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Capítulo VI
La gran obra misional en la prisión espiritual
Cada Hombre Debe Tener la Oportunidad de Aceptar el Plan del Evangelio
El evangelio de Jesucristo es un programa mediante el cual el hombre puede lograr y cumplir su destino final. Es el camino de Cristo, “el camino, y la verdad, y la vida.” Es un sendero de principios, ordenanzas y convenios por el cual el hombre puede transitar y obtener su exaltación. El papel de Jesucristo es fundamental en el plan del evangelio. Él murió en la cruz para pagar la deuda del pecado y la muerte de todo el género humano, y así ganó el poder de traer a todos los hombres a sí mismo y el privilegio de supervisarlos mientras recorren el camino hacia la vida eterna.
Bajo Su dirección se trazó un programa de crecimiento y progreso que está al alcance de cada ser humano, para que pueda aceptarlo o rechazarlo. En Su sabiduría e infinita justicia, Él juzgó conveniente que cada ser que ha vivido sobre la tierra tenga la oportunidad de entender y elegir entre aceptar o rechazar el plan del evangelio. De hecho, Él ha proclamado que “será predicado este evangelio del reino en todo el mundo” (Mateo 24:14), “a toda nación, y tribu, y lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6).
Sin embargo, Él no ha impuesto Su plan sobre los mortales. Tampoco ha permitido que el programa del evangelio opere sobre la tierra cuando las condiciones no son apropiadas para que sirva al hombre de manera eficaz. Han existido muchos lugares y épocas en que el hombre ha caminado por la tierra sin saber que jamás existió tal camino hacia la perfección. En la teología del mundo sectario, tales infortunados son condenados por toda la eternidad al sufrimiento de un infierno espantoso. Pero, conforme a la justicia de Dios, aquellos que mueren sin entender el evangelio también tienen derecho a escucharlo, decidir si lo aceptan o lo rechazan, y vivir conforme a sus principios.
Dado que la mayor parte del género humano ha pasado por la mortalidad sin oír el evangelio de Jesucristo, el Señor ha juzgado conveniente instituir un gran programa misional en el mundo de los espíritus, más allá del sepulcro, y permitir a los hombres probar su fidelidad al plan del evangelio mediante sus acciones en ese lugar. Así, todos los hombres podrán comparecer ante Él en el día del juicio y ser examinados bajo la misma norma de justicia. Este fue el programa previsto por el apóstol Pedro, quien escribió:
“… darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos.
Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos; para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en espíritu según Dios.” (1 Pedro 4:5–6)
Los verdaderos Santos de los Últimos Días reconocen como suya la responsabilidad de predicar el evangelio tanto a los mortales como a los que han pasado al más allá. Esto se considera un deber solemne, inspirado por Dios. En una ocasión, Brigham Young declaró:
“Nuestro Padre en los cielos, Jesús nuestro Hermano Mayor y Salvador del mundo, y todos los cielos, piden a este pueblo que se prepare para salvar a las naciones de la tierra y también a los millones que han pasado al otro mundo sin haber escuchado el evangelio.”
No obstante, los Santos de los Últimos Días no creen que toda la humanidad aceptará el sendero de Cristo hacia la perfección ni que todos lo seguirán hasta alcanzar la meta final. Por el contrario, reconocen que la mayoría elegirá rechazar el evangelio de Cristo<sup>8</sup> y que sólo un grupo relativamente pequeño logrará el desarrollo completo que este evangelio ofrece:
“… a menos que te rijas por mi ley, no puedes alcanzar esta gloria.
Porque estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la exaltación y continuación de las vidas, y pocos son los que la hallan.” (D. y C. 132:21–22)
La Doctrina de la Obra Vicaria Por Los Muertos
La doctrina de la obra vicaria por los muertos es una de las verdades más profundas del evangelio de Jesucristo. Esta enseñanza fue conocida en la época del Nuevo Testamento. La cristiandad sectaria la perdió durante los oscuros siglos de la apostasía, pero fue restaurada en los últimos días. La doctrina, en su forma básica, incluye cinco principios:
Para recibir los beneficios del sacrificio expiatorio de Cristo, el hombre debe:
A. Participar de las ordenanzas del evangelio;
B. Buscar la rectitud abandonando el pecado; y
C. Servir a Dios cumpliendo con Su voluntad.
Cristo dijo mucho más de lo que se puede escribir aquí acerca de estas disposiciones del evangelio. Sin embargo, sus enseñanzas pueden ser resumidas citando ciertos pasajes clave. Por ejemplo, con respecto a las ordenanzas, Él proclamó: “…el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.”10 Con respecto a la búsqueda de la rectitud, amonestó a sus seguidores diciéndoles: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto,”11 y “buscad primeramente el reino de Dios y su justicia.” Sobre servir a Dios enseñó que “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; mas el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Advirtió que quienes se beneficien con su expiación deberán entrar “por la puerta estrecha,” cumpliendo estos tres prerrequisitos. Y a quienes busquen su reino por cualquier otro método, el Señor les dirá: “Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de maldad.”
Las ordenanzas del evangelio deben ser realizadas en la tierra. Las personas vivas que comprenden el evangelio y tienen la oportunidad de recibir estas ordenanzas deben hacerlas por sí mismas. Pero las ordenanzas también pueden ser realizadas vicariamente por los muertos. Los Santos de los Últimos Días saben que las siguientes ordenanzas deben ser realizadas por y para sí mismos, aquí en la tierra:
A. Bautismo (por inmersión, para la remisión de pecados.
B. Confirmación (aceptación en la Iglesia y otorgamiento del don del Espíritu Santo)18
C. Ordenación al Sacerdocio de Melquisedec (otorgamiento de la autorización para actuar en el nombre de Cristo; sólo a los hombres.
D. Lavamientos y Unciones (ordenanzas purificadoras y preparación para la ley del sacerdocio y el gobierno en el reino celestial.
E. Investidura del Templo (ordenanza que suministra la información básica necesaria para entrar al más avanzado de los reinos celestiales.
F. Matrimonio eterno (el cual continúa la unidad familiar más allá de la muerte y permite a ciertos seres dignos continuar la procreación de hijos cuando han resucitado)22
G. Sellamiento de familias (el lazo eterno que une a los hijos con sus padres para que las unidades familiares estén completas. Esto no es necesario cuando un niño nace de padres unidos previamente por el matrimonio celestial.
Ya que estas ordenanzas sólo pueden realizarse en la tierra y no en el mundo espiritual, el Señor ha provisto un programa por el cual los mortales pueden recibir vicariamente dichas ordenanzas “por y en beneficio de” sus seres queridos fallecidos. En la época del Nuevo Testamento se realizaban ordenanzas vicarias por los muertos. El apóstol Pablo, mientras enseñaba acerca de la resurrección, preguntó:
“De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?”
El evangelio será enseñado en la prisión espiritual a todos aquellos que no tuvieron la oportunidad de escucharlo en la vida terrenal. Allí podrán aceptarlo o rechazarlo conforme a su albedrío. Si aceptan el evangelio y las ordenanzas vicarias realizadas en la tierra en su favor, se les permitirá dejar la prisión espiritual y morar en el paraíso. Si es necesario, serán castigados por sus pecados cometidos en la mortalidad mientras estén en la prisión espiritual.
Respecto al albedrío de los espíritus que oyen el evangelio por primera vez en el mundo espiritual, el élder Orson Pratt escribió:
“Estas ordenanzas santas y sagradas son dadas a conocer a los espíritus en prisión por santos mensajeros poseedores del sacerdocio. A esos espíritus les será permitido ejercer su albedrío y recibir o rechazar estas gozosas nuevas. Después serán juzgados como lo serán los hombres que, en la carne, han tenido el privilegio de oír las mismas cosas.”
Acerca de la liberación de la prisión espiritual, el presidente Joseph F. Smith declaró en su visión de la redención de los muertos:
“[…] Y así se predicó el evangelio a los muertos;
y los mensajeros escogidos salieron a declarar el día aceptable del Señor y a proclamar la libertad a los cautivos que se hallaban encarcelados; sí, a todos los que estaban dispuestos a arrepentirse de sus pecados y a recibir el evangelio.
Así se predicó el evangelio a los que habían muerto en sus pecados, sin el conocimiento de la verdad, o en transgresión por haber rechazado a los profetas.
A éstos se les enseñó la fe en Dios, el arrepentimiento del pecado, el bautismo vicario para la remisión de los pecados, el don del Espíritu Santo por la imposición de manos, y todos los demás principios del evangelio que les era menester conocer, a fin de habilitarse para que fuesen juzgados en la carne según los hombres, pero vivieran en espíritu según Dios.
Vi que los fieles élderes de esta dispensación, cuando salen de la vida terrenal, continúan su obra en la predicación del evangelio de arrepentimiento y redención, mediante el sacrificio del Unigénito Hijo de Dios, entre aquellos que están en tinieblas y bajo la servidumbre del pecado en el gran mundo de los espíritus de los muertos.
Los muertos que se arrepientan serán redimidos mediante su obediencia a las ordenanzas de la Casa de Dios.
Y después que hayan pagado el castigo por sus transgresiones y sean purificados, recibirán una recompensa conforme a sus obras, porque son herederos de salvación.”
El hombre, mientras vive en la tierra, tiene la responsabilidad de ayudar a sus antepasados fallecidos mediante la investigación genealógica y la realización de las ordenanzas del templo en su favor. También tiene el deber de predicarles el evangelio cuando pase al mundo espiritual. El hombre no puede alcanzar la perfección hasta que todos sus antepasados hayan tenido la oportunidad de aceptar el evangelio.
El profeta José Smith enseñó:
“De ahí la responsabilidad, la tremenda responsabilidad que descansa sobre nosotros en relación con nuestros muertos, porque todos los espíritus que no han obedecido el evangelio en la carne, deben obedecerlo en el espíritu o ser condenados.”
¡Qué pensamiento más solemne! ¡Qué pensamiento más terrible! . . .
La responsabilidad más grande que Dios ha puesto sobre nosotros en este mundo es la de buscar a nuestros muertos. El apóstol dice: “Ellos no pueden ser perfeccionados sin nosotros,” porque es necesario que el poder sellador esté en nuestras manos para sellar a nuestros hijos y a nuestros muertos para el cumplimiento de la dispensación de los tiempos — una dispensación dentro de la cual encontramos las promesas hechas por Jesucristo antes de la fundación del mundo para la salvación del hombre.
Ahora hablaré a Pablo y a los santos de su época: tú, Pablo, no puedes ser perfecto sin nosotros. Es necesario que aquellos que van antes y aquellos que vienen después de nosotros alcancen la salvación junto con nosotros. Por eso Dios ha puesto esta obligación sobre el hombre.
Esta declaración fue un comentario sobre Hebreos 11:40, lo cual concluye la exposición de Pablo sobre los sufrimientos y muerte de los primeros santos. Pablo dice: “Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen perfeccionados sin nosotros.”
El objetivo principal de la obra misional y de la obra vicaria por los muertos es atar a los justos de todas las épocas, formando una cadena inquebrantable de relaciones familiares bajo el orden patriarcal del sacerdocio. Los justos unidos de esa manera vivirán en esta relación familiar después de la resurrección.
El presidente Brigham Young explicó esta enseñanza de la manera siguiente:
“Nuestros padres no pueden perfeccionarse sin nosotros, y nosotros no podemos perfeccionarnos sin ellos. Debe existir esta cadena del santo sacerdocio. Debe unir la última generación que vive sobre la tierra con todas las generaciones que han vivido en la tierra hasta el padre Adán, y debe traer de vuelta a todos los que puedan ser salvos y ubicarlos donde puedan recibir salvación y gloria en algún reino. Este sacerdocio tiene que hacerlo. Este sacerdocio existe para cumplir con ese propósito.”
El élder Parley P. Pratt amplió esta doctrina cuando explicó que:
“El orden celestial no sólo está dedicado a dar vida eterna, sino también a establecer un orden eterno de gobierno familiar fundado sobre los principios más puros y santos de unión y afecto. . . . Entonces cada quién será organizado con autoridad de acuerdo a su primogenitura y oficio, en su familia, generación y nación. Cada uno obedecerá y será obedecido conforme a su ubicación como miembro de la gran familia celestial.”
