Los Artículos de Fe

Capítulo 15
EL LIBRO DE MORMÓN—Cont.

 Artículo 8.— . . . también oreemos que el Libro de Mormón es la palabra de Dios.

SU AUTENTICIDAD

La Autenticidad del Libro de Mormón constituye nuestra consideración más importante de la obra. Este tema es de interés vital para todo investigador formal de la palabra de Dios, para todo aquel que sinceramente busca la verdad. Ya que afirma ser, en lo que toca a la dispensación actual, una nueva escritura; en vista de que presenta profecías y revelaciones que hasta esta época no se habían reconocido en la teología moderna, y anuncia al mundo el mensaje de un pueblo desapa­recido, escrito por vía de mandamiento y por el espíritu de profecía y revelación, este libro merece el más de­tenido e imparcial examen. No solamente merece el Libro de Mormón esta consideración, sino que la pide y aun la exige; porque uno que profesa creer en’ el poder y la autoridad de Dios no puede recibir con in­diferencia la promulgación de una nueva revelación que afirma llevar el sello de la autoridad divina. De modo que el asunto de la autenticidad del Libro de Mormón es uno que concierne al mundo.

Los Santos de los Últimos Días basan su creencia en la autenticidad del libro en las siguientes pruebas:

  1. La concordancia general del  Libro de Mormón y la Biblia en toda materia análoga.
  2. El cumplimiento de profecías antiguas realizado en la publicación del Libro de Mormón.
  3. La estricta concordancia  y correspondencia del Libro de Mormón en sí mismo.
  4. La verdad patente de las profecías que contiene.

A éstas se pueden añadir ciertas evidencias ex­ternas aparte de las de la Escritura, entre ellas:

  1. El testimonio corroborativo que ofrecen la arqueo­ logía y la etnología.

1. EL LIBRO DE MORMÓN Y LA BIBLIA

Las Escrituras Nefitas y Judías, por lo visto, concuerdan en todo asunto de tradición, historia, doctrina y profecía que las dos obras tratan. Estos dos volúmenes fueron preparados en hemisferios opuestos, en circuns­tancias sumamente diferentes; sin embargo, entre ellos existe una armonía sorprendente, seña confirmatoria de la inspiración divina que en ambos hay. En el Libro de Mormón se citan numerosos pasajes de las antiguas Escrituras judías, de las cuales se trajo una copia al continente occidental como parte de la historia que se hallaba grabada sobre las planchas de Labán, y hasta donde se habían recopilado cuando Lehi salió de Jerusalén. No hay en estos pasajes diferencias notables entre las versiones de la Biblia y el Libro de Mormón, salvo donde ocurre un error probable de traducción, que generalmente se destaca por la falta de continuidad o claridad en la narración bíblica. No obstante, hay numerosas variaciones menores en las partes corres­pondientes de los dos escritos; y cuando se examinan, usualmente queda manifestada la claridad superior de la relación nefita.

Si se hace una comparación detenida de las profecías de la Biblia y las predicciones   correspondientes   que contiene el Libro de Mormón, es decir, las que se refieren al nacimiento, ministerio terrenal, muerte ex­piatoria y segunda venida de Cristo Jesús, así como otras que tratan el esparcimiento y subsiguiente recogi­miento de Israel y las que se relacionan con el estable­cimiento de Sión y la reedificación de Jerusalén en los últimos días, se verá que las dos historias se corroboran mutuamente. Es cierto que hay muchas profecías en uno que no se encuentran en el otro, pero en ningún caso se ha notado contradicción o falta de correspon­dencia. Entre las partes doctrinales de las dos Escrituras prevalece la misma armonía perfecta.

2. PROFECÍAS CONCERNIENTES AL LIBRO DE MORMÓN

Las Profecías Antiguas se cumplieron literalmente cuando salió a luz el Libro de Mormón. Una de las más antiguas declaraciones que se refieren directamente a este sujeto es la de Enoc, un profeta antediluviano, a quien el Señor reveló sus propósitos por todos los siglos. Presenciando en visión la corrupción del género hu­mano después de la ascensión del Hijo del Hombre, Enoc clamó a su Dios: «¿No vendrás otra vez a la tierra? … Y el Señor respondió a Enoc: Como vivo yo, aun así vendré en los últimos días … y llegará el día en que descansará la tierra, pero antes de ese día se obscure­cerán los cielos, y un manto de tinieblas cubrirá la tierra; y temblarán los cielos así como la tierra; y habrá grandes tribulaciones entre los hijos de los hombres, mas preservaré a mi pueblo; y enviaré justicia desde los cielos y haré brotar la verdad de la tierra para testi­ficar de mi Unigénito … y haré que la justicia y la verdad anieguen la tierra como un diluvio, a fin de recoger a mis escogidos de las cuatro partes de la tierra a un lugar que yo he de preparar.» Los Santos de los Últimos Días ven en la publicación del Libro de Mormón y la restauración del Sacerdocio por medio del ministerio directo de mensajeros celestiales el cumpli­miento de ésta y otras profecías similares que se hallan en la Biblia.

