Conferencia General Abril 1967
Lealtad Entre Todas las Naciones
por el Élder Henry D. Taylor
Ayudante del Consejo de los Doce
La mayoría de las personas en el mundo actual buscan reconocimiento. Quieren ser respetadas y que el mundo las admire. Desean sentirse queridas y necesarias, y desean ser amadas. Aun con este deseo tan fuerte, el presidente McKay enseñó que hay una virtud que supera al amor al afirmar: “Ser digno de confianza es un mayor cumplido que ser amado”.
Atributos de la confiabilidad
Una persona en quien se puede confiar debe ser leal, firme y digna de confianza. Antes de que pueda ser leal a otros, debe primero ser leal consigo misma.
Nuestro Padre Celestial le ha concedido al hombre el privilegio de tomar decisiones, el derecho de elegir entre el bien y el mal; el glorioso principio del albedrío. Una persona que vive una vida sana y limpia puede tener el Espíritu del Señor al tomar sus decisiones. Debe mantenerse firme, constante y decidido en las decisiones que ha tomado y que considera correctas si desea tener paz consigo mismo y ser leal a sí mismo. El sabio Shakespeare expresó este pensamiento con estas palabras:
“Sé fiel a ti mismo,
Y como sigue a la noche el día,
No podrás entonces ser falso con ningún hombre.”
(Hamlet, Acto I, escena 3)
Hace siglos, el Señor enseñó a los hijos de Israel a través de Moisés que, si deseaban prolongar sus días sobre la tierra, debían honrar a su padre y a su madre. Ese fue un consejo sabio que sigue aplicándose a nosotros hoy. Al honrar a nuestros padres, se espera que seamos obedientes y leales hacia ellos.
En 1831, el Señor reveló a la Iglesia que los hermanos debían ser leales a sus esposas. Estas son sus palabras: “Amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a nadie más” (D. y C. 42:22). Sin embargo, algunos no han seguido el consejo del Señor y han permitido que sus afectos y lealtades se desvíen hacia caminos prohibidos. La separación, el divorcio y la tristeza han sido el resultado de tal desobediencia.
Gracias a la obediencia, hemos tenido el privilegio de venir a esta tierra y de disfrutar de las muchas oportunidades y bendiciones de la vida mortal. Las personas nacen y viven en diferentes tierras y países. El Señor ha decretado que seamos leales al país en el que vivimos y que obedezcamos las leyes, siempre que se funden en principios justos. La lealtad al país es una cualidad admirable.
La lealtad y sus frutos
Al hombre se le ha dado la responsabilidad de prepararse para poder ganarse la vida y sostener a su esposa y su familia. Puede establecer su propio negocio o buscar empleo en otros. Al trabajar, descubre la satisfacción y felicidad que proviene del trabajo útil y productivo. La lealtad hacia su empleador es fundamental para su conciencia y paz interior. Alguien señaló acertadamente: “La lealtad consiste en dar fiel obediencia y servicio incansable a la causa que le proporciona el pan y la mantequilla. Consiste en trabajar durante las horas laborales, después y antes de ellas en beneficio de su causa. Consiste en hacer todo lo posible por idear nuevos métodos que favorezcan los intereses de su empleador” (Knox 117).
Un sentimiento de lealtad puede no ser inmediato. Puede llevar tiempo desarrollarlo y requerir el valor necesario para mostrar el tipo de lealtad que deseamos.
Cuando el Salvador le dijo a Pedro, uno de sus amados compañeros, que antes de que acabara la noche y cantara el gallo, él lo negaría tres veces, Pedro se sorprendió e, interiormente, pudo haberse sentido indignado al exclamar: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré” (Mateo 26:35). Sin embargo, tres veces durante esa larga noche, cuando diferentes personas lo confrontaron acusándolo de ser discípulo de Jesús, Pedro negó enfáticamente conocer a Cristo (Mateo 26:69-74). Justo después de su última negación, el gallo cantó. Pedro recordó entonces las palabras de Jesús y “saliendo fuera, lloró amargamente” (Mateo 26:75).