En la gran cadena de relaciones familiares que existirá en el reino celestial, se han previsto los casos de familias incompletas. Por eso puede omitirse una generación de una familia si ninguno en esa era de la mortalidad merece la exaltación. Simplemente los eslabones de la cadena serán sellados excluyendo a los inicuos. En algunos casos, en que los hijos hayan muerto y merezcan la exaltación pero queden sin conexión familiar a causa de la iniquidad de su familia, entonces entrará en vigencia el poder de la adopción, como lo explicó el presidente Brigham Young:
“Los impíos que fueron los padres de los tabernáculos de estos hijos, ¿tendrán el privilegio de ir allí? No, pues no pueden ir adonde están Dios y Cristo. Quizás a algunos de ellos se les predicó el evangelio y lo rechazaron. Entonces, ¿qué será de los hijos? Tales casos abundan en las cortes celestiales. Allí hay millares y millares de ellos y continuamente van más. ¿Qué se va a hacer con ellos? Quizás debiera mencionar que alguien tendrá el privilegio de decir a nuestras hermanas jóvenes que han muerto en la fe: ‘Yo le asigno tantos de estos niños a usted, y tantos otros a usted. Les son entregados por la ley de adopción, y serán tan vuestros como si los hubierais dado a luz en la tierra. Y vuestra simiente continuará a través de ellos para siempre jamás.’ Algunos podrían pensar que cuando las personas mueren jóvenes se les disminuirán las bendiciones y los privilegios que tiene Dios para sus hijos, pero no es así. Los fieles nunca perderán una sola bendición por haber sido llevados de aquí.”
La Prisión Espiritual
Tal como las palabras “paraíso” e “infierno”, la expresión “prisión espiritual” tiene diferentes significados que dependen de quién la utilice y en qué contexto. Es necesario comprender estos significados para entender plenamente las declaraciones de las autoridades de la Iglesia sobre la vida futura. Tres interpretaciones de la expresión “prisión espiritual” deben ser consideradas:
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Todo el mundo espiritual, incluyendo el infierno y el paraíso. En este sentido, el término es sinónimo de “mundo espiritual”. Así se usa en 1 Pedro 3:18–20, cuando se considera esa escritura en conjunto con la “Visión de la Redención de los Muertos” de Joseph F. Smith (Doctrina y Convenios 138).
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Todo el mundo espiritual excepto el paraíso. A veces, “prisión espiritual” se emplea para referirse de forma general a los “inicuos”. En este uso, no siempre se distingue entre quienes rechazaron el evangelio y vivieron en gran maldad, y aquellos que nunca lo oyeron.
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Un área separada tanto del paraíso como del infierno. Los relatos de quienes han visitado o visto en visión el mundo espiritual indican que la expresión “prisión espiritual” debería usarse para identificar a un numeroso grupo de seres espirituales que no están ni en el paraíso ni bajo el dominio completo de Satanás. En este sentido se empleará en el presente capítulo. Aún no está claramente documentado si la morada de este grupo se encuentra dentro de los “límites geográficos” del infierno o en una zona exterior. Sin embargo, aparentemente hay un gran número de individuos que aún no se han entregado ni a Cristo ni a Satanás, y que, por elección o asignación, viven juntos, pero apartados de quienes han sido condenados al infierno. Como se demostró en el capítulo III, los habitantes del mundo espiritual moran en numerosas “esferas” o “departamentos” y progresan de un nivel a otro a medida que avanzan en su preparación eterna. La prisión espiritual parece ser un nivel, o una serie de “esferas”, para habitantes más avanzados que los que moran en el infierno, pero que aún no están preparados para recibir las bendiciones y asociaciones más elevadas que se encuentran en el paraíso.
Ningún pasaje de las Escrituras define con claridad si el infierno y la prisión espiritual están localizados en la misma área o no. Tampoco existe una posición doctrinal oficial de la Iglesia sobre esta cuestión. Ninguna autoridad de la Iglesia ha declarado haber recibido una revelación que defina específicamente si el infierno y la prisión espiritual están en el mismo lugar. Sobre el tema sólo se han expresado opiniones, las cuales son numerosas. Sin embargo, el consenso general aparentemente sostiene que el infierno y la prisión espiritual son el mismo lugar, y que los términos son sinónimos. Varios comentaristas, pasados y presentes, han aceptado esta conclusión y han presentado sus puntos de vista basándose en esa suposición. En este uso, los términos “infierno”, “prisión”, “prisión espiritual”, “cautiverio”, “oscuridad”, etc., han llegado a estar tan entrelazados y confundidos que es difícil estar completamente seguro del significado correcto de cualquier documentación sobre el tema.
El autor ha concluido, desde hace tiempo, que la única manera de resolver la cuestión es hallar nuevas evidencias, ya que la evaluación de las opiniones expresadas en el pasado ha conducido a mucha confusión e incertidumbre. Por ello, ha decidido recurrir a relatos de testigos visuales para obtener información que anteriormente no ha sido considerada. Examinando docenas de testimonios dados por individuos que han visto más allá del velo, ha buscado cuidadosamente una respuesta a este problema. A muchas personas se les ha mostrado que, al otro lado del velo, se predica el evangelio, como se ha citado en este y en capítulos anteriores. El autor ha notado que, en ninguno de los muchos relatos considerados, existe la mínima indicación de que los espíritus entregados a Satanás en el infierno moren entre aquellos que aún no han oído el evangelio y residen en la prisión espiritual. Al contrario, parece haber pruebas convincentes de que aquellos a quienes se les enseña el evangelio en la prisión espiritual viven en áreas y ciudades especiales, separadas del reino de Satanás. Basado en esta evidencia, el autor concluye que la prisión espiritual y el infierno son lugares distintos y que cada uno está habitado por una categoría diferente de individuos.
Las diferencias que existen entre los habitantes de la prisión espiritual y los del infierno pueden observarse en esta simple comparación:
| Prisión Espiritual | Infierno |
|---|---|
| 1. Sus habitantes no han aceptado ni rechazado el evangelio. Su destino eterno aún no está decidido. | 1. Sus habitantes han rechazado el evangelio. |
| 2. Sus habitantes aún conservan el libre albedrío, como lo tuvieron en la mortalidad. Pueden ser atraídos tanto por el bien como por el mal. | 2. Sus habitantes están sujetos a Satanás y obligados a obedecer su voluntad. |
| 3. Sus habitantes aún pueden vivir conforme a Dios en el espíritu. | 3. Sus habitantes se encomiendan a rechazar el evangelio y a rebelarse contra Dios. |
| 4. Sus habitantes poseen la luz de Cristo. Pueden ser inspirados, como lo eran en la mortalidad. | 4. Sus habitantes carecen de la luz de Cristo. |
| 5. Sus habitantes viven en un estado de espera, aguardando la predicación del evangelio y la realización de ordenanzas vicarias en su favor. | 5. Sus habitantes viven en un estado de angustia extrema, con “llanto, lamento y crujir de dientes” continuo. Temen el juicio venidero. |
| 6. Sus habitantes son visitados por misioneros, según lo indican numerosos relatos. | 6. No hay evidencia de que sus habitantes sean visitados por misioneros. Un “gran abismo” los separa de los justos. |
| 7. Como en la mortalidad, sus habitantes pueden vivir en condiciones placenteras, acompañados por vecinos honorables de su propia elección. | 7. Sus habitantes están rodeados únicamente por otros inicuos. |
| 8. Sus habitantes están ocupados en actividades constructivas, principalmente relacionadas con el estudio del evangelio. | 8. Sus habitantes se dedican a actos inicuos y maliciosos, con la intención de obstruir la obra de Dios. |
| 9. Sus habitantes pueden retornar a la esfera mortal sólo con propósitos legítimos, bajo la dirección de la autoridad del sacerdocio. | 9. Satanás permite que sus habitantes regresen a lugares de iniquidad en la tierra y vaguen sobre ella. |
| 10. Sus habitantes pueden salir de la prisión espiritual antes de la resurrección si aceptan el evangelio y las ordenanzas vicarias realizadas en su favor. | 10. Sus habitantes deben permanecer en el infierno espiritual hasta la segunda resurrección. Los hijos de perdición serán “inmundos todavía” e irán al infierno final después de la resurrección. |
| 11. Sus habitantes todavía pueden alcanzar la gloria celestial o la terrestre. | 11. Sus habitantes sólo pueden alcanzar la gloria telestial o quedar sin gloria. |
| 12. Si rechazan el evangelio, sus habitantes aún pueden ser arrojados al infierno. | 12. Sus habitantes no tienen alternativa: no pueden escapar del infierno. |
Desde el punto de vista del autor, el conocimiento de que el infierno y la prisión espiritual son lugares separados y habitados por diferentes tipos de seres resuelve una serie de problemas que, con la teoría opuesta, permanecían sin solución. También se eliminan numerosos conflictos entre pasajes de las Escrituras. Por ejemplo, si los habitantes del infierno y los de la prisión espiritual son distintos y están separados, ya no existe contradicción entre los versículos que afirman la continuidad del libre albedrío de los espíritus prisioneros y aquellos que enseñan que quienes están en el infierno se hallan sujetos a las cadenas de las tinieblas y a la voluntad de Satanás.
Si la prisión espiritual y el infierno están separados, desaparece el conflicto entre las enseñanzas que indican que el hombre puede pasar de la prisión espiritual al paraíso al aceptar el evangelio, y las que sostienen que los que están en el infierno deben permanecer allí hasta la segunda resurrección. Si los habitantes de la prisión espiritual están apartados del populacho del infierno, entonces cesa el conflicto entre la aparente necesidad de que el hombre posea el Espíritu y la luz de Cristo para reconocer la veracidad del mensaje misional predicado en la prisión, y el hecho de que los que están en el infierno no tienen parte ni porción con el Espíritu del Señor.
Si los habitantes de la prisión espiritual y del infierno están separados, desaparece también la contradicción entre los pasajes que enseñan que algunos habitantes de la prisión obtendrán la gloria terrestre y las referencias que afirman que los que moran en el infierno no recibirán más que la gloria telestial. Si los habitantes de la prisión espiritual son distintos de los del infierno, no surgen dificultades con los pasajes que muestran a los habitantes de la prisión levantándose en la primera resurrección, y a los del infierno esperando hasta la segunda resurrección. Si los misioneros trabajan en la prisión espiritual pero no en el infierno, entonces no tienen que predicar en las terribles tinieblas de ese lugar, lo cual sería, sin duda, mucho más penoso.
Si los hombres íntegros que aún no han escuchado el evangelio —pero que lo aceptarán gustosamente cuando les sea predicado— están en la prisión espiritual y no en el infierno, entonces no están sujetos a la desagradable compañía de los inicuos e injustos. Si la prisión espiritual y el infierno son distintos, no hay razón para alarmarse al notar que muchos individuos que han presenciado en visión la predicación del evangelio en el mundo espiritual no hayan mencionado haber visto las tinieblas del infierno, ni al diablo y sus ángeles. Y si la prisión espiritual y el infierno están separados, no existe confusión en los testimonios de hombres como Lorenzo Dow Young, quien vio que la prisión y el infierno son lugares distintos y separados, o el de James LeSueur, quien vio a los habitantes de la prisión espiritual reunidos en ciudades especiales, dedicados al estudio del evangelio.
Algunos pasajes de las Escrituras distinguen el infierno de la prisión espiritual, y muestran que el destino de quienes están en el infierno está sellado hasta la segunda resurrección, mientras que el arrepentimiento, la aceptación del evangelio y el progreso espiritual están disponibles para los que se hallan en la prisión espiritual. “La Visión”, por ejemplo, habla de los “que murieron sin ley… que no recibieron el testimonio de Jesús en la carne, mas después lo recibieron”. Estos “son los espíritus de los hombres encerrados en prisión, a quienes el Hijo visitó y predicó el evangelio, para que pudieran ser juzgados según los hombres en la carne” y ganen la gloria “terrestre” (D. y C. 76:72–73).