David, quien entonó sus salmos más de mil años antes del «meridiano de los tiempos», anunció: «La verdad brotará de la tierra; y la justicia mirará desde los cielos.» Lo mismo declaró Isaías. Ezequiel vió en visión la unión del palo de Judá y el palo de José, significando la Biblia y el Libro de Mormón. El pasaje al que acabamos de referirnos dice, conforme a las pala­bras de Ezequiel: «Y fué a mí palabra de Jehová, di­ciendo: Tú, hijo del hombre, tómate ahora un palo, y escribe en él: A Judá, y a los hijos de Israel sus compa­ñeros. Toma después otro palo, y escribe en él: A José, palo de Ephraim, y a toda la casa de Israel sus compa­ñeros. Júntalos luego el uno con el otro, para que sean en uno, y serán uno en tu mano.»

Si recordamos la antigua costumbre de hacer libros —se escribía en tiras largas de pergamino que entonces enrollaban en varas o palos—se hace patente el uso de la palabra «palo» como equivalente de «libro» en el pasaje anterior. Al tiempo de esta declaración los is­raelitas se habían dividido en dos naciones, conocidas como el reino de Judá y el reino de Israel o Efraín. Claro es que aquí se está hablando de los anales distintos de Judá y José. Como ya hemos visto, en la nación nefita estaban comprendidos los descendientes de Lehi, quien pertenecía a la tribu de Manases, los hijos de Ismael, el cual era de la tribu de Efraín, y los de Zoram, de cuyo linaje nada se dice definitivamente. De manera que los nefitas eran de las tribus de José; y tan verdaderamente representa el Libro de Mormón su historia o «palo» como la Biblia el «palo» de Judá.

Por lo que el Señor manifiesta en la visión de Ezequiel, es evidente que saldría a luz la historia de José o Efraín por medio del poder directo de Dios. Leemos que él dice: «He aquí, yo tomo el palo de José … y pondrélos con él, con el palo de Judá.» En vista de que se profetiza un acontecimiento que habría de efec­tuarse inmediatamente después, a saber, el recogimiento de las tribus de entre las naciones a las que fueron esparcidas, se aclara que esta unión de las dos historias sería una de las señales distintivas de los postreros días. Si se compara con otras profecías que se refieren al recogimiento, quedará conclusivamente demostrado que se predijo ese importante acontecimiento para los últi­mos días, como preparación para la segunda venida de Cristo.

Volviendo a los escritos de Isaías, hallamos que ese profeta da voz a las amonestaciones del Señor contra Ariel o Jerusalén, «ciudad donde habitó David». Ariel había de ser puesta en apretura, había de verse des­consolada y triste. Entonces el profeta habla de un pueblo, aparte de Judá quien habitaba en Jerusalén, porque lo compara a este último, diciendo: «Y será a mí como Ariel.»   Y de lo que estaba decretado contra esta otra nación, leemos: «Serás humillada, hablarás desde la tierra, y tu habla saldrá del polvo; y será tu voz de la tierra como de pythón, y tu habla susurrará desde el polvo.»

Hablando del cumplimiento de éstas y otras pre­dicciones análogas, un apóstol de los últimos días ha escrito: «Estas profecías de Isaías no podían referirse a Ariel o Jerusalén, porque su voz no ha ‘salido de la tierra’ ni su habla ha ‘subido desde el polvo’. Más bien hablan del resto de José que fué destruido en América hace más de mil cuatrocientos años. El Libro de Mormón relata su caída, y en verdad fué grande y terrible. Al tiempo de la crucifixión de Cristo, ‘la multitud de los fuertes’—cual Isaías lo predijo—llegó a ser ‘como tamo que pasa,’ y sucedió, como dice más adelante, ‘repentinamente, en un momento’ …. Este resto de José, en su congoja y destrucción, llegó a ser como Ariel. Así como el ejército romano sitió a Ariel, causándole grandes tribulaciones y amargura, en igual manera las naciones contenciosas de la América antigua trajeron sobre sí las más lamentables escenas de sangre y mortandad. Por lo tanto, el Señor, con toda propiedad, al referirse a este acontecimiento, declaró que ‘será a mí como Ariel.'»

La notable predicción de Isaías, de que la nación así humillada hablaría «desde la tierra» y su habla susurraría «desde el polvo», se cumplió literalmente cuando apareció el Libro de Mormón, cuyo original salió de la tierra, y la voz de esta historia es como la de uno que habla desde el polvo.  Leemos más adelante en la misma profecía: «Y os será toda visión como palabras de libro sellado, el cual si dieren al que sabe leer, y le dijeren: Lee ahora esto; él dirá: No puedo, porque está sellado. Y si se diere el libro al que no sabe leer, diciéndole: Lee ahora esto; él dirá: No sé leer.» Se afirma que en la presentación de una trans­cripción tomada de las planchas—las «palabras de libro sellado», no el libro mismo—al sabio profesor Carlos Anthon, cuya respuesta, en casi las mismas palabras del pasaje, ya consideramos en el capítulo anterior, así como en la entrega del libro a José Smith, el joven sin instruc­ción, se realizó el cumplimiento de esta profecía.