De esta experiencia, dolorosa para Pedro, obtuvo valor y, durante el resto de su vida, a pesar de la persecución e incluso de la tortura, fue leal a la memoria del Salvador y sus enseñanzas.
Judas Iscariote aprendió, en tormento y remordimiento, la amarga lección que trae la deslealtad al traicionar al Maestro por treinta piezas de plata (Mateo 26:14-16). La deslealtad a la rectitud resulta en infelicidad.
Si la lealtad se aplica incorrectamente, o incluso si se da a una causa o persona maligna, el resultado será el mal. Satanás y sus huestes rebeldes son celosos y leales, pero a una causa maligna. Las fuerzas comunistas antirreligiosas y anticristianas están activas en el mundo hoy, intentando imponer su voluntad sobre otros, lo cual es una causa injusta. Seguirlas solo traerá tristeza y desastre.
También existe el peligro de ser excesivamente leal a un individuo en lugar de a la causa que representa. Lyman Wight fue un amigo y compañero devoto del profeta José Smith. Cuando el profeta fue encarcelado en Liberty Jail, Wight lo acompañó con otros amigos cercanos. Tras el martirio de José, Wight declaró: “El único hombre que podía controlarme ha muerto”. Se rebeló y rehusó seguir a Brigham Young y al Quórum de los Doce. Finalmente, llevó a un grupo de seguidores a Texas, donde cayó en la oscuridad y el olvido, mientras que los fieles seguidores del profeta José, quienes creían en él no solo como hombre y profeta, sino también en los principios del evangelio que enseñó, siguieron a sus sucesores, Brigham Young y los Doce, hacia el oeste, donde fundaron una gran comunidad.
Lealtad al profeta
Cuando José fue encarcelado en Carthage, a su lado estaba su siempre leal y fiel hermano mayor, Hyrum. José sabía y había predicho que no se le perdonaría la vida. Intentó disuadir a Hyrum de acompañarlo. Pero Hyrum, con una fuerte convicción en su corazón de que su hermano era el profeta llamado por el Señor, insistió lealmente en compartir sus pruebas y peligros, aunque esto significara dar su propia vida. Su amor y lealtad a su hermano menor es un conmovedor ejemplo de verdadera lealtad. En un tributo hecho por sus asociados, se dijo: “En vida no fueron divididos, y en la muerte no fueron separados” (D. y C. 135:3).
La lealtad como principio de acción
La lealtad es un principio de acción. Uno debe ser leal a algo, a una causa, a una persona o a un principio; debe dar lo mejor de sí para aquello a lo que es leal. Sin embargo, si uno se conforma con cumplir solo con su deber, está siendo solo parcialmente leal. Cuando alguien está dispuesto a ir más allá del deber, a recorrer “la milla extra” (Mateo 5:41), entonces está siendo verdaderamente leal.
Lealtad, una manifestación de fe
Como Santos de los Últimos Días, tenemos en el evangelio la mayor causa del mundo a la cual ser leales. También tenemos verdaderos profetas de Dios para guiarnos, y un país que nos garantiza el derecho a ser leales a todos ellos. ¿No debemos ser fieles a nuestra sagrada confianza?
Que el Señor nos bendiga como individuos con el don de discernimiento, para que podamos tomar decisiones correctas, decisiones justas, y luego, con voluntad y valor, seamos leales a esas convicciones.
Que seamos leales al país en el que vivimos, a la Iglesia en la que gozamos de membresía, a sus enseñanzas y a sus líderes. Que amemos y seamos leales a nuestros padres, esposos, esposas y familias. Que seamos leales y fieles a nosotros mismos y a los encargos que se nos han confiado, de modo que cuando se pregunte: “¿Quién está de parte del Señor?” (Éxodo 32:26), podamos dar un paso adelante con confianza, sabiendo que hemos guardado la fe, que hemos justificado la confianza depositada en nosotros, para que podamos comprender la verdad y el significado de la gran enseñanza de que “ser digno de confianza es un mayor cumplido que ser amado”, lo cual ruego en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

























