Capítulo 4
El Sueño de Lehi y la Visión de Nefi
como Literatura Apocalíptica
Jared M. Halverson
Jared M. Halverson era director del Instituto de Religión de Nashville, Tennessee, cuando se publicó este artículo.
Al igual que las parábolas de Jesús, las visiones de Ezequiel o la revelación de Juan, el simbolismo del sueño de Lehi clama por una elucidación. Un árbol y un río, un edificio y una barra, nieblas de oscuridad y multitudes errantes: cada elemento deja a los lectores inquisitivos con un deseo que hace eco del de Nefi: “saber la interpretación de aquellas cosas” (1 Nefi 11:11). Incluso los sentidos espirituales embotados de Lamán y Lemuel se despertaron en asombro hasta que los usualmente apáticos hermanos le hicieron a Nefi una pregunta que se asemejaba a la suya: “¿Qué significa lo que nuestro padre vio en sueño?” (1 Nefi 15:21). La imaginería del sueño despertó fascinación, y comprensiblemente, pues “la puerta cerrada siempre impulsará al curioso a mirar detrás de ella”.
Por supuesto, cuán abierta se abra esa puerta—y cuánto se reconozca dentro—depende en gran medida de la disposición de quien mire en su interior. En el caso de Nefi, un aprendiz ansioso encontró un maestro generoso, y se desarrolló una serie de visiones dadas por el Espíritu y dirigidas por un ángel, las cuales ahora llenan más de diez páginas de texto (véase 1 Nefi 11–14). Lamán y Lemuel, por otro lado, recibieron de Nefi apenas dieciséis versículos (véase 1 Nefi 15:21–36), que consistieron mayormente en exhortación en lugar de explicación, y eso solo después de considerable esfuerzo por parte de Nefi para preparar a sus hermanos para ser enseñados.
Sin embargo, la mera extensión es solo una diferencia entre las dos interpretaciones sucesivas del sueño de Lehi. Mucho más significativa es la metodología interpretativa empleada. En cada caso, el lente a través del cual se interpretan los elementos del sueño arroja una luz distinta sobre el mismo y lo vincula a un género literario particular. Nefi da a sus hermanos una explicación directa de imagen a objeto, presentando el sueño de Lehi como parábola. En contraste, el ángel le muestra a Nefi la interpretación en términos de la historia de la salvación, presentando el sueño de Lehi como apocalipsis.
Irónicamente, nuestra comprensión del sueño de Lehi tiende a reflejar más la explicación directa que se dio a Lamán y Lemuel que la interpretación apocalíptica que recibió Nefi. El enfoque alegórico es apropiado y beneficioso; sin embargo, cuando nos limitamos al método de interpretación de “imagen a objeto”, perdemos la riqueza del enfoque de “imagen a evento” que empleó el ángel. Encontramos una aplicación personal, pero pasamos por alto la interpretación panorámica e histórica que Nefi fue bendecido en recibir. Seguramente, esperamos reflejar la aptitud espiritual de Nefi más que la de sus hermanos. Esto requiere que nos preguntemos qué podemos aprender del mensaje y método del ángel que no podemos obtener de las respuestas ofrecidas a Lamán y Lemuel, y cómo los detalles del segundo relato iluminan nuestra comprensión del primero. En las páginas siguientes, sostengo que las evidencias y los beneficios de una lectura apocalíptica de estas narraciones son convincentes. Al reconocer el sueño de Lehi y la visión de Nefi como piezas emparejadas de literatura apocalíptica—completas con el relato histórico, la escatología y el dualismo característicos de ese género—los lectores pueden ubicarse mejor, tanto en lo temporal como en lo espiritual, dentro de su marco profético.
El Sueño de Lehi como Historia
Si bien las parábolas pueden hallar cumplimiento en la historia, es en la literatura apocalíptica donde la historia desempeña un papel protagónico. Su mensaje suele estar enmarcado en términos históricos desde el principio, y su propósito es guiar a sus lectores a través de—y prepararlos para—un panorama en desarrollo de eventos futuros. Así, mientras que la parábola es principalmente relato (con aplicación personal posible en cualquier época), la apocalipsis es más a menudo historia (con cumplimiento específico en la era final). El sueño de Lehi encaja dentro de ambos géneros y, por tanto, es igualmente apto tanto para la aplicación personal intemporal (lo que Nefi esperaba para sus hermanos) como para el cumplimiento histórico específico (lo que Nefi aprendió por sí mismo). Las diferencias aparecen en la manera de interpretar los elementos del sueño. En la explicación dada a Lamán y Lemuel, era como si tuvieran una pintura del sueño a la que Nefi le añadía etiquetas identificando sus partes constituyentes—cada imagen representando una realidad espiritual atemporal. En la experiencia de Nefi, a medida que la historia se desarrollaba, era como si viera cada uno de los elementos del sueño tomar forma ante sus ojos—cada imagen representando un evento histórico delimitado por el tiempo.