 3. CONFORMIDAD DEL LIBRO DE MORMÓN

La Conformidad Interna del Libro de Mormón apoya la creencia en su origen divino. Sus varias partes pre­sentan evidencia de haber sido escritas en diferentes épocas y en condiciones completamente distintas. El estilo de los libros que lo componen concuerda con los tiempos y circunstancias en que se escribieron. Las partes que se tomaron de las planchas sobre las cuales se hallaba el compendio de Mormón contienen numerosas interpolaciones en forma de comentarios y explica­ciones del transcriptor; pero en los primeros seis libros que son, como ya se ha explicado, la historia traducida palabra por palabra de las planchas menores de Nefi, no ocurren dichas interpolaciones. El libro conserva su conformidad desde el principio hasta el fin; no se le han hallado ni contradicciones ni discrepancias.

La Diversidad de Estilo caracteriza los distintos libros.»  De lo que se ha dicho concerniente a las varias colecciones de planchas que constituyen la acumulación original de los anales de que se tradujo el Libro de Mormón, es evidente que la obra contiene los escritos recopilados de una larga sucesión de autores inspi­rados. Estos escritos abarcan un período de mil años, sin contar los años de la historia jaredita. No se debe esperar unidad de estilo en estas circunstancias.

4. EL LIBRO   DE  MORMÓN  CONFIRMADO  POR  EL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECÍAS  QUE CONTIENE

Las Predicciones del Libro de Mormón son nume­rosas e importantes. Una de las pruebas más conclu­sivas de la autenticidad del libro es la que nos propor­ciona la verdad demostrada de las profecías que con­tiene. La mejor manera de poner a prueba la profe­cía es a la luz de su propio cumplimiento. Las pre­dicciones que contiene el Libro de Mormón se pueden dividir en dos clases: (1) Las profecías que se refieren al tiempo que el libro mismo abarca, y cuyo cumpli­miento se halla detallado en él; y (2) las que se rela­cionan con épocas que exceden los límites de la his­toria narrada en el libro.

La Profecías de la Primera Clase que se ha nombrado, cuyo cumplimiento la relación del Libro de Mormón ates­tigua, son de poco valor como prueba de la autentici­dad de la obra, porque si con intento humano se hu­biese escrito el libro como novela, habríase proveído tanto la profecía como el cumplimiento con igual cuidado e ingeniosidad. No obstante, para el lector estudioso y concienzudo, la autenticidad del libro será patente; y el cumplimiento literal de las numerosas y variadas profecías referentes al entonces futuro destino del pueblo cuya historia se halla en la obra, así como la realización de las que anuncian los detalles del naci­miento y muerte del Salvador y su visita a este pueblo en una condición resucitada, deben, por motivo de su exactitud y conformidad, considerarse como prueba de la inspiración y autoridad que hay en la obra.

Las Profecías de la Segunda Clase, que se refieren a un tiempo que para muchos de los escritores represen­taba un futuro muy lejano, son numerosas y explícitas. Muchas de ellas hablan especialmente de los últimos días—la dispensación del cumplimiento de los tiempos —y algunas de éstas se han efectuado ya literalmente, otras se están realizando, mientras que otras esperan su cumplimiento de acuerdo con determinadas condi­ciones que hoy parecen estar aproximándose con ra­pidez. Entre las profecías más notables del Libro de Mormón que se relacionan con la última dispensación, se encuentran aquellas que se refieren a su propia divul­gación y el efecto que su publicación causaría en el género humano. Ya se ha examinado la profecía de Ezequiel relativa a la unión de los «palos» o Escrituras de Judá y Efraín. Consideremos la promesa hecha a José, quien fué vendido en Egipto, promesa que Lehi repitió a su hijo José: una predicción que enlaza la profe­cía que se refiere al libro y la que habla del vidente por medio de quien habría de efectuarse el milagro: «Pero del fruto de tus lomos levantaré un vidente, y le daré el poder para divulgar mi palabra a tus descen­dientes; no solamente para divulgar mi palabra, dice el Señor, sino para convencerlos de mi palabra que ya se habrá divulgado entre ellos. Por lo tanto, el fruto de tus lomos escribirá, y el fruto de los lomos de Judá escribirá; y lo que escriba el fruto de tus lomos, y también lo que escriba el fruto de los lomos de Judá, crecerán juntamente para confundir las falsas doctrinas, para poner fin a las contenciones, para establecer la paz entre tus descen­dientes y para llevarlos, en los últimos días, al cono­cimiento de sus padres y de mis alianzas, dice el Señor. Y en debilidad será hecho fuerte, el día en que empiece mi obra entre todo mi pueblo, para restaurarte, oh casa de Israel, dice el Señor.» Claramente se ve el cumpli­miento literal de estas palabras en la publicación del Libro de Mormón por conducto de José Smith.

El Señor le indicó a Nefi uno de los efectos de la nueva publicación, declarando que en el día del recogi­miento de Israel—indudablemente, pues, en el día del cumplimiento de los tiempos, cual lo testifican las Escri­turas judías— se darían al mundo las palabras de los nefitas, y resonarían «hasta los extremos de la tierra, por estandarte» a los de la casa de Israel; y que entonces los gentiles, olvidándose hasta de su deuda hacia los judíos, de quienes habían recibido la Biblia en la que profesaban tener tanta fe, despreciarían y malde­cirían a esa rama del pueblo del convenio y recha­zarían la nueva escritura, diciendo: «¡Una Biblia! ¡Una Biblia! Tenemos una Biblia, y no puede haber más Biblia.» ¿No es éste el tema principal de las frenéticas objeciones que el mundo gentil hace al Libro de Mor­món: que por no esperarse nueva revelación, forzosa­mente carece de validez?

