Capítulo 11
Perspectivas proféticas:
Cómo Lehi y Nefi aplicaron
las enseñanzas del sueño de Lehi
Grant Hardy
Grant Hardy era profesor de historia y estudios religiosos en la Universidad de Carolina del Norte en Asheville cuando se publicó este artículo.
Ocasionalmente, en la historia y en las Escrituras tenemos múltiples relatos de testigos presenciales sobre el mismo evento revelador. Estos pueden ayudarnos a comprender la naturaleza de la revelación y la intersección entre lo humano y lo divino que ocurre durante tales momentos. Este fue el caso del sueño de Lehi y la visión de Nefi. Nefi escribió: “Y doy testimonio de que vi las cosas que vio mi padre” (1 Nefi 14:29), aunque su versión presenta algunas diferencias significativas con respecto al relato de su padre. Si bien el testimonio de Nefi ciertamente confirma la experiencia de su padre, de acuerdo con la conocida ley de los testigos (véase Deuteronomio 17:6; 19:15; cf. 2 Nefi 11:3), los puntos en los que sus relatos parecen divergir también pueden ser instructivos.
Podemos comenzar, sin embargo, con otro ejemplo un poco más cercano a nosotros: las últimas páginas de la edición actual de la Perla de Gran Precio. El relato de José de 1839 sobre la visita de Juan el Bautista describe cómo se apareció a José y a Oliver Cowdery el 15 de mayo de 1829, mientras oraban en el bosque, y los ordenó, diciendo: “Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio Aarónico, que posee las llaves del ministerio de ángeles, del evangelio de arrepentimiento y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y esto no será quitado de la tierra hasta que los hijos de Leví vuelvan a ofrecer al Señor una ofrenda en justicia” (José Smith—Historia 1:69; las cursivas indican variaciones entre las citas).
Y luego, en la página siguiente, se encuentra una nota extensa al pie que contiene el relato de Oliver Cowdery de 1834 sobre la misma experiencia visionaria, con algunas diferencias. Según Oliver, las palabras de Juan el Bautista fueron más cercanas a: “Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero este sacerdocio y esta autoridad, que permanecerán sobre la tierra, para que los hijos de Leví puedan aún ofrecer una ofrenda al Señor en justicia”.
Básicamente, los dos relatos están en armonía, pero el de José ofrece más detalles, y al menos hay una variante desconcertante. ¿Permanecería el Sacerdocio Aarónico sobre la tierra hasta que los hijos de Leví ofrecieran una ofrenda? ¿O fue conferido para que los hijos de Leví pudieran reanudar sus antiguas responsabilidades?
Además de la diferencia en la redacción, la experiencia en sí misma parece haber tenido significados distintos para los dos hombres. Para José, el tema principal era la autoridad para bautizar—ese fue el tema de su oración junto con Oliver, y justo después de recibir el sacerdocio fueron al río y se bautizaron mutuamente, tal como Juan lo había mandado. Oliver, en cambio, vio la visitación de Juan como un ejemplo tangible de nueva revelación. Menciona de pasada que tenían preguntas sobre quién tenía autoridad para administrar las ordenanzas del evangelio, pero cuando describe su reacción, todo gira en torno a la certeza religiosa: “¡Fue la voz de un ángel desde la gloria, fue un mensaje del Altísimo!… ¿Dónde había lugar para la duda? En ninguna parte; la incertidumbre había huido, la duda se había hundido para no volver a levantarse, mientras la ficción y el engaño huían para siempre.” Y el siguiente párrafo se extiende bastante sobre cómo el engaño y la falsedad fueron reducidos a la insignificancia por su visión compartida, que trajo seguridad, certeza y verdad.
Entonces, ¿la visita de Juan el Bautista fue más sobre autoridad eclesiástica o sobre certeza religiosa? No es difícil imaginar por qué dos hombres, al reflexionar sobre la misma experiencia, pudieron haberse enfocado en aspectos diferentes. El conflicto dentro de la Iglesia en 1838–39 pudo haber hecho que José fuera particularmente sensible al tema de la autoridad. Por otro lado, podemos notar que esta fue la primera experiencia de Oliver con una visitación angelical, mientras que José ya había visto seres celestiales en múltiples ocasiones anteriormente. Los historiadores suelen dar más credibilidad al relato más temprano entre dos versiones divergentes, pero en este caso los Santos de los Últimos Días han canonizado la versión de José—aunque fue escrita cinco años después que la de Oliver—porque José era el profeta. Pero ¿qué pasaría si dos profetas, con igual autoridad espiritual, ofrecieran cada uno su propia versión de una misma experiencia espiritual? Eso es exactamente lo que encontramos en 1 Nefi y, al igual que con José y Oliver, Lehi y Nefi parecen haber descubierto diferentes significados en su visión compartida. Los asuntos historiográficos son algo más complicados, ya que Nefi es finalmente la fuente tanto de su propia experiencia como de la de su padre (aunque nos dice que está adaptando el registro personal de Lehi; véase 1 Nefi 1:17), pero una lectura cuidadosa puede revelar algunas distinciones interesantes en sus perspectivas proféticas.