A diferencia del sueño de Lehi, la visión de Nefi contiene, en palabras de un erudito, “una dimensión literal. Nefi ve eventos futuros relevantes tal como acontecerán en el espacio y tiempo reales y tal como involucrarán a personas reales”, cada uno de los cuales está destinado a explicar un elemento del sueño de su padre. Primero presenció la condescendencia de Dios manifestada en el nacimiento de su Hijo Unigénito, y al hacerlo vio, por así decirlo, al árbol de la vida brotar, florecer y dar fruto (véase 1 Nefi 11:13–22). Luego contempló los ministerios de Cristo, Juan el Bautista y los Doce Apóstoles y, en esencia, vio la barra de hierro formarse junto al árbol y extenderse hacia el campo más allá (véase 1 Nefi 11:24–31). Después le fue mostrada la Crucifixión de Cristo y la persecución de la Iglesia primitiva, y así, el edificio grande y espacioso comenzó a tomar forma a lo lejos (véase 1 Nefi 11:32–36). Al cambiar su mirada del Viejo Mundo al Nuevo, Nefi vio “guerras, y rumores de guerras, y muchas matanzas con la espada entre [su] pueblo” (1 Nefi 12:2). Aunque interrumpido por el ministerio de Cristo entre sus descendientes, eventualmente la violencia volvió a estallar y, en consecuencia, nieblas de oscuridad comenzaron a velar la barra y a cubrir el árbol, aguas inmundas comenzaron a brotar como un río infernal, y el edificio que había visto anteriormente se alzó aún más grande y siniestro (véase 1 Nefi 12:2–23). El tiempo siguió avanzando, y Nefi observó la creciente apostasía y la corrupción del cristianismo hasta que, al mirar a través de las asfixiantes nieblas, percibió en aquel gran y espacioso edificio los inconfundibles rasgos de una iglesia grande y abominable (véase 1 Nefi 13:1–9). Para entonces, cada uno de los elementos del sueño había aparecido y el campo se había llenado de personas cuyas acciones ya no se dividían en los cuatro grupos distintos que Lehi había descrito, sino en las dos posibles direcciones a las que sus acciones los llevaban: ya fuera hacia el árbol o alejándose de él, inspirados ya sea por la iglesia del Cordero de Dios o por la iglesia del diablo. La batalla entre estas dos fuerzas opuestas continuó e intensificó (véase 1 Nefi 13–14), y tras una insinuación de su desenlace final, cayó el telón sobre la visión apocalíptica de Nefi.
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Imagen |
Objeto (enfoque alegórico) |
Evento (enfoque histórico) |
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Árbol de la vida |
Amor de Dios (véase 1 Nefi 11:22) |
Nacimiento de Cristo (véase 1 Nefi 11:13–22) |
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Barra de hierro |
Palabra de Dios (véase 1 Nefi 11:25; 15:24) |
Ministerio de Cristo y sus Apóstoles (véase 1 Nefi 11:24–31) |
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Edificio grande y espacioso |
Orgullo del mundo (véase 1 Nefi 11:36); vanas imaginaciones (12:18) |
Crucifixión, persecución (véase 1 Nefi 11:32–36); apostasía (véase 1 Nefi 13:1–9) |
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Nieblas de oscuridad |
Tentaciones del diablo (véase 1 Nefi 12:17) |
Guerras y maldad entre nefitas y lamanitas (1 Nefi 12:2–23); apostasía continua (13:27–28) |
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Río de agua |
Profundidades del infierno (véase 1 Nefi 12:16) |
Destrucción de los inicuos (véase 1 Nefi 12:15; 14:3–4) |
Literatura Apocalíptica
El uso de una narrativa histórica como la de la visión de Nefi es una de las características distintivas del género apocalíptico. La palabra apocalipsis proviene del sustantivo griego apokalypsis, que significa “revelación” o “descubrimiento”, y lo que usualmente se revela es la mano de Dios en los acontecimientos de la historia, especialmente durante épocas en las que la historia parece no ir en la dirección de Dios. Durante tales periodos, el enfoque de las Escrituras se vuelve cada vez más escatológico, con la esperanza de que las pruebas de hoy sean eclipsadas por la esperanza de un mañana. Esto explica la obsesión de los escritores apocalípticos con los últimos días—por ejemplo, Daniel durante el exilio babilónico o Juan durante la persecución romana—ya que ambos miraban con anhelo al día en que “Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7:17; 21:4).
