La Restauración de Todas las Cosas


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El Destino de
la Tierra y del Hombre


“Lo loco de Dios es mas sabio que los hombres”

Hace algunos años tuve el privilegio de viajar por el estado de Dakota del Sur. Durante el viaje visité el monumento nacional de Mount Rushmore, uno de los milagros modernos del mundo. Allí, bajo la dirección personal del escultor Gutson Borglum, y desde su muerte bajo la dirección de su hijo, se está labrando en el granito sólido de las montañas un asombroso monumento.

Allí se están esculpiendo las cabezas de Jorge Washington, Tomás Jefferson, Abrahám Lincoln y Teodoro Roosevelt, en un tiempo presidentes de los Estados Unidos. Esta obra estupenda se comenzó en 1927; y todavía se está construyendo.

Uno puede darse alguna idea del tamaño de este monumento por la descripción que se hace de la cabeza de Jorge Washington, que mide sesenta pies (18 metros) de la barba a la cabeza. En proporción, sería un hombre de 1.40mts. (4.65pies) de altura.

Mientras miraba con asombro aquel monumento, el guía puso en mis manos una breve reseña de esta gigantesca empresa. Entre otras cosas decía lo siguiente:
“El propio Monte Rushmore. . . es de granito sólido, y ya era montaña antes que se formaran los alpes, y cuando los grandes montes Himalaya eran un pantano. Los geólogos dicen que el monumento debe durar cientos de miles de años, quizá millones.”
Meditando esta escena y reflexionando la sabiduría de los geólogos, me acordé de las palabras de San Pablo:

“Porque está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé la inteligencia de los entendidos…Porque lo loco de Dios es mas sabio que los hombres; y lo flaco de Dios es mas fuerte que los hombres.” (1Cor. 1:19-25)

“Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.” (1Cor. 2:11)

Muchas veces me he preguntado por qué será que estos hombres, tan instruidos en la sabiduría del mundo, casi universalmente rechazan cuanto el Señor ha revelado respecto a esta tierra y su destino, y el destino del hombre sobre la faz de la tierra, y hablan tan confiadamente respecto de sus teorías que se oponen tanto a todo lo que el Señor ha revelado.

“La prudencia de los sabios perecerá”

También me acuerdo de las palabras de otro profeta antiguo, que dijo:

“¡Oh ese sutil plan del maligno! ¡Oh las vanidades, flaquezas y necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no oyen el consejo de Dios, porque lo menosprecian, suponiendo sa ver de sí mismos; por tanto, su sabiduría es locura, y de nada les sirve, Y ellos perecerán,” (2N.9:28)

Recientemente un renombrado astrólogo declaró que Marte es un planeta moribundo, como lo indica su color rojizo, y que por último, cuando las rocas de esta tierra absorban todo el oxígeno, fenecerá toda la vida sobre este planeta.

Pero al decir esto, no toma en consideración el hecho de que el Señor tiene otros planes relativos a este mundo, planes que echarán en tierra todas las especulaciones de los hombres. El Señor preparó el fin de esta tierra antes que tuviera principio.

¡Qué lástima que estos grandes cerebros, capaces de hacer tanto bien para aumentar la fe en Dios si sus ideas fuesen encauzadas debidamente, parecen menospreciar todo lo que ha sido revelado divinamente, y se adhieren tan tenazmente a las teorías fabricadas por los hombres!

El destino de esta tierra y sus habitantes es muy diferente de lo que estos grandes hombres nos han pintado. Verdaderamente el Señor ha escogido “lo débil del mundo” para derribar a lo fuerte,” para que el hombre no se aconseje con su prójimo, ni ponga su confianza en el brazo en la carne.” (DyC 1:19) Isaías ha dicho que “perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la prudencia de sus prudentes” (Isaías 29:14)

La vida no es un accidente

La vida no es un accidente. La tierra sobre la cual habitamos tampoco es un accidente ni un producto incidental del universo. En ocasiones especiales el Señor ha permitido que sus siervos los profetas penetren el velo, y han ojeado la gran obra y gloria de Dios Todopoderoso. A Moisés el Señor dijo:
“Y he creado mundos sin número, y también los he creado para mi propio fin; y por medio del Hijo, quien es mi Unigénito, los he creado.” (Moisés 1:33)
El objeto de estas palabras fué mostrarle a Moisés no sólo la vasta extensión del universo, sino inculcar en su mente el propósito para el cual estos mundos numerosos se han estado y se están creando, pues el Señor añadió que su gran obra y gloria consiste en “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del Hombre.” (Moises 1:39)

