La Restauración de Todas las Cosas


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El Hombre Creado a
Imagen de Dios


Objeto: Estudiar la segunda declaración del profeta José Smith y analizar los pasajes de las Escrituras que enseñan que el hombre fue creado a imagen de Dios, según lo afirman los profetas de los últimos días.

Errores Concernientes a la Trinidad

En la lección anterior, basada en la visión del Profeta, hablamos de las personalidades separadas e independientes del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En esta ocasión consideraremos otra verdad que se aclaró en esa visión: el hecho de que el hombre fue hecho a imagen de Dios.

El error que prevalece en el mundo respecto a la forma de Dios nació al mismo tiempo y de la misma manera que el error tocante a su personalidad. Hemos visto que el concepto más común acerca de Dios es que Él es “un espíritu santísimo, invisible, sin cuerpo, partes ni pasiones”, y esta descripción se aplica al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como una sola esencia.

Hay tres pasajes de las Escrituras en los cuales se basan aquellos que sostienen esta opinión: dos de ellos en los escritos de Juan y el otro en los de San Pablo. Estos pasajes son los siguientes:

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le declaró.” (Juan 1:18)

“Ninguno vio jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios está en nosotros, y su amor es perfecto en nosotros.” (1 Juan 4:12)

“Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Timoteo 1:17)

Hay una cosa que se puede aceptar con certeza: la verdad no se contradice a sí misma. Tenemos que aceptar los pasajes de las Escrituras con este entendimiento.
A la luz de muchos otros pasajes que claramente afirman que los hombres han visto a Dios y han hablado con Él cara a cara, debemos concluir que algo sucedió con las palabras de Juan en las muchas traducciones que se han hecho de la Biblia. Procuraremos mostrar que Juan mismo vio a Dios y habló con Él cara a cara, al igual que lo hicieron Moisés y otros profetas.

La Versión Corregida

Los dos pasajes que se han citado fueron corregidos por el Señor en una revelación dada a José Smith, y deben leerse así:

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” (Juan 1:18, versión corregida)

“Ninguno vio jamás a Dios, sino aquel que cree.” (1 Juan 4:12, versión corregida)

Todo aquel que no acepta a José Smith como profeta tendrá que admitir, por lo menos, que esta presentación de los pasajes citados concuerda con los demás. Armonizan con el resto de las Escrituras y eliminan toda contradicción.

En toda la Biblia hallamos pasajes que nos dicen que el Señor habló a sus siervos. Los cielos les fueron abiertos y vieron a Dios. “Descendió”, como dice la Escritura, y conversó con los hombres. En el primer capítulo de Génesis está escrito que el Señor dijo:

“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Génesis 1:26–27)

Esta verdad está claramente escrita, se repite con frecuencia en la Biblia, y su importancia debe quedar profundamente inculcada en nosotros. Es extraño que el mundo insista en que estas palabras no significan lo que dicen, sino más bien que el hombre ha sido creado a imagen de otra cosa, no según el cuerpo o la forma del Señor.

Sir Ambrose Fleming, por ejemplo, afirma que esta imagen “es una semejanza de congruencia en una naturaleza mental y espiritual”; y William Hayes Ward dice: “Si somos hechos a imagen de Dios, esa imagen se refiere a la razón, no al cuerpo.”

El doctor Robert A. Millikan ha descrito al Señor como una influencia o poder, comparable a la energía. De modo que se rechaza el claro significado de las Escrituras a favor de alguna teoría incomprensible.

Las Vías del Hombre No Son Como las del Señor

Cuánta tergiversación de la verdad sencilla, para interpretar la palabra del Señor de esta manera tan fantástica. La falsedad de este razonamiento se manifiesta claramente cuando reflexionamos con seriedad sobre estas interpretaciones.

Si el hombre fue creado a imagen de Dios solamente en cuanto a razón o mentalmente, a los pocos años de esa creación ya habría cesado definitivamente de ser la imagen de Dios. Y desde esa época hasta el presente, el hombre jamás habría recuperado esa semejanza. El Señor dijo a Isaías:

“¡Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos! Y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.
Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.
Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” (Isaías 55:7–9)

Evidencia Bíblica

En el capítulo 5 de Génesis, versículos 1 y 2, leemos:

“Este es el libro de las generaciones de Adán. El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados.”

El siguiente versículo dice así:

“Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set.”