En la misma revelación, estos espíritus se contrastan con un grupo menos digno: “aquellos que son arrojados al infierno”, que “no serán redimidos del diablo sino hasta la última resurrección” por haber rechazado el “testimonio de Jesús”, y que sólo serán recompensados con la gloria “telestial” (D. y C. 76:84–85). Parece, entonces, que el grupo de la prisión espiritual aún conserva una oportunidad para arrepentirse, mientras que los que están en el infierno ya han rechazado esa oportunidad.
En la Perla de Gran Precio, el Señor vuelve a diferenciar entre los habitantes del infierno y los que moran en la prisión espiritual. Habló de la iniquidad de los padres antes de la época de Enoc, y dijo que “Satanás será su padre, y miseria su destino; y todos los cielos llorarán sobre ellos” (Moisés 7:37). Este destino era el infierno. Luego habló de aquellos que vivieron cinco siglos más tarde, en la época del diluvio, y dijo:
“…éstos que tus ojos ven morirán en los diluvios; y he aquí, los encerraré; he preparado una prisión para ellos.
Y aquel a quien he escogido ha abogado ante mi faz. Por consiguiente, él padece por sus pecados, si es que se arrepienten el día en que mi Elegido vuelva a mí” (Moisés 7:38–39).
Así, una vez más, el Señor diferencia entre los habitantes del infierno y los de la prisión espiritual. Y nuevamente muestra que los de la prisión espiritual tendrán una oportunidad posterior de arrepentirse, mientras que aquellos en el infierno han perdido ese privilegio y son ángeles del diablo, al menos hasta el tiempo de la segunda resurrección.
Una lectura cuidadosa de la parábola de Lázaro y el hombre rico también indica que el infierno y la prisión espiritual no son el mismo lugar. Si bien es cierto que los misioneros del paraíso pueden entrar en la prisión espiritual, las palabras del Salvador aclaran que el ingreso al infierno desde el paraíso (simbolizado en la parábola como el seno de Abraham) es imposible, al igual que el paso del infierno al paraíso está prohibido. Si el infierno no estuviera separado de la prisión espiritual, el Señor estaría diciendo que los misioneros del paraíso no pueden entrar a la prisión espiritual:
“Y aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.
Y en el infierno alzó sus ojos, estando en los tormentos, y vio a Abraham de lejos, y a Lázaro en su seno.
Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.
Y dijo Abraham: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora él es consolado aquí, y tú atormentado.
Y además de todo esto, una gran sima está constituida entre nosotros y vosotros, de modo que los que quisieran pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá” (Lucas 16:22–26).
Se acepta sin discusión que Cristo, después de su crucifixión, envió misioneros del paraíso a la prisión espiritual, tal como lo afirman diversos intérpretes de este pasaje. Aun así, si el infierno está separado de la prisión espiritual, el abismo mencionado en la parábola no es el que el Señor haya “puenteado”. ¿Sigue existiendo ese abismo? Que sepa el autor, ninguna escritura, visión del mundo espiritual, ni declaración de una autoridad de la Iglesia enseña que los espíritus del infierno tengan acceso al paraíso, ni que los espíritus del paraíso estén predicando a Satanás, a sus ángeles o a los espíritus que le siguieron en el infierno. Al contrario, todas las evidencias demuestran que ese abismo aún existe.
En 2 Nefi 1:13, el profeta Lehi lo llama: “eterno abismo de miseria y angustia”. Un ángel que habló al profeta Nefi (1 Nefi 12:16–18) dice que “un grande y terrible abismo los separa”. En Helamán 3:29 también se menciona la “eterna sima de miseria que se ha dispuesto para hundir a los inicuos”.
No son los espíritus del infierno, bajo el dominio completo de Satanás, los que están recibiendo a los misioneros. Son los espíritus indecisos, en la prisión espiritual. El hecho de que ellos sean visitados es prueba de que están separados del infierno.
El profeta José Smith expresó su entendimiento de que la prisión espiritual era distinta y separada del infierno cuando dijo:
“Yo no creo en la… doctrina de enviar a hombres honestos y de mentes nobles al infierno junto con el asesino y el adúltero… Si es que puedo, enviaré a hombres que les prediquen en la prisión y que los salven” (History of the Church, 5:425).
Orson Pratt también comprendió que la prisión espiritual y el infierno eran áreas separadas, y trazó una clara y profunda línea divisoria entre ambas:
“He mencionado a los que heredarán la gloria de las estrellas.
¿Quiénes son? No son los paganos, porque ellos irán más alto, a la gloria terrestre. Entonces, ¿quiénes son aquellos a los que sólo se les permite heredar una gloria tipificada por las estrellas? Son la humanidad en general, los que han oído pero no han obedecido el evangelio del Hijo de Dios. Ellos serán castigados. ¿Por cuánto tiempo? Hasta que Jesús haya reinado mil años sobre la tierra…
¿Dónde estarán esos espíritus todo ese tiempo? No en una gloria, porque no podrán heredar gloria alguna hasta que haya pasado el castigo. A ellos no se les permite entrar en la prisión.
Mucha gente, y quizás entre ellos algunos Santos de los Últimos Días, han supuesto que esos personajes irán a la prisión. No conozco ninguna revelación en ningún lugar que diga que esta clase de personas sea puesta jamás en la prisión.
¿Adónde van? A un lugar totalmente diferente de la prisión. Una prisión es para los que nunca oyeron el evangelio en la carne, pero que han cometido algunos pecados sin conocimiento de la ley revelada y que tienen que recibir algunos azotes en la prisión.
Pero aquellos que, como las naciones de esta dispensación, oyen el evangelio, no pueden ir a la prisión. No es el lugar para ellos. Ellos caen debajo de una prisión, en las tinieblas de afuera o en el infierno, donde habrá llanto, lloro y crujir de dientes. Allí tienen que permanecer con el diablo y sus ángeles en tormento y miseria hasta el fin, y luego saldrán” (Journal of Discourses, 2:294–295).
Quienes han visto la prisión espiritual afirman que es un lugar para los que no han aceptado ni rechazado el evangelio. A sus habitantes se les enseña el plan divino, y si lo aceptan, y también las ordenanzas vicarias realizadas por ellos en la tierra, pueden pasar al paraíso. Del mismo modo, parece que, si rechazan el evangelio, son trasladados al infierno. La prisión espiritual, entonces, es una morada temporal, un lugar de aprendizaje, evaluación y prueba, antes de que el espíritu reciba una asignación a una esfera superior o inferior de existencia.
El ángel que guió a Lorenzo Dow Young al mostrarle la prisión espiritual recalcó la naturaleza de esta área del mundo espiritual:
“Casi instantáneamente estuvimos en otro mundo. Era de tal magnitud que no logré formarme una idea de su tamaño. Estaba lleno de innumerables huestes de seres que se mezclaban sin distinciones, así como es en la tierra. Su ambiente y aspecto indicaban que estaban en un estado de espera, aguardando algún evento de importancia considerable para ellos”.
En el verano del año 1900, el élder James W. LeSueur recibió una demostración notable de la naturaleza y las actividades que se desarrollan en la prisión espiritual. Cuatro años antes, un profeta de la Iglesia le había prometido:
“Al toque de tu ángel guardián, tu visión espiritual será vivificada y verás, más allá de este mundo de carne, un mundo de espíritus, y te comunicarás con tus muertos para su redención”.
En respuesta a sus constantes súplicas al Señor para poder ver a su hermano recientemente asesinado, el élder LeSueur recibió la siguiente manifestación:
“Pocas semanas después de regresar a casa, mi padre y yo hicimos un viaje a los campos de pastoreo de ovejas en las montañas. Era el primero que hacíamos desde la muerte de Frank. Sentí que su espíritu nos acompañaba en los campos. Quería verlo, hablar con él, saber qué estaba haciendo al otro lado.
Mi padre y yo preparamos nuestra cama bajo los pinos. Él se acostó temprano, pero yo me interné en un espeso bosque cercano y me arrodillé, suplicando al Señor por el privilegio de ver a Frank y saber qué hacía. Tenía una fe absoluta en que mi oración sería contestada. Luego regresé a mi cama para dormir, pero apenas me había acostado, mi espíritu dejó mi cuerpo. Podía ver mi cuerpo y el de mi padre descansando en la cama. A mi lado estaba un personaje que supe era mi ángel guardián. Con voz dulce me dijo: ‘Ven conmigo.’ Instantáneamente comenzamos a recorrer el espacio con la velocidad de la luz y, en cuestión de segundos, llegamos a una ciudad grande y hermosa, superior a cualquier otra que yo haya visto.
Los edificios no estaban excesivamente ornamentados; su grandeza era, a la vez, simple. Las calles eran anchas, pavimentadas y completamente limpias. Estaban bordeadas de árboles y flores cuya belleza no puede describirse con palabras. La mayoría de las casas eran blancas y grises, y el mármol parecía ser el principal material de construcción.
Esta era una de las ciudades donde los espíritus que habían muerto sin aceptar el evangelio de Cristo estaban siendo preparados para recibirlo, mediante la obra misional realizada por aquellos que, en la mortalidad, habían sido fieles y obedientes al Señor…
En el centro había un edificio de mármol de cuatro pisos, que ocupaba casi toda una manzana. Cuando llegamos frente a él, el ángel me dijo: ‘Entraremos aquí.’ Inmediatamente se abrió una puerta, y una joven hermosa, con el rostro radiante de gozo, nos dio la bienvenida. En respuesta a mi pregunta mental, el ángel dijo: ‘Esta joven es pariente tuya, una misionera entre tus familiares que murieron sin el conocimiento del evangelio. Todos los que ves en este salón son tus parientes, reunidos para que se les enseñe el evangelio.’
Observé el auditorio: era amplio, bien iluminado y cuidadosamente dispuesto. Me complació su belleza y sencillez. El púlpito estaba en el centro del salón, a unos seis metros más abajo de donde yo me encontraba. Los asientos estaban acomodados en círculo, comenzando al nivel del estrado y elevándose fila tras fila, para que el orador pudiera ver a todos los presentes sin que ninguno estuviera demasiado lejos.
Estimé que había entre diez y doce mil personas sentadas allí, esperando algo con profunda ansiedad. Mientras contemplaba los rostros de esa atenta audiencia, oí a una persona comenzar a hablarles. Habló sobre la gran expiación hecha por el Salvador, sobre la vida y las obras del Señor Jesucristo, y sobre Sus enseñanzas. Rogaba a los oyentes que aceptaran a Jesucristo como su Redentor, que se arrepintieran de sus pecados y obedecieran el evangelio. Si lo hacían, las ordenanzas que deberían haber realizado en la mortalidad serían efectuadas vicariamente en la tierra por parientes y amigos que aún vivían.”
Cuando finalizó su discurso, me miró, y vi que era mi hermano Frank, quien había sido asesinado. Su rostro resplandecía de felicidad. Mi espíritu se estremeció de emoción. Se le veía profundamente contento de prestar ese servicio. A su lado, había una hermosa joven ataviada con una túnica más blanca que la nieve más pura. Era de estatura mediana, cabello oscuro, rostro redondo, ojos grandes color castaño, y su dicha era indescriptible. “¿Quién es ella?”, fue el pensamiento que cruzó por mi mente. El ángel respondió: “Ella será la esposa de Frank”. Cuando Frank murió, tenía 19 años y no estaba casado.
Frank me sonrió y me hizo un gesto de despedida. Miré a la audiencia y vi cuán complacidos estaban todos con el servicio. El ángel dijo: “Ahora pasaremos a otros cuartos”.
El siguiente salón contenía miles de personas acomodadas en clases, algunas con maestros, otras estudiando solas, todas profundamente interesadas en las lecciones y en los libros que estaban analizando. Luego fuimos a otro gran salón, donde también había miles de personas, pero estas parecían poseer un orden de inteligencia mucho menor. Estaban riñendo y discutiendo. Había alboroto y confusión. Se me informó que todos los que se encontraban en esos dos cuartos eran familiares míos y que estaban siendo preparados para, eventualmente, estar listos para escuchar y aceptar el evangelio del Señor Jesucristo. Los del último cuarto habían vivido sobre la tierra en épocas de oscuridad, en un tiempo de gran iniquidad e ignorancia. Redimirlos tomaría siglos.