Ningún mundo, no importa cuan extenso o pequeño sea, ha sido creado de la nada. Ninguna cosa existe en este universo por casualidad; todo obedece a un plan. Además, el Señor le enseñó a Moisés que se han creado tierras innumerables, semejantes a la nuestra, para que las habiten sus hijos y sus hijas.
José Smith y Sidney Rigdon testifican que oyeron la voz del Señor declarar que Jesucristo es el Unigénito de Dios en la carne y “que por él, y mediante él, y de ellos mundos son y fueron creados, y los habitantes de ellos son engendrados hijos e hijas para Dios (Dy C 76:24)

Los cielos son eternos

Dijo además el Señor a Moisés: “Los cielos son muchos y son incontables para el hombre; pero para mí están contados, porque son míos. Y así como dejará de existir una tierra con sus cielos, aun así aparecerá otra; y no tienen fin mis palabras, ni tampoco mis obras. (Moisés 1:37-38)

Estas y otras revelaciones nos enseñan que esta tierra, sobre la cual vivimos, está pasando por el mismo destino y experiencia que han conocido innumerables otras tierras; es decir, existen determinado período de tiempo en un estado mortal o temporal, como habitación de seres mortales que están pasando por la escuela de la probación mortal.

Cuando termine ese período de condición temporal, entonces morirá igual que sus habitantes, pasará por la resurrección y se levantará en una condición inmortal e inmutable para ser la morada eterna de aquellos habitantes que el Señor en su sabiduría coloque en ella.

Cuando Adán cayó, trajo la muerte al mundo; y esa muerte ha sido transmitida a toda criatura viviente, y aun la tierra misma fué afectada por la caída. Cuando haya cumplido la medida de su existencia temporal, morirá y será consumida por fuego; pero no será el fin de esta tierra.

Ni tampoco es esta muerte física de la tierra algo que sucederá millones de años a partir de hoy, o aun miles de años en lo futuro. La tierra se está envejeciendo. Pronto será cambiada y restaurada principalmente a la condición en que se hallaba antes que el hombre transgrediera en el jardín de Edén, que fué lo que trajo sobre él y la tierra un cambio temporal.

En esta condición cambiada, que se efectuará dentro de poco, la tierra durará mil años como una esfera terrestre, pura y santificada. El Salvador vendrá para reinar y tomar su lugar correspondiente.

Cesarán todos los reinos y gobiernos, y serán reemplazados por el dominio de Cristo. No habrá más guerras, sino paz y justicia, porque el conocimiento del Señor cubrirá la tierra como las aguas el mar.

Pronto se cumplirá la profecía de Isaías

En una revelación, Isaías nos ha dado una hermosa vista de esta condición cambiada. En el undécimo capítulo, que según el ángel Moroni declaró a José Smith, pronto se habría de cumplir, se promete que Jesucristo vendrá para reinar y “. . . juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra; y heriré la tierra con la vara de su boca, y con el espíritu de sus labios matará al impío.
sino que juzgará con justicia a los pobres y decidirá con equidad a favor de los mansos de la tierra; y herirá la tierra con la vara de su boca, y con el aliento de sus labios matará al malvado.
Y será la justicia cinto de sus lomos, y la fidelidad será el ceñidor de su cintura.
Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; y el becerro y el leoncillo y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará.
Y la vaca y la osa pacerán; sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja.
Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora.
No harán mal ni destruirán en todo mi santo monte, porque la tierra estará llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar. (Is. 11:4-9)

Nuevos cielos y nueva tierra

Cuando llegue ese día, necesariamente habrá un cambio muy grande en la tierra y en todas las criaturas que moren en ella. Los inicuos serán consumidos, pues no podrán morar aquí como tampoco pudieron permanecer cuando el Señor limpió la tierra con el diluvio. Será en esta época particular que se cumplirán las palabras del Señor a Malaquías:

“Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno; y todos los soberbios, y todos los que hacen maldad, serán estopa; y aquel día que vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, el cual no les dejará ni raíz ni rama.
“Mas para vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá sanidad; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada” (Mal. 4:1-2)

Además de lo cual el Señor le declaró a Isaías;

Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni vendrá más al pensamiento.
Mas gozaos y regocijaos para siempre en las cosas que yo he creado; porque he aquí que yo he creado a Jerusalén para regocijo y a su pueblo para alegría.
Y me regocijaré con Jerusalén y me alegraré con mi pueblo, y nunca más se oirán en ella voz de llanto ni voz de clamor.
No habrá más allí niño de días ni anciano que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito.
Y edificarán casas y morarán en ellas; y plantarán viñas y comerán el fruto de ellas.
No edificarán para que otro habite ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos. (Is. 65:17-22)

