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El Restablecimiento
de la Iglesia
Objeto: Probar mediante un estudio histórico que la verdadera Iglesia de Jesucristo no existía sobre la tierra cuando José Smith fue a orar al Señor al respecto; que fue restaurada por poder divino, y que jamás será quitada nuevamente de la tierra.
La oración de José Smith
Cuando José Smith fue al bosque a orar, lo hizo para saber cuál de todas las iglesias existentes era la verdadera Iglesia de Jesucristo. La respuesta que recibió fue que no se uniera a ninguna de ellas, porque todas estaban en error y enseñaban doctrinas humanas como si fueran mandamientos divinos. Esta declaración es de suma importancia. Si la iglesia verdadera se encontraba en la tierra, dicha afirmación sería falsa; pero si lo que dijo es verdadero, entonces es de vital importancia para todos los hombres, pues su eterna salvación depende de ello. Es, por lo tanto, el sagrado deber de toda alma investigar este asunto con espíritu de oración, fe y humildad. Ningún hombre descubrirá jamás la verdad con un espíritu de odio o con la determinación de negar esa verdad en su corazón. Un antiguo profeta dijo: “¡Ay de los sordos que no quieren oír, porque perecerán! ¡Ay de los ciegos que no quieren ver, porque también perecerán!”.
Durante aproximadamente ciento veinte años, esta historia ha estado expuesta ante el mundo. Se puede afirmar con toda seguridad que ninguna verdad ha sido jamás sometida a pruebas más severas ni puesta tan intensamente en duda.
Ninguna verdad ha tenido que enfrentar investigaciones tan rigurosas y críticas tan hostiles como la obra de José Smith. Sin embargo, todo lo que enseñó y dio al mundo ha resistido victoriosamente esas pruebas, mientras que crítica tras crítica y ataque tras ataque han resultado ineficaces.
Debe aceptarse el hecho de que sólo puede haber una iglesia verdadera en la tierra a la vez. Es posible que en algún momento no exista ninguna iglesia verdadera sobre la tierra, pero es absolutamente imposible y contrario al sentido común aceptar que un conjunto de iglesias con diferentes organizaciones, doctrinas y ceremonias, sean todas ellas la Iglesia de Jesucristo. Jamás el Señor ha otorgado a ningún hombre o grupo de hombres la autoridad para organizar una iglesia contraria a sus mandamientos, sin su aprobación, y luego pretender que Él acepte esos credos y prácticas. Cristo no está dividido.
Todas las cosas están sujetas a la ley
En el universo, donde en cada reino prevalecen leyes naturales en perfecto orden y armonía—leyes que el hombre, con todo su conocimiento y sabiduría, no puede cambiar—sería una incongruencia creer que el reino de Dios, el más grande de todos los reinos, no estuviera también sujeto a las mismas leyes de obediencia y orden que gobiernan el universo.
El Todopoderoso no permitiría que el hombre corrompiera Su Iglesia ni que cambiara Sus ordenanzas, así como tampoco permitiría alterar la ley de gravedad ni cualquier otra ley de la naturaleza; intentar hacerlo sería igualmente absurdo e ilógico.
El Señor dijo a José Smith: “He aquí, mi casa es una casa de orden, dice Dios el Señor, y no de confusión. ¿Aceptaré una ofrenda que no se haga en mi nombre, dice el Señor? ¿O recibiré de vuestras manos lo que yo no he ordenado?
¿Y os señalaré algo, dice el Señor, que no sea por ley, tal como yo y mi Padre decretamos para vosotros antes que el mundo fuese? Yo soy el Señor tu Dios y te doy este mandamiento: Que ningún hombre vendrá al Padre sino por mí o por mi palabra, la cual es mi ley, dice el Señor.” (DyC 132:8-12)
No importa lo que los hombres piensen acerca de José Smith, debe admitirse que esta revelación es clara y difícilmente refutable. Es una verdad evidente. Ninguna persona que posea al menos un poco de sabiduría intentaría negarla. Siendo así, es evidente que el Señor no puede ser el autor de la confusión que prevalece en todo el mundo cristiano. Es completamente imposible que todas las iglesias que afirman ser cristianas sean la verdadera Iglesia de Jesucristo. ¿No es lo más natural, en tales circunstancias, que el joven José Smith, buscando el camino de la salvación, se dirigiera a la fuente misma de toda verdad? ¿De qué otra manera podría haberla hallado en medio de la confusión doctrinal existente?