El sueño de Lehi: asuntos familiares
En 1 Nefi 8, Lehi relata un sueño reciente a sus hijos, y luego, en el capítulo 10, añade información adicional sobre el destino de los judíos y la venida del Mesías. Nefi, describiéndose a sí mismo como “deseoso también de ver, oír y saber estas cosas” (1 Nefi 10:17), recibió su propia experiencia visionaria mientras meditaba en las palabras de Lehi. Cuando Nefi es llevado a una montaña alta y el Espíritu le pregunta qué desea, él responde: “Deseo ver las cosas que vio mi padre” (1 Nefi 11:3). Su petición le es concedida y, como hemos visto, termina el relato de su visión con la afirmación: “Doy testimonio de que vi las cosas que vio mi padre, y que el ángel del Señor me las hizo saber” (1 Nefi 14:29). El informe de la visión de Nefi es más extenso que el de Lehi (o al menos su recuento lo es—siempre vale la pena suspirar al recordar cuánto se perdió en el libro de Lehi, en las 116 páginas que desaparecieron con Martin Harris), pero vieron la misma imaginería, más o menos. Aun así, parece que percibieron las cosas de manera ligeramente diferente.
Nefi les dice a sus hermanos en cierto momento que “el agua que vio mi padre era inmundicia; y su mente estaba tan absorta en otras cosas que no notó la inmundicia del agua” (1 Nefi 15:27). Aparentemente, incluso los profetas a veces notan solo aquello que están buscando, mientras pasan por alto otros detalles. La observación de Nefi conduce naturalmente a dos preguntas: (1) ¿qué más podría haber pasado por alto Lehi que Nefi luego percibió (o viceversa), y (2) ¿qué tenía tan preocupado a Lehi? Es imposible responder a la primera pregunta sin más información de Lehi y de Nefi, pero el texto actual del Libro de Mormón da algunas indicaciones de lo que estaba en la mente de Lehi en ese momento.
El sueño de Lehi ocurrió justo después del segundo viaje de sus hijos a Jerusalén, cuando trajeron de vuelta a la familia de Ismael y cuando los hermanos mayores casi matan a Nefi en el desierto. Lehi debía de estar muy preocupado por sus dos hijos mayores, y su sueño solo aumentó esa ansiedad. Comienza su relato con la admisión: “He aquí, por motivo de las cosas que he visto, tengo motivo para regocijarme en el Señor a causa de Nefi y también de Sam. … Mas he aquí, Laman y Lemuel, en cuanto a vosotros, temo en gran manera” (1 Nefi 8:3–4; nótese que al inicio de la siguiente oración ya se está dirigiendo directamente a los hijos mayores).
Lehi entonces relata la conocida historia de cómo, en su sueño, vio un gran campo abierto con un árbol hermoso a un lado y un edificio alto y espacioso al otro. En medio, había multitudes de personas intentando llegar al árbol. Muchos no podían ver el camino, y su confusión se intensificó cuando se levantó una niebla de tinieblas. La solución era una barra de hierro que corría a lo largo del sendero, la cual podían asirse y luego seguir hasta el árbol. Numerosas personas lo hicieron, aunque algunas luego se apartaron al ver las burlas de los bien vestidos y altivos habitantes del edificio. Otras personas estaban más interesadas en el edificio desde el principio, pero al intentar llegar a él se perdían o incluso se ahogaban en un río cercano. Cuando Lehi cuenta su sueño a su familia, menciona que Sariah, Nefi y Sam se unieron a él junto al árbol, mientras que Laman y Lemuel ignoraron sus gritos y gestos de ánimo.
