Capítulo 19
“Llenó mi alma de un gozo
sumamente grande”:
La visión de Lehi sobre la enseñanza y el aprendizaje
Charles Swift
Charles Swift era profesor asociado de escrituras antiguas en la Universidad Brigham Young cuando se publicó este artículo.
Hoy en día se debate mucho sobre la educación, desde preguntas como “¿Cuál es la mejor manera de enseñar?” hasta otras aún más fundamentales: “¿Qué es en sí la educación? ¿Qué significa enseñar, y qué significa aprender?” Este artículo explorará la visión de Lehi del árbol de la vida como un modelo de enseñanza y aprendizaje. Al estudiar esta visión con dicho propósito en mente, analizaré un patrón de iniciación ritualista presente en la visión y cómo se relaciona con la idea de enseñar y aprender como actos experienciales. Un examen minucioso de algunos de los elementos simbólicos de las experiencias iniciáticas dentro de la visión puede ayudarnos a comprender mejor la enseñanza y el aprendizaje que allí ocurren, y aplicar ese entendimiento a la educación contemporánea. Para aplicar este conocimiento, me basaré principalmente en los escritos de Parker Palmer, uno de los académicos más respetados en la actualidad en cuanto a enseñanza y aprendizaje. Su énfasis en los elementos espirituales del enseñar y aprender nos ayudará a comprender las implicaciones que la visión del árbol de la vida podría tener para la educación.
La autora y antropóloga Joan Halifax señala que el enfoque occidental de la enseñanza y el aprendizaje sostiene que “la palabra educación significa ‘ser guiado desde la ignorancia hacia el conocimiento y la sabiduría.’ El aprendizaje se describe en términos de acumulación de hechos.” Sin embargo, existe otra forma de ver la enseñanza y el aprendizaje: la idea de la educación como algo enraizado en la experiencia, particularmente en la experiencia ritual. Como apunta Halifax, existe una “amplia variedad de formas y estilos” de aprendizaje ritual en las culturas que lo practican, pero “el contexto más importante del aprendizaje ocurre en el proceso ritual de iniciación, conocido como ritos de paso.” Ella continúa describiendo tres etapas asociadas con la iniciación, formuladas por Arnold Van Gennep: (1) separación, en la que un individuo se aleja del paisaje social familiar y entra en algo o algún lugar desconocido; (2) “la experiencia del umbral”, en la que el individuo experimenta liminalidad, un tiempo transformador en el que “el mito y la historia se despliegan y donde el amor y la muerte se amplifican para el iniciado”, y “cuando el iniciado aprende a dar testimonio, a estar presente ante todas las dimensiones de la realidad”; y (3) incorporación, “el regreso al mundo cotidiano, un tiempo de sanación, de volverse íntegro nuevamente”, en el que el individuo regresa a la sociedad como una persona cambiada y transformada, lista para aceptar los nuevos deberes o responsabilidades que dicha transformación conlleva. Richard Dilworth Rust, un erudito que escribe sobre el Libro de Mormón como testimonio literario, observa un fenómeno similar en la interacción de Dios con el hombre tal como se describe en el Libro de Mormón: “Muchas de las características de los caminos de Dios tienen que ver con los umbrales—o, para usar una palabra derivada del latín limen, que significa umbral, son liminales.” Como veremos, Lehi participa en dicho proceso de aprendizaje experiencial en su visión del árbol de la vida.
Es esencial para esta discusión recordar que estamos hablando de una experiencia ritual tal como ocurre en una visión o sueño. Si quisiéramos explorar la visión en el contexto de la vida física real de Lehi en ese momento, podríamos argumentar que el rito de separación ocurre cuando él y su familia huyen de Jerusalén y entran en el desierto, que la experiencia del umbral es la visión misma, y que la incorporación ocurre cuando regresa de la visión e intenta sanar espiritualmente a su familia. Sin embargo, dado que estamos discutiendo este ritual de iniciación como experimentado dentro de una visión o sueño, debemos recordar que cada etapa—separación, experiencia del umbral e incorporación—ocurre a través del papel de Lehi como receptor de la visión. Si, por ejemplo, afirmáramos que Lehi nunca experimentó realmente la etapa de separación porque, lo más probable, es que se encontraba con su familia en su campamento mientras tenía la visión, perderíamos de vista que esta discusión trata sobre lo que ocurre simbólicamente en la visión, no en el mundo físico.
La etapa de separación de Lehi
La etapa de separación de Lehi ocurre al inicio de la visión, cuando se aleja del mundo conocido y queda separado, encontrándose en un desierto oscuro y lúgubre. Aquí, Lehi se enfrenta con “lo desconocido, lo incierto”. Se ve confrontado con aquello que no comprende y, eventualmente, queda solo para encontrar el significado de su experiencia.
El desierto y el hombre con túnica blanca. El Libro de Mormón retrata a Lehi como un padre cariñoso y amoroso. También lo conocemos como un buen esposo, líder y profeta de Dios. Pero también cumple otro papel en el Libro de Mormón del que no se habla con frecuencia: es un maestro ejemplar que constantemente está aprendiendo y enseñando. En su visión del árbol de la vida, es un humilde aprendiz, que escucha al hombre con túnica blanca y lo sigue, y también un maestro valiente, que comparte lo que ha aprendido en vez de guardar el beneficio para sí mismo.
La primera imagen que Lehi ve en su visión es de oscuridad: “Porque he aquí, me parecía ver en mi sueño un desierto oscuro y lúgubre” (1 Nefi 8:4). En un contexto religioso, la oscuridad simboliza “el silencio de la revelación profética” y “el estado de la mente humana no iluminada por la revelación de Dios.” En nuestro contexto de enseñanza y aprendizaje, la oscuridad representa “ignorancia” y “lo desconocido.” Es significativo que no se trate de cualquier lugar oscuro y lúgubre, sino de un desierto. En las Escrituras, tal desierto es un “lugar de prueba espiritual tanto como física,” “cualquier lugar en el que las personas son probadas, examinadas, purificadas mediante pruebas, enseñadas en gracia y preparadas para encontrarse con el Señor.” Dado que Lehi y su familia aún no han emprendido su viaje hacia el Nuevo Mundo, es muy probable que el desierto que ve en su visión sea un desierto literal.
Este desierto oscuro y lúgubre se convierte en una especie de aula para Lehi. En este punto, simbólicamente está solo con la conciencia de su propia ignorancia—de su necesidad de aprender. En su visión, está separado de los demás e iniciando su proceso de iniciación, enfrentándose con lo mucho que no sabe.