Tanto los escritos de Daniel como el libro de Apocalipsis tipifican el género apocalíptico, que generalmente se define como “un género de literatura revelatoria con un marco narrativo, en el que una revelación es mediada por un ser de otro mundo a un destinatario humano, revelando una realidad trascendente que es tanto temporal, en la medida en que contempla una salvación escatológica, como espacial, en la medida en que implica otro mundo, sobrenatural.” Los estudiosos han aclarado además que en la literatura apocalíptica estas “realidades trascendentes” se revelan mediante “visiones y viajes a otros mundos, complementados por discursos o diálogos y ocasionalmente por un libro celestial. El elemento constante es la presencia de un ángel que interpreta la visión o actúa como guía en el viaje a otro mundo. Esta figura indica que la revelación no es inteligible sin ayuda sobrenatural. […] [Por tanto,] la disposición del vidente antes de la revelación y su reacción a ella típicamente enfatizan la impotencia humana ante lo sobrenatural.”
La ilustración clásica del género es el libro que le da su nombre: el Apocalipsis de Juan, también conocido como el libro de Revelación. En el primer versículo del libro se encuentran casi todos los elementos característicos del género. Es una revelación en forma de narrativa profética, es “enviada y declarada por su ángel a su siervo Juan”, y describe “las cosas que deben suceder pronto” (Apocalipsis 1:1).
Según la definición académica y el ejemplo del Apocalipsis, 1 Nefi 11–14 califica para el título de “El Apocalipsis de Nefi”. Su visión toma la forma de una narrativa (desplegando varios miles de años de historia), es mediada por seres de otro mundo (al principio el Espíritu del Señor y luego un ángel), y es ininteligible sin ayuda divina (la revelación solo ocurre después de que Nefi reconoce su dependencia de la ayuda del cielo [véase 1 Nefi 10:17–11:6]). Quizás aún más significativamente, el sueño de Lehi también encaja en la descripción de la literatura apocalíptica. También está en forma narrativa (la historia del movimiento de varios grupos hacia o alejándose del árbol de la vida), Lehi es guiado por un ser de otro mundo (el hombre vestido con una túnica blanca), y solo puede ver el objeto de su jornada cuando comienza “a orar al Señor que tuviese misericordia de [él]” (1 Nefi 8:8). Por tanto, el sueño de Lehi también podría llamarse “El Apocalipsis de Lehi”.
Literatura Apocalíptica
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Revelación de Juan |
Sueño de Lehi |
Visión de Nefi |
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Marco narrativo |
Narrativa de los siete mil años de la tierra |
Narrativa del recorrido de varias personas hacia el árbol de la vida |
Narrativa de la historia desde los días de Jesús hasta los últimos días |
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Revelación |
“La revelación de Jesucristo” (Apocalipsis 1:1) |
“He aquí, he soñado un sueño; o sea, he visto una visión” (1 Nefi 8:2) |
Serie de visiones (véase 1 Nefi 11–14) |
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Ser de otro mundo |
“La declaró enviándola por medio de su ángel” (Apoc. 1:1) |
“Un hombre… vestido con una túnica blanca” (1 Nefi 8:5) |
El Espíritu del Señor; luego un ángel (véase 1 Nefi 11:11, 14) |
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Receptor humano |
“A su siervo Juan” (Apocalipsis 1:1) |
Lehi |
Nefi |
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Realidad trascendente |
“Cosas que deben suceder pronto” (Apocalipsis 1:1) |
El individuo—venir a Cristo |
La historia del mundo—venir a Cristo |
Dimensiones Espaciales versus Temporales
Como se muestra, la naturaleza apocalíptica del sueño de Lehi no se deriva meramente de su asociación explicativa con la visión de Nefi; es apocalíptico por derecho propio. En otras palabras, no es simplemente el trampolín hacia la visión apocalíptica de Nefi, sino la primera mitad de un todo apocalíptico. Y cuando se unen, ambos relatos logran en conjunto lo que ninguna versión puede realizar por sí sola: proveen tanto las dimensiones espaciales como temporales que la literatura apocalíptica busca. El sueño de Lehi es espacial, pues trata con un mundo sobrenatural y nuestro viaje a través de la oscuridad espiritual hacia el brillante árbol de la vida de Dios. La visión de Nefi es temporal, pues predice el avance constante de la historia y el papel de Dios dentro de ella. Dicho de otro modo, el sueño de Lehi es vertical, describiendo nuestro viaje espiritual hacia el cielo, hacia el amor de Dios, mientras que la visión de Nefi es horizontal, narrando el trayecto histórico de la humanidad hacia el fin de los tiempos.