Al finalizar la narración de su sueño, la mente de Lehi está en exactamente el mismo lugar donde comenzó: “Y aconteció que después que mi padre hubo hablado todas las palabras de su sueño o visión, que fueron muchas, nos dijo que por motivo de estas cosas que había visto en una visión, temía en gran manera por Laman y Lemuel; sí, temía que fuesen desechados de la presencia del Señor. Y los exhortó entonces con todo el sentimiento de un tierno padre, a que escucharan sus palabras, para que quizás el Señor tuviera misericordia de ellos y no los desechara; sí, mi padre les predicó” (1 Nefi 8:36–37). Aparentemente, Lehi sintió que el mensaje de su sueño era evidente. No ofrece interpretaciones alegóricas ni comentarios universalizantes; en cambio, va directamente a la exhortación, el ruego y la predicación. Para Lehi, el sueño del árbol se trata de su propia familia.
La visión de Nefi: Alegoría y profecía
Nefi deseaba ver y saber por sí mismo las cosas de las que su padre había hablado y, en consecuencia, se le concedió una visión al estilo apocalíptico—completa con un viaje espiritual, un guía angélico y un recorrido por los últimos días—que combinaba hábilmente elementos del sueño de su padre con una visión de eventos futuros, transformando así un drama familiar en una alegoría del Hombre Común (Everyman) y en un esquema de la historia futura del mundo. Es posible que Lehi originalmente haya visto más que solo la visión del árbol; de hecho, 1 Nefi 8 concluye señalando que Lehi “profetizó a ellos [los hermanos de Nefi] de muchas cosas”. Pero sean cuales fueren las explicaciones y profecías adicionales de Lehi, no parece que haya explicado su sueño como una alegoría; Nefi necesita un ángel que le proporcione las claves interpretativas.
Lehi, según el relato de Nefi, había presentado un contraste simple. Dijo que después de haber probado el dulce fruto del árbol, miró a su alrededor buscando a su familia y vio a Sariah, Sam y Nefi. Cuando les hizo señas y les gritó, se unieron a él, pero Laman y Lemuel, que estaban un poco más alejados, no lo hicieron. Nefi, con la guía de un ángel, discierne un significado mayor en los elementos particulares del sueño. En su nueva interpretación alegórica, el árbol representa el “amor de Dios” (particularmente manifestado en Jesús), el edificio grande y espacioso es la “vana imaginación y el orgullo de los hijos de los hombres” (más tarde, los perseguidores de los fieles), y la barra de hierro es la “palabra de Dios” (ejemplificada en la Biblia cristiana aún por escribirse). Las claves alegóricas en 1 Nefi 11–12 se corresponden con visiones de eventos futuros en la historia mundial. Yo las alinearía de la siguiente manera:
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Sueño |
Alegoría |
Eventos futuros |
Versículos |
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Árbol (y fuente) |
Amor de Dios |
Vida de Jesús |
11:21–32 |
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Barra de hierro |
Palabra de Dios |
Biblia y Libro de Mormón |
11:25; 13:38–41 |
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Edificio grande |
Orgullo del mundo |
Perseguidores de los apóstoles; iglesia grande y abominable |
11:34–36; 12:18; 13:4–6 |
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Niebla de tinieblas |
Tentaciones del diablo |
Nieblas literales en la venida de Jesús a las Américas; escrituras perdidas |
12:4–5, 17; 13:26–29 |
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Río (agua sucia) |
Profundidades del infierno |
Guerras entre nefitas y lamanitas; guerras entre naciones gentiles |
12:13–16; 14:16 |
Nefi continúa dando profecías específicas sobre la venida de Jesús a los nefitas, el destino de los descendientes de Lehi en la tierra prometida, la restauración del evangelio y las interacciones entre judíos y gentiles en los últimos días.
Evidentemente, la visión de Nefi es mucho más extensa que el sueño de Lehi, al menos tal como se presenta en las planchas menores, pero en varias ocasiones Nefi informa a sus lectores que ha resumido en gran medida las palabras de Lehi (véase 1 Nefi 8:29, 36–38; 9:1; 10:15). También hay indicios de que Lehi pudo haber visto más de lo que se relata en 1 Nefi 8 y 10. Cuando comenzó su discurso, observó que “por motivo de las cosas que he visto… tengo razón para creer que ellos [Nefi y Sam], y también muchos de su descendencia, serán salvos” (1 Nefi 8:3; énfasis añadido). Ni el capítulo 8 ni el capítulo 10 mencionan explícitamente a los descendientes de Nefi y Sam, pero Lehi parece haber estado al tanto de algunas generaciones justas que vendrían. (Aunque si también fue testigo de que la descendencia de Laman y Lemuel eventualmente destruiría a los descendientes de Nefi, no lo mencionó).