Luego, Lehi ve a un hombre vestido con una túnica blanca. Significativamente, en el simbolismo bíblico, el blanco no es lo opuesto al negro sino a la oscuridad, lo que lo convierte en el color simbólicamente perfecto para que lo vista el hombre de la túnica. El color simboliza “pureza, castidad, inocencia, ausencia de mancha, y… paz,” así como también “atemporalidad.” Más que cualquier otro color, el blanco “ha estado asociado con la devoción religiosa desde los días del antiguo Egipto.” La razón por la que el blanco se ha utilizado tanto en la devoción es porque representa “pureza espiritual y castidad de pensamiento.” “Blanca” no es la única palabra en este versículo que tiene importancia simbólica. El término “túnica” también es simbólico, representando un “carácter piadoso, recto,” y una túnica blanca puede simbolizar “inocencia, virtud.” El hecho de que el guía de Lehi aparezca vestido con una túnica blanca es de gran importancia simbólica.
El hombre con túnica blanca puede ser símbolo de varias cosas. Puede ser visto como una representación del Espíritu Santo, en tanto actúa como guía para el profeta. Puede considerarse también un tipo de Cristo, ya que lo redime del mundo caído, oscuro y lúgubre llevándolo a un lugar que ofrece salvación. Y aún hay otro individuo al que representa el hombre con túnica blanca: el maestro. “Lo más importante que puede hacer un maestro,” escribe el élder Gene R. Cook, “es ayudar al alumno a sentir el Espíritu del Señor. Si el Espíritu está presente, se producirá una enseñanza y aprendizaje verdaderos, y las vidas comenzarán a cambiar.” A menudo, el papel del maestro es hablar, enseñar mediante palabras, pero a veces ese papel requiere muy pocas palabras. Sin importar si el hombre con túnica blanca habló mucho o poco, lo que hizo fue el acto de un gran maestro. Fue un guía para Lehi y, como escribe el profesor de BYU (y actual presidente general de la Escuela Dominical) Russell T. Osguthorpe, para ser “un guía eficaz se deben poseer dos atributos: (1) conocimiento del terreno, y (2) conocimiento del viajero.” No simplemente le dijo a Lehi a dónde debía ir, ni fue en su lugar, sino que lo guió al lugar donde necesitaba estar. El hecho de que supiera a dónde debía ir Lehi implica que tenía “conocimiento del viajero” y no solo del terreno.
De manera contraintuitiva, este maestro con túnica blanca no libra a Lehi del desierto oscuro y lúgubre para llevarlo a un campo abierto; después de seguir al hombre, Lehi se encuentra en “un yermo oscuro y desolado.” En efecto, el hombre no lleva a Lehi a donde probablemente él querría ir, sino al lugar donde el profeta necesitaba estar para continuar su jornada.
Los maestros que guían a sus alumnos desarrollan la confianza necesaria para que ocurra una enseñanza y un aprendizaje verdaderos. “Dado que nuestro guía nos acompaña en nuestro viaje, desarrollamos una confianza mutua que siempre surge cuando estamos buscando la verdad. Nuestro guía no está allí para dispensar la verdad, sino para mostrarnos el camino para encontrarla—sabiendo desde el principio que, como la verdad es íntima, cada uno de nosotros la conocerá a su manera.” Si aceptamos el hecho de que es el Espíritu quien enseña, entonces una parte importante del trabajo del guía es llevarnos a un punto donde podamos ser enseñados por el Espíritu, quien nos ayudará a conocer a nuestra manera. Como enseña el élder Cook: “Sospecho que a veces pensamos que si no transmitimos toda la información que tenemos sobre un tema, aquellos a quienes enseñamos no aprenderán lo que necesitan saber. Pero yo sugeriría una perspectiva diferente. A medida que desarrollemos mayor confianza en el Señor, sabremos que si logramos llevar el Espíritu a una situación de enseñanza, ese Espíritu ayudará a la otra persona a aprender y a conocer lo que es más esencial.”
El hombre de la túnica blanca enseñó más a Lehi al enseñar menos. Hasta donde sabemos, no le dio un discurso a Lehi sobre el Salvador, ni siquiera le habló sobre el símbolo del árbol de la vida. De hecho, ni siquiera lo llevó hasta el árbol. Simplemente ayudó a Lehi a llegar a un punto, como estudiante, en el que pudiera hacer lo que necesitaba hacer para aprender. Lo que Lehi está por aprender en esta visión es el núcleo mismo de lo que necesita saber—es la única verdad mediante la cual comprenderá el universo. Es el evangelio de Jesucristo en su forma más simple y sublime: el Salvador, su expiación y la vida que debemos llevar para venir a Él.
Soledad. Ya que no se vuelve a mencionar al hombre con túnica blanca, es razonable concluir que Lehi viajó muchas horas en la oscuridad solo y que está solo cuando comienza a orar. El hombre con túnica blanca no abandona a su alumno, sino que deliberadamente lo deja en soledad—un estado que es significativo para el aprendizaje. Esta escena de la visión de Lehi no es una ocurrencia aleatoria sin importancia. “Los viajes escriturales suelen simbolizar la jornada terrenal del hombre desde su nacimiento a través de los desiertos espirituales de un mundo caído (véase Ether 6:4–7 para la alegoría oceánica del viaje del hombre; véase también 1 Nefi 8 para el sendero que conduce al árbol de la vida).” La imagen del “vagabundo solitario perdido en la oscuridad” es la más común que “atormenta a los primeros poetas árabes” y “es la pesadilla estándar del árabe.” De hecho, “es el mayor orgullo de todo poeta afirmar que ha viajado grandes distancias a través de páramos oscuros y lúgubres completamente solo.” Es claro por qué esta experiencia en el desierto oscuro, en soledad, sería suficiente para hacer que Lehi se volviera al Señor en oración.
El hecho de que Lehi se encuentre varias horas en soledad dentro de su visión contribuye significativamente a este rito de separación. Esta experiencia puede contribuir en gran medida al aprendizaje; como señala Parker Palmer: “Si el conocimiento nos permite recibir el mundo tal como es, la soledad nos permite recibirnos a nosotros mismos tal como somos. Si el silencio nos da conocimiento del mundo, la soledad nos da conocimiento de nosotros mismos.”
Esta imagen de Lehi viajando solo durante muchas horas plantea varias preguntas: ¿Por qué se fue el hombre de la túnica blanca—o fue Lehi quien se apartó de él? ¿Por qué viajó Lehi en la oscuridad por tanto tiempo? ¿Qué hizo Lehi durante todas esas horas? La respuesta a cada una de estas preguntas puede hallarse en el significado de tal peregrinación. Este viaje, descrito en apenas trece palabras, sirve como preparación necesaria para su oración. “El propósito de requerir que las personas emprendan los viajes en el Libro de Mormón es hacer posible que tengan experiencias que los lleven a sus extremos, punto en el cual descubren el poder liberador de Dios.” La experiencia de Lehi en el yermo oscuro lo ayuda a prepararse no solo para su oración sino, en última instancia, para su llegada al árbol de la vida.