Que el sueño de Lehi y la visión de Nefi apunten juntos tanto hacia el futuro como hacia lo alto es particularmente significativo. El libro de Apocalipsis—el apocalipsis cristiano más famoso—igualmente hace ambas cosas, aunque el viaje celestial que se encuentra en el capítulo 4 está fuertemente eclipsado por la narración temporal de la apertura de los siete sellos. Sin embargo, entre los apocalipsis judíos, solo el apócrifo Apocalipsis de Abraham combina ambos, lo que convierte a los apocalipsis en conjunto de Lehi y Nefi en una joya particularmente rara y valiosa. Como explica un experto: “Cuando se toma en cuenta la tensión perenne entre las definiciones temporales y espaciales de la salvación (por ejemplo, visiones míticas versus épicas de la realidad en la antigüedad y visiones históricas versus existenciales en la actualidad), la yuxtaposición de ejes temporales y espaciales dentro de los apocalipsis antiguos parece conceptualmente apropiada.”
En otras palabras, cuando los antiguos se preguntaban si el significado se encontraba en los mitos (espaciales/verticales) o en las epopeyas (históricas/horizontales), o cuando las personas hoy en día se preguntan si la salvación es espiritual o temporal—es decir, si se encuentra más allá de este mundo (espacial/vertical) o dentro de él (histórica/horizontal)—la literatura apocalíptica responde: ¡sí! No es de extrañar que Nefi más adelante llamara al sueño de su padre “una representación de cosas tanto temporales como espirituales” (1 Nefi 15:32). Juntas, las visiones de Lehi y Nefi ofrecen lo que algunos han considerado escatologías mutuamente excluyentes—una “con el objetivo del individuo en términos existenciales” y otra con “el objetivo de la historia en términos cosmológicos.” Demuestran que Dios obra tanto en la historia como en el corazón humano, … que actúa dentro del tiempo así como fuera de él. Que no solo podemos ser salvados, sino que el mundo en el que vivimos también puede ser salvado. En resumen, la contribución apocalíptica de este padre e hijo proféticos muestra no solo lo que debemos hacer para llegar al árbol de la vida, sino también lo que Dios está haciendo para llevar la historia en esa misma dirección divina. Dramatizan no solo el camino hacia la salvación personal, sino también el plan mismo de salvación.
Literatura Apocalíptica
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Sueño de Lehi |
Visión de Nefi |
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Viaje celestial |
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Narrativa cronológica |
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Mística |
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Histórica |
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Espiritual |
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Temporal |
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Espacial |
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Secuencial |
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Vertical (ascendente) |
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Horizontal (hacia adelante) |
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Mítica |
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Épica |
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Existencial |
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Cosmológica |
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Escatología Profética versus Escatología Apocalíptica
Además de combinar los aspectos espaciales y temporales de la literatura apocalíptica, el sueño de Lehi y la visión de Nefi también reflejan el continuo del género entre la “escatología profética” y la “escatología apocalíptica”. En ambos casos, escatología “se refiere a un momento en el futuro en el que el curso de la historia será alterado hasta tal punto que se puede hablar de un estado completamente nuevo de realidad.” La diferencia radica en cómo se alcanza ese estado futuro. La escatología profética enfatiza el arrepentimiento y la rectitud personal y comunitaria, lo cual trae liberación y prosperidad en esta vida. Según esta visión, los problemas presentes se deben en gran medida a la propia iniquidad y, por lo tanto, una mayor santidad resultará en bendiciones futuras. Los profetas del Libro de Mormón reflejan esta perspectiva cada vez que repiten la promesa: “En la medida en que guardéis mis mandamientos, prosperaréis en la tierra” (2 Nefi 1:20; véase también 1 Nefi 2:20; 2 Nefi 1:9; 4:4; Jarom 1:9; Omní 1:6; Mosíah 1:7; 2:22, 31; Alma 9:13; 36:1, 30; 37:13; 38:1; 48:15, 25; 50:20).
La escatología apocalíptica, por su parte, presenta una imagen de las condiciones actuales mucho más difícil de corregir. La reforma humana por sí sola será insuficiente para lograr el cambio necesario, y por lo tanto Dios tendrá que intervenir en el curso de la historia para preservar a su pueblo y llevar a cabo su redención. Según esta perspectiva, el mal es en gran medida un enemigo externo, uno que solo Dios puede vencer, haciéndolo mediante eventos cataclísmicos destinados a alterar el orden mundial. Así, las Escrituras—la Biblia, el Libro de Mormón y Doctrina y Convenios por igual—hablan de un cielo nuevo y una tierra nueva (véase Isaías 65:17; 2 Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1; Éter 13:9; DyC 29:23–24).