Así que Lehi y Nefi aparentemente vieron más o menos lo mismo, aunque tal vez en contextos ligeramente distintos (es decir, con o sin comentarios angélicos) o con diferentes énfasis (la familia inmediata con algo de profecía vs. significado universal, descendencia y eventos futuros del mundo). Lo más sorprendente, sin embargo, son las distintas maneras en que ambos hombres aplican lo que aprendieron mediante la revelación.
Aplicaciones y comprensiones divergentes
Como señalamos anteriormente, Lehi continúa su relato del sueño con una predicación urgente dirigida a Laman y Lemuel. En palabras de Nefi, estaba “exhortándolos con toda diligencia” (1 Nefi 10:2). Dado que las llamadas y los gritos de Lehi habían logrado que Sam y Nefi llegaran al árbol, es posible que se preguntara si él mismo había tenido parte de culpa en el fracaso de Laman y Lemuel. ¿Podría haberlos llamado con más fuerza o haber gesticulado con mayor énfasis? Probablemente esa sea la razón por la que concluye su relato del sueño con súplicas apasionadas, “exhortándolos con todo el sentimiento de un tierno padre.” Lehi no los ha abandonado (como veremos más adelante en 2 Nefi 1 y 4). Pero Nefi trata a sus hermanos mayores de una manera muy diferente.
Nefi retoma la historia de las interacciones entre hermanos después de regresar de su experiencia visionaria: “Y aconteció que después que yo, Nefi, hube sido arrebatado en el espíritu y vi todas estas cosas, regresé a la tienda de mi padre. Y sucedió que vi a mis hermanos, y discutían entre sí acerca de las cosas que mi padre les había dicho” (1 Nefi 15:1–2). Hubo algunas palabras fuertes sobre inquirir al Señor y la dureza de corazón, pero resulta a veces sorprendente para los lectores modernos que la primera pregunta de los hermanos no fuera sobre el sueño del árbol, sino sobre la descripción que su padre hizo del olivo y de los gentiles, es decir, la información contenida en 1 Nefi 10. Nefi había pasado rápidamente por esos temas, dedicando mucha más atención en su relato editado al sueño de Lehi, pero por alguna razón, los hermanos se interesan principalmente en esas otras profecías. Nefi les ofrece una explicación, junto con referencias escriturales de Isaías, y entonces finalmente están listos para preguntar sobre el sueño.
Sin embargo, lo que Nefi no dice habla casi con la misma fuerza que sus palabras reales: “Y aconteció que volvieron a hablarme, diciendo: ¿Qué quiere decir lo que nuestro padre vio en sueños? ¿Qué quiere decir el árbol que él vio? Y yo les dije: Es una representación del árbol de la vida” (1 Nefi 15:21–22). Luego preguntan por las imágenes de la barra y del río (aparentemente, ya tienen una buena idea de lo que representa el edificio grande y espacioso). Obsérvese que Nefi nunca menciona el “amor de Dios,” un concepto que desempeñó un papel tan destacado en su propia percepción del significado del árbol (1 Nefi 11:17, 22, 25). En lugar de eso, presenta una lectura mucho más dura y juzgadora de la alegoría. En su defensa, podríamos observar que Nefi estaba devastado por su descubrimiento de que sus descendientes serían destruidos por los lamanitas (algo que aparentemente tampoco compartió con sus hermanos): “Estaba agobiado a causa de mis aflicciones, pues consideraba que mis aflicciones eran mayores que todas, por la destrucción de mi pueblo, porque yo había contemplado su caída” (1 Nefi 15:5). Evidentemente, las profecías del futuro eran más sombrías de lo que Lehi le había dado a entender, y eso no le inspira un sentimiento de generosidad hacia sus obstinados y rebeldes hermanos.