La etapa de experiencia del umbral de Lehi
La etapa del umbral de Lehi, cuando atraviesa una experiencia liminal que lo transforma, ocurre cuando él participa del fruto del árbol de la vida. Si recordamos lo que aprendemos de la visión de Nefi acerca de lo que Lehi vio, este es sin duda un momento en el que Lehi presencia cómo “el mito y la historia se despliegan” y cómo “el amor y la muerte se intensifican” mediante su participación del fruto y su testimonio de la vida y muerte del Hijo de Dios (véase 1 Nefi 10:11). Durante esta etapa, el profeta “aprende a dar testimonio, a estar presente en todas las dimensiones de la realidad”, representadas en los siguientes principios simbólicos incorporados en el sueño.
El árbol de la vida. Lehi ve el árbol de la vida, “cuyo fruto era deseable para hacer feliz al hombre” (1 Nefi 8:10). El árbol es un arquetipo significativo en la literatura y la cultura. “La sacralidad de los árboles y las plantas está tan firmemente y profundamente arraigada en casi todas las fases y aspectos del fenómeno religioso y mágico-religioso que se ha convertido en una característica integral y recurrente de una forma u otra en todo momento y en la mayoría de los estados culturales, desde el Árbol de la Vida hasta el mástil del mes de mayo.” El árbol ha desempeñado un papel simbólico importante en muchas culturas del mundo.
Podemos ver otra dimensión del significado del árbol de la vida al observar parte de la visión que experimentó Nefi cuando deseó ver lo que su padre había visto. Cuando Nefi se pregunta sobre el significado del árbol de la vida, inmediatamente se le muestra a María y el nacimiento del Hijo de Dios (véase 1 Nefi 11:9–22). Nefi entiende por lo que ve que el árbol representa el amor de Dios, pero también es evidente que el amor de Dios se personifica en el Salvador. “Necesitamos leer esto en conexión con otras declaraciones hechas por los profetas, por ejemplo: ‘Dios es amor; y el que permanece en amor permanece en Dios, y Dios en él’ (1 Juan 4:16). Es decir, ‘el amor de Dios’ del que habla Nefi se relaciona directamente con Jesucristo, el gran ejemplo de amor, y por lo tanto podemos pensar en el árbol como un símbolo del Salvador.”
Verdad. Comprender el árbol de la vida como símbolo del Señor es crucial para comprender la idea de enseñanza y aprendizaje en un contexto ritual que puede transmitirse a través de esta visión. El Salvador es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6), y la educación es la búsqueda de la verdad. Si el Salvador es la verdad, y el árbol de la vida es un símbolo del Salvador, entonces el árbol de la vida también puede ser un símbolo de la verdad. La manera en que Lehi interactúa con el árbol de la vida nos enseña cómo enseñar y aprender—cómo relacionarnos con la verdad. Llegamos a conocer al Salvador como verdad no al objetivarlo, sino al entrar en una relación con Él. Lehi no objetivó el árbol de la vida, sino que entró en una relación con él—primero viéndolo y admirando su fruto, y luego participando de ese fruto. Es fácil familiarizarse tanto con la visión del árbol de la vida y con lo que una persona haría “en la vida real” al encontrarse con un árbol que da un fruto atractivo, que asumimos que lo que sucedió en la visión es lo único que podría haber sucedido. Sin embargo, el punto es que esta es una visión—no es la vida real. Podemos comer un fruto porque tenemos hambre o porque se ve delicioso; por lo general, ese acto no tiene un significado más profundo. Pero en una visión llena de simbolismo, debemos preguntarnos si incluso los actos más comunes están destinados a enseñarnos algo más profundo. Considerar lo que pudo haber pasado ilumina la importancia de lo que sí pasó. Lehi no convierte al árbol en objeto de su estudio analítico. No le arranca una hoja o un pedazo de fruto para diseccionarlo. No saca un cuchillo para raspar la corteza y estudiar qué hay debajo. Tampoco corta el árbol para construir algo con él. Habría sido una historia interesante y altamente simbólica si Lehi hubiera convertido el árbol en un altar sobre el cual ofrecer sacrificios a Dios. O podría haber usado la madera del árbol en la construcción del barco en el que él y su familia navegarían hacia la tierra prometida. Tal vez el árbol podría haber permanecido intacto como el mástil del barco. En cada uno de estos escenarios, Lehi habría objetivado el árbol. En cambio, él se convierte en uno con él—tal como nosotros hemos de convertirnos en uno con el Señor y no intentar objetivarlo.
Si queremos aprender sobre el aprendizaje a partir de la visión del árbol de la vida, debemos apreciar la naturaleza personal de la experiencia que Lehi tuvo con él. Lehi tuvo una experiencia profunda e íntima con la verdad, y esto llenó su alma de gozo. Fue un momento paradójico de soledad (ni siquiera su esposa ni sus hijos estaban presentes) y de comunión suprema. Así como en el mundo físico las personas entablan una especie de relación con su alimento al participar de él, Lehi entra en una relación con el árbol y su fruto cuando participa del fruto. El fruto, y por extensión el árbol, se convierten en parte de Lehi. Espiritualmente hablando, este acto ayuda a Lehi y al Señor a volverse uno solo. El acto de Lehi de participar del árbol de la vida se convierte en una especie de acto sacramental—el sacramento siendo la experiencia suprema de participar de un alimento y llegar a ser uno: “El que come mi carne y bebe mi sangre”, dijo el Salvador, “permanece en mí, y yo en él” (Juan 6:56).
Palmer nos ofrece un enfoque de la educación que es de naturaleza espiritual: “Enseñar es crear un espacio en el cual se practique la obediencia a la verdad.” Enseñar y aprender implican una relación—una relación de convenio. Palmer explica que la palabra inglesa truth (verdad) proviene de una raíz germánica que también nos da la palabra troth (lealtad, fidelidad). Cuando uno promete su troth (como al comprometerse en matrimonio, betrothed), entra en una relación de convenio basada en la confianza y la fe mutuas: “El conocimiento veraz une al conocedor con lo conocido.” Aunque esta relación con la verdad puede tener sentido para una persona religiosa que ve al Salvador como la verdad, no se limita a esa perspectiva. La relación suprema es con la verdad suprema, naturalmente, pero enseñar y aprender se trata de relaciones con la verdad en todos los niveles. Tales relaciones crecen y se desarrollan de forma natural; no se pueden forzar.
La etapa de incorporación de Lehi
La etapa de incorporación de Lehi, en la que ocurre el “regreso al mundo cotidiano”, comienza cuando Lehi ve a su familia e invita a que participen del fruto. Este es un “tiempo de sanación, de volverse íntegro nuevamente.” Ya no está separado, sino que una vez más forma parte de la sociedad de su familia.
