
14 — Una evidencia paralela
15 — La dispersión de Israel
16 — La congregación de Israel
17 — La redención de Judá
18 — Los tiempos de los gentiles
19 — La venida de Elías
20 — La evidencia de la venida de Elías el Profeta
21 — La Fe el fundamento de toda justicia
22 — El Arrepentimiento: el principio de misericordia
23 — El Bautismo: en nacimiento en el Reino de Dios
24 — El bautismo de los niños
25 — Salvación para los muertos
26 — El convenio del Matrimonio Eterno
27 — La eternidad de la Familia
28 — La ley de Castidad
29 — La resurrección de los muertos
30 — La misión de Jesucristo
31 — El destino de la Tierra y el Hombre
32 — Un testimonio final

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La Predicación del
Evangelio en Todo el Mundo


Objetivo: Mostrar la responsabilidad que los profetas del Señor sentían en cuanto a la proclamación de las palabras de vida eterna en el mundo.

Introducción

En muchos aspectos, la historia del género humano ha sido semejante a la de un ciego que anda palpando en la oscuridad, temeroso de que cada paso incierto ponga en peligro su existencia misma y, sin embargo, rechazando la mano de aquellos que con gusto lo conducirían por un camino seguro.

A través de los años, los hombres han buscado la felicidad y la seguridad, pero han seguido porfiadamente su propio camino, tratando de satisfacer su sed de placeres, bienes y prestigio. Han luchado frente a frente con las realidades de la vida; han tenido que trabajar y, a veces, combatir para poder vivir. Han aprendido por amarga experiencia el significado de “la supervivencia del más apto”.

Siempre han estado buscando atajos y panaceas, solo para aprender que viven en un mundo regido por leyes, que estas leyes son inexorables y exigen su cumplimiento, por más que tratemos de esquivarlas.

Repetidas veces se ha dicho a los hombres que la manera de lograr la vida en abundancia no es por medio de invenciones humanas, sino por la obediencia a las enseñanzas de Dios. No obstante, todos, por lo general, se han negado a creerlo. Un número incontable de ellos ni siquiera ha aceptado el hecho de la existencia de Dios; otros, aunque pasivamente admiten esta creencia, no han tenido la fe suficiente para aplicar los principios divinos a sus vidas y, por consiguiente, de poco les ha servido su creencia.

De generación en generación, Dios, que ama a sus hijos, ha tratado de persuadirlos a que caminen por el verdadero sendero de la felicidad, a fin de que puedan librarse de muchos de los perjuicios que los hombres traen sobre sí mismos, y así disfruten de paz, seguridad, prosperidad, salud y fuerza por aceptar su plan. Pero la inclinación del hombre ha sido adorar otros dioses, o simplemente no adorar; muchos han amado más las tinieblas que la luz y se han negado a aceptar el camino hacia lo divino.

Pero es la voluntad del Señor darse a conocer al género humano, presentar sus caminos de manera clara y dar al hombre un entendimiento tan completo de sus enseñanzas y bendiciones que, si llegara a rechazarlas, quedará sin excusa.

El Señor empezó su obra en los días de Adán. El poder divino fue otorgado a los hombres. Se reveló el plan completo de salvación, y se concedió a los descendientes de Adán en tiempos antiguos la oportunidad de aceptarlo o rechazarlo. Se rechazó de una manera tan general que el género humano fue destruido en los días de Noé, exceptuando a ocho almas que se salvaron en el arca.

Siguieron otras dispensaciones. Una vez tras otra el Señor se reveló al género humano, proveyéndole los medios de salvación temporal, así como espiritual. Por conducto de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y otros profetas, y después, por Cristo mismo, se enseñó al pueblo el camino de la vida.

No obstante, el Señor declaró que vendría de nuevo en los últimos días, en esa ocasión a juzgar en un “día ardiente como un horno; y todos los soberbios, y todos los que hacen maldad, serán estopa; y aquel día que vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos”.

Sin embargo, explicó que antes de ese día enviaría a su mensajero: “el cual preparará el camino delante de mí”.

Este mensajero ahora ha venido. Por medio de él se han restablecido, en estos últimos días, todos los poderes divinos de dispensaciones anteriores. Bajo dirección celestial, y acompañada de ministraciones angélicas y la aparición personal del Señor mismo, se ha iniciado una nueva dispensación del evangelio. El hombre moderno ahora tiene la oportunidad de beneficiarse al seguir el plan divino.

Es de esta restauración que habla en este libro el hermano José Fielding Smith, del Consejo de los Doce Apóstoles de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Está comprendida en el título general “La Restauración de Todas las Cosas”, y en los varios capítulos trata separadamente los acontecimientos sobresalientes de esta restauración.

En una época de guerra y dificultades, en la cual su propio hijo ha dado su vida por su país, el hermano Smith ha indicado el camino que conduce a la paz sin necesidad de la espada. Como los profetas de la antigüedad, expone el plan de salvación claramente en este libro.

