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La Resurreccion de los Muertos
La resurrección es una doctrina vital
Uno de los principios más importantes del evangelio que requiere luz adicional de una fuente divina en estos días de incredulidad, interpretaciones erróneas y contiendas, es la doctrina de la resurrección sea impugnada tantas veces, asi desde los pulpitos como en la prensa religiosa. Algunos que profesan ser cristianos no aceptan la resurrección literal o la reunión del cuerpo y el espíritu, después que aquel ha sido consignado a la tumba.
Otros creen que la resurrección simplemente significa la liberación del espíritu a fin de que pueda ascender desembrazado del cuerpo a los reinos de gloria. Otros creen que únicamente parte del género humano recibirá esta grande bendición, y que la gran mayoría finalmente será consignada a la “segunda muerte”, que erróneamente enseñan como la aniquilación del cuerpo así como del espíritu después del juicio.
Surgen estas opiniones contendientes porque los hombres no tienen la orientación del Espíritu Santo, y, por consiguiente, dan falsas interpretaciones a los pasajes de las Escrituras que hablan de la resurrección y la redención de los muertos de la tumba.
No obstante el hecho de que muchas de las preciosas verdades que enseñaron el Hijo de Dios y sus profetas han sido pervertidas y cambiadas en las traducciones que han llegado a nuestros días, hay suficiente evidencia en la Biblia sobre la resurrección
“de tal manera que los insensatos no yerren” (Is. 35:8)
La muerte vino por Adán
Antes de presentar esta evidencia, conviene que consideremos primero en qué se basa el poder de la resurrección. Cuando fueron colocados Adán y Eva en el Jardín de Edén, no estaban sujetos a la muerte. Pudieron haber permanecido en su estado de inocencia para siempre, si no hubiesen transgredido la ley bajo la cual se hallaban. Sin embargo, si hubiesen elegido permanecer en esa condición de inocencia, se habrían frustrado los planes del Dios Todopoderoso concernientes al destino del hombre. Esto nos ha sido revelado en las Escrituras de san Pedro y san Juan, pero Lehi lo explica con más claridad en el Libro de Mormón:
«Pues he aquí, si Adán no hubiese transgredido, no habría caído, sino que habría permanecido en el Jardín de Edén. Y todas las cosas que fueron creadas habrían permanecido en el mismo estado en que se hallaban después de ser creadas; y habrían permanecido para siempre, sin tener fin.
Y no hubieran tenido hijos; por consiguiente, habrían permanecido en un estado de inocencia, sin sentir gozo, porque no conocían la miseria; sin hacer lo bueno, porque no conocían el pecado.
Pero he aquí, todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe.
Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo.» (2 Nefi 2:22–25)
Se nos informa que nuestra madre Eva también dio testimonio de esta verdad cuando supo que Jesucristo vendría para expiar la caída. Se expresó de esta manera:
«Y Eva, su esposa, oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo: Si no hubiese sido por nuestra transgresión, jamás habríamos tenido simiente, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los obedientes.» (Moisés 5:11)
Es la misma doctrina que hallamos en la Biblia. Leemos en Génesis que el Señor le dijo a Adán:
«Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer;
mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.» (Génesis 2:16–17)
Cuando se transgredió este mandamiento, el Señor Dios habló a Jesucristo, su Hijo, y dijo:
«He aquí, el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal. Ahora, pues, no sea que alargue su mano y tome también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre;
por tanto, lo sacó Jehová Dios del huerto de Edén, para que labrase la tierra de la que fue tomado.» (Génesis 3:22–23)
El Redentor vino para redimir una ley violada
De esta manera fue como entró la muerte en el mundo, y todos los hombres han heredado las semillas de la muerte de sus primeros padres. Para redimir esta ley quebrada y restaurar la vida después que la muerte física haya cumplido su misión, Jesucristo fué enviado al mundo.
Hay otro error que se ha insinuado en el mundo religioso, y es que la transgresión de Adán frustró el Plan Divino, y se hizo necesario recurrir a otros medios aparte de los que primeramente se había dispuesto utilizar, a fin de efectuar la debida restauración y redimir al hombre de esta condición caída.
Se dice a veces que todas las cosas habrían existido en paz sobre la tierra, los hombres habrian vivido llenos de amor y obediencia, libres de los efectos de la iniquidad, si Adán no hubiese fracasado en su misión, escuchando a Satanás, que quería destruir el plan del Señor y causar la destrucción del hombre. Estas personas bien intencionadas hablan de la transgresión de Adán como la “vergonzosa caída del hombre”.