Después de participar del fruto, Lehi ve a su familia y les pide que vengan a él y participen también del fruto. Los miembros justos de su familia—Sariah, Nefi y Sam—vienen y participan, mientras que Lamán y Lemuel, sus hijos rebeldes, no lo hacen. Cuando Lehi invita a su familia a participar del fruto, está entrando en la etapa de incorporación de su iniciación. Está regresando a la sociedad como una persona transformada. Es importante recordar, como mencioné antes, que estamos hablando de una visión y que él regresa a la sociedad dentro del contexto de su visión. No está regresando a la sociedad del mundo árabe en el que su familia vivía históricamente; está regresando, dentro de su visión, a la sociedad de su familia después de la etapa de separación, tras haber seguido al hombre con túnica blanca y haber estado solo durante varias horas. Lehi aún continúa su jornada, pero esta jornada ha cambiado significativamente. Ha pasado de ser un aprendiz a ser un maestro/aprendiz. Enseña a su familia al invitarlos a participar del fruto, pero continúa aprendiendo al observar quién de su familia acepta su invitación y quién la rechaza.
Uno de los aspectos más sorprendentes del llamado de Lehi a su familia es lo poco que dice. Según el registro que tenemos, Lehi simplemente invitó a su familia a venir y participar del fruto. Es posible que les haya dicho que era más deseable que cualquier otro fruto, o tal vez esa fue simplemente su forma de describirlo repetidamente en su relato. En cualquier caso, dice muy poco, invitando pero sin exigir ni imponer. “No podía ni querría forzarlos.” No describe el árbol, ni explica por qué el fruto es tan bueno—simplemente les pide que vengan y lo prueben. Curiosamente, esta es también la forma en que el hombre con túnica blanca enseñó a Lehi: no hubo sermón; simplemente le pidió a Lehi que lo siguiera. Lehi permite que su familia entre en una relación con el árbol de la vida en lugar de convertirse él mismo en la puerta obligatoria por la cual deban pasar para obtener lo que él ha obtenido.
Esta es una señal de un buen maestro. Lehi no se convierte en el objeto de lo que debe aprenderse, ni atrae la atención hacia sí mismo en lugar de hacia el tema. Es cierto que invita a su familia a venir a él—pero no para escucharlo, sino para participar del fruto. Él está parado justo al lado del árbol (hasta donde sabemos), pero lo que desea es que el fruto entre en aquellos a quienes ama, no sus palabras ni sus observaciones. Palmer habla de esta diferencia. En una cultura académica que plantea el debate entre centrarse en el maestro o en el alumno, él aboga por centrarse en el tema, tal como hizo Lehi. “La pasión por el tema impulsa ese tema”, escribe, “no al maestro, al centro del círculo de aprendizaje—y cuando una gran cosa está en medio de ellos, los estudiantes tienen acceso directo a la energía del aprendizaje y de la vida.” El asunto aquí no es qué técnica se utiliza, sino cómo ve el maestro el acto de enseñar. Un maestro centrado en sí mismo aún puede dividir a la clase en grupos, así como un maestro centrado en el alumno puede dar una conferencia. Un maestro centrado en el tema, sin embargo, se enfocará en cómo ayudar a los estudiantes a reunirse en torno al tema y aprender, permitiendo que la mejor técnica para cada momento fluya a partir del tema. Tal maestro enseñará con una exposición cuando eso sea lo que mejor ayude a todos a aprender del tema, y usará trabajo en grupo cuando eso sea lo más adecuado.
Esto marca el final de la etapa de incorporación de Lehi. Ha regresado a la sociedad de su familia. Es un tiempo de integración, ya que la familia está reunida de nuevo, y un tiempo de sanación, ya que algunos miembros de su familia participan del fruto. Sin embargo, no está exento de dolor, ya que Lamán y Lemuel se niegan a participar. Lehi es una persona transformada debido a su experiencia liminal al participar del fruto, y está preparado para vivir su vida en armonía con esa experiencia. No obstante, el sueño no termina con la transformación personal de Lehi. En cambio, el sueño ahora revela el mismo patrón, pero a una escala mayor, donde en lugar de ser solo Lehi, ahora es todo hombre quien pasará por el mismo patrón.
Transición
Los siguientes dos versículos de la visión (1 Nefi 8:19–20) constituyen lo que considero una transición. Aunque existen distintas formas de ver esta parte de la visión, yo la interpreto como el punto entre el final de la etapa de incorporación de Lehi y el comienzo de la etapa de separación de las multitudes. Estos versículos de transición introducen dos elementos clave de la visión: la barra de hierro y el sendero. Ambos se convierten en componentes significativos de la etapa de separación para las multitudes.
La barra de hierro. Después de su experiencia con su familia, Lehi ve la barra de hierro que “se extendía a lo largo de la orilla del río” y “conducía al árbol junto al cual yo estaba” (1 Nefi 8:19). Esta barra es un símbolo importante en la visión y puede tener diferentes interpretaciones. Incluso la interpretación de Nefi, de que la barra de hierro representa la palabra de Dios (véase 1 Nefi 15:23–24), puede entenderse en varios niveles. En su nivel más evidente, la barra de hierro representa las Escrituras y otras palabras provenientes de Dios: “La barra de hierro es una representación de la ‘palabra de Dios’ (1 Nefi 15:23–24). Durante la era milenaria, Jesús gobernará las naciones con vara de hierro, o con la palabra de Dios (Apocalipsis 19:15).” Sin embargo, creo que una interpretación más significativa de la barra de hierro es que es un símbolo de Cristo mismo, quien es el Verbo de Dios (véase Juan 1:1–5). Es significativo que Nefi entienda que la barra de hierro es la palabra de Dios cuando observa, en visión, al Señor en su ministerio terrenal (véase 1 Nefi 11:24–25).
Dado que la barra de hierro es uno de los símbolos más frecuentes y fáciles de recordar en la visión de Lehi, es fácil olvidar que él no había visto ninguna barra hasta mucho después en su visión. Lehi sigue al hombre con túnica blanca, vaga por el desierto, ve el campo, se acerca al árbol, participa del fruto, ve a su familia, los invita a participar y observa cómo algunos de ellos participan mientras otros no—todo esto sin haber visto la barra de hierro en la visión. No es sino hasta que salimos de la etapa de incorporación de Lehi y avanzamos hacia la etapa de separación de las multitudes que Lehi ve la barra. Este hecho tiene sentido si usamos el paradigma ritual para estudiar la visión. Lehi no necesita la barra de hierro en las etapas de separación y umbral porque está confiando directamente en el Señor. Ora al Señor después de haber viajado solo en la oscuridad durante muchas horas (véase 1 Nefi 8:8) durante la separación, y se comunica con el Señor cuando participa del fruto del árbol de la vida en la experiencia del umbral. Y, en su etapa de incorporación, su familia tiene la palabra de Dios cuando él, el profeta, los llama a participar del fruto. La palabra profética es, después de todo, la palabra de Dios.
