La Restauración de Todas las Cosas


8
¿Está Completo el Canon
de las Escrituras?


Objeto: Estudiar la tercera declaración del profeta José Smith para mostrar que el canon de las Escrituras no está completo; que el Señor sigue hablando, continúa revelándose y haciendo convenios con aquellos que están dispuestos a escuchar su voz.

No Ha Habido Profecía Desde los Días Antiguos

Desde la época de los antiguos profetas no ha llegado al mundo ninguna profecía, visión, revelación o palabra del Señor que haya sido recibida como Escritura. Durante muchos siglos se ha proclamado que el canon de las Escrituras está completo, que no debe haber más revelación, que el Señor ha concluido su obra y ha dado la Biblia a los hombres, en la cual se hallan todas las revelaciones necesarias.

El canon de las Escrituras significa aquellos libros que las iglesias han aceptado como inspirados o como revelaciones del Señor. El número de estos libros ha cambiado a veces, y algunas iglesias han aceptado ciertos libros como Escritura que otras rechazan por apócrifos. Sin embargo, se ha entendido generalmente que toda Escritura cesó con los apóstoles o poco después de su época.

Desde ese día hasta el tiempo presente, el mundo religioso, según la creencia generalmente aceptada, ha dependido enteramente de las palabras de los profetas cuyas enseñanzas se encuentran dentro de las cubiertas de la Biblia.

Esto constituye sus comunicaciones de Dios al hombre. Dicen que no debemos esperar más Escrituras. No ha de haber más profetas o videntes a quienes el Señor pueda hablar por visión o boca a boca, “como habla cualquiera a su compañero”.

Tanto por parte de la gente como por parte de sus sacerdotes, parece surgir el sentimiento de que están satisfechos de que el Señor no tiene más necesidad de comunicarse directamente con hombres santos, como en las edades antiguas.

Sin embargo, con frecuencia expresan su descontento aquellos que no pueden reconciliar sus sentimientos y opiniones con esa condición inaceptable; personas que sienten que, en medio de la confusión de interpretaciones, hace falta que se levante algún profeta que pueda tener comunicación con los cielos y decir a la gente: “Así dice el Señor”.

Dos Opiniones

Existen dos opiniones concernientes a la interpretación de las Escrituras:

  1. La que es proclamada por la Iglesia Católica, que sostiene que hay una manera segura de interpretar, y que esta se halla en el poder que tiene el Papa, el cual es infalible en dicha interpretación.
  2. El otro concepto es que el hombre debe depender de su propio razonamiento para lograr su entendimiento de las Escrituras.

No se puede disputar el hecho de que, casi desde los días de los apóstoles, han nacido falsas interpretaciones y prácticas erróneas que han estado de moda. Los apóstoles Pablo, Pedro y otros escritores inspirados profetizaron esta condición.

Estos profetas indicaron muy claramente que llegaría el tiempo cuando los hombres no sufrirían la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarían maestros conforme a sus propias concupiscencias, y que apartarían de la verdad el oído y se volverían a las fábulas.

El segundo concepto queda expresado por un eminente instructor de religión, en estas palabras:

“La conclusión de todo el asunto es ésta: la razón es el juez final —nuestra propia razón, nuestra razón individual, mi razón, no la de algún otro. Hay varias fuentes de autoridad: la Biblia, la Iglesia o Dios, pero se precisa poner a prueba cada una de éstas por medio de nuestra razón personal antes que pueda creerse.

En el fondo, todos somos racionalistas. No podemos evitarlo. Lo que Dios es, la existencia de Dios, es algo que tenemos que resolver con el uso de la mejor razón que tenemos.
Si somos creados a la imagen de Dios, dicha imagen se refiere a la razón, no al cuerpo; y nuestra pequeña razón puede y debe lograr una vista verdadera de Dios, así como nuestros pequeños ojos, cortos de vista, pueden realmente recibir, aun cuando imperfectamente, el infinito universo estrellado.
La razón podrá ver débilmente, aun equívocamente, pero es todo lo que tenemos para guiarnos.

O podrá estar basada en las costumbres o en la tradición, la herencia social, las enseñanzas recibidas en la niñez o en aquellos que pensamos que tienen mayor conocimiento y juicio que nosotros; sin embargo, todas nuestras creencias se basan en la razón que tenemos.”
(William Hayes Howard, “The Independent”, 15 de marzo de 1915)

La Impotencia del Hombre

Por el contrario, parecería que la razón haría comprender a la mente del hombre su impotencia, si es que ha de depender únicamente de su propia razón para hallar a nuestro Dios.

El Señor ha declarado que sus vías no son como las del hombre, ni sus pensamientos como los pensamientos del hombre. Zofar preguntó a Job: ¿Hallarás tú a Dios con solo buscarle?

San Pablo nos da la respuesta a esa pregunta en estas palabras: “Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”, y entonces añade: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman. Pero Dios nos lo reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.” (1 Cor. 2:9–10)

Pero nadie puede recibir esta inspiración sin la orientación del Espíritu, y esta orientación es el espíritu de la profecía. Esto fue lo que el ángel declaró a Juan: “Adora a Dios, porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.”