En los días antiguos se requería que hubiese dos testigos para establecer la verdad de una afirmación, y respecto del testimonio que ambos escritos daban de él, el Señor dijo: «¿Por qué murmuráis por tener que recibir más de mis palabras? ¿Acaso no sabéis que el testimonio de dos naciones os es un testigo de que yo soy Dios, y que me acuerdo tanto de una nación como de otra? Por tanto, hablo las mismas palabras, así a una como a otra nación. Y cuando las dos naciones se junten, su testimonio se juntará también.»

Con estas predicciones del testimonio unido de las Escrituras judías y nefitas se relaciona otra profecía, cuyo cumplimiento los fieles esperan pacientemente en la actualidad. Se han prometido Escrituras adicionales, precisamente los anales de las Tribus Perdidas. Notemos esta promesa: «Así que no por tener una Biblia debéis suponer que contiene todas mis palabras; ni tampoco suponer que no he hecho escribir otras más . . . Porque he aquí, hablaré a los judíos, y lo escribirán; y hablaré también a los nefitas, y éstos lo escribirán; y también hablaré a las otras tribus de la casa de Israel que he con­ducido lejos, y lo escribirán; y también hablaré a todas las naciones de la tierra, y ellas lo escribirán. Y acon­tecerá que los judíos tendrán las palabras de los nefitas, y los nefitas las de los judíos; y los nefitas y los judíos poseerán las palabras de las tribus perdidas de Israel, y éstas poseerán las de los nefitas y los judíos.»

5. LA EVIDENCIA CORROBORATIVA QUE PRESENTAN LOS DESCUBRIMIENTOS MODERNOS

La Arqueología y Etnología del continente occidental ofrecen cierta evidencia corroborativa en apoyo del Libro de Mormón. Estas ciencias admiten que no pueden explicar de una manera conclusiva el origen de las razas nativas americanas. Sin embargo, las investiga­ciones realizadas en este campo han producido resultados que son más o menos definitivos, y la narración del Libro de Mormón concuerda con las más importantes. No se intentará presentar aquí un tratado extenso, ya que esto requeriría un espacio mucho más amplio que el de nues­tros límites presentes. El estudiante que busca una con­sideración detallada del tema deberá consultar las obras que se dedican especialmente a ello. De los descubri­mientos más significantes que se relacionan con los habi­tantes originales, nos referimos a los siguientes:

  1. América fué  poblada  en  tiempos  muy  remotos, probablemente poco  después de la construcción de la Torre de Babel.
  2. Sucesivamente han ocupado el continente diferen­tes pueblos,  por lo  menos   dos  clases  o  así  llamadas razas, en épocas muy separadas.
  3. Los habitantes originales vinieron del Este, proba­blemente de Asia, y los ocupantes posteriores, o sea los de la segunda época, eran muy parecidos a los israelitas, si bien no eran idénticos.
  4. Las razas nativas existentes de América forman un mismo tronco.

Por el bosquejo que se ha dado ya de la parte his­tórica del Libro de Mormón, se ve que la obra apoya completamente cada uno de estos descubrimientos. Dice en él:

  1. Que América fué poblada por los jareditas, quienes vinieron directamente de la Torre de Babel.
  2. Que los jareditas ocuparon el país cerca de mil ochocientos cincuenta años, y que más o menos al tiempo de su destrucción, aproximadamente 590 años antes de Cristo, Lehi y su colonia llegaron a este continente, donde se desarrollaron en las naciones separadas de los nefitas y lamanitas, desapareciendo aquéllos cerca del año 385 de nuestra era—unos mil años después de la llegada de Lehi a este país—mientras que éstos han continuado en una condición degenerada hasta el tiempo presente, y los representan las tribus indias.
  3. Que Lehi, Ismael y Zoram, los progenitores tanto de los nefitas como de los lamanitas, fueron indudable­mente israelitas — Lehi  era  de  la  tribu   de   Manases, mientras que Ismael era de la tribu de Efraín — y que la colonia vino directamente de Jerusalén,  en el con­tinente asiático.
  4. Que las tribus indias existentes descienden de los inmigrantes cuya historia se encierra en el Libro de Mor­món, y por consiguiente, han nacido de progenitores que fueron de la casa de Israel.

Examinemos ahora algunas de las evidencias que se relacionan con estos puntos presentados por los investi­gadores, la mayor parte de los cuales nada sabía del Libro de Mormón mientras que ninguno de ellos acepta el libro como auténtico.