La barra de hierro es necesaria en este punto muy específico para preparar la etapa de separación de las multitudes, cuando la sociedad en general, representada por las diversas multitudes que aparecen, pasa a formar parte de la visión de Lehi. La barra de hierro es una de las cosas que Lehi trae consigo de la etapa del umbral de su iniciación—no la barra de hierro como tal, sino la idea de la palabra de Dios que está representada por la barra. Lehi interactúa con el hombre con túnica blanca y con su familia, pero nunca con la sociedad más amplia representada por las multitudes. Esta sociedad más amplia, entonces, tendrá la palabra de Dios en su mundo en virtud de la barra de hierro.
Si vemos la barra de hierro como representación del Salvador como el Verbo de Dios, aferrarse a la barra no solo significa estudiar las Escrituras sino también entrar en una relación significativa con el Salvador y permitir que Él sea nuestro guía a lo largo de la vida. Nos aferramos a la barra, y, en cierto sentido, la barra se aferra a nosotros, protegiéndonos y guiándonos. Palmer habla de este fenómeno: “Desde esta perspectiva, no solo busco la verdad, sino que la verdad me busca a mí. No solo comprendo la verdad, sino que la verdad me comprende a mí. No solo conozco la verdad, sino que la verdad me conoce a mí. En última instancia, no domino la verdad, sino que la verdad me domina a mí. Aquí, el movimiento unidireccional del objetivismo, en el que el conocedor activo persigue al objeto inerte del conocimiento, se convierte en el movimiento bidireccional de personas que se buscan mutuamente. Aquí, conocemos como también somos conocidos.”
Por medio de nuestro aferramiento a la barra de hierro, podemos conocer así como somos conocidos. Es una relación con el Señor lo que nos lleva al árbol de la vida, no la mera lectura o audición de palabras. Por supuesto, estudiar las Escrituras es parte de esa relación, al igual que participar de las ordenanzas y hacer convenios. De hecho, estos elementos constituyen una gran parte de cómo llegamos a conocerlo. Ver la barra de hierro como símbolo del Salvador incluye todo lo que implicaría verla como la palabra de Dios, y mucho más. Lo que se ha escrito sobre la barra de hierro podría aplicarse igualmente a vivir una vida en la que seguimos al Salvador: “Siguió cada vuelta, guió sobre cada piedra de tropiezo y señaló alrededor de cada precipicio del río mortal. Condujo con fuerza segura y duradera a través del campo espacioso hasta el árbol.” Pero es importante recordar que los símbolos a menudo representan diferentes ideas que no son mutuamente excluyentes. Muchos tienden a hacer una lista de cada símbolo en el sueño y lo que representa, como si estuvieran haciendo una lista de fórmulas matemáticas. Sin embargo, el simbolismo rara vez funciona de esa manera. A menudo, los símbolos pueden tener múltiples interpretaciones. Así, la barra de hierro podría representar al Salvador, y el árbol de la vida podría representar su expiación. O la barra podría representar los mandamientos de Dios, y el árbol de la vida, al Salvador. Existen otras interpretaciones también, y todas pueden ser correctas mientras estén en armonía con la doctrina y respaldadas por el texto. Al decir que la barra de hierro simboliza al Salvador, no estoy diciendo que no simbolice la palabra de Dios como Escritura o como guía por medio del Espíritu Santo. El símbolo simplemente no se limita a la única interpretación de la barra como la palabra escrita o hablada de Dios.
A medida que consideramos la barra de hierro como un símbolo del Salvador, podemos aceptar el mensaje de la visión como una inclusión de su papel a lo largo de nuestras vidas. Él no es simplemente el árbol—el producto final de nuestro viaje por la vida. No se requiere que avancemos por los peligros del sendero con solo las Escrituras a nuestro lado. En cambio, el Señor puede estar con nosotros durante toda nuestra vida; podemos depender de Él y de todo lo que tiene para ofrecernos—la gracia, la expiación, su guía personal, el Espíritu Santo, nuestro conocimiento del Padre, los mandamientos, las Escrituras, los convenios, las ordenanzas—para ayudarnos a regresar a Él y participar del fruto de la vida eterna. Así como el fruto es “deseable más que todo otro fruto” (1 Nefi 8:12), también lo es la vida eterna “el mayor de todos los dones de Dios” (D. y C. 14:7).
Jesucristo, como hemos visto, es la Verdad. Si la barra de hierro simboliza al Salvador, entonces aferrarse a la barra puede significar establecer una relación con el Salvador. Y establecer una relación con Él es relacionarse con la Verdad. Si la verdadera educación es “crear un espacio en el que se practique la obediencia a la verdad”, entonces la visión del árbol de la vida es la educación suprema porque es la imagen de practicar la obediencia a la Verdad suprema—el Salvador. La verdad está presente en toda la visión, tanto como el árbol de la vida como en la barra de hierro. Entrar en una relación de amor con el Salvador requiere obediencia: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Obedecer no significa “una adhesión servil a la autoridad, sino una escucha atenta y una respuesta dentro de una conversación entre seres libres”. El Señor no nos pide una obediencia ciega sino una obediencia visionaria. Lo seguimos porque vemos quién es, lo amamos y queremos ser como Él.
Este tipo de obediencia es clave para enseñar y aprender. Requiere humildad y disposición para someternos a otro—un maestro, un estudiante, una materia, una verdad, la Verdad. La visión del árbol de la vida es la experiencia educativa por excelencia. Nos enseña cómo llegar a toda verdad al mostrarnos cómo llegar a la Verdad. Nos enseña cómo aprender cálculo, literatura o historia al someternos a la verdad que hay en ellos, mostrándonos cómo aprender mediante la sumisión al Salvador.
El sendero. Además de ver la barra de hierro, Lehi también ve un sendero que conduce al árbol. Un sendero puede representar “vida, experiencia, aprendizaje”. Hay un elemento de elección involucrado en un sendero, ya que usualmente se asume que es “la ruta o el camino que una persona elige recorrer. Su elección puede ser el transitar por ‘el camino de los impíos’ (Proverbios 4:14), que es el camino de las tinieblas; o puede elegir andar por ‘el camino de los justos’, que es ‘como la luz de la aurora’ (Proverbios 4:18–19)”. Los senderos forman parte del mundo tipológico en las Escrituras y en la literatura secular. Como señala el crítico literario Northrop Frye, el “uso humano del mundo inorgánico incluye la carretera o el camino tanto como la ciudad con sus calles, y la metáfora del ‘camino’ es inseparable de toda literatura de búsqueda, ya sea explícitamente cristiana como en El progreso del peregrino o no”. Aunque muchos no tienen éxito, las personas en el sendero en el sueño de Lehi están en una búsqueda del árbol de la vida.