Los Santos de los Últimos Días usualmente se refieren a 1 Nefi 8 como el sueño de Lehi sobre el árbol de la vida, pero resulta llamativo (y significativo) que el propio Lehi nunca utilice ese término proveniente del relato del Jardín del Edén. En realidad, es Nefi quien introduce por primera vez esa etiqueta en 1 Nefi 11:25, y la identificación no encaja exactamente. El árbol de Lehi no está en un jardín, no hay un ángel que lo custodie y no confiere vida eterna (según 1 Nefi 8:25–28, es posible comer de su fruto y luego apartarse), pero Nefi recuerda el relato de Génesis sobre un árbol prohibido a los injustos por medio de “una espada encendida que se revolvía por todos lados” (Génesis 3:24). Al explicar a sus hermanos el significado del sueño de su padre, queda claro que los dos profetas interpretaron las mismas imágenes de manera algo distinta. Nefi generalmente enfatiza las connotaciones de juicio y justicia que podrían asociarse con el “árbol de la vida.” Obsérvese cómo interpreta para ellos el significado del río (y cómo añade más detalles sobre la naturaleza eterna de las consecuencias, lo cual amplía el enfoque familiar del relato de Lehi y las implicaciones históricas de la visión de Nefi):
“Y me dijeron: ¿Qué significa el río de agua que nuestro padre vio?
Y yo les dije que el agua que vio mi padre era inmundicia; y su mente estaba tan absorta en otras cosas que no notó la inmundicia del agua.
Y les dije que era un horrible abismo, que separaba a los inicuos del árbol de la vida, y también de los santos de Dios.
Y les dije que era una representación de aquel horrible infierno, que el ángel me dijo que estaba preparado para los inicuos.
Y les dije que nuestro padre también vio que la justicia de Dios también dividía a los inicuos de los justos; y que su fulgor era como el fulgor de un fuego ardiente, que sube a Dios para siempre jamás, y no tiene fin.” (1 Nefi 15:27–30)
El trabajo reciente de Royal Skousen sobre el texto del Libro de Mormón resalta la conexión entre este pasaje y el árbol de la vida en Génesis. En todas las ediciones impresas del Libro de Mormón, la explicación del ángel en 1 Nefi 12:18 ha leído: “un gran y espantoso abismo los divide, sí, aun la palabra de la justicia del Dios Eterno.” Sin embargo, el manuscrito original tiene claramente “la espada de la justicia del Dios Eterno”, una imagen más evocadora de la “espada encendida” de Génesis 3:24.
Nefi no está exactamente improvisando aquí; parte de su descripción proviene de la narración proporcionada por su guía angélico (véase 1 Nefi 12:16–18). Sin embargo, esta parece ser la primera vez que los hermanos escuchan el sueño de su padre descrito con palabras como infierno, abismo y justicia. Queda abierta la cuestión de si las personas se sienten más motivadas por las promesas de recompensa o por la amenaza del castigo. Quizás depende de cada individuo, pero Nefi claramente siente que el segundo enfoque es el más adecuado para tratar con Laman y Lemuel.
En el relato amable de Lehi, la invitación estaba abierta a todos para venir y participar del fruto del árbol, y lo único que impedía a alguien hacerlo era su incapacidad para encontrar el sendero o su negativa a asirse de la barra de hierro. El agua representaba un peligro, pero parecía ser más una amenaza para quienes intentaban llegar al edificio espacioso (véase 1 Nefi 8:31–33) y, en cualquier caso, la barra de hierro estaba allí para guiar con seguridad a los que vagaban entre la niebla. En cambio, cuando Nefi ofrece su interpretación de la imaginería del sueño, el río se convierte en una barrera puesta para mantener alejados a los inicuos del árbol. Separa con severidad a los ocupantes del edificio espacioso de los santos de Dios, y hay un resplandor asociado con él “como el resplandor de un fuego ardiente.” Lehi estaba preocupado por cómo el edificio podía atraer a las personas para alejarlas del árbol; Nefi, aparentemente, se preocupa de que el árbol pueda atraer a personas desde el edificio que no son dignas de comer de su fruto.
Para Lehi, los inicuos trágicamente rechazan lo que Dios ofrece libremente; Nefi invierte esto y presenta a Dios rechazando a los inicuos. Él detalla para sus hermanos las consecuencias eternas implícitas en la alegoría, cómo aquellas personas cuyas “obras han sido inmundicia… no pueden morar en el reino de Dios,” y cómo “el estado final del alma del hombre es morar en el reino de Dios o ser echado fuera a causa de esa justicia de que he hablado.” Y luego concluye con una advertencia tajante: “Por tanto, los inicuos son desechados de los justos, y también del árbol de la vida, cuyo fruto es el más precioso y el más codiciable entre todos los frutos; sí, y es el mayor de todos los dones de Dios” (1 Nefi 15:33–36).