“Ahora regresaremos a tu tabernáculo carnal”, dijo el ángel guardián. Viajamos con la velocidad de la luz y, en pocos minutos, estábamos de regreso en el campo de pastoreo, entre las montañas. Allí estaban las ovejas descansando como rebaño, los majestuosos pinos, y a nuestros pies, la cama. Observé detenidamente mi propio cuerpo y el de mi padre. El ángel sonrió, me hizo una señal afirmativa con la cabeza y, en un abrir y cerrar de ojos, mi espíritu regresó a mi tabernáculo de carne. Desperté a mi padre de su sueño y le relaté mi maravillosa experiencia.
Puede haber sido el mismo edificio, o uno de naturaleza similar en la prisión espiritual, el que le fue mostrado al élder James W. Ure, mientras bautizaba en la pila del templo de Salt Lake, el 16 de marzo de 1897:
“Vi un edificio grande al norte de la fuente. La puerta estaba abierta, y vi que dentro del edificio había una multitud. Parecían esperar con ansiedad cualquier oportunidad de poder salir. Un hombre vestido de blanco cuidaba la puerta. Dentro había otro que llamaba a algunos para que salieran, cuando el registrador, ubicado junto a la pila, pronunciaba sus nombres. Al salir, se paraban y presenciaban el bautismo y la confirmación hechos en su beneficio, y luego seguían caminando, dando muestras de sentir un gran gozo”.
El presidente Rudger Clawson, al hablar en una conferencia general sobre la labor de un fiel obrero del templo, relató una visión que dicho obrero recibió sobre el estado de las parejas no selladas por la eternidad en la prisión espiritual:
“Él añadió: ‘En una ocasión, vi en una visión a mi padre y a mi madre, quienes no habían recibido el evangelio en vida y no eran miembros de la Iglesia. Descubrí que vivían separados y apartados en el mundo espiritual. Cuando les pregunté por qué, mi padre me dijo:
—Es una separación forzada, y tú eres la única persona que puede unirnos. Tú puedes hacer esa obra. ¿La harás?
Eso dijo él, queriendo indicar que el hijo debía ir a la Casa del Señor y allí oficiar por sus padres que habían muerto, y, mediante la ordenanza del sellamiento, reunirlos y unirlos en la relación familiar más allá del velo”.
De acuerdo con Brigham Young, los seres en la prisión espiritual reciben, además de los misioneros, la visita de embajadores inicuos del infierno que los persiguen. Sin embargo, no sufren la influencia de Satanás al grado de ser afligidos como lo son los inicuos en el infierno. El presidente Young explicó lo siguiente:
“Los espíritus de las personas que han vivido sobre la tierra de acuerdo con la mejor luz que tuvieron —hombres y mujeres honestos y sinceros, pero que vivieron sin el privilegio del evangelio y del sacerdocio y sus llaves—, aún están, hasta cierto punto, bajo el poder y el control de espíritus inicuos.
No importa en qué lugar de la faz de la tierra hayan vivido, todos los hombres y mujeres que han muerto sin las llaves y el poder del sacerdocio, aunque hayan sido honestos y sinceros y hayan hecho todo lo que pudieron, están, en mayor o menor grado, bajo la influencia del diablo.
¿Lo están tanto como otros? No, no. Considerad a aquellos que son intencionalmente inicuos, quienes a sabiendas vivieron sin el evangelio teniéndolo a su alcance. Estos son entregados al diablo y se vuelven instrumentos del diablo y espíritus diabólicos”.
Los espíritus en la prisión espiritual mantienen su libre albedrío, y cuando se les predica el evangelio, son libres de aceptarlo o rechazarlo. En contraste, como se vio en el capítulo anterior, los espíritus en el infierno, mientras permanecen allí, están bajo el completo control de Satanás y son forzados a cumplir sus órdenes.
Así como misioneros del paraíso trabajan entre los espíritus en prisión, también los embajadores inicuos del infierno se introducen entre ellos y tratan de influenciarlos para que rechacen el mensaje del evangelio. El presidente Brigham Young lo expresó de la siguiente manera:
“Los que han muerto sin el evangelio son afligidos continuamente por esos espíritus malvados que les dicen: ‘No vayáis a escuchar predicar a ese hombre José Smith, o a David Patten, o a ninguno de sus asociados, porque son engañadores’”.
Indudablemente, los misioneros del paraíso que van a la prisión espiritual sentirán gozo al ganar conversos para Cristo. Pero, como hay diferentes niveles de asociación, ir a la prisión espiritual puede resultarles desagradable. Como observó el élder Orson Pratt:
“Suponed que fuerais espíritus justos, y que… fuerais enviados a una misión en las moradas de las tinieblas, entre aquellos que no son tan justos como vosotros.
Aunque pudierais tener paz de conciencia y felicidad en vuestros pechos como reflejo de vuestra conducta pasada, aún así, la asociación con aquellos con quienes debéis mezclaros por un breve período para impartirles el conocimiento, la sabiduría y la información que les beneficie, es en cierta medida desagradable.
Estáis forzados, por un tiempo, a mezclaros con quienes son inferiores en capacidad a vosotros. Cuando os encontráis con ellos, hay algo desagradable en tal asociación. Sentís pena por ellos, por su ignorancia, condición y circunstancias. Su conversación no es agradable como lo es la de vuestros iguales en la presencia de Dios”.
La Obra Misional en la Prisión Espiritual
El mayor esfuerzo de los espíritus en el paraíso está dirigido a la obra misional entre los espíritus que se hallan en la prisión espiritual. La naturaleza de este programa misional fue revelada al presidente Joseph F. Smith en su “Visión de la Redención de los Muertos”:
“…mis ojos fueron abiertos y se vivificó mi entendimiento, y percibí que el Señor no fue en persona entre los inicuos ni los desobedientes que habían rechazado la verdad, para instruirlos; mas he aquí, organizó sus fuerzas y nombró mensajeros de entre los justos, investidos con poder y autoridad, y los comisionó para que fueran y llevaran la luz del evangelio a los que se hallaban en tinieblas, es decir, a todos los espíritus de los hombres; y así se predicó el evangelio a los muertos” (D. y C. 138:29–30).
Parece que este programa misional en la prisión espiritual ha continuado desde la muerte de Cristo, y que está organizado de manera similar a la obra misional que hoy se realiza en la tierra. Se encuentran evidencias de ello en el testimonio de Henry Zollinger, quien, en el mundo espiritual, encontró a sus dos cuñados, y vio que uno de ellos trabajaba como presidente de misión:
“Luego tuvimos el privilegio de visitar a mis dos cuñados que habían muerto. William, quien había estado en una misión en Australia… me dijo que estaba presidiendo sobre una misión grande, y que se sentía muy feliz con su trabajo, y que les dijera a sus padres y a su gente que no se lamentaran, porque él no estaba perdiendo nada, sino que estaba haciendo mucho.
Luego fuimos a ver a John, su hermano mayor. Estaba explicando el evangelio a una congregación numerosa, dándoles su fuerte testimonio. Cuando terminó, me dijo que era muy feliz en su trabajo y que no sentía pena alguna por estar allí. Me pidió que les dijera a los suyos que no se afligieran”.
El élder Heber Q. Hale, mientras se hallaba en el mundo espiritual, vio que, además de predicar, la obra misional incluye la recolección de datos genealógicos para facilitar la obra vicaria por los muertos en la tierra:
“Todos los hombres y mujeres dignos habían sido asignados a un servicio especial y regular bajo un plan de acción bien organizado, dirigido principalmente a la predicación del evangelio a los no convertidos, enseñando a aquellos que buscan conocimiento, estableciendo relaciones familiares y recogiendo genealogías para el uso y beneficio de los mortales sobrevivientes de sus respectivas familias, para que la obra del bautismo y las ordenanzas selladoras por los muertos pudieran ser realizadas vicariamente en los templos de Dios sobre la tierra”.
Parece que, así como la Iglesia utiliza la experiencia y el talento del hombre en la tierra, en el mundo espiritual también se hace un esfuerzo por ubicar a cada uno en el lugar donde pueda ser más efectivo. Por ejemplo, el presidente Hale vio al general Richard W. Young, quien había sido comandante de la Guardia Nacional de Utah y veterano de la Guerra Hispano-Norteamericana y de la insurrección filipina, predicando el evangelio a una vasta hueste de soldados que habían muerto durante la Primera Guerra Mundial:
“Contemplé una inmensa multitud de hombres, la mayor cantidad que jamás haya visto reunida en un solo lugar. Inmediatamente me di cuenta de que eran soldados, los millones que habían sido despachados tan salvajemente al mundo de los espíritus durante la Gran Guerra Mundial.
Entre ellos se movía calmada y majestuosamente un gran general en comando supremo. Cuando me acerqué, recibí la sonrisa amable y la generosa bienvenida de ese gran hombre, el general Richard W. Young.
Entonces sentí con claridad en mi alma la convicción absoluta de que, entre todos los hombres vivos o muertos, no hay ninguno que se ajuste tan bien como él a esa gran misión. Inmediatamente atraía la atención y el respeto de todos los soldados. Era, a la vez, un gran general y un sumo sacerdote de Dios.
Ningún otro campo de trabajo que se le pudiera haber asignado sería tan importante y extenso como el que realizaba allí.
Salí de ese lugar y, al regresar más tarde, descubrí que el general Young tenía completamente organizado ese vasto ejército en divisiones con sus oficiales, todos sentados alrededor de él. Y él les predicaba el evangelio con gran ahínco”.
Una manifestación recibida por Luella Ghild Wilkes Blacker indica que su esposo, John, y su hijo, DeLloyd, después de su muerte, pertenecían a esa organización militar o a otra similar en el mundo espiritual.
Su hijo murió durante la Segunda Guerra Mundial. Poco antes de su muerte, Luella se enfermó de gripe y esa noche se le aparecieron su esposo y su hijo menor. Relató que su esposo se acercó a su cama y la tocó en el hombro, despertándola. Se inclinó sobre ella y le preguntó: “¿Cómo estás, querida?” Ella le respondió: “¡Oh, Johnny! ¿Has venido a buscarme?” Él contestó: “No, todavía no. Estamos muy ocupados, tenemos mucho que hacer. Vendré por ti, querida, cuando hayas terminado tu obra.”
Luego lo vio alejarse. Él conducía una larga columna de personas, como soldados. Mientras los observaba marcharse, apareció su hijo menor, DeLloyd, quien, aunque había muerto a los 10 años, se presentó como un hombre adulto. También él dirigía una columna de personas. Ella no lo reconoció hasta que él sonrió y le dijo: “Madre.” Luego, todos desaparecieron.
Ella contó que todo fue tan vívido y real, que durante toda la mañana y el día siguiente, mientras aún estaba en cama, se llevaba la mano al hombro donde Johnny la había tocado. El sonido de su voz había sido tan natural como en vida, y continuó resonando en sus oídos durante todo el día.
Hay indicaciones de que un programa general de predicación a los no redimidos no es el único esfuerzo misional más allá del velo, ya que todavía tendremos la responsabilidad de buscar a nuestros familiares y llevarles el mensaje del evangelio. Parece que más allá del velo existen organizaciones familiares, y que algunos, al morir, comienzan inmediatamente a llevar el evangelio a sus antepasados.
Merrill Neville, por ejemplo, envió a su hermana un mensaje desde el mundo espiritual, diciéndole que vivía con sus abuelos. “Dijo que en la guerra habían muerto tantos miembros de su familia que su abuelo necesitaba a Merrill para ayudarlo en la obra misional entre sus familiares muertos”.
Asimismo, Wilford Woodruff recibió por revelación que su hijo Brigham, quien se ahogó en el norte de Utah, había sido llamado a trabajar por sus parientes detrás del velo:
Aproximadamente en esa época, uno de sus hijos más espirituales, Brigham Y. Woodruff, se ahogó en el río. El presidente Woodruff, que tenía grandes esperanzas en el futuro de este noble hijo, estaba muy afligido por su muerte. Aunque nunca murmuró contra la voluntad del Todopoderoso, pidió al Señor saber por qué las cosas tenían que ser así. El Señor le reveló que, como él mismo estaba haciendo tanto trabajo por los muertos en los templos, necesitaban a su hijo Brigham en el mundo espiritual para predicar el evangelio y trabajar entre sus familiares allí.