Las escatologías presentadas en el sueño de Lehi y en la visión de Nefi son, respectivamente, profética y apocalíptica. En su sueño, Lehi se enfocó en las acciones personales que llevarían a los individuos al árbol “cuyo fruto era deseable para hacer feliz al hombre” (1 Nefi 8:10): sus propias oraciones, que lo sacaron del “yermo oscuro y desolado” (v. 4); los miembros de su familia que le prestaron atención cuando los llamó a venir a él (vv. 14–15); las multitudes que deseaban “llegar al camino” (v. 21); y la disposición de otros a “[asirse] firmemente a la barra de hierro” mientras esta los guiaba a través de las nieblas de oscuridad (v. 30). En cada caso, estos individuos tenían en sus manos las llaves de su propia liberación—la oración era recompensada con prosperidad, el escuchar con aprendizaje, el buscar con encontrar, y la perseverancia con el triunfo. La literatura apocalíptica siempre tiene “un aspecto exhortativo”, y cada una de estas descripciones fue de hecho una amonestación. Además, al dirigir su sueño específicamente a Lamán y Lemuel, exhortándolos a escuchar al final del relato, predicándoles y profetizándoles “muchas cosas”, y llamándolos a obedecer (vv. 37–38), Lehi puso una solución inmediata directamente en las manos de sus hijos murmuradores. Sí, en su jornada desde Jerusalén ellos también estaban vagando por lo que parecía “un yermo oscuro y desolado”, todo porque un hombre vestido de blanco—en este caso su padre—les había pedido que lo siguieran. Pero si tan solo “oraban al Señor” y pedían por “su tierna misericordia”, la oscuridad desaparecería, el campo de oportunidades aparecería, y ellos también podrían acceder a una fuente de “gozo sumamente grande” (vv. 4–12). No es de extrañar que las palabras posteriores de Nefi a sus hermanos fueran también más invitación que explicación. Siguiendo la escatología profética de su padre, “los exhortó con toda la energía de [su] alma y con toda la facultad que [poseía]” a prestar atención, recordar y obedecer (1 Nefi 15:25).
Ciertamente, Nefi podría haberles dado mucho más que eso, habiendo descendido recientemente de su propia serie de visiones panorámicas. Pero el mensaje que recibió estaba formulado en términos distintos—caracterizado por una escatología apocalíptica, más que profética. El sueño que Lamán y Lemuel habían escuchado era “íntimo, simbólico y salvífico. La visión de Nefi [era] colectiva, histórica y escatológica.” Comparado con lo que vio Nefi, el problema de las multitudes errantes era solo un problema menor, en gran parte resoluble “en casa”. El verdadero drama era una lucha cosmológica entre el bien y el mal, una que los justos solo podrían ganar si “el poder del Cordero de Dios […] descendía sobre los santos de la iglesia del Cordero, y sobre el pueblo del convenio del Señor” (1 Nefi 14:14). Dios mismo tendría que intervenir para que su pueblo alcanzara una victoria final y, a lo largo de la visión de Nefi, eso es lo que hace. En el descubrimiento de América, la independencia de los Estados Unidos y la Restauración del evangelio, el Señor es un actor principal, obrando entre bastidores hasta que “llegue el tiempo en que se manifieste a todas las naciones” (1 Nefi 13:42). A diferencia del sueño de Lehi, que se enfoca en la elección individual más que en la intervención divina, la visión de Nefi retrata a un Dios obrando en el mundo, “manifestándose […] con palabra, y también con poder, y en hechos reales” (1 Nefi 14:1). Para Lehi, el ruego era: “Venid y participad”; para Nefi era: “Venga tu reino”.
Dualismo
Ya sea espacial o temporal en su narrativa, o profética o apocalíptica en su escatología, la literatura apocalíptica normalmente transmite su mensaje en términos fuertemente dualistas. En la dicotomía espacial/temporal, ya sea que uno se mueva hacia arriba a través del espacio o hacia adelante en el tiempo, se está dejando una realidad más baja y mundana por una más elevada y celestial. En el segundo caso (profético/apocalíptico), la lucha se representa como una entre la rectitud y la iniquidad en esta vida, o entre las fuerzas del bien y del mal al final de los tiempos. Así, la obra apocalíptica en sí misma refleja el contexto en el que fue escrita: el tumulto provocado por dos fuerzas opuestas, y la elección entre ellas que debe ser hecha.