1. Concerniente a la Colonización Antigua de las Amé-ricas.—Un perito reconocido en materia de antigüedades americanas ofrece la siguiente evidencia y deducción: «Una de las artes que los edificadores de Babel conocían era la fabricación de ladrillo. También era conocida por aquellos que construyeron sobre el continente occidental. Los pueblos de los llanos de Shinar tenían conocimiento del cobre, porque Noé debe habérselo comunicado, ya que él vivió entre ellos trescientos cincuenta años des­pués del diluvio. Los antediluvianos también conocían el cobre. Los constructores de los monumentos del Oeste llegaron a conocerlo también. Los antediluvianos cono­cían el hierro. También los antiguos del Oeste lo cono­cieron. Sin embargo, es evidente que hubo muy poco hierro entre ellos, pues son contados los casos en que se ha descubierto entre sus obras; y por esta razón misma llegamos a la conclusión de que llegaron a este país poco después de la dispersión.»

En su «Respuesta a preguntas oficiales respecto de los aborígenes de América,» Lowry, refiriéndose a la pobla­ción del continente occidental, concluye «que la primera colonización se efectuó poco después de la confusión de lenguas, al tiempo de la construcción de la Torre de Babel.»

El profesor Wáterman de la Universidad de Boston dijo de los progenitores del indio americano: «¿Cuándo y de dónde vinieron? Albert Galatin, uno de los filólogos más eminentes de la época, concluyó que hasta donde el idioma lo indicaba, el tiempo de su llegada no pudo haber sido mucho después de la dispersión de la familia humana.»

Hablando de los antiguos habitantes de América, Prítchard ha escrito que «el tiempo de su existencia como raza distinta y separada debe datar desde aquella oca­sión en que se separaron en naciones los habitantes del mundo antiguo y se dió a cada rama de la familia humana su lenguaje e individualidad primitivos».7

Ixtlilxochitl, un escritor nativo de México, «fija la fecha de la primera población de América como por el año 2000 antes de Cristo. Esta fecha concuerda con la que da el Libro de Mormón, el cual declara positiva­mente que ocurrió al tiempo de la dispersión, cuando Dios en su ira esparció el pueblo sobre la faz de toda la tierra». «Refiriéndonos a las palabras de Ixtlilxochitl, se dice que transcurrieron mil setecientos dieciséis años desde la creación hasta el diluvio. Según Moisés, fueron mil seiscientos cincuenta y seis, una diferencia de sola­mente sesenta años. Concuerdan perfectamente en el número de codos, quince, que se alzaron las aguas sobre las montañas más altas. Semejante coincidencia no puede conducir sino a una conclusión: la identidad del origen de los dos relatos.»

Juan T. Short, citando las palabras de Clavijero, dice: «Si damos crédito a sus tradiciones, los habitantes de Chiapas fueron los primeros pobladores del Nuevo Mun­do. Dicen que Votan, nieto del venerable anciano que construyó la grande arca para salvarse él y su familia del diluvio, y uno de los que emprendieron la construcción de aquel alto edificio que iba a llegar hasta el cielo, salió para poblar esa tierra por mandamiento expreso del Señor. Dicen también que los primeros habitantes vinie­ron del Norte y que al llegar a Soconusco se separaron: unos se fueron a vivir al país de Nicaragua y otros per­manecieron en Chiapas.»

2. Tocante a Ocupaciones Sucesivas de América por Diferentes Pueblos en Tiempos Antiguos.—Eminentes estudiantes de arqueología americana han declarado que dos grupos distintos, llamados por algunos razas separadas del género humano, habitaron este continente en tiempos antiguos. El profesor F. W. Pútnam es aún más preciso en su afirmación de que una de estas razas antiguas se extendió del Norte, la otra del Sur. En un artículo titulado «Copan, la Ciudad de los Muertos», Enrique C. Walsh presenta muchos detalles interesantes de excavaciones y otras obras que Gordon emprendió por cuenta de la ex­pedición Peabody, y añade: «Todo esto indica épocas sucesivas de ocupación, respecto de lo cual existen otras evidencias.»

3. Concerniente a la Procedencia Oriental de Cuando Menos una División de los Americanos Antiguos, Proba­blemente de Asia; y su Origen Israelita.—En la similitud de los anales y tradiciones de los dos continentes sobre la creación, el diluvio y otros grandes acontecimientos his­tóricos, se halla evidencia confirmatoria de la creencia de que los aborígenes americanos salieron de entre los pueblos del hemisferio oriental. Boturini, a quien suelen referirse los escritores de arqueología americana, dice: «No hay nación gentil que trate los acontecimientos pri­mitivos con la certeza con que lo hacen los indios. Nos dan una relación de la creación del mundo, del diluvio,11 de la confusión de lenguas en la torre de Babel, de todos los otros períodos y edades del mundo y de las largas peregrinaciones que sus antepasados conocieron en Asia, y representan los años exactos por medio de sus grabados; y en el año de siete conejo (tochtli) nos dicen del gran eclipse que ocurrió al tiempo de la muerte de Cristo nuestro Señor.»

Las obras de Short, a quien ya se ha hecho referencia, y las de Baldwin, Clavijero, Kingsborough, Sahagún, Prescott, Schoolcraft, Squiers y otros proporcionan evidencia similar del origen común de las tradiciones orientales y occidentales que se refieren a los grandes acontecimientos de los tiempos primitivos.