También al apóstol Merriner W. Merrill se le mostró que su hijo había pasado al otro lado del velo para trabajar con sus familiares muertos:
En una ocasión, cuando regresaba a su hogar poco después de la muerte de su hijo, se sentó en su carruaje y se quedó tan profundamente sumido en sus pensamientos que perdió la noción de todo a su alrededor. Repentinamente volvió a la realidad cuando el caballo se detuvo. Al mirar, vio a su hijo de pie junto al camino. Su hijo le habló diciendo:
“¡Padre, estás lamentando indebidamente mi partida! Te preocupas demasiado por mi familia” (su hijo había dejado una familia grande con niños pequeños) “y por su bienestar. Tengo mucho trabajo que hacer aquí, y tu aflicción me preocupa. Puedo rendir mucho servicio a mi familia. Deberías consolarte, porque sabes que aquí hay mucho trabajo por hacer y era necesario que yo fuera llamado. Tú sabes que el Señor lo hace todo bien.”
Al decir esto, el hijo se alejó.
Otros son llamados como misioneros al mundo espiritual debido a su dominio de idiomas. El élder Glen Wood, hijo de Edward J. Wood, presidente del templo canadiense, aparentemente fue llamado más allá del velo por su conocimiento del idioma samoano:
Junio de 1933 fue un mes triste para el presidente Wood. Glen, su hijo mayor y obispo del barrio Glenwood, fue llevado al hospital con “envenenamiento de la sangre”. “Desde el principio pareció saber que no se recuperaría”, escribió su padre.
Glen le contó a su padre un sueño que había tenido, en el cual estaba en el cuarto de sellamientos del templo cuando vino un “mensajero” que le dijo que no podría ser sanado. También le contó que su tío y otros familiares fallecidos lo habían visitado, y que había sido llamado a predicar a los samoanos en el mundo espiritual (había servido una misión en Samoa).
Comenzó a hablarle a su padre en samoano, diciéndole que iba a hacer un “malanga fou”, un nuevo viaje. Luego le dijo a sus hermanos que estaban junto a su cama que no lo demoraran, porque tenía que irse.
“Casi al borde de la muerte”, escribió el presidente Wood, “comenzó a hablar en samoano a los Santos del mundo espiritual. Luego murió”.
En el otoño de 1915, la hermana Lerona A. Wilson recibió una manifestación espiritual en la cual aprendió, entre otras cosas, que una familiar suya había sido llamada al mundo espiritual debido a su habilidad como traductora:
“Yacía al mediodía en mi lecho, mi vida pendiendo de un hilo, sufriendo dolor y angustia, y orando fervientemente con toda mi fe para obtener alivio. Repentinamente, mi cuarto quedó brillantemente iluminado con una luz blanca y suave.
Luego, cierto número de parientes fallecidos vinieron a mi habitación. Primero vino mi padre, luego mi madre, mi hermana y su nuera, y dos doctores que estaban entre nuestros antepasados y por quienes habíamos hecho las ordenanzas del templo. Todos se pararon alrededor de mi cama, y mi padre se dirigió a mí diciendo:
—Pareces estar sufriendo.
Contesté que sí, y que no sabía cuánto más podría soportar.
Mi padre vestía un uniforme como el que usaba cuando era oficial de la Legión de Nauvoo, en los comienzos de la historia de la Iglesia. Muchos aún recuerdan al Mayor Monroe, cuando vivía en Ogden y participaba en campañas durante los conflictos con las tribus indígenas.
Continuando, él dijo:
—He venido para hablar contigo acerca de realizar la obra del templo por nuestros antepasados muertos.
En ese momento, miré a la esposa de mi sobrino, cuya muerte había sido la más reciente. Ella había dejado cuatro niños pequeños, uno de ellos un bebé. Me había costado mucho aceptar su muerte, y le dije:
—¡Oh, Lydia! ¿Cómo están tus niños?
Ella contestó:
—Están bien. Están con su padre.
Volví a preguntarle:
—Pero, ¿por qué los dejaste?
Mi padre respondió por ella:
—La necesitábamos como traductora. No podíamos seguir sin ella.
Pregunté:
—¿Qué mejor llamamiento para una madre que cuidar de sus hijos?
Papá me respondió:
—Otros pueden cuidar bien de sus niños, pero hay pocos que pueden hacer el trabajo que ella está haciendo. Ella se había preparado bien.
(Y yo sabía que era verdad)”.
Este testimonio refuerza la doctrina de que el trabajo por los muertos en el mundo espiritual es extenso y variado. Todo se realiza de acuerdo con la voluntad de Dios y en cumplimiento de Su divino plan de salvación.
La Muerte No Cambia Nuestra Actitud Hacia el Evangelio
Amulek, el gran misionero del Libro de Mormón, advirtió enérgicamente a quienes enseñaba que la muerte no alterará nuestra actitud hacia el evangelio, y que es imposible arrepentirse en el lecho de muerte:
“No podréis decir, cuando os halléis ante esa terrible crisis: Me arrepentiré, me volveré a mi Dios. No, no podréis decir esto; porque el mismo espíritu que posea vuestros cuerpos al salir de esta vida, ese mismo espíritu tendrá poder para poseer vuestro cuerpo en aquel mundo eterno”. (Alma 34:34)
La enseñanza de que los espíritus de los muertos conservarán la misma devoción o antagonismo hacia los principios de justicia es fundamental para comprender el plan del evangelio. Al atravesar el velo, no cambia nuestra actitud. Los justos se encontrarán entre justos en el paraíso, y los inicuos estarán tan sujetos a la voluntad de Satanás como lo estuvieron en la tierra. Brigham Young afirmó:
“Suponed que un hombre es inicuo en su corazón—totalmente entregado al mal—y que muere en esa condición. Su espíritu entrará al mundo espiritual empeñado en la maldad”.
El apóstol Melvin J. Ballard también advirtió que el hombre despertará más allá del sepulcro con las mismas debilidades y problemas que tenía en la tierra:
“Un hombre puede recibir el sacerdocio y todos sus privilegios y bendiciones, pero no puede entrar en el Reino Celestial de Dios a menos que subyugue la carne, su temperamento, su lengua y su tendencia a entregarse a las cosas que Dios ha prohibido.
Debe vencerlas ya sea en esta vida o en la venidera. Pero esta vida es el tiempo en que el hombre debe arrepentirse.
No nos imaginemos que podremos descender a la tumba sin haber vencido las corrupciones de la carne y luego, en el sepulcro, perder todos nuestros pecados y tendencias inicuas. Ellos estarán con nosotros. Estarán con el espíritu cuando esté separado del cuerpo…
Algunos suponen que cuando mueran, desaparecerán los problemas de su vida y que entonces sabrán que éste es el evangelio de Jesucristo.
He oído a personas decir que creen que, cuando mueran, verán a Pedro, y que él les aclarará todo.
Yo digo: ‘Nunca veréis a Pedro hasta que aceptéis el evangelio del Señor Jesucristo de manos de los élderes de la Iglesia, vivos o muertos…’
Así que los hombres, cuando están muertos, no sabrán más que cuando estaban vivos. Sólo habrán pasado por el cambio llamado muerte.
Allá, las verdades del evangelio se entienden por medio del mismo proceso que aquí”.
Puesto que la muerte no cambia la actitud de una persona, parece que muchos de los muertos en la prisión espiritual se negarán a aceptar el evangelio y las ordenanzas vicarias, aun cuando se les conceda la oportunidad. Henry Zollinger descubrió esto cuando, junto con su madre en el mundo espiritual, visitó a muchos por quienes su padre había realizado las ordenanzas vicarias, y encontró que “todavía muchos permanecían dormidos”.
Tal como enseñó nuevamente el élder Melvin J. Ballard:
“Cuando muráis y vayáis al mundo de los espíritus, trabajaréis muchos años tratando de convertir a individuos que estarán siguiendo su propio camino. Algunos se arrepentirán, algunos escucharán.
Otro grupo será rebelde y seguirá su propia voluntad y sus propias ideas.
Pero ese grupo se irá empequeñeciendo cada vez más hasta que toda rodilla se doble humildemente y toda lengua confiese”.
Muchos Pierden la Oportunidad de Aceptar el Evangelio y de Cumplir con las Ordenanzas Exaltadoras Mientras están en la Tierra Porque Dejan Pasar el Tiempo
Amulek describió el destino de los inicuos que rehúsan arrepentirse durante la mortalidad, y enseñó que esta vida es el tiempo para prepararse para comparecer ante Dios. Aparentemente, quienes rechazan el mensaje del evangelio y demoran su arrepentimiento quedan sujetos al espíritu del diablo, que se adhiere a ellos después de la muerte, convirtiendo esa sujeción en su “estado final” en el mundo espiritual:
“Porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra.
Y como os dije antes, ya que habéis tenido tantos testimonios, os ruego, por tanto, que no demoréis el día de vuestro arrepentimiento hasta el fin; porque después de este día de vida, que se nos da para prepararnos para la eternidad, he aquí, si no mejoramos nuestro tiempo durante esta vida, entonces viene la noche de tinieblas en la cual no se puede hacer nada…
Porque si habéis demorado el día de vuestro arrepentimiento, aun hasta la muerte, he aquí, os habéis sujetado al espíritu del diablo, que os sellará como cosa suya; por tanto, se retira de vosotros el Espíritu del Señor y no tiene cabida en vosotros; y el diablo tiene todo poder sobre vosotros, y éste es el estado final del malvado” (Alma 34:32–35).
Con frecuencia se pregunta si el hombre tiene más de una oportunidad para aceptar el evangelio. ¿Tendrán aquellos que rechazan el mensaje en esta vida el privilegio de oírlo y aceptarlo en el mundo espiritual?
En las Escrituras no hay indicación de que se garantice una segunda oportunidad. De acuerdo con el presidente Joseph Fielding Smith, si algunos escuchan el evangelio por segunda vez y lo aceptan en el mundo espiritual, habiéndolo rechazado previamente durante la vida mortal, habrán perdido la exaltación, y después de la resurrección sólo podrán heredar la gloria terrestre:
“La justicia del Señor queda de manifiesto cuando concede a todos los hombres el derecho de oír el plan de salvación y de recibirlo. Algunos tienen ese privilegio en esta vida; si obedecen el evangelio, bien. Si lo rechazan, en el mundo espiritual las mismas oportunidades, con la misma plenitud, no les serán dadas.
Si mueren en esta vida sin esa oportunidad, les será concedida en el mundo de los espíritus. Allá el evangelio les será declarado, y si están dispuestos a aceptarlo, se les tomará en cuenta como si lo hubieran recibido en la mortalidad. De esta manera, la justicia se extiende a cada hombre. Todos son puestos en igualdad delante del tribunal de Dios.
Pero los que tienen la oportunidad aquí—aquellos a quienes se declara el mensaje de salvación, los que son enseñados y reciben esta verdad en esta vida—y sin embargo la niegan y rehúsan recibirla, no tendrán un lugar en el reino de Dios.
No estarán con aquellos que mueren sin ese conocimiento y que lo aceptan en el mundo espiritual…
Hay en este mundo demasiadas personas que han escuchado el mensaje del evangelio y piensan que pueden continuar hasta el fin de esta vida mortal viviendo como les plazca, y luego aceptar el evangelio después de la muerte, confiando en que sus amigos ejecutarán por ellas las ordenanzas que ellas mismas no realizaron, y que finalmente recibirán las bendiciones del reino de Dios. Esto es un error.
En esta vida los hombres tienen el deber de arrepentirse. Todo hombre que escucha el mensaje del evangelio está bajo la obligación de recibirlo. Si no lo hace, entonces en el mundo espiritual será llamado a recibirlo, pero se le negará la plenitud que vendrá a quienes, en su fidelidad, han sido justos y obedientes, ya sea en esta vida o en el mundo de los espíritus”.
El élder Bruce R. McConkie enseñó esta misma doctrina con claridad:
“No hay tal cosa como una segunda oportunidad de ganar la salvación aceptando el evangelio en el mundo espiritual después de haberlo desatendido, rechazado o abandonado en esta vida.