Esta combinación del árbol de la vida y el sendero también es arquetípicamente significativa. Como observa el historiador y filósofo Mircea Eliade, el centro es la “zona de lo sagrado”, y “el camino que lleva al centro es un ‘camino difícil’”. De manera similar, el árbol de la vida está en el centro del sueño de Lehi, si no geográficamente, entonces sin duda temática y simbólicamente. Y el camino que lleva a ese árbol se hace más difícil, incluso peligroso, a causa de las nieblas de tinieblas. Según Eliade, hay una razón por la cual el camino es difícil: “El camino es arduo, lleno de peligros, porque es, de hecho, un rito de paso de lo profano a lo sagrado, … del hombre a la divinidad. Alcanzar el centro equivale a una consagración, una iniciación; la existencia profana e ilusoria de ayer da lugar a una nueva, a una vida que es real, duradera y eficaz”. El sendero es importante en este movimiento hacia la etapa de separación de las multitudes porque actúa como parte de este “rito de paso de lo profano a lo sagrado”. Aunque el sendero no fue parte del acercamiento de Lehi al árbol de la vida, ni lo fue para su familia, es el medio por el cual las multitudes intentarán progresar hacia el árbol. Es la forma en que las multitudes pueden alcanzar el centro de esta visión.
El Ritual de Iniciación de las Multitudes
Aunque podría argumentarse que las multitudes forman parte de la sociedad general a la que Lehi regresa como parte de su etapa de incorporación, yo considero que no forman parte de esa etapa para Lehi porque no interactúan con él. Él no regresa a ellas como lo hace con su familia; no se reincorpora a su sociedad. Las ve desde la distancia y observa lo que hacen y lo que les sucede, pero las multitudes son una parte nueva de la visión y tienen su propio rito de iniciación.
Las multitudes de personas. Lehi vio a muchas personas que comenzaron en el sendero. El mero acto de comenzar el viaje por el sendero fue una señal de la disposición de las personas a seguir a Dios hasta cierto punto. Más adelante en la visión habrá personas que ni siquiera intentan seguir el sendero, pero quienes sí lo intentan tienen algún deseo de seguirlo, aunque sea por un corto periodo. El sendero se convierte también en un símbolo de la dependencia del Señor. Según el erudito del Libro de Mormón Hugh Nibley, Nefi generalmente ve el viaje en el desierto como “la imagen más poderosa de la dependencia del hombre en Dios”. Las personas que eligen seguir el sendero reconocen que ese es el camino hacia el árbol de la vida, que deben depender del sendero que el Señor ha establecido si desean participar del fruto.
Estas personas que inician el camino son importantes para el simbolismo de la visión. “Los elementos de errar, liberación y venir a Cristo están todos en el complejo de simbolismo del árbol de la vida.” Es especialmente claro más adelante en el Libro de Mormón que los nefitas se ven a sí mismos como peregrinos, buscando la tierra prometida que está más allá de esta vida. En esta visión, el árbol de la vida es la tierra prometida, y quienes la buscan se convierten en peregrinos en una búsqueda religiosa. Desde una perspectiva simbólica, no era necesario que Lehi viera multitudes de personas. Podría haber visto a una sola persona en cada situación, y eso habría sido suficiente para transmitir el significado particular. Sin embargo, usar la imagen de grandes cantidades de personas añade al menos dos dimensiones al símbolo. Primero, refuerza la idea y el sentimiento de que en verdad estamos viendo el mundo, que todos formamos parte de esta visión de una u otra manera (véase 1 Nefi 8:20), que se aplica a nosotros. Y segundo, lo que está ocurriendo en este punto de la visión es una actividad comunitaria. No es algo que las personas hagan solas.
La enseñanza y el aprendizaje son actos comunitarios. La comunidad puede consistir en la familia en entornos informales, el aula en la educación formal, o la comunidad del lector, el autor y las personas que habitan el texto en el caso de una lectura individual. Como psicolingüista enfocado en la naturaleza de la enseñanza y el aprendizaje, el autor y erudito en educación Frank Smith explica: “El aprendizaje es social más que solitario. Puede resumirse en siete palabras familiares: Aprendemos de la compañía que mantenemos.” Él llama a estos grupos comunitarios de aprendizaje “clubes” y escribe sobre la importancia de estos clubes en nuestros esfuerzos por enseñar y aprender:
A veces pueden ser las organizaciones formales a las que nos unimos y mantenemos la membresía pagando una cuota: los clubes políticos, deportivos o sociales con los que podríamos estar afiliados. Pero los clubes muchas veces son las asociaciones informales a las que pertenecemos simplemente por compartir un interés y un sentido de comunidad—los clubes metafóricos de maestros, padres, estudiantes, lectores de libros, jardineros, corredores o ciclistas—todos los diferentes grupos con los que nos identificamos.
La forma en que nos identificamos está en el centro de todo. No nos unimos a un club, ni permanecemos en él, si no podemos identificarnos con los demás miembros. Nos sentimos incómodos si sentimos que los otros miembros no son del tipo de personas con las que nos vemos a nosotros mismos.
La relación entre el aprendizaje y el ritual, establecida en el sueño de Lehi, se fortalece aún más cuando uno se da cuenta de que, al igual que el aprendizaje, el ritual tiene una función social. El ritual, incluso cuando se practica en soledad, es un evento comunitario. Es la comunidad la que decide el ritual: no solo determina cuáles son los elementos rituales, sino también su significado. El iniciado es separado de la comunidad y, una vez que la iniciación se ha completado, regresa a la comunidad. Sin embargo, como queda claro en el versículo 30, Lehi no solo ve una masa genérica, sino “multitudes”. Aunque la composición de los grupos es homogénea (lo que los hace algo surrealistas), los grupos pueden distinguirse por una o más características que los definen a ellos junto con los demás miembros del grupo específico.
La distinción entre “incontables concilios de personas” y “multitudes” puede encontrarse en la etapa de separación, donde realmente están separados entre sí en tres grupos principales. Todos en el primer grupo hacen exactamente lo mismo: comienzan en el sendero y luego se pierden cuando surge la niebla de oscuridad. Las personas del segundo grupo logran llegar al árbol y participar del fruto, pero luego se apartan a causa de las personas que están en el grande y espacioso edificio. Y, aunque las personas del tercer grupo en realidad comprenden dos subgrupos, cada uno de ellos es homogéneo: el primer subgrupo participa del fruto y permanece fiel, mientras que todos en el segundo subgrupo ni siquiera intentan llegar al árbol y se pierden de diversas maneras. Aunque esto sería poco realista en el mundo físico, en este mundo visionario no hay absolutamente ningún cruce entre grupos.