Por supuesto, Dios es a la vez misericordioso y justo, y algunos profetas pueden enfatizar un aspecto de su carácter mientras otros destacan rasgos diferentes. Lehi habló como un padre preocupado; Nefi, como un hermano menor frustrado y reprensor. Ambos hombres amaban a Laman y Lemuel, y ambos temían que sus dos hermanos terminaran siendo “desechados de la presencia del Señor” (palabras de Lehi en 1 Nefi 8:36), o fueran contados entre aquellos que “si mueren en su iniquidad… deben ser desechados también en cuanto a las cosas que son espirituales, que pertenecen a la rectitud” (expresión de Nefi en 1 Nefi 15:33). Así que Nefi se une a su padre en exhortar—quizás incluso en suplicar—a sus hermanos: “Por tanto, yo, Nefi, los exhorté a que prestaran atención a la palabra del Señor; sí, los exhorté con toda la energía de mi alma, y con toda la facultad que poseía, a que prestaran atención a la palabra de Dios y recordaran guardar sus mandamientos en todas las cosas” (1 Nefi 15:25). ¡Sin embargo, el tono que usan ambos profetas es tan marcadamente distinto! No es de extrañar que la respuesta de Laman y Lemuel haya sido que Nefi les había “declarado cosas duras, más de lo que podemos aguantar” (1 Nefi 16:1).
Perspectivas proféticas
Como se nos recuerda con frecuencia, los profetas no solo son predictores del futuro, sino también portavoces de Dios. Es decir, no solo predicen lo que ha de venir, sino que hablan en nombre de Dios en general y median sus palabras para el pueblo. Ciertamente, adaptan su mensaje a diferentes audiencias en distintos momentos; sin embargo, en este caso, Lehi y Nefi están hablando con las mismas personas—Laman y Lemuel—con apenas días de diferencia. ¿Por qué interpreta Lehi su sueño como una expresión de la misericordia de Dios, mientras que Nefi, quien también comprende la “condescendencia de Dios” implícita en su imaginería, sin embargo explica su significado en términos de juicio divino y la separación entre los inicuos y los justos? Permítanme sugerir algunas posibles respuestas.
Como mencioné al principio, parece que los profetas traen consigo sus propias personalidades, preguntas y preocupaciones a cualquier encuentro con lo divino. De las experiencias visionarias de Lehi y Nefi se desprende que la revelación no consiste simplemente en abrir la mente para ser llenada pasivamente; ellos miran aquí y allá, formulan preguntas, perciben algunos elementos del sueño o visión, mientras que otros pueden escapar a su atención. En este caso particular, uno de los factores cruciales parece ser que Lehi y Nefi tienen relaciones bastante distintas con Laman y Lemuel.
Mientras Lehi estuvo vivo, siempre conservó la esperanza de que sus hijos mayores eventualmente verían la luz (o, en este caso, probarían el fruto). No era ciego ante sus debilidades y errores, pero tampoco se dio por vencido con ellos. Continuó respetando la importancia del orden de nacimiento; cuando la familia subió al barco, lo hicieron en orden, “cada uno según su edad” (1 Nefi 18:6), quizás como una señal para Laman y Lemuel de que su primacía en la familia no se había perdido irremediablemente (acababan de “humillarse nuevamente ante el Señor”; 1 Nefi 18:4). Las bendiciones finales de Lehi también parecen haber sido dadas en orden, del mayor al menor y luego a la siguiente generación (con los hijos de Ismael y Zoram insertados en el lugar de Nefi, entre Sam y José). Incluso en su lecho de muerte, Lehi continúa exhortando a sus hijos a unirse en rectitud: “Y ahora bien, para que mi alma se regocije en vosotros, … levantaos del polvo, hijos míos, y sed varones, y estad resueltos en una mente y en un corazón, unidos en todas las cosas,” y les dice específicamente a Laman y Lemuel: “Si escucháis la voz de Nefi, no pereceréis” (2 Nefi 1:21–28). Los insta a “escoger la vida eterna,” como si todavía fuera una posibilidad real (2 Nefi 2:28).