Es verdad que puede haber una segunda oportunidad de escuchar y aceptar el evangelio, pero aquellos que han demorado de tal modo su aceptación de las verdades que salvan no ganarán la salvación en el reino de Dios.
La salvación para los muertos es el sistema mediante el cual ‘los que fallecieron sin tener el conocimiento del evangelio’ (D. y C. 128:5) pueden obtener ese conocimiento en el mundo espiritual. Luego, después de realizarse vicariamente las ordenanzas necesarias, les es posible llegar a ser herederos de la salvación, como si hubieran obedecido las verdades del evangelio durante la mortalidad.
Esta salvación para los muertos está expresamente limitada a quienes no tuvieron la oportunidad de aceptar el evangelio en esta vida, pero que, si se les hubiese dado esa oportunidad, lo habrían aceptado…
Para aquellos que tuvieron la oportunidad de aceptar el evangelio en esta vida y no lo hicieron, no existe ninguna promesa, en ninguna revelación, de que tendrán otra oportunidad de ganar la salvación en el mundo espiritual.
Por el contrario, hay estipulaciones expresas de que los hombres no pueden ser salvos si en esta vida tuvieron la oportunidad de aceptar el evangelio y no lo hicieron…
Aquellos que tienen la oportunidad de aceptar el evangelio en esta vida y no lo hacen, pero que luego (por algún milagro de conversión) lo aceptan al escucharlo en el mundo espiritual, no irán al reino celestial sino al terrestre”.
Las declaraciones de los élderes Joseph Fielding Smith y Bruce R. McConkie se basan en parte en la revelación sobre los tres grados de gloria dada al profeta José Smith en 1832. Una diferencia fundamental entre quienes heredan el reino celestial y aquellos que quedan restringidos al terrestre es que entre estos últimos están los que “no son valientes en el testimonio de Jesús” (D. y C. 76:79). Quienes carecen de fe y amor suficiente hacia el Señor como para demorar su aceptación del evangelio más allá de la tumba, ciertamente no son lo suficientemente valientes en la causa de Cristo como para merecer la exaltación.
La revelación lo declara claramente al describir a quienes heredarán el reino terrestre:
“He aquí, éstos son los que murieron sin ley; y también los que son los espíritus de los hombres encerrados en prisión, a quienes el Hijo visitó y predicó el evangelio, para que pudieran ser juzgados según los hombres en la carne; quienes no recibieron el testimonio de Jesús en la carne, mas después lo recibieron.
Estos son los hombres honorables de la tierra que fueron cegados por las artimañas de los hombres.
Son los que reciben de su gloria, mas no de su plenitud”(D. y C. 76:72–76).
Otros, aunque han aceptado el evangelio en la tierra, demoran el cumplimiento de las ordenanzas del templo y, como consecuencia, pierden el derecho a las bendiciones eternas que se derivan de ellas. Una visitante del otro lado del velo, que se apareció a la hermana Eliza Neville en enero de 1917, dejó en claro que uno debe realizar la obra por sí mismo, y no dejarla para que se haga vicariamente después de la muerte.
Este fue el relato:
Mientras se encontraba en el hospital con su hija moribunda, la hermana Neville se preparó para descansar, colocándose en una posición reclinada desde la cual pudiera observar todos los movimientos de su hija.
De repente, fue sobrecogida por una sensación completamente nueva, y vio a la abuela de su esposo, parada a los pies de la cama. Se veía exactamente como la recordaba en vida: encorvada por los años, con el cuerpo inclinado. Parecía tener mucha prisa.
La hermana Neville exclamó:
“¡Vaya, aquí está la abuela Stiff! ¿Qué es lo que quiere?”
Al oírla, la abuela caminó hacia el lado de la cama, se irguió completamente, con el rostro radiante y las manos blancas como perlas. Se frotó las manos mientras decía con urgencia:
“¡Diles que se apresuren! ¡Tienen que hacer la obra! Nadie puede hacer la obra por aquellos que tuvieron el privilegio de hacerla por sí mismos aquí. ¡Tiene que ser hecha en esta tierra! ¡No puede ser hecha en el más allá!”
Se quedó en silencio por un momento, y la hermana Neville preguntó:
“¿Qué quiere decir con eso?”
Finalmente, la abuela le contestó:
“William y Elizabeth nunca han sellado a sus hijos a ellos. Debe haber una cadena perfecta hasta nuestro Padre Adán, y si ellos descuidan su obra, se perderá un eslabón.”
Parecía tener tanta prisa que la hermana Neville preguntó:
“¿En el otro lado también hay que tener tanta urgencia y preocupación?”
La abuela respondió:
“¡Mira!”
Entonces la hermana Neville vio multitudes de personas, y comprendió que la abuela Stiff tenía que hacer algo por ellas, y por eso tenía tanta prisa.
Golpeando con el índice de una mano la palma de la otra, la abuela dijo con solemnidad:
“Te doy completa responsabilidad para que veas que se cumpla con esa obligación.”
Luego desapareció.
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó lo mismo, al declarar que aquellos que tienen la oportunidad de realizar estas ordenanzas en vida, pero se demoran y no lo hacen, pierden las bendiciones correspondientes. Sin embargo, aquellos que no tuvieron el privilegio de entrar a un templo durante su vida pueden recibir esas bendiciones mediante la obra vicaria realizada en su favor después de la muerte:
“Pero el Señor no ofreció el privilegio de otra oportunidad en el mundo de los espíritus a aquellos que tuvieron toda oportunidad mientras estuvieron en esta existencia mortal.
La obra de investidura y sellamiento por los muertos es para los que mueren sin haber tenido la oportunidad de oír y recibir el evangelio; también, es para quienes fueron fieles miembros de la Iglesia y vivieron en tierras lejanas o donde, durante su vida, no tuvieron el privilegio de ir al templo, y sin embargo se convirtieron y fueron miembros leales de la Iglesia.
La obra en bien de los difuntos no está dirigida a los que recibieron conocimiento y luego rehusaron aceptarlo, ni para quienes no tuvieron suficiente interés como para buscar estas ordenanzas mientras vivían”.
Es difícil juzgar quién ha tenido suficiente oportunidad de aceptar el evangelio y realizar las ordenanzas necesarias, y quién no ha tenido tal privilegio. Afortunadamente, el hombre no tiene que juzgar, pues el juicio pertenece al Señor. Él mismo ha revelado:
“Todos los que han muerto sin un conocimiento del evangelio, pero que lo hubieran recibido si se les hubiera permitido quedarse, serán herederos del reino celestial de Dios.
También, todos los que mueran en el futuro sin un conocimiento del evangelio, pero que lo hubieran recibido de todo corazón, serán herederos de ese reino.
Porque yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres de acuerdo con sus obras y con el deseo de sus corazones” (D. y C. 137:7–9).
Los Espíritus en Prisión Buscan que Sea Realizada por Ellos la Obra Vicaria en el Templo
Parece que muchos de los que van a la prisión espiritual escuchan el evangelio allí. Pero luego se ven obligados a esperar durante largos períodos hasta que seres mortales realicen las ordenanzas vicarias necesarias por ellos en la tierra. Tal espera resulta angustiosa para ellos. Durante la dedicación del templo de St. George, Brigham Young describió lo que ellos deben sentir cuando dijo:
“¿Qué suponéis que dirían los padres si pudieran hablar desde la tumba? Dirían: ‘Hemos estado en esta cárcel durante miles de años, atados y encadenados junto al inmundo y al corrupto.’ Si ellos tuvieran el poder, los mismos truenos del cielo resonarían en nuestros oídos”.
De acuerdo con las pruebas disponibles, quienes han aceptado el evangelio en el mundo espiritual y están esperando la realización de las ordenanzas vicarias, a veces pueden comunicar sus necesidades a los seres mortales, acelerando así su propio progreso. Esto resultó evidente para el presidente Heber Q. Hale cuando estuvo en el mundo espiritual. Más tarde informó que:
“Hombres y mujeres de todo el mundo están siendo impulsados por sus antepasados muertos para reunir sus datos genealógicos”.
Los seres espirituales no sólo impulsan a los mortales a buscar datos genealógicos, sino que conocen qué registros pueden encontrarse y quiénes los tienen. Por ejemplo, mientras Henry Zollinger estaba en el mundo espiritual, su madre le dijo que:
“Mi padre recibiría otra gran cantidad de registros de nuestros familiares muertos.”
También relató que otro guía espiritual le dijo que:
“Thomas Stirland obtendría un registro de sus muertos”.
Ya se ha hecho referencia al obrero del templo de Manti que, en su camino al templo, encontró a un grupo de parientes muertos que le dijeron:
“Hoy, cuando vayas al templo, encontrarás registros que dan nuestros nombres”.
Así como los espíritus influencian a los mortales para que hagan investigación genealógica, también los llaman para que realicen las ordenanzas vicarias por ellos en los templos. Una visión dada a Martin Harris le indicó que su padre buscaba que se hiciera su obra en el templo. De acuerdo con Edward Stevenson, cuya influencia fue decisiva para que el hermano Harris regresara a reunirse con los Santos en Utah, una manifestación espiritual hizo que Martin se rebautizara y fuera bautizado vicariamente por sus seres queridos:
“Poco después de llegar a la ciudad de Lago Salado, Martin vino a mi casa y me dijo que el Espíritu del Señor le había manifestado que no sólo debía ser bautizado por sí mismo, sino también por sus muertos.
Había visto a su padre a los pies de una escalera luchando por subir hacia él, y él descendía, tomando a su padre de la mano y ayudándole a subir”.
Henry Zollinger también habló de las peticiones que le hicieron dos individuos en el mundo espiritual para que él hiciera sus ordenanzas vicarias al regresar a la mortalidad:
“Cuando regresamos, vi a un hombre que había sido ministro de la Iglesia Campbelita en Texas, cuando yo había hecho mi misión allá tres años atrás.
Había sido un gran amigo y nos había abierto muchas veces las puertas de su casa para que predicáramos allí. Él había muerto mientras yo aún estaba en el campo misional. Me preguntó si podía hacer en el templo la obra necesaria para su salvación. Le dije que la haría, y me pareció complacido.
Luego encontré a un hombre al que jamás había visto antes. Su esposa se había convertido a la Iglesia y había sido bautizada después de que él había muerto. Durante mi misión, ella me había pedido que se hiciera la obra por él en el templo.
Pero como supe que ya había hablado con otros élderes para que se hiciera la obra, yo había ignorado su pedido. Le dije al hombre que yo haría que la obra se realizara”.
Otro ejemplo de seres espirituales pidiendo que se hiciera su obra en el templo se encuentra en el regreso de la muerte de los padres de Lerona A. Wilson, en el otoño de 1915:
Mi padre me pidió que fuera al templo para realizar las ordenanzas por nuestros familiares muertos.
Yo le dije: “¿Cómo puedo dejar mi trabajo y mi familia?”
Esta vez habló mi madre, diciendo: “Yo tuve que dejar a mi familia cuando más me necesitaban. Tú puedes permanecer con la tuya. Solamente necesitarás usar parte de tu tiempo en el templo.”
Luego mi hermana me dijo: “Yo también tuve que dejar a mi familia cuando me necesitaban tanto, y Lydia tuvo que dejar a sus niños pequeñitos.”
Todas esas observaciones hicieron que mis excusas perdieran su validez. Papá quería que le prometiera que haría esa obra, y le prometí que la haría.
Me dijo: “Recuerda que necesitarás mucha fe. ¿Piensas que puedes tener suficiente fe?”
“Padre, haré todo lo que pueda”, le contesté, porque mientras estaba bajo esa influencia enaltecedora, parecía muy fácil tener fe.
Luego mi padre desenvainó su espada y la pasó rápidamente por encima de mi cabeza. Su tono de voz cambió del de un padre amoroso al de un oficial de mando, fuerte y severo, diciendo:
“Si no lo haces, te cortaré como a rastrojo, y te removeré y levantaré a otro para que lo haga.”
Sintiendo más plenamente las dificultades de la tarea que había tomado sobre mí, quise saber cómo podía obtener ayuda para salir adelante con la obra.