El hermano Smith originalmente preparó los capítulos de esta obra como una serie de conferencias radiales que personalmente difundió por la emisora KSL, comenzando el domingo 8 de junio de 1944 y terminando el último día del mismo año.

Al concluir esta serie de discursos, se recibieron comunicaciones de muchas partes de la Iglesia y de la nación, solicitando que fuesen publicadas en forma de libro estas valiosas enseñanzas. Accediendo a esta invitación, el hermano Smith ahora las presenta en esta forma.

La profunda confianza que los Santos de los Últimos Días tienen en el hermano Smith, por motivo de su admirable habilidad para explicar las Escrituras y su manera tan clara de hacerlo, ha causado que estos discursos sean sumamente estimados por parte del público. Suplen una necesidad patente, constituyen una contribución importantísima a la literatura de la Iglesia, y serán acogidos favorablemente.

Mark E. Petersen


Prefacio


Hallándose bajo la influencia del Espíritu del Señor, y sintiendo la gran necesidad de proclamar el arrepentimiento, Alma, el profeta nefita, expresó sus sentimientos de la siguiente manera:

“¡Ojalá fuese yo un ángel y pudiera realizar el deseo de mi corazón, para salir y hablar con la trompeta de Dios, con una voz que estremeciera la tierra, y proclamar el arrepentimiento a todo pueblo!

Sí, manifestaría a toda alma, como con voz de trueno, el arrepentimiento y el plan de redención; que deben arrepentirse y venir a nuestro Dios, para que ya no haya más dolor sobre toda la superficie de la tierra”. (Alma 29:1–2)

Después de manifestar su gran deseo, comprendió que el plan del Señor no era proclamar el evangelio eterno al mundo de esa manera. Si tal fuera el caso, el Señor tenía ángeles que podrían proclamar su verdad de tal modo que haría temblar la tierra y estremecería los huesos mismos de los hombres.
“Mas he aquí —dijo Alma— soy hombre, y peco en mi deseo. Porque debería estar conforme con lo que el Señor me ha concedido.”

En esta gloriosa dispensación actual, en la cual todas las cosas serán reunidas en una y ha de consumarse la obra del Señor respecto a la salvación de los hombres, Él ha puesto en nuestras manos los medios por los cuales la voz humana puede llegar a todas partes de la tierra. No de un modo que haga temblar la tierra, pero sí de una manera en la que el mensaje de salvación puede ser proclamado a miles, quizá millones, que se hallan esparcidos sobre la faz de la tierra.

En los días de Alma, los predicadores del plan de vida eterna no disponían de tales recursos, y tuvieron que conformarse con lo que el Señor les concedía. Pero en nuestra época, estos medios han sido puestos en nuestras manos por la gracia de Dios.

En una revelación dada a la Iglesia en junio de 1831, el Señor dijo:

“Acortaré mi obra en justicia, porque vendrán días en que enviaré juicio hasta lograr la victoria”. (DyC 52:11)
Y más tarde, en diciembre de 1832, añadió:
“He aquí, yo apresuraré mi obra en su tiempo”. (DyC 88:73)

En mi juventud, con frecuencia meditaba en estas palabras y me preguntaba cómo podría el Señor apresurar su obra, y cómo la acortaría en justicia. Él había dicho que el evangelio sería predicado por testimonio a todas las naciones antes que el fin llegase. Comprendí que sus misioneros, no obstante todos sus esfuerzos, no podrían cumplir eficazmente estas palabras debido a sus limitados recursos.

Con la hostilidad que la prensa manifestaba hacia la verdad, y los escasos medios que teníamos a nuestra disposición en aquellos días, difícilmente esperábamos lograr el éxito, a menos que se produjera algún cambio significativo y que tanto la prensa como otras agencias adoptaran una actitud más cordial.

Entonces llegó la radio, y con ella el privilegio de difundir la verdad por el aire, junto con el recurso del cine sonoro. Fue entonces cuando comencé a darme cuenta de que el Señor podía preparar los medios, y que en su debido tiempo los dispondría de tal forma que sus propósitos se cumplirían con rapidez.

Igual que Alma en la antigüedad, he sentido profundamente la responsabilidad que hoy tenemos mis compañeros y yo de proclamar al mundo las palabras de vida eterna y el llamado al arrepentimiento.

Al presentar estas cosas mediante la emisora radial KSL, he tenido esto en mente: que al hallarme ante el tribunal de Dios, pueda estar limpio de la sangre de esta generación, y que ninguna mano ni voz se levante contra mí para acusarme de no haber dado esta amonestación.

Han sido numerosas las solicitudes que han llegado de todas partes del país pidiendo que estas conferencias se publiquen en la forma en que hoy se presentan. Se publican con la esperanza de que continúe proclamándose el mensaje de verdad que contienen, aunque mi voz ya no se escuche más en la radio; y con la esperanza adicional de que algunos que las lean puedan recibir el mensaje y vivir de acuerdo con la verdad que en estas páginas se proclama.

José Fielding Smith

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