Cesará la enemistad del hombre

Revelóse a José Smith una profecía concerniente a estos mismos acontecimientos, en la que el Señor dijo:

y se preparen para la revelación que ha de venir, cuando el velo que cubre mi templo, en mi tabernáculo, el cual esconde la tierra, será quitado, y toda carne me verá juntamente.
Y toda cosa corruptible, bien sea del hombre o de las bestias del campo, las aves del cielo o los peces del mar, que more sobre la faz de la tierra, será consumida;
y también lo que fuere de elemento se derretirá con calor abrasador; y todas las cosas serán hechas nuevas, a fin de que mi conocimiento y gloria moren sobre toda la tierra.
Y en ese día la enemistad del hombre y la enemistad de las bestias, sí, la enemistad de toda carne, cesará ante mi faz.
Y en ese día se le concederá a cualquier hombre cuanto pidiere;
y en ese día Satanás no tendrá poder para tentar a ningún hombre; 29 y no habrá pesar, porque no habrá muerte.
En ese día el aniño no morirá sino hasta que sea viejo; y su vida será como la edad de un árbol;
y cuando muera, no dormirá, es decir, en la tierra, mas será transformado en un abrir y cerrar de ojos; y será arrebatado, y su reposo será glorioso. (DyC 101:23-31)

La tierra será renovada

El gran cambio que se efectuará cuando Cristo nuestro Salvador inicie su reino milenario, será un restablecimiento de las condiciones que prevalecieron antes de la caída del hombre. El décimo Artículo de Fe de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días nos enseña que Cristo reinará personalmente sobre la tierra, y que ésta será renovada y restaurada, y recibirá su gloria paradisiaca cuando llegue ese día.

Este nuevo cielo y tierra que aparecerán cuando el Señor principie su reino, es esta misma tierra y sus cielos, renovados o restaurados a su primitiva condición y belleza. Todo será restablecido a su misma posición original. Nos es dicho que las montañas serán allanadas y los valles exaltados, y que “la tierra será como en los días antes de ser dividida”. (DyC 133:24)

La tierra ha de morir

Sin embargo, éste no será el cambio final que sufrirá la tierra, sino meramente la condición en que existirá durante los mil años de paz y justicia. Pasada esta época gloriosa, de nuevo habrá iniquidad, pues leemos:

Y cuando los mil años se cumplan, Satanás será soltado de su prisión,
y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de congregarlos para la batalla; el número de ellos es como la arena del mar. (Ap. 20:7-8)

Seguirá la derrota de Satanás, y entonces vendrá el fin de la tierra mortal. Morirá, así como tendrán que morir todas las cosas que haya sobre ella, y será consumida por fuego. Sin embargo, esto no será el fin; no sera destruida aun cuando se disuelva y se derrita por calor intenso. Isaías predijo el fin de la tierra en estas palabras:

Alzad a los cielos vuestros ojos y mirad abajo a la tierra, porque los cielos se desvanecerán como el humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir; y de la misma manera perecerán sus moradores; pero mi salvación será para siempre y mi justicia no perecerá. (Is. 51:6)

También dijo: “Destruyóse, cayó la tierra; enfermó, cayó el mundo; enfermaron los altos pueblos de la tierra.” (Is. 24:4)

El Salmista dio testimonio del fin de la tierra en estos términos:

Tú fundaste la tierra en tiempos antiguos, y los cielos son obra de tus manos.
Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como un vestido se envejecerán; como ropa de vestir los mudarás, y serán mudados.
Pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán.
Los hijos de tus siervos habitarán seguros, y su descendencia será establecida delante de ti (Sal. 102:25-28)

Y San Pedro también anunció este gran acontecimiento: Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos, ardiendo, serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. (2P. 3:10)

Luego tenemos el testimonio de nuestro Señor:

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (Mt. 24:35)

La tierra en su estado celestial

Sin embargo, se nos ha asegurado que será la misma tierra, glorificada y resucitada, la que durará para siempre con su ciudad santa, la Nueva Jerusalén que descenderá del cielo. El Señor le dijo a José Smith, refiriéndose a esta tierra:

Y además, de cierto os digo que la tierra obedece la ley de un reino celestial, porque cumple la medida de su creación y no traspasa la ley;
así que, será santificada; sí, a pesar de que morirá, será vivificada de nuevo; y aguantará el poder que la vivifica, y los justos la heredarán.
Porque a pesar de que mueren, también ellos se levantarán, cuerpos espirituales. (DyC 88:25-27)

Poseerán la tierra seres celestiales

Aquí se nos da a saber que cuando la tierra sea santificada y glorificada, y se convierta en una esfera celestial, solamente los del orden celestial podrán habitarla. A eso se refería el Señor criando dijo: “Bienaventurados los mansos: porque ellos recibirán la tierra por heredad.” (Mt. 5:5)

Los mansos son aquellos que permanecen fieles a los convenios del evangelio.