Es al aclarar esta elección—y forzarnos a enfrentarla—que el dualismo en la literatura apocalíptica hace su mayor contribución. El punto medio queda efectivamente eliminado, dejando a los lectores sin la posibilidad de “vacilar […] entre dos opiniones” (1 Reyes 18:21). Así, en obras como el libro de Apocalipsis, no son solo los tibios laodicenses los que son desafiados a elegir entre lo caliente y lo frío (véase Apocalipsis 3:15–16); a cada lector se le presenta la misma elección clara, con ambas opciones representadas en términos gráficos y dualistas. La decisión que el libro de Apocalipsis impone a sus lectores ha sido resumida con elocuencia por un autor:
¿Será guerra o paz? ¿Arrepentimiento o iniquidad persistente? ¿Odio o amor? ¿Venganza o perdón? ¿Sion o Babilonia? ¿Apostasía o Restauración? ¿Destrucción o salvación? ¿Rejas de arado o espada? En última instancia, la decisión es aquella a la que Juan dedica todo el libro de Apocalipsis. ¿Será el dragón que se aferra o el Cordero que se sacrifica? ¿La bestia devoradora o el niño varón en crecimiento que ofrece su suave barra de hierro? ¿La esposa vestida de sol o la ramera ataviada con sus adornos? ¿La alegría de la cosecha en los campos blancos o la desesperación de las uvas de la ira?
Esta tendencia a yuxtaponer elementos opuestos también está presente en el sueño de Lehi, y en mayor grado aún, en la visión de Nefi. En el caso de Lehi, el “yermo oscuro y desolado” da paso al fruto blanco y deseable (1 Nefi 8:4–12). El edificio grande y espacioso se coloca en oposición al árbol de la vida. Y junto al río de aguas inmundas se encuentra una barra de hierro que “se extendía a lo largo de [su] orilla” (1 Nefi 8:19), siendo ambas posibilidades, literal y simbólicamente, caminos paralelos. Sin importar dónde uno se encuentre en el sendero, tanto la turbulencia del agua sucia como la estabilidad de la barra de hierro son opciones al alcance inmediato.
De manera similar, la visión de Nefi predice un drama entre el bien y el mal presentado en una oposición dualista marcada: las “multitudes de la tierra […] reunidas para pelear contra los apóstoles del Cordero” (1 Nefi 11:34); “el poder de Dios” sobre un grupo de gentiles y “la ira de Dios” sobre aquellos que “se reunieron contra ellos” (1 Nefi 13:18); la pérdida de “muchas partes claras y preciosas” del “libro del Cordero de Dios” y la aparición de “otros libros […] por el poder del Cordero” para restaurar las verdades que se habían perdido (1 Nefi 13:26–40). A lo largo de su visión, Nefi ve a los justos y a los malvados divididos, de una u otra manera, por “un grande y espantoso abismo” (1 Nefi 12:18; véase también 1 Nefi 15:28–30), demasiado ancho como para ser cruzado por la indecisión. Todos tendrían que elegir un lado de ese abismo o el otro, porque, como se predijo en la visión, la obra continua de Dios sería “eterna, ya para un lado o para el otro”, con “paz y vida eterna” colocadas frente a la “cautividad y destrucción” (1 Nefi 14:7).
El dualismo en la visión de Nefi se vuelve más pronunciado a medida que la narrativa pasa de imágenes y eventos específicos a los poderes opuestos detrás de esos elementos. En una declaración dramática, el guía angelical de Nefi presenta una cosmología en la que todas las cosas se subsumen en dos campos en competencia. “No hay sino dos iglesias solamente”, afirma; “la una es la iglesia del Cordero de Dios, y la otra es la iglesia del diablo”. Un ejemplo clásico de dualismo, aquí no hay terreno intermedio: “por tanto, el que no pertenece a la iglesia del Cordero de Dios, pertenece a esa gran iglesia, que es la madre de las abominaciones; y ella es la ramera de toda la tierra” (1 Nefi 14:10). Blanco o negro. Bien o mal. No hay lugares neutrales donde esconderse. La iglesia del diablo existiría “entre todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos”, y también la iglesia del Cordero; aunque sus números serían menores, igualmente estaría “sobre toda la faz de la tierra” (1 Nefi 14:11–12). Para que no limitemos esta “iglesia” a una sola entidad eclesiástica, Nefi más adelante se refiere a ella en términos que claramente muestran su naturaleza simbólica y arquetípica. Por lo tanto, en lugar de simbolizar una organización religiosa específica como tal, la gran y abominable iglesia consiste en cualquiera “que lucha contra Sion, tanto judío como gentil, tanto siervo como libre, tanto varón como hembra, … porque estos son la ramera de toda la tierra”. Al igual que el versículo anterior, este también termina con una dualidad definitiva en la que existen dos—y solo dos—opciones: “Porque el que no está por mí, contra mí está, dice nuestro Dios” (2 Nefi 10:16).