En este punto de las planchas menores, tendemos a ver la esperanza de Lehi en un cambio de corazón en sus hijos mayores como un pensamiento ilusorio, mientras que vemos a Nefi escribiendo como un hermano menor decepcionado y criticado, no como un “tierno padre.” Años de interacciones desagradables llevaron a Nefi a una visión más dura y de juicio. Mientras Lehi mantenía la esperanza en el arrepentimiento, Nefi tenía una evaluación mucho más realista del estado espiritual de Laman y Lemuel. Estaba frustrado por sus murmuraciones, sus rebeliones, las veces que habían rechazado los ruegos de su padre e incluso habían despreciado livianamente las palabras de un ángel, aunque hubo un momento, poco después de su explicación del sueño de Lehi, en que Nefi nos dice que creía que Laman y Lemuel aún podrían tener una oportunidad: “Y aconteció que se humillaron ante el Señor, a tal grado que me regocijé y tuve grandes esperanzas de ellos, que andarían por los caminos de justicia” (1 Nefi 16:5; aparentemente las severas críticas de Nefi surtieron efecto). Pero cuando lo amenazan nuevamente, poco después de la muerte de Lehi, Nefi los toma en serio y huye con quienes estén dispuestos a seguirlo; de hecho, al igual que con la huida de Lehi de Jerusalén, fue Dios mismo quien advirtió a Nefi que debía irse (véase 2 Nefi 5:5).
Dado que estamos trabajando a partir de un único relato—es decir, la segunda versión de la historia familiar de Nefi, escrita unos treinta o cuarenta años después del sueño de Lehi (véase 2 Nefi 5:28–34)—la cronología historiográfica no es tan clara como lo fue con José Smith, Oliver Cowdery y Juan el Bautista. En aquel ejemplo anterior, la fecha de la visitación angélica fue 1829, y los dos documentos separados fueron redactados en 1834 y 1839. Sabemos quién escribió qué, y tenemos una buena idea de las circunstancias en los tres períodos. Primer Nefi, en cambio, es narrado por un solo autor, y no tenemos mucha información contextual. (Los detalles históricos prácticamente se detienen después de que la familia de Lehi llega a la tierra prometida; después de 1 Nefi 19, lo que tenemos son sermones, profecías y exégesis escritural, pero sabemos casi nada sobre la familia inmediata de Nefi, sus asentamientos y proyectos de construcción, o su reinado como rey).
No obstante, Nefi elige contar la historia con abundantes citas directas. El sueño de Lehi se relata en 1 Nefi 8, en su mayoría con las propias palabras de Lehi, que Nefi probablemente tomó, en cierta medida, del relato en primera persona de Lehi (1 Nefi 1:17). El registro de su propia visión y la conversación posterior con Laman y Lemuel incluye bastante cita directa e incluso diálogo, tal vez recordado un par de décadas después, pero también derivado de una versión escrita anterior. Las historias, incluso las verdaderas, suelen transformarse con el tiempo a medida que se cuentan y reescriben para diferentes audiencias y bajo distintas circunstancias. Por ejemplo, en 1 Nefi 15, la explicación de Nefi sobre la imaginería del sueño a sus hermanos puede leerse en voz alta en tres o cuatro minutos; en mi experiencia, las conversaciones familiares generalmente duran un poco más. Nefi está editando radicalmente, como él mismo nos recuerda con frecuencia (véase 1 Nefi 9:1, 4; 10:15; 14:28; 19:2; 2 Nefi 4:14; 5:33). Además, está escribiendo su versión final—las planchas menores—para beneficio de su posteridad y, como eventualmente se da cuenta, para generaciones muy futuras; es decir, para nosotros. Todo esto puede dificultar la determinación de si las actitudes de Nefi hacia sus hermanos en cada capítulo reflejan sus sentimientos como adolescente o como adulto maduro; sin embargo, ciertamente es posible discernir los contornos de las diferentes perspectivas de Lehi y Nefi sobre Laman y Lemuel.