Juan T. Short añade su testimonio a la evidencia de que los habitantes aborígenes de América son original­mente del Viejo Mundo, pero admite que no puede pre­cisar cuándo o por dónde vinieron a este continente. Wáterman, a quien nos hemos referido ya, dice: «Este pueblo no pudo haberse originado en África, porque sus habitantes eran muy diferentes de los de América; ni en Europa, donde no había un pueblo nativo que en algo se pareciera a las razas americanas; de manera que sola­mente en Asia podían buscar el origen de los americanos.»

En su comprensiva y acreditada obra, Lord Kings-borough se refiere a un manuscrito de Fray Bartolomé de las Casas, obispo español de Chiapas, documento que se halla preservado en el convento de Santo Domingo en México, y en el cual el obispo declara que se descubrió que entre los indios de Yucatán se sabía de la Trinidad. Uno de los emisarios del obispo escribió «que había hallado un Señor principal, que inquiriéndole de su creencia y religión antigua, que por aquel reino solían tener, le dijo que ellos conocían y creían en Dios, que estaba en el cielo, y que este Dios era Padre, e Hijo, y Espíritu Santo; y que el Padre se llamaba Izona, que había creado a los hombres y todas las cosas; y el Hijo tenía por nombre Bacab, el cual nació de una doncella virgen llamada Chibirias, que está en el cielo con Dios, y que la madre de Chibirias se llamaba Ischel; y al Espíritu Santo llamaban Echuah. De Bacab (que es el Hijo) dicen que lo mató Eopuco, y lo hizo azotar, y le puso una corona de espinas, y que le puso tendidos los brazos en un palo, y no entendían que estaba crucificado, sino atado, y allí murió; y estuvo tres días muerto, y al tercero tornó a vivir, y se subió al cielo, y que allá está con su Padre; y después de esto, luego vino Echuah, que es el Espíritu Santo, y hartó la tierra de todo lo que había menester».

Rosales habla de una tradición entre los chilenos de que un personaje maravilloso, lleno de gracia y poder, visitó a sus antepasados, obró muchos milagros entre ellos y les enseñó acerca del Creador que vivía en los cielos en medio de huestes glorificadas. Prescott hace mención del símbolo de la cruz que los compañeros de Cortés hallaban tan frecuentemente entre los nativos de México y la América Central. Además de esta señal de una creencia en Cristo, los invasores presenciaron asom­brados una ceremonia que tenía cierta analogía con el sacramento de la santa cena. Veían que los sacerdotes aztecas preparaban una torta de harina, amasada con sangre, que consagraban y daban de comer a los presen­tes, quienes «la recibían con gran reverencia, humilla­ción y lágrimas, diciendo que comían la carne de su Dios».

Los mexicanos antiguos reconocían a Quetzalcoatl como un Dios. El relato tradicional de su vida y muerte es tan parecido a nuestra historia del Cristo, que el presi­dente Juan Taylor dice: «No podemos llegar a otra con­clusión sino que Quetzalcoatl y Cristo son la misma per­sona.»» Lord Kingsborough, refiriéndose al Códice Bor-giano, declara que en la lámina setenta dos aparece Quet­zalcoatl en «la posición de una persona crucificada, con las marcas de los clavos en sus manos y pies, aunque no estaba precisamente sobre la cruz». Este mismo escritor también dice: «La septuagésima tercera placa del Manus­crito Borgiano es la más notable de todas, porque no sólo se representaba allí a Quetzalcoatl crucificado sobre una cruz griega, sino que su sepultura y descenso al in­fierno están igualmente representados de una manera muy curiosa.» Además: «Los mexicanos creen que Quet­zalcoatl tomó sobre sí naturaleza humana, participando de todas las debilidades del hombre, y conoció las aflic­ciones, dolor y muerte que sufrió voluntariamente para expiar los pecados del hombre.»

El estudiante del Libro de Mormón desde luego per­cibe la fuente de este conocimiento de Dios y la Trinidad. Dicha Escritura nos da a saber que durante varios siglos antes del nacimiento de Cristo, los progenitores de las razas americanas nativas vivieron bajo la luz de revela­ción directa, la que, llegándoles por conducto de sus pro­fetas autorizados, les indicaba los propósitos de Dios respecto a la redención del género humano; y además, que el Redentor resucitado los visitó en persona y esta­bleció entre ellos su Iglesia con todas sus ordenanzas esenciales. Ese pueblo ha caído en un estado de degenera­ción espiritual; muchas de sus tradiciones se hallan la­mentablemente pervertidas y alteradas por haberse mezciado con supersticiones e invenciones humanas; sin em­bargo, el origen de su conocimiento es manifiestamente auténtico.