A lo largo de la visión de Nefi, la iglesia del diablo se opone decididamente a la iglesia del Cordero. Es la fuerza impulsora detrás de las nieblas de oscuridad, el río de inmundicia y el edificio grande y espacioso, que, al igual que la iglesia que representa, también estaba “lleno de gente, tanto viejos como jóvenes, tanto hombres como mujeres” (1 Nefi 8:27). En oposición a las fuerzas de la rectitud, esta “mata a los santos de Dios”, “pervierte los caminos rectos del Señor” y “lucha contra el Cordero de Dios” dondequiera que se halle (1 Nefi 13:5, 27; 14:13). Como aprendió Nefi, “el diablo […] es el fundador de ella”, y los deseos de aquellos que pertenecen a sus filas se centran en la mundanalidad y el materialismo (“oro, y plata, y sedas, y escarlatas, y lino fino torcido, y toda clase de ropa preciosa”), en las concupiscencias de la carne (“rameras”) y en el orgullo (“la alabanza del mundo”) (1 Nefi 13:6–9). En este sentido, sus tácticas reflejan las tres tentaciones originales del adversario contra Cristo (véase Mateo 4:1–11), así como las caídas de los tres reyes del Israel unificado. En verdad, la iglesia del diablo es tan antigua como la iglesia del Cordero a la que se opone.
Paralelismos con el Libro de Apocalipsis
Con su narrativa histórica, su escatología apocalíptica y su yuxtaposición dualista entre el bien y el mal, el Apocalipsis de Nefi es sorprendentemente similar al Apocalipsis de Juan, el arquetipo del género apocalíptico. Los tres deseos de la gran y abominable iglesia se asemejan a las imágenes de Babilonia que pueblan el libro de Apocalipsis, donde Juan también retrata a un enemigo que influye mediante el orgullo y el poder (las bestias de Apocalipsis 13), la mundanalidad y el materialismo (la ciudad mercantil en Apocalipsis 18), y las concupiscencias de la carne (la gran ramera en Apocalipsis 17). Ambos apocalipsis personifican el reino del diablo como “la madre de las rameras” (1 Nefi 14:17; Apocalipsis 17:5), que se sienta “sobre muchas aguas” (1 Nefi 14:11; Apocalipsis 17:1) y lucha contra el pueblo de Dios (véase 1 Nefi 14:13; Apocalipsis 13:7). Ella trae nieblas de oscuridad desde el caos de la guerra (véase 1 Nefi 12:2–5; Apocalipsis 9:1–11) y hace tropezar a sus víctimas, ya sea “pervirtiendo los caminos rectos del Señor” (1 Nefi 13:27) o, dicho más simbólicamente, embriagándolos “con el vino de su fornicación” (Apocalipsis 17:2). No obstante, el reino del diablo cae—ya sea como Babilonia (véase Apocalipsis 18:2) o como el edificio grande y espacioso (véase 1 Nefi 11:36)—y Satanás es arrojado al abismo sin fondo (véase Apocalipsis 20:1–3), que él y sus seguidores habían cavado para otros (véase 1 Nefi 14:3). En ese momento, solo permanecen los santos fieles, vestidos con túnicas blancas de rectitud (véase 1 Nefi 12:10–11; Apocalipsis 7:13–15; 19:8), habiendo vencido al mundo. Entonces reciben la bendición de disfrutar del agua viva y del árbol de la vida (véase 1 Nefi 11:25; Apocalipsis 22:1–2).
El cambio de la iniquidad a la rectitud en cada relato se centra en la batalla por la verdad revelada. En el relato de Juan, él ve una bestia que lleva el nombre de blasfemia, adorada por los inicuos y en guerra con los santos. En otras partes es llamada “el falso profeta” (véase Apocalipsis 16:13; 19:20; 20:10); esta bestia—como un Cristo falso—tiene “dos cuernos semejantes a los de un cordero”, pero habla “como dragón”, decidida a “engañar a los moradores de la tierra” mediante “milagros”, “grandes prodigios” y señales “del cielo” (Apocalipsis 13:11–14; énfasis añadido). Cabe destacar que cada elemento en esta descripción de la bestia tiene una connotación religiosa, lo que da contexto a la batalla entre el bien y el mal que describe Juan. Por lo tanto, es apropiado que Juan contrarreste su descripción de “otra bestia” (Apocalipsis 13:11) con la promesa de “otro ángel”, uno que tendría “el evangelio eterno para predicarlo a los que moran en la tierra” (Apocalipsis 14:6).