Al principio, puede parecer sorprendente considerar a estos grupos como comunidades de aprendizaje, ya que no parece que estén organizados con ese propósito. Pero es importante recordar que muchos de los clubes de los que habla Smith tampoco están organizados principalmente con fines de aprendizaje. (Por ejemplo, generalmente se forma un equipo de fútbol para jugar fútbol, no para aprender sobre fútbol—aunque los jugadores naturalmente aprenderán sobre el juego mientras lo practican). La imagen central del aprendizaje en la visión es el árbol de la vida, por lo tanto, es importante ver cómo estas comunidades de aprendizaje se relacionan con esa imagen. La mayoría de los grupos nunca llegan al árbol. De hecho, varios de ellos ni siquiera parecen tener como objetivo participar del fruto. Sin embargo, a pesar de que la mayoría de los grupos no participa plenamente de la experiencia de aprendizaje que hace posible el árbol de la vida, aún así son comunidades de aprendizaje.
Aunque con frecuencia hablamos de una influencia u otra que impide el aprendizaje, lo que en realidad queremos decir es que la influencia impide el aprendizaje de la habilidad o idea que deseamos que se aprenda. Las personas están aprendiendo todo el tiempo; es virtualmente imposible evitar que alguien aprenda algo, incluso si lo único que aprende es que en ese momento no hay mucho que valga la pena aprender. Los estudiantes que se sienten frustrados por las tablas de multiplicar pueden no estar aprendiendo las tablas, pero sí están aprendiendo algo: que memorizar las tablas de multiplicar es un trabajo frustrante y difícil. “Si hay interés y comprensión, entonces el aprendizaje es inevitable y sin esfuerzo. Si no hay interés ni comprensión, el aprendizaje aún puede ocurrir, pero con más dificultad, y lo que también se aprende inevitablemente es que la tarea o el tema es poco interesante, incomprensible y no es algo que normalmente uno haría.” Los grupos en el sueño de Lehi son comunidades de aprendizaje porque están agrupados con fines comunes centrados en el árbol de la vida—ya sea para acercarse a él o para mantenerse alejados. Aunque no estén organizados con el único propósito de aprender—o incluso con el propósito principal de aprender—no pueden evitar aprender como comunidad.
La primera multitud.
Si estudiamos al primer grupo como una comunidad de aprendizaje, rápidamente vemos una cualidad fundamental en su experiencia como grupo: a pesar de los peligros de la niebla de oscuridad, ni siquiera intentan asirse a la barra de hierro. La niebla no representaría ningún peligro para su progreso a lo largo del sendero si se aferraran a la barra, pero no la tocan. Tal vez no ven la barra, o tal vez la ven pero no creen que pueda ayudarlos. Tal vez consideren que es demasiado esfuerzo sostenerse de la barra. Aunque no sabemos con certeza por qué no la tocan, es posible que el principio subyacente sea la falta de fe. Así como alguien que tiene fe en Cristo se vuelve hacia Él y depende de Él, si este grupo hubiese tenido suficiente fe, habrían visto la barra y reconocido su importancia.
Uno de los elementos de su experiencia que podría haber fácilmente impedido o destruido su fe es el temor que probablemente les causó la niebla de oscuridad. Tiene sentido que un grupo de personas viajando por un sendero sientan un miedo intenso si de repente surge una niebla de oscuridad y ya no pueden ver hacia dónde van. Tal miedo tendría un efecto devastador en su capacidad de aprender. El miedo suele ser un enemigo abrumador del proceso de enseñanza y aprendizaje. Los maestros pueden temer no ser aceptados, quedar en ridículo por no saber alguna respuesta, que los estudiantes sean disruptivos o que sus empleos estén en riesgo por una u otra razón. Los temores de los estudiantes suelen ser similares a los de sus maestros: temen no ser aceptados, quedar en ridículo por no saber alguna respuesta, que el ambiente de aprendizaje sea perturbador en vez de seguro, o que su posición esté en riesgo por alguna razón. A causa de estos temores, existe el peligro de que se enseñe y se aprenda menos. Los maestros pueden inclinarse más a depender de sus viejas notas —y métodos— que funcionaron la vez anterior, y los estudiantes pueden encontrar seguridad en no responder una pregunta o en responder de una manera segura que el libro de texto respalda, a pesar de sus propios pensamientos.
La iniciación de esta primera multitud termina con la etapa de separación. No tienen una experiencia umbral, ya que ni siquiera llegan al árbol de la vida. Y no tienen una etapa de incorporación porque nunca regresan a la sociedad. Simplemente se extravían y se pierden.
La segunda multitud.
Mientras que la primera multitud nunca se aferra a la barra de hierro, este segundo grupo sí la toma y llega al árbol de la vida. Completan exitosamente su etapa de separación y no se pierden. Y, dado que participan del fruto, también completan exitosamente su experiencia umbral —al menos, eso parece al principio. Pero rápidamente sienten vergüenza y se apartan a causa de las burlas de las personas que están en el grande y espacioso edificio. Esta segunda multitud, al parecer, se preocupa más por lo que otros piensan de ellos que por el fruto del árbol de la vida. Lamentablemente, no han aprendido lo que estas personas —de las que habla Palmer— comprenden: “Estas son personas que han llegado a entender que ningún castigo que alguien pueda imponernos podría ser peor que el castigo que nosotros mismos nos imponemos al conspirar en nuestra propia disminución, al vivir una vida dividida, al fallar en tomar la decisión fundamental de actuar y hablar exteriormente en formas que sean coherentes con la verdad que conocemos interiormente. Tan pronto como tomamos esa decisión, suceden cosas asombrosas. Por ejemplo, el enemigo deja de ser el enemigo.”
¿Y quién es el enemigo de este segundo grupo? Es otro grupo más—un grupo que no está en el sendero, sino en el grande y espacioso edificio. Como los demás, este grupo en el edificio representa otro club, otro grupo comunitario de aprendizaje. Sus vestiduras “sumamente finas” (1 Nefi 8:27) y su relativa reclusión en lo alto del edificio son barreras que impiden que los demás los conozcan por quienes realmente son. Como observa el élder Cook: “Queremos que las personas nos conozcan y nos amen por lo que somos, no por adornos externos utilizados para atraer atención o quizás incluso para motivar algunos sentimientos injustos en quienes podrían verse influenciados por nosotros.” Estas personas están aprendiendo cosas mientras están en ese edificio, pero no son cosas del corazón. Las personas en el edificio han aprendido el poder que pueden tener al criticar a otros, al burlarse de ellos. Tal vez estas personas secretamente envidian a quienes han participado del fruto del árbol de la vida, pero están decididas a mantener ese sentimiento en secreto. “Personas hermosas vestidas a la moda,” escribe Nibley, “que se divierten en los apartamentos y áticos más caros de una espléndida torre, se divierten mirando hacia abajo y comentando sobre un grupo andrajoso de transeúntes que ansiosamente comen del fruto de un árbol en un campo.”