A fin de que haya lugar para los otros habitantes de esta tierra, el Señor ha dispuesto esferas terrestres y telestiales, las que recibirán la resurrección, igual que esta tierra, pero serán inferiores en gloria y magnitud y dominio. Sobre estas esferas se colocarán a los que no sean dignos de la plenitud de la exaltación.

De modo que las Escrituras nos enseñan que no se persigue sino un fin con la creación de tierras como ésta sobre la cual vivimos.
No son planetas o estrellas que giran por el espacio sin propósito o destino, sino están bajo la dirección de la mano que los hizo y su destino es perdurar para siempre después de cumplir la medida de su creación.

La creación de los mundos, como nosotros lo entendemos, es un medio que conduce a un fin. Más bien que ser un producto incidental en el orden de las cosas creadas, el hombre es el producto más importante, y todas las demás cosas han sido hechas para él, porque “hicístelo enseñorear de las obras de tus manos: todo lo pusiste debajo de sus pies” (Sal. 8:7)

El Señor ha dicho:

Y además, de cierto, de cierto os digo, que cuando hayan terminado los mil años y los hombres de nuevo empiecen a negar a su Dios, entonces perdonaré la tierra solamente por un corto tiempo;
y vendrá el fin, y el cielo y la tierra serán consumidos y pasarán, y habrá un cielo nuevo y una tierra nueva.
Porque todas las cosas viejas pasarán, y todo será hecho nuevo, el cielo y la tierra, y toda la plenitud de ellos, tanto hombres como bestias, las aves del aire, y los peces del mar;
y ni un acabello ni una mota se perderán, porque es la obra de mis manos.(DyC 29:22-25)

Brillará como el sol

Hablando de la tierra en su condición celestial, el presidente Brigham Young ha dicho:

“Si la gente pudiera entender completamente la materia, entenderían que es perfectamente razonable y que ha sido la ley de todos los mundos (es decir, las ordenanzas del evangelio); y este mundo, tan desviado en la actualidad y tan menospreciado por los infieles
. . .será como el sol cuando alcance su condición celestial y quede preparado para que lo habiten los santos y vuelvan a la presencia del Padre y del Hijo. No será entonces un cuerpo opaco como lo es hoy, sino será como las estrellas del firmamento, lleno de luz y gloria; será un cuerpo de luz Juan lo comparó, en su condición celestial, a un mar de vidrio” (Journal of Discourses, 7:103)

Un Urim y Tumin

José Smith hizo esta afirmación;

“El lugar donde Dios reside en un gran Urim y Tumin,

“Esta tierra, en su estado santificado e inmortal, llegará a ser semejante al cristal, y será un Urim y Tumin para los habitantes que moren en ella, mediante el cual todas las cosas pertenecientes a un reino inferior, o a todos los reinos de un orden menor, serán aclarados a los que la habitaren; y esta tierra será de Cristo.” (DyC 130:8-9)

¿No será posible que estos grandes orbes que brillan en los cielos, muchos de ellos miles de veces mayores que nuestro sol, no sean sino esferas celestiales que han alcanzado su exaltación, mas bien que los planetas moribundos de las así llamadas teorías científicas?

El destino de los planetas y los astros celestiales es perdurar para siempre, porque el Todopoderoso jamás hizo cosa grande o pequeña que no había de ser eterna. Hay mucho que no sabemos, y no hay justificación para que el hombre diga que no puede haber vida sino bajo las condiciones particulares que existen en esta tierra.
Las Escrituras nos enseñan que Dios mora en fuegos eternos, y el resplandor de su venida será potente, que cuando venga los inicuos serán como rastrojo y serán consumidos. Bien dijo Moisés:

“Pero ahora mis propios ojos han visto a Dios, no mis ojos naturales sino mis ojos espirituales; porque mis ojos naturales no podrían haber visto; porque me habría desfallecido y muerto en su presencia; mas su gloria me cubrió, y vi su rostro, porque fui transfigurado delante de él.” (Moises 1:11)

Los tres compañeros de Daniel jamás habrían podido resistir el fuego del horno, que se mandó calentar varias veces mas de lo que solía, si el poder del Señor no hubiese estados sobre ellos. Sin embargo, salieron sin que siquiera hubiese olor de fuego en sus vestidos. No debemos ridiculizar ni dudar del gran poder del Señor de los Ejércitos.

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