Mas bien que una caída vergonzosa, fué fiarte del gran plan que tiene por objeto realizar la inmortalidad y la vida eterna del hombre. Esto queda claramente declarado en la revelación dada a Juan, donde se ha escrito que Jesucristo es el “Cordero, el cual fué muerto desde el principio del mundo” (Ap.13:8); así como en las palabras de San Pedro, cuando dice que fuimos rescatados “con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación: ya ordenado de antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postrimeros tiempos”.
Dos grandes propósitos
El Señor ha revelado que el hombre vino a la tierra para cumplir con dos grandes propósitos. Primero, obtener un cuerpo de carne y huesos para que sea la morada de su espíritu. Segundo, adquirir experiencia y ser probado, para ver si será o no será digno de volver a la presencia del Padre y del Hijo, como hijo de Dios.
Todo hombre recibirá un galardón de acuerdo con sus obras. El apóstol Pablo ha dicho:”la obra de cada uno será mánifestada; porque el día la declarará; porque por el fuego será manifestada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego hará la prueba.”(1Cor. 3:13)
Las experiencias tales como el dolor, la tristeza, la tentación y el gozo que hay en el lmundo, son partes necesarias de nuestra educación durante esta vida terrenal. De ninguna otra manéra podrían conocerse estas cosas. Se hizo necesario que Adán fuese colocado en posición tal, que pudiese distinguir entre el bien y el mal.
Es igualmente esencial que sus hijos tengan el mismo conocimiento, pues de lo contrario, no podría haber galardones y castigos. Esta vida presente es una probación, una escuela; es breve, pero nuestra obediencia o desobediencia abunda en inmensas posibilidades y responsabilidades.
Si somos obedientes a cada obligación que se requiere de nosotros, habrá vida eterna, que es vivir en la presencia de Dios. Si somos desobedientes, vendrá la muerte espiritual, que es el destierro de su presencia y la congoja eterna que resulta de la desobediencia.
Adán nos hizo un gran servicio
Vemos, pues, que Adán prestó un servicio muy grande al genero humano por causa de su transgresión. Por él fué posible que la tierra se poblara. Nos facilitó la oportunidad de pasar por todas las vicisitudes del estado mortal, y asi encontrar nuestro lugar en el mundo venidero de acuerdo con nuestro mérito, mediante nuestra obediencia o desobediencia a los mandamientos del Señor.
Preparó el camino para la venida de Jesucristo, que como nuestro Redentor vino a traer de nuevo la vida a un mundo caído, abriendo los sepulcros y reuniendo el espíritu y el cuerpo para nunca jamás volver á quedar separados.
Esta gran bendición vendrá a todos, pues está escrito: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque asi como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados.” (1Cor.15:21-22) “Si Adán no hubiese caído, no podría haber habido un Salvador no habría exaltación, ningún galardón basado en el mérito” No habría habido necesidad de crear esta, tierra, pues nadie la habría habitado.
“Por precio somos comprados”
Aquellos que aceptan la misión de Jesucristo generalmente entienden que dicha misión está fundada en la caída de Adán; que vino al mundo para salvar al género humano mediante su expiación. Toda vida depende del Hijo de Dios.
Se derramó su sangre como rescate para pagar una deuda, la deuda que la muerte había impuesto a Adán y toda su posteridad. San Pablo frecuentemente llamó la atención al hecho de que fuimos “comprados por precio”. Este preció fue la sangre que Jesucristo derramó sobre la cruz.
Sin embargo, sea que aceptemos a Jesucristo o no, que obedezcamos su voz o nos rebelemos en contra de ella, el hecho permanece que toda criatura sobre la tierra le es deudora, porque El nos compró derramando su sangre y, por consiguiente, no somos nuestros propios dueños.
Los hombres tienen la libertad para escoger el bien o el mal
El profeta Lehi dijo:
“Y el Mesías vendrá en la plenitud de les tiempos, para redimir a los hijos de los hombres de la caída. Y porque son redimidos de la caída, quedan libres para siempre, distinguiendo el bien del mal, para obrar por sí mismos y no para que obren sobre ellos, a menos que sea el castigo de la ley en el grande y último día, según los mandamientos que Dios ha dado.
“Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias, Y pueden escoger la libertad y la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte según la cautividad y el poder del diablo, porque éste quiere que todos los hombres sean miserables como él.” (2N. 2:26-27)
La muerte es parte del plan misericordioso
Jacob, otro profeta nefita, ha explicado claramente el asunto de la expiación en estas palabras:
Sí, yo sé que sabéis que él se manifestará en la carne a los de Jerusalén, de donde vinimos, porque es propio que sea entre ellos; pues conviene que el gran Creador se deje someter al hombre en la carne y muera por todos los hombres, a fin de que todos los hombres queden sujetos a él.
Porque así como la muerte ha pasado sobre todos los hombres, para cumplir el misericordioso designio del gran Creador, también es menester que haya un poder de resurrección, y la resurrección debe venir al hombre por motivo de la caída; y la caída vino a causa de la transgresión; y por haber caído el hombre, fue desterrado de la presencia del Señor.
Por tanto, es preciso que sea una expiación infinita, pues a menos que fuera una expiación infinita, esta corrupción no podría revestirse de incorrupción. De modo que el primer juicio que vino sobre el hombre habría tenido que permanecer infinitamente. Y siendo así, esta carne tendría que descender para pudrirse y desmenuzarse en su madre tierra, para no levantarse jamás. (2N. 9:5-7)
Una de las grandes verdades que revela este profeta, es que la muerte es parte del misericordioso plan del gran Creador. Esto se puede entender si recordamos que estamos aquí sobre la tierra para un propósito sabio, pasando por todas las vicisitudes del estado mortal como parte de nuestra existencia eterna.
Vivimos antes de venir aquí. Estamos aquí para adquirir la experiencia que el estado mortal puede darnos. Seguiremos adelante por medio de la resurrección, que es el don de Jesucristo, en las eternidades venideras; y si somos fieles, podremos llegar a ser como Dios, nuestro Padre Eterno, y morar en su presencia.
Vida eterna para los obedientes
Durante su ministerio, nuestro Salvador frecuentemente llamó la atención al hecho de que había venido a este mundo para morir. “Y yo, si fuere levantado de la tierra-dijo-a todos traeré a mí mismo.” También: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en El creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.” (Jn. 12:32; 3:14-15)
En otra ocasión dijo a los judíos:
“De cierto, de cierto os digo; El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas pasó de muerte a vida.
“De cierto, de cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán.
“Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así dió también al Hijo que tuviese vida en sí mismo:
“Y también le dió poder de hacer juicio, en cuanto es el Hijo del hombre.
“No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz.
“Y los que hicieron bien, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron mal, a resurrección de condenación.” (Jn. 5:24-29)
Cristo es la resurrección y la vida
Jesús ha declarado que El es la resurrección y la vida. Adquirió este poder por medio de su sacrificio expiatorio. Las llaves de la resurrección están en sus manos. La primera resurrección ha pasado.
Se verificó inmediatamente después de su propia resurrección, cuando le fué dado el poder para abrir los sepulcros. Nos es dicho que Jesucristo es “el testigo fiel, el primogénito de los muertos”. (Ap.1:5) No podía haber resurrección para ninguno sino hasta después que El se levantara de los muertos. Según el evangelio de San Mateo:
“Y abriéronse los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron.
“Y salidos de los sepulcros, después de su resurrección (de Jesús), vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.” (Mt. 27:52-53)
La siguiente resurrección, que para la generación actual es la primera, sera la, de los justos, cuando Cristo venga otra vez, y vivirán y reinarán con El mil años.
Mas el resto de los muertos no volverán a vivir sino hasta que estén cumplidos los mil años. El Señor nos ha revelado en estos días que en la resurrección habrá una restauración para todos.
“. . . sean viejos o jóvenes, esclavos o libres, varones o hembras, malvados o justos; y no se perderá ni un solo pelo de sus cabezas; sino que todo será restablecido a su perfecta forma, o en el cuerpo, cual se encuentra ahora. E irán para comparecer ante el tribunal del Hijo, y Dios el Padre, y del Espíritu Santo. . . para ser juzgados según sus obras, sean buenas o malas.” (Al. 11:44)
Ojalá todos los hombres se arrepientan, para que al salir de la tumba recibamos la vida eterna y no el pago de la maldad.
