Ciertamente, es una incongruencia evidente decir que las Escrituras significan una cosa cuando afirman que el Señor creó al hombre a su imagen, pero quieren dar a entender algo muy distinto cuando se dice que Adán engendró un hijo a su imagen.

En el mismo capítulo leemos que “caminó Enoc con Dios” (versículo 22), y en el capítulo 18 leemos que el Señor apareció a Abraham en el valle de Mamre. Además, en el capítulo 35 leemos:

“Y aparecióse otra vez Dios a Jacob, cuando había vuelto de Padán-aram, y lo bendijo”, por lo que se entiende que el Señor le había aparecido previamente. En esta ocasión el Señor cambió el nombre de Jacob, y entonces le dijo:
“Yo soy el Dios Omnipotente; crece y multiplícate…”, y se fue de él Dios, del lugar donde con él había hablado.

Entonces Jacob erigió un pilar allí, y dio al lugar el nombre de Betel, que significa “Casa de Dios”, porque allí fue donde el Señor le apareció.

Moisés Estuvo en la Presencia del Señor

Leemos en Éxodo que Moisés subió al monte, donde estuvo durante cuarenta días conversando con el Señor y recibiendo mandamientos de Él. Cuando el Señor acabó de hablar con Moisés, le dio dos tablas de piedra, “escritas con el dedo de Dios”.

Además, leemos en el capítulo 33 de Éxodo, versículo 11:

“Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero.”

En el capítulo 12 de Números leemos que Aarón y María se quejaron contra Moisés y dijeron que el Señor también hablaba por medio de ellos. El Señor los reprendió de este modo:

“Y luego dijo Jehová a Moisés, y a Aarón, y a María: Salid vosotros tres al tabernáculo del testimonio. Y salieron ellos tres.
Entonces Jehová descendió en la columna de nube, y se puso a la puerta del tabernáculo, y llamó a Aarón y a María; y salieron ellos ambos.
Y Él les dijo: Oíd ahora mis palabras: Si hay entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él.
No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, claramente, y no por figuras; y él verá la apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?
Entonces el furor de Jehová se encendió en ellos; y se fue.” (Números 12:5–9)

Indudablemente, se refería a su cuerpo.

En Deuteronomio 5, Moisés afirma: “Cara a cara habló Jehová con nosotros en el monte, de en medio del fuego.”

Y luego añade: “Yo estaba entonces entre Jehová y vosotros, para declararos la palabra de Jehová.”

Y en el capítulo 9, Moisés dice: “Y me dio Jehová las dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios.”

En el capítulo 6 de Isaías leemos: “En el año que murió el rey Uzías, vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo.”

Otros profetas antiguos también testificaron que vieron al Señor y conversaron con Él, pero supongo que estos pasajes serán suficientes para apoyar el tema que se está presentando.

Una Doctrina Muy Extraña

La parte más extraña de esta doctrina moderna respecto de Dios es el hecho de que Jesucristo, el Unigénito Hijo de Dios el Padre, nació en Belén, llegó a ser hombre, se asoció con los hombres por poco más de treinta años, y fue visto por ellos.

Comía, dormía, vivía en las casas de sus amigos. En ocasiones se cansaba, se fatigaba, se afligía y lloraba por los pecados del pueblo. Finalmente, fue tomado por hombres inicuos, que después de escupirle y azotarlo, lo clavaron en la cruz, y su sangre fue derramada por los pecados de un mundo inicuo.

Casi todas las iglesias lo reconocen como Dios. Fue enviado al mundo con el objeto expreso de redimir a los hombres del poder que la muerte tenía sobre ellos a causa de la transgresión de Adán. La razón por la cual recibió esta comisión de su Padre fue que ningún otro pudo haberla cumplido: se precisaba un sacrificio infinito, el de un Dios. Esto se admite generalmente.

En todas las Escrituras es llamado el Hijo de Dios. La historia de su nacimiento está clara y libre de misterios, es decir, en cuanto a su afirmación de que era verdaderamente el Hijo de Dios.

Se nos informa terminantemente que fue engendrado por el Padre. Él declaraba que Dios era su Padre. Al referirse a sí mismo, decía que era el Hijo de Dios. Esto está claro, no es ningún misterio.

Pero causa admiración que estas verdades sencillas, tan claramente expresadas, sean convertidas en misterio, sin motivo ni razón, a causa de la gran oscuridad espiritual que ha cubierto la tierra y cegado las mentes de los hombres.