¿Por qué las personas en el edificio persiguen a quienes participan del fruto? ¿Qué diferencia les hace que haya quienes hayan ido al árbol de la vida? Las personas que han estado en el árbol no están predicando en contra de los del edificio. No están predicando en contra de nada. Hasta donde sabemos, ni siquiera están hablando. Tal vez estén siendo perseguidos por la misma razón por la que los profetas a menudo lo son. Nibley escribe que “un profeta es un testigo, no un reformador. La crítica al mundo siempre está implícita en el mensaje de arrepentimiento del profeta, pero no se le envía con el propósito de criticar al mundo.” El Señor y sus apóstoles no fueron perseguidos por sus ideas, sino que “fue como testigos investidos con poder de lo alto que se ganaron el odio del mundo.” El profeta José Smith fue igualmente perseguido por su testimonio. Las personas que han participado del árbol no necesitan decir nada para ser una amenaza para las personas del edificio; su simple existencia es un testimonio en contra del grupo más vistoso allá en lo alto. Ellos muestran al mundo que hay otro camino, diferente al del grande y espacioso edificio. Han aprendido lo que necesitaban aprender y han hecho lo que se debía hacer. Sin embargo, a pesar de su experiencia, aquellos del segundo grupo caen a causa de la persecución que reciben. Esta experiencia del segundo grupo es similar a lo que a veces sucede en nuestras escuelas. Personas que poco se interesan por sus estudios y que simplemente habitan los pasillos escolares, a veces se burlan de quienes sí son verdaderos estudiantes, los diligentes y dedicados que participan del fruto del árbol. Y algunos de estos estudiantes, cuando ven lo que hacen las personas más populares en la escuela, o cuando se cansan del dolor de ser ridiculizados, eligen dejar su “club” de aprendices y unirse a otro grupo más socialmente aceptable.
La persecución que reciben quienes participan del fruto por parte de los que están en el edificio es relativamente leve, especialmente comparada con cualquier tipo de persecución física o violenta. Nos gustaría creer que la experiencia de participar del fruto sería un momento tan exquisito y transformador que ninguna cantidad de persecución los disuadiría de vivir rectamente. Pero no siempre es así. Quienes enseñan quizás deseen creer que si sus estudiantes son expuestos a la verdad, la abrazarán y elegirán vivir en armonía con ella. Sin embargo, el acto de enseñar y aprender no garantiza la integridad del alma. Los maestros pueden enseñar la verdad con poder y autoridad, y los estudiantes incluso pueden aprender esa verdad, pero vivir conforme a esa verdad es, a veces, otra historia.
Aunque la segunda multitud completa su etapa de separación, no completa su iniciación. Los miembros de este grupo participan del fruto, pero se niegan a sí mismos la experiencia transformadora completa al sentirse avergonzados y caer en “caminos prohibidos”, perdiéndose. Al igual que la primera multitud, este segundo grupo fracasa en su iniciación.
La tercera multitud. El tercer grupo consta de dos subgrupos. Esta parte de la visión “parece describir una polarización entre los impíos y los justos.” El subgrupo justo participa del árbol y permanece fiel a la experiencia. El subgrupo impío se divide en tres grupos más pequeños: el primero tantea su camino hacia el edificio, creando la imagen de personas que avanzan a tientas en la oscuridad, sin poder confiar en su visión porque están ciegas; el segundo se ahoga en las profundidades de la fuente; y el tercero vaga por caminos extraños, perdiéndose de la vista de Lehi.
Curiosamente, este primer subgrupo (los justos) completa las etapas de separación y experiencia umbral del ritual, pero no se nos da un relato de su fase de incorporación. Podemos suponer que regresan a la sociedad como individuos transformados, listos para vivir de acuerdo con su conocimiento y experiencia, pero el registro concluye con su experiencia umbral. En cierto modo, este relato es similar a la experiencia que muchos maestros tienen con sus mejores estudiantes. Ven cómo completan con éxito su etapa de separación al volverse más independientes, y su etapa de experiencia umbral al adquirir nuevos conocimientos y experiencias que los transforman para bien, pero los maestros a menudo no llegan a ver lo que sus antiguos alumnos hacen con lo que han aprendido.
El segundo subgrupo apenas comienza su etapa de separación antes de terminar perdidos, sin siquiera intentar progresar hacia la experiencia umbral. Lamentablemente, esta historia recuerda a los maestros a esos estudiantes por los que muchas veces han sentido angustia—aquellos que, por alguna razón no visible, parecen no esforzarse por aprender y a menudo se rinden, perdiéndose.
Desde un punto de vista educativo, la naturaleza de estas tres multitudes es fascinante. El hecho de que ningún grupo se mezcle con otro, que cada uno aparezca como una unidad discreta sin variaciones internas, respalda lo que Smith escribe sobre los “clubs de aprendizaje” y lo que Palmer dice sobre las comunidades de aprendizaje. No hay nada en la visión que indique que las personas hayan sido asignadas a sus respectivos grupos, o que hayan sido forzadas a ellos de alguna manera. Las personas en los grupos parecen estar juntas porque han elegido estar juntas. Y aprenden de quienes están dentro de su grupo—para bien o para mal. Excepto por el único subgrupo en la tercera multitud, las experiencias de cada uno de los grupos y de Lamán y Lemuel nos enseñan que, lamentablemente, hay estudiantes que fracasan—a veces no porque hayan sido mal enseñados, sino porque eligen no experimentar lo que podrían, si participaran plenamente del proceso de iniciación.
Conclusión
La visión de Lehi del árbol de la vida es un pasaje poderoso de las Escrituras en muchos niveles. Entre sus múltiples lecciones se encuentra lo que el lector atento puede aprender sobre cómo un gran maestro puede enseñar y cómo los estudiantes diligentes pueden aprender a través de lo que puede llamarse un ritual de iniciación. La visión también nos muestra cómo los estudiantes que se niegan a abrazar este tipo de aprendizaje experiencial pueden, como resultado, terminar fracasando. Al leer la visión del árbol de la vida con la pregunta de la enseñanza y el aprendizaje en mente, podemos verla como un modelo de enseñanza y aprendizaje que reverencia la importancia del espíritu y no solo de la mente. “Estos términos describen las raíces de la enseñanza y el aprendizaje, no solo las ramas—palabras como fe, amor, gozo, reverencia, discernimiento y humildad, o inspirar, meditar y edificar,” escribe Osguthorpe. “Estos términos fueron una vez centrales en la enseñanza y el aprendizaje, pero hace mucho que han perdido su lugar en nuestra conversación sobre la educación.”

