De manera similar, gran parte de la visión de Nefi sobre la gran y abominable iglesia se centra en sus esfuerzos por engañar al “quitar del evangelio del Cordero muchas partes que son claras y sumamente preciosas; y también muchos convenios del Señor” (1 Nefi 13:26). Nefi vio el libro que contenía el evangelio del Cordero, pero desprovisto de las partes claras y preciosas que habían sido quitadas por la gran y abominable iglesia, “muchos tropezarían, sí, tanto que Satanás tendría gran poder sobre ellos” (1 Nefi 13:28–30). Sin embargo, al igual que lo hizo el ángel en la revelación de Juan, Dios restauraría aquellas verdades que se habían perdido, trayendo “otros libros […] por el poder del Cordero” para “dar a conocer las cosas claras y preciosas que han sido quitadas” (1 Nefi 13:39–40).
Aunque impactantes, estos paralelismos entre los Apocalipsis de Nefi y de Juan no deberían sorprendernos, pues uno fue preludio del otro. Al concluir su visión, Nefi previó a su contraparte del Nuevo Testamento, “uno de los doce apóstoles del Cordero”, quien “vería y escribiría el resto de estas cosas” (1 Nefi 14:20–21). Y aunque a Nefi se le prohibió escribir el resto de lo que contendría el Apocalipsis, no obstante, fue parte de lo que vio en visión (véase 1 Nefi 14:24–25). Juan y Nefi ofrecieron testimonios paralelos de lo que Dios haría en los últimos días.
Aplicación del Apocalipsis
Al hablar de la visión del árbol de la vida a los estudiantes de la Universidad Brigham Young, el presidente Boyd K. Packer afirmó: “Quizás piensen que el sueño o visión de Lehi no tiene un significado especial para ustedes, pero sí lo tiene. Ustedes están en él; todos estamos en él.” Dependiendo de cómo nos acerquemos al sueño, podemos vernos “dentro de él” simbólicamente, como en la versión de Lehi, o históricamente, como en el relato de Nefi; pero en cualquier caso, para nosotros “esta historia es realidad”, como declaró una Autoridad General en el pasado. En verdad, aparecemos simultáneamente en ambos géneros, ya que nuestro viaje espiritual hacia el árbol de la vida ocurre dentro del marco temporal de la visión escatológica de Nefi. Nuestra búsqueda individual por participar del fruto, por lo tanto, es inseparable de los planes del Señor para establecer su reino. En ambos casos, somos actores en el escenario de la historia de la salvación, atraídos por dos fuerzas opuestas en las escenas decisivas del drama final.
Por contraste, los lectores normalmente se sitúan únicamente dentro del sueño de Lehi, sin posicionar ese sueño dentro de la cronología profética de Nefi. Desafortunadamente, al separar ambos relatos, perdemos la escatología y la dualidad inherentes a la narrativa apocalíptica. Si, por otro lado, mantenemos un sentido tanto de la cronología como de la dualidad al leer el sueño de Lehi (proyectando el marco interpretativo de Nefi sobre los elementos que vio su padre), el relato se convierte en algo semejante a una partida cósmica de ajedrez entre Dios y el adversario, donde cada jugador intenta ganarnos para su lado. El enfrentamiento comienza cuando Dios nos llama hacia un árbol incomparable que da amor y vida. En oposición, Satanás lanza un río de inmundicia con la intención de arrastrarnos con su corriente. Al percibir nuestro peligro, el Señor responde marcando un sendero que conduce con seguridad al árbol de la vida (y fuera del alcance del río), solo para encontrar que el adversario conjura una estructura espaciosa llena de multitudes burlonas—un espejismo de materialismo diseñado para alejarnos del sendero seguro. En respuesta, el Señor erige una barra de hierro destinada a anclarnos al sendero, un pasamanos diseñado para despertarnos de nuestro extravío. Sin embargo, Satanás, sin inmutarse, ya sea oculta esa barra entre nieblas de oscuridad o elimina secciones enteras (“partes claras y preciosas”) bajo el amparo de la oscuridad, con la esperanza de desdibujar la línea entre avanzar con seguridad y vagar perdido. Dentro de este marco apocalíptico, tanto el individuo como la sociedad misma marchan hacia adelante, jalados entre los polos de la rectitud y la maldad—el árbol de la vida y el edificio grande y espacioso, la iglesia del Cordero y la iglesia del diablo.

