Como sucede con cualquier otro hijo, así fue con Jesucristo: fue engendrado a imagen de su Padre. Y en este caso, su Padre es el Dios eterno; y las Escrituras nos informan que Jesús era la misma imagen de su Padre. ¿Y por qué no? Muchos otros hijos son frecuentemente la viva imagen de sus padres. Así se dice de Set. Naturalmente, lo mismo sería cierto de Jesucristo.

Un Absurdo

Es cosa sumamente absurda, aun hasta el grado de causar asombro, que haya personas que enseñen que Jesucristo, siendo Dios, se ha convertido en una esencia, en un espíritu invisible, sin cuerpo, partes ni pasiones, desde su crucifixión hasta ahora. Si tal fuera el caso, ¿qué objeto tuvo su resurrección? ¿Acaso fue solo para dar al hombre la posibilidad de levantarse de los muertos?

Un día conversaba con un ministro protestante. Este sostenía enfáticamente que Jesucristo había llegado a formar parte del gran cuerpo incomprensible de Dios que llena la inmensidad del espacio, y que había perdido su cuerpo e individualidad. Le pregunté qué había hecho Jesús con su cuerpo después de la resurrección. Respondió que lo había arrojado. Cuando le pedí que me citara capítulo y versículo, no pudo hacerlo.

El Concepto Natural

En muchas iglesias cristianas —si no en casi todas— se encuentran imágenes y pinturas que representan a Jesucristo. He visto a personas arrodillarse ante estas imágenes. Ciertamente, en su reverencia están pensando en Dios en forma corporal, semejante a un hombre. Este es el pensamiento natural que existe en la mente de todo niño, hasta que es destruido por la misteriosa e incomprensible filosofía que más tarde recibe.

El Salvador enseñó a sus discípulos que, mediante la resurrección, sus espíritus y cuerpos serían reunidos para nunca jamás separarse. A Marta le dijo: “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.”

Y como sucede con el Autor de la salvación, así debe ser con cualquier otra alma. Cuando nuestro Señor se levantó de la tumba, se apareció a sus discípulos. San Lucas nos informa que se espantaron porque “pensaban que veían un espíritu”. Pero Jesús les habló, diciendo:

“¿Por qué estáis turbados, y suben pensamientos a vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.” (Lucas 24:39)

Llenos de gozo, se acercaron a Él y lo abrazaron. Cuando los dejó para volver a su Padre, llevó consigo este mismo cuerpo herido, y leemos que, al tiempo de la ascensión, vinieron dos mensajeros celestiales que declararon:

“Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como lo habéis visto ir al cielo.” (Hechos 1:11)

Juan Ve al Señor en Visión

Si este pasaje es cierto, entonces ciertamente no “arrojó” su cuerpo. No fue a formar parte del gran Nirvana de los budistas. Sigue siendo el Hijo de Dios, un ser tangible con un cuerpo glorioso resucitado, el mismo que tuvo cuando se despidió de los pescadores de Galilea. Actualmente, es el mismo Jesucristo, el Hijo de Dios, con la misma identidad, el mismo Abogado ante el Padre, como cuando estuvo en la tierra entre los hombres.

¿Es Jesucristo un Dios? ¡Sí! En sus manos ha sido puesto todo poder, tanto en el cielo como en la tierra. Juan lo vio en la isla de Patmos, y declara lo siguiente:

“Y su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.” (Apocalipsis 1:14–15)

De modo que Juan verdaderamente lo vio, tanto antes como después de su crucifixión, ya glorificado. Este hecho contradice la traducción incorrecta de su palabra a la que se hizo referencia al principio.

Se ve claramente que Juan comprendía perfectamente la naturaleza del cuerpo de Cristo, porque escribió a los élderes de la Iglesia:

“Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él aparezca, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.
Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.” (1 Juan 3:2–3)

Sí, la Biblia nos enseña que este mismo Jesús que ascendió vendrá en igual manera para ocupar su lugar como Rey de reyes y reinar sobre la tierra por mil años. Y lo hará con el mismo cuerpo glorioso. Zacarías nos informa que se mostrará a los judíos, y éstos le preguntarán:

“¿Qué heridas son éstas en tus manos?”
Y Él responderá:
“Con ellas fui herido en casa de mis amigos.”

El mundo debería estar agradecido a José Smith por haber intentado conducirlos nuevamente a la verdadera adoración del Dios viviente y de Jesucristo, su Unigénito en la carne, el Redentor del mundo y Salvador de todos los que se arrepienten.

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