Comentando estas palabras, José Smith ha dicho en sustancia que un hombre es profeta si tiene el testimonio de Jesús; y, por tanto, todo aquel que está guardando los mandamientos del Señor debería ser profeta.

El Hombre Se Ha Apartado de Dios

Ciertamente, no se puede culpar al Señor si los cielos están cerrados y, en la actualidad, el hombre no recibe ninguna comunicación divina. El Señor no ha cesado de ser un Padre amoroso. Su interés en el género humano es tan grande hoy como siempre lo ha sido.

Nosotros, los que vivimos sobre la tierra en esta generación, somos indudablemente tan estimados por Él como la gente de los tiempos antiguos. Como Padre bondadoso y amoroso, está tan dispuesto a comunicarse con el hombre hoy día como en los días de Enoc, Noé o Abraham.

Entonces, ¿por qué no hay revelación o profetas que hablen al pueblo como alguien que tiene autoridad en el nombre del Señor? Esta pregunta no tiene más que una respuesta: es porque el hombre ha abandonado a Dios.

Existen ciertos principios fijos y definitivos que gobiernan las cosas espirituales, de acuerdo con la ley divina, así como los hay en el mundo físico. Si el químico no obedece la ley sobre la cual se basa su experimento, no obtiene el resultado. Si el electricista no cumple con las leyes por las cuales se producen la luz y el calor, ¿cómo recibirá la recompensa de su obra?

A José Smith, el Señor dijo: “A todos los reinos se ha dado una ley; y hay muchos reinos, porque no hay espacio en el cual no haya reino, ni hay reino en el cual no haya espacio, sea un reino mayor o menor.
Y a cada reino se ha dado una ley, y cada ley tiene también ciertos límites y condiciones. Todos los seres que no se sujetan a esas condiciones no son justificados.” (DyC 88:36–39)

El científico ha descubierto este hecho en su laboratorio. No puede anular, cambiar ni destruir ninguna de las leyes de la naturaleza. Son inmutables. De igual manera lo es el reino de Dios. Este reino es gobernado por leyes, precisamente como el mundo físico.

Si el hombre desea allegarse a Dios, si busca una bendición espiritual, entonces debe ponerse de acuerdo con las leyes divinas que rigen ese reino. Es la cosa más natural del mundo; por tanto, cuando un hombre arbitrariamente declara que los cielos están cerrados y que Dios Omnipotente no volverá a hablar al hombre directamente o por la visitación de un ángel, está claro que no hay comunicación divina.

¿Por qué? Porque está cerrada la comunicación entre Dios y el hombre. No es que el Señor no quiera, sino que el hombre ha despreciado la ley mediante la cual se recibe esta comunicación.

¿No dijo el Salvador: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer su voluntad, conocerá si la doctrina viene de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta”?
¿Cómo lo sabrá? ¿Por el ejercicio de la razón? No, sino por la inspiración del Espíritu del Señor.

Cuando el ciego guía al ciego, el Salvador dijo, ambos caerán en el hoyo; y Pablo verdaderamente dijo que “la letra mata, mas el espíritu vivifica”.

La Confusión del Hombre es Natural

No es sino natural que haya confusión cuando los cielos están cerrados y el hombre tiene que andar palpando a oscuras y encontrar su camino sin ayuda divina. Si el Señor hubiese dispuesto que todo hombre labrara su propia salvación como él quisiera, sin hacer caso de los mandamientos divinos, resultaría una confusión terrible, no sólo en la tierra sino también en los cielos. Uno de nuestros poetas ha dicho: “El orden es la primera ley del cielo”. Debe haber orden en los cielos, pero ese orden viene por causa de la ley divina; y como Dios es inmutable, sus leyes también lo son y no están sujetas al capricho o la imaginación del hombre, ni a la interpretación que este quiera darles. Todos deben cumplir con los mismos requerimientos, y a fin de que el hombre sepa cuáles son, se precisa que haya revelación continua, para que pueda ser guiado. Todos tenemos que aprender a andar por el mismo camino, aceptar las mismas ordenanzas, pertenecer a la misma Iglesia, y esa Iglesia debe ser la que el Autor de nuestra salvación reconoce:

“Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente y me hallaréis; pedid y recibiréis; llamad y os será abierto”.
Así dijo el Señor.

La Declaración de San Pedro

El apóstol Pedro ha dicho: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de las Escrituras es de particular interpretación; porque la profecía no fue en los tiempos pasados traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo”.

Y no puede hallarse razón lógica para que el Señor no pueda hablar hoy por conducto de santos hombres y dar mandamientos a sus hijos. El único motivo que podría estorbar esta revelación en la actualidad sería que sus hijos se negaran a oír su voz o la voz de sus siervos.