Papá me dijo: “Llama a tus hermanos, y ellos te ayudarán.”
“¿Por qué no fuiste a verlos a ellos?”, le pregunté.
Me contestó: “Traté de hacerlo una y otra vez, pero no pude impresionarlos.”
“Entonces, ¿cómo es que yo puedo oírte?”, fue mi próxima pregunta.
“Lee la sección 89 de Doctrina y Convenios, y entenderás.” (Esa sección contiene la Palabra de Sabiduría.)
Entonces mi padre citó algunas escrituras, refiriéndose a ciertos capítulos y versículos, y me enseñó la ley del bautismo con más fuerza y belleza de las que yo hubiera oído jamás. Me explicó que esta ordenanza no puede ser realizada en el mundo espiritual, que los vivos deben efectuarla por las personas que han muerto sin el bautismo.
Se refirió a nuestros parientes, diciendo que eran buenas personas y que habían recibido el evangelio, y que estaban muy ansiosos por avanzar. Necesitaban progresar junto con otros espíritus que se encontraban en la misma condición, para dar lugar a las innumerables multitudes que se están acumulando en ese mundo.
Hay evidencias de que espíritus de la prisión espiritual que han aceptado el evangelio se dan cuenta de situaciones en las que pueden ser pasados por alto cuando se efectúan ciertas ordenanzas del templo. Y tienen el poder de manifestar sus deseos de recibir las bendiciones que traen esas ordenanzas. Edward J. Wood, presidente del templo canadiense, recibió una de esas manifestaciones:
El 23 de julio de 1931, durante una excursión al templo, la hermana Newlun, una conversa a la Iglesia de la ciudad de Portland, estaba en el cuarto de sellamientos para ser sellada a su esposo muerto y luego sellar a sus hijos muertos a ellos. El lugar del esposo y de los hijos iba a ser ocupado vicariamente por amigos.
Cuando el presidente Wood estaba listo para sellar a los hijos a sus padres, sintió el impulso de preguntar si la información de la planilla de sellamientos estaba completa. Luego de asegurarse de que el registro era correcto, comenzó la ceremonia nuevamente. Pero otra vez sintió la inspiración de preguntarle a ella si había tenido otros hijos cuyos nombres debieran figurar en la hoja.
Ella le dijo que tenía otros hijos adultos vivos que no eran miembros de la Iglesia, y por lo tanto sus nombres no deberían figurar en la planilla.
Por tercera vez el presidente inició la ceremonia, pero se detuvo nuevamente, y dijo: “Oí una voz muy clara diciendo: ‘Yo soy su hija.’” Nuevamente le preguntó a la madre si no tenía otro niño que no estuviera en la hoja.
Ella, con lágrimas en los ojos, le contestó: “Sí, tuve otra hija que murió cuando tenía 12 días, y fue pasada por alto al preparar la información.”
Cuando el grupo supo del medio por el cual el presidente se había enterado de la existencia de la otra hija, todos en el cuarto vertieron lágrimas de gozo al saber de la aparente proximidad de nuestros parientes fallecidos.
También otros han recibido inspiración respecto a errores en los registros de sellamientos. En el templo de Lago Salado, por ejemplo:
El 26 de octubre de 1896, en el cuarto de sellamientos, mientras ayudaba en la ordenanza de sellamiento de hijos a padres, la hermana Amanda H. Wilcox vio, parado junto al altar, al difunto padre de esos hijos, quien le dijo que él y su esposa, la madre de aquellos hijos, aún no habían sido sellados. La hermana Wilcox informó al presidente Winder, quien estaba oficiando, y la ceremonia fue suspendida para hacer la investigación necesaria. Entonces se descubrió que lo que el espíritu del hombre le había dicho era correcto. Se realizó debidamente el sellamiento de este hombre a la madre, y luego los hijos fueron sellados a los padres.
En el templo de Manti sucedió una experiencia del mismo tipo:
En el pasado mes de enero, una hermana proveniente del sur de los Estados Unidos, a quien llamaremos hermana D., estaba en Manti. Ella era una persona que había hecho muchos sacrificios por su religión. Ese día no pudo ir personalmente al templo, así que me pidió que llevara algunos de sus nombres para que se hiciera la obra por ellos. Más tarde, esa misma semana, al ir a visitarla para traerle otros registros del templo, me contó la siguiente historia con relación a algunos de los nombres que me había dado el martes anterior.
Debo mencionar que los nombres que me entregó eran de familiares cercanos, extraídos de su memoria y de fuentes familiares, ya que, como es sabido, los registros civiles en el Sur son muy escasos.
La hermana D. me dijo que acostumbraba levantarse a las 6:20 de la mañana. Unos pocos días antes, se había despertado como de costumbre, pero se sintió somnolienta, así que volvió a dormir. En esa condición, se le apareció su difunta madre, quien, sonriendo, pronunció palabras de aliento por la obra que su hija realizaba en el templo, sacrificando muchas de sus comodidades terrenales.
Le mostró una planilla del templo, sobre la cual estaban escritos algunos nombres con letra clara y delicada. Su madre le indicó el nombre de Sarah, el cual la hermana D. había omitido, y le dijo que era tía de su padre, una mujer joven que nunca se casó, pero que había alcanzado la madurez, y que estaba apenada porque su nombre no aparecía junto con el de todos sus hermanos y hermanas.
La hermana D. recordó vagamente haber oído hablar a su padre de una tía Sarah cuando era niña, pero con el paso de los años la había olvidado. La familia del padre amaba a la madre de la hermana D., y por ello le fue concedido el privilegio de visitarla para entregarle esa información, que no hubiera podido obtener de ningún otro modo, ya que su padre ya había fallecido. Para la hermana D., esto fue un gran testimonio del valor de la obra que estaba realizando por los muertos, y de cuán apreciada era.
Quizás el caso más conocido de esfuerzos por parte de espíritus en prisión para que se hiciera su obra en el templo fue la aparición al presidente Wilford Woodruff, en el templo de Saint George, a comienzos de marzo de 1877, de los hombres que firmaron la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Seis meses después, en un discurso en el tabernáculo, él describió así la aparición de esos seres:
Dondequiera y cuandoquiera que hablo a los Santos, me siento inclinado a hablarles de una sola cosa: la construcción de estos templos y la prisa que tenemos por terminarlos. Los muertos estarán detrás de vosotros, os buscarán como nos buscaron en Saint George. Nos visitaron sabiendo que poseemos las llaves y el poder para redimirlos.
Antes de terminar diré que, dos semanas antes de salir de Saint George, los espíritus de los muertos se reunieron en mi derredor, queriendo saber por qué no los redimíamos. Me dijeron: “Habéis estado usando durante años la Casa de Investiduras, y aun así, nada se ha hecho por nosotros. Nosotros pusimos las bases del gobierno que ahora disfrutáis, y hemos permanecido fieles a Dios.” Esos eran los que firmaron la Declaración de Independencia, y me visitaron durante dos días y dos noches.
Me pareció peculiar que, aunque se había realizado tanta obra por los muertos, nada se había hecho por ellos. Supongo que eso nunca se nos había ocurrido, porque estábamos tan ansiosos por nuestros amigos y parientes inmediatos. Fui directamente a la fuente bautismal y llamé al hermano McCallister para que me bautizara por los que firmaron la Declaración de Independencia. Hice la obra por otros cincuenta hombres eminentes, teniendo un total de cien hombres, entre ellos John Wesley, Colón y otros. Luego, yo bauticé al hermano McCallister por todos los presidentes de los Estados Unidos, con la excepción de tres. Y cuando la causa de ellos sea justa, alguien hará la obra por ellos.
De acuerdo con el presidente Brigham Young, la comunicación de información concerniente a la obra del templo entre los seres espirituales y los mortales será algo común en la época en que se construya Sión, la Nueva Jerusalén. Él dijo que ese día:
Algunos de los que han muerto vendrán y dirán: “Aquí hay mil nombres. Ocúpense de ellos en este templo. Y cuando la obra haya sido terminada, os daré otros mil.” Y los élderes de Israel y sus esposas oficiarán por sus antepasados; los hombres por los hombres y las mujeres por las mujeres.
Los Espíritus en Prisión Saben Cuando se Realiza la Obra Vicaria por Ellos
Brigham Young afirmó que los espíritus en prisión saben cuándo se realiza la obra vicaria en el templo a su favor. Dijo:
Un hombre es ordenado y recibe sus lavamientos, unciones e investiduras por los hombres de entre sus progenitores y los de su esposa, y su esposa por las mujeres.
En el mundo espiritual luego dirán: “¿No veis a nadie trabajando por vosotros? El Señor os tiene en mente y ha revelado a Sus siervos en la tierra lo que deben hacer por vosotros”.
El presidente Joseph F. Smith enseñó lo mismo. Al amonestar a los Santos para que hicieran la obra por los muertos, describió los efectos de tales labores diciendo:
Hagamos la obra necesaria para que sean librados de sus prisiones. Mediante nuestros esfuerzos en bien de ellos, las cadenas de la servidumbre caerán de sus manos y se disiparán las tinieblas que los rodean, a fin de que brille sobre ellos la luz. Y sabrán en el mundo de los espíritus acerca de la obra que sus hijos han hecho aquí por ellos, y se regocijarán con nosotros en nuestro cumplimiento de estos deberes.
Mientras estaba en el mundo espiritual, el presidente Heber Q. Hale descubrió que:
Los representantes autorizados y las familias en el mundo espiritual tienen acceso a los registros del templo y están plenamente informados del trabajo que en ellos se efectúa.
También informó que, para dar énfasis a la importancia de las ordenanzas realizadas vicariamente en la tierra, y para que los que reciben esas ordenanzas en el mundo espiritual estén más conscientes de las obligaciones que asumen,
Se realizan ordenanzas en el mundo espiritual para que tengan efecto en aquellos que las reciben, a fin de que puedan disfrutar de los mismos principios del Evangelio realizados vicariamente aquí.
Hay evidencias de que algunos seres espirituales saben cuándo se efectúan las ordenanzas por ellos en la tierra, porque han asistido y presenciado dichas ordenanzas en los templos de los Santos de los Últimos Días. Por ejemplo, el élder Horatio Pickett, obrero en el templo de Saint George, recibió la siguiente visión el 19 de marzo de 1914:
Un día, mientras se estaban efectuando confirmaciones ante la pila bautismal, donde gran número de mujeres estaban siendo bautizadas vicariamente, vino a mi mente un pensamiento:
¿Las personas por quienes se realiza esta obra saben que se hace por ellas? Y si lo saben, ¿aprecian el esfuerzo?
Mientras este pensamiento recorría mi mente, miré hacia el rincón sudeste del cuarto, y allí vi a un grupo grande de mujeres que llenaba toda esa parte del recinto. Parecían estar paradas a unos treinta centímetros del piso, y todas miraban atentamente los bautismos.
Cuando el registrador pronunció un nombre, una de esas mujeres —bastante alta, muy delgada, de unos 35 años de edad— dio un salto y miró al registrador. Luego sus ojos se dirigieron a la pareja en el agua, observando atentamente el bautismo. Luego siguió con la vista a la hermana que estaba siendo bautizada, mientras esta salía del agua y era confirmada. Y cuando terminó la ordenanza, fue hermoso contemplar la expresión de gozo y felicidad que se extendió por su rostro.
La que fue llamada a continuación parecía ser más joven, de estatura ligeramente inferior a la mediana. Era de naturaleza nerviosa y emocional. No podía quedarse quieta. Parecía que quería saltar ella misma al agua. Y cuando terminó la ordenanza, parecía rebosante de alegría. Iba de una compañera a otra como si les estuviera contando lo feliz que se sentía.
La tercera era una mujer muy grande, de aspecto musculoso; no gorda, sino huesuda, de estructura masculina, con frente muy amplia y rostro inteligente. Su cabello veteado de gris estaba peinado al estilo de las ancianas de mi niñez. Parecía ser de naturaleza más tranquila y estoica que las otras, sin demostraciones extremas de sus sentimientos. Pero había algo en su mirada que parecía decir que ella apreciaba tanto como las demás lo que se estaba haciendo. Y cuando terminó la ceremonia, asintió con la cabeza y movió los labios como si hubiera dicho: “Amén”.