La respuesta del Profeta
La contestación que recibió fue que la Iglesia de Jesucristo no se hallaba sobre la tierra. Comprendo que estas palabras son molestas para algunas personas devotas; pero ¿no sería mejor que fueran recibidas con gratitud y con un deseo sincero y humilde de investigación por parte de todos? Nuestro Señor prometió que todo aquel que hiciera la voluntad del Padre conocería la verdad de Su doctrina. Sin embargo, dicha persona debe hacer la voluntad del Padre sin prejuicios, sin estrechez mental y con un espíritu contrito. Centenares de miles han testificado, y aún testifican, que han descubierto esta verdad mediante este sencillo método.
¿Qué es la Iglesia?
Nuestro Salvador organizó Su Iglesia durante Su ministerio terrenal; pero esto no fue, como generalmente se cree, el inicio de la Iglesia sobre la tierra. La primera organización de la Iglesia se reveló desde la época de Adán. Existió también en los días de Enoc, Noé, Abraham y Moisés.
Entonces, ¿qué es la Iglesia? Es un gobierno organizado divinamente, con leyes inmutables y oficiales autorizados, y Cristo mismo como Rey a la cabeza. Su propósito es lograr la salvación y exaltación de sus ciudadanos mediante la obediencia de éstos a sus leyes divinas.
La iglesia que no concuerde con este modelo, y que no rinda estricta obediencia a estas leyes, no puede ser, bajo ningún nombre o pretexto, la Iglesia de Jesucristo. Tampoco puede un hombre o un grupo de hombres, por muy bien organizados que estén, establecer la Iglesia de Jesucristo sin la debida autorización divina.
Todas las iglesias instituidas por los hombres llegarán a su fin. Ningún hombre puede investirse a sí mismo con el poder y la autoridad para cumplir la voluntad del Señor.
Al estudiar la historia, resulta evidente que la organización original de la Iglesia, tal como existía en los días de Jesucristo y Sus apóstoles, no se encontraba sobre la tierra cuando José Smith fue a preguntar al Señor.
Incluso algunos sabios, buscando a tientas en su oscuridad espiritual, han admitido esto. Repito lo que mencioné en un discurso anterior, citando el Diccionario Bíblico de Smith:
“…en vista de que los hombres han corrompido las doctrinas y trastornado la unidad de la Iglesia, no podemos esperar que la Iglesia de las Sagradas Escrituras exista realmente en su perfección sobre la tierra. Esta perfección no puede encontrarse en el conjunto de estos fragmentos de la cristiandad, y mucho menos en alguno de ellos por separado.”
Los historiadores eclesiásticos han señalado muchas de las corrupciones introducidas en la iglesia durante los primeros siglos. Eusebio, citando a Hegesipo, quien escribió a principios del siglo segundo, dijo:
“Cuando llegó a su fin el círculo sagrado de los apóstoles y murió la generación que había tenido el privilegio de escuchar su sabiduría inspirada, surgió entonces una combinación de errores impíos debido al fraude y al engaño de falsos maestros. Como ya no quedaba ninguno de los apóstoles, estos falsos maestros comenzaron descaradamente a predicar doctrinas contrarias a la verdad del evangelio.”
Refiriéndose a los ritos y ceremonias del siglo segundo, Mosheim comentó:
“No existe institución alguna, por pura y excelente que sea, que la corrupción e indiscreción de los hombres no pueda transformar, con el tiempo, en algo malo, llenándola de elementos ajenos a su naturaleza e intención original. Tal fue, especialmente, la suerte que sufrió el cristianismo. Durante este siglo se añadieron muchos ritos y ceremonias innecesarios a la adoración cristiana, cuya introducción ofendió profundamente a hombres sabios y buenos.”
Al hablar del tercer siglo, Mosheim agrega: “Todos los anales de este siglo mencionan la multiplicación de ritos y ceremonias en la iglesia cristiana”. Y en el cuarto siglo ocurrió el mayor cambio de todos, como previamente mencioné, en la proclamación de la creencia acerca de Dios, la cual ha generado grandes dificultades al mundo desde entonces.
El apóstol Pablo ya había declarado que estas herejías estaban comenzando en sus días y profetizó que llegaría el tiempo en que los hombres no sufrirían la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarían maestros conforme a sus propias concupiscencias.
Se organiza la Iglesia
Por mandato de Jesucristo, la Iglesia se organizó con apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, setentas, élderes, obispos, presbíteros, maestros y diáconos. El apóstol Pablo, en sus instrucciones a los corintios, compara la Iglesia con un cuerpo humano. Dice que todas las partes son necesarias y que una parte no puede decir a otra que no tiene necesidad de ella; más bien, “a cada uno le es dada manifestación del Espíritu para provecho”. Después de hacer esta comparación, añade:
“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.
Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros; después los que sanan, los que ayudan, los que administran y los que tienen don de lenguas.” (1 Corintios 12:27-28)
Cuando escribió a los efesios, declaró:
“Solicitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu; como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.
Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo.” (Efesios 4:3-7)
Y añadió: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.” (Efesios 4:11-12)
¿Cuánto tiempo deberían permanecer estos apóstoles y profetas? Pablo responde:
“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.” (Efesios 4:13)
¿Y por qué debería haber apóstoles y profetas en la Iglesia? De nuevo contesta:
“Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que, para engañar, emplean con astucia los artificios del error,
sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,
de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Efesios 4:14-16)
Estas palabras indican claramente que nunca se pretendió ni se autorizó que la organización original de la Iglesia establecida por el Señor fuese modificada. En ninguna parte de las Escrituras hay declaración alguna que indique que los apóstoles y profetas debían cesar, ni que los dones del Espíritu debían desaparecer.
La elección de los apóstoles
Es evidente que durante el primer siglo se escogieron otros apóstoles para reemplazar a los que habían fallecido. Matías no fue el único apóstol elegido después de la muerte de nuestro Señor; Pablo también fue llamado como apóstol, y probablemente Bernabé lo fue asimismo, ya que así lo indican las Escrituras. Además, tenemos a Santiago y a Judas, quienes indudablemente también fueron llamados a este sagrado oficio.
Hemos visto en los escritos del apóstol Pablo que los apóstoles y profetas fueron puestos en la Iglesia, y que eran necesarios “para perfeccionar a los santos”, así como “para la obra del ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
Ni siquiera cruzaba por la mente de Pablo, Pedro o Juan que los apóstoles y profetas hubieran sido designados únicamente para establecer la Iglesia y después prescindir de ellos.
Ciertamente, nadie afirmará que la Iglesia, en la época de Pedro o Pablo, o en cualquier tiempo posterior, haya alcanzado ya la unidad completa de la fe o la medida plena de Cristo.
Más bien, al contrario, los mismos apóstoles predijeron la falta de unidad en la Iglesia y una gran apostasía. Mientras el amado apóstol Juan estaba en la isla de Patmos, vio en visión que la Iglesia sería quitada de la tierra, y describió este acontecimiento en términos bastante claros. Estas son sus palabras:
“Y apareció una gran señal en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas.
Y estando encinta, clamaba con dolores de parto y sufría por dar a luz.
Y apareció otra señal en el cielo: y he aquí un gran dragón rojo que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas;
y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró delante de la mujer que estaba por dar a luz, a fin de devorar a su hijo en cuanto naciese.
Y ella dio a luz un hijo varón que había de regir a todas las naciones con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono.
Y la mujer huyó al desierto, donde tenía un lugar preparado por Dios, para que allí la sustentasen durante mil doscientos sesenta días.
Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles;
pero no prevalecieron, ni fue hallado más su lugar en el cielo.
Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, quien engaña a todo el mundo; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.
Y oí una gran voz en el cielo que decía: Ahora han venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo, porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.
Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra de su testimonio, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.
Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar!, porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo.
Y cuando el dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón.
Y le fueron dadas a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, tiempos, y la mitad de un tiempo.
Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, a fin de arrastrarla con la corriente.
Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y tragó el río que el dragón había arrojado de su boca.
Entonces el dragón se enfureció contra la mujer, y fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo.” (Apocalipsis 12)
El tiempo no permite dar una explicación detallada de esta visión, pero en resumen, su interpretación es la siguiente: la mujer representa a la Iglesia; ella está glorificada con la luz celestial. Las doce estrellas simbolizan a los apóstoles.
El hijo que nace representa el sacerdocio (Apocalipsis 12:5), que regirá sobre la tierra mediante la verdad del evangelio, simbolizada por la vara de hierro. Debido a la persecución y al poder del dragón, el sacerdocio fue retirado nuevamente al cielo, y la mujer (la Iglesia) se vio obligada a huir de la faz de la tierra.
El dragón representa a Satanás, quien se rebeló en los cielos y persuadió a la tercera parte de los espíritus para seguirle. Él y sus ángeles fueron expulsados del cielo a la tierra, donde hizo guerra contra la mujer y la persiguió hasta desterrarla al desierto (Apocalipsis 12:7-9).
Luego, el dragón combatió a todos aquellos que intentaron vivir conforme a la verdad, llamados “el resto de la descendencia de la mujer”. Debe recordarse que el ángel estaba mostrando a Juan acontecimientos futuros respecto al tiempo en que recibió la visión.
En el año 1830, esta mujer —la Iglesia— junto con su hijo varón (el sacerdocio), fueron restaurados sobre la tierra. El poder del dragón fue vencido, y el Señor ha proclamado que el evangelio ahora restaurado jamás será quitado nuevamente de la tierra; pues ésta es la dispensación final, tanto para los que están en los cielos como para los que están sobre la tierra.
