Las palabras de Isaías son tan verdaderas como lo fueron setecientos años antes del nacimiento de Cristo, cuando dijo:

“He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová, ni se ha agravado su oído para oír;
mas vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios,
y vuestros pecados han hecho ocultar su rostro de vosotros para no oír…
Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos al mediodía como de noche; estamos en oscuros lugares como muertos”. (Isaías 59:1–2,10)

Razonemos un Poco

En medio de la confusión religiosa, cuando hay centenares de doctrinas contendientes, cuando los hombres disputan el significado de cada uno de los principios de verdad eterna, cuando los púlpitos están llenos de desacuerdos, cuando las traducciones modernas de la Biblia —erróneamente llamadas tradiciones— han llenado el mundo con interpretaciones cambiadas, cuando se alteran las ordenanzas y se introducen costumbres extrañas en la adoración religiosa, ¿no conviene que busquemos la venida de un mensajero de la presencia del Señor para poner en orden este caos de contiendas y falta de unidad?

La única manera de lograr la unidad es por medio de una comunicación directa con los cielos, mediante la revelación y la visitación de seres celestiales, o de alguien divinamente señalado para enseñar al pueblo.

El mundo necesita un profeta actualmente, como en cualquier otro tiempo de confusión. Jamás en la historia del mundo ha habido mayor desacuerdo y desunión entre los profesores de religión que hoy día. ¿De qué otra manera puede acabarse esta confusión que ha hundido al mundo en un abismo de disputas y desacuerdos, y efectuarse la unidad y el amor puro de Dios, sino por una revelación nueva?

San Pablo terminantemente declaró que Dios no es autor de confusión. Cristo enseñó a sus discípulos que fuesen uno, queriendo decir, por supuesto, uno en doctrina, en adoración y en amor.

El Señor No Deja de Hablar

Parece que se puede decir sin contradicción que no hay un solo principio fundamental del Evangelio enseñado por nuestro Señor y sus discípulos en el que todo el mundo religioso esté de acuerdo universalmente. No hay en la Biblia ningún pasaje que declare que no debe haber más revelación que la que se encuentra dentro de las cubiertas de este sagrado libro.

No hay palabra que indique que la boca del Señor está sellada o que la voluntad divina ha dispuesto que el género humano ha de guiarse únicamente por la instrucción de la letra que mata, sin ayuda divina continua.

Al contrario, todos los profetas “desde el siglo” han enseñado que el Señor seguiría hablando y revelándose al pueblo, haciendo convenios con ellos cuando estuvieran dispuestos a escuchar su voz.

El canon de las Escrituras no está completo. Hay muchos libros mencionados en la Biblia que no tenemos. Hay numerosas profecías en las Escrituras que declaran que el Señor ha prometido hablar de nuevo, aun en estos últimos días.

Por medio de Joel prometió que, en los postreros días, derramaría su espíritu, y que los hijos y las hijas del pueblo profetizarían, los ancianos soñarían sueños y los jóvenes recibirían visiones.

Dijo Jeremías que, en los últimos días, Jehová haría convenio con Israel y que pondría su ley en sus entrañas, y la grabaría en su corazón; y que Él sería su Dios, y ellos serían su pueblo. Ciertamente, estas grandes cosas no podrían efectuarse sin revelación, y sin que esta revelación llegase a ser Escritura.

Declaró a Ezequiel que recogería a los hijos de Israel de entre los paganos y los juntaría, y también prometió: “Y concertaré con ellos pacto de paz; perpetuo pacto será con ellos: y los asentaré, y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre ellos para siempre.
Y estará en ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.” (Ezequiel 37:26–27)

Ciertamente esto precisará que se abran los cielos y haya más revelación. Hablando del gran día del Señor, Isaías ha dicho: “Entonces se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado.” (Isaías 40:5)

No Hay Correspondencia en las Enseñanzas Modernas

Ciertamente hay incongruencia al suponer que el Señor ha cesado de dar nuevas instrucciones al hombre por medio de revelación o la visita de ángeles, y al mismo tiempo creer que en todo campo de actividad —menos la religión— el hombre está buscando nuevas verdades.

Grandes y maravillosos han sido los descubrimientos mediante la investigación científica durante los últimos cien años, y todo esto en cumplimiento de la predicción de Joel.

En esta dispensación, el Señor ha dicho a los que desean servirlo: “Serán coronados con bendiciones de arriba, sí, y con mandamientos no pocos, y con revelaciones en su debido tiempo, aquellos que son fieles y diligentes delante de mí.” (Doctrina y Convenios 59:4)

Un antiguo profeta declaró, anunciando la incredulidad de la época actual:

“¡Ay del que dijere: Hemos recibido la palabra de Dios, y no necesitamos más de sus palabras, porque ya tenemos suficientes!

Pues he aquí, así dice el Señor Dios: Daré a los hijos de los hombres línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí; y benditos son aquellos que escuchan mis preceptos y prestan atención a mis consejos, porque aprenderán sabiduría; pues a quien reciba, daré más; y a los que digan: Tenemos ya bastante, les será quitado aun lo que tuvieren.”
(1 Nefi 28:29–30)

El mundo debe mucho a José Smith, porque de su gran visión ha resultado esta doctrina que penetra las tinieblas de la superstición y la incredulidad, y difunde los rayos de luz eterna: que Dios vive, que es el mismo ayer, hoy y para siempre, y que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír.

Deja un comentario