VOCES DE LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS
La liahona que Dios me mostró
Por Godwin Aonohemba Timiun, Benue, Nigeria
En un principio, me parecía una blasfemia decir que la Iglesia de Jesucristo había sido restaurada.

Mientras cursaba mis estudios de doctorado en Australia, a menudo me trasladaba del lugar donde vivía a restaurantes que estaban cerca de la zona comercial central de Melbourne. En uno de esos recorridos, vi en el suelo una tarjeta con una imagen de Jesucristo. En mis adentros, una voz me insistió en que la recogiera.
De modo que obedecí y la examiné detenidamente. Después busqué un mejor lugar donde dejar la pequeña imagen del Salvador, pero no encontré ninguno. Por consiguiente, me la llevé a casa y la coloqué en el librero.
Tres días después, conocí a dos misioneros mientras me dirigía a almorzar. Fijamos una cita para que ellos me enseñaran y me dieron
una tarjeta similar a la que había encontrado. Al volver a casa, las comparé; ambas eran de la iglesia de los misioneros.
Cuando me visitaron, compartieron su testimonio de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Al principio, no me sentí cómodo con su testimonio. Me parecía una blasfemia decir que la Iglesia de Jesucristo había sido restaurada y que era la única iglesia verdadera sobre la tierra, pero dos factores captaron mi interés.
Primero, en las Escrituras leí que “el principio de la sabiduría es el temor a Jehová” (Salmo 111:10). Yo necesitaba sabiduría y deseaba temer al Señor a fin de obtenerla.
Comprendí que no podía temer al Señor si no lo conocía a Él. Por consiguiente, lo que los misioneros me enseñaban tenía importancia, porque yo necesitaba conocimiento en cuanto al Señor.
Segundo, llegué a la conclusión de que el Señor me había guiado para que encontrara la tapeta que recogí. A lo largo de los años que había vivido en Melbourne, nunca había visto una tapeta similar en el suelo. Concluí que las tapetas no se tiraban de manera descuidada.
Conforme recibí las lecciones misionales, me volví una persona más feliz y me sobrecogía el conocimiento que recibía de esas nuevas enseñanzas. Al poco tiempo, fui bautizado. Ahora estoy sellado a mi esposa y a mis hijos por esta vida y por la eternidad, y tengo el mismo testimonio que los misioneros compartieron conmigo: La Iglesia de Jesucristo ha sido restaurada por medio del profeta José Smith. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la única Iglesia verdadera sobre la tierra y es guiada por un profeta viviente. ■
Las bendiciones que no había reconocido
Por Nerissa A. Molejón, Ciudad Quezón, Filipinas
Tuve que pasar dificultades para reconocer la manera en que el Padre Celestial me bendice.