Lehi hablaba a sus hijos aún vivos, aún redimibles. En cambio, aunque Nefi puede estar informando con precisión conversaciones pasadas, en el momento en que compone este relato en particular, ya sabía que su familia se había dividido irrevocablemente y que ambos bandos habían entrado en guerra, y esa perspectiva puede haber teñido la forma en que cuenta la historia. También pensaba en las necesidades de los lectores futuros. Así, Nefi ofrece un doble significado al explicar los detalles del sueño de su padre: para aquellos de nosotros que aún estamos en posición de escoger la vida y venir a Cristo, incluye su propia percepción del árbol como “el amor de Dios, que se derrama ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres” (1 Nefi 11:22); sin embargo, sus recuerdos de cómo explicó las cosas a sus hermanos enfatizan las consecuencias de rechazar ese amor:
“Y hay un lugar preparado, sí, aun aquel horrible infierno del cual he hablado, y el diablo es su dueño. Por tanto, el estado final del alma del hombre es morar en el reino de Dios o ser echado fuera a causa de esa justicia de la que he hablado. Por tanto, los inicuos son separados de los justos, y también de aquel árbol de la vida, cuyo fruto es el más precioso y el más codiciable entre todos los demás frutos; sí, y es el mayor de todos los dones de Dios. Y así hablé a mis hermanos. Amén.” (1 Nefi 15:35–36)
Al hablar con Laman y Lemuel, este fue un final bastante severo. Los lectores Santos de los Últimos Días tendrán acceso a más información sobre el plan de Dios, tanto en capítulos anteriores como posteriores, pero este pasaje sigue siendo una advertencia ominosa.
Prerrogativa profética
Es una prerrogativa profética, para quienes son llamados por Dios, elegir la mejor manera de expresar las verdades que han recibido mediante revelación: decidir cuándo es apropiado resaltar el carácter abierto de la invitación de Dios a venir a Él y disfrutar de las bendiciones que ha preparado; o cuándo se requiere una voz más severa y de advertencia basada en el juicio. Probablemente ambas sean necesarias en diferentes circunstancias, aunque las personalidades e historias de vida de profetas específicos pueden inclinarlos a adoptar un enfoque más frecuentemente que el otro. Al relatar a Laman y Lemuel lo que esencialmente fue la misma experiencia visionaria, Lehi enfatizó con urgencia las recompensas de la rectitud y la posibilidad de cambio, mientras que Nefi ofreció un severo recordatorio del destino que espera a los inicuos.
De manera similar, en nuestros propios llamamientos como líderes, y especialmente como padres, hay ocasiones en las que lo mejor es mantener la esperanza, ofrecer segundas (y terceras y cuartas) oportunidades y no darse por vencido con los extraviados y los débiles. Sin embargo, también hay situaciones en las que las amonestaciones firmes y la imposición de consecuencias estrictas pueden ser el camino más adecuado. Sin duda, es una bendición que distintos obispos, presidentas de la Sociedad de Socorro o presidentes de misión lleven a sus llamamientos sus propias sensibilidades particulares; algunos podrán tocar el corazón de ciertos miembros, mientras que otro estilo de liderazgo funcionará mejor con otros. De hecho, probablemente sea algo bueno que estos llamamientos se roten con regularidad.
Las madres y los padres también pueden equilibrar los principios de misericordia y justicia de maneras ligeramente distintas, dependiendo del hijo y de las circunstancias (aunque estos dos principios no son, en sí mismos, cuestiones de género—hay muchas madres estrictas y padres compasivos, y viceversa). Encontrar el equilibrio correcto es uno de los grandes desafíos de la vida, uno que requiere que busquemos revelación personal. Afortunadamente, tenemos los ejemplos tanto de Lehi como de Nefi, quienes nos demuestran cómo los profetas pueden extraer las lecciones necesarias de sus encuentros con lo divino. Lehi nos muestra lo que significa expresar amor y preocupación con todo el corazón, mientras que Nefi puede darnos el valor para articular verdades difíciles con valentía. Y, sin embargo, ambos hombres, a pesar de sus diferentes enfoques, hablan por Dios con sinceridad y autoridad.
También vale la pena señalar cómo Nefi, al registrar muchos años después las experiencias tanto de su padre como las suyas propias, no reescribe por completo el relato anterior. Todavía es posible recuperar las palabras originales y la perspectiva de Lehi a partir del registro de Nefi. Esto es significativo porque destaca el proceso mediante el cual fue escrita la historia de Nefi: basada en relatos previos, mostrando comprensión progresiva, y respondiendo a distintas etapas de la vida. (En mi opinión, llegar a ver a Nefi como narrador o autor es un paso crucial para reconocerlo como una persona real e histórica). Más que una discusión abstracta sobre los principios contrapuestos de justicia y misericordia, que solo podría resolverse priorizando uno sobre el otro, 1 Nefi ofrece una narración en la que los valores del evangelio son aplicados por distintos profetas, en diferentes circunstancias, y dentro de distintos tipos de relaciones. Esta perspectiva narrativa—de principios verdaderos en acción—convierte al Libro de Mormón en una fuente rica no solo de verdad, sino también de sabiduría.

