4. Acerca de un Origen Común de las Bazas Nativas Americanas.—Generalmente se admite que las muchas tribus y naciones indias provienen de una misma familia. La conclusión se basa en la evidente relación íntima que hay en sus idiomas, tradiciones y costumbres. Baldwin dice que el Sr. Luis H. Morgan encuentra evidencias de que los aborígenes americanos tuvieron un origen común en lo que él llama el «sistema de consanguinidad y afini­dad» que ellos tenían. Dice así: «Las naciones indias desde el Atlántico hasta las Montañas Rocosas, y desde el océano Ártico hasta el Golfo de México, con excepción de los esquimales, tienen el mismo sistema. Es extenso y complicado tanto en su forma general como en sus de­talles; y aunque ocurren desviaciones de esta uniformidad en los sistemas de diferentes familias, las características fundamentales son por lo general constantes. Esta identi­dad en las particularidades esenciales de un sistema tan notable sirve para demostrar que debe haberse transmi­tido de una misma fuente original a cada familia, junto con la sangre. Presenta la evidencia más conclusiva, hasta ahora descubierta, de unidad de origen de las naciones indias dentro de las regiones señaladas.»

El resumen hecho por Brádford de las conclusiones que se refieren al origen y características de los ameri­canos antiguos afirma «que todos eran del mismo origen, ramas de la misma raza, y tenían costumbres e institu­ciones parecidas».

El Idioma Escrito de los Americanos Antiguos.- A estas evidencias seculares de la autenticidad del Libro de Mormón, se puede agregar la conformidad que existe en­tre el libro y los descubrimientos relativos a los idiomas escritos de estos pueblos antiguos. El profeta Nefi declara que grabó su relato sobre las planchas en «el idioma de los egipcios», y también se nos dice que las planchas de bronce de Labán estaban escritas en el mismo idioma. Mormón, quien compendió los voluminosos escritos de sus predecesores y preparó las planchas de las cuales se hizo la traducción moderna, también se valió de carac­teres egipcios. Su hijo Moroni, quien terminó la obra, así lo afirma; pero, reconociendo la diferencia que había entra el idioma escrito de sus días y el que se hallaba sobre las primeras planchas, atribuyó el cambio a la alteración natural causada por el transcurso del tiempo y dijo que su propia narración y la de su padre habían sido escritas en el «egipcio reformado».

Pero el egipcio no es el único lenguaje oriental que está representado entre las reliquias de las antigüedades americanas; el hebreo ocurre a lo menos con igual significación en lo que a esto respecta. Es del todo natural que los descendientes de Lehi hayan usado la lengua hebrea, ya que eran de la casa de Israel y habían sido trasladados al continente occidental directamente de Jerusalén. Por lo que Moroni dice acerca del idioma que se usó en las planchas de Mormón, es evi­dente que los nefitas no perdieron la habilidad para leer y escribir dicho idioma: «Y he aquí, hemos escrito estos anales según nuestro conocimiento, en caracteres que entre nosotros se llaman egipcio reformado; y han sido transmitidos, y los hemos alterado conforme a nuestra manera de hablar. Y si nuestras planchas hubiesen sido suficientemente amplias, habríamos escrito en hebreo; pero también hemos alterado el hebreo.»

Se han tomado los siguientes ejemplos de una recopila­ción muy instructiva que hizo Jorge Reynolds. Muchos de los primeros escritores españoles declaran que los na­tivos de ciertas partes del país hablaban un hebreo co­rrupto. «Las Casas así lo asegura, refiriéndose a los habi­tantes de la isla de Haití. Lafitu escribió una historia en la que afirma que el idioma caribe era esencialmente hebreo. Isaac Nasci, un erudito judío de Surinam, ha­blando del idioma de los habitantes de las Guayanas, dice que todos sus sustantivos son hebreos.» Los historiadores españoles han anotado el descubrimiento de caracteres hebreos en el continente occidental. «Malvenda dice que los nativos de San Miguel tenían unas lápidas, desente­rradas por los españoles, que contenían varias inscrip­ciones en hebreo.»

En todos estos escritos, los caracteres y lenguaje son semejantes a la forma más antigua del hebreo, y no tienen ninguno de los símbolos de vocales y letras finales que se introdujeron en el hebreo del continente oriental después que los judíos regresaron de la cautividad babi­lónica. Esto va de acuerdo con el hecho de que Lehi y su colonia salieron de Jerusalén poco antes de la cautivi­dad y, por consiguiente, antes que se hubiera efectuado cambio alguno en el idioma escrito.

Otra Prueba.Ningún lector del Libro de Mormón debe quedar conforme con evidencias como las que se han citado, en lo que respecta a la autenticidad de esta obra que se tiene por Escritura Sagrada. Se ha prometido un medio más seguro y eficaz para determinar la verdad o falsedad de este volumen. Igual que las otras Escrituras, el Libro de Mormón sólo por el espíritu de la Escritura se puede entender; y este espíritu no se obtiene sino como un don de Dios. Sin embargo, se ha prometido este don a todos los que lo buscan. Recomendamos, pues, a todos el conse­jo del último escritor de la obra, Moroni, el cronista solitario que selló el libro, y quien más tarde fué el ángel que lo reveló: «Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que le preguntéis a Dios, el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera inten­ción, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo; y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.»