Justo cuando terminó la obra por ella, hubo un ruido en la oficina del presidente Cannon, como si un libro u otra cosa se hubiera caído al piso. Eso me hizo mirar en esa dirección y, aunque instantáneamente volví la vista, la visión se había desvanecido. Con ella se fueron todas las dudas y preguntas que pudieran existir en mi mente sobre ese tema. Estaba satisfecho, y aún estoy complacido porque nuestros amigos detrás del velo saben y se dan cuenta de lo que se está haciendo por ellos, y esperan ansiosamente que llegue su momento.
Pienso que no sería posible que alguien mirara los rostros de esas mujeres como yo lo hice, viendo el ahínco con que observaban los procedimientos, el gozo y la felicidad que iluminaban sus caras cuando eran llamadas y se hacía la obra por ellas, sin sentir lo mismo que yo. No fue una visión nocturna ni un sueño. Eran aproximadamente las tres de la tarde en un día soleado y brillante, mientras estaba ante la pila bautismal ayudando en las ordenanzas.
El élder F. T. Pomeroy y sus compañeros experimentaron una manifestación similar cuando participaron en el sellamiento vicario de su pariente Richimir II, el 2 de noviembre de 1927:
Cuando comenzó la ceremonia, yo tenía la cabeza inclinada en oración. Repentinamente tuve la impresión de que estaba sucediendo algo extraordinario. Levanté la vista, y con gozo y sorpresa vi, parado frente a la puerta y mirándome directamente, la forma y el rostro sonriente de un personaje. Era alto y fuerte. Tenía la mirada penetrante, cejas espesas y pómulos bastante altos. La parte inferior de su cara estaba cubierta por una barba gris que llegaba hasta su pecho. Sentí que ése era el personaje por quien se estaba realizando la ceremonia.
Aunque me sentí sumamente sobrecogido, en ese momento no dije nada. Después de la ceremonia, el hermano Weston me pidió información sobre Richimir II, y le di lo que tenía.
Medité sobre la visión, atesorándola como algo exclusivamente mío, y no pensaba decirle nada a nadie acerca de ella. A la mañana siguiente, el hermano Weston vino y me dijo:
«Hermano Pomeroy, supongo que se preguntará por qué estaba tan ansioso por obtener información sobre el hombre por quien obré vicariamente ayer. Quería escribir en mi diario acerca de él, porque alguien estuvo allí y presenció la ceremonia. Yo sentí su presencia.»
«Me alegro de oír eso» —le dije—, «porque yo vi su rostro y lo reconoceré cuando lo encuentre en el mundo espiritual.»
La hermana Hayne y el presidente LeSueur también testificaron que sintieron una presencia mientras se desarrollaba la ceremonia.
El élder Joseph H. Smith, obrero en el templo de Lago Salado, registró el siguiente caso de seres espirituales presenciando sus ordenanzas en el templo:
El hermano Joseph Warburton y su hija estaban realizando sellamientos en el templo de Lago Salado, el primero de diciembre de 1898. Después de terminar su trabajo en el cuarto de sellamientos, fueron hasta el presidente John R. Winder y le expresaron su gratitud por haberles ayudado.
Después de que hubieron pasado al siguiente cuarto, la hija se volvió al padre y le preguntó:
«¿Viste a las tres parejas en el cuarto de sellamientos, junto a nosotros?»
Su respuesta fue:
«No, no las vi.»
Luego ella le relató:
«Había tres parejas en el cuarto. Todos estaban vestidos con las ropas del templo, y el cuarto estaba iluminado por una luz sobrenatural. Cuando nos arrodillamos ante el altar y pronunciaron los nombres de las personas por quienes íbamos a ser sellados, cada pareja, por turnos, se arrodilló a nuestro lado. Al realizarse la ordenanza, demostraron por la expresión de sus rostros cuán complacidos estaban.
Cuando nos acercamos a agradecer al presidente Winder, ellos también se acercaron. Y después que nosotros expresamos nuestro agradecimiento, desaparecieron.»
El hermano Warburton le preguntó si podía describir a las personas que había visto. Ella contestó que podía hacerlo muy bien y procedió a describir a cada pareja. Luego su padre le dijo:
«La primera pareja son mis bisabuelos, la segunda mis abuelos, y la tercera mi tío abuelo y tía abuela.»
Él los había conocido a todos en vida, y por la descripción de su hija, reconoció a las personas por quienes se habían realizado los sellamientos ese día.
El presidente del templo canadiense, Edward J. Wood, relató el siguiente testimonio de un trabajador del templo:
Unos pocos años después de la apertura de nuestro templo para la obra de ordenanzas, uno de los obreros del templo, el presidente Duce, estaba sentado en el cuarto de sellamientos. Desde ahí vio que el corredor principal que lleva al cuarto estaba lleno de gente mirando dentro del cuarto y tomando notas mientras las ordenanzas selladoras se administraban a una persona tras otra.
Vio claramente que, cuando se hacía la obra de una persona, esta estrechaba las manos de los que aguardaban en el corredor y se iba. Pero al terminar el trabajo del día en el cuarto de sellamientos, aún quedaban muchos esperando en el pasillo. Y esos, aparentemente, se quedaron muy desilusionados porque se había concluido el trabajo de ese día y no se había hecho ninguna obra por ellos.
Esto nos hace creer que hay mucha buena gente en el mundo de los espíritus que sabe lo que se está haciendo en el templo, y que cuando no se realiza la obra por ellos, se decepcionan hondamente.
Parece que otros espíritus pueden comunicar su agradecimiento a los mortales que realizan la obra genealógica y vicaria que ellos necesitan. J. Hatten Carpenter, registrador en el templo de Manti, recibió una manifestación de esa naturaleza:
El 15 de abril de 1908, fui al templo con mi esposa y fuimos sellados por unas diez parejas de mis antepasados. Entre ellos estaba un tal Warncombe Carpenter y su esposa Eleanor Taylor. Durante la ceremonia tuve una sensación muy peculiar que nunca había tenido en mi vida—una sensación de calidez en mi pecho que se extendió hacia arriba e hizo brotar lágrimas de mis ojos, consumiéndome con la intensidad de sus efectos. Pero cuando fui sellado por las otras nueve parejas no tuve esta sensación. Me di cuenta de que se les había permitido a Warncombe y su esposa demostrar su gratitud por la obra realizada, dándonos una muestra del gozo que existe en el cielo, un gozo tan intenso como jamás había sentido antes, pero que desde entonces he vuelto a experimentar en siete u ocho ocasiones. Cuando regresábamos a casa, hablé con mi esposa sobre la experiencia, y ella había sentido lo mismo que yo.
Por supuesto que en la mayoría de los casos los mortales no reciben indicación del estado de los muertos por quienes trabajan. Aun así, más adelante podrán conocer la gratitud de los espíritus a quienes libran del cautiverio. Tal como lo dijo el profeta José Smith:
En la resurrección, aquellos por quienes se ha hecho la obra caerán a los pies de los que la han hecho, besarán sus pies, abrazarán sus rodillas y expresarán el agradecimiento más profundo. Nosotros no comprendemos la magnitud de la bendición que estas ordenanzas representan para ellos.
RESUMEN
El evangelio de Jesucristo puede definirse como “el camino de Cristo a la perfección”. Es un sendero de principios, ordenanzas y convenios, el cual el hombre puede caminar para lograr su exaltación.
Los que en la mortalidad no tienen la oportunidad de escuchar el evangelio son enviados a la prisión espiritual, donde se les predicará. Ahí, aunque no están sujetos a las órdenes de Lucifer, son influenciados por las tentaciones e insinuaciones de los espíritus malvados, tanto como por la predicación y el ejemplo de los misioneros que visitan el paraíso.
En la sabiduría y justicia de Dios, todos los hombres tienen la oportunidad de oír y aceptar el evangelio de Cristo, ya sea en esta vida o en la prisión espiritual. Así, todos los hombres serán medidos con la misma luz.
Los Santos de los Últimos Días reconocen como propia la responsabilidad de predicar el evangelio a todos los hombres, aunque relativamente pocos lo acepten.
La doctrina de la obra vicaria por los muertos incluye los siguientes principios:
A. Para recibir los beneficios del sacrificio expiatorio de Cristo, el hombre debe recibir las ordenanzas del evangelio, abandonar el pecado, buscar la rectitud y servir a Dios haciendo Su voluntad.
B. Las ordenanzas salvadoras del evangelio, siete en total, deben ser realizadas en la tierra. Los mortales deben realizarlas para sí mismos y vicariamente por los muertos.
C. En la prisión espiritual se enseñará el evangelio a quienes no tuvieron oportunidad de escucharlo durante su vida mortal. Tendrán su albedrío para aceptarlo o rechazarlo.
D. Se requiere que el hombre haga la obra por sus muertos tanto aquí en la tierra como en el mundo espiritual. No se puede obtener la exaltación hasta que esa obra haya sido hecha.
E. El objetivo principal del trabajo del hombre por los demás es establecer una cadena completa de relaciones familiares justas que llegue hasta Adán, en el orden patriarcal del sacerdocio.
Después de su crucifixión, el Salvador fue al paraíso. Allí organizó a los justos en una fuerza misional efectiva y los envió a trabajar entre los espíritus en prisión.
Parece que los esfuerzos misionales en la prisión espiritual están organizados de manera similar a la obra misional en la tierra, con presidentes de misión, diversas congregaciones, etc.
La obra misional en el mundo espiritual incluye: predicar a los no miembros, enseñar a los conversos y recopilar datos genealógicos para ayudar a completar las ordenanzas vicarias en la tierra.
Parece que en el mundo espiritual se hacen esfuerzos por asignar a cada hombre tareas de acuerdo con su capacidad.
Se conocen ciertos hechos concernientes a los seres espirituales y a la vida que llevan:
A. Los que trabajan en el mundo espiritual parecen estar muy ocupados.
B. Los espíritus, cuando regresan a la esfera mortal, pueden pararse en el aire por encima del suelo.
C. Aparentemente, los espíritus mantienen las mismas características que tuvieron en la mortalidad: forma, altura, peso, peinado, barba, gestos, etc.
Aunque muchos en el paraíso son asignados a predicar el evangelio en la prisión espiritual de acuerdo con áreas misionales, otros han sido llamados a trabajar específicamente entre sus propios parientes muertos.
La muerte no cambia la actitud hacia el evangelio. Los seres espirituales continuarán buscando, ignorando o rechazando a la Iglesia y sus enseñanzas tal como lo hicieron en la tierra.
Hay evidencias de que quienes no realizan sus propias ordenanzas en la tierra pierden su derecho a ellas cuando mueren. La realización de estas ordenanzas vicarias por quienes demoraron su oportunidad mientras vivían no los beneficiará. Tales obras sólo benefician a quienes no conocieron el evangelio o a quienes realmente no tuvieron la oportunidad de entrar a los templos cuando estuvieron en la tierra.
Los que escuchan el evangelio por primera vez en el mundo espiritual y lo aceptan, son candidatos al reino celestial. Los que lo escuchan y lo aceptan allí, después de haberlo rechazado en la tierra, se cree que están limitados al reino terrestre.
El Señor juzgará a los hombres de acuerdo con sus obras y deseos.
Los que hubieran recibido el evangelio en la tierra si lo hubieran conocido, podrán ganar el reino celestial.
Los espíritus justos en la prisión buscan que sean realizadas las ordenanzas necesarias por ellos en la tierra. A veces pueden comunicar sus necesidades a los mortales e impulsarlos a recoger datos genealógicos y realizar la obra en el templo.
Los seres espirituales conocen la ubicación de sus registros en la tierra.
Los espíritus en prisión saben cuando se realiza la obra vicaria por ellos. Ciertos espíritus justos tienen acceso a los registros del templo en la tierra. Hay evidencias de que en el mundo espiritual se realizan ciertas ordenanzas que hacen efectiva la aceptación de la obra vicaria realizada en la tierra. A algunos espíritus se les permite regresar a la tierra y presenciar las ordenanzas realizadas vicariamente en su beneficio.
