Cuando llegué a mi tercera área de la Misión Filipinas Bacólod, la temporada de lluvias ya había comenzado. Se me asignó a una pequeña y encantadora ciudad rodeada de granjas y situada en el noroeste de la isla Negros, que está en el sur.
En diciembre de 2014, el tifón Ruby azotó la provincia. En nuestra área la devastación no fue tan grave, pero los caminos de tierra se volvieron fangosos y resbaladizos. A pesar de las desfavorables condiciones del tiempo, seguimos trabajando.
Uno de los lugares más prometedores era una pequeña comunidad ubicada en las afueras de la ciudad. Todas las personas a las que enseñábamos y los recién conversos eran agricultores. Debido a que durante el día trabajaban en campos de caña de azúcar, les enseñábamos por la tarde y por la noche.
Para llegar a la comunidad, teníamos que caminar por campos lodosos, cuidándonos de los perros, las
ranas, las serpientes y los mosquitos. Siempre llevábamos linternas y paraguas. Después del anochecer, algunos miembros de la Iglesia nos acompañaban a casa.
A veces, sentía deseos de darme por vencida. No sabía si podría caminar todos los días por los fangosos campos de caña de azúcar, así que oré para pedir ayuda. La respuesta llegó: “¡Compra botas para la lluvia!”.
Mi compañera y yo nos compramos un par cada una. Estaba contenta de tenerlas, pero mi alegría pronto se desvaneció porque eran pesadas e incómodas. Placían que los pies me sudaran y me impedían caminar rápido.
Una noche, después de dar nuestras lecciones, fuimos a casa y nos pusimos los zapatos con los que andábamos normalmente. Después, nos dirigimos a otra cita que teníamos en la ciudad. Mientras caminábamos, me sentí ligera. Estaba contenta de andar nuevamente con mis zapatos de plástico. Me pregunté por qué
de repente sentía agradecimiento por los zapatos que había usado durante toda la misión.
La respuesta vino en forma de pensamiento: “Fueron las botas para la lluvia”. Hasta ese momento, no me había percatado de toda la comodidad que me habían hecho sentir mis zapatos de plástico.
De repente, todos los retos y las dificultades que había afrontado en la misión pasaron por mi mente.
Mis zapatos de plástico habían sido mis amigos de todos los días que no había valorado. Mientras trataba de comprender esa mezcla de emociones, percibí que una voz me decía: “En la vida pasas por pruebas y dificultades para que aprendas a reconocer las bendiciones y a sentir agradecimiento por ellas”.
Me di cuenta de que había experimentado dificultades para que pudiera apreciar las bendiciones del Padre Celestial. Por medio de mis pruebas, reconocí mis bendiciones y sentí agradecimiento por ellas. ■
Un momento personal con el Salvador
Por Annelise Gardiner, Idaho, EE. UU.
Fue una de esas experiencias que solo se tienen una vez en la vida, ¿o realmente fue así?

A través de los árboles se escuchaba el eco de los gritos de la gente que huía de la lava y las rocas que caían. Me quedé detrás del escenario escuchando la banda sonora que resonaba por los altavoces al otro lado del cerro.
Ese verano, participé en el espectáculo al aire libre del Cerro Cumo-rah, donde se representaban varios acontecimientos del Libro de Mor-món. Se me había asignado el papel de bailarina de las cosechas (véase 1 Nefi 18:23-24) y de incrédula (véase 3 Nefi 1:4-21), pero en la siguiente escena participábamos todos, incluso el personal.
Un reflector iluminó a un personaje vestido de blanco que daba la apariencia de flotar por encima del nivel más alto del escenario. Por supuesto que no era el Salvador, sino un estudiante universitario voluntario igual que yo. Sin embargo, en ese momento en el escenario, me imaginé que el auténtico Salvador estaba ahí en su lugar.
Lo imaginé caminando hacia mí y que yo lo miraba a los ojos. El Espíritu invadió mi ser con un caudal de sentimientos. En ese momento, me imaginé lo que debe ser ver a mi verdadero Salvador. Atesoré esa experiencia espiritual única.
Seis meses después, una declaración del obispo W. Christopher Waddell, que en ese entonces era el Segundo Consejero del Obispado Presidente, cambió mi perspectiva: “Cada domingo podemos tener una experiencia similar a la que contaron los sobrevivientes de la seria destrucción que tuvo lugar al momento de la crucifixión del Salvador, como se describe en el Libro de Mormón”1.

Quedé atónita. ¿Acaso era posible que sintiera cada semana lo mismo que había sentido esa noche en el escenario? Mientras más pensaba al respecto, mejor entendía que participar de la Santa Cena constituye una experiencia personal con el Salvador, casi como arrodillarse frente a Él y sentir las marcas de los clavos en Sus
manos y pies.
No hace falta participar en un espectáculo para sentir el amor del Salvador y comprender o visualizar un momento personal con Él. Cada semana tenemos esa oportunidad. Cada domingo, Él está dispuesto a mostrarnos Su amor y comprensión. Todo lo que tenemos que hacer es venir a Él. ■
NOTA
1. W. Christopher Waddell, “Are You Ready?” (Devotional de la Universidad Brigham Young, 5 de noviembre de 2019), pág. 6, speeches .byu. edu.
