REFERENCIAS

Alusiones Bíblicas al Libro de Mormón

  • Porque saldrán de Jerusalem reliquias, y los que escaparán, del monte de Sión: el celo de Jehová de los ejércitos hará esto—2 R. 19:31.
  • Será toda visión como palabras de libro sellado; éste se dará al que sabe leer y al que no sabe leer—Isa. 29:11, 12.
  • Nótese que la gente se habría desviado de las doctrinas de Dios al tiempo predicho de la salida del libro, por motivo de los preceptos de los hombres—Isa. 29:13; compárese con las palabras del Señor Jesucristo a José Smith: Enseñan como doctrinas mandamientos de hombres—P. de G. P. pág. 46.
  • El pueblo de que se habla en el libro sería humillado, y su habla saldría del polvo—Isa. 29:4. Compárese: La verdad brotará de la tierra; y la justicia mirará desde los cielos— Sal. 85:11.
  • El palo o historia de Judá, y los hijos de Israel sus compañeros; también el palo de José, llamado el palo de Efraín, y toda la casa de Israel sus compañeros: éstos serán uno en la mano del Señor—Eze. 37:16-19.
  • También tengo otras ovejas que no son de este redil; ellas oirán mi voz—Juan 10:16. Compárense éstas con las palabras del Señor resucitado a los nefitas, diciéndoles que eran las otras ovejas de otro redil—3 Nefi 15:17-24.

Testimonio del Libro de Mormón Concerniente a Sí Mismo

  • Las palabras del Señor a Nefi, hijo de Lehi, respecto de  la venida de otras Escrituras, aparte de la Santa Biblia: En aquel día recibirían los gentiles mucho del evangelio, claro y precioso; los nefitas escribirían muchas cosas que después de su destrucción como nación quedarían ocultas para ser descubiertas a los gentiles; estos escritos con­tendrían el evangelio—1  Nefi 13:34-37.
  • A Nefi, quien había preservado los anales de su pueblo, le mandó el Señor hacer otras planchas y grabar sobre ellas lo que se le indicara—2 Nefi 5:29-33.
  • La palabra del Señor a Nefi, hijo de Lehi: Aquellos que serían destruidos aún hablarían desde la tierra, y su habla su­surraría del polvo; saldría su libro el día en que los gentiles hubieran edificado muchas iglesias.—2 Nefi 26:16-22. Compárese con Sal. 85:10-13, que ya se ha citado.
  • Enós oró que el Señor preservara la historia de su pueblo y la revelara en el debido tiempo—Enós 13-18.
  • Mormón, que compendió y compiló los anales antiguos, predice su aparición—Mormón   5:12-15.
  • Moroni, hijo de Mormón, termina la historia de su padre, y testifica de su venida—Mormón 8:13-17; 25:32.
  • Nefi, hijo de Lehi, predice la divulgación de un libro en que se hallarán las palabras de los que han dormido; el que es nombrado para divulgarlo entregará las palabras del libro, no el libro mismo, a otro—2 Nefi 27:6-11.
  • El libro mismo quedará oculto del mundo, pero se mostrará a tres testigos, y después a otros pocos según la voluntad de Dios. La parte que no está sellada será traducida, y la parte sellada quedará así por un tiempo—2 Nefi 27:12-25.
  • El libro aparecerá entre los gentiles para establecer la verdad del primero o sea la Santa Biblia; y los dos serán reunidos en uno—1 Nefi 13:39-42.
  • Concerniente a aquel que quedó nombrado para manifestar el libro en los últimos días—2 Nefi 3:6-16; 27:9-12, 15, 19; Mormón 8:14-16.
  • Muchos de los gentiles rechazan el libro, diciendo: ¡ Una Biblia! ¡Una Biblia! Tenemos una Biblia, y no puede haber más Biblia — 2 Nefi, capítulo 29. Nótese que el mundo gentil con desprecio llama el Libro de Mormón, la «Biblia Mor-mona».
  • El Cristo resucitado mandó a los nefitas que escribieran las palabras que, él les había declarado—3 Nefi 16:4; léase el capítulo entero.

Revelación de los Últimos Días Tocante al Libro de Mormón

  • A José Smith se le dio el poder de traducir los anales antiguos que constituyen el Libro de Mormón—D. y C. 1:29; véase también 20:8-12; 135:3.
  • Tocante a la pérdida de ciertos manuscritos que contenían partes de los escritos de Mormón—D. y C. sec. 3. Compá­rese con 2 Nefi 5:30; 1 Nefi, cap. 9; Palabras de Mormón 7.
  • Tocante al testimonio de los tres testigos del Libro de Mormón D. y C. 5:1-18.
  • José Smith llamado y escogido para publicar el Libro de Mormón —D. y C. 24:1.
  • Y con Moroni a quien envié para revelaros el Libro de Mormón—D. y C. 27:5.
  • Los élderes de la Iglesia enseñarán los principios de mi evan­gelio que se encuentran en la Biblia y el Libro de Mormón —D. y C. 42:12.
  • Revelación dada a José Smith concerniente a la existencia de los anales antiguos, y los incidentes que se relacionarían con su traducción—P. de G. P. págs. 48-53.
  • Y ha traducido aquella parte del libro que le mandé; y como vive vuestro Señor y vuestro Dios, es verdadero—-D. y C. 17:6; léase toda la sección, que se dirige a los tres testigos antes de ver éstos las planchas.
  • Un conocimiento del Salvador, de quien dan testimonio la Biblia y el Libro de Mormón—D. y C. 3:16-20.

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